CRÓNICAS DE ALICIA 1. El Viaje en Tren
Relato basado en el testimonio de una lectora agradecida. Agradezco la simpatía, el erotismo y la sensualidad que emanan de sus comentarios. Gracias!!
Alicia sube al tren todavía medio adormilada. Es pronto, muy pronto, apenas debe estar el sol asomando por el horizonte, cosa que podría asegurar si no fuera por ese montón de nubes bajas que cubren al astro rey y que alargan el amanecer. Siente el frío en las piernas y en los hombros, porque se ha vestido casi para matar. ¿Porqué coño me habré puesto esto?, piensa Alicia, sentándose en el vacío vagón. Mira alrededor. Nadie a la vista. Deja la mochila sobre la mesa, se acomoda en el asiento y sonríe para sí misma. Se había vestido así por una razón, íntima y excitante, sin pensar en el fresco que se podía colar por debajo de la faldita que le llega justo hasta por encima de las rodillas. Hasta las prendas íntimas las ha elegido con esmero: unas braguitas rojas con encajes negros, que si hace según qué movimientos, asomarán por debajo de la falda del vestido verde. Se siente bien, se siente hembra, y todo esto, ¿por qué? La puerta del compartimento se abre justo cuando Alicia esboza su sonrisa torcida de niña mala. El hombre, un tipo mayor con el semblante cansado como su chaqueta azul de revisor y las gafas caídas sobre la punta de la nariz, da un bote al descubrir a la preciosidad que rebusca algo en la mochila. Sin poder evitarlo, ni queriendo evitarlo, el tipo recorre los hombros al aire, deteniéndose en el pecho de la chica, aprovechando que Alicia sigue buscando el billete en la mochila.
-Ehem...-. Alicia se entretiene unos segundos más, dejando que el revisor se harte de mirarle el canalillo que dibuja su vestido verde. El fresco de la mañana ha hecho que sus pezones se conviertan en puntas de flecha. Y el sujetador que ha elegido no ayuda a disimular el estado de sus fresitas. Una lástima...
-Sí, perdón, aquí está-. Finalmente, y con una sonrisa de niña buena que hace que el revisor se sienta fatal por haber desnudado a la muchacha, Alicia alarga el brazo esbelto para entregar el billete.
Alicia se pasa la lengua por los labios, encantada consigo misma. Vuelve a acomodarse en el asiento del tren, esperando que se ponga en marcha de una buena vez, y recupera los pensamientos que el revisor ha interrumpido. Cierra los ojos, concentrándose en el fresco que le sube por las piernas hasta que se frena en seco, detenido por el calor que emana de su ardiente entrepierna. Está caliente, desde la noche anterior, desde que compró el billete de vuelta y se entretuvo leyendo un rato. X sonríe al reflejo de sí misma que hay en la ventanilla del tren y recuerda...
Le había conocido por Internet, en una página de relatos eróticos. Buscando algo diferente a las narraciones habituales de incesto, infidelidad u orgías de dudosa veracidad, encontró uno que le llamó la atención. Era una parodia de Harry Potter. Ese había sido uno de sus primeros libros, y hasta el día de hoy seguía siendo su saga favorita. Una sonrisa se extendió por su cara mientras clicaba en el enlace. No podía resistirse. Combinar su afición por la literatura con su pasión por el sexo era un pasatiempo que le volvía loca. El hecho de imaginar el lado morboso de sus personajes favoritos la ponía cachonda, e internet había sido un gran aliado. Así que se dispuso a leer. Para cuando terminó, estaba tan caliente que su rajita estaba empapada. Estando como estaba tumbada en cama, se quitó las braguitas con las que dormía y se puso a cuatro patas mientras apartaba las sábanas de un par de patadas. Llevó la mano a su entrepierna y comenzó a acariciarse para darse placer, mientras recordaba lo que acababa de leer y se mordía los labios tratando de no gemir. No tardó en correrse y volver a acurrucarse móvil en mano sin molestarse siquiera en vestirse de nuevo. Al contrario, se quitó la camiseta y decidió dormir desnuda. Ya tenía bastante calor. Y ocurrió que sus ojos se posaron en el enlace para contactar al escritor… ¿Qué podía perder? No era probable que le respondiera, por supuesto, pero a lo mejor lo leería. Y había hecho un buen trabajo. Se merecía que alguien le felicitara. Y eso hizo.
Ahí empezó un intercambio de mensajes desquiciante. Le había gustado que le escribiera, y se aseguró de avisarla al ir subiendo las continuaciones a su relato. Ella le iba describiendo lo mucho que le gustaban y lo caliente que la ponían. En el primer mensaje había tratado de ser respetuosa y de que no se notara mucho lo joven y pervertida que era. Pero la cosa fue escalando y pronto pasó de tener pudor a contarle cómo se había corrido leyéndole. No era la primera vez que le pasaba, pensó para si con una sonrisa. Era una chica más bien bajita y con una cara dulce de no haber roto un plato en la vida. Pero tenía un lado caliente y perverso al que no le hacía falta mucho para salir a la superficie. La diferencia, le habían dicho, era grande y muchos se habían sorprendido con el cambio. A ella le gustaba esa parte de si misma. A dirty angel , como decía la canción.
Alicia saca el móvil de la mochila. No es que esté cachonda como una perra, más bien nota una agradable excitación, que es la que hace que abra su correo para releer algunos de los mails cruzados. Sus dedos suben y bajan por la pantalla, buscando uno en concreto, uno que la puso a mil. Antes de abrirlo, Alicia se pone una chaqueta sobre los hombros. Hace frío en el vagón. ¡Aquí está! Pulsa la pantalla y el relato, único, especial y escrito sólo para ella, aparece en la pantalla. Alicia se muerde ligeramente una uña, y mientras se dispone a releerlo, también la asaltan los recuerdos.
Había ido a ver a su novio, que vivía en una ciudad cercana. Habían pasado un día muy agradable e incluso le había contado lo de los relatos y los mensajes; para él no tenía secretos. Se había reído y le había llamado su pequeña pervertida mientras la abrazaba y la besaba. Pronto pasaron de la mesa al sofá en el que habían tenido su primera vez. No solían hacerlo ahí, preferían el piso de la ciudad donde se conocieron, pero no estaba nada mal cambiar de aires. Comenzaron a besarse y ella le mordió el cuello. Oyó su gemido y sonrió. Comenzó a desnudarle mientras él le acariciaba y le apretaba los pechos. Le pellizcó un pezón y su espalda se arqueó de sorpresa mientras soltaba un suspiro de satisfacción. Hmm, como le gustaba que le hiciera eso. Pero más le gustaba hacer… sonriendo con picardía, la joven se apartó el pelo negro del hombro y con una mano empujó a su chico hasta que quedó tumbado boca arriba en el sofá, mirándola con una falsa expresión de inocencia y susto. Se inclinó sobre él, haciendo que su entrepierna se pegara a su paquete y acariciándole entero. Pasó las manos por su pecho arañándole lo justo, acariciándole los pezones y jugando con él. Volvieron a besarse y entonces él la agarró de las caderas y comenzó a empujar contra ella, buscando su punto débil. Agarrándose al respaldo del sofá, la joven se tapó la boca con una mano y comenzó a gemir sin poder evitarlo. Su chico sabía muy bien cómo rozarse con ella. Cuando llegó a ese delicioso momento en que estaba muy cerquita del punto de no retorno, le apartó y se arrodilló entre sus piernas. No quería correrse todavía, les quedaba mucho por jugar. El chico se había incorporado y sabedor de lo que se le venía encima, se estaba desnudando. Ella le ayudó, apresando con los labios el bulto que se perfilaba bajo los calzoncillos y arrancándole un jadeo. Dios, le encantaba la cara que ponía al gemir. Estaba empapada…terminó de quitarse la ropa, al igual que él, y se acercó más. Rodeó el erecto miembro con la mano y lo acarició despacito, de arriba abajo. Pronto el deseo le pudo y se acercó más para rodear el glande con la lengua. Sabía exactamente cómo volverle loco. Primero dio unos tentativos lametazos a la punta, probándolo y saboreándolo. Luego dejó que sus labios envolvieran el glande y jugó con su lengua sin dejar de masturbarle con la mano. Y entonces le soltó y con ambas manos apresó las muñecas del chico. De la sorpresa él dejó caer un gemido, sabiéndose atrapado. Ella comenzó a lamerle de arriba abajo, dejando que la saliva lo recubriera y lo dejara listo… listo para comérselo. Comenzó a introducírselo en la boca con paciencia, centímetro a centímetro, hasta que le rozó el paladar. Lo soltó de golpe y volvió a comenzar, sin profundizar tanto esta vez. Fue acariciando el tronco con la lengua mientras movía la boca arriba abajo, mamándolo. Aceleró, después de una deliciosa tortura, hasta que el chico no pudo aguantar más. Agarrándola de los hombros, la despegó de su pene y la tiró en el sofá sin muchos miramientos; a ella le gustaba. Ya se había abierto de piernas y se estaba acariciando el clítoris para cuando él regresó con el condón puesto. Fue su turno de agarrar sus muñecas y sujetarlas por encima de su cabeza al tiempo que la penetraba de un soberbio pollazo. El gemido de ella debió de escucharlo toda la vecindad, cosa que la excitó aún más. Empezaron a follar, calientes y sudorosos. Los jugos de ella se mezclaban con el lubricante, haciendo unos ruidos muy guarros que conjugaban perfectamente con los chasquidos que producían los muslos de él al contaco con las nalgas de ella, que solo la ponían más y más cachonda. Podía notar perfectamente como ese pene la llenaba una y otra vez, volviéndola loca. Trató de moverse y abrazarle, pero estaba firmemente sujeta. Al borde del orgasmo, elevó la cabeza para besarle y le rodeó la espalda con las piernas para que no se fuera. Él aceleró, follándola con fuerza y en pocos segundos ambos se corrieron en medio de un coro de gemidos.
Alicia siente la excitación recorriéndole la piel, y eso que todavía no ha empezado a leer. ¡Pero es que los recuerdos son tan buenos! Con una sacudida, el tren se pone en marcha. Justo como aquel día inolvidable.
Pasaron un par de horas desde el polvazo hasta que, después de una larga e interesante ducha, ella se vistió por fin y se dirigió a la estación a coger el tren que la llevaría de vuelta a casa. Fue ahí cuando su móvil sonó. Fue a mirar qué mensaje lo había causado, cuando tuvo que hacer sitio a una pareja que llegaba. La mujer se sentó en frente y el hombre se inclinó a su lado para colocar las maletas arriba, en el hueco. Pronto entablaron conversación, ellos venían de Brasil para hacer turismo y visitar la catedral. Lo típico. Cuando por fin cada uno atendió a lo suyo, ella comprobó que el mensaje era de Saverio. Había escrito otro relato… pero este no estaba en la página, lo había copiado directamente. Por una parte, eso era bueno, porque en el tren la cobertura era una mierda y no estaba segura de que le llegara para internet. Por otra… se mordió el labio, indecisa. ¿En serio iba a leer un relato como ese, sabiendo como la dejaría, delante de una pareja de mediana edad? Además, había más personas en el vagón… dejó el móvil en la mesa y se centró en su música. Sin embargo, no dejaba de dar vueltas en su mente y al final… sucumbió. Comenzó a leerlo y enseguida se encendió al leer los nombres de Fred y George. ¡Qué cabrón! Ese hombre siempre daba en el clavo. Devoró prácticamente el relato, y para cuando iba a la mitad ya notaba su entrepierna encharcada. Hasta su ropa interior estaba húmeda. Frotó sus muslos y suspiró. Para qué habría empezado… echó una mirada discreta a la pareja, pero no parecían haber notado nada. Hum… cogió aire y siguió leyendo. Se estaba poniendo cada vez mejor… envidiaba a Rita, y a la vez la ponía cachonda. Si estuviera en el relato, seguramente en lugar de robar un gemelo los ayudaría a torturar a Rita. Después ya se lo cobraría, por supuesto. Le encantaría probar ambas pollas y descubrir si eran igualitos hasta en eso… ¡Dios! No podía más. Se levantó, dejó el móvil en la mochila y le dedicó una sonrisa inocente a la pareja. Luego se fue buscando el baño que había en el tren. Tan pronto estuvo dentro, se apoyó en la pared y se desabrochó los pantalones. Metió la mano por dentro, notando su entrepierna y sus braguitas empapadas. Comenzó a acariciarse al tiempo que trataba de acariciarse un pecho sin caerse con el vaivén del tren. Dios… ¿A él le pondría igual de burro escribirlos? Si, seguro que sí. No había manera de que… ¡ah! Introdujo la mano por debajo de sus braguitas y alcanzó los pelitos arreglados de su coño. Bajó más hasta que notó sus dedos mojados y comenzó a acariciarse mientras se mordía el labio. ¿Había asegurado la puerta? No estaba segura. Cerró los ojos, imaginándose que alguien entraba y la veía así. Estaba justo enfrente de la puerta… ¡oh, joder! Ojalá pasara alguien. Ojalá fuera un hombre y se pusiera brutísimo al verla. Ojalá le diera la vuelta y se la follara contra la pared como a la perra que era. Hmm, se moría por una buena polla. Los vericuetos de la mente son extraños, y se imaginó que alguien abría la puerta. No la había cerrado bien. El hombre se quedaba pasmado, con los ojos abiertos como platos al descubrir la mano escondida debajo de los pantalones, la cara de éxtasis con que la chica lo miraba y la mano que apretaba con fuerza su pecho, casi casi desnudo. Comenzó a frotar su clítoris con fuerza, perdida en su fantasía. El hombre, pasado el susto, miró a ambos lados del pasillo, entrando en el baño. Ella le hizo sitio, sabiendo qué es lo que necesitaba y qué era lo que estaba dispuesta a dar. Sin muchas historias, se giró, dándole la espalda y bajando un tanto los pantalones. El hombre, sintiendo que le había tocado la lotería, se arrimó a ella, sacando el tema para frotarlo contra esas nalgas duras y blancas que le ofrecían, casi corriéndose antes de penetrar en la cueva del tesoro. El coro de gemidos y suspiros fue breve: el tío pasó de estar sorprendido a cachondísimo en un abrir y cerrar de ojos, y pronto salió de ella para escupir su blanca esencia en las paredes del diminuto espacio... Ella se corrió y terminó sentada en el suelo, jadeando. Esperaba que nadie la hubiera oído… al cabo de un par de segundos, se levantó y se adecentó. Se arregló el pelo en el espejo y salió del baño. La mezcla de sensaciones hacía que las piernas le temblaran, y mientras se dirigía a su asiento, pensó alocadamente que esa fantasía mejoraría por la noche, cuando estuviera sola y disfrutara de tiempo. El polvo en el tren no sería tan rápido, ni el hombre tan desconocido. Sería Saverio el que se colara en el baño, y sería Saverio el que supiera dónde y cómo lamer, morder, apretar y acariciar. Y sería la polla de Saverio la que la llevara al paraíso. ¡Dios! Acababa de masturbarse y volvía a tener esos calores... Cuando llegó a su sitio, volvió a dirigir a la pareja brasileña una sonrisa de cortesía y se sentó. Ya no debía quedar mucho viaje… apartó el móvil de sus pensamientos. Terminaría el relato cuando estuviera en cama… mucho más cómoda.
Y después de ese, había venido el relato de Dumbledore. A partir de ahí habían comenzado a hablar de otros temas y habían terminado por hablar de sus vidas. Un par de semanas después, ella recibió la noticia de que iría a Madrid unos días, tenía que ver a su tía. Era curioso… porque era la ciudad en la que, aunque él no vivía, sí visitaba con frecuencia. Se lo contó y le propuso que se vieran. Él se ofreció a ir a buscarla a la estación, dar un paseo por la ciudad y dejarle luego en casa de su tía. Aceptó. A su madre le dijo que un amigo iría a buscarla e hizo el equipaje, ilusionada. Sopesó llevar alguna sorpresita, y con unas braguitas súper monas en una mano y un tanguita delicioso en la otra, acabó por meter ambas prendas en la maleta. Por si acaso... Para cuando compró el billete, ya no podía esperar. Tenía muchas ganas de conocerle… y a la vez estaba más que nerviosa. Pero iría bien, tenía la sartén por el mango. Tenía que estar en casa de su tía a la noche, y con un tiempo límite, las posibilidades también lo eran. Le encantaba fantasear, pero llevar las cosas a la realidad requería una clase de arrojo que solo surgía en determinadas noches de borrachera. Los recuerdos a posteriori eran inmejorables, pero llegar hasta ese punto por su propia cuenta solía ser complicado… a no ser que estuviera con su novio. Él la apoyaba, y sintiéndose confiada, pobre del chico o de la chica con los que se cruzara. O de la pareja, pensó para sí mientras sonreía. Le mandó un mensaje a Saverio comunicándole la hora y se fue a la cama con una mezcla de excitación y nerviosismo.
Alicia mira el reloj. A lo tonto, a lo tonto, quedan solo dos horas para llegar. Bueno, solo dos horas o todavía dos horas, según se mire. No sabe qué hacer, pero sí sabe que sigue caliente. El vagón se ha ido llenando, y Alicia fantasea con éste y con aquél, imaginándoles unas vidas que probablemente no tengan. Alicia se aburre, y el aburrimiento no es un buen consejero para Dirty Angel... Disimuladamente, recoloca los pechos para que dibujen un tremendo escote. Así, estupendo. Se quita la chaqueta, girando un poco el torso para verse reflejada en el ventanal. Sus pupilas saborean el pecho y el canal. “Chica mala”, piensa, divertida. Se pone en pie. Con ese gesto, un par de cabezas giran disimuladamente. No es la única que se ha fijado en el resto de pasajeros. Camina, buscando una presa. El tren se ha ido ocupando, pero no hay mucho donde elegir... No, no, tú no, éste tampoco... A medida que avanza por el pasillo del tren, nota los ojos de los hombres deslizándose por su espalda y su trasero. Porque Alicia tiene un culo de aúpa, que ríete tú del culo de J. Lo. Pues que disfruten de las vistas. Este tampoco, ni éste... ¡Uy! ¡Aquel tiene buena pinta! Es joven, no debe pasar los veinticinco, y viste de traje y corbata. “Víctima perfecta”, se dice Dirty Angel. Siente esos nervios que la atacan justo antes de hacer alguna maldad, esos nervios que la hacen sentir viva, y que a veces busca deliberadamente. Como en ese momento, cuando evalúa al chico, que es todo un bombón y que seguro que es educado y correcto. No le seguiría el juego, pero seguro que se cohibiría. Así que se dirige hacia allí y cuando pasa por su lado… tropieza, cosas que tiene la vida. Se agarra al asiento, colocando ‘’sin querer’’ en el proceso sus pechos en la cara del hombre. Espera un par de segundos a estabilizarse y se aparta fingiendo estar avergonzada. Lleva las manos a la boca, presionando sus pechos uno con otro con los brazos. Con el escote que lleva eso era un gesto más que revelador y el hombre pasa de la sorpresa al sonrojo en un decir ¡Jesús!. Ella se inclina hacia delante, colocando la mano en su hombro y todo el mostrador debajo de los ojos. Compone una expresión de preocupación y pregunta “ ¿Está bien, no? Lo siento mucho, tropecé… Si, claro. Me alegro. ¡Tendré cuidado!”. Alicia es poco más que una adolescente, por lo que el gesto no desentona... salvo por la calidad de los pechos que gasta y por el malicioso brillo de sus pupilas, aunque el desventurado joven no se da cuenta de ese brillo porque sus ojos no se desprenden de la unión de las copas del sujetador de Alicia. Sigue así un par de minutos, hasta que resulta complicado no darse cuenta de que el hombre tiene un problema entre las piernas. Satisfecha por fin, vuelve a su asiento, contoneándose suavemente a medida que cruza el pasillo, atrapando las miradas de los viajeros. Le encanta atosigar a los hombres de esa manera, como si ella fuera la inocente víctima del encontronazo y no la perversa ejecutora. Mira el reloj una vez sentada en el asiento. Una hora y media… suspira y coge un libro de su mochila. ¡Qué remedio! Tendrá que esperar…
Por fin el tren llega. Todos esos nervios que se habían ido apartando durante el camino se le anudan de repente en el estómago. Coge aire profundamente, observa el reflejo de la ventana y se dice que no tiene porqué estar nerviosa. Todo está planeado, todo está dibujado, está para comérsela y siente, además de los nervios, el calorcito de la excitación acomodado en su pecho. Bueno, y en los bajos, para qué negarlo. Alicia sabe que puede con Saverio y con tres como él, así que no tiene sentido ponerse nerviosa. Pero sigue estándolo. Negando con la cabeza, un poco asustada pero muy ilusionada, coge la mochila y la maleta (momento en que se da cuenta que si se agacha demasiado, medio vagón disfrutará de sus braguitas rojas con encaje negro), baja del vagón con ademanes seguros y buscando con la mirada una camiseta roja. Deambula un rato de aquí para allá hasta que por fin, encuentra una mancha colorada entre un mar de prendas pardas. El corazón le da un vuelco, porque hasta ese mismo momento, tiene la opción de dejarlo plantado y disculparse más tarde. Pero Alicia es valiente, así que hace una bolita con sus nervios, la tira en la papelera y avanza con paso firme y la sonrisa pintada en la cara. Sabe que es él, y aprovecha que tiene la cara girada para darle un buen repaso. Alto y atractivo, tal y como el cabroncete se ha definido a lo largo de sus mails cruzados, y sí, también es cierto que se parece a cierto actor, aunque su pelo tiene hebras de plata y hay unas cuantas arrugas que le dotan de encanto. También parece tímido, cosa que a Alicia le sorprende porque en los mails, es cualquier cosa menos tímido. Pobrecito, piensa. Sus nervios, al igual que los de un actor cuando sube al escenario, se han esfumado. Se acerca mientras le saluda, y se adelanta a darle un abrazo. Apenas dura un segundo y luego se separan. Alicia le tiende la mano y le dirige una sonrisa inocente, esa que esconde a Dirty Angel:
-Soy Alicia. Encantada de verte-. Él sí que parece encantado. Se queda embobado, con la boca entreabierta y los ojos castaños incapaces de apartarse de la trampa que Alicia le preparó con esmero por la mañana.
“Pobrecito”, vuelve a pensar. “No tienes ni idea de la tarde que te espera”.