Crónicas de Nihilistán (1)

Ésta es una saga sobre esclavitud masculina. No es recomendable su lectura para quienes no sientan interés por dicha temática. En esta primera entrega haremos una erudita descripción general del poco conocido Reino de Nihilistán. Un país en el que los amos son muy amos. Y los esclavos, muy esclavos. A partir de la próxima entrega, las historias en sí.

Crónicas de Nihilistán (I)

Introducción.

Breve descripción general del Reino de Nihilistán.

En el Asia meridional, en algún impreciso lugar de las intrincadas cadenas montañosas al norte de la India, se encuentra el singular Reino de Nihilistán.

Al igual que la Troya homérica, el reino de Thule, la Atlántida de Platón y otros lugares míticos, es imposible certificar de modo seguro la existencia de Nihilistán. Pero al igual que en los ejemplos citados, sería harto imprudente afirmar su inexistencia.

En esta breve introducción conoceremos algunos curiosos aspectos que nos han llegado, en distintas versiones, del reino de Nihilistán.

Y en particular, el más singular de todos ellos: la estricta organización social que divide drásticamente a los nihilistanos en amos y esclavos.

a) Amos y esclavos

En Nihilistán existen tres estratos sociales claramente diferenciados.

Están los nobles: ciudadanos libres, de posición acomodada, poseedores de esclavos.

Están los plebeyos: ciudadanos libres, de condición humilde.

Y están los esclavos.

La distancia entre la elevadísma posición de los amos y la miserabilísima situación de los esclavos es difícilmente concebible para cualquiera que no sea nihilistano. Tal diferencia se hace patente de sólo observarlos.

En los amos, toda su persona —su manera de andar, de hablar, de mirar— muestra el señorío y majestuosidad de quien ostenta un elevadísmo rango, de quien es consciente de su superioridad, y para quien resulta natural ordenar y ser obedecido.

Por el contrario, toda la actitud del esclavo, desde su postura al caminar hasta su misma mirada, exhiben la sumisión de quien se sabe un ser inferior, nacido para el silencio y la obediencia, y cuya única razón de existir es servir a su dueño y señor.

Al amo siempre se lo ve elevado y magnífico. A su lado, el esclavo siempre parece pequeño y desnudo.

b) Vestidos y desnudos

Decir que al esclavo se lo ve desnudo, dista mucho de ser una simple metáfora.

Si en todas las épocas y lugares de la Tierra la vestimenta ha sido un poderoso signo de distinción social, separando nítidamente a nobles de plebeyos, a ricos de pobres, y —fundamentalmente— a amos de esclavos, Nihilistán no sólo no es la excepción, sino que allí tal principio ha sido llevado a extremos insuperables.

Los nobles de Nihilistán, en efecto, acostumbran ataviarse con una gran profusión de magníficas vestiduras, a cual más opulenta. En el caso de los caballeros: casacas con charreteras, pantalones de montar, botas de media caña con espuelas plateadas. Atuendo que se completa con una riquísima alhajería en oro y plata: dagas, espadas, y otros ornamentos alusivos a la equitación, la caza, la guerra y demás actividades propias de los varones de la nobleza. Los señores de Nihilistán lucen magníficas barbas, profusas y cuidadosamente acicaladas, signo de nobleza y alto rango social.

En cuanto a las señoras de la nobleza, si el atuendo de los caballeros es ostentoso, el de las damas casí raya en la exageración.

No conformes con igualar y superar con creces a los caballeros en profusión de vestiduras y alhajería de todo tipo, las mujeres de la nobleza acostumbran tocar sus cabezas con exquisitos sombreros, y adornar sus pies con lujosos zapatos de hebillas doradas, o botines de altos tacones que realzan su porte y elegancia. Al propio tiempo, exhiben exuberantes cabelleras, a cual peinado más complicado y ornamentado.

Como detalle final. pero no menos importante, ningún noble de Nihilistán está completamente vestido sin su fusta, elemento fundamental para disciplinar al esclavo e interactuar con él. El guardarropas de cada caballero o dama de Nihilistán suele contar con varias docenas de estos instrumentos, auténticos trabajos de fínísima artesanía, los cuales son elegidos para cada ocasión, haciendo juego con el atuendo de cada momento.

En flagrante contraste con tanto boato y ostentación, a los esclavos y esclavas se les impone el atuendo que corresponde a su humildísma condición: la total desnudez.

La cual no sólo le recuerda al esclavo el lugar que le corresponde. También cumple un importante objetivo discliplinario: dejar toda su epidermis a disposición de la fusta del amo.

Y cuando hablamos de desnudez, no debemos olvidar que nos hallamos en Nihilistán. Si en algún lugar del mundo la palabra "desnudo" ha sido llevada a su más acabada manifestación, dicho lugar es Nihilistán.

En efecto, no conformes con tenerlos totalmente desprovistos de vestimenta alguna, los amos acentúan la flagrante desnudez de sus esclavos despojándolos incluso de todo rastro de pilosidad.

Cabeza, rostro, axilas, pubis, etc... son puntillosamente desprovistos de todo pelaje en forma definitiva —incluyendo cejas y pestañas— hasta dejar al desdichado sin un pelo en todo el cuerpo, desnudo como un gusano. Así, calvos, lampiños, desprovistos de todo ropaje y descalzos, la desnudez del esclavo es total.

O tal vez deberíamos decir, casi total.

Irónicamente, su misma condición de esclavo lo provee al menos de un par de ornamentos.

El cuello del esclavo aparece rodeado por un collar de cuero, cerrado en forma permanente con un par de remaches, del que cuelga una plaquita con el monograma de su amo.

Más abajo, los tobillos del esclavo exhiben unos delgados grilletes unidos por una delgada cadena. La finalidad de tales grilletes no es tanto impedir algún intento de fuga —cosa que ningún esclavo haría— sino restringir sus movimientos a pasos cortos y torpes, apropiados para su condición.

Finalmente, una profunda marca de fuego de unos cinco centímetros de diámetro en el glúteo izquierdo, el monograma del amo, puede considerarse un ornamento más del esclavo.

Como se ve, en Nihilistán, el contraste entre la majestuosidad de los nobles y la miserabilidad de los esclavos es sencillamente sobrecogedor.

Finalmente, si alguien pudiera preguntarse si la extrema desnudez de los esclavos resulta perturbadora para los ciudadanos de Nihilistán, pues sencillamente no, en absoluto. La misma recatada dama de la nobleza que se escandalizaría viendo a un noble apenas desprovisto de vestimenta, no se inmuta en lo absoluto ante la completa desnudez de los esclavos, esos seres inferiores.

Para los nihilistanos, un esclavo o una esclava desnudos no son muy diferentes de un caballo o una vaca desnudos (1. Ver pie de página).

Incluso el lenguaje cotidiano de los nihilistanos refleja esta visión de lo que es un esclavo.

En el habla de los nihilistanos, los esclavos no son hombres o mujeres. Son machos o hembras.

Las esclavas no tienen senos o pechos. Tienen ubres.

No quedan encintas o embarazadas. Quedan preñadas.

Y no tienen bebés o niños. Tienen cría.

c) Religión

Resulta particularmente interesante que en Nihilistán, incluso las creencias religiosas parecen haberse conformado de modo de asegurar la más estricta sumisión del esclavo, criatura inferior.

La religión nihilistana es un curioso sincretismo de islamismo e hinduismo, con algunos matices de judaísmo y cristianismo.

El mito de la Creación, por ejemplo, concibe, en el principio de los tiempos, a los tres estratos sociales desprendiéndose de distintas partes del cuerpo del dios Creador.

Según esta suerte de Génesis, los nobles se desprendieron de la cabeza; los plebeyos, de las manos; y los esclavos, de los pies.

Para los nihilistanos, en conformidad con lo anterior, todas las criaturas que pululan en la Tierra pueden dividirse en cuatro niveles.

En el primer nivel, el más elevado, están los magníficos nobles.

En el segundo nivel, los modestos plebeyos.

El tercer nivel lo ocupan algunos animales de gran valor, como caballos de carrera, perros de caza, felinos y aves de cetrería, que los nihilistanos tienen en gran estima.

El cuarto y más bajo nivel corresponde a las criaturas inferiores, "las que se arrastran", como los cerdos, las ratas, los reptiles y los esclavos.

c) Cielo e infierno

En cuanto a la vida tras la muerte, la escatología nihilistana no difiere en lo esencial de las de otras culturas.

Existe el equivalente del Cielo judeo-cristiano, o los Campos Elíseos de los antiguos griegos: un lugar paradisíaco al que irán los justos, aquéllos que hayan sabido vivir en la virtud, fueran nobles, plebeyos o esclavos.

Y existe el equivalente del Infierno judeo-cistiano, o el Tártaro de los antiguos griegos: un lugar inenarrable, en el que se consumirán las almas de los réprobos en medio de atroces sufrimientos.

Pero la escatología nihilistana, a diferencia de otras, no concibe la muerte como una interrupción de la vida terrenal; por el contrario, la vida en el más allá es una simple continuación de la existencia en este mundo. En particular, la condición de noble, plebeyo o esclavo es esencial al individuo, propia de su naturaleza, y no se modifica al pasar a la otra vida.

¿Qué significa, en vista de ello, haber sido justo y virtuoso en el caso del esclavo? ¿Y cuál es su premio?

En el caso del esclavo, haber sido justo y virtuoso significa, simplemente, haber sido un buen esclavo. Haber sido sumiso y obediente, y haber merecido la aprobación de su amo, quien decidirá su suerte.

Si un esclavo ha sabido vivir de acuerdo a su condición, postrado a los pies de su amo, éste seguramente deseará seguir teníendolo como tal en el Paraíso, y lo llevará con él.

En caso contrario, si el amo lo desecha y desaprueba, el esclavo no ha sido justo y virtuoso y su destino es el peor imaginable: el Infierno.

d) La plebe

Debemos ahora decir algo de la clase plebeya.

En Nihilistán los nobles pueden serlo de nacimiento o por haber accedido a tan elevada condición, la cual es definitiva.

De igual modo, los esclavos pueden serlo de nacimiento o por haber caído a tan miserable condición, la cual también es definitiva.

Sólo la clase plebeya es movible. Aunque todo plebeyo lo es de nacimiento, puede acceder a la nobleza (hecho no muy frecuente), o caer en la esclavitud (cosa muy probable).

Aunque su existencia transcurre en la pobreza, su situación es infinitamente mejor que la de los desdichados esclavos. Al fin de cuentas, el Paraíso tiene reservado un venturoso lugar para los buenos plebeyos. Tal vez, no comparable al de los nobles, pero en absoluto desdeñable.

Y esto es algo que todo plebeyo debería recordar.

En efecto, las severas leyes de Nihilistán hacen difícil, pero no imposible, que un simple plebeyo prospere económicamente y eventualmente pueda acceder a la condición de noble.

Sin embargo, sólo un ínfimo porcentaje de plebeyos lo consigue. Quienes fracasan en ese cometido, invariablemente terminan siendo subastados como esclavos.

Así, pues, la clase plebeya es una cantera inagotable de nuevos nobles (pocos) y nuevos esclavos (muchos) en el reino de Nihilistán (2. Ver pie de página).

Puede observarse acá un cierto predeterminismo en la cosmovisión nihilistana, una concepción fatalista del destino y la naturaleza esencial de cada individuo.

Puesto que la condición de noble, plebeyo o esclavo es esencial al individuo, la caída en la esclavitud de un plebeyo funciona como una simple revelación de su esencial naturaleza de esclavo. El plebeyo descubre que siempre ha poseído el alma de un esclavo, de un ser inferior. Toda su anterior vida de plebeyo libre ha sido sólo un espejismo.

Lo mismo puede decirse del afortunado plebeyo que ha conseguido acceder a la nobleza. Demuestra con ello, que siempre ha poseído el alma de un noble.

e) Reproducción de los esclavos

Si bien, como queda dicho, es posible para un noble proveerse de esclavos en las subastas, no es ése el único recurso, ni con mucho el más utilizado. La reproducción suele ser el método más recurrente.

En efecto, hacer que las hembras tengan cría, es una sencilla y efectiva manera de asegurarse una permanente provisión de nuevos esclavos.

Cuando un amo decide que las esclavas produzcan nuevos esclavos, se selecciona una docena o más de machos y hembras. Se les cubre la cabeza con una capucha y se les tapa los oidos. Así, imposibilitados de ver y oír, son conducidos a un gran establo, donde un capataz los dispone en parejas y los hace aparearse. Los capataces suelen azuzar a los esclavos, incluso a golpes de fusta, hasta que éstos eyaculan. A continuación, todos los esclavos y esclavas son devueltos nuevamente a sus respectivos establos.

De ese modo, ninguno de ellos sabe quién lo ha hecho con quién, por lo que la paternidad de las crías les es desconocida.

Nueve meses después, cuando las esclavas que quedaron preñadas están prontas a parir, son conducidas —nuevamente encapuchadas— al gran establo, donde tienen su cría. La criatura es llevada de inmediato a otro establo junto con las demás crías, donde todas las esclavas se ocuparán de su crianza.

Con esta modalidad de reproducción, los amos se aseguran que no se desarrollarán lazos de parentesco entre los esclavos. Ni de paternidad ni de maternidad ni de pareja.

En efecto, puesto que las crías son de todos y no son de nadie, los esclavos de Nihilistán terminan desarrollando una particular modalidad de convivencia y relaciones, homogénea e indiferenciada, que podría llamarse "de colmena de abejas". Algo muy conveniente para los amos.

Contrariamente a lo que pudiera pensarse, esta ausencia de lazos de parentesco no genera en los esclavos indiferencia o falta de afecto hacia las crías, sino todo lo contrario. Todos se preocupan por todas las crías, y las hembras que están produciendo leche amamantan generosamente a todas las crías, en forma conjunta.

f) Vida sexual de los esclavos

La vida sexual de los esclavos es más bien pobre y miserable, como todos los aspectos de su existencia. La interacción entre machos y hembras, al margen de los apareamientos forzosos dispuestos por los amos, es severamente restringida y se da en contadas ocasiones.

No pueden incluirse en este rubro las permanentes servidumbres sexuales que deben prestar a sus amos y superiores; las ocasiones en que son solicitados para ser gozados por sus amos, ni las situaciones en que son abusados por los capataces y otros trabajadores de la casa.

Habiendo, pues, pocas ocasiones de tener acceso carnal entre machos y hembras, la masturbación está a la orden de día entre los esclavos, como casi exclusivo medio de gratificación sexual.

A esto debe agregarse que durante los meses de invierno, los machos en sus establos, y las hembras en los suyos, no tienen más opción que apretujarse unos contra otros, desnudos como están, a fin de mantener el calor corporal.

En tales condiciones, y privados de otras formas de sexo, la actitud homosexual, abierta o subrepticia, es frecuente entre los esclavos y entre las esclavas (3. Ver pie de págna).

Así, los esclavos viven en un estado de permanente desnudez y promiscuidad sexual escandalosa e inconcebible para los nobles, que observan con desprecio tales actitudes bestiales, propias de seres inferiores, de animales.

Hecha, pues, esta breve introducción general, conoceremos a continuación algunas crónicas particulares que nos ayudarán a tener una visión más acabada del singular Reino de Nihilistán.

(1) Cabe agregar que los rigores del clima no son un gran problema para los desnudos esclavos de Nihilistán. Los inviernos no llegan a ser crudos, así como los veranos no son agobiantes. Sólo en la época más fría del año puede verse a los esclavos tiritar ostensiblemente cuando deben permanecer bastante tiempo a la intemperie.

(2) Resulta interesante que tal posibilidad queda incluso reflejada en el origen mítico de las clases en Nihilistán.

Puesto que es posible llevarse las manos a la cabeza, o bien a los pies, es posible para un plebeyo acceder a la nobleza o caer en la esclavitud.

No es posible bajar la cabeza hasta las manos ni hasta los pies, ni elevar los pies hasta la cabeza o hasta las manos. La condición de noble o esclavo es, pues, fija y definitiva.

(3) Incluso, hay que decirlo, entre esclavos y esclavas que bien podrían ser padres e hijos, o madres e hijas, puesto que no hay forma de conocer con exactitud tales parentescos.

(Continuará)