Crónicas de una caballera. Prologo- El dragón

El reino de Menua vive aterrorizado por el secuestro de una princesa a manos de un malvado dragón. Tan solo alguien será capaz de salvarla. Shayla, una mujer convertida en caballero, será quien se ocupe de tan arriesgada misión.

Dedicado a mi buen amigo Omicron, a quien le encantan estas historias.

Nota: Este primer capitulo no contiene sexo. Sorry.

La oscuridad envolvía todo con asfixiante premura. Cada paso les internaba cada vez más en aquella cueva, la cual parecía asemejarse a la garganta de una horrible bestia, impaciente por querer devorarlos. Respiraban intranquilos, dando cortas bocanadas de aire para calmar su ansiedad. Los pisotones sobre el pedregoso suelo acompañaban a los chirridos que emitían sus armaduras, únicos sonidos distinguibles.

Los cuatro caballeros avanzaban lentos y seguros, más que preparados para enfrentarse a lo que ocultaba aquel lugar. Presentían una fuerza muy temible, algo con un poder imparable y espantoso que podría destruirlos en un abrir y cerrar de ojos. No solo lo presuponían por las advertencias dadas antes de iniciar la misión, sino porque allí dentro, se notaba con claridad esa intimidante presencia, o, más bien, el rastro de su horror.

Sobre el suelo, había restos de varias de sus víctimas. Las llamas de las antorchas descubrían los restos de caballeros que habían tratado de luchar con la presencia maligna que se hallaba en esa cueva. Huesos blancos, relucientes armaduras, escudos, espadas y lanzas. Todo aparecía quemado o calcinado, aunque también había trozos fragmentados a base de fuertes golpes. El líder del grupo pateó un cráneo destrozado mientras se abría camino por ese desolado cementerio. Rodó varios metros antes de dar contra la pared.

En nada, comenzaron a descender por una pronunciada pendiente que les obligó a tener mayor cuidado. La luz de la entrada ya nos les iba a servir de ninguna ayuda, así que el resplandor de las antorchas que portaban dos de los caballeros les permitirían vislumbrar mejor el camino. Sin embargo, no a todos les iba a servir. Remy, el más joven del grupo,  resbaló con una de las piedras , a punto estuvo de caer. No llegó a matarse de milagro gracias a uno de sus compañeros, el veterano Hastur, quien lo sostuvo a tiempo.

—¡Cuidado muchacho! —dijo el tipo con su recia voz—. ¡Todavía no nos hemos enfrentado a esa cosa y ya quieres morir!

—Sí, claro —expresó Remy algo revuelto.

Terminaron el abrupto descenso. El lugar era una amplia bóveda devorada por la espesa negrura.

—Me recuerda a cuando fuimos a matar a esa cosa —comentó en voz baja Aron, armado con un gran mazo y vestido con un casco con forma de testa de oso.

—¿Cual? —preguntó Hastur extrañado.

Remy los escuchaba con atención.

—Ya sabes, ese bicho —intentaba recordar Aron—. La bestia de Caern…Caerne

—¿Caerbannog?

—Esa misma.

Hastur emitió una sonora carcajada que asustó al muchacho.

—Sí, joder, menuda mala bestia —rememoró el tipo. Bajo la luz de la antorcha, se podía notar como sonreía de manera siniestra, revelando su desgastada y sucia dentadura—. Todavía recuerdo como le arrancó la cabeza al pobre Bors. ¡Se creía que nos lo zamparíamos al ajillo!

—Creo que ese día perdimos a cinco caballeros. ¿O fueron tres? —Aron estaba algo dudoso con ese dato—. Bueno, da igual, lo único que se es que aquel día fue una autentica carnicería.

—Lo derrotamos al final con la granada que esos sacerdotes llevaban consigo —añadió Hastur—. ¿De donde decían que eran? ¿Antio-que?

Su compañero le iba a responder en ese mismo instante cuando Geralt, el líder del grupo, les interrumpió.

—¡Callaos de una puta vez! —espetó sin ningún miramiento.

Tapado por una armadura negra, apenas se podía atisbar nada de su figura, pero Remy lo recordaba muy bien, pues lo había visto el día anterior sin ella. A diferencia de Aron, alto y fornido, o de Hastur, mas decrepito y bestial, Geralt era un hombre delgado y, en apariencia, débil, pero suponía más de lo que muchos consideraban. Tras esa mirada de ojos dorados y esa cicatriz que surcaba la parte superior izquierda de su rostro, decían que se ocultaba uno de los cazadores de bestias más diestros de todo el continente. Había acabado con todo tipo de fieras como grifos, mantícoras,  hombres lobo o arañas gigantes. Además, se rumoreaba que se trataba de un portentoso hechicero, cuyos poderes había desarrollado al consumir hierbas de origen desconocido. Por todas estas cosas, el chico sentía una gran admiración y respeto.

—Con toda vuestra absurda perorata, vais a hacer que se entere de nuestra presencia —habló con voz sombría—. Aunque da lo mismo, seguro que ya sabe que estamos aquí.

—Entones, qué más da —comentó Hastur mientras empuñaba su hacha con ganas—. Vamos a darle guerra como se merece.

—Bien, pero estad atentos —dejó bien claro—. No quiero más cagadas, ¿entendido?

Todos parecieron entenderle a la perfección. Remy tragó algo de saliva mientras vio como el grupo reanudaba la marcha. Geralt iba el primero, guiando el camino. Hastur se puso al lado del muchacho y le pasó la antorcha que portaba, viéndose el pobre obligado a sostenerla. Mientras, el caballero empuñó su hacha con firmeza, denotándose las ganas por luchar. Aron también parecía más que ansioso.

El grupo continuó un poco más hasta que Geralt se detuvo de manera repentina. El hombre miró a un lado y a otro para acto seguido, desenvainar su espada. Eso puso a todos en guardia. Remy esperó que les dijese algo, pero siguió callado. Parecía vigilar todo con sumo cuidado, prestando atención a cualquier detalle. Entonces, escucharon un ruido. Solo un leve golpeteo, como si una roca hubiera caído. Sin embargo, fue más que suficiente.

—¡Está aquí! —gritó el caballero.

De repente, el lugar se iluminó. La oscuridad desaparecía para dejar paso a una intensa luz, simple preludio del fatal encuentro que iba a tener. Remy se hallaba confuso, pues no comprendía lo que estaba sucediendo. Tan solo alcanzó a sacar su espada justo antes de que Hastur lo empujase contra el suelo. Desde ahí, vio como el caballero comenzó a arder de la misma forma que lo haría una pila de secos matorrales a los que acababan de prender fuego. El grito de horror del hombre llenó sus oídos al tiempo que veía tan horrendo espectáculo.

—Aron, ¡ahí está! –escuchaba en la lejanía.

—¡Ya lo tengo! —dijo otra voz, perdida en ese caos intratable.

Viendo arder el cuerpo sin vida del hombre que lo acababa de salvar, el joven se levantó a duras penas y vio a sus otros dos compañeros vigilando cada flanco. Entonces, Geralt se volvió a él.

—Rápido, chico, recoge la antorcha caída y ven con nosotros —ordenó con claridad—. ¡Necesitamos la mayor luz posible si queremos acabar con este bastardo!

Remy cogió la antorcha y se acercó hasta sus compañeros, proporcionándoles toda la luz que necesitaban. Pegados espalda contra espalda y formando un circulo, los tres hombres vigilaban cada lado, esperando el siguiente ataque. Remy estaba muy nervioso, presa de un miedo que nublaba su juicio y le hacía errar con mayor facilidad. El joven temía que las cosas fueran a peor y su único deseo era no morir. Aferró con fuerza su espada mientras sentía el cercano calor del fuego de la antorcha, calentado su piel.

—¿Habéis oído eso? —preguntó en ese instante Aron.

Aguzaron sus oídos. Al inicio, no parecieron notar nada, pero enseguida percibieron un suave aleteo, algo débil al principio, aunque muy pronto, comenzó a ser más fuerte.

—Se acerca —informó Geralt—. Se mueve muy rápido, por eso, tenemos que hacer que falle en unos de sus ataques para poder golpearlo.

Los otros dos parecieron comprender. Remy gemía alterado y apretó sus dientes al tiempo que escuchaba ese vaivén de alas acercándose. Supo que tenía que estar concentrado. Lo único que le importaba era sobrevivir, costase lo que costase.

—Ya verás, chaval —le comentó Aron—. En nada estaremos en una posada bebiendo cerveza y agarrados de unas buenas mozas. Celebraremos esta victoria en honor de ese cabrón de Hastur.

Se preguntaba si el caballero del mazo decía eso para calmarlo a él o a sí mismo. Votaba más por lo segundo. El trio siguió expectante, contando lo poco que faltara para que su atacante llegara. No tardó en hacerlo.

Una ráfaga de viento rozó el casco de Remy. El chico se volvió petrificado y, entonces, algo lo agarró del hombro y tiró de él.

—¡No, el muchacho no! —gritó con horror Aron, quien fue tras él.

Remy sentía como lo tiraban al suelo y lo arrastraban por varios metros. La antorcha se le había caído y, pese a blandir su espada con desesperación, sabía que de poco le estaba sirviendo. Bajo el resplandor del fuego, pudo ver como aparecía la deslumbrante armadura gris clara de Aron, quien enseguida alzó su mazo para golpear al monstruo. Al verlo dispuesto para atacar, Remy rodó por el suelo, aunque fue su captor quien lo soltó.

El mazo precipitó contra el suelo cuando Aron lo dejó caer. Golpeó contra la fría tierra con su extremo esférico repleto de púas afiladas, pero no dio a su contrincante. El chico, un poco mareado por lo ocurrido, vio como el hombre alzaba su arma de nuevo, dispuesto a arremeter, pero entonces, vio como entre la oscuridad una sombra se abalanzaba sobre él. Todo fue muy rápido, apenas le dio a tiempo para ver como forcejeaban el uno con el otro. Geralt llegó con una de sus manos brillando, listo para lanzar uno de sus letales hechizos, pero la criatura se apartó al instante. Y entonces, cuando creyeron que las cosas parecían haberse calmado, vieron que no era así.

Aron tapaba la profunda cortada de su cuello con una de sus manos, pero era inútil. Un gran reguero de sangre caía de su herida de manera tan copiosa como un torrente de agua precipitando por una cascada. El hombre tenía los ojos desencajados y dejó escapar un histriónico gorjeo, tras lo cual, empezó a vomitar parte del líquido ferroso por su boca. Cayó al suelo, emitiendo un sordo golpe y su cuerpo aún se retorcía cuando el líder del grupo arrojó una bola de energía blanca contra la mala bestia.

—¡Muere, maldita alimaña! —gritaba embravecido el hombre.

Remy se puso en pie de nuevo, ya harto de que lo derribasen sin más y se unió a su compañero en la caza de esa monstruosidad. Se colocó a su lado, aferrando su espada con firmeza, listo para luchar.

—Muy bien, hechicero, vamos por ese bastardo —le soltó alterado.

—No soy hechicero, soy brujo —dijo Geralt.

La bestia se movió frente a ellos a gran velocidad. Dio una vuelta alrededor de los dos hombres, como si estuviera evaluando en qué punto atacar. Entonces, el llamado brujo habló con el chaval.

—Muévete rápido. Atrae su atención y acertaré con una de mis bolas.

No le hizo mucha gracia servir de cebo, pero pensó que, quizás, podía ser su mejor oportunidad. Así que salió corriendo, yendo hasta una de las antorchas caídas para usar la luz como protección. Sin embargo, se equivocó de estrategia. La criatura no fue por él, sino por Geralt.

—¡Aaargh! —gritó el brujo al verse atacado.

Remy recogió la antorcha y fue hacia donde estaba su aliado, pero no lo encontró. Se topó de repente con el silencio y la oscuridad, temiendo lo peor.

A varios metros de distancia, vio una intensa luz. Geralt había lanzado uno de sus conjuros. El muchacho trató de aguzar su vista lo mejor que podía, aunque de poco le sirvió. De repente, una bocanada de fuego alumbró el lugar, señal de que el ser también usaba su artillería pesada contra el brujo. Pudo contemplar por un momento a ambos contrincantes. El hombre, blandiendo su espada mientras rugía furioso. El monstruo, moviéndose rápido, listo para matar. Luego, el brillo desapareció y las tinieblas volvieron a reinar. Pese a todo, el sonido de la batalla podía escucharse. Remy captó los gritos de Geralt, los rugidos, fuertes pisadas, vaivén de alas y estoques de la espada. Siguió pendiente hasta que escuchó un seco golpe que le hizo temer lo peor.

El joven decidió moverse. Pese a que el miedo lo tenía paralizado, pensó ir hasta donde se hallaba su compañero para ayudarlo. Con ayuda de la antorcha, iluminó su camino, avanzando con precaución y alerta ante alguna acometida de la criatura. Caminó un par de pasos más y encontró a Geralt.

El hombre yacía en el suelo, desprovisto de su casco. Sus ojos se encontraron con los del chico y estos refulgieron un intenso brillo áureo.  Gotas de sangre se derraban del largo corte que tenía en la frente, deslizándose sobre su endurecido rostro. El brujo tenía una expresión entre serie y temerosa. Parecía estar diciéndole lo evidente, que huyese. De repente, su gesto cambió a uno lleno de pánico y algo lo arrastró hacia la oscuridad, de la que ya nunca escaparía. Un último grito anunció el fatal destino del legendario hechicero.

Tras eso, Remy se quedó allí parado, tratando de atisbar cualquier cosa entre las tinieblas bajo las que se hallaba sumido. El miedo lo mantenía apresado, sin poder reaccionar ante lo que acababa de suceder. Se encontraba solo, todos sus compañeros habían muerto y él no sentía capacitado para hacer frente al peligro que le acechaba. Sostenía la espada en su mano y, pese a notarla como un arma formidable, sabía que de poco le iba a servir. Era consciente de que su hora había llegado.

Entonces, escuchó unos pasos dirigiéndose hacia él. Remy alzó la vista, buscando en aquella oscuridad a quien se le acercaba. Su respiración se agitó a medida que escuchaba esa marcha aproximándose cada vez más. Y al fin, lo vio.

Su figura se adivinaba fantasmagórica bajo la penumbra de la cueva, iluminada por la antorcha. Sus largas alas aparecían desplegadas a cada lado y bien altas, mostrando lo poderoso que era. Sus ojos brillaban reflejando el resplandor del fuego. Su larga cola latigueaba contra el suelo. El muchacho no podía creer que lo tuviera delante, pero allí estaba. Ante él, tenía al dragón.

—¿Vas a matarme? —preguntó Remy muy asustado, pese a saber que era inútil dialogar con este ser, pues no le entendería.

La criatura se lo quedó mirando sin más. Por un momento, creyó estar ante una estatua, pero el leve movimiento de las alas le indicó que no era así. Esperó paciente alguna reacción, pero el dragón no parecía estar por la labor. Se preguntaba por qué estaría allí parado, que razón no le impulsaba a atacar. De repente, vio cómo se movía. Eso lo puso en guardia, preparado para lo que pasase, aunque no fue lo esperaba. El dragón no le atacó, sino que habló.

—No, no tengo pensado matarte —respondió con voz profunda y siniestra—. Lo tenía pensado, pero al final, he decidido no hacerlo.

Escuchar esas palabras lo dejaron paralizado. Lo último que pensaba era que una bestia como la que tenía delante pudiera hablar. Eso, lejos de calmarlo, lo puso más nervioso.

—¿Seguro?, porque me da la sensación de que no es así —dijo muy inquieto—. Has matado a todos mis compañeros. ¿Cómo sé que no tendré el mismo destino?

El dragón pareció quedarse callado. Remy pensó en acercarse un poco más para iluminarlo con la antorcha, pues ahora tan solo lograba atisbar una distorsionada antorcha, pero se dijo que no era lo mejor. Más le valía guardar las distancias si las cosas se complicaban, aunque estaba dudoso de que lograse sobrevivir.

—No representas ninguna amenaza para mí —dijo la criatura—. Tan solo eres un chico asustado, no un guerrero ansioso por matarme. Además, tengo un nuevo cometido para ti.

Eso lo inquietó. ¿Qué clase de siniestra tarea tendría pensado para él tan ominoso ser?

—¿Que quieres de mí? —preguntó desconfiado.

El sonido de las garras, clavándose en el suelo al caminar, resonó por toda la cueva en un repetido eco. Otro más se le sumó. En nada, el dragón abandonó el manto de oscuridad que lo envolvía y se expuso ante la luz. El joven caballero abrió sus ojos de par en par mientras dejaba caer su espada. Notaba el corazón latiéndole con mucha fuerza y todo su cuerpo temblando con violencia. Miró ese par de ojos reptilianos de un amarillo intenso. Parecían querer devorarlo. Y de nuevo, volvió a escuchar sus palabras.

—Quiero que le envíes un mensaje bien claro al rey Ambrose. Vas a ir hasta su palacio y frente a su rostro, le vas soltar estas palabras: “Si quieres volver a ver a tu aún viva hija, ven tú mismo a mi guarida a buscarla. Sabes que tenemos cuentas pendientes, monarca traidor y mentiroso.” —Su voz sonaba cada vez más suave y aterradora conforme hablaba—. Ahora, corre. Se va a hacer de noche muy pronto y no es bueno andar por estos bosques a esas horas.

Dicho y hecho, Remy se dio la vuelta y comenzó a correr como si la vida le fuese en ello. La antorcha no tardó en caérsele de la mano, pero no tardó en dar con la pendiente pronunciada que él y sus compañeros habían tenido que bajar no demasiado tiempo atrás. Escaló desesperado, pero al final, llegó arriba del todo y siguió corriendo. En nada, vio la luz de la entrada y se apresuró para llegar a ella. Al fin, logró salir y, envuelto por el libre aire del exterior, profirió un fuerte grito.

Clavado de rodillas, con lágrimas cayendo de sus ojos y respirando fuertes bocanadas de aire, Remy Tolbur agradeció al gran dios Ralstar la oportunidad de haber sobrevivido a tan horrible encuentro. Lo tenía bien claro, no quería ser caballero. Renunciaría a su cargo en el cuerpo de mercenarios al que acababa de unirse y regresaría junto a su familia en las tierras del norte para ayudarles a sembrar los campos de trigo y cebada. Tal vez sería un trabajo monótono y aburrido, pero por lo menos, era más seguro. Sin embargo, primero tenía una tarea que cumplir.

Ya más calmado, montó en su caballo y se puso en marcha. En nada iba a anochecer y si, por lo menos, lograba cruzar los parajes nublados, se sentiría a salvo. Recordaba el camino que habían tomado para salir de allí por lo que concluyó que no se perdería. Tal vez tendría que pasar una noche en los tétricos bosques de árboles negros, pero con una buena hoguera, estaría protegido. El viaje de vuelta hasta la región de Menua sería de tres días. Una vez allí, le entregaría al rey el mensaje y, luego, se marcharía, dejando todo atrás.

Pese a todo, no podía evitar recordar ese par de ojos amarillos mirándoles fijamente. Esa imagen jamás se marcharía de su mente y le acompañaría hasta el fin de sus días. Una visión tan aterradora como seductora.