Crónica de un incesto (2)
Los relatos eróticos escritos por el joven Sandro siguen llevando a su madre poco a poco a la perdición.
(NOTA PREVIA: IMPRESCINDIBLE LEER LA PRIMERA PARTE PARA SEGUIR EL DESARROLLO DE LA HISTORIA)
http://www.todorelatos.com/relato/129058/
CRÓNICA DE UN INCESTO (2)
Después de comer dormí una pequeña siesta y al rato mi hijo Sandro regresó a casa. Estuve hablando con él unos minutos, preguntándole qué tal había estado la visita al Salón del Cómic. Tengo que reconocer que al principio me sentí un poco extraña: miraba a Sandro y recordaba continuamente sus relatos, cada una de esas espléndidas descripciones, sus fantasías conmigo....Intentaba comportarme de la manera más natural posible y mis esfuerzos por hacerlo dieron sus frutos, pues mi hijo no advirtió nada raro en mi comportamiento. Me dijo que había aprovechado para comprar un par de ejemplares en el Salón del Cómic y que le había encantado esa muestra. Se quedó un rato conmigo en el salón antes de marcharse a su habitación. Confieso que lo estaba deseando: quería volver a escuchar el sonido de las teclas, porque sería señal de que estaría escribiendo nuevas historias.
Pasaron cinco, diez minutos y todo era silencio. Pero, al fin, el tecleo se hizo oír y me sentí reconfortada. Sandro estuvo un par de horas en su dormitorio escribiendo y me invadió la intriga por saber en qué tipo de relato estaría inmerso. Al cabo de ese tiempo salió de su cuarto: era la hora de la cena y se ofreció para ayudarme a prepararla. Acepté encantada su ofrecimiento y los dos nos metimos en la cocina. Durante la preparación de la cena, los roces involuntarios de nuestros brazos, de nuestros cuerpos, mientras nos movíamos en el reducido espacio de la cocina, comenzaron a erizar mi piel y a encenderme por dentro. Tras la cena nos quedamos un rato sentados en salón viendo la televisión, hasta que decidimos retirarnos cada uno a nuestra habitación: él tenía clases al día siguiente y yo debía regresar al trabajo, pues las obras de reforma de la oficina ya habían terminado.
Cerré la puerta de mi dormitorio y empecé desnudarme por completo. Luego saqué del cajón mi rojo pantaloncito corto y ceñido del pijama y cubrí con él la desnudez de mi sexo. Apagué la luz y me tumbé en la cama dispuesta a dormir. Pero uno a uno iban pasando los minutos y era incapaz de conciliar el sueño, agitada por todo lo vivido durante el día. Pensé en el último relato que había leído y el la página a la que mi hijo hacía referencia y donde los publicaba. Intenté relajarme y no pensar más en ello, pero no lo conseguí. Mi curiosidad pudo más y me empujó a levantarme de la cama y a encender la luz de la mesita de noche. Semidesnuda, cubierta únicamente por el escueto pantalón del pijama, me senté ante el ordenador y lo encendí. Tecleé en el buscador el nombre de la página mencionada por Sandro e, inmediatamente, apareció el enlace. Pinché en él y en la pantalla se hizo visible la portada de dicha página. Varias fotos pornográficas ocupaban buena parte de la página inicial. Debajo de esas imágenes aparecían los nombres de las diferentes categorías en las que se ubicaban los relatos. Había también un buscador para para poder localizar rápidamente un relato concreto o a un autor determinado.
La página parecía bastante bien organizada. Pinché al azar en una de las categorías, “Autosatisfacción”, y una larga e interminable lista de títulos de relatos quedaron ante mi vista. Al lado de cada título se apreciaba una nota numérica de calificación. Volví al menú principal y empecé a consultar un poco el funcionamiento de la página: se podían subir relatos, valorarlos, comentarlos e, incluso, contactar con los autores a través de mensajes privados. Sin embargo, para poder participar en cualquiera de esos apartados, se necesitaba estar registrado mediante una cuenta o perfil.
Mi objetivo principal era dar con los relatos de mi hijo, así que usé el buscador de títulos y escribí “Masturbándome con el tanga de mi madre”. Un par de segundos más tarde apareció en la pantalla el texto escrito por Sandro. Tenía una puntuación que sobrepasaba ligeramente el nueve, señal de que su historia había tenido buena acogida entre los lectores. También se podía leer junto al título el nombre de autor que empleaba mi hijo: “Caprichomaterno”. Eché un fugaz vistazo al texto y estaba publicado exactamente igual a como yo lo había leído. Además, incluía la misma foto de mi tanga usado y sucio como ilustración. Más de una decena de comentarios habían sido dejados por otros autores o lectores. Los leí uno por uno: algunos simplemente se limitaban a felicitar a Sandro por el relato; otros daban una opinión más detallada, indicando qué partes les habían gustado más, animaban a mi hijo a seguir escribiendo sobre esa temática e, incluso, algún usuario le sugería qué tipo de cosas haría él con una madre como la que era descrita.
La lectura de esos comentarios obscenos subió mi temperatura corporal y me encendí por completo, imaginándome ser objeto de todas esas fantasías expresadas. Cuando me quise dar cuenta, tenía el coño húmedo, empapado. Incluso había varias mujeres que le confesaban a Sandro sus propias fantasías filiales. Me asombré ante dichos comentarios tan desinhibidos, escritos, según ellas, por madres maduras con hijos de edad similar a la de Sandro.
Después de salir de ese asombro y tras meditarlo unos instantes, tomé la decisión de crearme un perfil en la página para poder participar activamente. Me puse a ello y en un par de minutos tenía creado mi perfil con el nombre de “Orgasmos maternos”. Ya nada me impedía dejarle un comentario a mi hijo en alguno de sus relatos. Sabía que tenía que andarme con cuidado y ser prudente para no cometer ningún error y ser descubierta por Sandro. Volví a acceder a su relato “Masturbándome con el tanga de mi madre”, al apartado destinado a los comentarios de los lectores y comencé a escribir. Quería empezar esta especie de juego poco a poco para tantear la reacción de mi hijo y, especialmente, para comprobar si respondía a mi comentario. Estaba casi segura de que así sería, pues se había tomado la molestia de responder uno a uno a los lectores que le habían dado sus opiniones. No deseaba comenzar siendo muy descarada, sino todo lo contrario: quería mostrarme como una mujer educada pero a la vez provocativa y juguetona. Bajo el anonimato estaba decidida a “pinchar” y a excitar a mi propio hijo y a sugerirle ideas.
De modo que en mi primer comentario me limité a darle la enhorabuena por su texto y a indicarle que me había parecido muy ardiente. Le agradecí el buen y caliente rato que me había hecho pasar y finalicé confesándole que había hecho que una madre como yo mojase sus braguitas mientras leía su relato. Tras escribir el comentario, salí de la página y apagué el ordenador. Me hubiese gustado pasar más tiempo curioseando por las historias creadas por Sandro pero se hacía ya tarde y debía intentar descansar. Tocaba esperar para ver si mi hijo contestaba.
Me tumbé en la cama y me pregunté a mí misma el motivo por el que había decidido iniciar ese juego de los comentarios. ¿Era por conseguir que Sandro escribiera más relatos en los que yo compartiese protagonismo con él? ¿Lo hacía por mi propio deseo sexual? ¿Por el morbo que me producía leer las fantasías de mi hijo conmigo?
Me asusté un poco cuando por mi mente asomó la idea de que, tal vez, estuviesen surgiendo en mí las ganas de tener sexo con Sandro. Con ese pensamiento debí quedarme dormida, porque lo siguiente que sentí fue el sonido del despertador a las 7.30 para levantarme e ir al trabajo.
El ajetreo del regreso a la oficina, agudizado por la necesidad de tener que poner todo al día tras el paréntesis por la reforma, hizo que durante la mañana no pensara mucho en el asunto de mi hijo. Tras la agotadora jornada laboral volví a casa. Sandro había regresado de las clases unos minutos antes que yo. Al verlo, me vino inmediatamente a la cabeza el comentario que le dejé escrito en la madrugada. Supuse que aún no habría tenido tiempo de entrar en la página desde que lo publiqué. Sería cuestión de darle unas horas para ver si esa misma tarde o noche había novedades al respecto. Dejé transcurrir el resto del día sin acceder a la página hasta que llegó la noche. Ya en mi en habitación, después de la cena, decidí repetir lo mismo que había hecho la noche anterior: me desnudé y me puse únicamente el pantalón corto del pijama. Luego me senté y encendí el portátil. Mientras se ponía en funcionamiento, sentí cómo el nerviosismo se apoderaba de mí. Reconozco que deseaba ver una respuesta a mi comentario y, en cierta forma, una que dejase abierta la posibilidad de seguir con el juego.
Accedí a la página, tecleé mi nombre de usuaria y mi contraseña y fui directa al relato de mi hijo y al apartado de “Comentarios”. Pinché sobre esa palabra y esbocé una sonrisa de satisfacción al ver que mi hijo había respondido a mi comentario: me daba las gracias por la lectura del relato y por haber escrito unas palabras dando mi opinión. Pero lo bueno venía al final: Sandro decía que para él era un placer que una madre se sintiera identificada con la que protagonizaba su relato y que se sintiera atraída y excitada ante su historia y me pedía que siguiera atenta a sus futuros relatos.
Me congratulé al ver que mi plan había empezado con buen pie y que las palabras de mi hijo me facilitaban el poder continuar desarrollando lo previsto. Pensé si no sería un tanto precipitado volver a escribir tan pronto un segundo comentario, pero no quería que se enfriase ese contacto inicial y preferí seguir mi intuición. Así que empecé a redactar un nuevo mensaje dirigido a mi hijo, pero dando una vuelta de tuerca más y subiendo el tono de mis palabras.
- Espero no molestar volviendo a escribir de nuevo. He leído otra vez este relato y has provocado con él que tuviera que masturbarme. Estaba tan excitada tras la lectura que no he podido evitarlo. Has hecho que empiece a desear a mi hijo, al igual que tú deseas a tu madre. No sé si no será muy atrevido decirlo, pero tu historia me ha dejado con las bragas empapadas y con el coño húmedo y palpitando, con unas ganas terribles de sexo. Me encantaría que continuaras escribiendo tus fantasías con tu madre y, si lo deseas, podría ayudarte, podría aportarte el punto de vista de una madre, lo que puede llegar a pensar sobre su hijo. No dejes de añadir alguna que otra ilustración: le dan mucho más morbo al relato”.
Así rezaba el comentario que le dejé a Sandro. Tras escribirlo, salí de la página y me acosté en la cama, esperando que, cuando él lo leyese, tuviese el atrevimiento suficiente como para seguirme el juego. Y no tardé mucho en comprobar que Sandro estaba dispuesto a hacerlo.
Fue durante la tarde del día siguiente, tras la comida. Mi hijo se marchó a su habitación de forma rápida, mientras yo permanecí viendo un rato la televisión. Tenía la impresión de que él también sentía la necesidad de ver si su nueva admiradora le había vuelto a dejar un comentario.
Me dirigí a mi dormitorio y conecté el portátil. Al entrar en el relato de Sandro, vi que mi comentario aún no tenía respuesta. Sin embargo, en el preciso instante en que iba a salir, apareció la respuesta de mi hijo. Ver de golpe la contestación me causó mayor impresión, pues sabía que en ese momento ambos estábamos en la página y el morbo era todavía mayor. Leí con atención el comentario de mi hijo. Aceptaba mis propuestas: iba a seguir escribiendo sobre las fantasías con su madre y, además, estaba encantado con que yo le sugiriese ideas y le expresase los sentimientos y deseos sexuales de una madre. Me proponía una cosa: hacerle llegar mis sugerencias e indicaciones de forma privada, a través de la dirección de correo electrónico que figuraba en su perfil. Ahí acababa su comentario, con esa invitación a relacionarme con él de manera más íntima. Era mucho más de lo que hubiera imaginado, al menos de forma tan inminente.
Fui a su perfil y, en efecto, allí figuraba su dirección de correo. Había pasado desapercibida para mí la primera vez que lo visité. Anoté dicha dirección y fue entonces cuando me di cuenta del paso adelante que había dado Sandro, de su disposición a estar en contacto con un mujer madura, en teoría completamente desconocida para él. Era evidente que la situación le generaba el mismo o más morbo del que me daba a mí.
Preferí esperar hasta el día siguiente para escribirle un primer email. Era mejor dejar pasar unas horas para que aumentase en Sandro la ansiedad por recibir mi correo. Además, yo necesitaba pensar un poco, meditar lo que le escribiría, pues no quería dar ningún paso en falso. Durante el resto de la tarde y por la noche, en la cena, noté a mi hijo más hablador de lo normal, como si estuviese ilusionado por algo. Era evidente el motivo por el que se encontraba así.
Después de cenar estuvimos un rato juntos en el salón y sorprendí varias veces a mi hijo mirándome de reojo. En una de esas ocasiones se estaba fijando en mis pechos: yo llevaba una camiseta verde un poco ceñida y la redondez de mis senos se marcaba perfectamente bajo la prenda. Me había puesto esa camiseta montones de veces pero hasta aquel día no me di cuenta de que mi hijo estaba observando mis tetas. Fue entonces cuando mi mirada se dirigió de forma automática a su entrepierna: bajo su fino pantalón de deporte se apreciaba un bulto bastante considerable y la silueta de su miembro, que evidenciaba estar empalmado. Me levanté del sofá y me acerqué a Sandro.
- Me voy a dormir. Anda, dame un beso de buenas noches- le pedí.
- ¡Pero mamá! ¡Hace años que no me pides un beso de buenas noches! ¡Que ya no soy ningún crío! ¿Qué mosca te ha picado hoy?- exclamó extrañado ante mi propuesta.
- ¿Qué pasa? ¿Es que no puedo pedirte un beso?- repliqué.
Entonces Sandro se levantó, me puso su brazo derecho sobre mi hombro izquierdo y me besó en la mejilla. Yo me aproximé un poco más a él y le devolví el beso. Al hacerlo, mis pechos rozaron su torso y sentí también la dureza de su bulto pegada a mi bajo vientre.
- Buenas noches, Sandro- le dije dedicándole una sonrisa.
Mientras me encaminaba a mi habitación, me congratulé por haber dado ese pequeño paso de “coqueteo” con mi hijo. No encendí el ordenador: quería acostarme con la intención de levantarme un rato antes de lo normal para redactarle el correo a Sandro y mandárselo antes de irme a trabajar.
Tumbada en la cama estuve pensando frase por frase, palabra por palabra, lo que le escribiría al día siguiente. Cuando ya tuve en mente el contenido del email, cerré los ojos y me dormí.
El despertador sonó 15 minutos antes de lo habitual. Tras darme una rápida ducha y cubierta solo por la toalla, regresé a mi habitación. Sandro aún dormía. Cerré la puerta de mi dormitorio, me quité la toalla y quedé completamente desnuda. Me senté y redacté el correo. En él le sugería varias cosas: le animaba a volver a rebuscar entre la ropa íntima de su madre y en sus cajones, pues me había fascinado lo del tanga y el hallazgo del dildo; le pedía que continuara ilustrando sus relatos con fotos de prendas de su progenitora y le incitaba a dar un paso más y a espiar a su madre en su propia habitación o en el baño durante la ducha, aprovechando la primera oportunidad que se le presentase.
También aproveché para hacerle un par e preguntas: una trataba sobre el grado de atracción real que sentía hacia su madre; otra, sobre la frecuencia con la que se masturbaba pensando en ella; la última, sobre el motivo que le dio el empujón definitivo para comenzar a escribir los relatos y a publicarlos en la página. Tras enviar el correo, me entraron algunas dudas sobre si, tal vez, no me había excedido con las sugerencias y preguntas. Pero pensé un rato y me di cuenta de que así, de forma rápida y directa, era la mejor manera de proseguir con esa especie de juego que había comenzado. Concluí que había sido bueno aumentar el grado de provocación para que Sandro no se aburriera de su nueva “amiga” cibernética.
Después de estas reflexiones, empecé a vestirme. Había tomado la decisión de comenzar a usar ropa más atrevida y sugerente de lo que acostumbraba. Si quería modificar mi manera de vestir, debía hacerlo de forma progresiva, para que Sandro no se extrañara mucho. Además, necesitaba comprar alguna que otra prenda que sirviera para las travesuras con mi hijo, incluida una renovación de la lencería. Tenía varios tangas, sujetadores y conjuntos insinuantes, pero deseaba sustituir esas otras bragas más desfasadas que usaba por prendas mucho más provocativas. Me distraje tanto con estos pensamientos que la hora de salir para el trabajo se me echó encima. Sandro todavía dormía, pues no tenía las dos primeras horas de clase ese día debido a una serie de actos culturales en su instituto, a los que no estaba obligado a acudir. De forma rápida le escribí una nota y se la dejé en la mesa del salón. Le decía que, cuando saliera del trabajo, iría a resolver unos asuntos antes de regresar a casa, que comería algo por ahí y que el dinero que había junto a la nota era para que se pidiera alguna pizza para él.
Realmente yo no iba a resolver ningún asunto, sino que quería aprovechar ese tiempo para poder ir de compras.
Ya en el trabajo, la mañana avanzó lenta. Casi no podía concentrarme en lo que estaba haciendo y una y otra vez volvían a mi mente el correo enviado a mi hijo, el deseo de obtener pronta respuesta y el visualizar las prendas que quería comprar. Incluso preparé un pequeña lista aprovechando unos minutos de menor actividad laboral en la oficina.
Finalmente, concluyó la jornada de trabajo y entré a comer en un establecimiento de comida rápida que hay justo al lado. Después de la comida me dirigí a una cercana tienda de ropa de una conocida multinacional. Sabía de sobra que allí vendían prendas de corte juvenil y moderno. Allí adquirí un par de camisetas muy ceñidas y con generoso escote, además de varias blusas, una de ellas con transparencias que dejaban a la vista el sujetador.
A continuación elegí las siguientes prendas que tenía anotadas en la lista: dos leggings ajustadísimos, uno negro y el otro blanco. Al probarme este último obtuve el efecto deseado: que mi braguita se transparentase debajo para potenciar el efecto de provocación sobre mi hijo. Por último compré dos minifaldas: una era bastante cortita, de color rojo pasión, con una cremallera delantera que permitía elegir cuánto más de pierna enseñar. La otra era sencillamente espectacular y no únicamente por el color amarillo impactante, sino también por lo corta que era: me cubría justo lo necesario para no enseñar las bragas o el tanga, hasta un par de centímetros por debajo de mis firmes y prietas nalgas. Cuando me la aprobé y me vi en el espejo, supe que era lo que andaba buscando.
Satisfecha por las compras realizadas, abandoné la tienda y caminé unos minutos hacia mi siguiente objetivo: la lencería. Pasé por delante de un establecimiento especializado, pero no entré. Mis pasos se dirigían directamente a un sexshop que había en la zona. Fue allí donde, hacía tiempo, había comprado mi dildo y siempre tenían lencería erótica y a buen precio. Al llegar tuve suerte, pues en el escaparate se leía un cartel que indicaba que la lencería estaba con rebaja de un 30%. Animada todavía más por esto, entré y me dirigí hacia las prendas íntimas. Era increíble todo lo que se mostraba ante mis ojos: desde ligueros y medias hasta todo tipo de conjuntos, pasando incluso por provocativos disfraces. Los primeros artículos que adquirí fueron un liguero negro y unas medias a juego. Irían muy bien para mis intenciones y sólo con mirar ambas prendas ya sabía que me quedarían impresionantes.
A continuación, me centré en lo más fundamental y estuve unos minutos mirando las braguitas y los tangas. Por mis manos fueron pasando prendas de todos los modelos y colores, unos más clásicos y otros, la mayoría, llamativos y con un alto grado de erotismo. Me costó decidirme, pero finalmente elegí tres prendas: unas braguitas brasileñas de color verde, completamente transparentes por delante y por detrás; un tanga rojo minúsculo, cuya parte trasera se limitaba a un fino hilo; el último de color violeta, terminado por detrás en forma de pequeño triángulo y con una abertura delantera a la altura del sexo, para que la raja vaginal quedara al descubierto. Mi imaginación voló por unos instantes y me vi con ese tanga puesto y no pude evitar fantasear con la cara y la reacción de mi hijo, si me viera con eso puesto o, al menos, si descubriese que esa prenda formaba parte de mi lencería.
Cuando volví a la realidad y caminé hacia la caja para pagar los artículos, me di cuenta que mi coño se había humedecido: lo notaba mojado, al igual que las bragas, a las que sentía empapadas a cada paso que daba. Salí del sexshop y tomé el autobús para regresar a casa. Necesitaba llegar pronto: me encontraba excitada y mi único deseo era meterme en mi habitación y tocarme y masturbarme a gusto. El maldito tráfico impedía que el vehículo avanzara a la velocidad normal y esa desesperación, ese ansia hacían que mi deseo aumentase cada vez más. Iba sentada junto a otra mujer que leía un libro. En el asiento de enfrente había un hombre pendiente de su móvil. Coloqué mi bolso, de tamaño considerable, sobre mi entrepierna, deslicé la mano con disimulo entre el bolso y mi pantalón oscuro y comencé a acariciar mi sexo sobre la prenda. El simple roce de mi mano provocó que me encendiera todavía más. La mujer y el hombre seguían ajenos a todo y eso me animó a intensificar la fuerza de los movimientos. Enseguida noté cómo ya no eran sólo las bragas las que estaban mojadas, sino también el pantalón. El gusto que me estaba proporcionando hizo que de mi boca saliese un leve gemido que atrajo la atención del tipo sentado en frente de mí. Tosí levemente para disimular un poco y el hombre volvió a fijar su mirada en la pantalla del teléfono. Se acercaba la parada en la que debía bajarme y eso, unido a que no quería arriesgarme a más gemidos llamativos, provocó que detuviera los movimientos manuales, que sacase la mano de debajo del bolso y que me levantase para aproximarme a la puerta de salida del bus. Miré mi entrepierna y me alegré de llevar un pantalón oscuro: el cerco de humedad que se extendía sobre esa zona de la prenda pasaba casi desapercibido por el tono negro del pantalón.
La sensación de excitación no había disminuido, ni mucho menos. La repentina interrupción me había dejado a las puertas del orgasmo y con el coño palpitando de ganas. Me bajé del bus y caminé presurosa hasta casa. Entré y, al pasar por delante de la habitación de Sandro, vi que estaba sentado escribiendo. Lo saludé desde la puerta y me percaté de que cerró, nervioso y acelerado, la pantalla. Estaba segura de que lo había pillado en alguno de sus relatos o, tal vez, escribiéndome. Me acerqué hasta su escritorio y charlé con mi hijo un minuto sobre cómo le había ido el día y le comenté que me encontraba cansada y que me iría a mi dormitorio a relajarme un rato.
Por supuesto que no iba a descansar: dejé las bolsas con las compras a un lado y empecé a desnudarme. Me descalcé y me quité inmediatamente la camiseta. Vi entonces mis gruesos pezones a través del encaje del sujetador. Me acaricié los pechos por encima de la prenda y friccioné aquellos dos botones carnosos. Mis manos descendieron lentamente por mi vientre hasta alcanzar el ombligo y el inicio del pantalón. Ansiosa lo desabroché y abrí la cremallera antes de comenzar a bajarlo. Mis bragas rosas, mojadas y sucias quedaron al descubierto y no tardé en sacarme el pantalón por los pies. Me llevé las manos a la espalda y abrí el sostén, liberando así los senos que reclamaban a gritos mi atención. Volví a repetir los movimientos de unos minutos antes pero ahora directamente sobre la desnudez de mis tetas. Cada mano se ocupaba de una de ellas, las magreaba, las apretaba hasta tirar luego de los pezones con los dedos. Alternaban la fricción con lentos círculos sobre las areolas y comencé a gemir. No pude esperar más: me acerqué al cajón y saqué el dildo. Aproximé su punta hasta mi entrepierna y, aún con las bragas puestas, deslicé varias veces la cabeza del juguete por mi raja vaginal de arriba a abajo, luego hacia arriba otra vez y vuelta a empezar. La mancha de humedad sobre mi prenda íntima no paraba de extenderse y la punta del dildo se impregnó rápidamente de mis flujos. Necesitaba sentir ya dentro de mí ese falo largo y grueso que era el juguete. Agarré mis braguitas y de un fuerte tirón las bajé hasta que se deslizaron por mis firmes muslos y cayeron a mis tobillos. Levanté levemente uno y otro pie y me deshice de ellas. Las dejé tiradas en el suelo: las recogería después y las dejaría “olvidadas” en el baño para uso y disfrute de Sandro.
Mi vagina estaba pringosa y brillaba por la humedad.
En cuanto aproximé el dildo hacia ella y empecé a introducirlo suavemente hasta el fondo, mi sexo segregó más flujo que antes. Con los primeros movimientos de penetración, mi coño se fue cubriendo de níveas burbujas blancas y, cuando el juguete iba saliendo, se llevaba consigo hilos de espeso líquido. Poco a poco fui incrementando el ritmo y aquella perfecta imitación de polla humana se deslizaba hasta lo más profundo, arrancándome un gemido que yo traté de ahogar para no ser escuchada por mi hijo. Por la cara interna de mis muslos no dejaba de resbalar líquido procedente de mi sexo. Recogí parte de ese flujo con los dedos de mi mano izquierda y me llevé a la boca el sabor de mi excitado chocho. Cuando tragué y degusté aquel intenso sabor, aceleré todavía más y el dildo entraba y salía a velocidad vertiginosa.
Me tumbé en la cama boca arriba, con las piernas abiertas de par en par, dispuesta a correrme de gusto. Machaqué mi sexo varias veces más sin piedad, hasta que a la cuarta ocasión sentí una fuerte contracción abdominal, seguida de varios espasmos. Pero no detuve la mano: dos veces más el juguete irrumpió con fuerza hasta que lo saqué de golpe, justo antes de que un potente e interminable chorro manase de mi sexo. Salpiqué los cajones el suelo, la cama....Paulatinamente la energía del líquido fue disminuyendo, hasta reducirse a gotas aisladas que eran absorbidas por las sábanas de la cama. Mi respiración se agitó de tanto placer, pero poco a poco fue recobrando su ritmo normal. Me notaba vacía de fuerzas, cerré los ojos y me quedé dormida unos minutos. Tras despertar, puse en orden mi habitación y me vestí con lo que puede y a la ligera para salir al baño con la intención de limpiar el dildo, coger una fregona y regresar al dormitorio para dejar el suelo sin restos de mi corrida.
Una de vez de vuelta en la habitación, mis ojos se fijaron en las bolsas con las compras.
- ¿Por qué no estrenar alguna prenda hoy?- pensé, mientras contemplaba su contenido.