Crucero de lujo (1)

Me gané un premio y lo disfruté al máximo.

Crucero de lujo (1).

La historia empieza en una rifa benéfica. Desde hace varios años, he estado ayudando a diferentes Ong´s y a entidades deportivas, ya que mi pudiente economía me lo permitía. En una cena benéfica de un club de futbol de mi ciudad, por suerte, tuve la dicha de que el sorteo de un crucero por el Mar Mediterráneo, cedido por una agencia de viajes, me tocase a mí. Si nos ponemos a mirar, ya era hora que me tocase algo normal, ya que nunca había tenido suerte con ese tipo de sorteos.

El azar hizo que es ese momento no compartiera mi vida con nadie. ¿Qué hice con el billete que me sobraba? Pues sencillamente se lo regalé a mi hermana, que acababa de salir de una relación virulenta, y necesitaba la ayuda de su hermano.

Pocos días antes de salir en avión hasta Barcelona, para coger el crucero, mi hermana tuvo problemas de salud y le recomendaron no viajar y reposar. Así hizo a su pesar y al mío, pero bueno, al final, me tuve que ir solo.

Llegada a Barcelona, un taxi-bus esperando a los clientes del crucero y traslado al puerto de Barcelona para ingresar al barco. Salida del crucero: las 11:00 horas de ese mismo día.

Como es costumbre es ese tipo de aventuras, el capitán recibía a los viajeros a pie de escalerilla, junto con sus oficiales y daban una grata bienvenida con copas de champan. Un botones me acompañó a mi suite, contratada por mí, dejando vacante el camarote con el que venía el premio del sorteo. Instalado ya, con las maletas deshechas y bien ordenada la ropa, me dispuse a conocer un poco más el barco. 5 piscinas en total, Spa, un gran salón de juegos de azar con casino incluido, centro comercial con todo tipo de tiendas, cine e incluso gimnasio. La verdad es que no entendía como una agencia de viajes regalaba un crucero de lujo para una simple rifa de un club modesto de fútbol.

Fuera como fuese, me propuse disfrutar al máximo durante la semana y media que duraba el crucero visitante ciudades del Mediterráneo.

Primera parada: Mónaco, ciudad del lujo y el juego.

Tras un par de horas de viaje muy tranquilo, llegamos al Principado de Mónaco. La verdad es que no me había enterado del tiempo que estuvimos navegando, pues pase la mayor parte del tiempo metido en el casino, para no perder tiempo.

En el casino conocí a una camarera morena, muy linda de cara, que se llamaba Sonia, o eso ponía la placa de su chaqueta. Bajita, medía sobre el metro sesenta, morena de piel y cabello, ojos negros y un cuerpo normal, ni flaco ni grueso, perfecto para mis gustos, era amabilísima y desde el primer momento que me sirvió una copa, comenzamos a coger confianza, aunque la justa, pues estaba trabajando.

Al desembarcar en Mónaco, un minibús esperaba a los clientes que querían conocer la ciudad turísticamente, y otro para los que tenían la obsesión de jugar a todas horas en los casinos de cualquier ciudad. Opté por el primero, ya que era una ciudad que no conocía, y, dado su caché de fama mundial, debía albergar grandes tesoros para la vista. Y así fue. Una ciudad preciosa, fuera del alcance de cualquier persona, pero que si tienes pies, puedes moverte, aunque siempre con carita de envidia sana o sucia, dependiendo de la persona, al ver a la gente pudiente gastar dinero en las tiendas de grandes marcas de ropa, de coches o en restaurantes carísimos.

Regresamos al barco después de comer en un restaurante algo "normal" para aquella ciudad de ricos. Aún así, los precios eran elevados hasta para personas con dinero, pero un día es un día. Al regresar a mi camarote, intenté buscar a Sonia, pues tenía ganas de verla, ya que llevaba todo el día pensando en ella. Me había llamado la atención desde que la vi al entrar al casino, pero era evidente que mientras estuviese trabajando, no podría acercarme a ella. Tuve la suerte de que justo cuando subía por el ascensor de cristal a mi planta de habitación, la vi saliendo hacia una de las cubiertas del barco. Volví a bajar en el mismo ascensor y como un exaltado, la busqué por aquella inmensa cubierta. La encontré al lado de uno de los botes salvavidas. Estaba acompañada de otra camarera del barco. La saludé y le ofrecí a ambas un cigarrillo. La desconocida no aceptó, y, pidiendo disculpas, regresó a su puesto de trabajo.

  • Espero que no se haya molestado tu amiga por venir hasta aquí, e interrumpiros. - le dije mientras mirábamos la ciudad desde allí.
  • No, es que ella no tenía permiso y se escapo un segundo para fumar junto a mí. – me contesto.
  • Me presento. Soy Rosmen Domínguez, encantado.
  • Igualmente, Sonia Páez. – y me ofreció la mano.
  • Es un placer, Sonia. Siento si antes te moleste cuando intente hablar contigo en el casino, pero es que mi cuerpo me pedía conocerte.

Ella sonrió y miró fijamente hacia mis ojos.

  • Tranquilo, no pasa nada. Simplemente que no podemos hablar con los clientes mientras trabajamos, salvo lo estrictamente necesario.
  • Comprendo. – le conteste yo sonriéndole. – pero, ¿aquí si puedes, verdad?

Volvió a sonreír sin dejar de mirarme.

  • Sí, claro, lo estoy haciendo, ¿no?
  • Sí, lo estás haciendo – respondí.

Nos quedamos un minuto en silencio con la sonrisa ambos en la boca.

  • ¿y también tienes prohibido pasear cuando termines tu turno con un cliente o que te invite a cenar? – le pregunté sin más.
  • En realidad sí, pero no tendrían por qué enterarse, ¿no? – respondió sonriente.
  • Bueno, dime a qué hora termina tu turno, y te esperaré aquí mismo.
  • A las 11 termina mi turno del casino. Luego, tendré que ir a cambiarme. ¿te parece bien sobre las 12 de la noche? – dijo terminando su cigarro.
  • Perfecto, estaré aquí a esa hora, puntual, sin dudarlo. Pero, ¿y si te ven tus superiores y te dicen algo? – la verdad es que no quería meter a la chica en ningún problema.
  • No pasa nada. Por aquí, y a esa hora no suelen venir los oficiales ni prácticamente nadie.nos vemos después. Tengo que regresar a trabajar.
  • Perfecto. Luego nos vemos. – le dije mientras se alejaba sonriéndole.

Me quedé mirándola hasta que desapareció por la puerta de entrada, no sin antes dedicarme una sonrisa.

Todavía quedaban dos horas y algo. Me fui al centro comercial, compré un ramo de flores en la floristería y regresé a tomar un baño y prepararme para mi cita.

Cuando bajé, todavía quedaban unos 15 minutos para la hora, pero no podía aguantar más en mi camarote. Me fumé un cigarro mientras aguardaba impaciente que llegase mi cita, y cuando menos lo esperaba, allí apareció. Venía informal, con unos vaqueros ajustados a sus piernas y un jersey azul cielo, que dejaba al descubierto sus hombros. Nos saludamos y comenzamos a caminar por la cubierta. Nos sentamos en un banco mientras charlábamos de mi vida, de la suya y de todas las cosas que se nos ocurrían. Me enteré que no tenía novio, que este era un trabajo eventual, al que llegó gracias a su amiga, la de antes, y que no había cenado.

  • Tengo una sorpresa para ti. ¿te importaría acompañarme a mi suite? – le dije.
  • No creo que fuese buena idea, ¿no crees? – me contestó.

Parecía que se me iba a echar a atrás el plan, pero supe convencerla.

  • Mujer, tranquila. Solo quiero que veas una cosa, y así, huyes de cualquiera que te vea aquí con un cliente, ¿de acuerdo?
  • Bueno, está bien, pero tiene que ser rápido. Tengo que volver pronto a mi camarote.
  • Sin problemas. Cuando tú quieras, te irás.

Nos encaminamos hacia mi suite. Subimos por la escalera para que nadie nos viese por el ascensor. La verdad es que los 4 pisos parecían una eternidad por la escalera. Llegamos y abrí la puerta con la tarjeta. Ella se asombró y sonrió. El servicio de habitaciones había hecho bien su cometido, y habían preparado una mesa muy elegante con un carrito al lado donde se conservaba la comida caliente.

  • Pasa, adelante, estás en tu casa.
  • Gracias, pero no tenías por qué haberte molestado.
  • No es molestia. Solo recordé lo que me dijiste esta tarde, y en vez de ir a comer a un restaurante, quise evitarte problemas trayéndote a comer aquí. – le conté sujetándola de la mano.
  • Es todo un detalle. – me contestó.
  • Siéntate aquí, por favor. – le aparté una silla.

Su cara se iluminó más cuando al apartar la silla, encontró el ramo de flores. Y una tarjeta en él que decía:

"gracias por concederme unos minutos de tu tiempo. Espero que sean de tu agrado y nunca te olvides de mí"

En ese mismo instante, los silbatos del barco comenzaron a sonar, aludiendo a la marcha de nuestro crucero hacia otro punto.

  • Gracias de nuevo. Ha sido fantástico. No sé como agradecértelo.
  • No hace falta agradecer nada. Con tu simple compañía está más que agradecido – le contesté a sus palabras.

Cenamos unos ricos entrecots con salsa de pimienta y una botella de vino francés que yo mismo me había encargado de comprar en Mónaco. Pasamos una velada exquisita, hablando de nuestras vidas, conociéndonos más y profundizando algo más.

Ya era tarde, y Sonia decidió que debía irse a descansar, pues trabajaba de turno de mañana.

  • Espero que pronto podamos repetir esta noche. – le dije dándole un beso en la mano.
  • Si quieres, mañana por la noche vuelvo a estar libre. Podemos quedar aquí sobre las 9 o las 10 y volver a cenar, pero invito yo. – contestó
  • De eso nada. Tú eres mi invitada y por lo tanto, te espero mañana aquí a eso de las 9 para cenar y compartir unos agradables minutos más contigo, ¿de acuerdo?
  • De acuerdo. Eres muy amable. – respondió con una sonrisa de oreja a oreja.
  • Hasta mañana. Que duermas bien. – le dije a modo de despedida.
  • Lo mismo digo – contestó ella y me dio un beso en la mejilla.

Salió y esperé a que desapareciese por las escaleras para volver a entrar. La noche pasó tranquila y dormí bastante bien.

Segunda parada: Roma, la ciudad eterna.

Llegamos al amanecer a Roma, la ciudad eterna, que nunca muere ni duerme. Atracamos en el puerto de Civitaveccio y de nuevo, como en Mónaco, minibuses para los que querían conocer la ciudad. Yo ya la conocía, así que me quedé en el barco. Pasé la mañana entre las piscinas, el spa y el centro comercial. Almuerzo en un restaurante turco de allí mismo y vuelta a la piscina. Cuando estaba tendido tomando sol, una sombra me lo tapó. Era Sonia, que ataviada con su uniforme de trabajo, me traía un coctel.

  • Buenas tardes, señor. Le invitan a una copa, ¿la acepta? – me dijo.
  • Esto… sí, claro, pero ¿quién me la invita? – pregunté extrañado y a la vez sonriente de ver a mi camarera favorita.
  • La señorita a la que usted invitó anoche a cenar. – contestó sonriente.
  • Ahh, vale gracias. Dígale por favor, que es muy amable, y que la espero a las 9 esta noche de nuevo en mi habitación.
  • Será un placer decírselo, señor. – y desapareció con la más bonita de las sonrisas que jamás había visto.

La verdad es que me gustaba esa chica. Tenía algo que me llamaba la atención y no era su cuerpo, bien de curvas, sino algo más.

La noche llegó, y tras poner un poco de orden en mi habitación, darme un baño y preparar todo, bajé a comprar otro ramo de flores. La cena ya estaba pedida para las 21:30 horas, y para las 21:00 horas, una botella de champan francés, para abrir el apetito. Nada más llegar a mi habitación y colocar las flores, me trajeron la bebida. Al instante, Sonia toaba la puerta y haciéndole una reverencia que ella tomo muy a broma con una amplia sonrisa, entró en la habitación. Las flores estaban en el mismo lugar y bien tapadas, pero no se las daría hasta luego. Nos sentamos en el pequeño balcón que contenía la suite, ajeno a miradas indiscretas mediante una pared de flores de colores, y nos tomamos la botella de champan como si fuese agua. Llegó la cena, y luego que el camarero la preparara y saliese de la habitación, Sonia, que permanecía en el balcón para no ser descubierta, y yo nos acercamos para disfrutar de otra cena deliciosa. Otra sorpresa se llevó de nuevo cuando volvió a ver otro ramo de flores en su silla. Y además, con otra nota que decía:

"Ahora que te conocí, quiero que nunca te vayas de mí. Gracias por querer estar junto a mí y dejarme conocerte."

Multitud de gracias y alabanzas salieron de su boca. No era para tanto, simplemente era la verdad. Había algo en ella que me atraía en todos los sentidos.

Cenamos tranquilamente, y luego seguimos con unas copas que sacamos del mini-bar. Sentados en el balcón, viendo el mar, el deseo de besarla se hacía más y más intenso cada vez. Pero fue ella en la que en una ocasión en la que se levantó, casi se cae del mareo que llevaba por el alcohol, se acercó a mí, y como si de una película se tratase, nos besamos suavemente, despacio, entrelazando nuestros labios como para inmortalizarlos en una foto para el recuerdo. Sus manos apretaban mi cuerpo y las mías recorrían su espalda. Fue subiendo el placer en ambos, y ya, alocados, nos aferrábamos el uno con el otro contra el cristal del balcón, mientras nuestras manos recorrían la totalidad de nuestros cuerpos allá donde llegaban. Mis manos se apretaron contra su culo duro, levantado y apretado por el pantalón que llevaba puesto. Las suyas, buscaban aferrarse a mi pecho y así, sacó mi camiseta y la dejó sobre la mesa. Ahora fui yo quien le sustraje su camisa de botones. Los fui soltando uno a uno, y aparecieron ante mí unos pechos duros, firmes y levantados para mi deleite. Aprisionados por el sujetador, duraron poco en él, pues con dedos hábiles, lo desabroché y sacándoselo, dejé que aquellos pechos respiraran el aroma del mar que nos embriagaba.

Entramos en la habitación sin dejar de besarnos. Nos fuimos hacia la cama, y me tendió en ella. Único instante en el que me dejó de besar. Se posicionó sobre mí y besándome de nuevo, comenzó a bajar por el cuello, mi pecho y mi abdomen, hasta llegar a la cremallera del pantalón, que bajó sin separar sus labios de mi piel, al igual que deshizo el lazo de mis pantalones. Se sorprendió al ver que no llevaba nada debajo de él, pues la verdad, es que me siento libre sin nada debajo. Los sacó bajándolos con sus manos hasta que tuvo que separarse para desprenderlos del todo. Mi polla empezaba a ponerse dura. Morcillona ya, sin tocarla con las manos, jugueteó con ella hasta lograr metérsela en la boca, poniéndola dura del todo en su interior. Ahora si utilizó sus manos para masajearla y ayudar a sus labios a subir y bajar. Rasurada como siempre, mi polla era el postre perfecto, según me dijo. Sin dejar de mirarme en ningún momento, se metía y se sacaba la polla de su boca y lamía el total del tronco, hasta el final, jugando con mis huevos con su mano, a la par que se metía uno y luego el otro en la boca. Una mamada fantástica que culminó con unos lengüetazos en todo su esplendor.

Se levantó y frente a mí, se desabrochó su pantalón y lo dejó caer. Su tanga color fucsia, brillaba con el contraste de la luz de la habitación. Pero poco duro, cuando se lo bajó tras los pantalones, poniéndose de espaldas a mí, y ofreciéndome la vista de su culo y su rasurado coño al agacharse del todo.

Se giró y se acostó sobre mí. Nos seguimos besando como al principio, recogiéndole el sabor de mi polla de su boca. Mientras, había puesto su cuerpo de acorde con que la punta de mi polla retozara en su coñito, que empezaba a mojarse. Ella misma hacía el vaivén para que la punta se alargara por la longitud de sus labios vaginales, sintiendo ambos bastante placer. Pero como la iniciativa la llevaba ella, se levantó de nuevo y se acostó a mi lado, ordenándome que le comiese todo su cuerpo. Comencé por sus pechos. Lamí sus aureolas, de una a otra, juntando sus tetas con mis manos, y luego pasando a mordisquear sus pezones duros durante un buen rato. Seguí mi camino hacia la parte baja de su cuerpo. Lamí toda su piel que me encontraba de paso hasta llegar a su entrepierna. Lamí las ingles sin rozar su coñito ya lubricado por sí solo y la ayuda de la punta de mi polla al rozarlo antes. Y continué por sus muslos, la cara interior de estos, hasta llegar a los pies, que besé y volví a subir por el mismo sitio, alternando una pierna y la otra, hasta volver a las ingles, y sin más dilación, hundí mi lengua en su rasurado y lubricado coñito de terciopelo. Un mar de sabores me llegaron al paladar, todos buenos, donde se juntaban algunos míos con muchos de ella. Primero los labios mayores, luego los menores y recorrido de arriba abajo y viceversa en su rajita, hasta tropezar con un clítoris que pedía ayuda a gritos. Sentía las vibraciones de su cuerpo cada vez que pasaba la lengua por él. Me apretaba la cabeza con sus muslos y me agarraba del pelo para hundirme más la cara en su coño. Y los primeros jadeos y gemidos se oyeron n la habitación. Me di cuenta de que no le faltaba mucho para correrse, pero fue ella la que me detuvo.

  • Quiero correrme con tu polla dentro – me dijo al oído cuando se acercó a mí.

Abrió sus piernas y poco a poco introduje mi polla en su dilatado coño, lubricado con mi saliva y sus jugos, dispuesto a ser follado. Sin resistencia, la hundí todo lo que pude, dejando que ella diera un pequeño respingo acompañado de un gemido placentero que lleno la suite del barco. Hundí mi cabeza en sus pechos y continué con el movimiento, mientras ella me apretaba la espalda y me clavaba sus uñas y me atraía cada vez más contra sí misma. Sus gemidos fueron más intensos a medida que incrementaba el ritmo y pronto me dejó marcado, clavando sus largas uñas bien cuidadas en mi espaldas, denotando que había llegado al orgasmo. Pero no paraba. Cuando acabo su primer orgasmo, sin soltarme, y con una fuerza descomunal, me giró y quedó ella sobre mí. Mi polla seguía dentro de ella, disfrutando de tan espectacular acierto al elegirla. Le toco llevar el mando. Subía y bajaba a gran ritmo, buscando un segundo orgasmo que no tardaría en llegar, para luego de éste, poner la planta de los pies sobre las sábanas y saltar en busca del que podría ser su tercero.

Pero éste no llegaba con facilidad, y sí estaba a punto de llegar el mío. Cerré los ojos y gemí para expresarle lo que me iba a suceder. Lo entendió perfectamente y dejó de cabalgar. De un ágil salto, se colocó a mi lado de rodillas, me cogió la mano y la llevo a su coño, para que siguiese masturbándola, mientras ella me masturbaba a mí a esperas de que saliese lo que ella buscaba y poder llevárselo a la boca.

Las primeras gotas asomaron y justo cuando apareció el primer gran chorro, su boca lo detuvo. Tenía la boca abierta de par en par, esperando que se la llenase con leche caliente. Y así fue. Varios chorros a presión salieron disparados con dirección a su boca. No dejaba que ninguno llegase a otro sitio que no fuese su paladar. Tragaba el semen mientras terminaba de chupar y limpiar mi polla para que no se desperdiciase nada. Y tras dejarla limpia del todo, se acostó un rato junto a mí, abrazados y diciéndome que sentía algo por mí, pero que no sabía lo que era, a lo que le contesté que a mí me pasaba lo mismo desde que la vi por primera vez a la llegaba al barco, en el casino.

Tercera parada: Atenas, ciudad del Olimpo de los Dioses.

Partimos por la mañana temprano con destino a Atenas, Grecia, donde pasaría dos días seguidos. Llegamos bien entrada la tarde. En ese día solo coincidí con Sonia por los pasillos del casino, echándonos miradas y sonriéndonos. Esa noche no podíamos quedar, pues tendría que trabajar hasta la madrugada. Pero al día siguiente, la tendría todo el día conmigo, pues era su día libre y le permitían bajar del barco. Quedamos a la entrada de un bar del puerto. Venía acompañada de su amiga María, la cual me presentó nada más vernos y, para sorpresa mía, Sonia me recibió con un beso en la boca. Pasamos todo el día viendo la ciudad, comiendo en típicos restaurante, y visitando templos. Los tres nos lo pasamos bien, y sobre las 6 de la tarde, más o menos, regresamos al barco. Quedamos en que las dos irían a cenar a mi suite, pues para un día que María tenía libre, no quería pasárselo sola. No hay ningún problema – fue lo único que dije pensando en que esa noche no podría tener otra noche de sexo con Sonia.

Llamada al servicio de habitaciones, y flores para las dos, para no perder la costumbre. María se sorprendió cuando, después de darle el pertinente ramo y la consecuente tarjeta a Sonia, le entregué uno a ella, que también llevaba una tarjeta que ponía.

"si eres especial para mi amor, también eres especial para mí."

Se sintió muy alagada, y después de unas copas de champan, cenamos los tres con una distendida conversación, ya que era María la que me contaba cómo se conocieron, etc., etc.

Y para terminar, unas copas del mini-bar, con las cuales, los tres nos subimos un poco de tono. Sonia estaba sentada sobre mi regazo, y me besaba en el cuello y la cara, mientras María nos miraba algo desconsolada, con una sonrisa nerviosa, a sabiendas de que podría estar molestado.

  • Bueno, yo me voy y os dejo solo, que seguro que estaréis mejor – dijo dejando la copa y levantándose.
  • No, no, quédate, no molestas.- le dije apartando un poco a Sonia.
  • Sí, ¿qué vas a hacer sola en el camarote? Quédate con nosotros, que estamos muy bien los tres juntos. – le dijo Sonia.
  • Pero no quiero
  • Nada. Te quedas y ya está, ¿no oíste lo que te dijo Sonia? – le interrumpí.
  • Vale, de acuerdo, pero no quiero molestar. – volvió a decir sentándose.

Sonia seguía comiéndome la cara y también la boca. Mientras, María volvía a encender un cigarro y a servirnos otras copas.

En el momento que su amiga entró desde el balcón al salón, Sonia aprovechó para meterme mano por todas partes, y dejar que yo le metiese a ella. Desabroché su camiseta y chupé sus tetas, y en ese momento, entró de nuevo María.

  • Perdón, no quería molestar. – dijo.
  • Tranquila. Perdona tú es que me deje llevar. – le contesté tapándole las tetas a Sonia.
  • Si no es la primera vez que me ves las tetas, ¿de qué te asustas? – le preguntó Sonia a su amiga.
  • Pero no es lo mismo. Ahora estás con un hombre. – contestó.
  • Da igual. Si ya me las has visto, no creo que te tengas que asustar.

María se sentó y Sonia volvió a desabrocharse los botones que yo había abrochado. Se soltó el sujetador y dejó sus tetas al aire. Me pidió con la mirada que siguiese, pero me cortaba que María estuviese mirándonos allí al lado.

  • Sigue, quiero follar otra vez. – me susurró al oído.
  • Pero está tu amiga – le dije muy bajito par que no nos oyera.
  • Da igual, hazlo. Quiero follar contigo de nuevo. – fue lo único que dijo y no me dejó hablar más.

Asentí con la cabeza y busqué sus hermosas tetas. Lamí sus pezones una y otra vez, mientras María nos miraba y Sonia la miraba fijamente. Con sus manos, Sonia logró desabrochar el botón de mi pantalón y liberarme de la presión que ejercía mi polla contra ellos. Como siempre no llevaba nada debajo, y cuando Sonia notó que estaba fuera, se levantó y arrodillada ante mí, me intentó bajar el pantalón, consiguiéndolo solo cuando levanté un poco el culo de la silla. Bajó los pantalones del todo, y me los quitó tras deshacerse de mis zapatos. María seguía mirándonos y era yo la que ahora la miraba a ella, con cara de gusto y placer al sentir como Sonia se tragaba mi miembro hasta más no poder. María se retorcía, como algo incómoda en su silla, sin dejar de mirar. Su vestido parecía que se subía cada vez más y sus muslos grandes y carnosos aparecían ante mis ojos. Mientras, Sonia sacaba brillo a mi polla mirando incesantemente a su amiga, que no dejaba de mirar cómo me la chupaba. En esto, que ya estaba cachondo del todo, me pude de pie, y me quité la camiseta. Me quedé desnudo, mirando hacia María, que poco a poco se remangaba el vestido y dejaba ver ya un tanga de color blanco, que comenzaba a tocar por encima. Se estaba empezando a masturbar delante de nosotros, pero era lógico. Su mejor amiga le estaba haciendo una mamada de campeonato a un tío delante de ella. Decidida ya, se apartó el tanga y comenzaba a masajearse su coñito. Desde mi posición, podía ver como empezaba a brillar con la lubricación y por encima, una pequeña rayita de vello.

Sonia se dio cuenta de lo que hacía su amiga, y solo se le ocurrió dejar de chuparme la polla para decirle:

  • ¿a que fue buena idea que no te fueses?

María no contestaba y seguía a lo suyo, entrecerrando los ojos y dándose placer mirándonos.

Sonia decidió que era hora de entrar al salón, más concretamente a la cama, y cogiéndome de la mano, me llevó allí, al igual que a María, que arrastrada por su amiga, nos acompañó hasta sentarse en la cama. Sonia seguía chupando, mientras María seguía tocándose a mi lado. Un gesto de Sonia la llevó a dejar de hacerlo, y acercarse a compartir mi polla con ella. Increíble. Dos chicas chupándome la polla. Jamás en la vida me había pasado, y eso que muchas chicas me han hecho felaciones, pero nunca dos al mismo tiempo. Se compartían mi miembro relamiéndose sus labios. Sonia besaba en la boca a María para capturar el sabor de mi polla cuando ésta la dejaba libre para su amiga. Mis ojos estaban fijos en las dos chicas que me hacían disfrutar de tan sensacional placer. En un momento en el que María, que se veía con buenas formas para chupar una polla, estaba en la faena, Sonia aprovechó para bajarle la cremallera del vestido, dejando a María solamente con el tanga blanco que llevaba todavía puesto, pues no traía sujetador. Unas grandes tetas aparecieron ante mis ojos. Morenas, levantadas y sin tocarlas aún, se veían duras. Unos pezones pequeños pero marrones oscuros, que apetecía chupar desde el momento en el que los vi.

La incesante mamada de Sonia y su amiga hizo que no tardase en venirme. Un chorro de leche pringó la cara de Sonia, que compartió gustosa los demás con su amiga.

Y sin tiempo para resarcirme, Sonia y María estaban de nuevo manos a la obra, chupándome de nuevo mi polla que comenzaba a descender tras la corrida. No tardaron nada en ponerla dura de nuevo. Sonia, apartando a su amiga, se montó sobre mí. Hundió mi polla en su coñito ayudada de una de sus manos, y comenzó a cabalgar desenfrenadamente. Estaba mucho más cachonda que la vez anterior, y, por supuesto, yo más que ella, al tener a las dos chicas para mí. María se recostó a mi lado, y comenzamos a besarnos, mientras con una mano le sobaba sus pechos. Alternábamos la boca de los tres. Ellas se besaban, Sonia y yo también, o María y yo. Cuando María quedaba libre, buscaba las tetas de Sonia, que succionaba con fuerza mientras ésta no paraba de cabalgar sobre mi cuerpo.

Sonia quiso cambiar de postura. Se puso de cuatro patas sobre la cama, y detrás de ella, yo. Hinqué mi polla en su coñito, mientras María se abría de piernas frente a nosotros, y dejaba que Sonia le comenzara a comer su coñito. Se restregaba las tetas y llegaba a chupárselas ella misma mientras su amiga no cesaba de comerle el coño. Gemidos incesantes salían de las tres bocas, pronosticando una buena velada de sexo.

Una de las veces que se me salió la polla del coño de Sonia, dado el ritmo que le imprimía, opté por metérsela por el culo. No decía nada cuando sintió la cabeza entrando en su ano. Seguía relamiéndole el coño a su amiga, metiéndole un par de dedos. Sin mucha complicación, la metí casi toda. Quedaba muy poco fuera. Y suavemente fui moviéndome, cuando ella separó la boca de su amiga y, mirándome, sonreía y pedía con los ojos más y más.

Pero no aguante mucho más. Me corrí en su culito, haciendo que cuando retiré mi polla de él, saliese un gran acumulo de semen de su interior.

Necesitaba descansar un poco, para que mi miembro reaccionara de nuevo. Sonia y María seguían a lo suyo. Se juntaron en un 69 perfecto. Ambas se comían sus coñitos, a la espera de que mi polla volviese a estar en forma.

Y no tardó mucho tiempo. Separando un poco la cabeza de Sonia, que estaba sobre María, introduje mi polla en el coño húmedo de ésta. María soltó un grave quejido, denotando que le había entrado toda a la perfección. Mientras yo metía y sacaba, Sonia aprovechaba para seguir lamiéndole el coño a su amiga, y de vez en cuando, agarraba mi polla, la succionaba, y la volvía a introducir en el coño de su compañera.

María no tardó en correrse. Al igual que Sonia. Faltaba que yo me corriese, pero necesitaba más. Sonia se levantó de encima de su amiga, y se tumbó en la cama, frotándose su coñito mojado. María se dio la vuelta a petición mía, y casi a cuatro patas, apoyando los antebrazos en la cama, y la cabeza en una almohada, levantó su culo y dejó que se lo perforara. Un culo que era más grande que el de Sonia. Entró con una facilidad pasmosa. Se notaba que practicaba sexo anal continuamente, ya fuese con un hombre o con un vibrador, pero tenía su agujero bien ensanchado. Varios empujones fuertes, y sus gemidos se escuchaban de nuevo en la habitación. Saqué mi polla de su culo, y la metí en el coño. María se dejaba caer sobre la cama con el placer que estaba sintiendo, y terminó boca abajo, tendida sobre la cama, con las piernas abiertas y yo dándole por el coño unas fuertes embestidas que me llevaron a correrme dentro de ella, sin moverme. Cuando sentí que ya estaba todo fuera, me levanté y sentado en la cama, observaba como Sonia era la que metía su cabeza en la entrepierna de su amiga para lamer los chorros de semen que brotaban de su interior.

Cansados de tanta acción, las chicas y yo nos tomamos una copa, y tras vestirse y despedirse con sendos besos en la boca, se marcharon a su camarote, ya que deberían trabajar al día siguiente todo el día.

La mañana se hizo pronto, pues había dormido poco. Me dolía todo el cuerpo. Necesité una ducha y un buen desayuno para recuperarme de la acción de la noche anterior. Bajé del barco y exploré un poco la ciudad por mi cuenta. Comí en un restaurante y regresé a media tarde al crucero.

Me dispuse a tomar una ducha. Llené la bañera inmensa de la suite y me relajé dentro. Sentí la puerta, pero no le di importancia. Supuse que podrían ser las camareras de piso, para limpiar o recoger la habitación. Pero para mi sorpresa, entró en el baño María.

  • ¡joder, qué susto me diste! – le dije apretándome el pecho.
  • Lo siento, no quería asustarte. Es que tengo la tarde libre porque se equivocaron en el planning. ¿te importa que la pase contigo? – me dijo arrodillándose junto a la bañera.
  • No, no, claro. No tengo nada que hacer.
  • ¿me dejas que me relaje contigo? – preguntó mientras se deshacía de la ropa.
  • Por favor. Estás en tu casa. Haz lo que quieras. – le respondí mientras me recogía los pies para dejarle espacio.

Se terminó de quitar la ropa. Me encantaba ver su cuerpo desnudo. Unas grandes tetas y un buen culo, a parte de su coñito con la fina hilera de vello justo a la altura de mi cabeza.

Entró y se sentó frente a mí. La bañera era bastante grande como para no molestarnos, pero ella, decidida, me rozaba la polla con sus pies, haciendo que creciera.

Se incorporó un poco, y se recostó sobre mí. Comenzamos a besarnos.

  • Necesito que me folles de nuevo. Quiero más. – decía mientras nos besábamos.
  • Claro, todo lo que quieras. – le dije.
  • Salgamos de aquí, quiero hacerlo fuera. – y se levantó.

Yo pensaba en lo rico que sería volver a follármela, pero también pensaba en Sonia, en que diría si se enteraba de que estaba a solas con su amiga, follando.

  • No te preocupes. Sonia fue la que me dijo que pasara la tarde contigo, que ella está trabajando y no puede.

No hiso falta más palabras. Parecía que me había leído la mente, pero me dio igual. Salí de la bañera, y aún mojado, la abracé, y la empotré contra el gran espejo que reinaba en el baño, pegado a la pared. Sobre su espalda, mi polla terminaba de crecer. La conduje a su culo, y la pase por su agujerito, agachándome un poco para poder llegar a su coñito también. Pero ella se deshizo de mis brazos, y dándose la vuelta, se arrodilló y comenzó a comerme la polla.

El barco comenzaba a ponerse de nuevo en marcha. Visitaríamos Estambul.

Cuarta parada: Estambul, ciudad de mezquitas y aromas.

Mientras el barco navegaba por el Mediterráneo, María seguía comiéndome la polla. No puso ninguna pega a que la follase por la boca. Apretaba fuerte sus labios y yo metía y sacaba mi polla de su boca a modo de follármela. Pero unas arcadas, detuvieron el proceso. Se levantó sonriendo, y girándose de nuevo contra el cristal, abrió sus piernas y dejó que le buscara la entrada de su coño. Se la metí despacio, pero ella, girando la cabeza, solo dijo.

  • No, solo por el culo. quiero que me folles por el culo solo, cariño.

Y como para mí era lo mejor del sexo, pues accedí. Me encantaba encular a mujeres, sobre todo, vírgenes, aunque ella de virgen tenía poco, pero daba igual. Acerté a la primera y, como la noche anterior, sin oposición alguna, entró directamente hasta casi el fondo de su ano. Desde el primer momento, el ritmo fue alto. Ella apretaba su cara contra el cristal al mismo modo que gemía. La tenía fuertemente sujeta por la cintura, y era imposible que se me escapara. Estuvimos como 20 minutos a un ritmo demoledor, dejándome agotado cuando, apretándome fuerte contra ella, metí más aún mi polla y me corrí dentro de su culo. María ya había tenido un orgasmo, pero no volvió a llegar a otro. Pidiéndome que siguiera, pero por el coño ahora, saqué fuerzas de donde no las tenía, y, con un par de embestidas, terminó corriéndose hasta dejarse caer en el suelo de rodillas, llevándome con ella.

Esa noche cenamos allí, tuvimos otra sesión de sexo anal intenso, y luego ella regresó a su camarote, para descansar e ir a trabajar temprano.

Llegamos a Estambul al día siguiente. Entrada la tarde, me permití el lujo de salir a dar una vuelta para conocer la ciudad. No había visto a Sonia en todo el trayecto, ni a María. Ni trabajando ni en su camarote, donde me atreví a ir a buscarlas. La noche la pasé solo.

Por la mañana siguiente, una camarera de piso me trajo una nota de Sonia. La camarera estaba buenísima. Ojos verdosos, pelo negro, morenita de piel. Más o menos de la misma estatura que yo. No la había visto en los días que llevaba por allí en el barco. La verdad es que estaba para comérsela y follársela a la vez. Me comentaba en la nota que la habían despedido por incumplir una premisa de la tripulación, como era la de intimar con clientes. María también había sido despedida, y por lo tanto, nada más llegar a Estambul, ambas habían abandonado el barco, llevadas al aeropuerto y devueltas a España. Parecía que eran presidiarias. Me sentí bastante mal, pues la verdad es que era por mi culpa, pero….

¿Quién podría haberlas visto en mi habitación o en mi compañía?

La verdad es que a día de hoy, no lo sé todavía, y evidentemente, perdí el contacto con ambas chicas. Seguí mi viaje, y conocí a más gente, pero eso es para otra ocasión.