Crónica de un verano en Ibiza 2.

Me llamo Marisol, soy colombiana y tengo 27 años. Vivo en España desde hace cinco años y hace dos contraje matrimonio con Eduardo. El único hijo de un empresario madrileño muy conocido por sus dineros y sus líos de faldas.

Os mentiría si os dijese que soy una belleza de esas que quitan el hipo, porque no lo soy. Ahora, tampoco soy fea. Tengo lo mío. Y la suerte que la guapa desea, como se suele decir. No soy alta; más bien soy bajita (mido 1,63). Tengo el pelo negro y largo, y lo suelo llevar en una cola que casi me llega hasta donde la espalda pierde su noble nombre. Mis labios son carnosos, mi piel es suave y tersa, y me mantengo por debajo de los 58 kilos gracias a que hago bastante ejercicio por lo menos cuatro veces a la semana; Bicicleta, helíptica y trabajo con pesas durante dos horas, esa es mi rutina. Con todo, no se puede decir que sea de contextura delgada; si me descuido, gano kilos con facilidad, como la mayoría de las mujeres. Mis pechos son normalitos (uso la 36B). Pero tengo los pezones negros y largos, cosa que siempre ha excitado mucho a mis acompañantes. Además, esa parte de mi anatomía es muy sensible al tacto de las caricias, y cualquier amante más o menos experimentado que se de pronto cuenta, sabe sacar provecho de ello. Tengo un par de muslos bien puestos y unas caderas anchas que sostienen mi mejor carta de presentación: un culo respingón y durito que todos los que me cruzo por el camino voltean a ver. Lo sé porque siento sus miradas como manazas palpando por mis nalgas.

Como tengo el culo grande, trato de mantenerlo duro para que no se me caiga o se me ponga gelatinoso, algo que me parece super horrible. Por eso, hago sentadillas, prensa y extenciones en máquina de poleas dos veces por semana en el gimnasio que tenemos en casa.

Me gusta vestirme con jeans o pantaloncitos de lycra apretaditos y con vestidos ceñidos que marquen mi figura y la forma de mi culito. El rojo es mi color favorito. Aunque también me suelo vestir de rosa, turquesa o blanco cuando el buen tiempo acompaña. Son colores que me ponen de buen humor y que me alegran el día por muy mal que haya empezado. Me pirran los zapatos de tacón alto y en mi armario zapatero tengo una buena colección de ellos. A mi intimidad suelo vestirla con tanguitas pequeñitas o con hilitos dentales. Detesto las bragas y sólo me las pongo por obligación o cuando me viene la regla.

Me encanta el mar, y los deportes al aire libre. Las fiestas hasta el amanecer y salir de compras. El verano es mi estación del año preferida y, cuando bajo a la playa o voy a la piscina, hago topless cubriendo mi cuerpo sólo por una tanguita de playa. Para estas ocasiones uso tangas tipo V. Que son las que mejor marcan el contraste entre la parte de la piel bronceada y la poca que ha quedado oculta tras la diminuta prenda. Esa marquita que nace donde empieza la raja de mi culo y que se extiende formando un pequeño triangulo sujeto por dos tiras laterales en la parte superior de mis posaderas, vuelven locos por igual a mis "amigos" y a mi marido, cuando me ponen a cuatro patas para darme desde atrás.

Como ya os he dicho, mi marido se llama Edurado. Es hijo único de un empresario madrileño y consentido de su madre. Como yo, tiene 27 años, nos conocimos por casualidad a finales del 2009, nos enamoramos y en el verano del año siguiente me pidió que me casara con él. No tuve que pensármelo mucho para darle el "sí, quiero".

Nuestra boda fue a lo grande, con banquete para más de 200 personas y luna de miel por las Seychelles. Eduardo es un hombre muy detallista y siempre se ha preocupado por tenerme contenta.

Al poco de casarnos, empezó a trabajar en la empresa de construcción y reformas de un amigo de mi suegro. Don Jorge, se llama. Y el destino o la casualidad, hizo que ese señor fuera el artífice directo de la mujer que soy en este momento. Pero no adelantemos acontecimientos.

Mi marido es Ingeniero de Carreteras y por su trabajo, se tiene que ausentar durante toda la semana. Dejándome solita y dispuesta, sin otra ocupación que mantener mi cuerpo en forma y darle vuelta a la imaginación viendo las horas pasar.  Se va el lunes por la madrugada y no vuelve hasta el viernes por la tarde noche. Entonces nos encerrábamos en nuestro mundo y nos comíamos enteros durante horas, tratando de recuperar las horas perdidas durante la semana.

El primer año nos fue bastante bien, para que os voy a engañar. Hacíamos el amor cinco o seis veces cada fin de semana y yo era la mujer más feliz del mundo entre sus brazos.

A raiz de un accidente en su trabajo, que lo tuvo de baja durante casi un mes, empezó a tener problemas de erección. Su pene no se mantenía erecto durante más de cinco minutos y él, que sabía de esta nueva limitación, hacía todo lo posible para llegar al orgasmo en ese corto periodo de tiempo, dejándome a mí, caliente y con todas las ganas del mundo.

Después de eso -o quizás, debido a eso- mi marido se convirtió en un eyaculador precoz. Me desnudaba, me ponía en posición -por lo general a cuatro patas-, me daba un par de embites y al poco rato se corría. En una ocasión no tardó ni medio minuto. Él decía que era porque mi culo lo excitaba mucho, pero ámbos sabíamos que tenía un problema. Lo malo es que su machismo imperante le negaba a aceptar la realidad y nunca se decidió a recibir tratamiento especializado.

Para compensarme, aumentó  la frecuencia y el tiempo con que me practicaba sexo oral. Me comía la raja durante diez o quince largos minutos mientras estimulaba mi clitorios con sus dedos. Pero ni por muy sensible que tuviese -tengo- esa parte de mi anatomía ni por mucho que se esforzace en el intento, conseguía sacarme un solo orgasmo. Y la razón no era otra que, como yo ya sabía de antemano que la posterior penetración  no iba a durar más de un par de suspiros, no me centraba y no lograba que mi cuerpo reaccionara a esos estímulos que en cualquier otra situación, hubieran sido determinantes preludios de maravillosos orgasmos. Además de eso, y puesto que una vez se vino en mi boca sin llegar siquiera a penetrarme, ya no me dejaba que le chupase su pene.

Y así llegó junio. Llevabámos con ese problema casi seis meses y ni él ni yo queríamos hacerle frente. Reuíamos la realidad esperando que se solucionara, de un momento a otro, con el paso del tiempo. Sobra decir que eso nunca pasó.

En julio mi marido tuvo su mes de vacaciones y su jefe nos invitó a pasarlo en su finca de Ibiza.

De algunas fiestas y cenas, conozco a don Jorge, el jefe de mi marido. Es un ligón de unos 50 años al que le encanta lucir palmito y lo bien que se conserva pese a sus cinco décadas. Es alto, fuerte, con un cuerpo bien proporcionado y unos brazos como piernas. Tiene un rostro hermoso y unos preciosos ojos verdes que brillan como esmeraldas a la luz del sol. Lleva el cabello con una melena corta que lo ata en una cola y es muy elegante a la hora de vestir. La verdad, es un hombre bello se le mire por donde se le mire. Además no aparenta su edad, sino unos diez u ocho años menos. Razón por la cual siempre se le ve acompañado de jovencitas que podían ser sus propias hijas. Su mujer lo sabe, pero está enamorada y no le dice nada por miedo a perderlo. Lo sé por cosas que me cuenta mi marido. "Cambia de novia como de corbata", solía decirme.

Don Jorge nos recibió a la entrada de su finca. Con un apretón de manos a mi marido y un par de piquitos sobre mis mejillas. Nos presentó a su mujer, al servicio (una cocinera que hacía de chacha y un jardinero que hacía de chofer), nos instaló en  nuestras habitaciones, nos enseñó la finca y nos guió por el sendero que desembocaba en una playita medio escondida que me encantó por su paisaje y por la soledad de sus finas arenas. "Aquí os podéis bañar en pelotas si queréis, que nadie os va a molestar. Yo lo hago cada vez que me es posible", nos dijo. Y acto seguido se hecho a reír. Reímos también.

Volvimos a la casa, nos duchamos, nos pusimos ropa de playa, comimos y nos dispusimos a emprender nuestra primera aventura marinera. Para esa ocasión me puse una tanguita pequeñita de color negro. Había comprobado que los colores llamativos hacían que mi marido se excitase en demasía acelerando sus problemas eyaculatorios, así que probé con un color más serio.

Nos metimos al mar y empezamos a tocarnos por todos lados. Disfrutando de la soledad que daba tan paradisiaco paisaje. Nunca había hecho el amor en la playa, así que la idea de probar suerte me hacía la boca agua. Lo malo es que esta idea también la tenía en cuenta mi marido, y le excitaba tanto o más que a mí. Así que otra vez volvió a llegar al orgasmo con la misma prontitud de un galgo que atravieza los últimos metros antes de llegar a meta. Nos quedamos un rato en el agua, luego salimos y nos tendimos al sol. Como a la hora, mi marido volvió a requerir mis servicios sexuales. Volvía a tener el pene duro y me lo restregaba, en cueros, por encima de mi culito moreno que se mantenía rotundo expuesto al sol. Al poco, después de sobarme son su pene mientras se mantenía inerte encima mío, hizo a un lado la tela de mi tanga y me la volvió a meter. Sus embestidas eran controladas. Como queriendo retrasar lo máximo posible su eyaculación. Pero tampoco esta vez consiguió grandes progresos y un par de minutos después de que empezara su suave mete y saca, mi coñito se veía inundado nuevamente por su semen.

Al día siguiente volvimos a ir a la playa. Pero ya no hicimos el amor. Nos tumbamos uno al lado del otro, mi marido con unos planos y yo con mi MP4, sumergida en mi música y en mis cosas. Nos comimos unos sandwiches que habíamos llevado, nos bebimos unas cervezas, hicimos unas fotos para compartirlas con los amigos y la familia y nos volvimos en cuanto el sol se empezó a poner.

La finca de don Jorge está bastante apartada de todo y la población más cercana, queda como a 8 km.  Razón por la cual, salvo por las mañanas, nuestra relación con otras gentes era practicamente nula.

Don Jorge nos había dejado un coche para movilizarnos e ir y venir a nuestro antojo, pero como mi marido lo que quería era descansar y como yo no tengo carnet de conducir, casi no lo utilizamos. Y nos pasábamos las mañanas en casa haciendo cualquier cosa y las tardes mirando el mar. Por eso, al cuarto día, mi marido fue al pueblo a comprarme una bici de montaña para que yo fuera, si quisiera, cuantas veces me viniera en gana sin tener que depender de su disposición.

Esa mañana, mientras mi marido volvía, atravesé yo sola el camino de poco más de medio kilómetro que entre cañaverales y carrizos lleva hasta la playita escondida que don Jorge nos había enseñado.

La playa en si misma no debe de tener más de 50 metros de punta a punta. Y no es otra cosa que la caprichosa desembocadura propia de la erosión de las aguas a lo largo de millones de años. Dos promontorios naturales se alzan a sus lados como escudos y crecen verdes de vegetación, preservando la intimidad a la mirada de extraños y curiosos que pudiesen andar por allí. Aunque don Jorge ya nos había dicho que ni los perdidos solían llegar por este paraje y que era extraño toparse con otras gentes -cuando no imposible- por la dificultad que entreña el llegar si no es entrando desde su propia finca. Incluso él tardó bastantes años en descubrirla, nos dijo.

Pues bien, allí estaba yo, sola en esa playa solitaria, con mi minúscula tanga rosa como única vestimenta, tomando el sol boca abajo mientras apuraba una revista de dietética que me había comprado en el pueblo el día anterior, cuando algo me sobresalto y me sacó del estado de dulce semi inconciencia que suele provocar la brisa del mar.

  • No te asustes mujer, si soy yo -me dijo la voz de don Jorge-.

  • Uffff....Que susto me ha pegado, don Jorge. Casi me da algo.

  • Ya os he dicho que por aquí no suele venir nadie. Es seguro. La única forma de llegar es a través de mi propiedad, y como la tengo ballada por todos lados, pues....no te preocupes mujer, y ya cambia esa cara.

  • Es que una nunca sabe. Una mujer sola e indefensa como yo puede ser pasto fácil de las guarrería de cualquier pervertido.

  • Eso sí. Es mejor andarse con cuidado. Sobretodo las mujeres bellas como tú que lo muestran casi todo y nos pueden llevar a cometer locuras, jajaja...........-Mientras hablábamos, la mirada de don Jorge danzaba entre mi rostro y mis pechos. Y es que recién ahora me daba cuenta que entre el susto y las prisas, me había olvidado ponerme la parte de arriba del bikini y me mantenía con las tetas al aire-. Es broma, mujer. ¿Ya te he dicho que muchas veces vengo hasta aquí a bañarme y tomar el sol en pelotas, no? .....Pues eso.......Muñeca, ¿no te molesta si me pongo a tu lado, ¿verdad? -Me preguntó-  Le dije que no, que esta era su casa y que se pusiese donde quisiera.

Acto seguido, don Jorge extendió su toalla junto a la mía y se quedó en calzoncillos. Era un slip muy pegadito y no pude evitar fijarme que se le marcaba un buen paquete. Tenía un cuerpo rocoso, cincelado con precisión y maravilloso para su edad.

  • Como ya te he dicho, a mi me gusta nadar en pelotas, así que, con tu permiso, me voy a quitar la truza. Espero que no te moleste. Igual no vas a ver otra cosa que no hayas visto en tu marido, jeje...-practicó una risita y se deshizo del slip, quedando tal cual vino al mundo.

A pesar de que tenía el pene medio flácido, ya era bastante más grande que el de mi marido y también era mucho más gordo. Todo esto lo vi de refilón, mirando como quien no quería. Haciendo como que eso no iba conmigo. Don Jorge me miro, rió bajito y enfiló rumbo al mar.

Mientras don Jorge nadaba, un sinfín de sentimientos entrecruzados pasaban por mi mente. Siempre me había parecido un hombre atractivo. Pero ahora, después de ver su pene, algo latía dentro de mí y me hacía desearlo. Tenéis que tener en cuenta que hacía más de seis meses que mi marido no me hacía vivir un orgasmo. Además, el masturbarme nunca ha sido lo mío, así que ese día estaba super caliente.

Cuando don Jorge volvió, con el pene al aire, esa lucha interna desatada entre la mujer casada racional y la otra, la que toda mujer lleva en su interior, todavía libraba sus últimas contiendas.

Me dijo que el agua estaba fresquita, que un chapuzón con ese calor que hacía era lo mejor del mundo y me preguntó si no me animaba a refrescarme un poco. Le respondí que a lo mejor luego. Estaba tumbada boca arriba con las gafas de sol puesta. En parte para protegerme los ojos, pero también para verle el pene sin que supiera que se lo estaba viendo.

Don Jorge se mantuvo en pie delante mío durante un buen rato. Secándose al sol mientras hacía estiramientos de cadera. Subía y bajaba, subía y bajaba, y mientras, su pene asomaba al mismo compás. Yo lo miraba de reojo. Más que a él, a su pene. Y es que me había dado cuenta que su pene era la parte más bella de todo su bello cuerpo. La otra mujer, esa que todos llevamos en nuestro interior, había ganado su guerra particular a la mujer casada racional que hasta entonces había habitado en mí, y a partir de entonces, cualquier cosa podría pasar. Ya no era yo misma. ¿O es que hasta entonces nunca había sido yo misma y recién ahora empezaba a serlo?

Cuando acabó sus estiramientos, para desentumecer los músculos y favorecer la circulación de la sangre -me dijo-, se acomodó a mi lado sin terminar de tumbarse del todo. Me preguntó si le ponía crema protectora sobre la espalda, que no se quería quemar con ese sol que hacía. Le respondí que no había ningún problema. Se sentó sobre lo toalla, me arrodillé detrás de él y le cubrí de crema desde el cuello hasta la cintura.  Cuando terminé de hacerlo, me dijo que si quería, me daba una poca a mí también. Así que me tumbé boca abajo y me hice la cola del pelo a un lado para que pudiera untarme bien.

Don Jorge juntó mis piernas y se colocó encima de ellas sin hacerme daño. Sólo sentía el firme balanceo de su pene sobre mis nalgas cada vez que se acercaba para frotrarme la espalda y como iba ganando tamaño debido al roce de nuestros cuerpos.

Como si me hubiese leído el pensamiento, me pidió que no me sintiera incómoda por el tamaño que estaba tomando su pene. Que hacía todo lo posible por pensar en otra cosa, pero que su "amiguito" tenía vida propia y no pensaba lo mismo. Que en cualquier caso, era la reacción normal en un hombre normal teniendo en cuenta la mujer tan bella que tenía delante.

Al poco, mi marido me llamaba al movil para decirme que se iba a Ibiza y que no volvería hasta dentro un par de horas. Don Jorge escuchó atento mi exigua conversación marital.

Don Jorge me dijo que tenía los músculos muy rígidos y empezó a masajear las zonas que más tensionadas encontraba. La verdad es que se notaba que sabía lo que hacía. Me estaba haciendo sentir muy bien y yo permanecía con los ojos cerrados mientras él trabaja mi espalda con sus manos. Cuando terminó, se salió de encima mío y me hizo abrir un poco las piernas. Se colocó a mi lado, se puso crema en las manos y empezó a untarme por el culo y entre los muslos. Me quise hacer la digna y decirle que parase, que ya estaba bien de tanto manoseo. Pero la mujer que desde hacía poco habitaba en mí, se dejo hacer y calló como una puta mientras don Jorge me metía mano de lo lindo. Y a la que me di cuenta, el jefe de mi marido me estaba sobando el chochito mientras bufaba y resoplaba. Sobra decir que para entonces don Jorge me tenía completamente a su merced.

  • Abre un poquito más las piernas muñeca....eso, así, así, así te puedo tocar mejor el coñito.

  • Don Jorge, por favor, basta, basta..... basta don Jorge, esto no está bien -mientras lo decía, la nueva mujer que habitaba en mí y que ahora poseía mis más bajos instintos, empinó un poco el culo para facilitar el trabajo que don Jorge me estaba dando. Y don Jorge se dio cuenta de ello-.

  • Eso, así, levanta un poco el culito para sobarte más fácil. Que digo culito.....El culazo, levanta el culazo muñeca, levanta el culazo.

  • Ay...Ay.....Don Jorge por favor, alguien podría venir....Su mujer....Mi marido...Ay...don Jorge nooo.......Pare don Jorge, pare....

  • Mi mujer nunca viene por aquí. No le gusta el mar y le sienta mal el sol de la mañana. Y tu maridito ha ido a comprate la bici hasta la ciudad, ¿no? Seguro que todavía tarda un buen rato.

  • Don Jorge, yo soy una mujer casada y decente. Y nunca le he sido infiel a mi marido.....

Al oír esto, don Jorge discurrió la escasa tela de mi tanguita rosa, que era lo único que mantenía mi rajita a cubierto. La hizo a un lado e introdujo su dedo medio follándome con él. Me lo metía enterito y me lo sacaba hasta la uña para luego volvérmelo a meter muy despacito.  Era un mete y saca muy rico y yo, llevada por las sensaciones que me estaba regalando, ya había empinado el culo para entregárselo por completo.

Luego, cuando estuve bien dilatada, me metió también el índice, follándome el chochito con sus dos dedos y undiéndolos en mi vagina con  movimientos circulares. Como buscando algo por dentro. Así estuvo durante cinco minutos, hasta que me corrí entre resoplidos y espasmos en lo que era mi primer orgasmo en medio año.

  • Me encanta como te corres -me dijo don Jorge-. Las hembras de tu país son las más cachondas y las que mejor follan. Y ahora, te vas a quitar el tanga, te vas a poner a cuatro patas y me lo vas a demostrar.

Obedecí como una autómata. Me quité la tanguita, la puse al lado de sus calzoncillos e hice lo que don Jorge me había indicado.

  • Que rico coño tienes muñeca. Está enterito y es apretadido.  Seguro que tu marido es un picha floja que no te folla como debes. Ven aquí, eso, déjame que te lo vea bien. -Me decía don Jorge mientras me sobaba la vagina.- Y tienes el clítoris todo salido. ¡Ufff....Que pedazo de capuchón tienes Marisol! Venga, ponte a cuatro patas y empina el culazo todo lo que puedas, eso, así, así culona mía, así........ahora -y apuntó con su pene sobre mi chorreante vagina- adentro....

-Ahhhh......Ahhhhh.....Don Jorge....Ayyy..... su pinga es muy grande....Ohhhh......despacio, despacio que me rompe la cuquita.......Ayyyyy.....Ohhhh.....Don jorge, don Jorge.....Ahhhhh.....Ayyyyy....Ohhhhhhh....Ahhhhhhhh.........

  • Sí, sí, eso, eso es lo que quiero....Toma, toma....Te rompo la cuquita...Ahhh

Mientras más me quejaba, más excitado se ponía y más duro me follaba. Me tenía sujeta por las caderas y a cada embestida sentía sus huevones golpenado mi clítoris, cosa que me producía más placer todavía.

  • Ahhhh.......Ohhhhhh.......Ayyyyyy.......Don Joorrgeeee......Ahhhhhh..........Me rompe don Jorge, me rompe......Ayyyyyyyy......

  • Joder, que gritona eres Marisol.......Ohhhh....... Normal, tienes el chochete de una niña pequeña.....Ufffff.......Tu marido debe de tener una mierda de polla....Ohhhh.......Que apretada que tienes la raja, culona.......Ahhhhhh

  • Ohhhhh....Ahhhhhh....Don Jorge......Ahhhhh.....Así, así, así don Jorge así...Ohhhhhhh...

  • Ahhhh...¿Te gusta verdad putona?

  • Sí, sí, sí, sí papacito, síiiiiiii......Ayyyyy....Que rica pinga tiene.....Ahhhhhh.......¡Que buena pinga carajo!

Don Jorge me estuvo dando como una perra en celo durante un cuarto de hora. Me sacó tres orgasmos seguidos y el últimos lo disfrutamos juntos.

  • Ohhhh...Me corro, me coorrooo culona, me corrooo....Ahhhhh...Ohhhhh.....

  • Ayyyy...Ohhhhh...Que riiicooooo....Ayyyyyyy.....Así, así, asíiii.... me corro....Ahhhhh...Ayyyyyy...Ohhhhhh...Mmmmmm.....Asíiii.....Deme pinga don Jorge, deme toda su pinga....Ahhhhhhh....Ohhhh.....Yaaaaa.....Yaaaaa.....Me vooyyyy.....Me cooorroooo.....Ayyyyyyyyy.....Que riicooo....Ayyyy......

Se tumbó por completo encima mío y eyaculó lo que me parecieron litros y litros de semen caliente. Don Jorge no paraba de echar chorretones dentro de mi cuquita y mucha de su lefa fue a parar sobre mi toalla cuando mi vagina no dio más abasto.

Luego, cuando acabó de correrse, me ayudó a levantarme, me tomó entre sus brazos y me llevó al mar.

Nos bañamos durante media hora. Media hora en la que aprovechamos para comernas las bocas y tocarnos por todos lados como dos enamorados.

Cuando salimos, el pene de Don Jorge estaba completamente erecto. Apuntando al cielo azul como una lanza a punto de entrar en guerra. Yo lo miraba golosa. Y es que desde que mi marido empezó a ser precoz no me dejaba ni que se lo tocase.

Don Jorge se dio cuenta de ello, me sentó sobre la arena y me puso a mamar de su verga. Estaba saladita y sabía deliciosa. Comerse una buena pinga, después de tanto tiempo sin hacerlo, es de las cosas más maravillosas que una mujer puede experimentar.

Se la estuve mamando como diez minutos. Degustándome con el sabor de ese manjar que ya casi había olvidado, y cuando lo creí oportuno, se la cogí con la mano y lo llevé, de la pinga, hasta el lugar donde yacían nuestras toallas. Lo recosté boca arriba, me puse encima y coloque su pene en la entrada de mi vagina.

Mientras me lo follaba, le comía la boca como una quinceañera enamorada y le decía que lo deseaba, que lo amaba, que su pinga me estaba volviendo loca, que quería ser su amante, que si él dejaba a su mujer yo dejaría a mi marido, que quería un hijo suyo y cosas así. Mientras, él me insultaba y me decía las guarradas que toda mujer como yo se merece oír.

Nos volvimos a correr al mismo tiempo restregando nuestras partes para tratar de aumentar la intensidad de nuestros orgasmos.  Retozamos juntos mientras recuperábamos el aliento. Me limpie el coñito con unas toallitas higiénicas femeninas que siempre cargo en mi bolso y me volví a colocar la tanguita rosa. Don Jorge se fue a nadar un rato. Cuando volvió, se puso los calzoncillos, el pantalon corto, el polo y se despidió estampándome un beso de tornillo con lengua.

Eran casi la una y estaba cansadísima después de casi dos horas de sexo ininterrumpido. Por eso me quedé dormida y no volví en mí, hasta que mi marido me zarandeo de un brazo. Traía un par de sandwiches de pollo y una tortilla de patatas que nos mandaba la señora del servicio.  Nos los comimos juntos mientras me contaba que se había tardado más de la cuenta porque en el pueblo no había encontrado ni una sola tienda de bicicletas y que por ello había tenido que ir a la ciudad.

Pasamos el resto de la tarde juntos, jugando en el mar y al corre que te pillo entre los matorrales. Cuando volvimos a la finca, anochecía y había empezado a hacer fresco.