Crónicas de Vhaalzord - Libro 17 - 2

Val continua averiguando cosas y llevándose sorpresas. Finalmente abandona el Reino Dragón del Sur con destino al Imperio Khrissa… en el Continente Sur.

CRONICAS DE VHAALZORD

Libro - 17

Capitulo- 2

Después de lo que pasó en la gran sala, con la ayuda de Amaratha, logré saber cuándo me pasaba todo aquello de los ojos, los zarcillos, etc. Tras hacer varias pruebas los dos solos, no supuso ninguna gran sorpresa, sucedía en cuanto concentraba cierta cantidad de poder de Nakriss sobre mí, entonces, automáticamente, mis ojos se transformaban y esos zarcillos protectores aparecían sin que por el momento fuese capaz de controlar ninguna de las dos cosas.

Una característica de esos ojos era que se parecían mucho a mis Ojos de Dragón, si me concentraba un poco con ellos me permitían ver las urdimbres mágicas, con la diferencia de que aun no conociendo el conjuro, si que podía percibir su uso general, si era defensivo, ofensivo ígneo, ofensivo energético, etc… También veía todos sus puntos débiles, lo que me podía ser de gran utilidad. Aclaro que una cosa era saber su uso general viendo además sus puntos débiles, y otra muy diferente neutralizarlo. Evidentemente suponía una gran ventaja saberlo, ya que lo que si te permitía era crear barreras especificas para ello antes de recibir el ataque en el caso de los ofensivos, o al revés, preparar algún ataque con el que el escudo del adversario fuese más o menos ineficaz golpeando directamente sobre sus puntos débiles.

Otra cosa de la que hablé con Amaratha, también a solas, fue sobre esa “raza eterna” o “raza perdida” como la llamaron R’halrhaz y Shless. Por lo que me dijo Amaratha, era una raza de presuntos inmortales, o al menos, una raza de seres a los que nos se les podía matar, ya que según lo que ellos sabían, siempre regresaban… exactamente igual que yo, que casualidad. Por fin empezaba a entender la consternación de Shless cuando se enteró por primera vez de tan curioso detalle sobre mí, y también, el porqué R’halrhaz había sido tan reticente a que ningún otro Dragón lo conociese, aunque supongo que eso no incluiría a su Reina. Otra particularidad eran sus ojos y su poder, los ojos eran como ahora los míos cuando lo convocaban, y su poder, bueno, según parece los Dragones nunca supieron de donde procedía, aunque tenían sus sospechas. Ahora, viendo de donde lo hacia el mío, ya no les era muy complicado saber por fin de donde procedía también el de ellos, directamente de Nakriss.

Más peliagudo fue lo siguiente que me contó. Por lo visto, los más poderosos de entre la raza Eterna o perdida, como se la conocía, eran una especie de guardianes de los portales, de ahí según ella, el que Amaratha me denominase como “Un Guardián”… Y si, ni puta idea de a qué se refería, de modo que le pedí que me lo aclarase, y por fortuna para mí, lo hizo… bueno…, más o menos. Según lo que Amaratha sabia, los portales son sitios especiales en el mundo, desde donde se puede pasar de un plano o mundo, a otro diferente, lo que me recordó las escenas que vi en el Templo cuando los Dragones y los Humanos derrotaron a los Arcanos. Según parecía, esa raza misteriosa dominaba a voluntad esos portales, podía abrirlos y cerrarlos cuando querían, permitiendo el paso de criaturas entre mundos o viajar ellos mismos por ellos. De hecho, tanto Dragones, como Humanos, como Arcanos, según parece, fueron colonizadores aquí, quedándose atascados en este lugar cuando la raza misteriosa desapareció.

También ahora me empezaba a hacer una idea de porque el Dios Loco quiso convertirme en su Avatar… Según Amaratha, nadie jamás logró volver a pasar a otro plano fuera del exacto momento de la conjunción de las lunas tras la desaparición de la raza misteriosa, con la excepción de los últimos Arcanos que lograron escapar de una muerte segura de ese modo, aunque por lo que me dijo, los Dragones no sabían exactamente como podían haberlo logrado. Yo sí que lo sabía por mis visiones, fue en unas circunstancias y un lugar muy preciso, algo que nunca volvería a darse al no existir ningún Arcano del que poder usar su sangre en el ritual. Sin embargo, sí que había alguien que había logrado viajar por sus medios a otro plano sin necesidad de ningún ritual de ningún tipo, yo mismo, cuando me presente ante el Dios Loco, aunque no tenía ni idea de cómo lo hice, y sinceramente, cada vez lo tenía menos claro. Pero lo único cierto es que yo si viaje entre planos, posiblemente por eso quiso convertirme Z’mall o el Dios Loco, en su avatar, para poder dominar de ese modo las llamadas “puertas” y no como creía hasta el momento, que era para poder revivir en este mundo.

Otra sorpresa me la dio Amaratha al confesarme que ni la mitad de todo esto lo sabia ningún otro ser vivió en este mundo. Ella como Reina Dragón tenia los conocimientos ancestrales de su Raza al nacer, y su impresión, o nacimiento empático conmigo, le había permitido conocer muchas cosas que permanecían según ella, ocultas en lo más recóndito de mi mente, de hecho, y para ser completamente sincero, me demostró o más bien, me mostro algo que me hizo confiar plenamente en ella, me reveló su mayor y mas oculto secreto ante los de su raza.

Según parece, desde mi primera aparición solo años después, cuando salí del pozo de lava convertido en un anciano, ella supo en todo momento lo que había pasado conmigo, incluido que mi muerte fue debida a mi llamada al Señor de los Khulgan, pero mas allá de todo eso, que esa “muerte” me era necesaria para superar el estado de Shaddin-Nur, para por lo que me dijo, estar completo. Desde el mismo instante de mi nueva muerte, Amaratha se encontró inmersa en algo que la aterrorizó, solo la salvó de la locura el leve contacto que aún mantenía con mi mente o con mi alma, eso era algo que tampoco tenía muy claro… Su poder Draconiano desapareció repentinamente, de golpe, en un solo instante. Ahora mismo, en realidad, volvía a tener su poder, con mayor capacidad interior incluso que antes, pero lo que tenía en estos momentos no era poder Draconiano, sino el poder de Nakriss circulando en su interior. Durante los tres siguientes meses, me estuvo enseñando a usar los diferentes espectros del poder puro de Nakriss…, bueno, en realidad, solo un espectro, el Draconiano. El asunto de los espectros de poder me los explicó usando un símil muy válido, el de los colores de un Arco Iris, en el que cada color es un espectro del total.

Amaratha me enseño a usar el espectro del poder Draconiano, lo que no me hizo luego nada difícil, ser capaz también de usar el espectro Arcano, o el humano, incluso combinar dos de ellos o los tres. Existían más posibles espectros de poder inmersos en la magia de Nakriss, pero entenderéis, que ya tenía suficientes dolores de cabeza como para encima crearme más. La diferencia entre Amaratha y yo, es que ella no podía usar el poder de Nakriss sin ponerse en peligro, corría el riesgo de sufrir muchísimos daños físicos si usaba mucha cantidad, o de forma muy continuada por su característica “corrosiva”, problema que por lo que parecía, yo no sufría en absoluto. No la mataría pues en ese aspecto estaba a salvo, quizá incluso protegida por la propia Nakriss, pero sí que la haría sufrir terriblemente.

Otra cosa que me quedo clara hablando con Amaratha es que el que poseía el poder de Nakriss definitivamente era mortal, ella era un Dragón y era plenamente consciente de que nada podría matarla, por muchos daños que la causasen incluido por el uso del poder de Nakriss, tenía por delante una longevidad larguísima en la que moriría de muerte natural, lo que la hizo perder la practica inmortalidad de su raza, invirtiendo sus características particulares como Dragón, ese fue su pago por tener ese poder. Yo por lógica debía de estar en la misma situación, debía de existir alguna forma de que yo muriese definitivamente igual que pasaba con ella, ¿pero cuál?

Durante este periodo de entrenamiento descubrimos que cuando concentraba determinada cantidad, no muy alta además, del poder puro de Nakriss, tanto mis ojos negros como los zarcillos rodeándome aparecían como ya sabíamos, la sorpresa desagradable fue que no había forma de poder actuar contra ellos o camuflarlos con algún conjuro. Los zarcillos más o menos podía restringirlos con mi voluntad, aunque no ocultarlos del todo, pero los ojos… Estos parecían absorber cualquier magia que usase contra o en ellos, nada funcionaba, ningún conjuro aguantaba más allá del medio segundo.

La única forma de evitar estas presencias sobre mí era usar únicamente un espectro de la magia o como mucho dos de los que conocía en cualquiera de sus combinaciones, Humana, Draconiana o Arcana. Otro descubrimiento fue que de combinar los tres, me situaba excesivamente cerca del nivel de Nakriss, siendo muy fácil que terminase usando su poder, esa era la razón de limitarme únicamente a dos de ellos a la vez. Otro inconveniente de esto, es que usar un solo espectro supone emplear más tiempo en el conjuro, y que este sea menos poderoso que de usar directamente el poder total de Nakriss.

Tres días antes de partir del Reino Dragón del Sur, tuve mi última conversación con Amaratha… Estaba sentado en una roca, a la orilla en un pequeño lago, bajo la sombra de un gigantesco árbol de más de 80 metros de altura, cuando se acerco a mí un enorme Dragón Dorado.

  • ¿En qué piensas? –preguntó la Reina.

  • En Nakriss –respondí muy serio.

  • ¿Y en tu muerte definitiva quizá?

  • ¿Sabes también eso? –le pregunté un poco sorprendido.

  • Sí, creo que no has entendido lo que significa la impresión entre los de nuestra raza, la empatía es muy profunda, al punto de influirnos mutuamente, igual que tú y yo. Siento tus deseos de morir, lo que hace que me alegre de no ser inmortal o casi, como los de mi raza.

  • Lo siento –dije.

  • No lo hagas, no es culpa tuya, tú no tienes voz en esto, igual que yo.

  • No entiendo –dije mirándola.

  • Sospecho que nuestra mutua impresión o empatía, como lo prefieras llamar, no fue muy natural que digamos. Eso es algo que jamás se había dado con ningún humano que yo sepa, pero desde luego incluso entre nosotros, entre Dragones, jamás a este nivel que tenemos tu y yo… tengo ciertas dudas… -dijo mientras adquiría forma humana y se sentaba a mi lado.

  • Nakriss otra vez, ¿no?

  • Si, así es, temo que fuese cosa de Nakriss. Sabes, después de todo esto que te he contado, y que en gran parte he sabido por ti, tengo algunas sospechas sobre algo que no me gusta…

  • Crees que la propia Nakriss o quizá solo su poder, pueda ser un ente vivo de algún tipo, ¿no? –dije mirándola.

  • ¿Tu también? –vi que se sobresalto, mirándome con genuina sorpresa. Estaba claro que Amaratha era completamente diferente.

  • Jajajajajajaja, Amaratha, llevo más de dos mil años andando por el mundo, no tengo vuestros conocimientos ancestrales, pero ya hay pocas cosas que logren sorprenderme… y de las que lo hacen, me recupero rápido…

  • ¿Cómo tus ojos o tu transformación en más que un Shaddin-Nur? –pregunto irónica.

  • Jajajajaja, si, como eso, hay poco que me sorprenda como lo ha hecho eso precisamente… Tu ganas Amaratha, punto para ti –dije riéndome, haciendo que ella también se echase a reír.

  • Cuando tú partas al mundo humano yo regresare al Reino del Norte, me dedicare a investigar en nuestras bibliotecas… Ahora tras tu nuevo despertar, creo que pueda comprender muchas cosas que antes no entendía.

  • ¿Bibliotecas? –la mire muy sorprendido.

  • Jajajajaja, de nuevo vuelvo a ganarte, jajajajajaja –se rió con ganas-, si, bibliotecas, o quizá sería más correcto decir, que son algo muy parecido a eso que tú conoces con ese nombre. Y no –negó anticipándose a mi pregunta- no puedes acceder a ellas, ni siquiera yo como Reina podría romper esa prohibición. Solo las Reinas y los Nahkkar podemos acceder a ellas.

  • Entiendo –asentí aceptándolo-. ¿Qué es lo que crees que entenderás ahora que antes no entendías? –pregunté curioso.

  • El lenguaje de la Raza Misteriosa –dijo levantándose.

  • Pero… -me interrumpió con un beso en la mejilla.

  • Tú lo hablas y lo entiendes, o por lo menos su subconsciente en lo más profundo de tu mente. Cuando despertaste tras salir del pozo de lava, nuestra empatía hizo que yo también adquiriese ese conocimiento, o al menos una parte de él, junto con el poder Oscuro de Nakriss –dijo en tono lúgubre-. Aun así, aún en el caso de que conociese su idioma a la perfección por ti, créeme que no he adquirido ni el 1% de los conocimientos que sin saberlo, almacenas en la parte más profunda de tu subconsciente.

  • ¿Cómo podría acceder a ellos? –pregunté a mi vez, también con voz lúgubre.

  • No lo sé Vhaalzord, no tengo ni idea de cómo hacerlo –se encogió de hombros con un gesto muy humano-. ¿Quieres acceder a ellos para saber cómo puedes morir, no? –preguntó.

  • Si, realmente sí, eso es lo que más me interesa por el momento –sostuve su mirada, sus ojos se habían vuelto de color ámbar intenso.

  • Refrena tus ansias por morir… No creo que sea tan simple, ni para ti, ni para mi… -dijo enfadada-, parece que no pienses antes de hablar.

  • ¿A qué te refieres? –pregunte perplejo.

  • Me refiero a que Nakriss nos unió incluso antes de otorgarnos su poder a los dos, y que lo único que no le está permitido conceder a nadie es la inmortalidad. Créeme si te digo que si es un ente vivo como sospechamos, dudo mucho que esto lo haya hecho de modo gratuito, ha tardado mucho en tenerte en sus manos como para permitir que mueras a las primeras de cambio por algún estúpido error o coincidencia.

  • Pero tú has dicho que no puede conceder la inmortalidad, que eso es imposible para ello, y eso, es uno de los pocos conocimientos que sabemos en todo esto con respecto a ella, en el que estamos seguros que es así.

  • Si, pero parece que no te des cuenta de la situación, a ti te atravesó el pecho un guerrero Khulgan. Te mató cuando estabas sin ningún poder mágico, y sin embargo, regresaste de nuevo…  otra vez más. Ves a lo que me refiero Vhaalzord, técnicamente se cumplen las condiciones de Nakriss puesto que no eres inmortal, puedes morir, aunque después regreses una y otra vez, exactamente igual que por lo que se hacías ya de antes. Date cuenta de que con eso, como te digo, se cumple la norma de Nakriss de no otorgar la inmortalidad a nadie que adquiera su poder, puesto que “SI” puedes morir –dijo poniendo una entonación especial-.

  • Entiendo –dije pensativo-, pero antes mi anclaje era el espíritu del Dios Loco de mi interior, al estar en otro plano como ahora sabemos, sospecho que era lo que me impedía morir… Pero… ¿y ahora?, ya no está conmigo –mire sobresaltado a Amaratha al ver su cara.

  • Es posible…, pero puede ser que ahora yo sea tu anclaje… -levantó la mano antes de que pudiese hablar-. No te aceleres, no será tan fácil como morir los dos a la vez, a mi no me pueden matar de ningún modo ya que el propio poder de Nakriss que poseo lo impediría aunque paradójicamente, si lo usase, también me cause importantes daños. Pero morir, lo que se dice morir, solo moriré de vejez, dentro de mil o dos mil años, quizá puede que incluso más, y créeme que aún así, no pienso que todo esto sea tan fácil como que yo muera, tú te suicides a la vez y ambos podamos descansar en paz –meneo la cabeza-. Créeme que no, por lo que voy conociendo de Nakriss, no será algo tan chapucero…

  • Por eso quieres mirar en vuestras bibliotecas… -la mire a los ojos-, tu también deseas descansar algún día, puede que incluso influida por mí, ¿no?

  • Si… a las dos preguntas. Puede que sea influida por ti como dices, pero lo cierto es que no me veo como mi raza, viviendo miles de vuestros años sin nada más que hacer que vivir… Yo quiero morir algún día, vivir mi vida y descansar luego, cuando no pueda más. Un Dragón puede desear morir, ¿sabes?, y morirá por su deseo, pero ese es un Don que a las Reinas prácticamente nos es negado al nacer, nos es negado desde el mismo huevo… Una reina solo puede morir si la matan, y eso, como sabrás, es prácticamente imposible de conseguir ya que estamos muy protegidas por los machos y las demás hembras.

  • Pero solo sois dos Reinas, no lo entiendo, si no morís…

  • Solo nace una Reina cuando otra ha muerto, yo nací porque mi antecesora murió en la guerra civil entre ambos reinos Dragones… En gran parte, se dejo matar, supongo que se canso de vivir, igual que poco a poco le empezara a pasar a Margatta, como me empezaría a pasar a mi también.

  • Pero has dicho prácticamente… luego existe un modo, ¿no?

  • Si. El único modo realista en que nuestro deseo de morir nos sea concedido, es que pusiésemos un huevo de Reina en vida de ambas. En este caso Margatta puede que sea lo suficientemente poderosa y tenga los conocimientos necesarios para poder desencadenar mágicamente el proceso sobre sí misma, pero es algo que solo podemos intentar una vez en la vida… solo una, si fallamos…

  • No morís, ¿no?

  • No, toda esa energía se vuelve contra nosotras… rejuveneciendo nuestros cuerpos y otorgándonos más tiempo aún… concediéndonos también mayor lucidez…

  • Entonces no hay forma de que… bueno…

  • Si, aún hay otra forma aunque es todavía más improbable de conseguir, que nos volvamos locas. Entonces, y solo entonces, seriamos sacrificadas para que una nueva Reina sana pudiese ocupar el trono… pero no es fácil que un Dragón Reina enloquezca, nada, pero nada fácil, muchísimo menos aún tras el intento… Y antes de que lo digas, no, el fingirlo tampoco es ninguna opción, para lograr nuestro propósito tendríamos que ser capaces de engañar a los Nahkkar, Dragones como R’halrhaz o Shless… y de ambos reinos. Por eso digo que las Reinas estamos prácticamente condenadas.

Después de eso, no dijo mas, se transformo tras darme un beso de despedida en la mejilla y salió volando convertida en Dragón. Partió de regreso a su reino el mismo día en que yo salí a lomos de R’halrhaz hasta el Continente Sur, concretamente a las playas del Sur del Imperio Khrissa. Decidí empezar por allí, ya que al ser un reino teóricamente civilizado, podría pasar desapercibido con mayor facilidad.

Lo primero que hice nada más aterrizar y que el Dragón partiese, fue esconderme y convocar un veloz Halcón Azul para enviarlo al templo. Os preguntareis para que quería hacer eso, ¿verdad? Pues es muy fácil, los vivieres que llevaba no me durarían eternamente y necesitaba dinero, de modo que envié al Halcón para que me trajese del Templo una de las bolsitas que deje con gemas variadas. Desgraciadamente, la tela termina por pudrirse y solo podía traerme dos, una en cada garra por lo que vi atraves de sus ojos. Había un hechizo que podía intentar y por otro lado no tenía otra opción, de modo que lo hice, multiplique a mi Halcón por cinco. El truco me salió bien y solo un día después, tenía en mis manos diez gemas preciosas, aunque el obligarme a controlar a los cinco para que no soltasen las piedras me había dejado agotado.

Entre en la primera ciudad que me encontré, fui directamente a la llamada parte noble de esta, buscando algún sitio donde poder vender una de mis joyas. Por fortuna lo encontré rápido y no pusieron ninguna pega al respecto, aunque supuse que no me habían pagado lo que realmente valía, si era más que suficiente como para aguantar una buena temporada. Sorprendentemente, en estos más de seiscientos años, los precios no habían oscilado en exceso. Evidentemente esto tenía su explicación, en las monedas, tanto de Oro, como de Plata y Bronce… o los más pequeños Cobres… la cantidad en ellas de estos materiales se había reducido significativamente. El valor en oro de una de las antiguas monedas que yo tenía en el templo, comparado con el de cualquiera de estas actuales, sería como de un 30 o incluso 40% más por su acuñación en material noble.

Cogí un buen hotel para descansar, tumbado en el lecho pensaba en qué hacer. Me sería imposible sacar del Templo aquellas monedas con sus acuñaciones tan antiguas sin despertar sospechas donde intentase cambiarlas, posiblemente aún más, en cualquier sitio controlado por magos. Podrían pensar de algún tesoro oculto y encontrado por mí, o cualquier otra cosa de ese estilo, pero llamaría la atención, tanto de autoridades como de codiciosos. Entendí que mi única posibilidad, seria transformar todas las monedas en pequeños lingotes de Oro y Plata, un método, que por lo poco que había visto, seguía siendo válido también en estos días, para que gente adinerada se trasladase de un sitio a otro con fondos suficientes. Los lingotes pequeños son más fácil de apilar que las monedas, y se pueden llevar más cantidades de ellos disimuladamente.

En todos estos años habían cambiado muchísimas cosas, la primera por ejemplo, el idioma. La forma que yo tenía de hablar, en esta época parecía un tanto arcaica, afortunadamente, en mis primeras conversaciones, supusieron que yo debía de ser de cierta remota región de las Montañas del Centro del Imperio, y por eso mi forma de hablar. Como comprenderéis, de inmediato, fui asumiendo para mi identidad que esa era mi procedencia. Desde que entre en la ciudad, active con mucho cuidado un conjuro de lectura mental de amplia zona. Tumbado en mi lecho, recibía los pensamientos de mucha gente, gracias a eso, podía ir actualizando poco a poco mi jerga en el lenguaje.

También la forma de vestir había variado considerablemente, pero por una casualidad, tal y como yo vestía, con mi color completamente negro, no era excesivamente llamativo o anticuado. Evidentemente el corte de la ropa, los complementos en ella, etc, donde mas variaciones había sufrido era en la nobleza, pero entre el pueblo llano, curiosamente, estos cambios eran mínimos. El respeto a la Ley estaba profundamente arraigado en el Imperio, y esta era sostenida por su ejército, que patrullaba de forma constante el territorio. Por lo que averigüe, resultaba relativamente común encontrarse con patrullas militares por los principales caminos, los cuales por cierto, terminaban todos en la capital. El sistema de caminos era un sistema centralizado en Khissin, la Capital del Imperito y sede de la mayor parte del Ejército Imperial, por lo que en caso de movilizarse, este sistema en sus arterias de comunicación, era el que más les convenía.

Mi camino indefectiblemente me llevaría a pasar por allí, lo que podía ser un problema, ya que si algo estaría más que vigilado por espías, contra espías, soldados, etc… era precisamente, la Capital del Imperio. Confiaba en no destacar o llamar la atención, pero por experiencia sabia, que en mi caso, por mucho que lo intentase, antes o después, alguna cosa me saldría mal y tendría problemas, era un hecho asumido para mí. Antes de ponerme en marcha camino de la Capital, tuve uno de mis extraños presentimientos e hice un último preparativo, mande al Templo a un Halcón Azul para que me trajese un viejo recuerdo, mi anillo con el sello Imperial de Khrissa. No pensaba que me fuese a servir como salvoconducto ni nada de eso, pero quizá, si me veía en apuros, si me sirviese para concederme un poco de tiempo extra y la precaución al tratarme de las autoridades, algo que en caso de apuro podría ser decisivo para mí. De todos modos, sentía que era importante tenerlo conmigo.

Por lo que estaba viendo, y motivo por el que aún no me había echo con ningún caballo, era porque en el Imperio Khrissa, había un muy buen sistema de enlace interciudades por medio de carruajes especialmente diseñados para pasajeros. Dependiendo de lo que quisieses pagar por el billete, el carruaje era más o menos lujoso, ovoidemente, esto también dependía del volumen de pasajeros entre las dos ciudades. En mi caso, encontré un carruaje bastante lujoso que hacia todo el recorrido completo hasta la capital, en el carísimo precio del pasaje, también se incluía el alojamiento durante el trayecto. Según las indicaciones que recibí cuando adquirí mi pasaje, el viaje duraría nueve días, saldríamos por la mañana y llegaríamos a Khissin por la tarde del noveno día.

El carruaje era extremadamente lujos, grande, como para doce personas cómodamente sentadas, aunque en realidad íbamos únicamente seis, era tirado por diez caballos, lo que permitía que mantuviese una buena velocidad pese a su tamaño. Cambiaban de tiro cada aproximadamente cuatro horas. Por lo que vi en el primer cambio, el sistema estaba bien pensado, el tiro se desenganchaba del carruaje mediante un ingenioso sistema de pernos y contrapernos, en cuestión de menos de cinco minutos el nuevo tiro estaba listo y el carruaje podría partir en el acto.

El viaje fue de lo más ameno, de hecho congenie bastante con una elegantísima pasajera, principalmente durante las noches, ejem. Según me contó, iba a la capital a reunirse con su marido, había estado en el Sur del Imperio visitando a su familia, ya que su esposo y ella eran originarios de esa zona. Debo también de indicar, que la señora en cuestión por lo demás, era tremendamente ardiente, y creo que la sorprendí gratamente cuando nos liamos la cuarta noche de viaje, por lo que pude deducir, nadie le había lamido anteriormente el coño, y ciertamente le encanto, doy fe de ello. No me extenderé en detalles, pero valga decir, que la señora, en esas cuatro noches que pasamos juntos, fue perforada también por agujeros de su cuerpo en los que antes nadie había entrado, y hecho cosas que nunca se imagino que una mujer “decente” podría llegar a hacer, gustándola hacerlo además según me confesó. Al bajar, me despedí de ella con la misma familiaridad y discreción que del resto de pasajeros del coche, aunque ella discretamente, me deseo la ocasión de volver a encontrarnos de nuevo si la suerte nos acompañaba un poco.

Lo primero que hice en Khissin fue buscarme un alojamiento adecuado a mi supuesto estatus, luego salí del establecimiento para ver la ciudad y verificar hasta que punto había cambiado la Capital del Imperio. Por lo que pude observar, las entradas del recinto Imperial, sede del gobierno y acceso también a la residencia Imperial, no había cambiado excesivamente en estos cientos de años, salvo que sus muros habían crecido, se habían ensanchado y la guardia de sus puertas habían sido más que evidentemente reforzadas, pero realmente, no había cambiado en nada sustancial.

CONTINUARA