Crónica de un incesto (8)

La madre se Sandro se entera de que durante la madrugada, después de la fiesta de cumpleaños de su amiga Priscila, ha ocurrido algo entre ésta y el propio Sandro. ¿Qué será?

Tanto Priscila como Sandro y yo nos levantamos tarde la mañana del domingo. Recuerdo que, al abrir los ojos, me llegó el olor a café que invadía la casa. Mi amiga ya no estaba en la cama e imaginé que era ella la que preparaba el desayuno.

Me dispuse, por tanto, a salir de la cama y fue entonces, al ir a vestirme, cuando caí en la cuenta de que no tenía otra ropa que ponerme que el disfraz de enfermera de la noche anterior. Mis bragas estaban sucias y malolientes después de todo el trajín de la fiesta, así que preferí no ponérmelas. Las metí en una bolsita de plástico pequeña y las guardé en mi bolso. Me vestí con el sujetador, las medias y la bata y me dirigí al baño para asearme un poco. Eran casi las doce del mediodía y aún sentía en mi cuerpo los efectos de la fiesta de cumpleaños de Priscila.

Cuando ya por fin entré en la cocina, me encontré allí a mi amiga. No me había equivocado: estaba terminando de preparar el desayuno con la ayuda de mi hijo, quien, igual que me había ocurrido a mí, no había tenido más remedio que ponerse el disfraz, en su caso de superhéroe. No pude evitar esbozar una sonrisa al verlo ataviado de semejante guisa, fuera ya del contexto de la fiesta.

  • Si esa risita es por la forma en la que va vestido tu hijo, deberías mirarte a ti misma- me comentó Priscila, haciendo gala de su sentido del humor habitual e invitándome luego a degustar el sabroso desayuno que había preparado junto con mi hijo y ofreciéndose para llevarnos luego en su coche a casa.

Mientras hablaba, recordé lo que había sucedido entre ella y yo la noche anterior. Yo estaba con la incertidumbre de si lo sucedido había sido consecuencia del alcohol ingerido y del calentón que yo llevaba por culpa de mi hijo o si, realmente, sentía atracción hacia mi amiga y viceversa. La observé con disimulo y un latigazo de calor interno recorrió mi cuerpo al verla con aquel elegante y sensual camisón negro, a través del cual se le transparentaban los senos al trasluz.

Sandro, por su parte, intentaba disimular, pero no era capaz de dejar de mirar a Priscila. Noté entre ambos algunos gestos más cariñosos y cómplices de lo habitual, sin embargo no quise darles mayor importancia, aunque debo reconocer que empecé a sentir ciertos celos, viendo que mi hijo sólo tenía ojos en esos momentos para Priscila.

Tras terminar de desayunar, mi amiga se vistió y nos llevó en su coche a casa, antes de regresar de nuevo a la suya. Al despedirse de Sandro, volví a notar algo diferente entre ellos: la forma en que se miraban, la mano de Priscila acariciando en exceso el brazo de mi hijo y el último vistazo descarado que le echó al bulto que se le marcaba en la entrepierna.

Una vez que mi amiga se marchó, me metí en el baño pues necesitaba imperiosamente un buena ducha. Abrí el grifo y comencé a enjabonarme: toda mi piel comenzó a cubrirse de espuma blanca. No tardé en restregar mis pechos con las manos, haciendo movimientos circulares sobre ellos. Miré, entonces, los pezones que, endurecidos, se abrían paso entre la espuma, apuntando directamente al frente. Pero pronto fueron atrapados por mis dedos, cuyas yemas friccionaban incesantemente los dos carnosos botones que culminan mis tetas. Tiré de ellos varias veces, despacio, suave, proporcionando placer. Permanecí unos minutos más jugando con mis senos y luego decidí agarrar la pistola de la ducha. Llevé mi otra mano a mi sexo y lo acaricié, frotando la palma sobre él en desplazamientos cada vez más enérgicos. En mi mente se acumulaban, mientras tanto, un sinfín de imágenes: la cara de mi hijo, su tremendo paquete marcado en la licra del disfraz, lo sucedido con Priscila la noche previa, el sabor del semen de Sandro, las transparencias del camisón de mi amiga...Introduje un dedo en mi raja vaginal y comencé a penetrarme de forma rápida y vehemente. Con un ritmo frenético el dedo entraba y salía de mi coño haciéndome gemir. El sonido de dichos gemidos era neutralizado por el ruido del agua de la ducha al golpear sobre la bañera. Di un par de impulsos más con el dedo y, acto seguido, me tumbé dentro de la ducha. Separé al máximo las piernas, abrí mis labios vaginales todo lo que pude con mi mano izquierda y apunté el chorro que manaba de la manga de la ducha directamente hacia mi sexo. Enérgicamente el agua impactaba en mi coño de manera incesante, incrementando cada vez más el placer. Enloquecí al sentir los chorros estallando sobre mi clítoris y aumenté todavía más la fuerza del agua girando el grifo. Di un respingo en cuanto todo aquel torrente líquido chocó contra mi sexo con más fuerza que antes. Mis jadeos iban ganando en intensidad y, en cuanto volví a girar otro poco el grifo, no aguanté más y me corrí tumbada sobre la bañera. Solté el grifo, cerré los ojos y disfruté de la deliciosa sensación del orgasmo logrado, mientras el agua seguía saliendo, ya sin control alguno, hacia los azulejos de la pared. Permanecí allí unos minutos más terminando de gozar y de recuperar la respiración.

Pasados unos instantes, salí de la ducha, me envolví en una toalla y me dirigí a mi habitación para vestirme y dejar ya libre el baño para Sandro.

Al entrar en mi habitación, comprobé que en mi móvil parpadeaba la luz indicadora de la llegada de las notificaciones. Cogí el teléfono y resultó que había recibido un correo de mi hijo, que llevaba como asunto “Follada nocturna”.

Cuando comencé a leer el contenido, me quedé tan sorprendida e impactada que la mano que sujetaba la toalla se abrió y calló al suelo, quedándome totalmente en pelotas, a la vez que seguía leyendo, alucinada, cada palabra del mensaje.

Sandro me detallaba con pelos y señales lo sucedido por la noche en la fiesta de Priscila. Pero la parte referente al baile, aunque me sirvió para saber que mi hijo había aprovechado para restregar su verga contra mi cuerpo todo lo que había podido, era lo de menos.

Lo que me dejó atónita fue lo que narraba a continuación. Y es que, durante la madrugada de aquella noche, Priscila había entrado en la habitación de mi hijo. Al parecer, ella sí se había percatado de la presencia de Sandro junto a la puerta de su dormitorio, asomado y mirando por la rendija que dejaba abierta la puerta, mientras ella y yo teníamos sexo.

Pese a haberse percatado de dicha circunstancia, no hizo nada por evitarlo, dándole así una especie de invitación a Sandro para que continuase viendo el espectáculo. Priscila no había querido comentar nada de la presencia allí de mi hijo para no interrumpir ni cortar de raíz el momento de enorme disfrute del que estábamos gozando. Pero eso sí, tanta “generosidad” por parte de Priscila tenía que ser recompensada de alguna manera. Por eso, una vez que yo me quedé dormida, mi amiga se levantó de la cama y se dirigió a al habitación de mi hijo, buscando dicha recompensa, que no era otra que seguir calmando sus ansias y deseos de sexo, pero esta vez sintiendo dentro de ella una buena polla y, para más inri, la verga del hijo de su mejor amiga y con la que apenas unos minutos antes acababa de follar también.

Según continuaba narrando y describiendo Sandro en el correo, Priscila lo había chantajeado, insinuándole que, si no accedía a sus pretensiones, lo delataría ante mí y me diría que nos había estado espiando durante nuestro juego sexual. Sandro me reconocía en el email que había disimulado ante Priscila y que se había hecho, al principio, el desinteresado en la propuesta sexual de mi amiga. Pero sólo era una estratagema para “torturar” a Priscila, haciéndose el duro porque sabía que, de esa forma, incrementaría el ardor sexual de ésta. Gozó unos minutos viéndola totalmente desnuda junto a su cama, deleitándose al contemplar sus tetas, que se bamboleaban mientras ella hablaba en voz baja y gesticulaba. Disfrutó clavando la mirada en el coño de Priscila, a escasos centímetros de su cara, a la vez que ella, en plena desesperación, seguía amenazándolo con contarme que nos había estado espiando.

Realmente, no hubiese hecho falta ningún tipo de amenaza o de chantaje: desde el primer momento mi hijo estaba deseando follarse a Priscila. De hecho, me reconoció en el correo que se había masturbado en más de una ocasión pensando en ella. De modo que, transcurridos unos minutos y haciéndose la víctima, aceptó la propuesta de Priscila y aquello se convirtió en más de una hora de sexo salvaje. Cuando llegué a la parte del correo donde mi hijo detallaba cómo había follado con mi amiga, empezaron a invadirme los celos, al comprobar que Priscila había tenido la posibilidad de experimentar ya con él todo lo que yo llevaba semanas deseando. Comprobar también cómo mi hijo había gozado con ella y había disfrutado de sensaciones que bien yo misma le hubiese podido proporcionar, supuso un jarro de agua fría para mí. Sólo aguanté leyendo hasta el instante en que Sandro detallaba el primer polvo que echaron: no lo soporté más y dejé de leer por unos instantes. Estaba un tanto enfurecida pero más conmigo misma que con mi hijo o con mi amiga. Él, al fin y al cabo, sólo había follado con una madurita que se le había puesto a tiro, al igual que a mí me había enculado el monitor del gimnasio. Por lo tanto, no tenía derecho de estar enfadada con Sandro, sino conmigo, por no haber sabido provocar e incitar totalmente a Sandro o dar el paso definitivo para tener sexo con él. El hecho de querer seguir alargando el juego se había vuelto, en este caso, en mi contra. Además, no me apetecía nada que mi hijo flirteara con otras maduras: lo quería entero para mí y debía hacer ya todo lo que estuviera en mis manos para conseguirlo.

Una vez que logré tranquilizarme y que me prometí hacer todo lo posible para captar la atención absoluta de mi hijo, me salté la parte de su email en la que proseguía describiendo su “hazaña” nocturna y llegué a la última parte. Sandro, tal vez envalentonado y lanzado por lo vivido con Priscila, me hacía otra petición fotográfica. Pero en esta ocasión iba más allá que en la anterior: me exigía fotos eróticas al aire libre. Quería probar mi atrevimiento y alimentar y saciar de esa forma su propio morbo. Mantenía el que no tenía que mostrar mi rostro, tal y como acordamos en su momento, pero ponía como condición en esta ocasión que las fotos fuesen tomadas al aire libre. Le daba igual dónde y cómo, siempre y cuando se realizaran en un espacio abierto y público.

Yo aún tenía en la mente la promesa que acababa de hacerme y decidí dos cosas: la primera, aceptar la propuesta de Sandro; la segunda, era algo que ya venía planeando desde hacía tiempo y que no era otra cosa que pasar un fin de semana con mi hijo en la playa y poder estrenar, al fin, los trajes de baño que compré en su momento. Así pues, le respondí inmediatamente a su correo y le di la enhorabuena por el rato de sexo experimentado con Priscila. No me extendí mucho en ese tema y pasé rápidamente a decirle que aceptaba su petición de las fotos y que pronto recibiría las imágenes que me había exigido.

Tras enviar el email y mientras me vestía, empecé a darle vueltas a dicha propuesta, tratando de recordar o visualizar algún lugar propicio para hacerme las fotos. Estuve con eso en la cabeza el resto del día y no fue hasta por la noche, ya en la cama, cuando encontré el sitio adecuado.

Pero antes, durante la cena, le comenté a mi hijo si le apetecía pasar en la playa el siguiente fin de semana.

  • No sé, mamá. Me encantaría, pero tengo que estudiar bastante. Se acercan los exámenes de fin de curso y no puedo descuidar su preparación- me respondió.
  • Vamos, Sandro. Puedes estudiar durante la semana y, si fuera necesario, llevarte los apuntes o libros que necesites y estudiar un poco durante el fin de semana, por la mañana temprano, antes de que vayamos a la playa o por la noche. Si aprietas con el estudio desde mañana hasta el viernes, seguro que puedes tomarte sábado y domingo libres y relajarte. Además, recuerda que tenemos pendiente el estreno de las prendas que compré en el centro comercial, tanto las mías como las tuyas- le dije a mi hijo de forma sibilina.

A Sandro se le cambió la cara en cuanto mencioné las prendas en cuestión y esbozó una sonrisa pícara.

  • Bueno, está bien. Supongo que tienes razón: si me esfuerzo durante la semana, podré descansar el sábado y el domingo. Por cierto, ¿a qué playa vamos a ir?- quiso saber.
  • Ya te lo diré en su momento. ¿Qué pasa? ¿De repente te ha entrado la curiosidad?

Sandro se echó a reír, pero no respondió nada. Cuando terminamos de cenar y estábamos a punto de retirarnos cada uno a nuestra habitación para dormir, mi hijo me comentó:

  • ¡Ah, mamá, casi se me olvidaba! Tenemos que hacer un trabajo de Matemáticas para el instituto. Cuenta para la nota final y lo debemos realizar por parejas. Me ha tocado elaborar el trabajo con mi compañero Joaquín. ¿Te importa que vengamos a casa mañana por la tarde para hacer el trabajo?
  • Claro que no. Podéis estar aquí y trabajar tranquilos- le respondí.

Minutos más tarde, ya en la cama, se me ocurrió una idea un tanto maquiavélica: recordé lo del trabajo de Sandro con su compañero de clase y pensé que sería una buena ocasión para “vengarme” en cierta forma de mi hijo por lo acontecido con Priscila. La situación parecía excelente para intentar infundirle una buena dosis de celos. Me vino, entonces, a la mente lo que sucedió en su día con el taxista, cuando me exhibí en aquel vehículo y en presencia de mi hijo, y cómo Sandro lo pasaba mal al comprobar que el taxista estaba gozando de la posibilidad de verme la entrepierna y que, sin embargo, él no podía hacer nada para sumarse disfrutar de la misma visión que el taxista.

¿Por qué no repetir algo parecido pero con su compañero de clase? Estaba segura de que, si sabía actuar bien, mi exhibición ante el amigo de mi hijo serviría como escarmiento para Sandro e incrementaría sus ansias hacia mí. Así que decidí que pondría en marcha el plan al día siguiente.

También estuve meditando sobre la petición fotográfica de Sandro. Pensé unos minutos y se me ocurrió un lugar que podría ser idóneo para la sesión fotográfica: en las afueras de la ciudad había un descampado bastante retirado de las casas y de la carretera. Sería, simplemente, cuestión de acercarme hasta allí, asegurarme de que seguía estando igual de abandonado que siempre y hacerme las fotos. Antes de dormirme consideré que sería una buena oportunidad pasarme por aquel lugar al día siguiente, tras haberme exhibido ante el compañero de clase de mi hijo, cosa que me estimularía y me calentaría más para realizar dichas imágenes.

La mañana del lunes transcurrió sin grandes novedades en el trabajo. Tras regresar a casa, comí con mi hijo, quien me indicó que había quedado con su compañero Joaquín a las cinco y media de la tarde. Después de comer y de recoger la cocina, decidí tomar una pequeña siesta. Eran todavía las cuatro y logré conciliar el sueño unos veinte minutos, tras lo cual me dispuse a entrar en calor: leí en la página de relatos una nueva, excitante y deliciosa historia sobre voyerismo publicada por Sandro, pero me contuve: preferí no tocarme ni masturbarme y conservar así para más tarde todo el ardor que me invadía. Se acercaba la hora de la llegada a casa de Joaquín y, por lo tanto, debía prepararme para mi “actuación”. Había dormido la siesta semidesnuda, sólo con unas braguitas puestas. Me dirigí hacia el armario, lo abrí y contemplé mi vestuario. Quería ponerme muy sexy y provocativa, para atraer inmediatamente la atención de Joaquín y, también, la de mi hijo. Sandro ya me había visto otras veces vestida de esa forma, por lo que intenté darle un giro más al asunto. Contemplé las camisetas, las blusas, los ceñidos leggings....La primera prenda que elegí fue una minifalda. Ni siquiera sabía que aún la conservaba y me sorprendí al verla en el fondo del armario. La había comprado hacía bastantes años, pero el diseño de la misma seguía estando de moda. No estaba segura de si me quedaría bien o no, así que la saqué y me la comencé a subir. Esbocé una sonrisa de satisfacción al comprobar que todavía se adaptaba a mi cuerpo a la perfección. Era de color rojo intenso y acabada en forma de vuelo. Dejaba al aire buena parte de mis muslos, tapando únicamente lo necesario. Volví a quitarme la prenda y me cambié de bragas: deslicé hacia los pies las bragas blancas que llevaba puestas, me las saqué y busqué en el cajón de la ropa interior otra más acorde con las circunstancias. Encontré unas negras de encaje que me daban un aire mucho más seductor y sensual y me las puse. Luego, me miré al espejo para comprobar que, en efecto, me quedaban espectaculares. Pensé, entonces, en acompañar las braguitas con unas medias y un liguero. En esa fecha ya comenzaba a hacer algo de calor, pero unas medias finas y negras embellecerían, sin duda, mis piernas. De modo que las extraje del cajón y, acto seguido, hice lo mismo con el liguero. Empecé a cubrir mi pierna derecha con una media y, después, la izquierda con la otra para, a continuación, ajustarlas al liguero.

Volví a contemplarme en el espejo y mi imagen había ganado bastantes enteros. No pude evitar pasar ligeramente una de mis manos por la entrepierna, sobre las bragas negras y sentir cómo se habían humedecido simplemente por el hecho de verme yo tan sexy y provocativa. Dudé si usar o no sujetador, decisión que dejé aplazada hasta ver qué prenda usaría para cubrir la parte superior de mi cuerpo. Al final opté por una camiseta ceñida, de mangas cortas y de color azul. El escote era en forma de “V” y dejaba a la vista buena parte del canalillo de mis pechos, pero lo que más pretendía era que mis pezones se marcasen sobre la prenda y sabía de sobra, por los usos previos, que en esa camiseta los dos “botones” de mis senos se señalaban con mucha claridad, cuando me la ponía sin sujetador. Estaba completamente convencida de que, con mis dos “pitones” por delante los ojos de Joaquín y los de mi hijo iban a tener un lugar fijo al que mirar.

Terminé de vestirme calzándome unos zapatos rojos, a juego con la falda, y con algo de tacón y me quedé unos minutos en la habitación, esperando a que llegase el compañero de mi hijo. Puntual, a las cinco y media, sonó el telefonillo del portal de casa. Oí cómo mi hijo abría y cómo segundos más tarde saludaba a su amigo.

  • ¿Qué pasa, tío?
  • Pues nada, a ver si no tardamos mucho con lo del trabajo.

Sonreí al escuchar a Joaquín decir lo de “a ver si no tardamos mucho.....” No sabía que, en cuanto me viese aparecer, iba a desear que la cosa se prolongase el máximo tiempo posible. Aguardé unos instantes más en mi dormitorio y dejé que mi hijo y su amigo entrasen en la habitación de Sandro y se sentaran para comenzar a trabajar. Unos cinco minutos más tarde decidí, al fin, salir y dirigirme hacia la habitación de mi hijo. Al llegar al dormitorio de Sandro, asomé primero la cabeza por la puerta y desde allí dije:

  • Hola. ¿Ya habéis empezado con el trabajo?
  • Acabamos de comenzar. No sé cuánto tiempo nos ocupará y si podremos terminarlo hoy o no. Tenemos que entregarlo el próximo jueves, de modo que tenemos que darnos un poco de prisa.
  • Tranquilo, hijo, verás cómo os sale bien. Y, si necesitáis volver a reuniros mañana, podéis hacerlo aquí sin problemas.
  • Gracias, mamá- me comentó Sandro.
  • Por cierto, no me he presentado: soy la madre de Sandro- le dije al compañero de mi hijo.
  • Ehhh....Yo ….Soy Joaquín- me indicó el compañero de mi hijo prácticamente tartamudeando.

Tal y como había imaginado, el chico se quedó embobado, cuando me vio. Me percaté perfectamente cómo el joven recorría varias veces de arriba a abajo todo mi cuerpo. Sandro también me miraba, aunque sin llegar al extremo de sorpresa de su amigo.

  • Encantada, Joaquín. Bueno, pues os dejo que sigáis con el trabajo. Si tenéis cualquier duda, me la preguntáis, que ya sabes, Sandro, que las Matemáticas siempre fueron mi asignatura favorita. Estaré en el salón haciendo un poco de limpieza- les comenté.

Hice como la que me iba de la puerta de la habitación, pero sólo me aparté un poco, lo suficiente como para que no pudieran verme. Me quedé cerca de la puerta, con los oídos bien afinados para poder escuchar cualquier comentario que pudieran hacer sobre mí. Sabía que no sería mi hijo quien iniciara una supuesta conversación sobre mi persona con Joaquín, pero tal vez éste sí diría algo. Los pocos segundos que había estado hablando con los dos me valieron para observar al compañero de mi hijo: estaba algo más “rellenito” que Sandro, llevaba el pelo muy corto, en diferentes capas y me dio la impresión de que era el típico alumno que lleva la voz cantante entre sus compañeros de clase. No sé si era por su forma de vestir, un tanto de “macarrilla” de barrio o, simplemente, un pálpito mío, pera ésa fue la impresión que me dio.

Sinceramente, no le pegaba mucho a mi hijo como amigo. En esas diatribas estaba, cuando, de pronto, mis pensamientos se interrumpieron de golpe.

  • Tío, no te vayas a a molestar, pero tu madre está buenísima. ¿Te has fijado cómo va vestida? ¡Tremenda!

Transcurrieron unos instantes sin que Sandro respondiese nada. Su amigo volvió, entonces, a la carga:

  • ¡Vaya piernas que tiene! ¡Y esas tetas! ¡Pufff! Como se descuide lo más mínimo, se le van a ver las bragas con esa minifalda tan corta que lleva.
  • ¡Oye! ¡Córtate un poco, que es mi madre!- reaccionó por fin mi hijo.
  • Ya lo sé y perdóname, pero no soy de piedra. ¿siempre ha sido así tu madre? Quiero decir, ¿siempre ha vestido de esa manera y ha estado tan “cañón”?
  • La verdad es que ha empezado hace poco a vestir de forma diferente, más atrevida y sexy. Si te soy sincero, algo de culpa tuve en eso, pues la animé a hacerlo, cuando me pidió opinión al respecto- indicó mi hijo.
  • Ya me gustaría a mí tener como madre a un “pibón” como la tuya. ¡Me ha entrado hasta calor! Y tú, ¿qué? ¡No me digas que no la has mirado alguna que otra vez con ojos de deseo! Porque, por mucho que seas su hijo, muy “capullo” tiene que ser uno para no deleitarse con un cuerpo así- añadió Joaquín.

De nuevo Sandro guardó silencio unos instantes.

  • ¡Venga, tío, dímelo ya y te prometo que dejo el tema!- exclamó su amigo.

Yo sabía de sobra la atracción y el deseo que provocaba en mi hijo, pero aguardaba impaciente la respuesta.

  • ¡Qué pesado eres! Tú mismo te has contestado antes: muy tonto y muy ciego tendría que estar para no haberme fijado en lo sensual y lo buena que está mi madre- respondió, al fin, Sandro.

Sin embargo, Joaquín aún no estaba satisfecho con la respuesta:

  • Todavía no me has contestado del todo: ¿la has mirado con deseo alguna vez, con ganas de follártela?

Joaquín acababa de apretarle las clavijas a Sandro y, en el fondo, me gustó que lo hiciera: quería escuchar de boca de mi hijo lo que realmente sentía por mí.

  • ¡Que sí, tío, qué sí! ¡Lo he pensado no una, sino muchas veces, cada vez que se viste así!- contestó mi vástago.

Al escuchar sus palabras, me recorrió por todo el cuerpo una enorme sensación de satisfacción y lo oído me servía como inyección anímica y moral para continuar con los juegos con mi hijo.

  • Lo sabía, sabía que con una madre así tú también sentías lo mismo que yo al verla. Bien calladito que te lo tenías, ¿eh?
  • Ya tienes la respuesta. Ahora, vamos de una vez con las Matemáticas.
  • De acuerdo, pero no creas que no te preguntaré más cosas en otro momento- replicó Joaquín.

Dejaron ahí el asunto y se pusieron a realizar el trabajo de clase. Yo aún me encontraba pegada a la pared y con una amplia sonrisa de oreja a oreja: mi plan había empezado de la mejor manera posible. Tocaba ahora seguir desarrollándolo y provocar en Sandro esos celos que pretendía darle usando a su compañero como conejillo de indias. Me dirigí a la zona del lavadero y busqué allí unos trapos y paños para la limpieza y también cogí la escalera que suelo usar para poder limpiar las lámparas y la parte alta de los muebles. A continuación, fui al salón y dejé todo dispuesto para comenzar con la limpieza. Cuando supuse que Sandro y Joaquín ya habrían avanzado algo con el trabajo, me acerqué de nuevo al dormitorio de mi hijo y desde la puerta pregunté:

  • ¿Qué? ¿Cómo va la cosa?
  • Bien, aquí un poco más lento de lo deseado pero, al menos, ya hemos realizado una pequeña parte- respondió mi hijo.
  • ¿No queréis que os ayude un poco?

Joaquín reaccionó astutamente y dijo:

  • Algo de ayuda no nos vendría mal. Así podríamos darle un buen empujón a esto.

Sandro se encogió de hombros y después asintió con la cabeza. Era justo lo que yo esperaba: tenía vía libre y la excusa perfecta para continuar provocando a ambos.

  • Muy bien, una ayudita rápida, que tengo que seguir luego con los quehaceres de la casa.
  • Gracias, mamá- comentó mi hijo.

Me aproximé a la mesa-escritorio donde ambos estaban sentados y con sutileza me situé, de pie, entre la silla de Sandro y la de su compañero.

  • A ver, ¿qué es lo que os piden exactamente?

Entre los dos me indicaron en qué consistía el trabajo y los ejercicios que les exigían y, cuando acabaron de explicármelo, incliné mi cuerpo hacia delante para poder mirar mejor el libro. Apoyé los brazos sobre la mesa y leí los enunciados exactos de algunos de esos ejercicios. Ya sabía de sobra qué era lo que tenían que hacer y cómo debían resolverlos, pero me hice la despistada para ganar tiempo. Joaquín había comenzado a aprovechar mi postura para lanzar miradas indiscretas a mi escote. De reojo pillé en varias ocasiones al chico tratando de ver lo máximo que podía, que aún no era mucho, y observando la marca de mis pezones sobre la camiseta. Conforme pasaban los segundos y creyendo que yo estaba inmersa en la lectura atenta de los enunciados, empezó a mirarme de forma más descarada.

Sandro aún no se había percatado de nada extraño, pero no tardó en hacerlo: sentado a mi derecha, también comenzó a deleitarse con la cercanía de mis pechos, a escasos centímetros de su cara. La mirada de mi hijo se dirigió primero a mis senos y luego apuntó directamente a mis pezones. Me di cuenta de que Joaquín observó a Sandro y le hizo un gesto de admiración ante lo que estaba viendo.

Mi hijo, sin embargo, no le siguió mucho el juego y fue entonces cuando opté por inclinarme un poco más: al hacerlo, mis pechos empujaron hacia delante la camiseta, de manera que el escote se abrió. Volví a mirar de reojo a Joaquín y la cara de asombro que tenía dejaba claro que estaba disfrutando de la vista de mis tetas desnudas bajo la camiseta. Me mantuve así unos segundos más, los suficientes como para que mi hijo también se percatase de que su compañero estaba gozando con mis pechos. Noté en Sandro un cierto gesto de enfado hacia Joaquín por lo que estaba haciendo y eso era justo lo que yo pretendía: causar esa reacción en mi hijo, ese rechazo al comportamiento de su compañero, porque era la prueba evidente de que le molestaba que Joaquín me estuviera viendo las tetas. Me acordé, entonces, de la situación vivida en el taxi, de la expresión en el rostro de mi hijo, la misma que la de la escena ante su amigo, de su impotencia, de sus celos...

Consideré que mi plan iba sobre ruedas y que había que dar el siguiente paso, por lo que me volví a poner derecha y di por finalizada, por poco tiempo, mi exhibición ante Joaquín. Les indiqué cómo era la manera más fácil y rápida de realizar el primer bloque de ejercicios y ambos me dieron me dieron las gracias por la ayuda. Noté perfectamente la inquietud de Joaquín por haberme tenido tan cerca, con mis tetas a la vista, y su desilusión por el hecho de que se hubiese acabado el espectáculo. Sandro, por su parte, seguía con el gesto un tanto contrariado.

Salí de la habitación y volví a quedarme junto a la puerta, pegada a la pared, fuera del alcance de la visión de ambos, para ver si comentaban algo sobre mí. Mientras esperaba, me percaté de que mis bragas se habían humedecido al haberme sentido objeto de deseo de aquel niñato que acababa de comerme las tetas con los ojos. Unos segundos más tarde, la voz del amigo de mi hijo rompió el silencio:

  • ¿Has visto? ¡Menudas tetas!
  • ¿Otra vez con eso?- preguntó Sandro.
  • ¡No me digas que no te has fijado! ¡Tu madre no lleva sujetador! ¡Le he visto todas las tetazas desnudas, justo delante de mi cara!- exclamó Joaquín.
  • Sé de sobra que mi madre muchas veces no se pone sostén. Convivo con ella a diario, por si se te ha olvidado. Y ya te he dicho antes que me fijo en ella y que tengo, a veces, los mismos pensamientos que tú estás teniendo ahora. Así que deja ya el escándalo y sigamos con el trabajo- comentó mi hijo, que trataba de restarle importancia al asunto.
  • Tío, eres un capullo. ¡No sé qué coño te pasa! ¿A qué viene esa frialdad?- se extrañó Joaquín.
  • Pues se debe, primero, a que es mi madre y no quiero que piense que soy un degenerado al mirarle las tetas descarada y constantemente, como has hecho tú. Y, segundo, porque tenemos que avanzar de una vez con el trabajo- señaló mi hijo.
  • Mira, Sandro, las mujeres no son tontas y, si tú dices que te habías fijado ya alguna vez en sus tetas, estoy seguro de que tu madre ya se ha dado cuenta de eso. Si sigue así, sin usar sujetador, con escotes amplios y con los pezones marcados, es porque, o lo ve como algo normal o porque no le importa lo más mínimo que mires dentro del escote. Así que deja ya de hacer un drama de todo esto y disfruta la ocasión. ¡Ya me gustaría a mí estar en tu lugar! ¡Se me ha puesto la polla dura sólo con ver esos pedazos de pechos!

Fue entonces cuando decidí intervenir de nuevo y parar aquel diálogo:

  • Perdón que os moleste otra vez, pero es que necesito una pequeña ayuda de alguno de vosotros dos. ¿Podéis sujetarme la escalera mientras limpio el polvo de la parte superior de los muebles? Siempre me da un poco de miedo subirme en ella, no sea que me caiga.

Hábil y con rapidez Joaquín reaccionó inmediatamente:

  • Yo te ayudo, si tú quieres, y así respiro un poco de tantas Matemáticas.
  • Perfecto. Sólo será un minuto. Luego ya no os molestaré más- le dije.

Vi claramente cómo Joaquín miró a mi hijo y le guiñó un ojo, dejándole entrever que su ayuda era por intereses propios. Sandro agitó levemente la cabeza de un lado a otro, resignado ante la actitud de su amigo. La cara de sufrimiento de mi hijo, sabedor de las intenciones de su compañero, era todo un poema. Y fue ahí cuando me di cuenta de que mi venganza por lo ocurrido con Priscila se estaba consumando y también el intento de atraer su atención, como más tarde pude confirmar. Cuando llegué al salón junto con Joaquín, le dije que agarrase fuerte la escalera. El chico me miró de arriba a abajo y luego clavó su mirada en mis pechos y en la marca que mis pezones dejaban sobre la camiseta.

  • Voy a subirme. Agarra bien, ¿de acuerdo?- le comenté.

Antes de comenzar a subir, comprobé cómo Sandro aparecía en el salón y se quedaba en la puerta contemplando la escena. Escalé el primer peldaño y, de reojo, advertí cómo Joaquín me miraba las piernas completamente embobado. Subí el segundo escalón y de nuevo me fijé con disimulo en el compañero de mi hijo: el ángulo de visión cada vez era más favorable para él y ahora, desde el suelo, al mirar para arriba, podía verme las piernas y los muslos en su totalidad. Yo sabía que, si no me las había visto ya, en el momento en que plantase los pies en el último peldaño de la escalera portátil, mis bragas negras de encaje, mis nalgas y mi culo entero quedaría a disposición de Joaquín. En el momento en que puse mis pies en la parte final de la escalera, miré hacia abajo y le dije al joven:

  • Ya estoy arriba, no vayas a soltar ahora.

Aquella frase sólo era una excusa para poder observarlo y comprobar la cara de satisfacción y de asombro que tenía, mientras se deleitaba con las vistas bajo mi escueta minifalda y entre mis piernas. Como contraste estaba el rostro de mi hijo, compungido por lo que estaba viendo. Sandro no aguantó mucho más allí y se marchó de la puerta del salón de nuevo a su habitación.

Mientras limpiaba el polvo, inclinaba un poco el culo, me ponía de puntillas con cuidado para no perder el equilibrio y le daba de esa forma diferentes posturas a Joaquín para que pudiera disfrutar contemplando mi trasero. Sabía que ya había logrado ponerle la polla bien dura y que había cumplido mi objetivo. Así que di por terminada mi exhibición ante el chico y empecé a bajar de la escalera. Mientras lo hacía, y con el movimiento de las piernas, sentí cómo mis braguitas se habían empapado todavía más de lo que ya lo estaban antes.

  • Gracias, Joaquín. Ya puedes continuar con el trabajo. Espero que te hayas despejado un poco- le dije con sarcasmo.
  • Ya lo creo que sí. Uno no ve todos los días unas piernas tan preciosas como las tuyas- comentó el joven sin pudor alguno.
  • ¡Anda! ¡Qué adulador eres! Muchas gracias por el cumplido- le dije, mientras le daba un cariñoso pellizco en la mejilla.

Antes de que el chico regresase a la habitación de Sandro, pude observar en su entrepierna, hinchada y gorda, los efectos que mi exhibición habían causado en él.

La tarde fue avanzando y empezó a anochecer. Mi hijo y su amigo aún estaban realizando la tarea y mi intención era ir aquel mismo día a hacerme las fotos al aire libre que Sandro me había pedido. Tomé la decisión de darle dinero a mi hijo para que fuera a cenar a alguna hamburguesería con Joaquín, cuando terminasen con las Matemáticas y así aprovechar yo para la sesión fotográfica. Era una noche apropiada para ello, debido a lo excitada que estaba tras lo oído, visto y vivido aquella tarde. Media hora después, y con la misma vestimenta que llevaba puesta en casa, me dirigí al descampado en el que pesaba hacerme las fotos y dispuesta a cumplir con la fantasía de mi hijo Sandro.

Si quieres leer breves relatos escritos por mí y con fotos, puedes hacerlo en mi blog:

https://50lineasdesexo.wordpress.com/