Crónicas de un consolador con patas (1)

Ángel tenía la fundada sospecha de que Alicia, su compañera de trabajo, quería tener con él una relación más que laboral. Cosa sorprendente dado que la mujer se acaba de casar con Eva, que, por otro lado, está más que dispuesta a ser la mejor amiga de Ángel. La vida de un Consolador con Patas es dificil...

Crónicas de un Consolador con Patas

Prólogo

-Espero que termines esto para el lunes al mediodía. –Dijo una voz irascible a su espalda.-

Ángel observó como su jefa ponía sobre su escritorio una carpeta de al menos un dedo de grosor. Se le cayó el alma a los pies. ¿Cuánto tardaría en pasar a los archivos toda esa información? Intentó poner cara de póquer y no dejar entrever sus verdaderos pensamientos sobre las últimas semanas de explotación laboral que llevaba padeciendo. Su jefa, entrada en la cincuentena y probablemente bajo los efectos de una menopausia precoz, le observó furtivamente mientras entrecerraba los ojos, atenta a cualquier queja para soltarle el discursito sobre el trabajo en grupo, la colaboración entre departamentos y la necesidad de mantener un buen ambiente laboral.

-Para el lunes. –Repitió ella, al parecer decepcionada por no tener ocasión de adoctrinarle.- Sin falta.

Mientras la veía alejarse, Ángel no pudo más que gemir internamente. Otro fin de semana en el que no podría salir. Y con este iban tres seguidos. Tres semanas sin irse de fiesta. Tres semanas sin sexo.

Tuvo un escalofrío.

¡Tres semanas sin sexo! No había estado tanto tiempo sin sexo desde... Ni se acordaba. ¿Desde que terminó el instituto? Posiblemente; había sido un chico muy precoz.

Cogió la carpeta llena de trabajo y empezó a ojearla mientras maldecía en voz baja a su jefa, a los convenios laborales y al sindicalista gañan que inventó los permisos de Luna de Miel.

Todo el mundo se había sorprendido cuando su compañera Alicia anunció, unos meses atrás, que tenía intención de casarse. Pero la sorpresa dio paso a la estupefacción global cuando especificó que se casaría... Con otra mujer.

Ángel no se lo podía creer. ¿Alicia era lesbiana? ¿Desde cuando? No es que tuviera mucha relación con ella fuera de la oficina, pero... ¿No se le tendría que notar? Pensó que quizás él seguía con la imagen preconcebida de que los homosexuales son todos como los que salen en la tele; locazas y personajes que solo intentan llamar la atención. Bien mirado, en esos prejuicios tal vez influía que el gay con el que más relación tenía, Toni, era capaz de ponerse unos pantalones rosa chicle para salir a la calle. Pese a todo le caía bien, era un colega que nunca le había fallado cuando lo necesitaba, y nunca había intentado meterle mano.

Suspiró.

Y ahora, mientras Alicia se tostaba en alguna playa del Caribe junto con su esposa, ahí estaba él, haciendo el trabajo de dos personas y aguantando a una jefa menopáusica que le detestaba enormemente por algún motivo que nunca había llegado a conocer.

Cerró su sesión en el ordenador y se preparó para marcharse a casa. Si iba a tener que matarse a trabajar, al menos lo haría en su portátil, con una cerveza bien fría al lado y sin nada más que los calzoncillos puestos.

Eso sí que era un buen entorno laboral.

Capítulo I

Ángel nunca se había alegrado tanto de ver a una mujer. Bueno, con excepción de a su madre cuando hacía croquetas caseras; su debilidad. Que Alicia estuviera en su puesto de trabajo significaba el fin de la tortura.

Casi se puso a llorar de lo aliviado que se sentía.

La mujer exhibía su habitual melena castaña, levemente rizada, recogida en una coleta. Su piel estaba más bronceada que de costumbre, probablemente fruto de las horas de ocio en alguna playa tropical. Por lo demás, los cambios más significativos que se veían en ella eran tres; el anillo que lucía en una mano, el brillo chispeante de sus ojos marrones, y una sonrisa pronta que el hombre atribuyó a su condición de recién casada.

Tuvo que forzarse para no mirarle los pechos, algo bastante difícil considerando la talla de sujetador que gastaba. Los pechos de Alicia eran de los que hacen babear a cualquier hombre y, aparentemente, también a una mujer. Más de una vez había pensado seriamente en invitarla a tomar algo fuera de la oficina, pero nunca había acabado de animarse. Eso iría en contra de una de sus reglas inquebrantables: "Nada de líos de faldas en la oficina". La otra era "Nada de mujeres comprometidas" y, desde que las seguía, no había tenido nada de lo que lamentarse. Sin embargo, ahora, entreviendo el contorno de sus senos apretarse contra la ceñida blusa, se dijo que era un idiota.

-¡Ángel! –La voz modulada de la mujer, parecida a la de una locutora de radio, le sacó de sus cavilaciones.- ¿Cómo estás? ¿Has tenido mucho trabajo por mi culpa?

-No, no, no te preocupes. –Mintió al mismo tiempo que le daba dos besos. Sintió de refilón como sus melones le acariciaban el torso y no pudo evitar disfrutar de la sensación.- Todo bien por aquí, ¿Qué tal la Luna de Miel? Por el bronceado puedo decir que al menos el tiempo acompañó.

-Oh, sí, hemos estado mucho en la playa. –Ella sonrió maliciosamente.- Al menos el tiempo que estábamos fuera de la cama...

El hombre tuvo que hacer serios esfuerzos por no imaginarse a su compañera teniendo sexo con otra mujer. Llevaba unos pantalones ajustados, y una erección le haría daño. ¿Cómo se podía reaccionar ante ese comentario?

-Para eso están las Lunas de Miel. –Exclamó mientras forzaba una sonrisa.- Para disfrutar, ya sabes.

-Sí. –Le guiñó un ojo de forma provocativa.- Del sexo es de la única droga que no me quiero desenganchar.

La risa ronca que siguió a sus palabras dejó al hombre estupefacto. Nunca habían intercambiado palabras de una forma tan personal. Bien mirado, tampoco le importaba ese súbito cambio. Salvo por el problema de que esos dos ojazos chispeantes le hacían pensar en sábanas de algodón y ropa interior de satén. Y en sexo salvaje y caliente.

La chica sonrió como si supiera perfectamente lo que estaba pensando. Suspiró y le dedicó un "Hasta luego" acompañado de un batir de pestañas. Se marchó caminando de forma sugerente, bamboleando el trasero a un lado y otro, un lado y otro...

Ángel tragó saliva mientras la observaba entrar en su despacho. ¿Se lo parecía a él o Alicia había estado coqueteando con él? No, imposible. Por el amor de Dios, ¡Estaba recién casada! Peor aún, era lesbiana. Seguro que él se lo había estado imaginando, que era su ego masculino el que le confundía, aunque...

Gruñó al mismo tiempo que meneaba la cabeza. Tanto tiempo sin sexo le había nublado el cerebro. En cuanto tuviera ocasión iría de caza. Una rubia, sí, le apetecía una rubia. Nada de mujeres castañas de grandes pechos. Donde se pusiera una rubia, que se quitara lo demás.

Por algún motivo, sus palabras no le sonaron tan convincentes como debieran...

Las dos semanas siguientes fueron un calvario para Ángel. O su instinto masculino se había atrofiado, o estaba clarísimo que Alicia, compañera de trabajo en general y lesbiana casada en particular, le estaba tirando los tejos.

Era todo muy sutil. Una medio sonrisa insinuante aquí, un guiño de ojos allá. Cuando se cruzaban, ella se detenía lo suficiente para asegurarse de que él reparara en su presencia antes de seguir su camino.

El jueves anterior, cuando estaba tomándose un café en la sala de descanso, la mujer había aparecido armada con una de sus miradas chispeantes. Al verle preparar la cafetera, le había pedido una taza. Él se la sirvió sin ningún problema, jactándose de sus habilidades para preparar esa bebida sagrada. La realidad era que solo sabía cocinar dos cosas: Café y platos pre-cocinados. Sus dotes de chef brillaban por su ausencia.

Después de dar un sorbo al café, la mujer había fruncido el ceño mientras iba hasta la pequeña nevera y se agachaba para coger la tarrina de nata fresca que ahí guardaban. La panorámica de su trasero le resulto grata a la vista, sin embargo, lo mejor estaba por llegar.

-A mí me gusta dulce. –Dijo en voz muy baja, como si compartiera un secreto.- Y con mucha, mucha nata.

Acto seguido abrió la tarrina e introdujo un dedo en la espesa y dulce nata. Lo deslizó sobre su grumosa superficie hasta recoger una buena parte de su contenido y, mientras le miraba a los ojos, se lo llevó a la boca.

A Ángel se le cayó el café.

-Me encanta la nata, ¿A ti no? –Comentó ella con naturalidad mientras echaba una buena nube en su taza.- Es mejor que el azúcar.

El hombre no pudo más que maldecir en todos los idiomas existentes y limpiarse la mancha de café antes de que tuviera que desechar su preciosa camisa. Ella le dejó solo con las tareas de limpieza mientras aludía a que tenía trabajo pendiente, pero no le pasó desapercibido como sonreía al marcharse; igual que una gata ante un cuenco de leche.

Y el cuenco de leche era él.

Se le pasó por la cabeza la idea de que no le disgustaría que lo lamiera hasta la extenuación, pero sabía que eso no iba a pasar. Era él el que veía escenas de película porno en cualquier pequeño roce de la vida cotidiana: Como cuando coincidieron en el cuarto de fotocopias y ella señaló que siempre había tenido la fantasía de subirse encima de la máquina y sacar una imagen de su trasero.

-Pero nunca lo he hecho. –Aclaró Alicia, hablando con el mismo tono que usaría para conversar sobre el clima.- Nunca he podido decidir qué tipo de ropa interior debería llevar al sacar esa imagen... Si es que llevo...

Ángel empezó a tener alucinaciones.

Cada vez que la mujer de pechos impresionantes estaba en la misma sala que él, la imaginaba en ropa interior. Llevaría un conjunto negro lleno de encaje, con un sujetador que dejara prácticamente al aire los pezones, unas pequeñas braguitas y unas medias a medio muslo que resaltaran los contornos de sus piernas... ¿Y por qué no un salto de cama? Le encantaban los saltos de cama...

Tal era su estado de confusión que, durante esas semanas, no consiguió ligar. Lo negaba, pero lo cierto es que comparaba a todas las mujeres con Alicia, y eso las dejaba en mal lugar. Quizás por eso sus erecciones en la oficina se estaban volviendo algo común; de no ser por el escritorio que cubría su mitad inferior habría dado más de un espectáculo bochornoso.

El viernes por la tarde alguien abrió las puertas del infierno. Un súcubo escapó.

Su jefa le había pedido que se quedara con Alicia para ponerla al día de lo que se había perdido durante su Luna de Miel, él había intentado escurrir el bulto, para nada complacido con la idea de quedarse a solas con esa mujer que iba camino de convertirse en una obsesión. Y mucho menos con el "arma cargada" desde hacía tanto tiempo. Por descontado, su jefa no hizo caso de sus alegaciones, aprovechando para reprenderlo por su falta de fe en el trabajo en equipo y en la concordia entre los miembros de una misma empresa.

Al final se había puesto tan pesada que Ángel accedió solo para callarla.

Mientras se acercaba al despacho de la mujer, renegando en voz baja porque ella tuviera un despacho mientras él solo debía conformarse con un cubículo aún teniendo su mismo puesto, se dijo que era un idiota y que debía dejar de hacerse pajas mentales pensando en lo que no era. Fantasear con Alicia tenía mucho morbo, simplemente, pero nunca pasaría de ser algo más que una ilusión.

Ella le recibió con una sonrisa y le indicó que se sentara mientras caminaba hacia la puerta del despacho. El hombre advirtió que las persianas estaban corridas, pero imaginó que si él fuera el dueño del despacho tampoco le gustara ser vigilado constantemente por cualquiera que cruzara el pasillo. La intimidad ante todo. Por lo demás, la sala contaba de un mobiliario simple: El escritorio y la silla, el puesto informático, un par de estanterías y un sofá de dos plazas para descansar las ideas.

El clic del cerrojo de la puerta le hizo ponerse en tensión.

Alicia estaba apoyada en la única vía de escape, observándole. De repente sus manos fueron a su blusa y comenzaron a desabotonarla. Ángel tardó tres botones en reponerse de la sorpresa inicial.

-¡Pero qué haces! –Farfulló, dando un paso atrás mientras ella daba un paso adelante.- ¿Qué estás...?

-Ya no puedo esperar más... –Susurró ella con voz ronca mientras se abalanzaba sobre él.- Te necesito...

-Yo... –Los labios de la mujer sobre los suyos le impidieron emitir nada más que sonidos entrecortados.- No puedo... Esto..

Alicia era un torbellino de pasión. Mientras él intentaba desasirla, ella parecía tener tres pares de brazos, tal era la facilidad con la que se aferraba a él. Ángel no solo tenía el cabello del color del trigo y los ojos azules para impresionar a las mujeres, también era alto y tenía una espalda ancha. Pero, aún con su corpulencia, no era capaz de quitársela de encima. Por si fuera poco, uno de los muslos de la mujer se había encajado entre sus piernas y se frotaba descaradamente contra su sexo, amenazando con hacerle perder la lucidez.

Una potente erección cobró vida bajo sus pantalones. Azorado, intentó apartar de nuevo a la fémina, pero solo consiguió poner las manos sobre sus voluminosos pechos, ahora prácticamente expuestos. La sensación de morbidez que llenó sus manos le hizo quedarse congelado durante un instante precioso que ella aprovechó para bajarle la cremallera.

-Esto... –Murmuró ella entre jadeos al tiempo que agarraba su miembro por encima del slip.- Esto es lo que quiero. Dámelo.

Su última palabra fue más una suplica desesperada que otra cosa. El sentido común de Ángel implosionó por la excitación. Todo el mundo tenía un límite, y el suyo había sido superado. Lo siguiente que supo fue que la blusa de la mujer caía al suelo mientras él liberaba uno de los pechos de la mujer del sujetador. Se inclinó sobre él y lo lamió golosamente.

Sabía a gloria. Los pezones de la mujer eran oscuros y tan apetecibles que no pudo contener un gruñido apreciativo al que ella respondió con un jadeo cuando succionó.

-Al sofá... –Rogó Alicia mientras le acariciaba por todas partes.- Llévame al sofá...

En un derroche de fuerza, pasó una mano bajo el trasero de la mujer y la levantó a pulso, portándola los pocos pasos que los separaban del mueble sin dejar en ningún momento de magrear sus pechos.

Durante unos instantes premió la confusión, ambos quedaron reducidos a un revoltijo de lujuria y pasión. La mujer le sacó los faldones de la camisa, accediendo con sus manos hasta su torso, que acarició con intensidad. Poco después, el botón de su pantalón era liberado y estos bajaban hasta dejar a la vista la ropa interior.

-Estas duro... –Gimió ella mientras repasaba el contorno de su miembro por encima de la tela.- Por Dios, que duro estás...

Él como respuesta abandonó sus opulentas tetas y tomó posesión de su boca. Se enzarzaron en un beso voraz, lengua contra lengua, en el que intercalaron algunos pequeños mordiscos. A esas alturas, la respiración de los dos era ya acelerada y trabajosa.

-Siéntate. –Le indicó ella mientras le empujaba ligeramente en el pecho para hacerle reclinarse en el sofá.- Déjame encima...

-Gmmmhff... –El sonido ininteligible que emitió mientras mordisqueaba el lóbulo de su oreja le valió como una afirmación.-

Ella se levantó la falda que llevaba hasta enrollársela en la cintura. Dejando a la vista unas preciosas braguitas bajo las cuales se intuía una delgada línea de vello. Acto seguido liberó por fin el miembro del hombre, jadeando ostensiblemente al ver su tamaño... O tal vez porque Ángel acababa de morderla en el cuello.

-Ahora... –Repetía ella una y otra vez.- Te necesito ahora...

Él no se hizo de rogar. Agarró a la mujer por las nalgas y la alzó mientras ella hacía a un lado la barrera que suponían sus braguitas. Justo cuando estaba a punto de dejarla caer y empalarla en su miembro, un breve chispazo de sentido común retornó a su mente.

-¡Condón!

Ella le miró a los ojos antes de cerrarlos y murmurar un "¡Joder!" que dejaba claro las pocas ganas que tenía de quedarse con el calentón. Sin embargo, Ángel siempre iba preparado.

-Bolsillo de atrás. –Indicó, incapaz de hilvanar frases compuestas.-

De inmediato comenzaron a forcejear hasta que la chica pudo acceder al bolsillo mencionado y sacar el paquetito metálico que les permitiría gozar. Con manos temblorosas lo desenrolló sobre su miembro, aprovechando para acariciarle ahí donde pudo.

Finalmente, ella elevó sus caderas y condujo el glande enrojecido hasta su sexo.

-¿Estás lista? –Preguntó él, anhelante de que dejara de acariciarse con la punta y decidiera probarlo por completo de una vez.-

-Mira que húmeda y caliente estoy... –Jadeó ella mientras introducía un dedo en su sexo y después lo conducía a la boca del hombre.- Vamos, a que esperas, ¡Espero por ti!

Él gruñó y la dejó caer, penetrándola por completo. El gemido de la mujer resonó por el despacho. Ella se quedó quieta al tiempo que echaba la cabeza hacía atrás y, con los ojos cerrados, dibujaba una sonrisa en su rostro.

-Sí, joder, sí... –Murmuró con voz pastosa.- Me encanta...

Comenzó una frenética lucha de caderas. Alicia, a horcajadas sobre él y apoyada en sus rodillas, subía y bajaba a un ritmo acelerado al mismo tiempo que él utilizaba toda la fuerza de sus piernas para penetrarla. Los embates eran tan intensos que, en ocasiones, Ángel llegó a levantarla del sofá.

El hombre sintió algo que le rozaba en su zona más sensible, se dio cuenta de que eran las braguitas de la mujer que, pese a estar echadas a un lado, le magullaban incluso a través del látex.

-¡Arráncamelas! –Sentenció ella cuando expuso el problema.- ¡Me da igual lo que hagas, pero no salgas de mí!

La prenda íntima se deshizo después de un solo tirón. Alicia gimió al sentir el roce de la tela en su piel y se estremeció de placer cuando él las desechó finalmente tirando desde atrás, de forma que acariciaran todo su sexo.

-Ahhh... Sí... Mejor... Mucho mejor...

Libres de obstáculos, el ritmo, si es que era posible, se hizo más frenético. Ella gemía tan alto que tuvo que inclinarse y morder el cuello de la camisa del hombre, aún puesta, para evitar ser escuchados por alguien que atravesara el pasillo.

Ángel amasaba una de las nalgas de la mujer mientras que con la otra mano acosaba sus pezones. Ella jadeaba de placer-dolor cada vez que sus dedos se cerraban con fuerza sobre sus oscuras puntas, sin embargo, parecía gustarle, dado que el hombre podía notar como su vagina se cerraba alrededor de su miembro de forma lujuriosa, anhelante de más.

El orgasmo se acercaba, notaba el semen apunto de salir. Apretó los dientes y embistió con más fuerza, rogando a todos los dioses el poder aguantar hasta que ella obtuviera su placer.

-Estoy... Ahh... Yo... ¡Siii!

Sus rezos habían sido escuchados. La mujer de pronto arqueó la espalda, liberando su boca de la improvisada mordaza y gritando su placer a las paredes de la sala. Una bestial ola de contracciones vaginales, que parecían querer exprimirlo, consiguieron que Ángel se dejara ir y se corriera al tiempo que apretaba con fuerza las carnosas partes de la mujer que tenía entre sus manos. Ella volvió a gritar antes de desplomarse desmadejada entre sus brazos, intentando recuperar la respiración.

Estuvieron abrazados, apoyados el uno en el otro, durante largos minutos, reponiéndose del gran esfuerzo que acababan de realizar. Finalmente, Ángel rompió el silencio recordándole discretamente que tenía que quitarse el condón. La mujer se incorporó pesadamente, observándole durante un buen rato antes de asentir y apartarse.

Salir de su cálido sexo fue para Ángel una experiencia dolorosa. Deseaba volver a enterrarse en sus profundidades ardientes, deseaba tenerla de nuevo, esta vez bajo su cuerpo, una y otra y otra vez...

Mientras él envolvía el condón en un pañuelo desechable y lo arrojaba a la papelera, ella aprovechó para recolocar su ropa. Cuando el hombre la miró, su compañera ya estaba abotonándose la blusa. Aún estaba despeinada y las prendas ofrecían muchas arrugas, pero, por lo demás, no había ni rastro que evidenciara que acababa de echar un polvo sensacional.

Él la emuló subiéndose los pantalones y colocándose la camisa. Se notaba sudado y satisfecho. El macho alfa había satisfecho a la hembra beta. Podía volver a la cueva y dibujar porno en las paredes.

Sin embargo, con el orgasmo había vuelto el sentido común, y una gran desazón tomó el lugar que antes había ocupado la lujuria. De un plumazo había roto sus dos reglas principales: Había tenido sexo con una compañera de la oficina, y peor, que estaba casada. Casada con una mujer, sí, pero a eso también se le llamaba boda en estos tiempos, así que...

Meneó la cabeza intentando reordenar sus ideas. No sabía qué decir.

-Ha estado muy bien. –Ella rompió el silencio mientras se ocupaba de que se ventilara el cuarto.- Pero ahora será mejor que te vayas, antes de que alguien sospeche.

-Alicia yo... –Cuando la mujer arqueó una ceja de forma desafiante, él suspiró y se encaminó hacia la puerta.-

-¡Ah! Y por cierto... –Volvió a mirarle significativamente con esos grandes ojos marrones.- Aquí no ha pasado nada.

Ambos se sostuvieron la mirada hasta que él asintió y se marchó. Necesitaba pensar en lo que acababa de ocurrir. No lo entendía. ¿Por qué Alicia se le había echado encima? ¿Por qué justo ahora? ¿Por qué después de casarse? ¿Por qué después de que anunciara que era lesbiana? Esos y otros enigmas giraron en su cabeza entre una corriente de excitación sexual que parecía muy conforme consigo misma por el hecho de que acababa de echar uno de los mejores polvos de su vida.

Capítulo II

Ángel se pasó todo el fin de semana cociéndose en el jugo de sus propias dudas. No sabía qué cara pondría cuando volviera a verla. Tendrían que hablar de lo que había ocurrido, de esa "infidelidad"; porque era la única palabra para describirlo, aunque la detestara. Se sentía culpable con respecto a la esposa de Alicia. Solo había tenido una experiencia similar una vez, hacía años, con una novia que creyó que podría jugar con dos barajas al mismo tiempo. Lo que le dolió de la situación no fue que la chica le pusiera los cuernos, sino que ella de verdad le importaba, no era una más en su lista. Al final, terminó con la relación y volvió a dedicarse a cazar los fines de semana. Con su disposición de que los vínculos tenían que ser estrechos; las mujeres, cuanto más abiertas, mejor.

La cosa le había funcionado bien, al menos hasta el viernes pasado, cuando todos sus esquemas se habían roto con igual facilidad que las bragas húmedas de la mujer entre sus manos. Se lamió los labios con tan solo recordarlo.

El lunes en la oficina él esperaba lo peor, pero, sin embargo, se llevó una sorpresa. Alicia no solo no evidenciaba ningún cambio en su trato hacia él, sino que, tal y como le había dicho que haría, se comportaba como si no hubiera sucedido nada entre ellos. Eso le hizo sentirse aliviado, no es que rehuyera los conflictos, pero no sabía como preguntarle a una mujer lesbiana por qué le ponía los cuernos a su recién estrenada esposa con un compañero de oficina.

Además, no todo era fría lógica. Lo cierto era que una parte de su cuerpo seguía tensándose cada vez que pensaba en la mujer más de la cuenta. El polvo echado el viernes pasado había sido salvaje y muy placentero, pero se le había hecho corto. ¡Ni siquiera había llegado a lamerle ahí donde su carne era más tierna! Eso era un pecado según su código moral, y se lamentaba no haber degustado en su paladar el exótico sabor de su sexo en la única oportunidad que, casi con total seguridad, había tenido de hacerlo.

No pudo evitar ponerse algo nerviosos las veces que tuvo que ir al despacho de la mujer, sin embargo, no pasó nada fuera de lo estrictamente laboral y él acabó por hacerse a la idea de que ese "rollo" que habían tenido era solo un simple capricho de la mujer, algo anecdótico.

Así pensó hasta el viernes siguiente.

Esta vez no le cogió por sorpresa, desde que traspuso la puerta de su oficina, estuvo seguro de que las intenciones de la mujer no eran precisamente buenas. El brillo chispeante de sus ojos, que estuviera sentada en la mesa con las piernas cruzadas y que, de nuevo, las persianas estuvieran echadas, le dijo lo que necesitaba saber.

-Alicia... –Carraspeó intentando no mirarle los muslos que se intuían bajo la falda.- Creía que habíamos decidido olvidar esto, no creo que...

Ella descruzó las piernas lentamente.

Él perdió la voz.

Había visto "Instinto Básico" muchas veces. Era una de sus películas preferidas no solo por las escenas de sexo, sino porque el guión era bueno y el argumento interesante. ¿Cuántas veces había rememorado la escena de la sala de interrogatorios en la que Sharon Stone descruza las piernas dejando a entrever su sexo desnudo?

Pues acababa de presenciarlo en versión carne y hueso.

-¿Te importaría cerrar la puerta? –Indicó ella con esa voz firme y erótica que sabía poner.- Hay algo que quiero que hagas por mí...

Ángel recordó haber cerrado la puerta y, lo siguiente que venía a su memoria era estar enterrándose en el húmedo coñito de la mujer que, jadeante, le pedía que le llamara "Ali" mientras la tomaba.

-Así me llaman las pocas personas que han conseguido estar dentro de mí. –Indicó ella al tiempo que cabalgaba sobre él, sentado en el sofá.- Ali... Oh... Ali...

Le arañó en los riñones mientras llegaba al éxtasis pronunciando su propio apodo cariñoso. ¡Y menudo orgasmo! Ali se corría con ganas, pocas mujeres le habían "mojado" hasta el punto de tener que limpiarse a fondo después de cada encuentro furtivo, Alicia sí, y parecía hacerle gracia, incluso llegó a mencionar "Lo mucho que me excita mancharte con mi placer".

Él se contuvo para no volver a tomarla, claro que tampoco ella le habría dejado. ¿Adivináis quien llevaba los pantalones en ese despacho?

Las semanas pasaron, y los encuentros se repitieron, irremediables, uno detrás de otro. Al menos una vez a la semana, Ali encontraba la forma de engatusarlo con sus armas de mujer y montarlo como toda una reina del Rodeo. Eran encuentros intensos y fugaces, que nunca superaron los veinte o treinta minutos. Sexo salvaje e inesperado en el lugar de trabajo, ¿Había algo más excitante?

Ángel intentó alguna que otra vez hablar sobre su situación, sobre lo que estaban haciendo, pero ella siempre salía con alguna frase del tipo "No pierdas el tiempo en hablar y disfruta". Y él, observando como se subía la falda y abría sus labios mayores, dejando a la vista su sexo húmedo y anhelante, no podía más que ponerse un condón y entrar a matar.

Odiaba ser el amante de la mujer, detestaba el daño que le causaría a su esposa cuando se enterara de lo que sucedía. Porque acabaría por enterarse, obviamente; si estuviera casada con un hombre podría mantenerlo en secreto, pero, ¿Ocultar una infidelidad a una mujer? Planificar un viaje a Marte es más sencillo. A la larga, las féminas siempre lo descubren.

Otro de los motivos que le causaban malestar era la negativa de la mujer a extender sus encuentros. Dado que ya estaba cometiendo una infidelidad, ¿Qué le importaba dedicarle un par de horas en vez de veinte minutos? Él podía darle más que sexo casual y rápido, estaba bastante orgulloso de sus habilidades y le irritaba no tener ocasión de demostrarlas. Sin embargo, la respuesta de la mujer siempre era esa de "Lo bueno, si breve..."

Consiguió convencerla apelando a su sentido del equilibrio. O, más correctamente, haciéndola perder el equilibrio a causa del placer que le provocaba su lengua mientras degustaba todo lo que su sexo húmedo y caliente tenía que ofrecer.

-Tal vez podamos quedarnos un rato más... –Concedió ella mientras empujaba la cabeza del hombre entre sus piernas, anhelante de que continuara lamiéndola.- Un... Rato... ¡Máaas!

Su relación continuó. El sexo cada vez era más espléndido e intenso, en especial desde que Ángel le indicara que, si se apoyaba en la mesa, podría entrar en ella desde atrás. Eso la volvió loca de placer, les daba más margen de maniobra a los dos, y, en más de una ocasión, Ali se corrió con tanta fuerza que Ángel temió que la escucharan no solo en su empresa, sino también en las de los alrededores.

A veces, si conseguía aguantar sin correrse a las salvajes necesidades vaginales de la mujer, esta se arrodillaba entre sus piernas y le realizaba una estupenda mamada. Al principio insistió en que conservara el condón, pero después pareció pensárselo mejor y se lo quitó para poder disfrutar del sabor real de ese mástil de carne que tanto placer le daba.

Correrse en su boca fue una victoria personal para Ángel, ni siquiera le molestó que escupiera discretamente su semen en un pañuelo. Lo importante era la intención.

Eran amantes en toda regla. Alicia le había llevado al País de las Maravillas, y era tan generosa que además le dejaba comerle el conejo. ¿Qué más podía pedir?

Capítulo III

Uno de sus encuentros que recordaba con mayor intensidad se produjo a la hora de comer de un día cualquiera. Ella, apoyada con las manos en el escritorio, había permitido que Ángel la dejara prácticamente desnuda, algo raro en sus veladas prohibidas, donde primaba lo rápido a lo cómodo. Él, sabedor de que se le ofrecía una oportunidad única, estuvo dispuesto a demorar su propio placer. Se quitó la camisa y abrazó a la mujer por detrás, sintiendo su carne ardiente acariciando la suya, tentándola.

-¿Cómo quieres que te dé placer? –Le preguntó a la mujer en voz muy queda, situando su boca justo al lado de una de sus orejas.-

-Ya... –Se estremeció al sentir el aliento de su compañero en el cuello.- Ya sabes lo que quiero de ti...

-¿Lo sé?

Sus manos bajaron por los costados de la hembra, acariciando de paso sus voluptuosos senos. Al llegar a su vientre se recreó hasta que ella acabó riéndose y quejándose de que le hacía cosquillas. En silencio, continuó por sus caderas y rodeó sus muslos, centrando sus voraces manos en los alrededores de su sexo. Pudo sentir el calor de su entrepierna incluso en la yema de los dedos.

-¿Quieres que te toque aquí? –Dejó que sus dedos siguieran la fina línea de vello púbico.- ¿O aquí?

Ella se estremeció en el momento en que el hombre entreabrió los labios de su sexo. Siseó de placer cuando empezó a recorrer sus tiernos contornos con la yema de uno de sus dedos, martirizándola.

-Eres tan suave aquí abajo... –Evitaba de forma deliberada la zona limítrofe con el clítoris, quería hacerla sufrir.- Me pregunto quién es más suave, si tu esposa o tú...

Ese comentario fue inesperado. Nunca habían mencionado a su mujer, apenas si mencionaban que estuviera casada. Era un tabú que amenazaba constantemente su deshonesta, pero muy placentera, relación.

-Eva. –Pronunció su nombre con una voz cargada de emoción.- Ella es más suave que yo, su sabor me vuelve loca, e incluso no puedo dejar de amar su olor... Es la mujer más perfecta que existe.

-Oh... –Le introdujo un dedo en la vagina con cierta dureza. La chica jadeó.- Ya veo...

La masturbó concienzudamente, estimulando su clítoris al mismo tiempo que dos de sus dedos la penetraban. Ella, mientras se mordía el labio inferior, comenzó a mover sus caderas acompasándolas con las arremetidas.

-Estás tan mojada... –Le llevó una de las manos a la boca para demostrárselo.- Mira como puedo ponerte...

-No... –Gimió mientras devoraba con voracidad esos dedos en los que se condensaban las gotas de su placer.- Te necesito dentro, no me hagas esperar más...

Para reafirmar sus palabras le colocó las nalgas sobre el paquete y se frotó contra él. Ángel emitió un sonido salvaje al sentir su miembro en contacto con su trasero, incluso a través del pantalón era una sensación maravillosa. Anhelante de más contacto, se bajó los pantalones y dejó que su miembro reposara entre sus muslos.

-Mmmm... –Comenzó un leve movimiento oscilante, masturbándose entre sus nalgas.- ¿Lo has probado por detrás alguna vez?

Incluso a él le sorprendió su propia osadía, no era de los que solían ir por ahí pidiendo sexo anal. Era un tema complicado. Ya se imaginaba la escena: "Cariño, ¿Te apetece ir a cenar? Después podemos ir a casa para…" Hay cosas que no suenan bien, simplemente.

-Oh, por supuesto... –Ella se rió roncamente.- Aunque es Eva la que disfruta realmente con eso, a mi solo me gusta de vez en cuando, y hoy te quiero por delante. Rápido. Ya.

Dicho lo dicho puso el trasero en pompa, ofreciéndose, al tiempo que le dedicaba una mirada que lo decía todo. Ángel se puso un preservativo con la velocidad que da la práctica y le penetró de un solo movimiento. Ella dejó escapar un murmullo de satisfacción mientras su carne acogía el miembro el hombre, anhelante de esa fricción deliciosa que los llevaría a ambos al paraíso.

El sonido de sus cuerpos al chocar fue la melodía perfecta para acompañar a sus jadeos. Tal y como sabía que le gustaba, deslizó sus manos sobre sus enormes pechos y los magreó, dedicándole especial atención a sus pezones y a sus aureolas.

-Más fuerte... –Masculló ella sin poder articular bien las palabras.- Más... Ohh... ¡Más!

Él gruñó en aquiescencia y le penetró con todo lo que tenía, hasta la empuñadora, como se suele decir. Alicia jadeó complacida mientras arqueaba el cuerpo para disfrutar al máximo de la fricción.

Cuando notó que el orgasmo le vencía, dejándose llevar por el espíritu salvaje del sexo, se clavó hasta el fondo de la mujer al tiempo que sus manos apretaban con dureza sus senos y su boca le marcaba el cuello con un controlado mordisco.

-Ahh... ¡Duele! –Alicia se quedó quieta, gritó y se corrió.- Joder, duele, duele... ¡Ahhh!

La mujer se derrumbó sobre el escritorio, haciendo que varios folios se quedaran adheridos a su frente a causa del sudor que perlaba su piel. Él tuvo que hacer grandes esfuerzos para no aplastarla bajo su peso y conducirse al sofá antes de dejarse caer. Jadeantes y agotados, intentaron recuperarse de lo que acababa de ocurrir.

En esa nebulosa que solo producen el sexo y algunas drogas determinadas, Ángel se dio cuenta de que sus acometidas habían sido tan fuertes que, con su vaivén, habían desplazado el escritorio un buen trecho de su posición original. Al mismo tiempo observó las marcas de sus manos en las nalgas y en los senos de la mujer; necesitaría crema para que la piel no se le irritara.

Conociendo el modus operandi de sus encuentros, renunció a intentar hablar o interesarse por su estado: Ella solo quería sexo, había entendido ese punto mucho antes. Buscó su ropa y comenzó a vestirse mientras ella se quitaba un post-it de la mejilla derecha, se giró para mirarle y, durante unos instantes, pudo ver en su mirada castaña regocijo ante su desnudez; le gustaba lo que veía. Él siempre había considerado que los hombres desnudos perdían bastante atractivo, mientras que las mujeres... En fin, ellas eran seres hermosos, simplemente. La belleza de lo femenino siempre eclipsaba a lo masculino, incluso en la gracia letal tan atribuida al sexo masculino. ¿Qué es más hermoso? ¿Un león perezoso esperando la cena o unas leonas de caza, acechando a la presa? Las leonas al poder.

Ella le dio una palmada en el trasero antes de que terminara de subirse los pantalones y comentó lo bien que había estado ese día. Él la miró, repentinamente deseoso de marcharse y murmuró un cansado "hasta la próxima vez" al que ella reaccionó con una coqueta sonrisa.

Tal y como creía, su extraña relación de "No hables, no pienses, solo disfruta" no podía funcionar durante mucho tiempo. La fecha límite llegó en Diciembre, y, más concretamente, en la Cena de Navidad que solía reunir a los compañeros de la empresa y sus parejas. Como todos los años, los jefes habían alquilado un salón de fiestas en el que se darían cita casi todos los compañeros. La asistencia no era obligatoria pero... Era mejor congraciarse con las altas esferas.

Por algún motivo que no había logrado descifrar, había acudido solo a la fiesta, cuando lo normal era que hubiera invitado a alguna amiga con él; disfrutar de una cena gratis siempre era un buen estímulo. Sin embargo, ahí estaba, solo e intentando convencerse de que el único motivo de que no hubiera llevado acompañante era que disfrutaba con su independencia, y no que la idea de que Alicia le viera con otra mujer le resultaba chocante. No había ninguna relación entre ellos más que una ración de sexo a la semana, ¿Por qué sentía esas obligaciones hacia ella?

Porque era idiota, simplemente.

Y más idiota se sintió cuando vio a Ali entrar a la sala cogida del brazo de otra mujer: su esposa. Era lógico que viniera con ella, lo raro era que él no hubiera caído en que sucedería. De haberlo deducido, no habría acudido a la fiesta, ni que tuviera que pelotear a sus jefes ni que no.

Intentando pasar lo más desapercibido posible, las observó desde una distancia prudencial mientras ellas charlaban con otros de sus compañeros de oficina. Había visto fotos de la famosa Eva en el despacho de Alicia, aunque esta solía darles la vuelta antes de sus encuentros en algún remedo de práctica supersticiosa que a él le recordaba a los matrimonios que daban la vuelta a las estampas religiosa de Jesús o la Virgen que decoraban las paredes de su dormitorio antes de hacer el amor.

Eva era una belleza morena, de piernas larguísimas y un trasero perfecto para coronarlas, era bonita a su manera, con unos rasgos muy suaves que le daban un aire algo aniñado y refinado, según se mirara.

-"¡Qué desperdicio!" –Fue el grito que brotó de la psique del hombre al observarlas juntas.-

Pensar que dos mujeres de ese calibre pudieran ser lesbianas era como para echarse a llorar. Saber que estaban perdidas para la causa de los hombres era algo tan trágico como la muerte de la madre de Bambi. Bueno, al menos Eva estaba perdida, Alicia... Ella parecía no decidirse en qué pedir; carne o pescado.

Mientras estaba absorto en sus propias cavilaciones, descubrió que las había perdido de vista. Preocupado, giró sobre sus talones para buscarlas y prácticamente chocó contra Eva, que trastabilló ligeramente.

-Oh, perdona. –Se le hizo un nudo en la garganta y se apuro a sostenerla.- Soy muy torpe.

-No, ha sido culpa mía, no debería haberme acercado sin avisar. –Tenía una voz muy femenina, si la de Alicia era ronca y sugería sexo, la de su esposa sugería... Vestidos, cuero y olor a suavizante. Esa mezcla tan extraña le desconcertó.- Por cierto, soy Eva, la mujer de Alicia.

-Lo sé. –Su respuesta fue tan seca que rápidamente la camufló al inclinarse para darle dos besos. Su piel le pareció extremadamente suave, tal como Ali había dicho.- Ella no hace más que hablar de ti en la oficina, tenía muchas ganas de conocerte.

-¿De verdad? –Se rió, tapándose la boca como acto reflejo; probablemente había llevado aparato en la adolescencia.- Espero que no cuente nada malo, a veces estar casadas es una lata, pero la mayor parte del tiempo...

-¿Bromeas? –Intentó reírse él también, pero no le salió nada convincente.- Solo tiene buenas palabras para ti.

-¿En serio? ¿Qué dice? –Preguntó ella, curiosa.-

-"Que tu piel es más suave que la de un bebé, que le encanta comerte el coño, que tu olor la vuelve tan loca como tus caricias, que le encanta acariciarte el..." –Carraspeó para apartar todos esos pensamientos pecaminosos de su cabeza. Intentó buscar un tema inocente.- Tus cócteles. Siempre habla de que preparas los mejores cócteles especiales que ha probado jamás.

-¿Mis cócteles? –Eva pareció alarmada durante unos instantes.- ¿Te ha hablado de mis cócteles especiales?

-Eh... –Tragó saliva.- Sí, ¿Es algo malo? ¿Estás en alcohólicos anónimos o algo así?

-No, no, es solo que... –Hizo un gesto con la mano, como si apartara el tema, y clavó en él sus ojos oscuros y sagaces.- No deberías sentirte incómodo conmigo...

-Yo no...

-Sé que te acuestas con mi mujer.

Ángel la miro de hito en hito, estupefacto. Lo sabía, ¡Lo sabía!, esa maldita mujer se había dado cuenta, tal y como él pronosticó que sucedería. No se podía ser infiel a una mujer y vivir para contarlo, terminaban descubriéndolo siempre. Quiso hacer un agujero y huir, rogó a los dioses para que no le montara la escena de mujer despechada delante de todos sus compañeros y sus jefes. Se dijo que, si salía de esta, no volvería a poner los ojos encima a una mujer con la que compartiera trabajo. ¿Cómo se habría enterado? Bueno, tenía su lógica, en sus últimos encuentros ambos se habían dejado marcas. Él tenía varios arañazos en la espalda y en el trasero, y ella... En fin, tenía marcas desde el cuello hasta la cara interior de los muslos. A veces se emocionaba demasiado, y a ella le encantaba que el sexo fuera intenso.

-Yo... –Tragó saliva, intentando decir algo que salvara la situación.- Creo que...

-No te preocupes... –Sonrió levemente y asintió para dar fuerza a sus palabras.- Tenía mi permiso para hacerlo desde el principio.

De nuevo la miró, desencajado, intentando entender lo que sucedía.

-¿Por qué? –Fue lo único que atinó a preguntar.-

-Es algo que me dejó claro cuando nuestra relación se volvía más seria... –Parecía un poco irritada con el tema, pero continuó.- Me explicó que, por mucho que quisiera, no podría renunciar a los hombres. Que la preocupaba que dentro de un mes, un año o diez, acabara por cansarse de mí cegada por el deseo de tener a uno en su cama.

Eva meneó la cabeza y dejó escapar un suspiro exasperado.

-Antes de casarnos, pusimos las cartas sobre la mesa, y yo vi que perder el amor de mi vida no era comparable a que ella tuviera veinte o treinta minutos de placer con un hombre cada semana. –De nuevo realizó ese gesto, como si apartara un tema sin importancia.- Así que le di permiso para desahogarse, mientras fuera discreta.

Ángel advirtió de repente que se estaba enfadando. ¿Permiso? ¿Desahogarse? La mujer parecía decir la verdad; sabía de la frecuencia y la duración de sus encuentros, siempre que había intentado algo más, Alicia se había negado o le había distraído con otras cosas, pero ahora lo veía tan claro... Todo formaba parte de un plan premeditado.

Después de mirar a la mujer morena durante un buen rato, dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.

-¿Por qué yo?

-Porque eres discreto, accesible y... –Frunció el ceño mientras lo miraba de arriba abajo.- De su gusto.

-¿De su gusto?

-Siempre la han gustado los hombres con ojos claros. –Una sonrisa divertida empezó a formarse en su boca.- ¿De verdad creías que ella tenía un verdadero interés en ti?

Se sintió dolido. Primero, porque toda la situación le hacía sentirse confuso. Segundo, porque la descripción que Eva acababa de hacer lo degradaba a la categoría de "Consolador con Patas". Y tercero, porque, ni que fuera una chica preciosa de grandes pechos ni que no, odiaba que lo utilizaran. Y eso es lo que habían estado haciendo, utilizándolo para darse placer... Como a un jodido vibrador.

-Vaya, esta situación debe molestarte. –Volcó toda su cólera en forma de veneno que impregnó sus palabras.-

-Para nada. –Ella negó con la cabeza.- Tenemos una relación abierta y especial, esto es solo una anécdota.

Las palabras sonaron más bien como "Tú eres solo una anécdota". Sintió que se enfadaba aún más.

-Oh, sí... –Sonrió irónicamente.- Estoy de acuerdo...

-¿Te estás burlando de mí? –Preguntó ella al percibir su tono.-

-No, pero yo tengo claro que, si estuviera casado, no permitiría que mi mujer se acostara con otro, ni que tuviéramos una relación abierta ni que no.

-Eso es porque no eres de mentalidad abierta y no sabes escoger lo que

-¿Qué no soy de mentalidad abierta? –Bufó desdeñosamente.- Bueno, no sé a lo que te refieres con eso, pero sí estoy seguro de que, le preguntes a quien le preguntes, verán que este trato vuestro apesta sospechosamente a infidelidad.

-No es una infidelidad porque sé que está ocurriendo y... –Ella trató de defenderse mientras se acaloraba por momentos, pero él la cortó.-

-¿No es una infidelidad? Puede. –Alzó los hombros, quitándole importancia a las palabras de la mujer.- Sin embargo, sí tengo claro que lo único que dejaría de convertirlo en algo inmoral es que fuera una experiencia compartida entre las dos. Y no lo es.

-¿Compartida? A mi no me gustan los hombres, gracias. –Puso una mueca, como si la simple idea la repugnara.- Y ya debería haberme dado cuenta de que eres el típico hombre que ve a dos mujeres juntas y piensa que deben gustarles los tríos.

-No lo decía por eso. –Y era la pura verdad, aunque de repente todas las fantasías que había tenido sobre las mujeres latieron en su memoria, siendo solo contenidas por su fría cólera. Esa mujer lo había despreciado, tenía que pagarla con su misma moneda.- ¿De verdad crees que cuando estoy en el interior de tu mujer, llevándola hasta un maravilloso orgasmo, ella está pensando en ti?

No pudo evitar unas carcajadas cínicas que irritaron visiblemente a la chica. Se inclinó sobre ella, aprovechando su mayor altura para ganar ascendente moral. Ella se irguió tanto como pudo, reacia a dejarse intimidar.

-No, en esos momentos, ni que esté casada contigo ni que no, ella es mía. –Sonrió fingiendo una compasión que no sentía.- Si estuviera en tu lugar me aseguraría muy mucho de poner una buena correa a este tipo de situaciones, y ¿Qué mejor que estar delante para controlar que no pasen de cierto punto?

Eva intentó intervenir de nuevo, pero él volvió a interumpirla.

-Deberías hacerlo... –Le guiñó un ojo de forma provocativa.- No sea que la próxima vez decida que le gusta más lo que solo un hombre le puede ofrecer...

-Eres un cerdo. –La mujer alzó la barbilla, le fulminó con la mirada, y se retiró caminando a grandes pasos.-

Ángel no pudo evitar reírse amargamente. Acababa de perder la oportunidad de echar un polvo maravilloso cada semana, dado que Eva no dejaría que Ali siguiera intimando con él. Pero, pese a todo, su ego herido ahora se sentía mejor. Una lástima que su entrepierna no pensara lo mismo; a su amiguito del Sur no le importaba que lo utilizaran como a un consolador, es más, se sentía halagado de que él fuera el elegido. Desgraciadamente para su entrepierna, él había dejado de pensar con su pene desde hacía mucho tiempo atrás. Al menos casi siempre.

Capítulo IV

Días después, cuando vio a Alicia acercarse a él, se preparó para recibir una reprimenda. Sabía que el momento tenía que llegar, y agradecía que fuera cuando estaban prácticamente a solas.

La mujer se retiró la melena castaña sobre un hombro y le observó intensamente. Ángel no supo deducir si iba a abofetearle o no.

-¿De qué estuvisteis hablando Eva y tú en la cena de Navidad? –Preguntó la fémina de grandes pechos.-

-Oh... De todo un poco... –Intentó hacerse el distraído y centrar su atención en unos papeles. Temía que si alzaba la mirada acabara atrapado por esos ojos almendrados chispeantes, o, peor aún, por el escote que mostraba ese día. Saber que ya no podría tenerla hacía que la deseara aún más.-

-De todo un poco. –Repitió Ali mientras entrecerraba los ojos con desconfianza.- Cuando os vi juntos, supe que tenía que intervenir, pero preferí dejaros a vuestro aire... Y ahora... No sé lo que le dijiste, pero funcionó.

-¿Funcionó? –Alzó la mirada.- ¿De qué estamos hablando?

-Bueno... –La mujer se cercioró de que no había nadie en los alrededores.- Ahora se muestra más... Abierta... Sobre ciertos temas...

-¿Qué temas? –El no entender nada espoleó su curiosidad.-

-Pues... –Sonrió con cierta malicia.- Digamos que quiere... Explorar nuevos horizontes.

-¿Puedes hablar claro? –Bufó, exasperado.- No te entiendo.

-Quiere hacer un trío.

-Ah, eso. –Puso los ojos en blanco y agitó un puñado de hojas.- Un trío, eso no es nada del otro mundo... ¡Espera un momento! ¡Un trío!

La mujer le hizo bajar la voz con un siseo, señalando a que estaban donde cualquier podía escuchar.

-¿La mujer "no me gustan los hombres" quiere hacer un trío? –La miró con una incredulidad que vio reflejada en los ojos de su compañera.- ¿Por qué?

-Será por algo que tú le dijiste. –Negó con la cabeza, incrédula.- Aunque no entiendo como pudo hacerte más caso a ti que a mí, he intentando convencerla mil veces, he usado métodos sucios para que aceptara, pero...

Ángel rememoró la conversación que tuvo con Eva en la fiesta. Sus palabras habían tenido más intención de herir que de otra cosa, pero, ahora que lo pensaba, había una lógica auténtica en ellas, y también en la decisión de la mujer de formar parte de toda la vida sexual de su esposa.

-Me soltó un discursito para explicarse. –Señaló Ali.- Algo sobre que, ahora que estábamos casadas, debíamos disfrutar cada una con los intereses de la otra, y que si a mí me interesaban los hombres, a ella también.

-¡Qué estupidez! –Bufó mientras se abanicaba con los folios.-

-Es posible, pero para mí es fantástico. –Sonrió de forma risueña.- Sé que Eva disfrutaría mucho más si dejara de tener ciertas manías... Pero... Cuando era adolescente, tuvo algunas experiencias malas con los hombres.

Torció el gesto.

-Más que malas, horribles... –Sus ojos crepitaron con una cólera que prometía una muerte lenta a cualquiera de esos hombres que habían herido a su mujer.- Y desde entonces... Pero bueno, ahora todo ha cambiado.

-Psé... –Se frotó los hombros intentando rebajar la tensión que sentía en ellos.- Entonces hay algún hombre afortunado que podrá disfrutar con las dos. Que envidia.

-¿De qué hablas? –La mujer abrió los ojos por la sorpresa.- Ese hombre vas a ser tú.

-¿Yo? –Se apresuró a cerrar la boca para no parecer aún más idiota.- ¿Por qué yo?

-¿Crees que voy acostándome con cualquier persona que encuentro por ahí? –De nuevo, los ojos de la mujer crepitaron de cólera.- ¿Es que me tomas por una fulana o algo así?

-No, no... –Carraspeó.- Pero... No creo que Eva acepte que...

-Ella está de acuerdo.

Se le cayeron las hojas, que quedaron desparramadas por el suelo.

-Ella... Quiere hacer... Un trío... Conmigo...

-Sí. –La mujer se alisó los pantalones sobre los muslos mientras le miraba de soslayo.- Le he dicho que eres el hombre indicado para compartir esa experiencia, y ella atendió a mi consejo.

-Vaya...

No sabía qué decir. Dios le amaba. La próxima vez que pasara por una Iglesia encendería dos docenas de esas velitas eléctricas que funcionaban con monedas. Un trío. ¡Un trío! ¡Su gran fantasía por fin hecha realidad!

-Hemos pensado que lo mejor es ver si hay química antes... –Le indicó Alicia.- ¿Qué te parece si quedamos el sábado para cenar? Si todo va bien...

-Sí, no hay ningún problema... –Se le había quedado la boca seca al pensar en las posibilidades de la nueva situación.- Cenar... Sí...

-Y bueno... –Ella le dedicó una sonrisa lujuriosa.- Hasta el sábado queda mucho tiempo... Me pregunto si vendrías a mi despacho para ayudarme con cierto problema...

-¿Qué problema? –Preguntó él, que entendía su indirecta pero que disfrutaba con los juegos de la mujer.-

-Pues... –Ella señaló su entrepierna con un dedo.- Tanto hablar de tríos me ha excitado un poco... Creo que tengo las braguitas mojadas, ¿Me ayudarás a quitármelas?

Ángel prácticamente empujó a la mujer hasta su despacho. Ese día no fue en la mesa o en el sofá, sino en el suelo enmoquetado. Como animales en celo se poseyeron, llevándose a un orgasmo salvaje y febril.

Mientras estaba aún dentro de su cuerpo, la mujer prometió que el próximo sábado por fin podrían disfrutar del sexo en una buena cama. Ángel la silenció con un beso que los dejó a ambos jadeantes y sin resuello.

No necesitaban un colchón para gozar.

El día de la cena llegó rápidamente. Ángel se había puesto de punta en blanco, dispuesto a impresionar y a demostrar que él también podía ser elegante. El restaurante lo habían elegido ellas, y él procuró llegar primero para que todo fuera perfecto. Al verlas entrar se le aceleró el pulso. Alicia llevaba puesto un vestido azul que remarcaba la redondez de sus senos, mientras que Eva había preferido resaltar sus propios puntos fuertes, la raja de la falda que llevaba mostraba, en ocasiones, el encaje de las medias a medio muslo que portaba como una segunda piel. Ángel pensó que no llegaría a los postres sin sufrir un ataque al corazón.

Los primeros momentos entre Eva y él fueron tensos, aún recordando su encuentro en Navidad. Sin embargo, la intermediación de Alicia sirvió para deshacer el hielo, o quizás influyera que eran prácticamente almas gemelas, sin exagerar. Para sorpresa mutua; tenían los mismos gustos musicales, eran del mismo equipo de fútbol e incluso del mismo partido político; Ali era de la oposición y lo dejó claro mientras hacía un comentario en broma sobre "Los fachas reaccionarios que lastraban el progreso". Ángel empezó a ponerse nervios cuando Eva expuso, en pocas palabras, una idea que él había tenido mucho tiempo atrás acerca de que la deforestación del Amazonas para cultivar soja era culpa de todos los "come hojas" que se creían en paz con la Madre Naturaleza cuando estaban acelerando su destrucción.

Era algo inquietante. Como encontrar una versión de sí mismo en femenino. Solo que era morena en vez de rubia, y tenía poco pecho. Porque una cosa que tenía claro es que, si fuera mujer, tendría los pechos enormes, una 110 como mínimo. Él era de los que creían en eso de "Tiran más dos tetas..." Más de una vez le habían hecho perder el seso a él.

Acabada con la tensión y recién descubierta esa complicidad extraña, pudieron enfocar otros asuntos a lo largo de la exquisita cena de la que disfrutaron. Ali intervenía de vez en cuando, pero les dejaba el peso de la conversación a ellos, contenta de que hubiera química entre los dos, probablemente pensando en el "postre especial" de esa noche.

-¿Por qué no te gustan los hombres? –Preguntó Ángel a su yo femenino mientras degustaban el plato principal.-

-¿Por qué te gustan las mujeres? –Contraatacó ella, sonriente.-

-Pues... –Se lo pensó unos instantes.- Porque son suaves, hermosas, huelen bien y saben mejor.

-Pues por lo mismo me gustan a mí. –Sentenció ella.-

Ambos se miraron fijamente durante un rato antes de estallar en carcajadas. Alicia puso los ojos en blanco antes de fijarse en su esposa.

-Pues a mi no me gustan las mujeres en plural, solo una, aunque tal vez no deba centrarme tanto en ella. –Fingió sentirse dolida.-

-Sabes que tú eres la mujer de mi vida. –Eva le estrechó la mano cariñosamente.- Cuando me dijiste que te casarías conmigo no pudiste hacerme más feliz.

-Y tu sabes que te quiero y que nada cambiará eso, ¿Verdad?

Hubo un momento en el cual ellas compartieron una sonrisa antes de inclinarse mutuamente y fundirse en un dulce beso. Algunos de los comensales de las otras mesas las observaron, entre sorprendidos e interesados. Ángel no supo qué hacer ni adonde mirar hasta que se separaron, pasado el momento comprometido.

-Ángel me comentó que le habías hablado sobre mis cócteles especiales. –Dijo Eva tiempo después, cuando disfrutaban del postre.-

-Oh, ¿De verdad se lo dije? –Alicia pareció sorprendida.- No lo recuerdo.

-Pues lo hiciste. –Ángel señaló a su compañera con el tenedor.- Siempre sonríes de forma perversa al nombrarlos, pero nunca me has dicho por qué.

-¿Y quieres saberlo? –La mujer sonrió de esa misma forma maliciosa que él recordaba.-

-Ali... –Su mujer intentó silenciarla, pero esta negó con la cabeza y le dedicó una sonrisa a ella también.-

-No, si quiere saberlo, es justo que se lo diga, dado que ya se lo he mencionado en parte, dejarlo con las ganas sería... Insatisfactorio. –Pronunció la palabra como si fuera una obscenidad.-

-Me gustaría mucho saberlo. –Ángel buscó la aprobación de Eva con la mirada, la mujer cerró los ojos con fuerza y asintió, después se sonrojó.-

-Bueno... Pues uno de sus cócteles especiales es el famoso Margarita, con tequila, solo que ella le da un toque diferente... –Se rió suavemente.- ¿Te imaginas cual es?

-Mmmm... –Frunció el ceño intentando recordar qué llevaba un Margarita.- No.

-Piensa en la elaboración del cóctel. –Alicia empezó a darle pistas.-

-Pues... Se coge el tequila y... –Repasó la receta de la copa, sin encontrar cual podría ser el ingrediente edulcorado.- Después se moja el borde de la copa con limón y se escarcha con sal.

Su compañera de trabajo se dio golpecitos en la nariz como si hubiera dado en el clavo. El hombre intentó rememorar lo que había dicho, buscando algo significativo. De repente le vino algo a la mente, pero... No, imposible. No se creía que en vez de limón y sal, impregnara el borde de la copa con su...

Debió evidenciarse su descubrimiento en su rostro, porque Alicia empezó a reírse mientras que Eva se volvía a sonrojar.

-Quiero probarlo. –Rogó, con un hilo de voz.- Por favor.

-Pídeselo a la creadora. –Señaló con la cabeza a su mujer.- Es la especialista, yo la ayudo a veces, pero... Ella sabe mejor.

La mujer enrojeció más, si es que era posible. Ángel decidió que mataría para probar ese cóctel.

Terminado el postre, hubo un intercambio revelador que no le pasó desapercibido al hombre. Las dos mujeres se miraron a los ojos durante unos instantes, acto seguido Eva asintió casi con timidez y Alicia, sonriente, se volvió hacia él.

-Bueno... –La forma en la que sus ojos almendrados chispearon mientras se inclinaba hacia delante, mostrando una gran proporción de sus redondos senos, lo dejó todo claro.- ¿Qué tal si eres un buen chico y nos acompañas a casa?

PD. Historia dedicada a Aline y Adarix; que seáis muy felices juntas en vuestro primer aniversario y que me tengáis en cuenta si os quedáis con hambre de más.