Crónicas de una secretaria. Capítulo 1
Crónicas del trabajo de una secretaria muy especial.
CRÓNICAS DE UNA SECRETARIA. Capítulo 1.
¿Por qué escogí este trabajo? Ni yo misma lo sé. Por aquel entonces tenía yo los 23 años ya y estaba deseando irme de casa, pero llevaba varios años saltando de trabajo basura en trabajo basura, ganando tal miseria que no podía ni pagarme un alquiler en piso compartido.
Así que un día leí el anuncio: Se busca chica joven y guapa, sin prejuicios, para trabajar de secretaria personal para ejecutivo. 3.000 €/mes. Ni que decir tiene que fue el sueldo el que me atrajo. En cuanto vi la cantidad vi el resto de mi vida: hermoso pisito alquilado para mi sola, quizás incluso en propiedad, y viajes, cenas en restaurantes elegantes, ir en taxi para variar…
No pude evitar ir a la entrevista. El señor Gutiérrez me abrió la puerta él mismo, porque lo cierto es que la empresa era él y nadie más. El señor Gutiérrez tenía una pequeña oficina alquilada en un edificio de alquiler de oficinas donde los servicios comunes (fotocopiadora, cafetería, etc) se compartían con otras empresas.
El señor Gutiérrez me pareció un señor vulgar y corriente. Ni feo ni guapo, ni alto ni bajo, ni gordo ni delgado. Llevaba gafas, eso sí, y detrás de ellas había unos ojos castaños que tenían que haber sido bonitos allá por los 20 años. Ahora que el señor Gutiérrez andaba en algún sitio entre los 40 y los 50, tenían la mirada algo triste y las pestañas casi ausentes, seguramente por los muchos años con gafas.
Yo me había puesto una blusa con un generoso escote, y tal como había supuesto, su mirada se aposentó en mis pechos en reiteradas ocasiones durante las primeras preguntas de la entrevista. No esperaba menos.
El señor Gutiérrez se interesó por mi currículum, por mis estudios y experiencia previa porque necesitaba una secretaria, aunque esas no fueran las únicas funciones que pedía; y por último, pasó al tema más comprometido, aquel que justificaba la elevada remuneración que tanto me hacía soñar.
Comenzó a contarme que él era una persona casada, que no se divorciaba porque tenía hijos en casa, pero que hacía años que su esposa y él no se amaban, y ella no satisfacía sus necesidades conyugales. Me contó que él era una persona sexualmente muy activa, y que hacía tiempo que estaba cansado de rodar por distintos prostíbulos, por lo que había decidido que esta era su mejor alternativa para satisfacer su apetito sexual.
Acto seguido, me pidió que me desnudara. –No le voy a pedir que me muestre sus dotes sexuales porque aún no media ningún contrato ni sueldo, pero comprenderá Vd. que desee asegurarme de que Vd. es la persona que necesito.-
Y comencé a desnudarme. Me pareció más sexy quitarme las medias con la falda puesta, así que comencé por los zapatos y las medias, que me quité despacio y con cuidado para darle más morbo. Lo siguiente fue la falda. Desabroché el botón y bajé la cremallera para dejar caer después la falda sobre mis pies. No sabiendo qué tipo de lencería le gustaría, me había puesto unas bragas de encaje negro que me parecían muy elegantes.
Me fijé en su cara y sonrió levemente. Me pareció que se metía la mano en el bolsillo, pero lo cierto es que no puedo asegurarlo porque la mesa le tapaba y desde donde yo estaba no podía verle la entrepierna.
Comencé a desabrocharme la blusa, y pronto quedó a la vista mi sujetador de encaje negro a juego con las bragas. Debo decir que estoy generosamente servida, así que la sonrisa del señor Gutiérrez creció, y su mirada se tornaba más lasciva por momentos.
Le miré y pregunté si deseaba que me quitara más. Él afirmó con la cabeza, y sin dejar de mirarle a los ojos, me desabroché el sujetador, que dejé sobre su mesa a modo de ofrenda.
El señor Gutiérrez miró mis pechos desnudos fijamente, y después me miró a los ojos y me pidió que me quitara lo único que quedaba. Así que me quité las bragas hasta las rodillas y desde ahí las dejé caer, tal y como había hecho antes con la falda.
Totalmente desnuda, el señor Gutiérrez me dijo que tenía un cuerpo precioso. Me hizo girar sobre mi misma y estando de espaldas, me pidió que me agachara y me tocara las puntas de los pies. Me pidió también que me abriera de piernas sobre el suelo para comprobar mi flexibilidad, y finalmente me hizo la pregunta más comprometida de todas. - ¿Tiene Vd. problemas con las prácticas sadomasoquistas?-.
Me dejó sin saber qué contestar. No sabía muy bien si decir que sí o que no. Por un momento me pasó de todo por la cabeza -¿Y si es un asesino y te corta en cachitos? ¿Y si sólo habla de darte cachetitos en el culo?-.
Yo creo que él notó mis preocupaciones y se apresuró a aclarar que sus prácticas no eran peligrosas para la salud de nadie.
Aunque un poco preocupada aún, me seguía atrayendo la perspectiva de ganar mucho dinero, y pensé –Más masoquista es seguir aguantando a mis padres-. Así que le dije que no tenía problemas con las prácticas sadomasoquistas, aunque no tenía experiencia previa con ellas. En cuanto me lo indicó, comencé a vestirme de nuevo. Lo hice despacio para seguir dándole morbo, porque pensé que al fin y al cabo, tenía que apetecerle contratarme a mi antes que a otras. Mientras, él me fue contando que el primer mes sólo iba a ser secretaria a secas. Que él entendía que hasta el primer sueldo, hasta que yo viera que todo aquello no era ningún engaño, no tenía derecho a pedirme que ejerciera las otras funciones. Luego, cobrado ya mi primer sueldo de 3.000€, comenzaría a desempeñar la totalidad de mis funciones.
Os puedo decir que resulta muy raro estrechar la mano de un desconocido que te acaba de ver desnuda, pero me tocó estrecharle la mano. Aquella mano que yo sospechaba que se había metido en el bolsillo durante mi strip-tease. No me sentí mal. Me pareció hasta graciosa la situación, así que lo tomé por una buena señal. Quizás yo fuera capaz, después de todo, de desempeñar un trabajo así.
Y me fui de aquella entrevista tan rara, moviendo el culo de un lado a otro con coquetería, camino del ascensor mientras notaba su mirada en él.
Sólo un día después me llamó. Me daba el trabajo.
(Continuará...)