Crónicas de un padre (01: Ordeñado)

Sentado en el asiento del copiloto, mi hijo dormitaba desde hacía rato. Lo que necesitábamos era parar y descansar. Volvíamos a casa en mi camioneta después de un largo viaje por medio país. (Filial Gay)

Crónicas de un padre.

Primera Parte. Ordeñado

Me sentía cansado. Llevaba muchas horas al volante y ya era muy tarde, más de media noche. Apenas había tráfico. Sentado en el asiento del copiloto, mi hijo dormitaba desde hacía rato. Lo que necesitábamos era parar y descansar. Volvíamos a casa en mi camioneta después de un largo viaje por medio país. Alberto, mi hijo, había conocido lugares nuevos y personas nuevas, lo cual le había ido muy bien para sobreponerse a su primera ruptura sentimental. Y es que el chaval, a sus 18 años acaba de enfrentarse a un gran desengaño amoroso con la que había sido hasta entonces su novia de toda la vida.

Mientras entrábamos en el área de descanso de la autovía, pensé que ojalá el muchacho no llegará nunca a mi situación: 38 años, separado y sin ningunas ganas de volverme a casar. Mujeres las había, a veces muchas, a veces ninguna; justamente como en aquellos días; días en los que me daba la impresión de estar pasando una larga travesía en el desierto, solo, con el único desahogo sexual de las pajas que me hacía... si es que alguna me acordaba de hacerme. Y la última debió ser... ¿poco antes de salir de viaje? ¡Qué más daba!

Por fin estacioné el vehículo y me quité el cinturón de seguridad. Mi hijo me miró adormilado, y abriendo la boca en un interminable bostezo me preguntó:

-¿Dónde estamos?

  • ¡En el quinto coño! - me entraron ganas de decirle- pero me contuve, y le dije: Lejos de casa, hijo. Luego ahogué yo también un bostezo mientras me desperezaba y añadí:

  • Me siento agotado y quiero dormir un poco. Al amanecer llegaremos...supongo.

Eché el asiento para atrás y recliné el respaldo casi todo lo que daba de si .Deseaba, necesitaba poder dormir un poco. Me despatarré todo lo que pude en el reducido espacio y cerré los ojos. Mi hijo, ya libre del cinturón de seguridad, también retiró su asiento para atrás, y tras maniobrar con su cuerpo hasta acostarse con los pies apoyados contra la portezuela, hizo algo que me recordó a sus tiempos de niñez: se acercó a mi todo lo que pudo y colocó su cabeza sobre mi vientre utilizándolo como una almohada, y metiendo sus manos entre los muslos trató de dormir.

  • ¿No te importa, verdad papá? – preguntó en un inocente tono de voz.

  • No, hijo – le dije pasándole la mano sobre su pelo lacio.

Quizá fue por la estrechez del vehículo y por la incomodidad de sus asientos, pero mi hijo no cesaba de mover su cabeza intentando encontrar la postura adecuada... a la vez que me impedía dormir a mí. En una de sus vueltas, terminó con la cabeza reposando directamente sobre mi entrepierna. Intenté no dar un respingo, porque su mejilla había caído justamente sobre mi miembro. Yo llevaba puestos mis ajustados 501 favoritos, los desteñidos, y como cada vez que me los ponía, no usaba ropa interior. Al no llevarla, noté una cierta sensibilidad a través del denim, la tela del pantalón vaquero, y pareció como si mi polla despertara de un largo sueño. Realmente se me había puesto morcillona. Mi hijo, si es que realmente no dormía (ya que seguía moviendo su cabeza de un lado para otro directamente sobre mi bragueta) debió de notarlo. La situación era incómoda. Me sentí avergonzado ya que súbitamente tomé consciencia de lo indecoroso de la situación. En cambio mi polla, ajena a mi pudor, iba creciendo aplastada por el peso de la cabeza de Alberto bajo la tela de los vaqueros, y al hacerlo estiraba algunos pelillos de mi vello púbico.

La excitación iba creciendo por momentos tras tantos días, y hasta semanas, sin masturbarme. Y ahora quería desahogarme. Me sentí un poco cachondo. Me sentí caliente. Me sentí como si tuviera un creciente palo ardiendo entre las piernas. Quise decirle al mi chaval que cambiara de postura, que despertara...ya que pronto tendría todo mi rabo desplegado y ¿qué tendría que hacer entonces...? ¿Salir del coche a masturbarme? ¿Delante de mi hijo? Sabía que el pudor podría conmigo y no lo haría. Aún así las ganas de conseguir un desahogo eran tremendas... No sabía qué hacer, así que opté por seguir haciéndome el dormido. Tal vez así la excitación decrecería, tal vez

De pronto la situación cambió, pero no así el bulto de mi bragueta. Alberto levantó un poco la cabeza de mi vientre, miró mi rostro y pasó a desabrocharme algunos botones del pantalón vaquero. Quizás él creyó que yo dormía, como yo ya había creído, hasta ese momento, que él también. Pero no: por lo visto no dormíamos ninguno de los dos. Ya estaba yo con media polla al aire, durísima y cimbreante. Supongo que en un arrebato de curiosidad, Alberto acarició mi glande, que a causa de mi tremenda erección, había quedado totalmente al descubierto, con toda la piel que lo recubría ya echada para atrás. El suave y titubeante tacto de sus dedos me provocó una oleada enorme de placer que me hizo gemir "entre sueños". No me podía creer lo que me estaba pasando. Mi chaval, mi hijo, me estaba tocando el cimbre y yo no hacía nada por evitarlo. Alberto siguió propinando más caricias a mi pene hasta que desabrochó el resto de los botones de mi bragueta. Acto seguido, tras echar un salivazo en su propia mano, empezó a masturbarme.

-¡Alberto por dios! –dije entre gemidos...a la vez que me despatarraba lo más posible.

-¡Shish! – susurró soltando una risita- he notado lo que te ha pasado cuando he reposado mi cabeza entre tus piernas... ¡Dios mío! ¡Qué pedazo de mástil tienes aquí papá!

-¡Pppppero, hijo...! ¡No me puedes estar haciendo esto, que soy tu padre!

Sin embargo lo estaba haciendo. Su mano recorría todo mi rabo, de la base al glande, suavemente como un pañuelo de seda. Intenté decir algo más, que se detuviese. Quise agarrar sus manos y retirarlas de mi sexo, y supe que lo mejor para poner fin a esta situación era abrir la portezuela del auto y salir fuera. Sin embargo a mi prácticamente se me escapaban los gemidos de la boca, como una bandada de pájaros encerrados en una habitación que salen al vuelo al abrirse la ventana. Y la ventana estaba bien abierta, como yo de piernas mientras mi chaval me masturbaba.

-¡Papá! -exclamó feliz- ¡Tú no sabes cuánto he deseado hacer esto! Y la de pajas que me habré hecho pensando en ello. Mi primera paja fue por ti, fue a tu salud y te aseguro que todas y cada una de las pajas que me he hecho en mi vida han sido por ti, por verte en esos vaqueros, marcando tu culito apretado, o tu polla en esa bragueta que llevas siempre que parece que está a punto de estallar ...

Acto seguido la engulló, se la metió en la boca y la tragó. Aluciné cuando mi miembro, duro como una piedra, despareció en su garganta. Y me sentí perdido. Supe que estaba totalmente a su merced, que mi cuerpo pedía placer y que éste vendría dado por mi propio hijo mientras chupase mi verga. No había modo de detener esa locura. Ninguno.

-¡Dios mío nene! ¿Qué me estás haciendo? -gemí presa del delirio comenzando a batallar entre lo que me decía el cerebro y lo que me pedía mi propia polla.

-Papá tus gemidos me suenan a música celestial – dijo él sacándose mi tronco de su boca – ¡Esto es lo que quiero!

Hurgando en mi bragueta dio con mis bolas. Las sacó fuera del pantalón mientras seguía con la paja, sencillamente desabrochando el último botón de la bragueta de mis jeans . Las agarró suavemente y las acarició con dulzura. Yo jamás había tenido relación homosexual alguna. Nunca un hombre había alcanzado la esencia de mi masculinidad. Fue una sensación extraña, como verse desnudo en medio de la calle, indiferente al pudor, pero liberado. Ya ni siquiera importaba que además fuese mi hijo quien manosease mi virilidad, mi verga, mis pelotas, en busca del placer intenso del sexo. Sus caricias en mis cojones lograron que mi rabo se endureciese aún más si cabe, y numerosos gemidos escaparon de mi boca. Luego se los tragó. A mí me dio un vuelco el corazón porque mi hijo sin él saberlo, me estaba haciendo lo que me encantaba que me hiciera mi esposa: comerme los huevos. Y qué bien que lo hacía el cabrón, mejor que ella. No hay mejor sensación en este mundo que la de que te coman los huevos y te pajeen a la vez. Para mi no hay ninguna. De modo que noté mis pelotas hinchadas, a punto de reventar por la leche acumulada desde hacía tantos días...Al final, entre susurros, exclamé:

-¡Nene creo que me voy a correr!

-Eso es papá, porque te voy a ordeñar -dijo él sin dejar de masturbarme. Y aceleró sus masajes sobre mi cimbre hasta llevarme al clímax, momento en que explosioné de gusto.

-¡Neneee me corro! ¡Arghhh si, aaah ohhhh! - exclamé, y un geiser incontrolable brotó de mi polla bañando las perneras del pantalón, mi vientre, mi cara y la de mi hijo. Sentí una enorme sacudida en mis testículos por cada chorro de semen que expulsé y me pareció que mi culo se partía en dos mitades. Hasta el tablier recibió su parte. Nunca creí que cupiese tanta carga en mis cojones. Y es que tras tanto tiempo sin haber vaciado mis pelotas éstas acumulaban una enorme cantidad de leche que mi hijo había sido capaz de sacar, vamos, que como él dijo, literalmente me había ordeñado como a una vaca. Y aún bañada de semen, mi nene dio el remate final: engulló mi polla otra vez, y yo solté un grito de auténtico placer, creyendo que me iba a fundir.

-Veo que te ha gustado papá, ahora estoy seguro que podrás dormir tranquilo – dijo él con los restos de mi corrida resbalando por su rostro.

Luego Alberto se incorporó en su asiento y un muro de silencio cayó entre los dos. Intentando asimilar lo que acaba de sucedernos, extraje un paquete de pañuelos de papel de la guantera y me limpié como pude. Tras abrocharme la bragueta e introducir mi miembro aún húmedo de semen en mis pantalones, arranqué el motor del coche y manejé unos algunos metros más adelante. Allí se veían las luces de un motel.

-Alberto, ahora vamos a dormir –le dije- Es tarde, estoy muy cansado, creo que los dos lo estamos.

El resto fue rutina de registro de hotel: habitación doble, camas separadas y el ruido del escaso tráfico como telón de fondo. Y una asombrosa revelación: mi hijo, pese a haber tenido varias novias, era homosexual y me deseaba a mí.