Crónicas de Fionnel

Relato experimento con fantasía medieval

Este es un experimento cortito, que mezcla aventuras ambientadas en un mundo de fantasía medieval, con tintes de pornografía y/o erotismo de temática gay. Es mi experimento de novato, por lo que agradecería comentarios, críticas, etc... sobre todo para saber si interesa, y para seguir escribiéndolo o no.


Acababa de salir el sol cuando el herrero recibió la visita de Finn. Finn era un chico joven, delgado pero bien formado, que apuntaba buen cuerpo de futuro guerrero, aunque sus prácticas iban más bien por algo más ligero. Sea como fuere, el herrero ya estaba dando martillazos en su yunque, despertando al mismísimo sol, casi a las afueras de la aldea. Notó la presencia de Finn, silencioso, observando en uno de los laterales de la cerca.

-Anda, pasa, hoy es tu día, lo sabes -guiñó un ojo el herrero.

Finn sabía que era su día. Su día de recoger las dagas que el herrero le había afilado y reforzado "gratis". Finn trabajaba en la posada de su tío y no le daba para pagar algo así, ya que su tío a veces ni le recompensaba. De muchos era sabido que al herrero solterón le gustaban los jovencitos. Así que el pacto con el herrero fue evidente, Finn podía parecer tímido, pero no tonto. Cinco días, cinco mamadas, y hoy era el quinto día.

Finn pasó a la trastienda de la herrería como de costumbre y esperó al herrero. A esas horas no habría clientes y estaba impaciente por acabar rápido y recoger sus dagas. El herrero, un tipo barbudo, peludo, grande, llegó enseguida con sus movimientos lentos, bruscos, frotando las manos y levantando su faldón sin quitarse el delantal protector de cuero. Finn metió la cabeza debajo del faldón y empezó a lamerle los huevos.

Era temprano y el herrero se habría bañado, olía mejor que otros días, pensó Finn. Aún estaba pequeña, así que se la metió toda en la boca incluidos los huevos. Finn tenía una boca grande, labios carnosos y una lengua maestra a sus dieciocho inviernos. También había aprendido que era del gusto del herrero que empezara comiéndosela entera hasta los huevos. Rápidamente ya no le cabía en la boca y aunque el herrero no era del gusto de Finn, a él también se le puso dura.

Finn se la lamía entera y se la comía con ansia mientras se tocaba él mismo. El herrero buscó el agujerito de Finn para excitarlo, intentar conseguir algo más que una mamada, pero Finn le llevó la mano a su polla. El herrero lo masturbaba mientras el chupaba. Los dos estaban muy excitados cuando Finn le apretó los huevos y le regaló un dedo dentro de su peludo culo. El herrero gimió como un oso. Finn quería que se corriera rápido y recoger sus dagas.

Sonaron caballos cercanos y alguien gritó afuera buscando al herrero. "Putos caballeros puntual al alba" susurró el herrero, que sacó la cabeza de Finn de debajo de su faldón. El bulto era más que evidente, pero se ató otro delantal de cuero fuertemente y salió a atender. Finn aprovechó para investigar la trastienda y vio sus dagas afiladas, brillantes y terminadas que asomaban envueltas en un trapo encima de una de las grandes mesas.

En aquel momento solamente pensó en jugársela al herrero para demostrarle que él no era tan tonto. Al fin y al cabo, si quería ser un gran aventurero, como soñaba, tenía que atreverse a todo y no solo a comer polla. Desenvolvió las dagas, se las guardó en su cinto y se fue, pero no sin antes terminar de masturbarse encima de aquel trapo sucio que había escondido sus dagas. "Leche gratis", sonrió, y escapó por una de las ventanas traseras.

Finn volvió a la posada. Sabía que su tío tendría trabajo para él, siempre lo tenía, era muy pesado, vivía para la posada, pero él siempre soñaba con salir de allí. Entró por la parte trasera, y la cocinera atareada lo miró extrañada por la hora. Finn levantó las manos con un gesto interrogante y pasó al salón, donde había muchos caballeros armados esperando su comida.

-¿Dónde estabas Fionnel? -odiaba ese nombre, aunque Finn no le hacía sentir un gran aventurero tampoco-. Hoy tenemos mucho trabajo, muchos de los caballeros que van a las guerras del sur están de paso, venga, venga, venga -le empujaba su tío.

Finn tuvo una mañana más que ocupada. No tendría tiempo para entrenar bien con sus dagas renovadas, así que a la hora de la comida se puso a lanzarlas contra una de las tablas de madera del patio trasero. Volaban y se clavaban como nunca y se sintió feliz, poderoso de nuevo.

-Cuidado con eso, chico -dijo una voz grave que salía del camino que pasaba por detrás de la posada.

Era un minotauro. Aunque se sabía de su existencia, los minotauros eran muy difíciles de ver, sobre todo los inteligentes y racionales, y este iba con armadura y blasón del reino. Finn había escuchado historias, igual que la mayoría de la gente, pero estaba viendo uno de verdad. Si el reino cuenta con minotauros ganaremos la guerra, pensó. Se quedó perplejo viendo como rodeaba la posada y descendía de su caballo para entrar en la taberna.

Finn recogió las dagas y se apresuró a seguir los pasos del minotauro. Su tío ya le estaba ofreciendo comida y una habitación para su descanso a muy buen precio. Aceptó y desapareció por las escaleras que llevaban al piso superior. Montones de miradas siguieron aquellos pasos. El tío de Finn también estaba tremendamente sorprendido y orgulloso de tenerlo allí.

La tarde pasó más tranquila y, en una de esas, Finn se sentó en el portal de la posada cuando vio llegar a Myles. Myles era un compañero de la academia del "gremio de lo ajeno". Habían aprendido juntos toda clase de habilidades profesionales moralmente reprobables para mucha gente. Cualquiera no entraba en el gremio, pero Finn entró gracias a Myles.

-¿Qué tal Fionnel? -se burló Myles.

-Eres una jodida alimaña y no mereces mi amistad por llamarme así -replicó Finn en tono burlesco.

-¿Te traería yo esto si no fuera tu amigo? -dijo Myles mostrando espiga azul, una hierba prohibida.

Los dos se quedaron sentados en el porche de la posada felices y alucinando con los colores del cielo y de las armaduras y estandartes que veían pasar por el camino. Myles empezó a contarle a Finn un escarceo que había tenido con no sé qué chica de tetas grandes de la ciudad. Aunque sabía que a Myles no le interesaba, a Finn se le dilató el culo al ver a su amigo cogerse la polla contando aquello. Esa hierba siempre le provocaba dilataciones, aunque nunca había follado tomando eso. Finn reía sin parar escuchando a su amigo, hasta que su tío salió, lo cogió de una oreja y lo llevó para adentro.

Finn tenía que hacer la ronda de la tarde de revisión de las habitaciones. Básicamente ver qué habitaciones estaban vacías, subir ropa de cama nueva y si no estaban vacías preguntar amablemente si necesitaban algo. Pero Finn no estaba en condiciones, había tomado mucha espiga azul, y en una de las habitaciones vacías se quedó tumbado un rato.

Despertó asustado al pensar en su tío y si le pillaba, así que fue a la siguiente habitación rápidamente. Abrió apresuradamente, olvidó llamar y al abrir vio al minotauro durmiendo completamente desnudo. Era un tipo enorme, la cama más grande de la posada se le quedaba pequeña. Y no solo era enorme él, sus cuernos, sus pectorales y su pollón. Literalmente como el de un caballo en color y forma, y era la única zona del cuerpo que parecía no tener pelo.

Sin saber si era cosa de la hierba aún o su afición por los machos alfa, el minotauro entero era una hipnosis de extraña belleza y deseo carnal para los ojos de Finn. En ese instante el minotauro abrió los ojos y Finn cerró la puerta a toda prisa y quizá demasiado fuerte. Seguro me ha visto, pensó. Salió revisando el resto de las habitaciones como si no pasara nada, un poco avergonzado, esperando que no llegara el minotauro, ni su tío, pero con una imagen fija en la cabeza: el pollón del minotauro.