Crónica de un incesto (7)

En la fiesta de cumpleaños de Priscila, el alcohol ingerido va a dar lugar a más de una situación sorprendente.

(Recomiendo la lectura de las seis partes anteriores para poder seguir el desarrollo de la trama).

La melodía de la canción se entremezclaba con las palmas y el griterío de los presentes, que nos jaleaban a mi hijo y a mí para animarnos a bailar mejor y más pegados.

  • ¡Vamos, vamos!- oí gritar a Priscila, que hacía aspavientos con las manos.

Yo miraba hacia un lado y hacia otro y veía aquellas caras sonrientes, casi como de burla. Escuchaba las risas, el ruido de las palmas, la música a más volumen en cuanto mi amiga decidió que había que aumentar los decibelios....Los efectos del alcohol ingerido empezaban ya también a pasarme factura y la cabeza me daba vueltas. No sé lo que terminó por empujarme a ello, pero cogí a Sandro por la cintura y lo estreché con fuerza contra mí. Se oyó entonces una enorme y conjunta exclamación de sorpresa por parte del resto de invitados y de la propia anfitriona. Vi cómo ésta, incluso, se llevaba la mano a la boca ante mi acción. A continuación, miré a mi hijo y comprobé su rostro de incredulidad ante lo que acababa de hacer. En ese momento sí que noté toda su tranca, todo su grueso paquete, apretado a mi cuerpo. Conforme nos movíamos, nos rozábamos todavía más y podía notar aquella dureza restregarse por todo mi bajo vientre. Pegué mi frente a la suya y bajé mis manos lentamente hacia los glúteos de mi hijo, hasta que los palpé. Sentí la suavidad de la licra de su disfraz y, a través de ella, el calor que desprendían las nalgas. Con la palma de las manos recorrí varias veces el firme y macizo trasero de Sandro y terminé deslizando con cierto disimulo uno de mis dedos por toda la raja del culo, desde abajo hasta arriba.

Intensifiqué el contoneo y el movimiento de mis caderas y me di cuenta de que mi hijo también comenzaba a hacerlo: estaba perdiendo la timidez inicial y comenzaba a integrarse realmente en el ritmo del baile. Experimenté cómo la dureza de su bulto se había hecho mayor y cómo mis blancas braguitas empezaban a mojarse absorbiendo las primeras gotas de flujo vaginal que manaban ya de mi sexo. En ese instante decidí girarme y continuar con el baile dándole la espalda a Sandro, para que la parte delantera de su cuerpo rozara con la parte trasera del mío. Los giros de mis caderas y los movimientos acompasados de la cintura de Sandro provocaron que yo sintiera en mis glúteos la erguida e hinchada forma de la polla de mi hijo, bajo aquella roja y ceñida licra. Estuvimos así pegados unos segundos, mientras los demás nos vitoreaban enfervorecidos.

Le di una vuelta de tuerca más a la situación e incliné un poco mi torso y mi cuerpo hacia delante, dejando mi trasero en pompa y a merced de mi hijo.

  • ¡Sí, vamos; eso es! ¡Así, seguid así!- se oyó a Priscila.

Al ponerme en esa postura, el primero de los botones de la bata que tenía abrochado estalló en su costura y salió despedido, cayendo al suelo. Inevitablemente, la prenda se abrió más por delante y dejó al descubierto la práctica totalidad del sujetador. Pero no interrumpí el baile: todavía quedaba una parte de la canción y no estaba dispuesta a parar en ese momento. Mi hijo, al ver mi culo en pompa, todo para él, no desaprovechó la ocasión: con la perfecta excusa de la danza, me metió un buen arrimón y me restregó con fuerza el paquete. Las manos de Sandro ascendían despacio desde mi cintura hasta los pechos, donde se detuvieron con disimulo y se agarraron a ellos. La intensidad que yo le estaba imprimiendo a mi cuerpo en el baile y la postura que había tomado hicieron que la parte baja de mi bata de enfermera se subiera un poco, dejando al aire el inicio de las bragas. No sé si quedaron a la vista de los asistentes, porque Sandro estaba tan pegado a mí que igual no permitió la visibilidad desde ningún ángulo. Lo que sí noté inmediatamente fue la verga de mi hijo sobre mis bragas: ahora sólo la licra del disfraz de Sandro y el finísimo tejido de mi prenda íntima se interponían entre mi piel y la suya. Pude gozar de esa increíble sensación unos segundos más, pero el final de la canción cortó de raíz toda aquella situación excitante. Los invitados comenzaron a darnos una sonora ovación, mientras yo miraba a mi vástago y veía cómo trataba en vano de ocultar su enorme erección: su tremenda polla se marcaba desde la punta a la base sobre la licra, que aparecía con una ligera mancha a la altura de donde reposaba la esfera del glande de mi hijo. Me encontraba completamente acalorada y sudorosa. Recompuse mi bata y me acerqué a la zona de las bebidas para buscar algo que me calmara la sed. Lo primero que encontré fue un par de copas de champán. Cogí una de ellas y me la bebí de golpe. Luego me llevé otras dos, una más para mí y la otra para Sandro, hacia el sitio en el que se encontraba Priscila, pues había llegado el momento de la entrega de regalos para dar ya por concluida la fiesta.

Mientras los asistentes le fueron entregando a mi amiga los obsequios, mi hijo y yo apuramos sorbo a sorbo nuestras copas de champán. Finalmente, llegó nuestro turno y le hice entrega a Priscila de su regalo. Cuando abrió la bolsa y el envoltorio que lo cubrían, su cara se llenó primero de asombro y luego de una amplia y pícara sonrisa. Entonces, mostró sin complejo alguno el obsequio a los presentes.

  • ¿Veis? Esto es un regalo original y muy práctico. Se puede usar a solas, en compañía...Creo que no tardaré en emplearlo- comentó feliz ante algún que otro comentario jocoso por parte de los invitados.

Tras la entrega de regalos y después de unos minutos más de charla, los asistentes comenzaron a marcharse. Algunos iban bastante perjudicados por el alcohol ingerido y caminaban con dificultad. A mí me sucedía algo parecido: me había pasado bastante de la raya y a duras penas podía mantenerme ya en pie. Una vez que todos los demás se marcharon, me quedé a solas con mi hijo y con Priscila, quien me dijo:

  • No pienso dejar que te vayas así a casa. Ya has visto que mis hijos no han podido asistir a la fiesta, porque se fueron a Barcelona para ver el Gran Premio de Fórmula Uno tras conseguir in extremis las entradas. Así que sus habitaciones están libres y podéis quedaros en ellas a pasar la noche. Me da igual que viváis cerca: no voy a consentir que te vayas así.

Al principio me opuse a la propuesta de Priscila y le comenté que tampoco estaba tan mal y que podría caminar hasta casa haciendo un esfuerzo, pero ante la insistencia de mi amiga que, además, contaba con el apoyo de mi hijo, terminé aceptando. Continuaba aturdida por los efectos del alcohol, pero de mi cabeza no se iba el baile que me acababa de marcar con Sandro y, ni mucho menos, la sensación de sentir pegada a mi cuerpo la dureza de la entrepierna de mi hijo. Mientras más pensaba en ello, más me excitaba y más ardor notaba en mi húmedo sexo. Sentada en uno de los sofás, fantaseaba con la polla de mi hijo, a la vez que observaba cómo él y mi amiga ponían un poco de orden en el salón, retirando los restos de la fiesta. Cada vez que Sandro pasaba por delante de mí, le miraba el bulto y la mancha de líquido preseminal sin secar. Y Sandro no desaprovechaba ninguna de las ocasiones para dirigir sus ojos a mi entrepierna y deleitarse con la visión de mis bragas blancas.

Una vez que Priscila y mi hijo pusieron algo más en orden el salón, llegó el momento de retirarnos a descansar. Mi amiga le indicó a Sandro dónde estaba la habitación que él ocuparía. Antes de entrar en ella, mi hijo se despidió de Priscila y me dio también a mí también un beso de buenas noches. Cuando él ya accedió al dormitorio, mi amiga me acompañó hacia la estancia en la que yo dormiría.

  • Has cogido una buena. ¿Mira que no controlarte?- me comentó en tono de regañina amistosa.
  • Tú tienes la culpa con ese bailecito que te has inventado- le respondí.
  • ¿Yo? Has bebido más durante el resto de la noche, no sólo por el baile. Además, no soy la responsable de que te desataras por completo bailando con tu hijo.
  • ¿Ah, no? ¿Y quién fue la que mandó repetir el inicio y nos llamó “sosos”?- le repliqué, dejándola en evidencia.
  • Bueno, está bien, tienes razón. Algo de culpa sí que tengo. Anda, quítate el disfraz y duerme, que seguro que lo necesitas.
  • ¿Necesitar? Lo que necesito ahora es otra cosa bien distinta. El maldito baile me ha dejado...
  • ¿Cómo te ha dejado?- quiso saber mi amiga.
  • Caliente- contesté con una risa floja típica de la borrachera.
  • ¿Ahhhh, sí? ¿Así estás entonces?

Priscila se acercó a mí sin decir nada más, extendió los brazos y empezó a desabrocharme la bata. Botón a botón la fue abriendo hasta ir desnudando mi torso. El sujetador blanco quedó ya entero a la vista. Pese a mi estado, me di perfectamente cuenta de cómo Priscila clavaba sus ojos en mi prenda íntima y observaba con detenimiento la redondez de mis pechos bajo el sostén. Dudé en un primer momento de si no sería mi estado de embriaguez el que me estaba haciendo interpretar erróneamente la situación, pero pronto se disiparon las dudas: mi amiga dejó mi bata entreabierta y empezó a quitarse la blusa del disfraz de policía. Ante mí aparecieron sus grandes tetas tapadas por un sujetador negro semitransparente. Arrojó la blusa al suelo y volvió a agarrar mi bata, mientras yo permanecía inmóvil y estupefacta ante lo que estaba ocurriendo. Continuó desabrochando los botones y terminó de abrir por completo la bata. Tiró de ella y me la quitó, dejándome únicamente en lencería. Con su mirada recorrió de arriba a abajo mi cuerpo y sonrió complacida ante lo que veía. A continuación, se bajó lentamente la falda del uniforme policial, que resbaló por los muslos hasta quedar inerte a los pies de Priscila.

  • ¿Qué...qué haces?- le pregunté tartamudeando.
  • Psssttt...No te hagas la inocente, que ya he captado la indirecta y era algo que venía deseando desde hacía bastante tiempo.
  • No me refería a ti, Priscila. Me refería a una buena polla. Me has interpretado mal.

Pero mis palabras fueron en vano: mi amiga estaba ya lanzada.

  • Cuando pruebes todo lo que te voy a ofrecer, ya me dirás si no te has quedado satisfecha- me comentó, mientras abría el cierre trasero de su sujetador.

Como un imán, sus tetas, coronadas por unas oscuras areolas y por sendos pezones erguidos y carnosos, atrajeron mi atención.

  • Te gustan, ¿verdad? Sólo hace falta ver tu cara para ver la expresión de deseo que hay reflejada en ella. ¡Tócalas, vamos!- me ordenó.

Dudé un instante pero, cuando quise darme cuenta, mis brazos se estaban extendiendo y mis manos, temblorosas, se dirigían hacia los voluptuosos pechos de mi amiga. Ella suspiró al notar el tacto de mis manos sobre sus senos y cómo empezaban a ser acariciados suave y delicadamente. Las palmas de mis manos se deslizaban por las tetas en ligeros círculos que se repetían una y otra vez, de izquierda a derecha y cambiando el sentido alternativamente. A medida que las caricias iban ganando en intensidad, también crecía el sonido de los suspiros de Priscila, cuyas manos empezaron a quitarme el sujetador. Cuando me quedé con las tetas al aire, comencé a friccionar con la yema de los dedos los tiesos pezones de mi amiga, que ahora se relamía contemplando la sensualidad de mis pechos. Priscila gimió en cuanto me puse a tirar de de los alargados pezones que sobresalían de las areolas y me pidió que los lamiera. Con la punta de la lengua los rocé una y otra vez, dejándolos empapados de saliva, antes de oprimirlos entre mis labios, de tirar de ellos y de succionarlos luego. Priscila tenía la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados de placer y no dejaba de suspirar y de gemir ante cada nueva acometida de mi boca. Besé y chupé a continuación cada milímetro de sus senos y los masajeé con las manos, apretándolos uno contra otro.

Durante varios minutos seguí jugueteando con los pezones y los pechos de mi amiga, hasta que ella comenzó a bajarse el tanga. Su coño, con una fina y cuidada tira de vello sobre la raja vaginal, quedó ante mi vista. Brillaba humedecido por los flujos que segregaba debido a la excitación. Priscila me puso el tanga en la cara, pegado a la nariz, y me obligó a olerlo: el intenso aroma que desprendía la prenda penetró por mis orificios nasales y prendió todavía más la llama que me quemaba por dentro. Mi amiga empujó entonces mi cabeza contra su entrepierna y la apretó contra ella.

  • ¡Cómemelo, vamos! ¡Cómetelo entero!- me gritó, mientras yo en mi rostro notaba ya la humedad de aquel coño palpitante.

Me agarré a las nalgas de Priscila y empecé a restregar mi boca contra su sexo.

  • ¡Más fuerte, más, mucho más!- me ordenaba, no conforme con mis impulsos.

Imprimí más vigor a los movimientos de mi cara y atrapé el labio vaginal derecho con mi boca. Tiré de él hacia el lateral, abriéndole el coño a Priscila y saboreando el rico flujo que manaba cada vez de forma más abundante. Ese sabor fuerte, ácido, me estaba volviendo loca y me puse a lamerle con la lengua su raja, recorriéndola de manera incansable.

  • ¡Ahhh...Sííí...! ¡Así, más, sigue más!- me pedía extasiada.

Mis bragas hacía rato ya que estaban empapadas de mis fluidos y el color blanco se había convertido ya en transparente, al absorber la prenda todo el flujo de mi sexo. Me apoderé con los labios del rojizo clítoris de Priscila y comencé a apretarlo y a friccionarlo con mis dientes. Mi amiga no paraba de gemir y apretaba sus dedos contra mi espalda, intentando reprimir así todo el placer que le estaba proporcionando.

Con las manos le abrí bien el sexo y de forma rítmica y sin pausa mi lengua empezó a penetrarlo.

  • ¡Ohhh...Dios! ¡Sigueeee....Sigueeeee!- exclamó Priscila.

Aumenté el ritmo todo lo que pude y ya casi no podía respirar. No era capaz de tragar saliva, que me chorreaba por la boca, porque no quería perder ni un solo segundo a la hora de meterle y de sacarle la lengua a mi amiga. Di un último y desesperado arreón y, por fin, Priscila alcanzó el orgasmo ansiado, mientras me agarraba del pelo y se sujetaba a él.

Abierta de piernas y con el coño empapado, se dejó caer en la cama. Yo, por mi parte, trataba de recuperar el ritmo normal de mi corazón y de mi respiración jadeante.

  • Nadie me había comido el coño como tú. Me has dejado....Uffff...- comentó Priscila, todavía con los ojos cerrados por el placer.

Cuando volvió a abrirlos, me arrancó de golpe las bragas.

  • ¡Mira cómo están de mojadas y pringosas! ¡Y cómo huelen!- dijo antes de comenzar a lamer la parte delantera de la prenda y mirando con atención mi coño desnudo.

De repente, Priscila hizo un gesto extraño con su brazo y golpeó, involuntariamente, mi bolso, que se encontraba sobre la mesita de noche del dormitorio. Con el golpe, el bolso cayó al suelo y de él asomaron las verdes esferas de las bolas anales que yo había comprado en el sexshop y que había dejado en el bolso para poder usarlas cuando me apeteciera. Mi amiga miró las bolas un tanto sorprendida y las sacó del bolso.

  • ¡Qué calladita te lo tenías! ¿Así que la señora usa bolas anales para su culito?- preguntó sarcásticamente.
  • Las compré el mismo día que tu regalo. Las vi y se me antojaron. Pero aún no las he estrenado- le respondí, sin darme cuenta de que con mis palabras lo que acababa de hacer era, prácticamente, ponerle en bandeja a Priscila la posibilidad de dicho estreno. Y ella, sagaz e inteligente como siempre, no desaprovechó la ocasión.
  • ¿No las has estrenado todavía? ¿Y a qué esperas?- dijo mi amiga, agarrando el conjunto de las bolas por la anilla y observándolas con deseo.

No me dio tiempo a comentar nada más: Priscila se situó detrás de mí, me puso la mano en la espalda y me la golpeó suavemente un par de veces, indicándome que pusiera mi culo en pompa.

No sé si fue el alcohol ingerido o la excitación por el baile con mi hijo, pero accedí a la petición de mi amiga sin rechistar. Incliné mi cuerpo hacia delante y dejé mi culo y mi ano a su entera disposición. Noté primero la mano de Priscila acariciando mis nalgas. Con sus dedos recorrió varias veces la raja de mi culo desde abajo hasta arriba y luego hizo lo mismo cambiando de sentido. Una de esas veces se detuvo en mi orificio anal y ya no lo dejaría: sentí cómo con la yema de uno de los dedos hacía círculos sobre mi ano, primero despacio, luego ya con algo más de rapidez y de presión. De pronto, enterró ligeramente la punta del dedo en mi agujero, la sacó y la volvió a hundir. Repitió la acción en varias ocasiones, comenzando así a follarme el culo y provocando que yo comenzase a emitir gemidos de placer.

  • Te gusta, ¿verdad? Sé que quieres que siga y que te folle el culo- dijo Priscila.

Justo después de hablar, su dedo empezó a entrar poco a poco en el interior de mi ano hasta quedar totalmente metido en él. De mi coño no paraban de gotear perlas de flujo, que se hicieron más abundantes conforme mi amiga metía y sacaba su dedo de mi orificio anal. Aceleró más el ritmo y yo suspiraba de puro gozo. Priscila estuvo varios minutos jugando con su dedo y enloqueciéndome de placer, hasta que decidió sacarlo. Separó, entonces, con las manos mis nalgas para abrir perfectamente mi ano y dejó caer en él un chorreón de saliva. Noté cómo el líquido impactaba en el agujero del culo y cómo a continuación resbalaba con parsimonia hacia dentro. Priscila apretó mis glúteos, los juntó con fuerza y los masajeó antes de comenzar a introducir en mi ano la primera de las esferas. Una a una fue empujando todas hacia dentro hasta dejarlas bien alojadas en mi interior. Mi culo ardía de excitación y mi coño no paraba de echar flujo que resbalaba por la cara interna de mis muslos. En cuanto Priscila empezó a tirar de la anilla y a poner en movimiento las bolas, comencé a suspirar y a jadear de gusto. Notar dentro de mi culo el desplazamiento de esas esferas de diferente tamaño me estaba haciendo perder la razón. Mi amiga no dejaba de tirar de la anilla y de volver a empujar hacia el interior, follando mi culo constantemente y mis intensos gemidos la animaban a aumentar más el ritmo de penetración, que pronto se convirtió en frenético.

Avisé a Priscila de que, si no paraba, no tardaría en correrme, pero a ella no pareció importarle mi advertencia, sino todo lo contrario: imprimió mayor velocidad a sus movimientos y me arrancó un par de gritos. Varios chorros de flujo manaron, entonces, de golpe de mi coño, empapando las sábanas de la cama de Priscila, que continuaba tirando de la anilla hacia afuera y desplazándola otra vez hacia dentro. Hasta que no paré de chorrear no detuvo mi amiga su ímpetu. Luego extrajo las bolas lentamente y las fue chupando una a una con la lengua, saboreando el aroma que había quedado impregnado en las esferas.

Caí rendida en la cama unos instantes, pero Priscila no me concedió apenas tregua. Sacó de la caja el dildo que yo le había regalado y empezó a lamerlo como si chupara una auténtica polla real. Yo la observaba y veía cómo a continuación lo metía entre sus labios y lo empujaba y sacaba constantemente. Bajó la otra mano a su coño y comenzó a acariciarlo sin dejar de impulsar el dildo. Al fin lo liberó de su boca y deslizó despacio el juguete por el cuello, descendiendo hacia el seno derecho. Una vez allí, trazó pequeños círculos con la punta del dildo sobre la teta hasta que el juguete entró en contacto con el ya tieso pezón. Lo rozó varias veces y lo oprimió con la punta del dildo, mientras ella suspiraba de placer. Tras repetir la misma acción sobre el seno izquierdo, me entregó el juguete y se abrió por completo de piernas.

  • ¡Fóllame! ¡Tú me lo has regalado y tú lo vas a estrenar conmigo!- me ordenó mi amiga, cuyos dedos rozaban los húmedos labios vaginales a la espera de que fuese yo quien penetrase aquel coño.

Cogí el dildo y fui aproximándolo despacio hacia la vagina de Priscila. Yo ya ni sentía los efectos de la borrachera: lo único que quería era follar a mi amiga. La punta del juguete contactó inmediatamente con su raja vaginal, pero esperé unos instantes más para introducirla. Primero me dediqué a recorrer toda la superficie exterior del coño: los hinchados labios y sus alrededores, la húmeda raja de arriba a abajo, todo su contorno....

Mi amiga resoplaba de gusto y esperaba impaciente a que la penetrase de una vez, mientras acariciaba con las manos sus pechos. No esperé más y comencé a hundir el dildo en el coño de Priscila. Centímetro a centímetro el juguete fue desapareciendo, engullido por el palpitante sexo que lo iba pringando de flujo blancuzco. Cuando enterré por completo el objeto, mi amiga dio un pequeño respingo, dejó tranquilas sus tetas y agarró las mías a la vez que me daba la orden de que empezase ya a mover el dildo.

La obedecí y comencé un tranquilo movimiento hacia dentro y hacia fuera, suave y sin prisas. El dildo resbalaba en el interior del coño, llegando hasta lo más profundo. Progresivamente fui aumentando el ritmo, al mismo tiempo que ella apretaba también con más fuerza mis senos entre sus manos y sus jadeos volvían a inundar la habitación.

  • ¡Más rápido! ¡Fóllame más rápido!- exclamó mi amiga, desesperada por sentir todavía más los efectos del juguete.

Con fuerza me puse a empujar el dildo: lo metía hasta dentro, lo retorcía varias veces, lo extraía y volvía a repetir la acción. Priscila soportaba mis acometidas agarrando y apretando más intensamente mis tetas, cuya piel comenzaba a enrojecerse con la marca de los dedos de mi amiga. Empecé a restregar mi coño contra el colchón de la cama, tratando de calmar el ardor que sentía, y ese roce y el olor del líquido que manaba del sexo de Priscila, junto con los gemidos de ésta y la imagen del dildo penetrando incansable la vagina de mi amiga, me estaban llevando al éxtasis. Aceleré con la mano para darle el impulso definitivo al juguete: con un ritmo endiablado y con toda mi fuerza machaqué el coño de Priscila durante varios minutos. Ella gritaba, se retorcía y jadeaba y no aguantó mucho más: los dedos dejaron de tirar de mis pezones y, con el dildo aún invadiendo su sexo, mi amiga se corrió y soltó un interminable chorro de flujo que empapó mi vientre por completo. No paré de mover el juguete hasta que Priscila no terminó de expulsar todo el líquido vaginal. Cuando lo hizo, la cama quedó hecha un auténtico desastre, totalmente mojada por mi corrida previa y por la de Priscila.

Solté el dildo, metí la cabeza entre las piernas de mi amiga y lamí su sexo durante unos instantes antes de tumbarme en la cama junto a ella. Nos quedamos en esa postura, boca arriba, mirando hacia el techo, hasta que fuimos recuperando la respiración. Una vez que nos rehicimos, Priscila acarició con delicadeza varias veces mi cuerpo y besó cada uno de sus recovecos.

  • Necesito refrescarme un poco y beber algo de agua antes de dormir. Voy al baño un momento- le dije.
  • Muy bien. Yo trataré de arreglar todo este desastre y cambiaré la ropa de la cama. Nos vendrá bien a las dos dormir un rato. Pero quiero que te quedes aquí, en la cama conmigo y durmamos juntas esta noche- me comentó Priscila, invitándome a pasar el resto de la madrugada con ella.

Era ya bastante tarde y supuse que Sandro descansaría en su dormitorio desde hacía un buen rato, así que no me cubrí con nada y salí desnuda al pasillo. La puerta de la habitación de Priscila había permanecido encajada, casi cerrada del todo pero con una pequeña rendija abierta. Así que salí y volví a encajar la puerta. Al plantar el pie fuera, noté algo en la planta: había pisado algo húmedo y de textura cremosa. Miré al suelo y vi varios pegotes blancos que yacían allí en forma de goterones. Me agaché para comprobar de qué podría tratarse y enseguida penetró por mi nariz un olor fuerte y ácido. Ese aroma inconfundible me dio una pista inequívoca de aquello de lo que podría tratarse, pero no terminaba de creerme que fuera eso. Con un dedo retiré parte de uno de los goterones del suelo y acerqué esa viscosidad a mi nariz. Ya no hubo más lugar a dudas: lo que había en el suelo, delante de la puerta de Priscila, era semen de una corrida reciente. Até rápidamente cabos y supuse lo que había ocurrido: Sandro debió despertarse con los gemidos de mi amiga y míos o, directamente, estando aún despierto, nos oyó mientras teníamos sexo. Se habría acercado a la habitación de Priscila y la rendija de la puerta le habría valido para contemplar lo que había sucedido entre mi amiga y yo. Excitado ante lo que veía, no habría dudado en pajearse mientras nos observaba y, tras correrse y pensando que el semen se secaría rápido, se habría despreocupado de limpiar los restos dejados.

Pensé unos instantes, tratando de imaginar en qué momento habría llegado para espiarnos, si lo habría visto prácticamente todo o sólo la última parte y, en especial, pasaba por mi cabeza qué concepto tendría mi hijo ahora de mí tras verme follar con otra mujer, con una de mis mejores amigas y que lo había tratado a él mismo desde pequeño. Me tranquilicé al considerar que, si se había masturbado, era porque se había calentado y había disfrutado viéndonos. Me relajé tras llegar a esa conclusión y en mi rostro se dibujó una ligera sonrisa. Recogí con mi dedo más cantidad de esperma, saqué la lengua y de nuevo lamí el flujo blanco hasta saborearlo y tragármelo todo. De esa forma fui limpiando cada una de las manchas que tenía ante mis ojos, hasta dejar completamente limpio el suelo de delante de la puerta del dormitorio de Priscila. Por fin me dirigí luego al baño y me aseé. Regresé a la habitación y me acosté en la cama donde ya se encontraba Priscila descansando. Yo también caí rendida.

Sin embargo, en la tarde del día siguiente, ya en casa, me enteré de que durante el final de la noche en casa de mi amiga había ocurrido algo completamente inesperado.

Podéis dejar vuestras opiniones o sugerencias en los comentarios o mediante un email a mi dirección de correo. Muchas gracias.