Crucifixión

Historia real de cómo me crucificaron, con una sorpresa detrás. Dominación gay.

Os envío otro relato 100% real de mis experiencias en el sado.

Corría el 1 de diciembre de 2004, domingo. Aunque fuera diciembre, no hacía nada de frío. Hoy es un día especial.

Desde pequeño me gustó la semana santa. Veía los cristos azotados, humillados y crucificados y me imaginaba en su piel. No soy realmente devoto, y en aquel momento no creía mucho en nada espiritual. Hoy en día es distinto en todo lo espiritual, pero ése no es el tema de este relato, y daría pie a una reflexión muy larga.

Me colgaba de las puertas en calzoncillos imitando la posición de Cristo en la cruz y su paño de gloria. Años después descubrí que en realidad los torturaban y ejecutaban desnudos, lo cual encendía aún más mi deseo de verme en su situación. Me imaginaba siendo azotado hasta la extenuación, y transportando mi propio instrumento de tortura durante kilómetros. Me imaginaba siendo humillado por mis captores mientras llegaba el momento de mi ejecución, o siendo burlado por mis enemigos mientras sufría en la cruz. Curiosamente, Jesucristo Superstar ha sido siempre mi ópera (sí, ópera, no musical) favorita y una música que me ha seguido durante toda mi vida.

Utilizaba el nickname de crucificado en los chats de internet de sado, porque siempre había sido mi gran fantasía: ser azotado y crucificado. Hoy se haría realidad.

Yo tenía 27 años, y conocí un hombre que no vivía demasiado lejos. Tenía unos diez años más que yo y un físico fuerte por su profesión. Se interesó por mi fantasía y decidió visitarme, ya que yo contaba con una casa en el campo donde podríamos estar tranquilos, y donde había terreno para hacer lo que nos proponíamos sin que nadie molestara ni quisiera salvarme. Sólo me dio la orden de llevar un tanga blanco.

Ese mismo día me llamó una conocida del mundo BDSM, una transexual dominante a la que llamaremos Andrea. Había quedado con ella en un par de ocasiones porque le gustaba dominar. Por otro lado era casi un ser mitológico para mí: mitad mujer, mitad hombre. Con unas bonitas tetas, y una polla enorme. Perfecta para un bisexual sumiso como yo. Le conté lo que iba a hacer ese día y le propuse venir. Así que antes de ir al punto de encuentro con el dominante, la recogí y nos fuimos.

-Estás muy nervioso, nene. ¿Qué te pasa?

-No lo sé. Es lo que siempre he querido. Quizás sea por eso.

-No te preocupes. Si hace falta pegarle un puñetazo a alguien para defenderte, lo hago ¿eh? -dijo Andrea, intentando quitarme los nervios con un poco de humor.

Habíamos quedado en un centro comercial en la ciudad. Al vernos, hubo pocas palabras. Javier, el dominante, venía con un amigo al que yo no esperaba, que se apuntaba a todas sus aventuras. Sería importante esa tarde. Me tranquilizaba haber traído a Andrea, ya que así estaban las fuerzas igualadas en caso de problemas. De todas formas, yo jugaba en casa. Literalmente.

En el camino, Andrea se presentó:

-No soy una chica. No sé si lo habéis notado.

-Sí eso me parecía. -dijo Javier.

Llegamos en menos de media hora a mi casa de campo. Doce mil metros de naranjos que nos ocultaban. Una casa en medio de ladrillo visto rojo con dos plantas. Fuimos abajo, donde tenía el garaje, y una zona de ocio con barra de bar, algunas mesas y sillas y una mesa de billar francés.

Muy pronto Javier vio cómo hacerlo todo con la profesionalidad que daba su profesión de militar. La puerta del garaje era verde, tenía unos seis metros de ancho divididos en cuatro hojas, y tenía unos cuadros que hacían de respiradero de los gases de los coches. Cada cuadro sería de unos 20 centímetros y estaban divididos unos de otros por pequeñas rectas de unos dos o tres centímetros. Por otra parte, vio una cañería ancha, de unos treinta centímetros de diámetro que bajaba de la planta de arriba, y que hacía una trayectoria paralela al techo e algo más de un metro, y se metía en la pared.

Antonio, el amigo de Javier, sacó una cámara. Lo iban a grabar todo. Realmente no me importaba. Más bien lo deseaba, para así tener un recuerdo de ese día que esperaba con tantas ganas. Me iban a crucificar.

Llegó la primera instrucción. “Desnúdate, y ponte el tanga blanco”. No hizo falta lo segundo. Lo llevaba puesto ya. La cámara apuntaba a mi cuerpo trabajado en el gimnasio en aquel tiempo. 1’65 de altura y 70 kg de musculatura. Tenía unos hombros anchos, el cuello grueso, los biceps marcados, y un pecho poderoso. Mis piernas siempre han sido de natural delgadas, y no acompañaban al resto del cuerpo, aunque el culo destacaba por ser fuerte y redondeado.

Javier sacó unas muñequeras de cuero con mosquetones que me colocó hábilmente.

-¡Vamos!

Me hizo caminar hacia la pared del garaje y, aprovechando la tubería gruesa pasó una cuerda, y ésta a los mosquetones, obligándome a subir los brazos en alto, pero sin perder pie en el suelo.

-Abre las piernas.

De repente tenía en la mano un látigo tipo gato con muchas cerdas, 30, así que sostenía en su mano derecha. Empezaron sin más ceremonia los azotes. Yo estaba de espaldas a todos los demás, mirando a la pared. El látigo fue marcando poco a poco mi espalda, sin prisas, con la pausa necesaria para crear tensión entre golpe y golpe. Después empezaron a rodear mi espalda y mi pecho, dejando visibles marcas en él, a derecha e izquierda. Yo no veía por dónde me vendrían, pero los intuía. Contaba mentalmente. 27, 28…

La cámara se centraba en esta ocasión en el bulto que se marcaba en la parte delantera de mi tanga. Se estaba haciendo realidad mi fantasía de muchos años. La estaba sufriendo. La estaba disfrutando. Me empezaba a estremecer con cada azote. 34, 35… Cayeron algunos azotes sobre mis muslos, a veces por fuera, a veces por dentro. Recordaba el castigo de Jesús encargado por Pilatos: ¡39!

A mí me cayeron más. Conté 77. En ningún momento protesté ni pedí piedad. Aguanté hasta el último azote sin queja. Todo mi tronco y mis piernas estaban llenos de los arañazos del látigo. Me desataron las muñequeras y pude bajar los brazos que tenía algo entumecidos. Mi polla mostraba mi satisfacción con la tortura. Venía la segunda parte. Mi crucifixión.

Lamentablemente no tuve que cargar con mi leño por la finca, aunque hubiera sido lo suyo. Con los tobillos atados para dificultar el paso, y con una pesada carga encima. No tuve esa suerte.

Simplemente, me subí a una escalera, y Javier, me ató las muñequeras a los palos que hacían los huecos de la puerta. Mis pies se podían apoyar en la L de hierro que se hundía en suelo para fijarla al suelo. Era por ahora un alivio a estar colgado de la puerta.

Antonio y Andrea observaban la escena con interés. Antonio grababa y comentaba mis reacciones. “Mírale la pollita, cómo la tiene. Le gusta, eh”.

En principio no sentía gran incomodidad, aparte de la de estar atado con los brazos abiertos y con el punto de anclaje por detrás de la cabeza. Pronto me di cuenta que apoyar los pies era otro suplicio. Se me clavaba la barra en ellos, y tuve que empezar a alternar mi peso en un pie o en otro. Comenzaba el baile de poner un pie sobre otro para que el que estaba encima sufriera menos. El de abajo, sufría aún más. En ocasiones perdía pie y no podía apoyarme. Entonces mis hombros soportaban todo mi peso, y pateaba en el aire con mis piernas hasta que volvía a apoyar algún pie.

Pero lo peor vino cuando, de repente, todos salieron del garaje y me dejaron solo. No los oía. Me sentía abandonado si me pasaba algo. Se fueron a la sala de ocio y les oía cuchichear algo. No sabía qué era. Protesté: “No me dejéis solo, por favor”. Lo pedía con el tono de un niño desesperado. Verme solo en esa situación me llenaba de miedo. No sé cuánto rato fue.

Aparecieron de nuevo para mi tranquilidad. Temía que se fueran y me dejaran allí colgado y abandonado a mi suerte. Podían apagar la luz, e irse en mi coche. Nadie me buscaría por allí en varios días. O podían aparecer mis padres, propietarios de la finca, y encontrarme en ese aprieto.

Después de veinte minutos colgado, empecé a notar faltar el aire y lo manifesté. Inmediatamente me soltaron, y pude tocar de nuevo el suelo. Me relajé, y pasamos todos de nuevo al bar.

De repente, y sin mediar palabra, en un movimiento coordinado de los tres, me vi sin tanga, totalmente desnudo y atado a la mesa de billar. Cada pierna atada a una pata, y mis manos atadas entre sí y a algún sitio en la otra punta de la mesa. Mi cintura quedaba doblada sobre el borde de la mesa, mi pecho sobre ella, y mi culo a merced de quien lo quisiera usar.

Antonio apareció desnudo y se puso de rodillas sobre la mesa ofreciéndome su polla larga cerca de la boca. Estaba nervioso. No esperaba esa situación, que, de repente, se me había ido de las manos. Esto no estaba en el guión que yo había escrito. Pensaba que era el director de la película, pero se me rebelaron los personajes.

De todas formas, no rechacé su ofrecimiento, y nervioso y al borde de las lágrimas, abrí la boca y me la empezó a follar.

“¿Estás bien, nene?” dijo Andrea. Yo no pude responder: la polla de Antonio me lo impedía.

Me la sacó y se bajó de la mesa para ponerse detrás mía con la intención de follarme. Noté la punta de su polla buscándome el ano. Empezó a entrar poco a poco y sentí cómo me llenaba el aguajero. Empezó a bombear y yo a jadear y quejarme.

“Relájate, nene, lo estás haciendo muy bien”. No aprietes que es peor. No podía relajarme. Era la primera violación que sufría. Me habían follado muchas veces, pero nunca sin preguntarme, nunca de manera inesperada. Me informaron que llevaba condón. Antonio siguió hasta correrse. Antes de que terminara, yo estaba llorando. Cuando terminó, rompí a llorar abiertamente.

Cuando lo vieron los demás, me desataron, y me abracé a Andrea. Era la persona que más conocía en la reunión, aunque no fuera mucho.

-Ooooh, qué bonito, buscando a su Ama.

No era mi Ama, ni lo había sido nunca, más allá de alguna vez que me había dejado dominar por ella. Aun así, no hice ningún comentario.

Por el mismo precio, me llevé unos azotes, una crucifixión, y una violación. Desde entonces, sueño con una violación en grupo que no he disfrutado. Sueño con que me aten y me usen varios hombres a la vez o uno detrás de otro, y ser la puta de una reunión de diez, doce, o más personas, y tener que satisfacer las necesidades de dominación y humillación de todos.

Si deseas comentar éste y otros de mis relatos, o simplemente contactar conmigo, escríbeme a esclavo_sevi@hotmail.es