Crónicas de Vhaalzord - Libro 27 (final) - 1
Una vez abierto el camino para aquellos Dragones que deseaban regresar a su Mundo de origen, me aislé junto con Mina y Amaratha en el Templo de la Isla de Nauruem para decidir entre los tres, que íbamos a hacer con este mundo que mi Padre tan magnánimamente había decidido entregarme. Entre los tres nos fijamos un plan a largo plazo para todo el Planeta
CRONICAS DE VHAALZORD
Libro - 27
Capítulo- 1
Mi primer trabajo cuando me recupere del todo de mi reciente regreso a la vida, fue la apertura de una gigantesca puerta para que los Dragones que lo deseasen retornaran a su mundo de origen, del que salieron hacia ya milenios, y a donde no pudieron regresar luego por cortesía de los Guardianes. Al final no fueron tantos como Mina y yo presuponíamos los que se marcharon, y de estos que si quisieron, tan solo uno no pudo hacerlo, el Nahkkar Rojo del reino del Sur. Se quedó el último para cruzar como responsable máximo del éxodo, pues únicamente él, el Marrón del Norte y el Gris del Sur, fueron los Nahkkar que pretendieron marcharse. Tuvo la desconsiderada idea de atacarme nada más desaparecer por la puerta el último de los viajeros, y lo hizo ante la gran mayoría de los principales, más poderosos, ancianos y sabios de los Dragones que se quedaban en ambos reinos, amén de ambas reinas y Amaratha.
Me atacó por sorpresa, pero falló, logre esquivar su ataque en el último segundo, aunque no pude evitar que me golpease de forma brutal con su cola. Solo un segundo después mi cuerpo había cambiado, y el Dragón Blanco había resurgido nuevamente… Me gustaría poder contaros una lucha épica entre ambos, pero realmente no fue nada de eso. Hasta ese momento no me había parado a pensar en ello, pero era algo de lógica, si como humano mi poder oscuro estaba restringido a la capacidad de mi frágil cuerpo para usarlo, en este nuevo estado, mi limitador era el casi invulnerable cuerpo de un Dragón Blanco, y no de uno cualquiera, sino del cuerpo del “Nishinn-tag-Nakriss”…
Pude limitarme a derrotarle y darle muerte, la honorable muerte que se esperaría de un Dragón de su posición, pero sin embargo, decidí usarlo como muestra para todos los demás, de lo que podía llegar a ocurrir si no empezaban a tomarme de verdad en serio por mí mismo, y no como una mera extensión del poder de sus reinas. Antes de esto, el 80% del respeto y temor que generaba entre la masa general de los Dragones, con las contadas excepciones de quienes si entendían de verdad lo que era yo ahora, procedía de la protección que ejercía sobre mí el poder de ambas reinas o Amaratha como Gran Alta Guardiana Dragón. Tras mi pequeña demostración con el poderoso Nahkkar Rojo, si bien el respeto independiente por mi aumento exponencialmente, fue el temor el que alcanzó cotas absolutas, tras ver como paralizaba con un conjuro al “todopoderoso” Nahkkar Rojo, para posteriormente despellejarlo vivo ante todos los presentes.
Sus restos, tras quitarle toda su durísima piel y escamas, procedí a incinerarlos con mi aliento oscuro, mientras que usando varios conjuros en las rocas, sobre el arco de la aún abierta puerta entre ambos mundos, situada junto a la puerta de paso entre los dos reinos, recree la forma de un Dragón, revistiéndola después con la piel del difunto Nahkkar Rojo a modo de recordatorio permanente para todos de quien era yo en realidad. Mientras W’xalrd, la nueva reina del Norte, miraba a su alrededor con malicia, Margatta, la Reina del Sur, me miro a mi con un leve gesto de aprobación ante mi acción. Después de unos tensos minutos, conmigo mirando tranquila y fijamente a la masa de Dragones allí presentes, cerré la puerta de comunicación entre ambos mundos, tomando de seguido la palabra Margatta para dirigirse a su “pueblo”. Comunico a todos que yo me había avenido, cosa que os juro que no recuerdo haber hecho, a reabrir la puerta una sola vez cada cien años, por si algún otro Dragón desease abandonar ese mundo para regresar al suyo de origen, pero siempre siendo consciente, de que la puerta solo funcionaria en una dirección, y jamás se podría regresar a los Reinos. Confieso que la idea no me pareció mal.
El siguiente paso "complicado" lo tuve que dar una vez fuera de los reinos Dragón, justo en el Templo de la Isla Nauruem, fue ante Amaratha y Mina. Intente explicarles a las dos lo que pretendía hacer con "mi mundo", las dos tardaron menos de cuatro minutos en tener sus brazos cruzados bajo sus pechos, y mirarme con torvas miradas de desaprobación, algo que me dejaron claro con el único vocablo que emplearon al unísono cuando me interrumpieron en la explicación de mi brillante idea. De sus labios tan solo surgió una palabra... "imbécil". Segundos después entre las dos empezaron a "sacarme de mi error" sobre mis planes, poniéndome según ellas, en perspectiva todo lo que estaba haciendo mal, empezando por lo más importante, la ausencia de lo que ambas denominaron como una planificación a largo plazo... y os aseguro que sí, que era a un plazo muy, pero que muy largo, las dos lo midieron por centenas… de años. Después de ello, Amaratha me metió casi a la fuerza una clase de “política” entre oreja y oreja…, cosa que amablemente, Mina me lo tradujo a según ella, “versión humana”.
El primer problema fueron las puertas en sí mismas, como hacerlo para que su tránsito fuese lo más seguro posible para nosotros y nuestra “vivienda final”. Al final decidimos que todas ellas fueran exclusivamente direccionadas a la sala a tal efecto del Gran Templo de Nauruem, con la excepción de las que Mina crearía en la Isla y que se enlazarían entre ellas, puertas que serían para uso de los Nauruem, cuyo hechizo de uso ambas decidieron poner exclusivamente en las manos de sus sacerdotisas. Otras puertas que violarían esta norma serían las que usaban actualmente los Mielar y que cubrían prácticamente la totalidad de sus fronteras, permitiéndoles moverse rápidamente de un sitio a otro entre ellas. La ultima excepción era una puerta "humana" enlazada con la puerta Draconiana del Reino del Norte para uso de T'ldord, a quien como uno de los máximos responsables de la Hermandad de la costa, consideramos como un elemento valioso y primera en abrir, después creamos allí mismo una segunda hacia el Templo. El resto de las que decidimos abrir por todo el mundo solo tendrían un posible destino, el Templo de Nauruem en la llamada sala de las puertas, donde anteriormente las controlaban los Guardianes.
El siguiente problema con las puertas fue decidir que conjuros se debían de facilitar a sus "usuarios", Dragones, Mielar y Nauruem. Se decidió únicamente facilitar dos conjuros, uno para poder localizarlas, y otro para viajar por ellas, con apertura y cierre de la misma tras el paso incluido en este último. Una cosa curiosa, resulto el hecho de que únicamente Mina y Amaratha eran capaces de saber en todo momento donde estaban las puertas sin necesidad de conjuro ninguno, incluso yo para ser preciso con su ubicación, debía de usar uno de localización. Otra cosa que me fue muy útil a modo de protección para el templo, es que gracias a mis nuevas habilidades como el “Nishinn-tag-Nakriss”, fui capaz de reproducir el conjuro de protección existente en el libro de rezos de Z’mall, también conocido como el Dios Loco. Si quien no debía lograse entrar por una de las puertas hacia la cámara, varios conjuros de protección se dispararían, incluido el de convocación de los Khulgan, media docena de Guerreros y un mago, que me advertiría de inmediato de su presencia en este mundo al anclarse a mi fuente de poder allá donde estuviese mientras daban buena cuenta de los intrusos.
Durante casi dos meses estuvimos moviéndonos los tres por la isla de Nauruem evitando en todo momento que estos pudiesen detectarnos, lo que ciertamente dada la potencia de los conjuros a realizar por Mina para crear las puertas no fue nada sencillo de hacer. De hecho, nos movimos con tanto sigilo que nos pasamos, ya que tardamos más de lo debido en darnos cuenta de que en la isla estaba ocurriendo algo extraño y ciertamente preocupante. Fue tras crear Mina la última de las puertas de la Isla en el Norte de la misma. Para probar su funcionamiento nos movimos hasta la que creo al principio en la parte Sur, donde casi nos dimos de bruces con una poderosa partida de Guerreros Nauruem, lo cual no hubiese llamado mi atención, de no haberme dado cuenta de que eran guerreros del Norte, lo que por otro lado me indico con bastante precisión lo que más que probablemente estaba sucediendo. Que cerca de 600 guerreros, cazadoras y sacerdotisas del Norte se encontrasen allí dispuestos para la guerra, formando una partida, solo podía significar una cosa, que nuevamente alguien estaba tratando de ocupar la única porción de costa vulnerable en la Isla.
Yo era sobradamente conocido en las aldeas próximas al templo y siempre dentro de un determinado contexto, el presentarme ante lo que suponía como cerca de 30.000 a 60.000 guerreros Nauruem en pie de guerra y convencerles de quien era no creí que resultase precisamente fácil. Pues bien, me equivoque, y todo gracias a mis dos queridas compañeras con sus consejos. Nos presentamos ante los Nauruem solicitando hablar con sus jefes, o más concretamente, pregunte por Madara directamente, la Gran Sacerdotisa encargada del Templo... lo cual inicialmente no fue muy bien, pues estuvieron a punto de tratar de ensartarnos a los tres con sus armas. ¿Por qué no lo hicieron?, pues porque recordé que en mi anterior visita con Mina y las Talkinq, se había descubierto mi gran secreto, yo era Vhaalzord el Nigromante, por lo que únicamente tuve que dejar fluir mis especiales características con libertad, para que los Nauruem presentes, cambiasen radicalmente de actitud con nosotros y nos tratasen con tacto de seda.
Estuvimos esperando junto con los Nauruem a que llegase Madara, durante ese corto espacio de tiempo todos fueron de lo más “agradables” en su trato conmigo y mis compañeras, especialmente y para disgusto de ambas, las cazadoras Nauruem que siempre había alguna de ellas que no se separaba de mí. Lo que enfadaba a Mina y Amaratha, no es que siempre hubiese alguna cerca, sino su forma de mirarme, según las dos, lo hacían con cara de bobas, arrobadas y en algunos casos con ganas de algo que de ocurrir, me iba a acordar de las dos para los restos. Fue llegar Madara, saludarnos esta con todo respeto confirmando mis afirmaciones, y el trato de los Nauruem se volvió aún más “afable” con los tres, aunque en esos instantes, mis dos “chicas” decidieron dejar claro que si alguna tenía que estar cerca, eran ellas. Consultada Madara sobre los nuevos problemas en el Sur, me informo sobre la situación tan peliaguda que tenían en la dichosa ensenada de siempre, y único punto realmente vulnerable en toda la isla de Nauruem. Le indique a Madara que por favor me guiase ante los jefes de la expedición Guerrera Nauruem para poder hacerme cargo por mí mismo del problema, dejándole muy claro en mi expresión, que lo que estaba haciendo no era exactamente una petición, y que desde luego no iba a aceptar un no como respuesta. Durante el camino, informe a Madara del nuevo sistema de puertas que mis dos compañeras habían implantado por toda la isla para facilitarles los desplazamientos, y las condiciones que tendrían que aceptar para que ellas dos les enseñasen el modo de poder usarlas en beneficio de su pueblo.
Según Madara en el Sur, cerca del problema se habían juntado ya unos 43.000 Nauruem entre Guerreros, Cazadoras, sacerdotisas y hechiceros, ya que el alto consejo de jefes había decidido no dar cuartel si tras la única advertencia de que dejasen su territorio los extranjeros no se marchaban. Por mi parte no dije nada, pero no estaba nada de acuerdo con ese planteamiento, porque mi intención era solucionar el problema yo mismo y desde luego, no pensaba hacerle a nadie la menor advertencia. En todo el mundo, y especialmente en los Archipiélagos, cualquier gobierno por muy bisoño que fuese, sabía dos cosas primordiales sobre la Isla de Nauruem más allá de sus posibles riquezas económicas. Primero que estratégicamente tenía una situación de primer orden en los Archipiélagos, y la segunda que era territorio prohibido para los extranjeros, por lo que el tratar de establecer en ella cualquier tipo de asentamiento por pequeño que fuese, significaría automáticamente la guerra con sus habitantes, los cuales no daban cuartel a nadie que entrara sin su permiso.
Los invasores procedían de la cada vez más pujante y poderosa Republica de Malkards, que ocupaba la totalidad del archipiélago de su mismo nombre, unas treinta islas. Su capital era Maslech, un sitio donde ya estuve en el pasado. En esa época estuve en Maslech como oficial de un barco de Guerra del reino de Khirland, El Dragón del Mar (Véase libro 15), y desde luego nada parecía presagiar en esa época que el archipiélago llegase a poder hacer sombra algún día al poderoso Quorit. Desgraciadamente para ellos, en su rápido intento de expansión Naval y de fortalecer sus posiciones en las rutas comerciales, habían dado el nefasto paso de “molestar” en la isla de Nauruem. Ahora para su desgracia, iban a pagar por ello.
Mis Halcones Azules me mostraron el sur de la isla y como se estaban desarrollando las cosas, haciendo hincapié en lo que estaban construyendo, realizándolo a un ritmo realmente frenético. Después de esto, expandí el radio de vigilancia sobre la ruta más directa entre Nauruem y el Archipiélago de Malkards hasta que encontré lo que buscaba, o mejor dicho, lo que ya sospechaba al ver los trabajos y la nueva base. Lo bueno para mi es que los Malkards aún no tenían ni idea de la que se les estaba viniendo encima con los Nauruem, ya que el grueso de sus guerreros se mantenían alejados, y cualquier patrulla que mandaban a la Jungla, se mantenían siempre dentro de un rango lo suficientemente cercano a su base como para poder retroceder a toda velocidad a la menor señal de presencia Nauruem. Los exploradores Nauruem prácticamente siempre andaban moviéndose bajo las mismísimas narices de las patrullas Malkards sin que estos fuesen capaces de detectarlos.
El reunirnos con el resto de la fuerza de guerreros Nauruem era un serio problema para mis planes, aunque por otro lado, la presencia de esa misma fuerza, me podía ser muy útil, y ambas cosas bajo las mismas circunstancias. Para acabar con los Malkards era evidente que pensaba convocar a los Magos Khulgan y a través de estos, como siempre, varios miles de sus Guerreros. La presencia tan cercana a los Khulgan de tantos miles de guerreros Nauruem no era nada bueno. Aunque también era cierto, que una exhibición de nuestro poder por mi parte y la de mis dos compañeras delante de tantos Nauruem, era algo que nos podía venir muy bien en nuestros planes para la isla. Mi idea original se desarrollaba en dos fases interrelacionadas y que debían de ser puestas en práctica a la vez, todo ello claro, cuando solucionásemos lo de los Nauruem.
Mi intención era terminar con los Malkards, y pensaba hacerlo de un modo que fuese esclarecedor para las demás naciones sobre el serio inconveniente que suponía poner un pie en Nauruem sin permiso. De la primera fase me iba a encargar yo personalmente, mientras que de la segunda, serian Mina y Amaratha quienes e hiciesen cargo. Por un lado ya a estas alturas había en la semiconstruida fortaleza unos 1.500 soldados Malkards junto con aproximadamente 5.400 Mercenarios de distinta procedencia. Después estaba la potente Flota Malkards, la cual estimaba que, dado que le hacía frente a Quorit y visto el número de barcos, casi la práctica totalidad de esta parecía estar dirigiéndose hacia Nauruem cargada de soldados mientras que escolta a un importantísimo numero de naves comerciales, las cuales parecían llevar más material de construcción para reforzar los aun débiles muros de la fortaleza. De esta enorme flota se iban a encargar Mina y Amaratha, mi intención era que desatasen una tempestad una vez que la enorme flota estuviese ocupada "descargando".
La Flota Malkards estimaba que tardaría aun unos diez o doce días en arribar su nueva base en la isla, a Mina y Amaratha les llevaría unos nueve días el preparar todo lo necesario para desencadenar la Tempestad sin causar una catástrofe en ningún otro lugar del mundo al alterar la climatología. Por mi parte, pensaba emplear esos días en dejar claras las condiciones de uso de las puertas y usar las debidas demostraciones para aprovechar a devolver varios miles de Guerreros Nauruem a sus aldeas de origen, mi intención final era reducir su número hasta un máximo de unos 22 a 24 mil. Fue realmente peliagudo el conseguirlo, ya que obviamente, nadie quería perderse el espectáculo de la destrucción de su enemigos. Lo que yo no fui capaz de conseguir en unas negociaciones con los jefes y principales Nauruem en cinco días de negociaciones, lo hizo Mina con tan solo una frase, "haz que se lo expliquen los propios Khulgan"... y eso mismo fue lo que hice. Sesenta Guerreros y diez magos hicieron su aparición dentro del campamento Nauruem junto a mí, con sus armas en las manos, listos para matar a una simple orden mía. Surgieron sembrando el terror a su paso con su sola presencia, por fortuna nadie hizo siquiera la menor intención de mostrarse agresivo con los Khulgan, y no hubo nada más allá del susto inicial.
De ese modo hice ver al improvisado consejo Nauruem, de los problemas que podrían surgir con tantos de sus guerreros tan cerca de varios miles de Khulgan en caso de que alguno perdiese los nervios e hiciese alguna estupidez, no hay nada más grafico que un enorme guerrero Khulgan con un hacha ante tus morros, mirándote con evidentes ganas de partirte por la mitad. Tras eso nadie se volvió a oponer a una drástica reducción de guerreros, cazadoras, hechiceros y sanadoras presentes. La siguiente discusión llego con una pregunta de Mina y Amaratha, al preguntarme como exactamente pensaba comenzar mi "ataque" contra los Malkards, y la idea de que me presentase en solitario ante sus "murallas" aun a medio terminar para darles un ultimátum no les pareció nada oportuna. Según la dos, con enviarles directamente a los Khulgan en bloque para que los eliminase sería más que suficiente declaración del porque no era ninguna buena idea enviar tropas a la Isla. Lo cierto es que podría haber sido también una buena opción, pero dado lo inteligentes que habían sido los Malkards en sus para mi más que evidentes planes, yo quería a la vez hacer una declaración de principios sobre mi nivel de involucración con la isla de Nauruem y sus temibles habitantes.
Dos días antes de la llegada de la poderosa flota Malkards, hice mi aparición ante las aun inacabadas murallas de la fortaleza del sur de la isla. Al acercarme pude apreciar el modo tan inteligente de construirla. Sus muros formaban una “U”, pero invertida, y con la única puerta de acceso en la parte más profunda de sus muros, los cuales estaban construidos de modo que el único modo de atacarlos fuese en ese cuello de botella, con las altas murallas en sus laterales. Los Malkards aceptando el incremento de costes que les supondría la fuerte guarnición que tendrían que mantener allí, habían conseguido minimizar al máximo la enorme ventaja numérica que les sacarían los Nauruem en caso de ataque. Por su idiosincrasia y su misma forma de pensar, los guerreros Nauruem no estaban en absoluto preparados para atacar de forma eficaz ese diseño de fortificación. Pero para total desgracia de los Malkards, quienes iban a asaltar sus muros no serían los Nauruem, sino mis Guerreros Khulgan… previa apertura de brechas en los muros por parte de sus magos. Sonreí ante la idea, ya que de querer podría incluso convocarlos dentro de las defensas, pero en bien del espectáculo, les serviría a mis aliados un ejemplo práctico de que hacer en una circunstancia similar…
Como digo, me presente ante los muros de la fortaleza, aunque no lo bastante cerca como para permitirles hacer una salida con una mínima posibilidad de éxito de capturarme o tratar de ensartarme con saetas o flechas. Amplificando mi voz con un conjuro les di un ultimátum, o cuando llegase su flota reembarcaban y se marchaban, o me encargaría personalmente de destruirles a todos ellos. En esos instantes, tras de mi hizo su aparición casi al completo la fuerza de Guerreros y Cazadoras Nauruem como respaldando mis palabras, al frente se encontraban Madara, Mina y Amaratha. Si bien la presencia de más de veinte mil Nauruem debía de preocupar a los defensores, lo cierto es que según lo que mis halcones me mostraron, estos estaban más que preparados para semejante eventualidad. Una vez desaparecimos de su vista, tal y como supuse que ocurriría cuando las divise en su puerto, las dos pequeñas pinazas costeras con las que contaban empezaron a hacer preparativos para zarpar…
Tres horas después, estas partieron llevando en su interior una docena de mercenarios cada una y media docena de marineros, cada una fue en una dirección distinta iniciando el bordeo de la isla. Con mis halcones seguí el rumbo de ambas. A mi modo de ver estaba clara su misión, desembarcar a los mercenarios y atacar las “desprotegidas” aldeas de los Nauruem más cercanas a la costa. Tan solo tendrían que echar el ancla en algún sitio cercano a costa, y los mercenarios se trasladarían a la isla desde el bote que cada una de las pinazas arrastraba tras de sí. Igual que yo usaba los halcones Azules, sin duda alguno de los magos presentes en la fortaleza Malkards, había hecho algo similar para localizar aldeas Nauruem. La teoría era simple, si los guerreros y cazadoras estaban en el sur, la zona central y norte de la isla estaría desprotegida, con sus aldeas vulnerables a los guerreros que se desembarcasen en sus costas. Para su desgracia había dos pequeños detalles que desconocían, primero que gracias a nosotros tan solo poco menos de un tercio del total de fuerzas Nauruem se encontraban presentes en el Sur, y que junto con nuestra presencia, acabábamos de habilitar puertas mágicas por toda la isla.
Reconozco, que un poco inocentemente por mi parte, estaba esperando a saber dónde desembarcarían exactamente para iniciar su caza, y no vigile adecuadamente a mis dos compañeras, que obviamente, tenían ideas propias. Mientras Mina se mostraba de lo más participativa conmigo y los jefes Nauruem en el modo en que trataríamos a esos mercenarios en cuento desembarcaran, Amaratha se internó en la jungla acompañada de Madara y tres de sus acolitas de la aldea presentes en el campamento. En el pasado, a las responsables del Gran Consejo de sanadoras y a la representante de este en la Aldea del Templo, la Gran Jorka les legó dos importantes secretos para el futuro. El primero quedo al descubierto la vez anterior que estuve, que yo era en realidad Vhaalzord el Nigromante. El segundo, fue la real existencia de los Dragones y la ley de estos que marcaba que todo el que conociese su existencia debía de morir. No sé, ni he sabido nunca, como es que Amaratha conocía esos hechos, pero fue el motivo de llevarse con ella a Madara y las acolitas, darles un nuevo baño de realidad… Ambas pinazas y sus botes junto con la totalidad de sus ocupantes resultaron destruidos por un poderoso Dragón Reina, que dejo caer su fuego oscuro sobre ellos. Obviamente mis halcones fueron fieles testigos del hecho, mostrándome lo sucedido, de igual modo, cuando el Dragón recupero su forma humana ante las otras cuatro mujeres.
Amaratha acababa de reafirmar ante Madara y sus tres acolitas, el más profundo secreto del que las principales sanadoras eran todavía guardianas, incluso recordándoles a las cuatro al transformase nuevamente en humana, lo que la Ley Draconiana marcaba para los conocedores de dicho secreto. Cuando la vi, entendí que a la pobre Madara poco menos que debía de estar dándole vueltas la cabeza, ya que según lo que hablamos cuando nos encontramos, en el templo viviríamos Vhaalzord el Nigromante junto con la Bruja Roja y otra maga, de quien acababa de descubrir, que en realidad era uno de los míticos Dragones de las leyendas envuelta en su “mascara” humana. Cuando la note más tranquila, me senté frente a ella…
- No interferiremos en vuestras vidas más allá de lo que vosotros nos permitáis. Tal y como establecí en su tiempo con Jorka, las condiciones siguen siendo las mismas, vosotros cuidáis el Templo por mí de posibles intrusos, y cuando me necesitéis, yo acudiré a defender la Isla junto a vosotros de cualquier peligro.
- ¿Por qué?, no nos necesitáis, al menos no realmente, entre tus compañeras y tu tenéis la fuerza necesaria incluso para terminar con todo mi pueblo de quererlo de ese modo. Ellas son quienes son, y tú eres quien eres, cualquiera por separado podría hacerlo…
- Si, tienes toda la razón en eso, cualquiera de los tres podríamos hacerlo. Madara, esta es vuestra Isla, es vuestra tierra ancestral, con una única excepción, el Templo, que es mío. Yo y mis compañeras os respetamos como pueblo, vosotros nos respetáis como habitantes del Templo, y juntos, defenderemos ante cualquiera la Isla de Nauruem.
- Pero no es eso lo que está pasando aquí y ahora, no vamos a defender Nauruem juntos… -declaro muy seria Madara.
- No, es cierto, dentro de dos días, únicamente yo seré quien la defienda. Si vosotros atacarais con todos vuestros guerreros, hoy por hoy terminaríais ganando y expulsándolos, pero a un coste tal de vidas, que esa victoria será casi como sentenciar la independencia de esta isla a muerte.
- La forma de las murallas que están construyendo, ¿no? –indagó.
- Te diste cuenta… ¿no entiendo entonces como los jefes Guerreros planeaban ese ataque?
- Pues porque soy Sanadora, no Cazadora, aunque no sé muy bien el porqué, sí que se, que esa forma tan extraña y estúpida de construir que han hecho, no ha sido casualidad, sino que es una trampa.
- ¿Ves aquellos dos árboles de la izquierda? –le señale los árboles en cuestión.
- Si, los veo… -replico mirándome con curiosidad.
- Entre ambos únicamente entrarían a la vez… ¿Cuántos?, ¿diez guerreros nada más quizá…? –deje flotar la idea ante Madara, que asentía pensativa.
- Ahora lo veo claro, si los defensores son veinte, y los Nauruem solo pueden entrar entre los dos árboles, daría igual que fuésemos miles, solo diez cada vez podrían enfrentarse a los enemigos… sería una matanza sin sentido hacer algo así –suspiro al terminar-, aunque ganásemos.
- Es más complejo, pero si, esa es la idea básica de ese modo de construcción… Por eso mismo, en virtud de nuestro acuerdo y por mis propias razones personales, voy a ser yo quien esta vez los haga frente…
- Pero también quedara claro que tu estas en esta isla… -el rostro de Madara se ilumino al entender-, eso es, ¿no?. Quien quiera atacar en un futuro Nauruem, también deberá de tener en cuenta la presencia en la Isla de Vhaalzord el Nigromante…
- Ese es otro de mis motivos, si… Digamos y dejémoslo así, que no deseo volver a tener este tipo de problemas en Nauruem en un futuro relativamente cercano, y voy a dejar claro lo que le ocurre a quien no es bienvenido.
Dos días después de esto, el horizonte del Sur de la Isla aparecía plagado de mástiles de barcos de todo tipo, desde los que no cesaban de hacer viajes las chalupas de los mismos hasta el aun pequeño puerto. Únicamente una Quinquerreme y dos birremes habían podido amarrar en él. En el navío de mayor tamaño, en lo alto de su palo mayor, se veía hondear el estandarte de Malkards, y justo bajo este, el banderín que designaba al barco como el insignia de la Flota. Empecé los preparativos, di instrucciones específicas sobre lo que quería que hiciesen los Nauruem, ya que mis dos compañeras permanecerían en todo momento junto a mí, el que sería el lugar más protegido de toda la isla cuando todo empezase. Los escudos de ambas serian anclados a mi fuente interna de poder, ya que para lo que debían de hacer, ninguna se podía permitir la menor distracción, siendo yo en encargado de la defensa de los tres cuando empezase “el baile”. Por otro lado, una vez que empezase todo, los 23.600 Nauruem presentes, tanto guerreros como cazadoras, formarían un muro semicircular de costa a costa en grupos de cien alrededor de la fortificación Malkards encargados de terminar con cualquiera que escapase a través de la línea de ataque de los Khulgan… Me sonreí sin poder evitarlo ante semejante idea, pues “nada” vivo escapaba nunca de los Khulgan y sus ansias de matar…
Al llegar el fin del plazo señalado, me presente justo sobre la misma posición de la vez anterior, solo que en esta ocasión no iba solo, Mina y Amaratha me acompañaban. Del mismo modo, al fondo del todo, justo en las lindes de la jungla, una línea compacta de Guerreros y Cazadoras Nauruem hicieron su aparición, mostrando un cerco completo de la fortaleza. Nuevamente y por última vez, amplificando mi voz mediante un conjuro, inste a los presentes en la fortaleza, así como a todo Malkards embarcado, a retirarse de Nauruem y volver vivo a su propia tierra. Mi ultimátum fue contestado por una nube de flechas que quedaron cortas y el atronador ruido de las carcajadas de varios miles de gargantas. Tan solo treinta segundos después de que estas cesaran, fueron sustituidas por el atronador ruido de varios miles de voces chillando asustadas ante lo que se les venía encima ante sus cada vez más aterrados ojos…
Me identifique ante los Malkards como Vhaalzord el Nigromante, lo que arrecio las carcajadas, y cuando estas cesaron, lance contra ellos a más de 5.000 Guerreros Khulgan y cerca de 300 Magos, con una única orden… “nadie debe de sobrevivir”, la cual hice perfectamente audible para los defensores… Y en ese mismo momento, cuando mis palabras terminaron, una violenta tempestad estalló de repente en alta mar, avanzando rápidamente hacia la costa, sobre la desprevenida y vulnerable flota Malkards...
CONTINUARA