Crónicas

Todos tienen una historia que contar. Pequeñas crónicas de vida. ¿Entrarías a un espejo?

Marcela suspiró, y observo a su alrededor. Los libros, los cuadernos, los lápices, la calculadora.. Llevaba un par de horas estudiando para el examen de matemáticas que tendría lugar al final de la semana. Era agotador, su cerebro a veces sentía que iba a derretirse. Pero ella siempre estudiaba tres horas diarias, era necesario tener un buen rendimiento escolar. Tenía muchas ventajas. Echo la cabeza hacia atrás, y miro por la ventana de su habitación. El sol iluminaba todo a esas claras horas en la tarde. "A cuarenta y cinco grados de inclinación", pensó la jovencita de 17 años, y luego se sorprendió y rió por sus asociaciones. Llevaba dos meses en el último año de enseñanza media, aún recordaba la felicidad cuando al final del último período del año pasado supo que sería promovida. La felicidad usual, con sus amigos, con su familia. En su caso no era demasiado sorprendente, ya que siempre había destacado por ser una buena estudiante, pero sin duda era un gran logro haber llegado al último año. Pero claro, es diferente en la realidad. El último año siempre te absorbe, te exige. Debía, además, hacer el servicio social requerido por los estudiantes de los dos últimos grados. Eran 400 horas, y ella había elegido ayudar en la biblioteca del colegio. Dos horas diarias por la tarde, ya que su jornada estudiantil era en la mañana, en la que ayudaba a los bibliotecarios organizando libros, atendiendo solicitantes, limpiando estanterías y cualquier cosa que se les presentará. No era un trabajo aburrido, ya que siempre había algo que hacer, pero a veces podía ser agotador. También estudiaba para los exámenes de la educación superior. Ah, el Icfes.. Todos hablan de ello, pero ahora que se veía más cerca, la inseguridad llegaba a ser insoportable.. Es increíble que el futuro académico de uno se viese afectado por un simple examen. Pero así era.

Marcela cerró sus libros de matemáticas y cerró sus ojos un rato, relajándose, para luego volver a la realidad y abrir su libro de Economía. Tras algún tiempo leyendo, releyendo apuntes, tomando notas, subrayando y recitando, finalmente se levantó. Miro el pequeño reloj que había sobre su escritorio. Eran las cinco menos cuarto. Ah, había acabado un poco antes, puesto que había empezado pasadas las dos, pero se sentía bien. Estiro un poco sus músculos, estar sentada demasiado tiempo siempre hacía que su cuerpo se durmiese. Bueno, a mucha gente le ocurría, no? Salió de su cuarto y bajo las escaleras, dirigiéndose a la cocina, donde bebió un poco de jugo de mora. Le encantaba. Le gustaba como la acidez hacía que su boca se sintiese viva, era bastante receptiva. En ese momento, sonó el teléfono. Afortunadamente, había uno en la cocina, por si todos estaban comiendo y ocurría tal cosa. Levantó el auricular

-Aló?-

-¿Quibo, Marce, quiere ir a darse un roce, o qué?- la familiar voz de su amigo Julián hacía eco en su mente, y mientras procesaba su mensaje, éste continúo hablando. –Vamos a la casa de Mario, a ver una película. Allá van a estar todos, ya sabe, el parche.-

-Si, voy a ir. Dígame a que horas-

-Allá nos vemos a las seis- Colgó, y el teléfono produjo su habitual sonido, el que tanto desasosiego le producía a Marcela, puesto que la hacía pensar en un profundo, y oscuro, vacío. Tras ello colgó también, y se dispuso a arreglarse un poco.

-Que chimba de película!- Comento Julián, entusiasmado. La reunión había sido grata, varios compañeros se habían reunido y habían bebido un rato. Póker, barata y agradable. Aunque a Marcela no es que le encantase tomar, bebió una para refrescarse. Luego, la película. Hora y media. Un silencio se apoderaba de todos. Estos silencios parecían pactados, todos se introducían en la trama y se olvidaban de que ellos existían.

Al final de aquello, Mario se ofreció a llevar a Marcela en moto a su casa. Al llegar, noto que eran ya las 8. Aún era temprano. Aunque sin duda, estaba algo cansada, y tenía mucho calor, así que decidió darse una ducha. Subió a su habitación, y se quito sus zapatillas, poniéndose unas chanclas para el baño. Su madre estaba haciendo la cena, su padre aún no había llegado y su hermana había salido. Se tiró sobre su cama, recostando la cabeza sobre su almohada. Miro hacia el techo y pensó en todo lo que tenía que hacer. Suspiró y se dirigió hacia el cuarto de baño. Cerró la puerta y observó en el espejo su rostro. Su cabello rojizo, y largo cayendo más abajo de sus hombros era una de las cosas que más le gustaban de ella, junto con sus ojos negros. Aunque eso no es que le importase bastante, siempre se sentía bien al verse, y solía cuidarse, aunque no en exceso. Se desabrocho su blusa, arrojándola a la cesta junto con su sostén. Sus pechos eran redondos, ni muy grandes, ni muy pequeños. Recordó como se había sorprendido, cuando descubrió que su pecho, otrora plano, se había ido desarrollando lentamente. Realmente, los cambios en la pubertad podían ser sorprendentes, aunque fueran naturales. Desabrocho el botón de sus jeans, y los deslizo lentamente hasta terminar con ellos en la cesta de ropa sucia, y finalmente se quito sus bragas. Le gustaba usar bóxers, las tangas siempre habían sido muy vergonzosas para ella. Abrió la puerta de la ducha y entró, cerrándola tras ella, al pequeño espacio, bastante amplio, construido con azulejos. Abrió la llave, y dejo correr el agua, que humedeció primero su cabello, para luego descender por su cuerpo, haciendo que sintiera como barría con lo sucio. Siempre había sido algo especial para ella, sentir como el agua parecía llevarse sus preocupaciones, sus temores, como todo se iba junto con el baño. Era un gran momento, aunque sólo fuese unos minutos al día. Tomo el shampoo de la repisa y procedió a aplicárselo. Lo repartió por su largo cabello e hizo masajes con él para que penetrase bien. Luego tomo la esponja enjabonada, y comenzó a tallarse. Enjabonó sus pechos, su abdomen, sus piernas. Con cuidado talló entre sus piernas, y sintió un cosquilleo placentero que le hizo reírse suavemente. Enjabonó sus brazos, y el resto de su cuerpo. Al finalizar, dejó la esponja en la repisa, y procedió a abrir la llave del agua nuevamente, sin olvidar lo que había sentido momentos antes.

Enjuago su cabello, sus hombros, su pecho, espalda, retiro todo el jabón de su cuerpo, pero no cerró la llave del agua. La ajusto lo suficiente como para tener un chorro compacto, y se ubicó de tal manera que el chorro golpease su pubis. El agua fría, al contactar con su entrepierna, le hizo sentir un espasmo. Que delicioso era. Decidio aprovecharlo. Mientras el agua acariciaba su zona baja, levantó sus brazos, y comenzó a acariciarse. Puso las manos sobre sus pechos, acariciándolos suavemente. Los recorrió, desde el nacimiento hasta los pezones, sintiendo que estos se endurecían con la excitación. Apretó con sus manos, aumentando el placer que sentía, mientras cambiaba de posición, dejando que el agua recorriese su cuerpo, el sonido le ayudaba a relajarse aún más. Acaricio su torso, le gustaba sentir el contacto de su piel con sus manos. Siguió descendiendo hasta que sus manos llegaron a su entrepierna, la cual acarició, lentamente al principio, con más intensidad luego. La cálida zona era su sitio preferido, le brindaba una sensación indescriptible, como si entrase a una selva inhabitada, pero que tuviese los brazos abiertos para ella y le agradeciera su visita. Su mano derecha fue acercándose más al orificio, en el cuál introdujo lentamente sus dedos índice y corazón, los que empezó a mover de adentro hacia afuera, de afuera hacia adentro, rítmicamente, sintiendo las oleadas de placer que venían con cada movimiento, que le hacían olvidarse de todo lo demás, sin poder evitar exhalar gemidos de placer, que afortunadamente el sonido del agua corriendo conseguía ahora. Aunque Marcela no hacía esto todos los días, si le gustaba hacerlo de vez en cuando, para relajarse, para disfrutarlo. Era liberador. Recordó la primera vez que lo experimentó. Tenía 14 años, y se bañaba, justo como ahora mismo. Siendo una nueva experiencia para ella, la acogió favorablemente. Al principio, por supuesto, era la sensación del contacto del agua con su punto sensible lo que le daba espasmos. Lentamente comenzó a explorar las posibilidades que esto le brindaba y lo que podía hacer, sus pechos estaban en desarrollo, pero ya eran suficientemente grandes como para permitírselo. Aunque había escuchado de las malas virtudes que esto suponía, se sentía conectada con su naturaleza. Le ayudaba a relajarse, a sentirse bien. Hasta ahora, Marcela no había tenido relaciones sexuales, y aunque no le importaría, no se moría por aquello. Sabía que llegaría el tiempo. Además, habían buenas perspectivas

Regresando al aquí, y al ahora, Marcela detuvo lentamente su pequeño juego. Retiro sus dedos, húmedos. Los observó. Los fluidos habían llegado, era cosa natural, pero a ella siempre le divertía pensar en los productos de la excitación. Abrió la llave de la ducha y el agua limpió todo nuevamente, tras lo cuál ella salió de la ducha, se secó y fue a su habitación, donde vistió su pijama.

Bajó a cenar, su padre había llegado, su madre estaba junto a él en la mesa, su hermana seguía ausente.

-Buenas noches, papá, mamá!- saludo alegremente mientras se sentaba a su puesto, empezando a comer.

-Hola, hija- saludo su madre, sonriendo

-Hola, Marcela. ¿Cómo te ha ido?- Pregunto su padre. Se veía cansado, pero contento.

-Bien, papá. Como sabes, las notas de mis exámenes han ido bien. Esta semana tendré Matemáticas, Economía y Literatura. Y la próxima semana Inglés y Química.

-Bien, me alegro mucho, sigues tan bien como siempre.-

El resto de la cena su padre les contó como iba en su trabajo. Era gerente de una distribuidora que comercializaba diferentes productos por todo el departamento. Aunque era un trabajo sin duda ajetreado, no era extenuante, y tenía buena remuneración. Podían vivir de una forma acomodada fácilmente. Su madre era el ama de casa, aunque también se dedicaba a vender productos por catálogo, lo que le generaba cierto ingreso. Su hermana cursaba segundo semestre de Ingeniería de alimentos, y aunque era en la misma ciudad, usualmente no estaba en la casa, sólo los fines de semana. Marcela terminó de comer, les dio las buenas noches a sus padres, se lavó los dientes y se acostó a dormir. Había sido un día agotador, pero todo tendría sus frutos, ella lo sabía. Y durmió pensando en su próximo día y en lo que le deparaba el destino.