Cronicas de un verano (2)
Continuación de las andanzas de dos jovenes y dos maduras en las playas de Necochea.
Tranquilos y más desahogados, nos besamos hasta quedar rendidos y en los brazos de Morfeo, en un sueño tan profundo como placentero. Las luces del amanecer se filtraban en la ventana, pero no fueron impedimento para caer rendidos en un sueño dulce y prolongado.
Habremos dormido quizá 5 horas hasta que Leo y Silvana irrumpieron en el departamento. Sus voces sonaban lejanas, pero con gran vivacidad y hasta con un dejo de alegría.
Aquellos sonidos nos despertaron a Mercedes y a mi, haciéndonos recordar el momento que habíamos pasado juntos. Nos dimos un corto beso en los labios y nos abrazamos, hundiéndonos bajo las sábanas. Nuestros ocios ingresaron a la habitación y por poco nos aplauden por la imagen que observaban.
"Arriba dormilones, son las dos de la tarde. Un sol hermoso nos espera y la playa es la invitación que esperamos para bajar" dijo Silvana.
"Estoy agotada, necesito un buen desayuno para reponerme" replicó Mercedes.
Envolviéndome en una sábana, me dirigí al baño. En el camino me crucé con Leo que ya estaba con la malla puesta e iba camino a la cocina para preparar el mate y unos sandwiches para desayunar.
"Negro, que nochecita!! Con esto ya salvé las vacaciones. Es una hembra genial, se las sabe todas y no se cansa nunca" comentó al tiempo que señalaba a su acompañante.
"Tranquilo fiera, recién llevamos un día. No te "cases" con la primer mina que te cruces. Son siete días no el fin del mundo" le aconsejé mientras cerraba la puerta del baño.
Tras una ducha reparadora, me calcé la malla y volví a la cocina. El paisaje era envidiable, Silvana sentada sobre las piernas de Leo armaba los sandwiches, Mercedes con su tanguita y la parte superior del bikini colocada me esperaba en una silla con el mate en la mano.
Reconozco que mi amigo, muchísimo más lanzado, le mandaba las manos por cuanto lugar podía a su pareja y no esperaba autorización para hacerlo aún en nuestra presencia acariciaba el sexo de su acompañante por encima o por debajo de su malla. Imagino que hundía sus dedos en la vagina de ella de tanto en tanto porque experimentaba saltitos y gemidos, mientras le estampaba sonoros besos a modo de agradecimiento a él.
Desayunamos entre besos, caricias y manoseos. Cumplida aquella primera actividad, comenzamos a ordenar las cosas. Leo y Silvana fueron a "ordenar" la pieza, pero lo que más lograron fue desorganizar la cama pues se revolcaron frenéticamente por espacio de una hora. Los gemidos y los crujidos de la cama se escuchaban desde la cocina, donde Mercedes y yo (contagiados por los sonidos provenientes de la habitación) nos besábamos y acariciábamos como descontrolados.
En el pico máximo de la excitación, la tomé por la cintura y la subí a la mesada donde tras correrle el hilo que cubría su sexo me bajé levemente la malla y en un movimiento le enterré mi guerrero en su máxima expresión tan hondo como pude.
Gemíamos y nos movíamos tanto como podíamos. La incomodidad de la posición nos limitaba un poco pero aún así logramos completar una relación rápida y con sabor a prohibido que nos colmó tanto como lo realizado en la cama en la madrugada.
Completamos nuestra faena de limpieza, en cada cruce nos acariciábamos o besábamos. Sin duda estábamos muy encendidos.
La aparición de nuestros socios en la cocina nos frenó un poco. Las chicas se fueron a la pieza a completar su cambio de ropas, en tanto mi socio y yo comentábamos lo sucedido.
"¿Sabés Negro? Creo que podríamos proponerles una fiesta para esta noche. Se me ocurre que son de participar en jodas masivas" comentó Leo.
Lo miré y me reí de su ocurrencia, recién las conocíamos y él ya quería organizar una mini orgía. Le sugerí que utilizásemos el día para averiguar si se prendían a aquella idea, pero la consideraba un poco apresurada.
Cuando las chicas volvieron, preguntamos a que sector de playa querían ir. Comentaron respecto a un sector de playa que si bien no era ni privada ni nudista, solían concurrir allí personas que amparadas por la vegetación que se presentaba, hacían del nudismo una religión. Por mis conocimientos de la zona, sabía que existía ese lugar y que a ello lo destinaban. El acceso al lugar no era sencillo, pero no estaba muy lejos de nuestro departamento, por lo que podríamos llevar lo estrictamente necesario y dirigirnos caminando hacia el lugar.
Antes de partir rumbo a aquella zona, quisieron pasar por una cabina telefónica para comunicarse a Córdoba para saber si habían llegado sus esposos a aquella ciudad.
¿Cómo negarnos? Confirmar que ellos estaban tan lejos del lugar nos brindaba la posibilidad de seguir disfrutando de sus esposas. Asentimos y nos dirigimos hacia una oficina de telefonía para que realizaran el llamado. Caminábamos por las calles abrazados, en parejas, sin que nada ni nadie reparara en nosotros. Éramos cuatro turistas más, aún cuando la simple observación de los cuatro hacia notar que existía una diferencia de edades entre hombres y mujeres.
Ingresaron al local, efectuaron el llamado y al cabo de 10 minutos emprendíamos la caminata rumbo a aquella playa. En el camino, intrincado, casi oculto entre dunas y un pequeño arbolado, las parejas que cruzábamos eran similares a las nuestras, algunas de edad más pareja pero más grande y lo que nos llamó poderosamente la atención parejas de homosexuales (tanto femeninos como masculinos).
Tomamos un camino que aparecía algo más transitado dentro de las mismas dunas, las huellas en la arena hacían presumir que aquel era el acceso más concurrido.
Tras avanzar unos 10 metros, observamos algunas parejas y familias desperdigadas por la zona que se refugiaban entre los arbustos de mediana altura y colocaban telas que amparaban un tanto la visual de los demás.
Hallamos un sector sin ocupantes y hacia allí nos dirigimos. Dispusimos nuestras escasas pertenencias debajo de los arbustos, extendimos un cobertor de buen tamaño sobre la arena para tumbarnos allí y los cuatro toallones a modo de paredes.
Una vez acomodadas las cosas, las chicas se quitaron la parte superior de sus bikinis liberando sus pechos para exponerlos al sol. Tomando sendos potes de cremas, mi socio y yo nos dispusimos a extenderles protector para evitar quemaduras molestas y permitir un bronceado parejo.
Demás está decir que aprovechamos la situación para acariciar la piel de nuestras acompañantes, deteniéndonos en sus pechos y pezones de sobremanera. Al quedar erguidos, apuntando al sol, aprovechamos la situación para depositar sendos besos en los labios y en aquellos conos puntiagudos de nuestras compañías.
Luego Leo se tumbó junto a Silvana y aproximándose a ella comenzó a murmurarle cosas al oído que le provocaban risas, en tanto yo seguí distribuyendo crema en el cuerpo de Mercedes, estómago, piernas, entrepierna y no perdí oportunidad de desplazar levemente su tanga para colocar aquel ungüento en derredor de los labios de su vagina y tratar de acariciar su rajita.
Entre abrió los ojos y me dedicó una sonrisa y abrió sus piernas para dejarme explorar un poco más aquella zona. Al cabo de unos minutos, noté que empezaba a mojarse al punto de empapar el pequeño triangulo que cubría su sexo. Calcé mis dedos en las tiras que unían el triángulo delantero y el trasero para empezar a bajarlo, cosa que sucedió sin menor inconveniente, ayudado por la crema que cubría su piel.
Los gemidos suaves de Mercedes alertaron a Silvana y Leo de lo que acontecía. Ni siquiera hizo falta avisarles que podían copiar nuestra actividad ya que lo hicieron con más rapidez que nosotros e iniciaron un juego de caricias y besos que sin duda los llevaría a algo más, dada la intensidad con que lo llevaban adelante.
Mercedes me atrajo a sus labios y nos fundimos en un beso que nos calentó y mucho al punto de intentar una penetración casi al instante. Me giró y se montó sobre mi, trataba de detener la situación o al menos manejarla ella. Se frotaba lentamente, con las piernas cerradas sobre mi herramienta buscando un buen tamaño. Hacía que sus pechos rozaran mis labios pero sin dejarse atrapar.
A nuestro lado, nuestros socios estaban manteniendo relaciones frenéticas, violentas casi como animales. Podíamos observar como se perdía la herramienta de Leo y se clavaba dentro de Silvana, salía casi en su totalidad para volver a ingresar violentamente. La morocha gemía y se prendía a la espalda de él clavando sus uñas.
Ese espectáculo motivo a mi pareja que para no ser menos bajó mi short de baño y sin mediar palabra comenzó a cabalgar como quien huye de Atila. Sus movimientos eran rápidos, exigentes, necesitados de llegar a la brevedad a su pico máximo de placer.
Llamativamente, ambas mujeres acabaron simultáneamente dando un gritito agudo para luego detener su actividad totalmente.
Volvimos a ser cuatro cuerpos tendidos al sol y no solamente dos. Estábamos sudados, acalorados; nuestras pieles brillaban al sol con gotas perladas recorriendo la piel.
Minutos después, las chicas habían colocado nuevamente sus tangas en el lugar correspondiente y nos invitaron a bajar al agua. Con los cuerpos pegoteados por el sudor, las cremas y nuestros jugos, la arena se adhería produciendo una incomodísima sensación. Aceptamos y en una rápida corrida ingresamos al mar.
Una vez allí, jugamos, prodigándonos caricias, besos y otras cositas sin importarnos si lo hacíamos con nuestras parejas o intercambiándolas.
En un momento dado, me sumergí y al emerger mostré a modo de trofeo un tanga, por lo que una de nuestras compañeras solo llevaba puesta la parte superior del bikini. Supuse que aquella prenda pertenecía a Mercedes, pero me equivoqué. Silvana se lanzó sobre mí a buscar la prenda ante la risotada de los demás, luchaba con fiereza para recuperar el pequeño trozo de tela. Me derribó y trató de quitármelo, no pudo pero sí tironeo de mi short hasta bajarlo.
Ahora estábamos a mano, ella sin tanga y yo sin short. La persecución era mutua, nos desentendimos de Leo y Mercedes para comenzar una caza despiadada de uno hacia otro. Cuando al fin logre alcanzarla, voltee a mirar a los otros. Ya no estaban en el agua, caminaban rumbo a la duna. La tomé por la cintura como queriendo arrastrarla hacia un sector un tanto más profundo.
En aquel lugar no hacía pie, se hundía. La coloqué con sus piernas alrededor de mi cintura. Esa posición me colocó en una situación extraña, su sexo me rozaba y ella notó que aún en aquel lugar mi excitación estaba presente.
Me frotó un poco su escaso vello, y me dijo al oído "¿Querés un adelanto de lo que haremos esta noche? Probame un poquito" y trepándose a mis hombros hizo un movimiento para descender llevándose mi herramienta a su interior.
Así colgados y prendidos uno a otro nos quedamos unos instantes, me depositó un beso en los labios húmedo y largo que penetró en mi boca. Se sacudió dos veces como instándome a clavarla hasta llevarla al orgasmo. Cuando iniciaba el movimiento me tumbó en el agua para luego zafarse y con su tanga en mano se alejó para calzarla y salir corriendo del mar rumbo a nuestra precaria tienda.
Aun confundido por lo acontecido, me coloqué el short y salí siguiendo sus pasos.
Cuando la alcancé estaba a escasos 3 metros de la tienda, parada y observando aquella imagen. Leo y Mercedes estaban besándose, las manos de mi amigo se perdían entre los pliegues de piel del cuerpo de ella que gemía y se contorsionaba.
La expresión de alegría de Silvana los separó, nos miraron y esbozando una sonrisa nos comentaron que si nosotros podíamos desnudarnos mutuamente y trabarnos en lucha "cuerpo a cuerpo" ellos también lo harían pero en un ring de arena.
Nos sentamos los cuatro juntos, pero intercambiado nuestras parejas, conversamos por unos momentos mientras ingeríamos líquidos y algún comestible planeando las actividades de la noche.
Así transcurrió el resto de la tarde, Mercedes conociendo a Leo y Silvana haciendo lo propio conmigo. Besos, abrazos, juegos y charlas acompañaron el día mientras el sol se escondía.
Juntamos nuestras cosas, levantamos el campamento e iniciamos el recorrido de regreso. A nuestro paso, compramos algunas provisiones que formarían parte de la cena y que dejamos en nuestro departamento. Acompañamos a las chicas a su morada, nos despedimos de ellas con besos muy calientes y húmedos hacia cada una de ellas y quedamos en pasar por ellas a las 21 para preparar la cena y organizar un postre que se presentaba muy caliente...
CONTINUARÁ....
Alejandro Gabriel Sallago.