Crucero de lujo (2)

me quedé con las ganas de seguir la fiesta con mis amigas, pero para mi suerte, encontré una nueva amiga.

Crucero de lujo (2).

Continúa mi viaje en el crucero que gané en una rifa benéfica. Me seguía sintiendo mal, responsable de que las dos chicas con las que había intimado, estuviesen despedidas por mi culpa, pero, como decía la nota al final, nadie había dado mi nombre y por lo tanto, estaba a salvo de miradas indiscretas o de culpabilidad.

Quinta parada: Alejandría, cuidad de Alejandro Magno.

La belleza que surgía de la ciudad anulaba los pensamientos de remordimiento que surgían en mí. Pasaría lo que quedaba de crucero, solo, sin nadie a mi lado que me proporcionara nada como lo habían hecho las chicas anteriormente. En Alejandría me recuperé un poco la razón y la alegría, pues el arte es una de mis pasiones. De vuelta a barco, al entrar a mi suite, encontré en ella a la chica que me había traído la carta de Sonia. Hacía la cama agachada, y desde mi posición, veía perfectamente su culo y un tanga que terminaba escondido en su cueva, ya que el vestido de su trabajo era corto y se levantaba por atrás cuando se agachaba.

  • Hola, buenas tardes – le dije sin dejar de mirar su culo.

Ella se incorporó asustada por mi voz.

  • Lo siento, no lo había oído llegar. Buenas tardes. Estoy arreglando la suite.
  • Tranquila. No le molestaré. Voy a tomar un baño.
  • Gracias señor. Enseguida acabo – fue lo que dijo y volvió rápidamente a sus quehaceres.

Entre al baño y, a sabiendas que estaba allí, dejé la puerta abierta. Me quité la camiseta mirándome al espejo donde días antes tenía empotrada a María y le metía mi polla por el culo. Veía perfectamente a la camarera de piso. Estaba justo detrás de mí, seguía haciendo la cama. Luego desabroché los lazos de mi pantalón y lo dejé caer. Mi polla estaba morcillona por haberle visto el culo desnudo a la chica. Me la toqué un poco como hacemos todos los hombres. Entonces vi como la chica ya miraba de lleno hacia el cristal, son cortarse un pelo. No me importaba, es más, me excitaba. Me giré intentando no mirarla, y me dispuse a llenar la bañera. Mientras abría el agua, miré al espejo. La camarera de piso seguía apoyada en la cama, mirándome a través del espejo. Yo me tocaba la polla y se me ponía más dura. Pero cuando se dio cuenta de que yo la estaba mirando, giró la cabeza, recogió sus cosas y diciendo un hasta luego, salió de la habitación.

Me metí en el agua, me toqué una paja cuando salí de ella y cené en el restaurante por la noche del centro comercial. Sentía que necesitaba sexo, pero no sabía con quien, pues mis amigas ya no estaban. Me acordé de la camarera que me observaba por el espejo, y una nueva erección vino a mí.

La noche la pasé en el casino. Gané y perdí mucho dinero. Pero daba igual, necesita follar para estar tranquilo.

Por la mañana me despertaron los toques a la puerta. Me levanté y enrollado en una toalla, abrí la puerta. Se trataba de la camarera de piso. Entró tras apartarme yo y empezó a limpiar. No dejaba de mirarla, y ella de vez en cuando, miraba el bulto que se me formaba en la toalla. Pedí el desayuno y me lo comí en el balcón. Unas vistas maravillosas de la ciudad egipcia, con un buen desayuno y un cigarrillo para despertar. Al entrar, de nuevo le vi el culo entero a la chica. Hacía la cama y como quien no quieres la cosa, enseñaba su culo a sabiendas de que lo estaba mirando.

Me atreví a preguntarle.

  • ¿Cómo te llamas?
  • Perdone señor. – se giró haciendo que no me había escuchado.
  • Que como te llamas, si puedo saberlo, claro. – volví a preguntarle.
  • Me llamo Raquel. – contestó finalmente mirándome a los ojos.
  • Encantado Raquel. Soy Rosmen. ¿de dónde eres?
  • Soy de Cádiz.
  • ¿y qué edad tienes? Eres muy jovencita, ¿no? – seguía yo preguntándole mientras me sentaba en una butaca.
  • Pues tengo 19 años, señor.
  • No me llames señor, que yo no soy viejo. Yo tengo 28. ¿y qué hace una jovencita como tú trabajando de camarera de piso en un crucero de éstos? - seguía interesándome yo.
  • Pues mi madre también trabaja aquí, y me dieron trabajo para este verano. Espero que me pueda quedar más tiempo. Me gusta esto.
  • Eso está bien. Yo también lo espero, que tengas suerte.
  • Gracias señor – respondí con una sonrisa en los labios.
  • Y mira otra cosa, ¿nunca te han enseñado a no mirar a través de los espejos? Jajajaja – le pregunté sonriente ante la cara de estupor de la chica.
  • Esto… yo no
  • Tranquila, me da igual. Además, tú también deberías taparte un poco, porque cuando te agachas se te ve el culo y dejas ver el tanga negro como el que llevas ahora.

La chica se ponía roja de vergüenza, y jalaba de la parte trasera de su traje como queriendo bajárselo más, aunque era imposible.

  • Lo siento señor, no era mi intensión.
  • Que no pasa nada y no me llames señor. Me llamo Rosmen.
  • De acuerdo, y perdone de nuevo. – dijo intentando evadirse de la habitación.
  • No, ven aquí. Cierra la puerta y siéntate conmigo. – le dije antes de que saliera.
  • Es que no puedo. Tengo mucho que hacer. – respondió.
  • Pues haremos una cosa. ¿estás libre esta noche? – le pregunté sin vergüenza alguna.
  • Sí, pero
  • Pero nada. Esta noche, cuando termines tu jornada, sin que nadie te vea, te vienes aquí y te invito a cenar, ¿de acuerdo? – le dije sin esperar respuesta.
  • Pero
  • Ya te dije que sin peros. Esta noche te espero sobre las 10 aquí. Ten cuidado de que no te vea nadie. No quiero que tengas problemas.

La chica asintió y dándose la vuelta, recogió sus cosas y salió de la habitación. Yo había conseguido una cita, y esa niña parecía perfecta para poder desquitarme y follármela.

Por la noche, antes de la hora de la cita, como había hecho con Sonia, bajé y compré un ramo de flores. Hice exactamente lo mismo que con ella. Lo coloqué en la silla tapado con el mantel y esperé a que llegara. Llegó y la invité a pasar. Traía puesto una falda cortita de volantes blanca y azul cielo, a juego con una camiseta de tirantes. Pasamos al balcón mientras el barco se dirigía a mar abierto ya de nuevo.

En eso que tocaron a la puerta. El servicio de habitaciones era siempre puntual, y para no tener problemas, dejé a Raquel en el balcón, cerré la puerta y las cortinas y abrí. Me prepararon todo y luego se marchó con la propina en la mano. Cerré y dejé pasar a Raquel. Había perdido en miedo a estar conmigo. Unas cuantas bromas bastaron para ello. Al ofrecerle la silla, vio el ramo de flores, y se sintió muy alagada, dándome un beso en la mejilla. Las dejamos en agua y nos sentamos a saborear una cena estupenda nuevamente. Hablamos de muchas cosas. Era estudiante de la universidad, pero prefería trabajar y tener dinero. Tenía novio, pero eso no le importaba para tener más relaciones, pues se habían dado un descanso cuando ella comenzó a trabajar en el barco.

Mientras ella hablaba, me quedaba mirándola tontamente. Sus ojos verdosos, su pelo negro, morenita de piel. Más o menos de la misma estatura que yo. Estaba buenísima. Le faltaba algo de tetas, pero lo resolvía con un culo esplendoroso y unas largas piernas que se veía suaves y sedosas. La velada transcurrió muy amena. Nos reíamos de las cosas que decía y me preguntaba todo lo que quiso. Hasta mis cosas personales. No se cortaba ni un pelo al preguntarme mis posturas favoritas, mis deseos sexuales y todo lo relacionado con el sexo. Ella también contaba las suyas. Me lo pasaba genial con ella.

Cuando terminamos en la mesa, saqué el carrito de la comida al pasillo para que no nos molestase más. Unas cuantas copas la desinhibieron más. Se sentaba con las piernas abiertas, sin importan que le viese su tanga amarillo. Y se quejaba del calor que tenía.

  • Pues toma una ducha. Sabes donde están las toallas, así que tienes permiso.
  • Pues no es mala idea. Ahora vengo.

Me recosté en la cama. Ella, a sabiendas de que era yo el que la miraba, dejó la puerta abierta, y, cambiándonos las posiciones de la tarde, se desnudo delante del espejo, mirándome. Primero su camiseta. Luego su sujetador. Unas pequeñas tetas aparecieron ante mí, muy apetecibles, y con los pezones grandes y puntiagudos ya. Luego se agachó quitándose la falda. Dejó ver su perfecto culo a mis ojos. Un hilo amarillo desaparecía entre sus posaderas grandes, para luego desaparecer y dejar que viese una cueva por la que suspiró mi polla al verla. Se mantuvo unos segundos agachada de espaldas a mí, dejándome verlo todo perfectamente. Se metió en la ducha y sin cerrar la mampara, tomo un baño. Me levanté y sin vergüenza alguna, me apoyé en la puerta. Ella se estaba secando cuando se giró y me vio. Sonreía, mirándome, sin taparse nada. Luego dejó caer la toalla al suelo, y recogió su ropa. Se dirigió hacia mí, y pasó a mi lado. Se tumbó en la cama, y no tuve más remedio que ir a por ella.

Me acosté a la altura de sus piernas, abriendo su coñito con mis dedos. Hundí mi lengua al verlo aparecer. Rasurado total, se veía perfectamente. Grandes labios que pedían ser chupados por una lengua habida. Introduje mi cara y mi lengua recorrió toda su rajita, jugando con sus labios, con su clítoris, y hasta llegando a lamer su agujero anal. Esto le producía mucho placer, y sus gemidos así lo aseguraban. Se manoseaba las tetas, pellizcándose los pezones. Tembló como nunca antes había visto a una mujer, y dejó que su corrida llegase a mi boca, juntándose con mi saliva. Relamí todo para no perder nada de sus jugos. Y ella seguía corriéndose como si lo necesitase desde hacía muchísimo tiempo. Me pidió que parase. Se levantó, y sentada me comenzó a quitar el pantalón. Mi polla morcillona apareció ante sus ojos. La agarró y la introdujo en su boca despacio, como inexperta. Sus lametones y sus caricias eran de experta, pero todavía le faltaba algo de experiencia. Pero lo hacía fantástico. Se la intentaba tragar toda. Cuando sonaba alguna arcada, ella misma la retiraba. Los fluidos de mi polla entremezclados con su saliva hacían que cada vez que la sacaba de su boca, un reguero de babas brotase entre ella y yo. Y de nuevo se la metía y apretaba sus labios para darme placer. Tuve que detenerla. Quería comérmela hasta más no poder, pero la detuve para investigar por otros agujeritos de su cuerpo.

Me acosté y se subió sobre mí. Insertó mi polla en su coñito caliente y húmedo sin recurrir a sus manos. Entró perfectamente hasta el fondo. La apreté contra mí para chuparle sus tetitas, agradeciéndomelo con nuevos gemidos. Llevaba ella el ritmo. Suave, rápido, suave de nuevo, en círculos. Para eso si tenía experiencia. De vez en cuando gritaba fuerte, entrecerrando los ojos y dejando que su cabello largo cayese sobre mí, mientras le seguía comiendo las tetas. De nuevo otro orgasmo. Parecía multiorgásmica. Uno tras otro, y otro, y otro. Yo había perdido la cuenta de las veces que se había corrido, y a mí me faltaba todavía un poco más. Como si no pudiese más, se derrumbó sobre mí. Al oído me decía que no podía más, que estaba cansada, muy satisfecha y necesitaba descansar.

  • Pero yo necesito terminar – le dije.

Y sin decir nada, se arrastró hasta abajo, y con sutil habilidad, se tragó de nuevo mi polla, haciendo que en unos 5 minutos me corriese entre su cara y sus tetas.

Agotada, exhausta, se rindió junto a mí en la cama. Se dejó dormir. Y al momento yo.

Los silbatos del barco me despertaron. Raquel estaba durmiendo, cuando la toqué para que se despertara. Enseguida se levantó, recogió su ropa, y se vistió. Salió como un torbellino de la habitación. Cuando regresó ya para limpiar, me contó que se había llevado una fuerte bronca de su madre y otra de su jefa, pues había llegado tarde. Me encontró desnudo todavía en la cama, pues no tenía intensión de bajarme del barco en esa mañana, que ya habíamos llegado a Malta.

Sexta parada: Malta, tierra de buenos caldos.

Mientras ella limpiaba y ordenaba la habitación que ambos habíamos deshecho en la noche, yo tomé una ducha. Cuando me secaba, Raquel entraba a recoger las toallas y aprovechó para darme unos besos en la boca y una mamada rápida, aunque sin llegar a correrme.

Decidí que debería bajarme después de comer para ver la capital de la isla. Después de comer en un restaurante del barco, bajé y recorrí la ciudad y compre unos recuerdos como había hecho en las otras ciudades, sobre todo para mi hermana, que no pudo acompañarme.

Unos vinos para mí y unos regalitos para mi hermana y regresé al barco. Encontré a Raquel en un pasillo, y con cuidado de que nadie nos viese, me acerqué a hablar con ella. Le pedí que regresase esa noche a mi habitación. Ella contesto afirmando con la cabeza y siguió con su trabajo.

En la noche, nada más entrar, de desnudo y follamos al instante. Un 69, postura del misionero y solo vaginal, pero la segunda fue mejor.

Repuestos del primer polvo, realizamos de nuevo otro 69. Me encantaba comerle el coño a Raquel, pues era delicioso, joven y carnoso. A ella parecía que también le gustaba comerme la polla, pues desde el primer momento en el que entró a mi habitación, la buscó para llevársela a la boca.

Tras varias corridas por su parte, como era habitual, pasamos a que se la metiese por el coño. De pie, junto a una pared, la levanté y dejándola caer muy despacio, ayudado de una de mis manos, introduje mi polla en su fogoso coño. La penetré un buen rato, hasta que mis piernas empezaban a flaquear. Nos acostamos de nuevo en la cama. Ella se colocó de cuatro patas, como era su postura favorita. Un buen ritmo de follada le costó otro buen par de orgasmos. Era como una fábrica de corridas. Y en una ocasión que se me salió, busqué la entrada de su culo.

  • Con cuidado, soy virgen. – dijo con la cara ardiendo en deseo pero preocupada a la vez.

Esas palabras avivaron más mi fuego. Virgen anal. Las que me gustaban a mí. ¿A cuántas mujeres no había desvirgado en mi vida? Para mí era lo mejor del mundo.

Escupí en su ano, y con los dedos fui pasándoselo por todo. Introduje primero un dedo y luego otro. Por ahora todo iba bien. Luego más saliva y otro dedito, para ir abriendo su culito despacio. Un ratito así, y empecé con la punta de mi polla. Muy despacio, la encajaba en su agujero bien ensalivado. Primero la punta. Luego un poco más. Raquel permanecía con la cabeza apoyada en la cama, esperando el final de aquel dolor. Notaba en mi polla como su culo se iba desgarrando. Y entraba un poco más de mi polla. Casi tenía la mitad ya metida. Era suficiente para la primera vez. De lo contrario, sentiría mucho dolor y no quería que no me dejase volver a hacérselo otro día. Poco a poco, dejé mi polla en sus adentros. El dolor se le iba apaciguando, y los pequeños y suaves movimientos de mi polla en su interior hacia que fuera recobrando el placer poco a poco. Con sus primeros gemidos de placer iba aumentando el ritmo, hasta que por fin, pude mantener un ritmo constante, algo suave para su primera vez, pero que a ambos nos proporcionaba bastante placer.

Cuando sentí que ya me corría, saqué con cuidado mi polla de su culo, y yendo hasta su boca, me pajeé para escupir toda mi leche en su cara, mientras ella recogía todo lo que podía y tragaba poco a poco.

Al acabar, y aprendida la lección de la noche anterior, volvió a su estancia con su madre, para que no tuviese problemas al día siguiente.

Fin del viaje: Regreso a Barcelona, ciudad condal.

Un día entero tardó el barco en regresar desde Malta a Barcelona. Por la tarde, cuando Raquel pasó por mi suite a despedirse, ya que yo regresaría esa misma noche a mi ciudad, tuvimos otro encuentro muy intenso, donde premió el sexo anal, ya más tranquila que la primera vez, pero algo dolorida todavía. Me dejó su número, su e-mail y su dirección en Cádiz, para que algún día fuese a visitarla, así como yo le di mis datos para que ella pasase a verme a mí.

Regresé esa noche a mi ciudad. En el aeropuerto me esperaba mi hermana para llevarme a casa. En el coche comentábamos como había sido el viaje.

  • La verdad es que nunca me lo había pasado tan bien. Conocí a gente muy dispuesta.

Y reí con la mirada extraña de mi hermana clavada en mí.

FIN