Crónicas de Vhaalzord - Libro 27 (final) - 4

Tras su paso por la academia de magia del Imperio Khrissa y su encuentro con la Emperatriz, Mina, Amaratha y Val continúan su viaje hacia la Torre de los Huesos

CRONICAS DE VHAALZORD

Libro - 27

Capítulo- 4

Nuestra llegada al Imperio de Khrissa resulto divertida, especialmente cuando al desembarcar pudimos observar como casi todo el mundo en el barco hacia típicos gestos de agradecimiento a sus dioses, supongo que por estar vivos. Recuerdo que no lo pudimos evitar mientras nos marchábamos, nos miramos los tres y estallamos en carcajadas. Después de este pequeño lapsus, volvimos nuevamente a ponernos serios, habíamos desembarcado en Tlegars, una importante ciudad comercial del sur de Khrissa y que se situaba justo al final de la Gran Cadena montañosa en la que estaba la Academia de Magia y al pie de la cual, en el Norte, también se encontraba la propia Capital. Tenemos los tres muy claro que la puerta debía de situarse en esas montañas, lo que no estaba igual era donde exactamente ponerla…

La situación de la Academia en esas mismas montañas era un problema, si la situábamos demasiado cerca, era fácil que alguien en algún momento incluso por pura casualidad, terminase por tropezarse con ella. Otro tanto pasaría situándola entre la Academia y la Capital, cuyos caminos eran evidentemente, muy transitados por magos Imperiales, lo cual únicamente nos dejaba dos posibles opciones… La zona sur donde estábamos, muy poco apetecible y quizá excesivamente apartada si tuviésemos que entrar en Khrissa o sus cercanías con rapidez, o bien el norte de la cadena montañosa, concretamente una especie de saliente alargado al final de esas montañas, cuyas últimas estribaciones y lomas prácticamente entraban en el desierto del reino de Nixhem, la opción más arriesgada para nosotros. Era un buen sitio, completamente desértico, con poco o nulo transito humano, alejado de cualquier ruta comercial conocida o transitada, y por eso mismo, un problema para usar la puerta, pues gente apareciendo o despareciendo en la nada, si no se hacía con sumo cuidado antes o después terminaría por llamar la atención… especialmente al servicio de inteligencia, tanto de Nixhem, como de Khrissa. Pero de entre la dos, finalmente nos decidimos por esta última.

Nada más dejar atrás la ciudad, y mientras aun podíamos decidir qué camino tomar, lance al aire una docena de halcones azules. Dos de ellos partieron de inmediato hacia la academia de magia de Khal-Tog-Kalhd, quería observar detenidamente si pasaba algo “extraño”. Otros dos de los Halcones se desplegaron vigilando nuestros alrededores, mientras que los ocho restantes se dirigían a toda velocidad a la capital, para tratar de verificar si la Emperatriz se encontraba en ella o no, y en caso de ser negativo, encontrarla. Finalmente quienes dieron con la Emperatriz fueron los dos halcones Azules enviados a la academia, en la torre más alta de esta lucia flameando al viento el estandarte con el Escudo Imperial, señalando con ello la presencia allí de la Emperatriz. Tras deliberar unos minutos entre nosotros, decidimos que la puerta de momento podía esperar, ya que nos pillaría de paso hacia la Torre de los Huesos que sería nuestra siguiente parada, y que lo mejor que podríamos hacer para no levantar revuelo, era dirigirnos hacia la academia atravesando directamente por las montañas. Si bien ese camino era más sinuoso y lento, la velocidad y resistencia de los Hrull podría compensarlo. Por esa vez, deje de lado nuestra escolta Khulgan y desplegué a nuestro alrededor únicamente Lobos Espectrales, una decena de ellos que se abrieron en abanico delante de nosotros… avanzando a toda velocidad.

Los lobos junto con los Halcones en el cielo nos sirvieron para esquivar a la mayor parte de la gente o patrullas con las que nos hubiésemos cruzado, y en las dos ocasiones en que nos topamos inevitablemente con una de estas, el sello Imperial de Khrissa que portaba obro auténticos milagros. Como únicamente permitimos vernos a los tres, no éramos sino tres magos más que se dirigían hacia la academia para presenciar de primera mano los últimos exámenes de ese año, algo de lo que por cierto, no me había dado cuenta hasta el momento en que uno de los oficiales nos preguntó si ese era nuestro fin, a lo que evidentemente, nos acogimos. Por si alguno se lo pregunta, Mina y yo por nuestros ojos negros, seguíamos usando el conjuro de desvío que obligaba a quien nos miraba a fijarse aleatoriamente en otra parte de nuestro rostro, pasando por alto la zona ocular. Tal y como llevábamos comprobando durante todo este viaje, funcionaba perfectamente, su punto débil es que una vez detectado era fácil de bloquear, pero a su vez, si no se buscaba explícitamente magia sobre nosotros, era un hechizo muy sutil de modificación propia usando el poder oscuro de Nakriss, y que pasaba completamente desapercibido aunque el mago estuviese directamente mirándonos a centímetros de nuestros rostros. Confieso también, que ninguno de nosotros confiábamos en que nos durase mucho una vez entrásemos en la academia, demasiados magos juntos, y con la emperatriz allí, muchos de ellos inspeccionando de forma constante la presencia de hasta el conjuro más nimio en su cercanía.

A menos de un día de la academia de magia, ocurrió lo que los tres nos suponíamos ya por anticipado, fuimos detectados por los magos imperiales. Yo me di cuenta como media hora antes de que tanto Mina, como Amaratha lo hiciesen, fue esta última quien lo comunico en voz alta…

  • Nos están vigilando… magos Imperiales… -dijo Amaratha.
  • Desde hace al menos diez minutos, ya he detectado tres aves diferentes siguiendo nuestros pasos –amplio Mina.
  • Lo sé, era de suponer que sucediese tras lo de Tharkand… -admití.
  • Si bueno, allí estuvo claro que el Rey de Qhorit les advirtió de nuestra llegada… -adujo Mina.
  • Y aquí está claro que Tharkand, aliado centenario de Khrissa, le ha avisado a la Emperatriz que ya estábamos de camino… -replico Amaratha sonriendo.
  • Si, y esa poco sutil referencia a las bibliotecas de la Academia marcaban de forma bastante eficaz a donde deberíamos de dirigirnos si la Emperatriz no se encontraba en la capital… -termine yo.
  • ¿Nos preparamos una escolta? –pregunto Mina.
  • No, no creo que nos haga falta, supongo que unos kilómetros antes de llegar a la academia la Emperatriz nos la proporcionara por su cuenta… y ellos nos dirigirán directo a donde se encuentre.
  • Muy probablemente… -admitió Amaratha.

Seguimos cabalgando en silencio sobre los Hrull, aunque sinceramente creo que instintivamente aceleramos el paso tras esta pequeña charla intranscendente. Efectivamente, casi acercándonos ya a las murallas que encerraban los edificios de la academia de magia nos topamos con la escolta de la Guardia Imperial que nos estaba esperando, al frente estaba el Gran Mago, presidente del Consejo Imperial de Magos y actual mano derecha de la emperatriz. Por el modo de saludar, el respeto que demostró, y el modo en que miro a Amaratha, no hizo falta ser ningún lince para saber que el Mago era plenamente consciente de quien éramos cada uno en realidad con la única excepción, Amaratha. Los tres fuimos conducidos directamente a presencia de la emperatriz, quien como anteriormente el Emperador de Tharkand, nos recibió en una sala completamente a solas, con la única excepción del Gran Mago. Antes de preguntar o decir nada, recorrí con la vista la estancia, asombrándome de lo poco que había cambiado el despacho del director de la poderosa Academia de Magia, algo que no pasó desapercibido a la Emperatriz...

  • Veo que ya conoce esta sala…
  • Si, estuve aquí hace varios cientos de años, y puedo asegurar, que los cambios que ha sufrido son mínimos… toda una sorpresa…
  • Vera que no es la única, de hecho, la academia no ha cambiado en absoluto desde la última vez que estuvo presente… y forzó el cambio en los modos de examen para el curso final… -sonrió ante mi cara de sorpresa.
  • Vaya, supongo que en algún lugar quedo constancia de mi paso…
  • Realmente no, pero una vez se conoce de cierto su implicación con mi familia desde saben los dioses cuanto, no es difícil deducir ciertas cosas en cuanto se junta varios detalles… curiosos.
  • ¿Curiosos?
  • Alguien en cierto momento de cambio drástico, salido de la nada, más poderoso que cualquier mago conocido en los archivos Imperiales, y que contó con el total apoyo del propio emperador, la cúpula del consejo de magos y dos personas, magas, muy concretas que eran poderosas por sí mismas, nada agradables, tremendamente serias, nada confiadas, nada dadas a mostrar confianza en nadie…  que sin embargo mostraron todo su apoyo por dicho profesor…
  • Vaya, veo que hizo un estudio meticuloso de esa época, aunque veo que olvido el nombre del… profesor… -sonreí.
  • Para nada, su nombre fue cuidadosamente evitado en todo documento oficial o privado de los que podían haber sabido quien era en realidad… ¿casualidad? –replico sarcástica.
  • Ya veo… -me pase la mano por la cara-, el perfecto toque de atención para cualquiera que esté buscando ciertas anomalías muy concretas. Muy inteligente por su parte, supongo que eso fue idea de Lizeth y Nhizra, debí suponer que harían algo de este estilo.
  • Si, la verdad es que ambas fueron muy inteligentes y por lo que estuve estudiando, debieron estar en total connivencia con el Emperador y el Gran Mago, para poder hacer algo así. También doy por sentado que tanto usted como yo, pensamos igual con respecto a su otra… “aportación”… -sonrió abiertamente la Emperatriz.
  • Los libros, ¿no? –se adelantó Amaratha, que llevaba unos minutos arrugando el ceño mientras la Emperatriz y yo hablábamos.
  • Si, los libros, creo que también fueron cosa de esas dos… Del mismo modo en el que cierta sala quedo protegida, y que aún hoy, sigue siendo un dolor de cabeza para cualquiera de los magos que se sientan en el Gran Consejo… -miro al Gran mago, que estaba a su lado.
  • Ciertamente Majestad, el modo en que se hizo es algo… desconcertante…
  • Entiendo que mi pequeño truco, aún sigue funcionando en esa sala… -sonreí.
  • Si, perfectamente además, gracias a él hemos conseguido evitar que la sala resultase violada y que alguno de los secretos que contiene la abandonase… Aunque también reconozco, que gracias a eso, también nosotros debemos de entrar por parejas, y dejar a otro mago en la sala de fuera para poder… “rescatar” a los que se internan en lo más profundo.
  • Esa es precisamente su misión, impedir que nadie que tenga una mínima pizca de ambición jamás pueda abandonar esa sala por sus propios medios. También veo que mis dos queridas discípulas, siguieron y dejaron perfectamente remarcado le protocolo que les sugerí para quien quisiese entrar y no morir…

No pensaba desvelar nada en absoluto, pero lo cierto es que el conjuro que use era sumamente sencillo, solo que anclado al cofre donde en su momento estuvo guardado el libro de rezos, había resultado funcionar extremadamente bien. Se trataba de un simple conjuro enmascarador con propiedades móviles y capacidad de señalizador, o dicho de otro modo, atraía sobre si la atención como si fuese algo extremadamente poderoso y que apenas podía ser contenido, pero que sin embargo, nunca permanecía en la misma posición. Estaba manchado con el “poder” arcano residual en el cofre, y lo que no tuve en cuenta, es que en cierto momento en su urdimbre, inconscientemente le di la capacidad de autoalimentarse con cualquier tipo de magia residual, ya fuese humana, Draconiana e incluso Arcana… En una academia de aprendices a mago, otra cosa no habría, pero magia residual… por cualquier sitio y filtrándose en todas direcciones. Cuando alguien entraba en la sala, el conjuro se activaba, moviéndose aleatoriamente de objeto en objeto, polarizando sobre si la atención de cualquier mago que entrase en esa sala y tuviese la más mínima ambición de lo que fuese… Provocaba el ansia de conocimiento del mago, mientras se movía de un lugar a otro, desviando constantemente la atención del hechicero de su objetivo, convirtiéndose lentamente en obsesión…

En este caso, el problema es que lograron sorprender a un “visitante”  supuestamente autorizado por la propia Emperatriz, tratando de entrar precisamente en la sala de la que estábamos hablando. Fue cuestión de suerte, pues quien lo hizo no se anduvo con preguntas o advertencias, ataco dejando al intruso inconsciente del todo, revelándose después durante el intento de interrogatorio de que era un mago, y no malo además. Por suerte, al informarse por medio del Emperador de Tharkand de que yo y mis acompañantes nos dirigíamos hacia Khrissa, la Emperatriz tuvo la suficiente inteligencia como para suspender todo tipo de posible interrogatorio o contacto del prisionero con nada, ni nadie y dejármelo enterito para mí. Ni que decir tiene que acepte en el acto, y todo el grupo nos fuimos directamente a ver al “prisionero”. Aguante las estupideces del prisionero, exactamente cuatro preguntas, tras las cuales decidí hacerle una lectura de mente… Y sí, me di perfecta cuenta de que una especie de media sonrisa se escapó de sus labios al verme “realizar” los preparativos…

Cuando enlace mi mente con la suya, me lanzo un poderos y violento ataque directamente contra mi psique, haciéndome simplemente bostezar mientras le sonreía malignamente. El ataque estaba bien planteado, y sus conjuros enlazados eran sin duda de una complejidad interesante, pero su principal activo contenía en sí mismo un problema al ser utilizado contra mi… era un conjuro Nigromántico en el que detecte leves trazas de urdimbre arcana… lo que me intereso en el acto, e hizo que en lugar de aprovechar para freírle el cerebro y entrar en su mente ahora que al atacar había quedado completamente desprotegida, esperase para poder hablar con él. Me senté delante suyo con una sonrisa torcida…

  • ¿Quieres saber porque fracaso tu ataque? –asintió-. Bien, te lo explicare, ha sido por tres motivos… -tome aire, sin dejar de sonreírle.
  • Primero has usado un conjuro nigromántico sin ser realmente un Nigromante, por lo que tan solo arrastras el alma del atacado muy cerca de los senderos de regreso. Cualquier mago medianamente competente volvería de allí en unos pocos minutos…
  • Tiempo suficiente para matarlo… -replico sarcástico mirándome desafiante.
  • Sí, eso es cierto. El segundo error, ha sido intentar usar un conjuro Nigromántico contra un Nigromante, especialmente sin serlo. Ese conjuro jamás se utiliza cuando el Nigromante que tienes enfrente es más poderoso que tú, pues puede arrastrar tu alma junto a la suya y dejarte a ti perdido en el reino de los muertos mientras el emprende el camino de regreso. Es algo muy, pero que muy peligroso eso que hiciste…
  • Pero ese no parece ser tu caso, tu solo has tenido suerte ¿verdad? – me contesto en un tono malicioso.
  • Deberías de haberte informado antes de usarlo, de quien tenías enfrente… Mi nombre, es Vhaalzord, conocido como El Nigromante y tu conocimiento en magia Nigromántica comparado con el mío, es como medir la fuerza de un niño de dos años con la de un Guerrero adulto en plena plenitud de sus facultades.
  • Mala suerte para mí, pero no sufras… Vhaalzord el Nigromante, que otros vendrán y donde yo he fallado, ellos se encargaran de todos vosotros… –replicó en tono zumbón-. ¿Empezareis pronto a torturarme entonces, ya que no me he asustado de tener frente a mí a todo un mito? –soltó una carcajada, mientras que yo me limitaba a sonreírle.
  • A pesar de todo me resultas simpático en tu ignorancia. ¿Sabes cuál es y sigue siendo aún tu tercer error, ese que hace que estés tan feliz? Pues es el dar por supuesto que vamos a ser cualquiera de nosotros quienes te interroguen… y no es así, lo harán ellos… -chasque los dedos, disfrutando con el repentino gesto de horror que se pintó en su rostro, mirándome aterrorizado mientras yo no dejaba de sonreírle, esta vez con un deje sarcástico perfectamente visible en mis labios.

Mientras hablaba con él, me di perfecta cuenta de que estaba preparado para morir, para que le hiciésemos cualquier tipo de perrería con el fin de obligarle a hablar, incluso estaba preparado para enfrentarse a una lectura mental profunda. Era consciente en todo momento de que no saldría vivo, y su triunfo final en esas condiciones, no era otro que el evitar que consiguiésemos cualquier tipo de información por su parte. Toda su aparente seguridad, su arrojo, su arrogancia y sobre todo, su aparente calma, salto por los aires cuando al chasquear yo los dedos, de la nada aparecieron cuatro Khulgan, dos guerreros que pasaron de inmediato a inmovilizarlo por los brazos, uno de sus poderosos magos y junto a mí, sacando incluso cabeza y media a sus altos guerreros, el Jefe de los Khulgan… con sus inquietantes ojos mirando fijamente al prisionero. Fue cuestión de menos de tres segundos que se pusiese a chillar como un niño pequeño histérico tras recibir el susto de su vida… Luego su aterrorizada mirada se quedó fija sobre mi… que me limite a asentir, y con la sonrisa más maligna que pude poner, le conteste a su muda pregunta de que si, que efectivamente, yo era Vhaalzord el Nigromante, y tenía la sanísima intención de divertirme con él mientras extraía de su mente, conocimiento tras conocimiento, y para ello, pensaba usar a mis “Guerreros”. No sé qué haría, pero únicamente detecte una pequeña sonda mental por parte del Mago Khulgan sobre el prisionero, pero fue más que suficiente para que este se empezase a agitar, contorsionarse, chillar y a la vez pedirme que le retirase de su mente, que el diría todo lo que quisiésemos saber.

El caso es que si, cumplió su palabra de principio a fin, nos contó todo lo que sabía, incluso llego más allá, nos informó incluso de los rumores, especulaciones y su propia opinión personal sobre todo lo que sus jefes hacían, lo cierto es que en su mente no quedo ni una brizna de información sin ser revelada voluntariamente por él. ¿Qué cómo lo es?, muy fácil, porque el Khulgan me lo confirmo tras entretenerse en destrozar su mente capa por capa, infringiéndole todo el dolor mental del mundo, mientras sus compañeros Guerreros lo hacían con el físico… Su interrogatorio nos llevó a detener a otros cuatro elementos presentes en la academia en esos momentos, y que pretendían matar a la Emperatriz en el momento del último examen de la academia, el que consideraron como más vulnerable en su férrea seguridad personal. Ni que decir tiene, que también a estos fueron mis “chicos” quienes los interrogaron, presenciándolo los mismos que con su primer compañero.

Cuando sucedió esto, estábamos presentes con los prisioneros y los Khulgan, mis compañeras, yo, la Emperatriz, el Gran Mago, su segundo, el Ministro de interior, su jefe de seguridad y tres de los mejores interrogadores del Imperio, uno de ellos un mago de edad avanzada y altamente capacitado. Excepto Mina, Amaratha y yo, el resto en un momento u otro echaron hasta las tripas al ver lo que mis Khulgan estaban haciéndole al tipo y posteriormente a su compañeros… Realmente, aquello fue sumamente instructivo, y sirvió para allanarme completamente el camino, cuando más adelante le explique a su Majestad Imperial lo que quería de ella, del Imperio Khrissa y cómo iba a hacer las cosas. Básicamente era, el aviso por su parte de modo inmediato de cualquier circunstancia relacionada con una cierta forma de magia dentro de sus fronteras o fuera, el uso por mi parte para moverme por su Imperio y aliados de su estandarte personal, junto con el mío, además del uso por mi parte de mi propia escolta… los Khulgan. Obviamente esto fue pedido con el mas almibarado lenguaje diplomático, aunque a nadie de la parte de Khrissa se le escapo, que lo expuesto  no era realmente negociable, era una decisión de sí o sí.

El interrogatorio a eso cinco, tuvo como resultado darme a conocer donde se escondía el líder de tan divertida concurrencia. Si guarida se situaba en los límites de la desértica frontera noroccidental de Nixem y el inicio de las espesas junglas del centro del continente Sur, desde siempre, un territorio escasamente vigilado por sus patrullas dada la nula presencia humana en la zona. Tras terminar los exámenes, las fiestas y la entrega de destinos a los nuevos magos imperiales, partimos hacia la capital acompañando al sequito de la emperatriz. Durante el trayecto Mina fue capaz de encontrar el lugar idóneo para la puerta, y una noche escabullirse junto con Amaratha para situarla, ocultándola posteriormente para todo el mundo, antes de regresar nuevamente al campamento. Cuando nos separamos de la Emperatriz ante las murallas de la capital, al ponernos los tres en marcha hice desplegarse tras nosotros nuestra “escolta”, tres centenares de Guerreros Khulgan junto a cuatro magos. Nuestro estandarte flameaba al viento justo al lado del estandarte de Khrissa con el escudo imperial en pleno centro. Mis espías alados mostraron las iniciales escenas de pánico entre la población ante la vista de mis “soldados”, pronto apagado por los miembros de la guardia imperial y la Propia Emperatriz, corriendo la noticia de que Vhaalzord el Nigromante, era un aliado del trono…

Confieso que nos dirigimos velozmente sobre los Hrull hacia donde sabíamos que estaba el glorioso líder de la revuelta y sus “huestes” esperanzados de que el libro de Hechizos estuviese allí, o si no, si al menos información sobre donde podía estar. Caímos sobre ellos en su campamento sin previa advertencia, el 70% de sus líderes fueron capturados con vida, mientras que el resto fue pasado a cuchillo por los Khulgan, lo cual es un modo civilizado de narrar lo que estos realmente hicieron. Ninguno de ellos pudo dar explicación alguna de como conocían algunos conjuros claramente de origen arcano, y su líder, quizá el único que hubiese podido tener la información, había sido desmembrado por un Guerrero Khulgan que se emocionó demasiado antes de recordar la orden de no matar a los líderes. Todos los capturados y luego interrogados mediante lecturas mentales, fueron posteriormente degollados, pese a que con sus mentes destrozadas no supusiesen el menor peligro.

Desde allí nos dirigimos directamente, atravesando la jungla con una escolta permanente de una treintena de Khulgan, hacia la Torre de los Huesos, en los desfiladeros de Kliwgord. Atravesar el poderoso y muy inestable Reino de Goradh (véase libro 2), el cual seguía siendo paso obligado entre océanos tras la destrucción del estrecho de Kliwgord, fue un auténtico desafío a nuestra paciencia. Algunas veces el nivel de estupidez en la gente tiende a rayar la inconsciencia. El poder del Trono de Goradh se asienta sobre el poder de sus diferentes barones, quienes suelen estar a la gresca entre ellos por el control de los pasillos de mercancías interoceánicos en sus territorios feudales. Esto hace que el trono únicamente reciba un pequeño pellizco de los beneficios, algo del todo insuficiente como para poder hacer nada contra los mucho más ricos señores.

Decir ya a estas alturas de relato, que “accidentalmente” pase por las principales posesiones y fortificaciones de los más poderosos barones camino a la Torre de los Huesos, sería del todo ridículo… Lo cierto es que dejamos a nuestro paso una senda de sangre y fuego. No hubo idiota al vernos aparecer con una “leve” escolta de una veintena de “guerreros” debidamente encapuchados, cubiertos por túnicas hasta los pies, que no tratase de “detenernos” por las malas desde el primer momento y con su grito de guerra por delante. Resultaba muy gratificante sin embargo, ver sus caras de absoluto terror, cuando las túnicas salían volando, mostrando quienes se ocultaban debajo, y no digo ya, cuando esa escasa doble decena, se convertían en un par de miles o tres de Guerreros Khulgan que lo arrasaban todo a su paso, incluyendo el pasar a cuchillo a la totalidad de las familias de los nobles que nos hacían frente. Tras el paso de nuestra pacifica comitiva por el reino de Goradh, la facción más organizada, más rica y con el ejército intacto más poderoso, era la Real. Dada la importancia comercial de Goradh en todos los continentes gracias a la ruta de paso de mercancías entre océanos por su territorio, sabía que tras mi actuación visible para todo el mundo, la noticia de mi presencia real sobre el mundo, y más importante aún, la de mi “estandarte” pasando nuevamente a sangre y fuego cuando se me oponían, se extendería por todo el mundo como si fuese una epidemia…

El trono se apresuró a reclamar de regreso a sus manos la tierras de todos los nobles masacrados por nosotros, argumentando la ausencia de descendientes por línea directa. Obviamente no todo el mundo en dicho reino estuvo de acuerdo con el Rey, y se enfrentaron a él con las armas en las manos. La guerra civil en Goradh duro cinco largos años, al final de la cual, el poder de la nobleza en el reino paso a ser meramente testimonial y sujetos a una durísima legislación con respecto a la posesión de fuerzas militares propias más allá de las meras funciones de guarnición en su fortaleza hogar. Los pequeños baluartes establecidos en las rutas de transito comercial entre océanos, antaño ocupados por las tropas de los señores feudales, fueron ocupados por tropas reales que pasaron a controlar de facto, la práctica totalidad de los impuestos generados por ellas. En los seis años siguientes al fin de la guerra civil, el Trono de Goradh se anexiono por la fuerza todos los pequeños estados que se habían independizado del mismo durante los últimos cuatrocientos años de debilidad del Trono, restableciendo el Imperio entre las fronteras de los desiertos de Nixem y los desfiladeros de Kliwgord. Reconozco también, que el ascenso e incremento de poder del Reino de Goradh, fue estrechamente vigilado por nosotros, el Imperio Khrissa y su vecino del Sur, Nixem, solo por si acaso su Rey se volvía repentinamente excesivamente ambicioso.

Aunque ciertamente en el caso de Goradh el exceso de ambición con respecto a sus vecinos era un tanto problemático para ellos de solucionar en el ámbito de nuevas conquistas. Al Sur se encontraba el reino de Nixem, feroz aliado del Imperio Khrissa, situado además completamente en uno de los desiertos más duros del mundo, lo que no es que fuese el mejor de los terrenos de lucha para las tropas de Goradh, eminentemente entrenadas para combatir en su clima tropical en un territorio repleto de junglas de extrema humedad ambiente. Al norte tenía como frontera los desfiladeros de Kliwgord, un territorio desolado y controlado por un Lich o un SemiLich, dependiendo de a que rumores se hiciesen caso. Un territorio controlado por Nigromantes, en cuyo interior los propios desfiladeros impedían el despliegue de grandes ejércitos, y donde las propias bajas tenían tendencia a volver a alzarse tras la muerte para enfrentarse a sus antiguos amigos…

Mina, Amaratha y yo nos introdujimos en los desfiladeros de Kliwgord con dos objetivos, uno encontrar un sitio adecuado donde establecer una puerta permanente, y otra, tener por mi parte una charla con el Lich. No sabía quién era o quien fue realmente, ni me preocupaba, pero por el pasaba el primer paso de mi plan para desestabilizar debilitando en el mundo la Nigromancia y dar paso a la supremacía sobre ella de la Necromancia. Ese Lich estaba obviamente loco por culpa de su miedo a ser reclamado al reino de los muertos en cualquier momento si se acercaba excesivamente a sus fronteras, pero no por ello dejaba de ser el Nigromante “vivo” más poderoso de tras de mí mismo, y erróneamente el más buscado como posible maestro por los que ambicionaban el poder sobre la muerte, algo que tenía pensado solucionar con mi visita.

CONTINUARA