Crónica de un verano en Ibiza 3.

Continuación de mis primeras aventuras extra matrimoniales con don Jorge. Y el inicio de un nuevo amor que, sin querer, entra en mi vida.

Después de mi primera infidelidad con don Jorge, volví a ser suya durante las dos semanas siguientes. Para ello, aprovechábamos cualquier oportunidad que se nos presentase, y como estabamos en la finca de don Jorge y como mi marido quería complacer a su jefe a cualquier petición por muy disparatada que esta fuese, nuestros encuentros íntimos se producían casi a diario.

Una vez lo mandó a la ciudad a recibir un burofax que nunca llegó. Otra, hasta la otra punta de la isla, a inspeccionar unos terrenos que su empresa constructora estaba interesada en comprar; mi pobre maridito tuvo que irse muy de mañana y no volvió hasta que se puso el sol. Un fin de semana le encargó recibir a unos millonarios chinos que querían invertir en su empresa con tantos millones que podrían "retirarnos" a todos si todo salía bien, y mi marido fue el encargado de llevarlos de aquí para allá, mostrando las excelencias de los terrenos en los que se alsarían sus hoteles de lujo, sus casinos tipo Las Vegas y/o sus cadenas de restauración de comida asiática. Esa vez volvió muy cerca de la medianoche con una sornisa de oreja a oreja canturreando que había causado muy buena impresión a los inversionistas chinos y que el trato bien podía darse por hecho. Luego, don Jorge me explicaría que esos chinos lo que en realidad querían era comprar unos terrenos baldíos en los que construir sus naves de venta al por mayor, y que no querían gastarse mucho en ello.

Si la mujer de don Jorge no se entereba de nada, o hacía como que no se enteraba, la inocencia de mi marido con respecto al estado de su cornamenta no tenía parangón con nada que se le pueda comparar. Por lo menos yo no la encuentro.

Don Jorge me hacía suya, me tomaba como a una perra y calmaba mi furor vaginal como sólo un macho de verdad puede y sabe hacerlo: a base de polla.

Como no podíamos gozar de todo el tiempo que nos hubiera gustado y como no sabíamos cuando volveríamos a tener ratos para nosotros dos, cuando follábamos, lo hacíamos a lo bestia y repitiendo las veces que el bien entrenado pene de don Jorge diese abasto.

Como ya os he dicho, don Jorge está cerca de los cincuenta. Pero es un buen semental. Y un buen semental lo sigue siendo hasta el fin de sus días por muchas batallas que haya librado. Y en este aspecto, he de decir que don Jorge resultó ser un semental de excepción. De esos que sólo se encuentran de entre uno de cada mil sementales. No exagero. Así de macho es don Jorge.

Como era lógico, después de tanto folleteo y de pasar tanto tiempo juntos, empecé a enamorarme de él. Lo empecé a notar por lo mucho que lo necesitaba y por todo lo que lo extrañaba cuando no estaba a su lado. Al principio pensé que era sólo deseo. Que las ganas que don Jorge despertaban en mi cuerpo ganaban a mi razón y que eso me hacía desearlo como nunca antes había deseado a otro hombre. Y lo seguí pensando hasta que lo vi con otra y los feroces rayos de los celos femeninos invadieron lo más profundo de mi ser.

Cuatro días antes, durante la tercera semana que llevábamos en Ibiza, me había venido la regla. Así que don Jorge aprovechó para volver a Madrid y llevarse a su esposa de regreso. Volvió para el fin de semana, pero no lo hizo solo. Una rubia pechugona a la que nos presentó como Rebeca, hacía las veces de nueva acompañante. Y ahora, con la libertad de tener la casa para él solo y con su mujer a 700 kilómetros de distancia, la rubita tetuda tomó poseción de sus nuevos aposentos y se instaló en esta como si de verdad fuese ella la señora de la casa.

No os voy a engañar. Además de tener que soportar a la lagarta esta compartiendo cama con el hombre del que me había enamorado, tenía que aguantar que era tan joven como yo, más alta y más bella que yo y que mi maridito me lo recordase cada dos por tres.

En un arranque de rabia le insulté -a punto estuve de decirle lo cornudo que era- y le dije que cualquier pelandrusca se podía poner siliconas en las tetas, maquillaje, vestirse bonito y parecer preciosa. Pero bien sabía yo que esa no era toda la verdad. Y bien que lo comprobé unos días después, cuando acompañamos a don Jorge a la playita escondida donde me hizo suya por primera vez y armamos nuestra fiesta particular.

Esa tarde preparamos una parrillada a la orilla del mar, bebimos, charlamos y, llegado el momento, nos metimos todos al mar. Don Jorge se quedó en pelotas. La rubia tetona también. Don Jorge empezó a sobarle las tetas con descaro. Mi marido casi se vuelve bizco al ritmo del bamboleo de ese par de enormes melones naturales. Naturales, cierto. Esos pechos habían sido hechos por la madre naturaleza al cien por cien y yo estaba que explotaba de colera, porque mis pechos son más bien chiquitos y porque me estaba empezando a sentir muy poca cosa al lado de esa monumental rubia que bien podría ser el sueño de cualquier mortal.

Me fijé en que el culete de la tetona era más bien normalito (unos 90 cm. O incluso menos, diría yo), así que decidí sacar a lucir mi mejor y más rotundo atributo. Y así fue como mis 106 cm de culazo colombiano vieron la luz del sol.

Como a mi marido no le gusta que me ponga tanga cuando estamos reunidos con otra gente, ese día me había puesto un bikini rojo bastante pequeñito. Pequeñito, sí, pero que no dejaba de ser un bikini, al fin y al cabo.

Su cara al ver que me deshacía de las únicas prendas que cubrían mi intimidad fue casi un poema. Pero no tardé mucho en convencerle y hacerle cambiar de parecer. Al final, los cuatro nos metimos al agua en pelotas y jugamos al "te pillo" como si fuésemos cuatro niños disfrutando de sus vaciones escolares.

Una vez, cuando don Jorge me tomó de la cintura para levantarme y volverme a lanzar, pude notar que su pene estaba completamente erecto. Tuve que aguantarme y sacar fuerzas de donde no las tenía para no cogerle de la polla y llevármelo a la orilla a echar un par de polvos. Pero fue mi marido quien me llevó a la orilla y entre arrumacos, se quedó dormido sobre nuestra toalla. Desnudo. Con la polla flácida y mi cabeza sobre su pecho.

Me había puesto las gafas de sol y me había colocado de tal forma que pudiese seguir viendo a don Jorge mientras jugaba con la rubita, acurrucados poco antes de donde el mar te llega a la altura del pecho.

Una de esas veces en que, por inercia, el mar se retira de la orilla, pude ver perfectamente que la tetuda se mantenía sobre el cuerpo de don Jorge entrelazando sus piernas alrededor de él. Fueron sólo un par de segundos, pero como me había estado alerta, pude distinguir el tenue mete y saca al que don Jorge la estaba sometiendo. Me fijé más, y a medida que lo hacía, la imagen de dos amantes dando rienda suelta a sus más bajos instintos empezó a ganar evidencia; don Jorge se la follaba sujetándola del culo. Ella, le ofrecía sus melones y se los restregaba por la cara mientras le tomaba del cabello. Luego, le comía la boca como una niña enamorada. A veces, don Jorge se los magreaba y le pellizacaba los pezones. Otras, la taladraba de tal forma que las sacudidas se hacían ostensibles pese a estar bajo el agua. Así estuvieron como media hora. Al final, salieron y colocaron sus toallas a diez metros de donde yo me hacía la dormida y mi marido roncaba como un oso ibernando. La tetona traía una sonrisa de oreja a oreja. Y a don Jorge la polla le colgaba como un pingajo sin vida. Aunque así y todo seguía siendo bastante más grande y más gorda que la de mi marido.

Después de nuestra tarde en la playa, a don Jorge se le ocurrió que pudiésemos salir los cuatro de marcha esa noche. Era viernes y en la ciudad había buen ambiente. Además, esa noche festejaban la fiesta blanca en una discoteca de uno de sus amigos . Y lo habían invitado.

La idea de quedarme en la finca con mi marido mientras don Jorge se lo pasaba a lo grande con la rubita tetuda, me ponía de los nervios. Así que puse todo mi empeño en convencer a mi marido, que no estaba muy por la labor, y al final, acabamos vistiéndonos de blanco de punta a punta (requisito impresindible para asistir a una de estas fiestas) y enfilando rumbo a la disco del amigo de don Jorge.

Me puse un vestidito de algodón semi transparente que resalatase la protuberancia de mi culo. De esos que van ceñidos al cuerpo, de tirantes finos anudados detras de la nuca y que no bajan más allá de medio muslo. Una tanguita de hilo dental de color rosa fucsia y unos zapatos de tacón de punta de aguja. Nada de sujetador. Me maquillé, me hice una cola, me perfumé y decidí que esa noche me lo iba a pasar en grande con o sin don Jorge. Estaba muerta de celos y las consecuencias de mis actos casi no me importaban.

Al verme, a mi marido casi le da un ataque y me montó una escenita. Me dijo que para ir así vestida mejor que no pusiera nada. Que se me veían las tetas, el culo y que se me trasparentaba la tanga. Logré calmarlo diciéndole que me había vestido así para que él pudiera presumir de su mujer, que estaba muy celosa porque creía que le gustaba la puta que se había conseguido don Jorge y porque me había dado cuenta de que no dejaba de mirarle las tetas. Y mis argucias surtieron efecto.

Partimos en coches diferentes. Don Jorge y su rubita en su BMV descapotable y mi marido y yo en el Audi que nos había dejado.

Llegamos como a la media hora. Y pese que a un inexperto no hubiese dado con la ubicación del local a las primeras de cambio, don Jorge se sabía el camino de memoria y muy pronto nos vimos frente a una discoteca muy mona en medio de la nada y a escasos metros de la orilla del mar.

La disco era un edificio cuadrado de dos plantas dividido en varios segmentos bien alineados. Se notaba que cualquiera no llegaba por allí. Me di cuenta de ello por la cantidad de Mercedes, BMW, Porches y Audis que vi por los alrededorres mientras aparcábamos. Dentro había una piscina, una barra de bar y hamacas y taburetes alrededor de esta. Sobre un lado había un escenario y más allá, la resonancia apaciguada de las olas nos recordaba que estábamos cerca al mar. El ambiente discurría entre el gentío que se amontonaba sobre la barra o la pista de baile. Gogos de ambos sexos bailaban sobre plataformas y la música sonaba con estridencia.

Don Jorge nos presentó a don Pedro, su amigo y dueño del local. Un tipo moreno, de estatura media, espaldas anchas, bastante musculado,861 algo más joven que don Jorge y de buen ver, pero no tan bello como él. Igual me percaté que no apartaba sus ojos de mi culo y que me lo comía con la mirada. Yo, lo empinaba y le hacía caida de ojos. Sobretodo para dar celos a don Jorge, que, pese a captar mi indirecta, estaba más preocupado en complacer los caprichos de la tetona que de las escenitas que le estaba montando.

El que si que se dio cuenta fue mi marido, que muy pronto me llevó a un lado y me preguntó que qué carajo estaba haciendo. Le dije que nada. Que don Pedro tenía buen plática y que sólo estábamos hablando. Don Pedro se dio cuenta de ello, y para no crearme problemas, se separó de nosotros diciéndonos que tenía que atender su negocio. De vez en cuando, mientras hablaba con mi marido, lo buscaba entre la gente y algunas veces nuestras miradas se encontraban y nos sonreíamos, como dos chiquillos que guardan un secreto.

Aprovechando que mi marido me había dejado sola en la barra para ir a los aseos, y que don Jorge bailaba entre los tetones de la rubia, don Pedro se me acercó por la espalda tomándome por la cintura y susurrándome al oído lo bella que estaba así vestida, que mi marido era el hombre más afortunado del mundo por tenerme y que no dudaría un instante en cambiar todo lo que había conseguido hasta entonces por pasar el resto de sus días con una mujer como yo. Le reí los piropos y le aseguré que se equivocaba si lo quería era ligarme. Le dije que amaba a mi marido y que era una mujer enteramente fiel. Que siempre lo había sido y que siempre lo sería. Pero, pese a decirlo, don Pedro se dio buena cuenta de que no me era indiferente y que me gustaba lo suyo. Sonrió irónico y se perdió entre la gente cuando vió que mi marido se acercaba.

Recogimos nuestras bebidas y nos fuímos al reservado que habíamos pedido. Apuramos nuestras copas y mi marido salió a pedir dos más. A la segunda ronda, noté que mi marido estaba más borracho de lo que normalmente suele estar cuando se toma un par de copas. Y a la tercera, iba borracho perdido y le entraron ganas de bailar.

Nos fuímos hacia la pista de baile y allí estuvimos un rato. Luego, mi marido se quedó hablando con don Jorge, la tetona y unos amigos de don Jorge que acababan de llegar al local, mientras yo iba a los servicios de señora a hacer un pis. Al salir, me encontré con don Pedro que me había seguido y me había estado esperando. Sin pensárselo dos veces me tomó de la mano y me llevó hasta un privado de local. Por el camino, traté de resisitirme, pero don Pedro me sujetó bien fuerte con las dos manos y me estampó un beso de tornillo que no dudé en corresponder.

Nos perdimos al final del pasillo tras la puerta de su despacho y dejamos que nuestras lenguas y nuestras manos conocieran mejor los cuerpos de cada cual.

Don Pedro no tardó en desanudar los tirantes de mi vestido y mis tetas asomaron orgullosas. Con una mano me las amasaba, y con la otra, me metía mano por toda la raja del culo y se entretenía jugando con el hilito de mi tanga. Mientras, nos comíamos las bocas como dos adolecentes que se besan por primera vez. Yo más que él.

Me entraron ganas de hacerme la digna y parar todo lo que se venía a continuación, para ver cuál sería su reacción al respecto, pero don Pedro casi no me dio opción. Casi.

  • Don Pedro, no....Hummmm....Don Pedro, si no vuelvo con mi marido se va a dar cuenta y no quiero que eso pase. Además, yo lo amo y nunca le he sido infiel -mentí-.

  • Para todo hay una primera vez.....Y tú esta noche vas a ser mía quieras o no.

  • Es que tengo miedo de que mi marido se de cuenta, don Pedro...Hummmm...Por favor....Ahh......Don Pedro me va a meter en un buen lío....Mmmm....

  • Tu marido no se va a dar cuenta de nada. Está como una cuba. He ordenado que le pongan el triple de alcohol en sus cubatas y ahora va borracho perdido.

  • Don Pedro...Mmmmm...Usted me gusta mucho, don Pedro.....Mmmmm.....Pero no quiero que piense mal de mí....Mmmm.... Nunca le he sido infiel a mi marido.....Mmmmmmm......Pero es que usted me gusta mucho.....-mis labios seguían perdidos entres los suyos-.

  • Y a mí me gusta tu culazo. Y me lo voy a comer hasta que tu marido no pueda salir por la puerta de la disco de lo cornudo que lo vamos a dejar. Ven aquí, culona....

Dicho esto, me llevó hasta un sillón de dos plazas y piel de cuero que tenía en un rincón, me terminó de quitar el vestido, lo dejó a un lado y me puso a cuatro patas. Con sus manazas, me estrujaba las nalgas, abriendo y cerrándolas, haciendo como si mi culo hablara. Mientras, bufaba como un toro y me decía que con el culazo que tenía debía de cagar bombones, que se comería mi caca y cosas por el estilo que me hacían poner más cachonda todavía. Luego posó su nariz sobre mi ano y empezó a olerlo. Lo olía como tratando de aspirar todo el aroma que guardaba en mi interior. Correspondí a ello, y en una invitación descarada le restregue el culo por la cara sujetándolo del cuello con mi brazo. Don Pedro se puso como loco y empezó a comerme el ano como nunca antes nadie lo había hecho. Ni siquiera don Jorge. Su lengua se introducía en mi estrecho orificio virginal produciéndome un placer indescriptible en palabras. Además, don Pedro sabía lo que hacía, y mientras me comía el culo, me masturbaba el clítotis con los dedotes de su mano derecha. Yo estaba en el quinto cielo, y al poco rato, me corrí de gusto como una perra en celo.

  • Ahhhh....Sí, sí, asíiii.......Ayyyy....Que rico me come el culo, don Pedro.....Ayyyyy.....Ohhhhh...Ahhhhhhh.....

  • Esto no te lo hace el cornudo de tu marido, ¿verdad, puta? ...Jaja....Se nota que es un mojigato hijito de papá que no sabe como tratar a una hembra como tú.....

  • Ahhhhh....Ayyyyy.....Que riiicoooo.....Ayyyyyy.....Así, asíiiiiiiiii.......Asíiiiiii don Peeedrroooo asíiiiiiii....Ohhhh...Ayyyyy...Me coooroooo.....Ayyyyyy....Que rico carajo, que rico.....Ayyyyy....

  • Que rico te corres, culona...Mmmmm.....Joder, puta, que inchado que tienes el clítoris...Mmmmm......Tienes el capuchón más grande que me comido nunca...

  • Ayyyy...Ahhhh.....Sí, sí, síiiii, asíiii, asíiiiii don Pedro, asíiii....

Cuando terminé de correme, don Pedro me tomó de los pelos, me sentó sobre el sillón, se bajó los pantalones, el boxer y me puso a mamarle la polla.

Su pene no era tan grande como el de don Jorge. Debería de medir unos 20 cm, o así. Pero si era más gordo. Era monstruosamente gordo. Lo masturbaba con mis manitas y me daba cuenta de que no la cubrían por completo. Me la metí en la boca y, a empellones, sólo me entró una parte de ella. La cabeza y poco más. Así que, mientras le comía el cabezón, con una mano lo masturbaba y con la otra le apretaba los cojones. Don Pedro estaba super excitado y me dijo que como siguiese así no tardaría mucho en tragarme su leche. Así que me separó de su polla, me volvió a poner a cuatro patas, me dió un par de cachetes en las nalgas, me hizo la tanga a un lado, me sobó la cuca con su mastil y me la metió de un empellón que me hizo lanzar un gritó desagarrado ,que de no hubiera sido por la música del local se hubiera escuchado en toda la isla.

  • Ayyyyy.....Ohhhhhh...Ayyyyyyyyy....Ahhhhh....Don Pedro....Ahhhhhh...Ohhhhhh.....Ayyyyyy...Me raja don Pedro, me raaajaaaaa....Ahhhhhh....Despacio.....Don Pedro....Ahhhhhhh......Ohhhhhhh.....Uffffff.......Ayyyyyy...

  • Toma, toma culona, toma....Ahhhh....Qué, sientes como te rajo, ¿verdad, puta?....Síiii...Tienes el coñito estrechito, esto es porque tu marido es un picha floja que no te folla como te mereces....Ahhhh....Joder que estrecho tienes el coño......Como aprieta...Ahhhh......

-Ayyyyy...Ohhhhhh....Ahhhhhh...Don Peeedro.......Ahhhhhh....Pare, pare, pare don Pedro que me va a romper la cuca....Ahhhhh..Ayyyyyyy...Ohhhh....Ahhhh....Me parte, me rompe, me mata, don Peedrooooo, pare, pare, pareeee.....Ayyyyyyyy...Ohhhhh..

  • Jodeerrrr....Que gritona eres....Ahhhhhhh -don Pedro me tenía fuertemente sujeta por las caderas y no me soltaba. Me follaba con furia, como si sólo tuviese una oportunidad para ello- Ahhhhh......Ya veras cuando te la meta por el ano. Entonces sí que vas a gritar de lo lindo...Ahhhh....Culona---Ohhhhhhh.......Que rico culazo, guarra....Ahhhhh..

  • Ayyyy....Ayyyyyy....Ayyyyyyy......Ayyyyyyy...Así, así, asíiiiiii.......Asíiiii papacito asíiiiiiiii.....Ayyyyyyy......Que riiiicaaa piiingaaa....Ayyyy........

  • Te gusta mi polla, ¿verdad, golfa?

  • Síiiii, síiiii papacito síiiiii......Ayyyyyyyyy....Tienes una pinga bien rica y bien gorda.....Ayyyyyyyyy...Ohhhhhh......Ayyyyyy......Que pingasa hijo puta, que pingaaaaasaaa.....Ahhhhh......

  • Ven aquí....Ohhhhhh.....Ven aquí culona, ven aquí...

Me la saco y me llevó hasta el escritorio que estaba en medio de la estancia, me tumbó boca arriba, me quito la tanga, la olió, me dijo que estaba mojadísma y me la tiró a la cara. Estaba mojadísima.

Me abrió las piernas lo más que pudo, acomodó su pene y me volvió a follar mientras me mantenía sujeta de las piernas. Estaba despatarrada y a su merced. Y lo mejor de todo: no dejaba de correrme y encadenar un orgasmo detrás de otro.

Así estuvimos como diez minutos. Diez minutos en los que descubrí que era una mujer multi orgásmica. Más multi orgásmica de lo que nunca pensé podría ser una mujer multi orgásmica.

Luego don Pedro me la sacó, me bajó del escritorio y me puso a mamarle el pollón. Me dijo que quería correrse en mi boca de puta y así lo hizo.

Fue una corrida de caballo y como no daba abasto, gran parte de su lechazo me caía por las tetas y se me escurría por el vientre.

Al acabar, se le deje impecable, tan limpita como al empezar. Luego nos vestimos. Me puse el vestido, me arreglé el pelo y me limpié lo mejor que pude, me retoqué el maquillaje y me puse mi tanguita rosa.

Me dio una tarjeta de visita que guardé en mi bolso de mano y me pidió que lo llamase pronto para quedar y repetir la experiencia. Tenía ganas de besarlo, pero me acordé que tenía su lechazo en mi boca. Así que le lancé un besito volado y salí rumbo a la sala donde mi maridito me esperaba.

Lo encontré hablando con uno de los amigos de los amigos de don Jorge. Nos presentó. Le dije hola con la mano. Nos despedimos. Nos fuímos al reservado. Mi marido me tomó de la cintura, hizo un gesto torpe como tratando de levantarme del culo y me estampo un pico que muy a gusto correspondí. Me dijo que mis besos sabían a dulce. No lo puse en duda y nos comimos la boca durante media hora mientras me metía mano por todos lados y no paraba de decirme lo mojada que estaba. Al poco rato se quedó dormido. Tuve que llamar a don Jorge para que me ayudase a llevarlo hasta el coche. La rubia tetona también estaba borracha perdida, así que los acomodamos en los asientos de atrás y volvimos en un solo coche.