Crónica de un incesto (5)

La madre de Sandro, encendida y caliente por los escarceos con su hijo, necesita relajarse y acude al gimnasio en el que trabaja como monitor la joven pareja de una de sus mejores amigas.

Al día siguiente, tras regresar del trabajo, decidí aceptar por fin la propuesta que mi amiga Jéssica me venía haciendo desde hacía tiempo para que me pasara alguna vez por el gimnasio al que ella acudía y del que era monitor su joven pareja. Ese día lo necesitaba realmente: tenía que despejarme y relajarme. Así que me desnudé y busqué alguna prenda deportiva que ponerme. Llevaba años sin hacer ejercicio pero sabía que conservaba en alguna parte un par de camisetas y algunas mallas de fitness. Después de un par de minutos de búsqueda localicé dichas prendas. Me vestí con una camiseta roja de manga corta y ceñida al cuerpo y con unas mallas negras con franjas rojas en el lateral de los muslos. Era el conjunto que más solía usar antes aún me quedaba bastante bien. Me calcé las zapatillas deportivas y me dirigí al gimnasio caminando. No estaba muy lejos de casa y llegué a los pocos minutos. Enseñé en recepción la tarjeta de invitada que en su día me entregó Jéssica y pregunté por Miguel, la pareja de mi amiga. A los pocos minutos apareció y me saludó con dos besos.

  • ¡Dichosos los ojos! ¡Creí que nunca te vería por aquí!- exclamó Miguel riéndose.
  • Es que llevo unos días con un ritmo de trabajo asfixiante, además de algunos otros asuntos. ¿No te importa que haya venido así, sin avisar?
  • Claro que no, mujer. Sabes de sobra que puedes venir cuando te apetezca.
  • Muchas gracias, Miguel. Sólo será un ratito: mi condición física no creo que dé para más- le comenté
  • Como quieras. ¿Y qué prefieres: hacer ejercicio a tu aire o que te oriente yo un poco?
  • ¿No estás ahora ocupado?- le pregunté.
  • No, acabo de terminar una clase de spinning y hasta dentro de una hora no empiezo con la siguiente.
  • Entonces, si no es molestia, me encantaría que me ayudaras: no tengo mucha idea de cómo funcionan estos aparatos y máquinas y, con lo torpe que soy, no quiero provocar ningún desastre- le indiqué.

Miguel rió y luego me pidió que lo acompañara a una pequeña sala. Estaba dotada con un par de aparatos, una cinta para correr y una bicicleta de spinning.

  • Aquí podremos estar tranquilos. Es una sala reservada para los monitores- me dijo Miguel.

Yo ya conocía al joven de las veces en que habíamos salido Jéssica, él y yo a comer o a cenar, pero no lo había visto nunca vestido con ropa deportiva. El sensual cuerpo de Miguel, con esa camiseta negra ajustada a su torso, marcando los pectorales, y ese short deportivo rojo que permitía ver su perfecto y macizo culo, no ayudaba precisamente a calmar la excitación en la que yo andaba sumida desde hacía días. Mientras me daba algunas instrucciones, aproveché también para mirarle con disimulo el considerable paquete de la entrepierna. Miguel me hablaba y me aconsejaba, pero yo cada vez escuchaba menos sus palabras y observaba más sus atributos masculinos. Me sentía un tanto despreciable por estar ahí mirando con ojos de deseo a la pareja de una de mis mejores amigas, pero no podía evitarlo. Y esos ojos marrones color miel, grandes, dulces y ardientes al mismo tiempo me desarmaban por completo.

Comencé entonces a hacer unos ejercicios de pesas que el monitor me había indicado, mientras él seguía atento mis evoluciones. Pronto rompí a sudar y más todavía cuando empecé a correr sobre la cinta. Mi camiseta mojada se pegaba cada vez más a mi torso, lo que hacía que la redondez de mis pezones se reflejasen con claridad sobre el húmedo tejido de la prenda. Notaba también el sudor empapando mis muslos y fluyendo por mi espalda hasta llegar a mis nalgas, mojando las mallas. Sentí, además, cómo la licra de mi pantalón era engullida por la raja de mi culo debido al movimiento de mis piernas al correr. Al girar una vez la cabeza para preguntarle a Miguel si lo estaba haciendo bien, lo pillé mirándome con descaro el trasero. Bajé la vista a su paquete y lo tenía aun más abultado que antes. Entre el sofoco por el ejercicio y aquello que lucía el joven entre sus piernas, , me invadió un enorme calor y agradecí en parte que Miguel me comentase que dejase de correr y que hiciera algunas flexiones. Tenía que que inclinar el torso y tocar la punta de los dedos con las manos. Debía repetir veinte veces ese ejercicio. Tras la indicación, se situó detrás de mí y me ordenó que comenzara. Seguí sus órdenes y comencé a realizar el ejercicio. A la cuarta o quinta flexión corporal caí en la cuenta de que la posición que tenía Miguel le permitía ver mi culo en pompa al inclinarme para tocar mis pies. Y estaba plenamente convencida de que durante mis flexiones, las ya de por sí ajustadas mallas daban un poco más de sí, marcando más mis glúteos y la raja de mi culo y que Miguel, probablemente, se estaba dando un auténtico atracón visual.

De nuevo me vino ese cosquilleo de los últimos días a mi coño y esa sensación de deseo y de ganas de sexo. De repente, una de las veces que me encontraba justo con el culo en pompa, sentí sobre él la mano del monitor. Me quedé en esa postura, paralizada y sin moverme. La mano empezó a recorrer con suavidad mis nalgas sobre la licra, despacio y haciendo círculos. Tragué saliva varias veces y guardé silencio. Miguel, al ver que yo no reaccionaba ni oponía resistencia a su acción, continuó unos instantes más acariciando mi trasero, hasta que me susurró al oído:

  • He visto antes cómo no parabas de observar mi polla. ¿Tanto te gusta? ¿tan necesitada estás de una así? Y no vayas a hacerte ahora la inocente, porque no tienes excusas: me la estabas comiendo con los ojos.

Mientras pronunciaba estas palabras, uno de sus dedos comenzó a recorrer de arriba a abajo la raja de mi trasero hasta perderse entre mis piernas, buscando mi coño. No tardó en hallarlo y allí, por encima de las mallas, estuvo ese hábil dedo rozando mi ya húmeda vagina y mi clítoris. Empecé a suspirar y a gemir de placer ante esos placenteros tocamientos y deseando que Miguel me follase de una vez el coño. Pero él tenía otros planes.

  • A Jéssica no le gusta mucho que le penetre el ano. Pero estoy convencido de que a ti sí que te place: teniendo ese culo tan prieto, esos glúteos tan macizos, seguro que te encanta que te penetren el culito, ¿verdad?- dijo Miguel.

Yo asentí. Me daba igual ya el agujero que me follase. Tan sólo deseaba sentir dentro de mí esa tremenda verga que se le adivinaba bajo el pantalón. Noté rápidamente cómo las manos del monitor me bajaban las mallas hasta dejarlas en mis tobillos. Me dio un par de cachetadas en cada glúteo y luego sentí su saliva aterrizar sobre orificio anal para lubricarlo. De inmediato empezó a restregar su tieso falo por mis nalgas y mi boca y mi sexo se hacían agua, mientras yo percibía la redondez del húmedo y pringoso glande circular por mi culo. Miguel separó mis nalgas con las manos y su pene comenzó a entrar de forma lenta en mi culo, centímetro a centímetro, milímetro a milímetro, hasta que quedó perfectamente encajado dentro. Sí, aquella polla era bien gorda y larga, eso seguro, pues el placer que me ofrecía era inmenso.

Miguel se puso a bombear en mi trasero y metiendo su miembro de forma cada vez más rápida e intensa. Mis gemidos aumentaban, al igual que los jadeos del monitor en cada una de sus fuertes embestidas. El flujo vaginal manaba ya de mi coño y resbalaba por la cara interna de mis muslos, a la vez que Miguel imprimía ya un ritmo alocado. Entonces lancé un de grito:

  • ¡Joder, me vas a partir el culo!
  • ¿No te gusta? ¿Quieres que pare?
  • ¡Ahhh....No, por Dios, sigue, sigue más!
  • ¡Pídemelo por favor, vamos, quiero que me lo supliques. Pídeme que te reviente el culo y que te lo llene de leche.
  • ¡Por favor, te lo suplico, fóllame, no dejes de follarme, ahora no!

Miguel retomó todavía con más fuerza que antes el bombeo y su falo entraba y salía con una fuerza descomunal y a una velocidad endiablada. Cada vez me daba más la sensación de que profundizaba más, hasta mi vientre. Dio un par de arreones secos y con mi mano frotando el coño me corrí como una auténtica perra, dejando el suelo del gimnasio encharcado de flujo. Segundos más tarde de mi corrida, el monitor soltó un par de alaridos que precedieron al momento en que su caliente semen inundó de lleno mi ano y mi culo. No sacó la verga hasta que no soltó la última gota y luego tuve que chupársela con la lengua de arriba a abajo para limpiarle los restos de esperma.

  • Te vas a librar de que siga hoy porque se acerca el comienzo de la próxima sesión de spinning. Pero ya habrá otro día, estoy seguro- fueron las últimas palabras del monitor antes de subirse el short, de secarse el sudor con una toalla y de salir de aquella pequeña sala.

Yo me tumbé unos instantes en el suelo para recuperarme, mientras notaba cómo el semen de Miguel resbalaba por mi culo. Luego recompuse mi ropa y abandoné el gimnasio pensando en la putada que acababa de hacerle a mi amiga, aunque dudando también de si el polvo ocasional que Miguel me acababa de echar no era algo habitual en él con otras usuarias del gimnasio y de que Jéssica no estuviera tal vez al tanto de las correrías sexuales de su pareja e hiciera, en cierta forma, la vista gorda ante ellas con tal de seguir teniendo a su lado a ese chico bastante más joven que ella.

Al menos, esta última posibilidad fue la que me sirvió para no tener remordimiento de conciencia por lo sucedido e intentar poder mirar a la cara a mi amiga el próximo día que la viera.

Cuando llegué a casa, me refresqué el rostro y bebí varios vasos de agua antes de pasar a mi dormitorio. Ya en la tranquilidad de mi habitación, leí el relato que Sandro había escrito sobre lo sucedido la tarde de las compras. Como siempre, de forma magistral detallaba y narraba cada escena ocurrida. En esta ocasión no lo adornó con nada de ficción, sino que se atuvo a la realidad. La lectura del texto me puso muy caliente: pese a lo sucedido un rato antes con Miguel, seguía teniendo más ganas de sexo. Me encontraba desnuda y empecé a acariciar mi coño, pero una inoportuna llamada al móvil cortó bruscamente mis intenciones. Era mi buena amiga Priscila, que llamaba para invitarme, como cada año, a su fiesta de cumpleaños. Se iba a celebrar el próximo sábado en su casa e iba a ser algo especial: pretendía organizar una fiesta de disfraces, para la que las mujeres tendrían que ir disfrazadas de algún tipo de profesión y los hombres de superhéroes. El número de invitados no sería muy amplio, unas veinte personas como máximo. También invitaba a Sandro, al que había tratado desde su nacimiento y que era para ella como una especie de sobrino. Le confirmé mi presencia y le dije que le preguntaría a mi hijo si quería venir.

Los cinco minutos que Priscila me tuvo al teléfono cortaron de raíz el clímax creado con la lectura del relato de Sandro. Aun así, iba a retomar los tocamientos, cuando de nuevo sonó el móvil, pero en este caso no con una llamada, sino con la alerta de la llegada de un email. Se trataba de mi hijo:

  • Gracias por las fotos. Posas muy bien, con posturas increíblemente sensuales. Eres la culpable de que mi polla esté roja de las veces que me la estoy machacando estos últimos días. Me acabo de correr y, en cuanto termine de escribirte, volveré a pajearme mientras te miro en las fotos. ¿Ya has leído el relato del probador? No tardes en mandarme un email. Tengo lista la primera solicitud de fotos concretas que deberás enviarme. Muchos besos ardientes- rezaba el breve correo de Sandro.

Tras la lectura del mismo, decidí aplazar mi masturbación para otro momento, sin interrupciones, en la calma nocturna. Había un par de cosas urgentes que hacer: la primera, contestarle a mi hijo; la segunda, empezar a buscar un disfraz para la fiesta de Priscila y otro para Sandro, si finalmente aceptaba ir. No tardé mucho en redactar el mensaje de respuesta. Le expresé cuánto me había excitado su texto y que cada vez conseguía encenderme más que en las ocasiones anteriores, al igual que lo hacían los comentarios que le dejaban otros autores o lectores sobre los relatos escritos y sobre mis fotos que incluía en cada una de sus historias. Le confesé, entre bromas, que se estaba convirtiendo en un auténtico pervertido y que me estaba empujando a mí a serlo también. Finalicé diciéndole que quedaba a la espera de su petición fotográfica y que, si no pedía un imposible, cumpliría con su solicitud.

Le envié el correo y caí en la cuenta de que mi hijo, si era verdad lo que me había escrito, estaría en ese momento tocándose en su habitación. Ante esa posibilidad, me puse una camiseta y un pantaloncito corto de estar por casa y salí de mi dormitorio. Recorrí despacio el pasillo y me acerqué a la habitación de Sandro. En efecto, la puerta se encontraba cerrada, cosa poco habitual a esas horas, y pegué la oreja a ella: dentro se escuchaban leves gemidos de mi hijo, señal inequívoca de lo que estaba haciendo. Conté hasta diez para no cometer la locura de abrir la puerta y apoderarme de la polla de mi hijo. De modo que regresé a mi habitación y, mientras esperaba a que Sandro terminase su trabajo manual, comencé a consultar en internet la tienda de disfraces más cercana. Una vez localizada, me puse a mirar un disfraz que me gustara y tardé poco en encontrarlo: con la idea de que Sandro aceptaría la invitación de Priscila, pensé en un disfraz que me permitiese insinuarme y provocar a mi hijo, siempre bajo la excusa de que se trataba de una fiesta distendida y desenfadada. Y fue entonces cuando apareció en la pantalla un precioso y sexy disfraz de enfermera, formado por una escueta bata blanca con escote generoso, y medias y liguero del mismo color. Justo lo que andaba buscando.

Como Sandro continuaba en “encierro”, aproveché para adelantar trabajo y busqué también un disfraz para él. Un par de minutos más tarde localicé en la página de la tienda un mono de licra rojo, con capa negra a los hombros y un antifaz del mismo color. Sería perfecto para él, y para mí: sin duda, su paquete se le marcaría en la entrepierna de ese mono ceñido y podría deleitar mi vista durante la fiesta de mi amiga.

Viendo que mi hijo seguía sin salir decidí “portarme” mal: iba a desnudarme y a vestirme para desplazarme a la tienda de disfraces y pensé entonces en mi lencería. ¿Por qué no lucir algunas prendas delante de mi hijo? Me quité la camiseta y el pantalón corto y abrí el cajón de mi ropa íntima. Allí había un gran universo de colores: negro, rojo, violeta, blanco...Además de lo que había comprado en el sexshop, figuraban también aquellas otras prendas que poseía desde hacía más tiempo y que había optado por conservar.

La braguita violeta, recién lavada y limpia, ya me la había visto puesta y la había tenido entre sus manos. Así que busqué y elegí un elegante pero, a su vez, sensual conjunto negro: sujetador, bragas y medias. Primero me puse las bragas de encaje y luego el sujetador. A continuación metí el pie derecho en la media y empecé a subirla lentamente. El fino y suave tejido rozaba mi piel y cubría centímetro a centímetro mi pierna, hasta que la media quedó ajustada a la parte alta de mi muslo. Por último, repetí la acción con la pierna izquierda y, ya con todo el conjunto puesto, me dirigí hacia el cuarto de baño. Entré, dejé la puerta abierta y cogí uno de mis peines. Me situé frente al espejo y comencé a cepillar mi cabello. Era cuestión de esperar a que Sandro apareciera, seguro que presuroso, para asearse después de su masturbación. Mientras me peinaba, observaba mi cuerpo con esa lencería negra que me quedaba de vicio: mis pechos realzados, el provocativo encaje en mi sexo y mi culo, el brillo y la transparencia de las medias negras...

No me equivoqué: cuando sólo llevaba en el cuarto de baño un par de minutos, Sandro hizo acto de presencia.

  • ¡Ohhh...! Mamá...Perdón. ¿Te queda mucho? - me preguntó con las mejillas enrojecidas y con el rostro sudoroso. Al reaccionar de verdad y ver lo ligera que yo andaba de ropa y el conjunto que lucía, se le abrió la boca de asombro y empezó a recorrerme con la mirada de arriba a abajo.
  • ¿Te ocurre algo, hijo? Estás sudando.
  • No, no es nada, mamá. No te preocupes. He estado en la habitación moviendo algunas cosas y estoy un poco acalorado- me respondió.
  • Ya me quedo más tranquila. Yo ya he terminado. Entra, si quieres.
  • Gracias, mamá.
  • Pero antes quiero comentarte una cosa- le indiqué, mientras él seguía embobado ante lo que estaba observando.
  • Dime.
  • Ha llamado Priscila y me ha invitado a su fiesta de cumpleaños. Me dicho que te pregunte si quieres venir. Es el sábado por la noche y hay que disfrazarse: las mujeres, de cualquier profesión; los hombres, de superhéroes. Ya sabes cómo es ella, siempre ideando cosas nuevas para sus fiestas.

Sandro permaneció callado unos segundos e inmediatamente respondió:

  • Sí, mamá, me apunto a la fiesta. Priscila me trata siempre bien y le tengo afecto, así que asistiré- me respondió.
  • ¡Excelente! Justo me estaba vistiendo para acudir a la tienda de disfraces a comprar uno para mí. Te buscaré algo relacionado con los superhéroes

Mi hijo parecía no cortarse ya ni un pelo y seguía mirándome con cierto descaro. Opté por darle otra vuelta de tuerca a la situación antes de salir del baño.

  • A ver si encuentro algún disfraz que me quede bien. He visto anunciado en la página web uno de policía, otro de alumna y otro de enfermera. Pero, no sé, son un poco sexys y, tal vez, demasiado atrevidos.
  • Mamá, ya sabes cómo es Priscila. No se va a asustar por nada. Además, te dije el otro día que todo te queda bien- me comentó Sandro.
  • ¿Estás seguro? Porque, mira: me parece que hasta me está saliendo algo de tripita- le indiqué, llevándome las manos a mi bajo vientre, antes de acercarme a mi hijo para que comprobase lo que le había dicho.

Él permanecía en el umbral de la puerta y yo me coloqué a escasos centímetros. Fue entonces cuando me percaté de que en su cómodo pantalón de deportivo azul, en la entrepierna, había extensa mancha de humedad y se apreciaba un considerable bulto. Además, su polla parecía suelta, como si no llevase slip o bóxer bajo el pantalón. Supuse que se había puesto la prenda tras la última paja y que la había manchado con los restos de semen de la punta de la polla y que el tamaño que lucía el paquete era debido a los minutos que llevaba viéndome en lencería. Vi cómo Sandro bajó la mirada hacia un vientre y luego hacia mi sexo. Mi cercanía con él hizo que yo comenzase a percibir el olor a esperma que manaba de su pantalón del chándal. Ese aroma despertó mis más bajos instintos y de nuevo tuve que contenerme.

  • Mamá, no digas tonterías. No hay rastro de de tripa gorda ni nada de eso. El disfraz de enfermera te quedará de lujo- me comentó.
  • ¿De enfermera? ¡No me digas que te gustaría ver a tu madre vestida de enfermera sexy! Tendré tu opinión en cuenta. Terminaré de vestirme e iré a la tienda de disfraces- le dije.

Mientras salía por la puerta, me arrimé más a mi hijo con la escusa de la estrechez del espacio y aproveché para rozar mi cuerpo semidesnudo con el suyo. De forma insinuante restregué mis pechos contra el cuerpo de mi hijo, a la vez que sentí la dureza y la humedad de su entrepierna en mi muslo derecho. Esos simples segundos de contacto me sirvieron para provocarlo más y para sentir su excitación en mi cuerpo. Tras salir to, Sandro cerró la puerta del baño. Por el momento había sido suficiente: era mejor dejarlo tranquilo para que se limpiase o se desahogase de nuevo. Me encaminé hacia la habitación y terminé de vestirme: una blusa blanca y una falda negra completaron mi vestuario junto con unos zapatos también negros. Quería lucir piernas y la falda era una no muy corta, pero con una larga abertura por el lado izquierdo que, al caminar, dejaba a la vista casi la totalidad del muslo.

Ya lista y preparada, salí de mi dormitorio y no pude evitar esbozar una sonrisa al pasar por delante del cuarto de baño y ver que mi hijo aún permanecía dentro. Con el pensamiento de que seguro que todavía seguiría con sus trabajos manuales, me dirigí hacia la tienda de disfraces. No tarde mucho en llegar, pues no estaba muy alejada de casa, aunque no solía pasar por la calle en la que se encontraba. Entré y comencé a buscar los dos disfraces: el de enfermera y el de superhéroe. El primero que vi fue el de mi hijo: escogí la talla de adulto y comprobé que fuera tal y como aparecía en la página web. Me moría ya de ganas por vérselo puesto. Luego me puse a la búsqueda del mío. Me costó algo más dar con él, debido a la gran cantidad de disfraces expuestos, pero, finalmente, lo hallé. Tuve suerte, pues sólo quedaba uno y era justo de mi talla. También era idéntico al anunciado en la web del negocio y sabía que con él estaría realmente sexy. Pagué las compras y fui a tomar un café a una cafetería próxima. Estando allí, mi móvil me avisó de la llegada de un email: era de Sandro y llevaba como asunto “petición fotográfica”. Aunque me invadió la intriga por leerlo, preferí dejarlo reservado para cuando regresase a casa. Cuando guardé de nuevo el móvil, me percaté de que en la mesa de enfrente había un tipo que no dejaba de mirarme. No apartaba la vista de mi pierna izquierda: sentada como yo estaba, la abertura de la falda permitía ver todo mi muslo hasta la blonda de la media negra. No me había dado hasta ese instante, pero lejos de cubrirme un poco, permití que aquel desconocido de mediana edad siguiera deleitándose. Para ello, me hacía la despistada, volvía a mirarlo y a sorprenderlo, apartaba de nuevo mi mirada....Fui consciente de que, a raíz del comienzo del “juego” con mi hijo y con el transcurso de los días, me había ido convirtiendo en una exhibicionista y que el sentirme observada y el exponerme me generaban un morbo indescriptible.

Con disimulo, para no aparentar ser una descarada, deslicé la falda hacia el centro, desplazando así la raja de la abertura. Agaché la cabeza y comprobé que parte de mis braguitas negras quedaban al aire y a disposición de cualquier mirada interesada. Alcé luego el rostro y constaté que el desconocido tenía sus ojos clavados en mi entrepierna y resoplaba ante la visión de parte de mi prenda íntima. Me moví otro poco y permití que me viese todas las bragas, mientras yo notaba cómo mi sexo empezaba a palpitar y a humedecer la braguita. Me mantuve en esa posición un par de minutos hasta que decidí recomponer la falda, levantarme y dar por terminada mi breve exhibición. Me marché de la cafetería dejando al hombre con un buen calentón en su polla.

Al llegar a casa y antes de ponerme con los preparativos de la cena, leí el email de mi hijo en el que realizaba su petición sobre las fotos. Era breve y muy concreto: quería que posara para él luciendo diferentes conjuntos de lencería y en distintas posturas, sin mostrarle mi rostro, tal y como habíamos acordado. Quería esas imágenes mías desde la tetas hacia abajo. Además, pedía algunas donde apareciese sin sujetador y con las manos cubriendo mis pechos y alguna sin braguita y tapándome el sexo de alguna forma. Por último, me insistía en que usase medias para la mayoría de imágenes, pues era su prenda fetiche.

Por supuesto que acepté su propuesta: eso de exhibirme ante él en lencería sería morboso y excitante. Supuse que la solicitud tenía algo que ver con lo ocurrido horas antes en el baño, cuando Sandro me vio en ropa íntima. Deduje que ese deseo de que le enviase dichas imágenes estaría relacionado con esa circunstancia. Le contesté inmediatamente a su mensaje, pero sólo para decirle que aceptaba su petición y que en unas horas, tal vez en un día, recibiría las fotos. Tras mandarle el correo, me acerqué a a la habitación de mi hijo para enseñarle su disfraz. Sandro estaba escribiendo en el ordenador y, al verme aparecer, apagó la pantalla con celeridad.

  • ¿Qué tal, hijo? ¿haciendo algún trabajo para clase?- le pregunté.
  • Ehhh...Bueno, no....Estaba escribiendo unas cosas.
  • Espero que sean cosas interesantes y útiles- le dije, soltándole una pequeña indirecta.
  • Son cosillas mías sin mucha importancia.
  • Vale, está bien, no tienes que contármelo. Ahora mira esto: ya tengo tu disfraz para la fiesta de Priscila.
  • ¿No habrás hecho que me tenga que vestir de Supermann o de algo así, no?- me preguntó expectante.
  • Tranquilo, no es de ningún superhéroe en concreto- le comenté mientas sacaba el disfraz de la bolsa.

Acto seguido se lo entregué a mi hijo y empezó a observarlo y a analizarlo:

  • No está mal. Me gusta: no es de ningún “musculitos” en concreto y además, así cumpliré con el requisito de Priscila.
  • Pruébatelo, a ver cómo te queda- le pedí.
  • ¿Ahora?- me preguntó Sandro un tanto extrañado.
  • Sí, ahora. Si no te está bien, habrá que descambiarlo mañana, pues el sábado es el cumpleaños y no queda casi tiempo- le indiqué.

Pero lo que realmente deseaba era inducir a Sandro a que se probase el disfraz delante de mí. Me miró fijamente y dudó unos instantes pero luego se quitó la camiseta: su torso desnudo apareció ante mis ojos, fibroso y con las tetillas de un intenso color marrón. Recorrí de arriba a abajo su pecho y su vientre y detuve la mirada en la cintura, esperando a que se bajara también el pantalón deportivo que llevaba. Con los dedos enganchó la cinturilla del short y empezó a bajarlo. Lentamente fue dejando al descubierto un bóxer azul donde se marcaba el bulto en la entrepierna. Mis ojos se fijaron de inmediato en aquella protuberancia formada por el pene y los testículos de mi hijo, aprisionados bajo la ajustada prenda. Un chispazo de calor saltó dentro de mí al contemplar semejante espectáculo. Cogió el mono rojo de licra y abrió la cremallera, mientras yo seguía observando aquella deliciosa polla oculta bajo el bóxer y que parecía que se agrandaba conforme pasaban los segundos. Cuando Sandro bajó casi entera la cremallera, metió sus pies y sus piernas en el disfraz. Para entonces, su miembro lucía ya una considerable erección y se marcaba perfectamente grueso y largo sobre el bóxer. No sé si sería su propia excitación al estar semidesnudo ante mí o era el haber descubierto alguna que otra mirada mía hacia su paquete. Lentamente fue ajustándose el mono y cerrando la cremallera. El sonido de la misma al ser subida y el brillo del rojo tejido pegado a la piel de mi hijo hicieron que mi corazón palpitase a mil y que en mi coño el cosquilleo empezara a ser incesante.

  • ¿Cómo me queda? ¿No estaré haciendo un poco el payaso?- me preguntó Sandro.
  • Te queda impecable, como si te lo hubieran hecho a medida- le respondí.

En efecto, la licra se ceñía de manera increíble a la espléndida anatomía de Sandro, pareciendo que el disfraz era, realmente, su piel. Y su bulto se le marcaba, a mi juicio, de manera exagerada. Pero, por supuesto, eso me encantaba, así que le di la aprobación.

  • Sólo le pondría una pequeña pega- le dije.
  • ¿Cuál?- me preguntó extrañado.
  • No me interpretes mal, Sandro: tú puedes hacer lo que quieras cuando te lo pongas para la fiesta, pero se marcan mucho las costuras del bóxer por la cintura, en los muslos, en el culo..No  sé, tal vez deberías ponértelo sin bóxer el sábado. Esas costuras afean el resultado final.

Mi hijo guardó silencio unos instantes y temí haber sido demasiado directa con mi propuesta. Sandro agachó la cabeza, observó las marcas a las que le había hecho referencia y resopló.

  • Tienes razón. Se notan bastante. Pero es que ir sin nada debajo...No sé me da un poco de cosa.
  • Vamos, no va a pasar nada por no usar ropa interior durante un rato. Esa licra se te ajusta al cuerpo y te quedará todo bien ceñido. Irás cómodo y bien. Ya lo verás.
  • Bueno, ya veremos el sábado qué hago- terminó por comentar mi hijo, dejándome con la duda.

Me iba a marchar de su habitación para permitir que se desvistiese, cuando Sandro me lo impidió con sus palabras.

  • ¿Dónde vas? Ahora es tu turno. ¿Te has probado ya el disfraz de enfermera?

Sandro había pensado rápido y había jugado muy bien sus cartas, dándole la vuelta a la situación.

  • No, aún no me lo he probado. Pero sé que me queda bien- le indiqué, tratando de echar, disimuladamente, balones fuera.
  • Pues yo creo que deberías confirmar, por si acaso, que se ajusta bien a tu cuerpo y evitar sorpresas de última hora cuando te lo vayas a poner para la fiesta.
  • Vale, está bien, pero sólo con una condición.
  • ¿Cuál?- quiso saber Sandro.
  • Pues que me permitas hacerte unas fotos de recuerdo con tu disfraz puesto. Luego ya sí me pruebo el mío- le respondí.

Mi hijo puso al principio cara de cierta extrañeza ante mi petición, pero sus ganas de ver cómo me cambiaba de ropa delante de él hicieron que no se lo pensase más.

  • No sé a qué viene ahora eso de las fotos, pero si tanto interés tienes, adelante.

Saqué, entonces, mi móvil y le hice una primera foto a mi hijo. Luego una segunda y una tercera desde diferentes ángulos. Con esas imágenes había conseguido inmortalizar la extraordinaria forma en que se le marcaba el paquete y poder usarlas para mi propio interés, beneficio y placer.

  • El sábado te sacaré algunas más. Por hoy es suficiente- le indiqué.
  • Sí, sí, como quieras, pero no te demores más que deseo ver cómo queda mi madre de enfermera. Te advierto de que yo también te tomaré algunas fotos- comentó.

Sandro aprendía rápido y me copió la idea. La impaciencia que veía en mi hijo, esa ansiedad y esos ojos cargados de deseo hicieron que yo no esperase ni un segundo más para empezar a desvestirme.

Botón a botón fui desabrochándome la blusa. Conforme lo hacía, los ojos de mi hijo iban recorriendo la piel que la prenda dejaba al descubierto según se abría. Pronto apareció mi sujetador a la vista, que Sandro contemplaba sin pestañear. Terminé de sacarme la blusa y dejé el torso al descubierto, sólo con el sostén cubriendo mis pechos. Miré la entrepierna de mi hijo y ya evidenciaba el inicio de la reacción ante la escena. El bulto había adquirido mayor tamaño y la verga se había hinchado todavía más, aprisionada bajo la licra roja. Llegó el momento de desprenderme también de la falda: abrí lentamente la cremallera lateral y la prenda fue resbalando por mis muslos hasta caer al suelo. Sandro bajó inmediatamente la mirada, la dirigió hacia mis bragas negras y la mantuvo allí fija durante unos segundos. Luego fue recorriendo centímetro a centímetro mis piernas cubiertas por las medias también negras y de nuevo volvió hasta mis braguitas. Yo esbocé una sonrisa y Sandro me devolvió otra, pero leve y nerviosa.

  • ¿Hace falta que me ponga hoy las medias y el liguero que completan el disfraz o con la bata blanca te vale?- le pregunté con picardía.

Mi hijo se lo pensó unos instantes antes de responder:

  • Reserva mejor la lencería para el día de la fiesta. Con que te pruebes ahora la bata, estará bien.

Me acerqué un poco más a él, ya con la bata blanca en la mano, y la abrí. El color níveo e impoluto brillaba, adornado por algunas tiras rojas. Primero pegué la bata a mi cuerpo, sin ponérmela todavía.

  • ¿Crees que me quedará bien?- pregunté con aires provocativos.
  • Así, a simple vista, parece que sí.
  • ¿No crees que es demasiado corta?
  • ¡Vamos mamá! Es un fiesta de disfraces entre amigos. El tono será distendido y divertido. No pasará nada por el hecho de enseñar piernas. ¿A qué esperas para probártela?- me indicó mi hijo, en cuyo rostro se dibujaba la satisfacción por lo que veía y esperaba ver.

Empecé entonces a abrir la bata con cierta ansiedad. A continuación me la puse y comencé a cerrar uno a uno los botones. Dejé el último abierto y esto, sumado al generoso escote, que ya de por sí presentaba la prenda, hacía que buena parte de mis senos quedaran visibles, únicamente bajo el sensual sujetador negro.

Por abajo la bata tapaba poco, tal y como se suponía, llegando sólo un par de centímetros por debajo de mis nalgas. Casi no había terminado de ponerme la prenda, cuando Sandro, móvil en mano, me hizo una primera foto. La miró en la pantalla y dijo:

  • No está mal del todo. Pero te he pillado ahí, moviéndote. A ver, que te haga otra pero quieta y posando para la cámara.

Sonreí para la instantánea y permití que mi hijo tomase una segunda imagen.

  • Así está perfecto. Has salido espectacular. Serás el centro de todas las miradas en la fiesta, ya lo verás.
  • ¿Ah, sí? ¡Vaya! ¿qué tal, entonces, una postura un poco más insinuante y sexy?- le pregunté lanzándole una indirecta.
  • ¡Adelante! Si te animas, yo haré de fotógrafo.

Me puse de perfil y desabroché un botón más: mis tetas quedaron prácticamente enteras al descubierto, saliendo por la apertura creada en la bata. Sandro me fotografió así un par de veces, antes de que yo cambiase de postura. Levanté la pierna izquierda y la dejé doblada y suspendida en el aire, exhibiéndola así ante mi hijo. La bata se me subió un poco con ese gesto y la blonda de las medias quedaron al descubierto. La polla de Sandro se veía ya enorme y tiesa bajo la licra de su disfraz y no dejaba de encenderme.

-Unas últimas. Ya que estamos, seré una provocativa modelo por un día.

Me tumbé en el largo sofá con una mano puesta en la nuca y con la otra lanzando un beso a la cámara. Sabía de sobra que en esa postura y desde la posición en la que se encontraba mi hijo, me estaba viendo las bragas sin dificultad. Aprovechó la ocasión que se le estaba presentando y sacó tres o cuatro instantáneas antes de que me levantase del sofá y diera por finalizada la sesión fotográfica.

  • ¿Satisfecho, señor fotógrafo?
  • ¡Mucho! ¡Compruébalo tú misma1- me contestó, para acto seguido comenzar a mostrarme cada una de las imágenes en el móvil.

Me vi espectacular, bastante más de lo que había imaginado. Y, en efecto, en las últimas tomas salía mostrando mis braguitas sin tapujo alguno. Justo lo que había buscado para excitar a Sandro. Estando todavía los dos juntos después de ver las fotos, empezamos a quitarnos los disfraces. No sé cómo fui capaz de resistir la tentación de abalanzarme sobre mi hijo y arrancarle el bóxer cuando ambos nos quedamos a la vez en ropa íntima. Me fijé bien y tenía la parte delantera del bóxer húmeda: una pequeña mancha circular destacaba en el tejido, justo a la altura donde reposaba la punta del pene. Sandro, a su vez, miraba mis bragas sin parar y sin miedo alguno a ser descubierto por mí. No sé qué hubiese ocurrido en aquel momento entre nosotros, si no llega a sonar el timbre de la puerta de la casa. Cogí rápido mi albornoz del baño, me lo puse por encima y miré por la mirilla de la puerta para ver de quién se trataba a esas horas. Comprobé, entonces, que se trataba de doña Luisa, una vecina, señora ya mayor. Le abrí la puerta y la mujer me dijo:

  • Hola, mi cielo. He preparado un bizcocho y me he acordado de vosotros, así que os traigo estos trozos para que lo probéis. Seguro que os va a gustar.
  • Muchísimas gracias, doña Luisa. Ahora, después de cenar, nos los comeremos y ya le diré el próximo día que la vea mi veredicto. Tiene una pinta deliciosa. Gracias, de verdad.

Estuve un par de minutos más hablando con la vecina antes de que se marchase a su casa. Tras cerrar la puerta, me dirigí a la cocina para dejar allí el plato con los dos trozos de bizcocho. Al pasar por la puerta del cuarto de baño, me percaté de que Sandro estaba dentro, con la puerta cerrada a cal y canto. Pegué la oreja y escuché leves gemidos. Supuse lo que mi hijo hacía ahí dentro: estaba aliviándose el calentón que tenía encima tras la sesión de fotos. Yo también estaba encendida y me notaba las bragas húmedas. Respiré varias veces hondo, sabedora del riesgo que iba a tomar a continuación, y me quité el albornoz. No pude evitar tocar mi mojada entrepierna sobre las bragas, mientras seguía escuchando la manera cada vez más intensa en la que Sandro gemía. Casi fuera de control, no tardé en arrancarme la prenda íntima, sin importarme ya que mi hijo pudiera salir y sorprenderme en pelotas junto a la puerta. Empecé a rozar mi coño con la palma de la mano de forma enérgica recordando el día del probador en el centro comercial y lo dura que tenía mi hijo la polla allí. Mi mano no paraba de frotar mi sexo y lo hacía incrementando progresivamente la energía. Busqué mi clítoris y jugué deliciosamente con él, palpándolo y tocándolo sin cesar con los dedos. El placer que sentía aumentaba segundo a segundo, ayudado por el estímulo del sonido de los gemidos de Sandro.

Aceleré a continuación los movimientos manuales antes de meter ya un par de dedos en la raja vaginal. No aguanté mucho más: tras varias impetuosas y profundas penetraciones alcancé el placentero orgasmo. Justo después, y aún en pleno éxtasis, oí procedente del interior del baño un pequeño pero intenso grito de mi hijo y segundos más tarde suspiros de alivio que indicaban que Sandro acababa de eyacular. Tenía que darme prisa para no ser sorprendida allí fuera, de modo que cogí las bragas y el albornoz del suelo y me dirigí, rauda, a mi dormitorio. Cerré la puerta y, aún con la calentura de la masturbación encima, decidí que era un buen momento para satisfacer la petición fotográfica de mi hijo, realizada vía email. Así que, antes de cenar y de probar el bizcocho de doña Luisa, abrí el cajón donde guardo la lencería. Todavía con mi coño húmedo y con las medias negras puestas y el resto del cuerpo desnudo, elegí un par de conjuntos para la ocasión. Había llegado el momento de obedecer las pautas indicadas por Sandro en su correo y de ceder ante su chantaje de no volver a escribir relatos eróticos, si no satisfacía su petición.

Si os interesa leer otros relatos míos, tengo un blog con breves historias pero siempre excitantes y provocativas, ilustradas con sugerentes imágenes. Os dejo el enlace.

https://50lineasdesexo.wordpress.com