Crónica de un incesto (11 y final)
Sandro y su madre van a una playa nudista y allí todo sucede tal y como ella lo tenía planeado.
En silencio Sandro terminó de aplicarme la crema en las tetas, en el torso y en el vientre. Con cada movimiento de sus brazos y manos, su cintura también se movía y esto hacía que su empalmada polla se deslizara unas veces por mi muslo, otras por mi estómago y mi ombligo. Yo ansiaba que acabase de una vez con ese “castigo” al que me estaba sometiendo y que me penetrase ya, que me metiese hasta el fondo aquella verga enorme e hinchada que blandía ante mí. Necesitaba sentirla dentro, notar su empuje y toda su dureza en mi interior. Lo único que quería era que Sandro me convirtiera, por fin, en su puta y que me follase por cada uno de mis orificios hasta llenarlos de leche.
Sumida en esos pensamientos lascivos, noté la mano de mi hijo acariciando mi sexo: la palma se deslizaba con total parsimonia de arriba a abajo, siguiendo la dirección que marcaba la húmeda raja de mi coño palpitante. Suspiré en repetidas ocasiones ante el cada vez más intenso roce de la mano, que no tardó en empaparse con mis flujos vaginales. Mi vástago apartó, entonces, por unos segundos la mano de mi sexo y se la llevó a la boca. Sacó la lengua y comenzó a chupar y a saborear mi líquido íntimo. Sandro me miraba de una manera como nunca antes lo había hecho: parecía estar conteniéndose antes de lanzarse definitivamente al ataque. Colocó luego sus dos manos sobre mis tetas y se puso a magrearlas a su antojo: apretaba mis los senos, los masajeaba, los oprimía con fuerza y tiraba de mis dos pezones hasta encendérmelos mucho más de lo que ya lo estaban. A la vez que los friccionaba con la yema de los dedos, empezó a mover la cintura y las caderas, de modo que su polla se restregaba sin cesar por mi abdomen. Tras un nuevo movimiento, orientó el pene hacia mi entrepierna y con el rojizo glande rozó mi raja vaginal. Solté un gemido al sentir el contacto de esa húmeda bola carnosa sobre la entrada de mi coño y la respiración se me aceleró todavía más. Durante unos segundos mi hijo se entretuvo haciendo pasar su tieso miembro por toda la raja y el flujo de mi coño comenzó a mezclarse con el líquido que recubría, de forma cada vez más abundante, el glande de Sandro y que, a modo de pequeñas burbujas, brotaba del pequeño agujero central que corona la bola de la polla.
Me estaba volviendo loca y me comía la desesperación, pero mi hijo continuaba “divirtiéndose”, jugando con su polla sobre el exterior de mi vagina, sin penetrarla. No aguanté más, le agarré el tieso falo con mi mano, me incorporé sobre la toalla, me quedé sentada y agaché la cabeza entre los muslos de Sandro. Un fuerte aroma a sexo llegó a mi nariz justo antes de que yo abriese la boca, sacara la lengua y rozara con la punta la roja esfera del glande de mi vástago. Sandro suspiró al notar el suave y continuo deslizamiento de mi lengua. Comencé a lamer toda la extensión de la polla de arriba a abajo, hasta los mismos testículos. Repetí la acción en varias ocasiones más y la verga de Sandro se fue empapando de mi saliva. Restregué mis labios por los huevos de mi hijo, antes de aprisionar la piel que los recubre y tirar con suavidad de ella. Sandro gemía sin parar: ahora le tocaba a él “sufrir” un poco antes de tener mi coño de nuevo a su disposición y bajo su dominio. Tras poder comprobar lo duras y cargadas que estaban las dos bolas de mi hijo, decidí liberarlas de mi boca y desplacé la lengua en sentido ascendente, hasta volver a llegar a la cumbre. Separé los labios, atrapé bien fuerte el glande y comencé a succionarlo.
- ¡Dios, mamá! ¿Qué me estás haciendo?- grito mi hijo enardecido de placer.
Solté momentáneamente el glande para poder responder y dije:
- Ahora no me llames “mamá”: quiero ser tu puta, ¿lo entiendes? Deseo que me hagas sentir sucia, como una auténtica puta de barrio, como tu zorra, ésa que se muere de ganas por cumplirte todas tus fantasías.
En el sudoroso rostro de mi vástago se dibujó una sonrisa cómplice y de satisfacción y volví a engullir en mi boca la redonda punta del pene. Con vehemencia comencé a deslizar la boca, recorriendo todo el caliente miembro de mi hijo. Ante cada una de mis subidas y bajadas Sandro dejaba escapar un gemido más sonoro que el anterior. Aceleré más y como una auténtica loca descontrolada mamaba la polla de mi vástago.
- ¡Ahhhh! ¡Para....Para, puta.....! ¡Si sigues comiéndome así verga, me correré en tu boca y quiero hacerlo dentro de tu coño!- exclamó mi hijo.
- Veo que aprendes pronto. Pero necesito más, un vocabulario más soez, como el que usas en tus relatos- le repliqué.
- ¡Dame ya tu coño, zorra: quiero follártelo hasta reventarlo! Te lo voy a machacar hasta y no pararé hasta inundártelo de leche. Cuando lo haya hecho, me pedirás todos los días que te folle y no dejarás de pensar en mí nin un segundo. Serás una adicta a mi polla, una sucia e insaciable ninfómana.
- ¡Fóllame, vamos!¡Hazlo con todas tus ganas!- le grité, mientras le sujetaba el pene con una mano, me abría de piernas y me sentaba sobre el grueso nabo de Sandro.
Al fin sentí cada centímetro del miembro de mi vástago entrando en mi vagina. Fue delicioso e inolvidable notar esa sensación, esa penetración de aquel falo enorme. La verga quedó entera encajada dentro de mí, llegando casi hasta mis entrañas. La percibía palpitando y fue entonces cuando Sandro empezó a mover su cintura y a empujar con las caderas. Yo acompañaba el ritmo marcado por mi hijo cabalgando sobre él, que se sujetaba a mí desde atrás, agarrándose con fuerza a mis tetas. El compás inicial un tanto tranquilo se transformó pronto en acelerado. Sandro me penetraba ya con vehemencia y yo botaba sobre él con todo mi cuerpo bañado en sudor. Mi hijo estaba aguantando más de lo que había imaginado y comenzó a demostrarme que, pese a su juventud, era un amante perfecto que sabía cómo follar a una mujer y darle placer.
Volvió a incrementar el ritmo y su verga martilleaba sin compasión una y otra vez mi coño, que estaba a punto de estallar. Por la cara interna de mis muslos se deslizaban surcos de flujo vaginal que, lentamente, recorrían la piel de mis piernas. Mi vástago embistió con una fuerza descomunal una vez, otra, otra más y grité ante el tremendo empuje de la polla en mi interior. Sandro repitió la acción y de nuevo su verga se abrió pasó por todo mi coño, provocándome varios espasmos en el abdomen y en el bajo vientre. Tras una feroz y nueva embestida no aguanté más: contraje todo mi cuerpo y luego lo relajé justo antes de explotar de placer. Mientras Sandro se afanaba por seguir bombeando en mi sexo, me corrí por completo: con la polla de mi hijo aún dentro, comencé a chorrear y a empapar la toalla y la arena de la playa, cuyo color dorado se fue tiñendo paulatinamente de oscuro conforme absorbía el líquido que manaba de mi vagina. Sin darme pausa, los dedos de Sandro atraparon mis pezones y, a la vez que de mi coño continuaba saliendo flujo, él tiraba con ganas de los dos botones que coronan mis tetas, sin dejar de meter y sacar la polla en ningún momento.
Finalmente, mi corrida cesó pero mi hijo seguía sin eyacular, por lo que dio un último y definitivo arreón: acompañando cada embestida con un intenso grito de esfuerzo, me penetró en cinco ocasiones más hasta que noté cómo su semen ardiente y espeso invadía mi coño. Yo estaba extasiada sintiendo toda la leche de mi hijo saliendo de su verga y llenándome por completo. Mi vástago suspiró y, tras soltar un par de gotas más dentro, sacó su polla de mi interior. Me giré y estreché su pecho contra el mío, rodeé con mis brazos el cuello de Sandro, acercamos al máximo nuestros rostros y los húmedos labios de ambos se encontraron en un largo e interminable beso apasionado, durante el cual mi lengua y la de mi hijo se apoderaron de la boca del otro.
Permanecimos así, abrazados y comiéndonos a besos, varios minutos más hasta que me levanté y extendí mi brazo izquierdo, ofreciéndole la mano a Sandro. Él también se levantó de la toalla, me agarró la mano y empezamos a caminar hacia el agua para refrescarnos. Nos bañamos un largo rato sin que faltaran durante el mismo las caricias ni los roces ni los besos entre Sandro y yo. Fue inevitable: cuando recuperamos las fuerzas, volvimos a follar dentro del agua con nuestros cuerpos unidos como si fueran uno solo. Mi hijo volvió a arrancarme un increíble orgasmo y mi coño se llenó por segunda vez de su leche.
Tras salir del agua, comimos algo y nos tumbamos al sol para descansar. Cerré los ojos durante un tiempo para relajarme, pero no estaba dispuesta a que Sandro se enfriase, por lo que con mi mano recorría una y otra vez el torso de mi vástago, su vientre y su polla. Con suaves y lentas caricias jugaba con la verga hasta que la ponía bien dura, luego regresaba al pecho de mi hijo y volvía a bajar hacia sus genitales, atrapándolos, rozándolos y repitiendo nuevas caricias sobre el pene hasta ponerlo, de nuevo, tieso. Mi hijo tampoco se quedó quieto y no dejó de sobarme primero las tetas y después el coño, separando los labios vaginales y buscando el clítoris para pellizcarlo.
Tras un buen rato en el que no paramos ni un instante de tocarnos mutuamente, le propuse a Sandro:
- Vamos a dar un paseo a lo largo de la playa, ¿te parece?
Mi hijo asintió dedicándome una sonrisa y se levantó de la toalla. Yo hice lo mismo y, después, sacudimos las toallas, las guardamos en nuestras mochilas, nos las pusimos a la espalda y abandonamos el lugar empujando las bicicletas. Nos dirigimos a la parte donde se encontraba la arena mojada y dura para poder avanzar mejor y pronto nos cruzamos con una pareja madura e, instantes más tarde, con una familia formada por padre, madre un hijo y una hija. Me llamó la atención la polla del padre, completamente tiesa, mientras que la del hijo adolescente se encontraba sólo parcialmente empalmada. Tampoco me pasó desapercibido el contraste entre el sexo velludo de la madre y la perfecta depilación integral del de su hija, que debería rondar los veinte años.
En silencio, gozando de los rayos de sol y de la leve brisa marina sobre nuestros desnudos cuerpos, Sandro y yo seguimos caminando un rato más. Mi hijo no sabía, realmente, cuál era mi intención, además de la de dar ese paseo. Ajeno a todo continuaba caminando, seguro que reviviendo en su mente lo que acababa de ocurrir antes entre nosotros. Así, paseamos como veinte minutos más, hasta donde la creciente marea del agua nos lo permitió. Al llegar a una zona en la que el mar bañaba una pared de rocas, impidiendo que se pudiera pasar por allí, decidimos darnos la vuelta y dirigirnos de nuevo hacia el sitio de la playa por donde habíamos entrado. Sin embargo, me percaté de que Sandro iba unos metros por detrás de mí Extrañada le pregunté por qué lo hacía.
- ¿No resulta obvio? Lo hago porque me encanta observar tu culo, ver cómo se bambolea con cada paso que das; porque adoro deleitarme con la forma de tus nalgas; porque me muero de ganas por.....- dijo mi hijo interrumpiendo brevemente sus palabras.
Me alcanzó de nuevo, se situó detrás de mí, pegando su cuerpo al mío y continuó la oración que antes había cortado precipitadamente:
- Por follarte ese culazo.
No me dio tiempo a reaccionar: dejó caer su bicicleta y la mochila sobre la arena y empujó también mi bici junto a la suya. Me despojó de la mochila y empezó a lamerme el cuello. Inmediatamente sentí la polla de Sandro sobre mis glúteos y cómo ésta se iba endureciendo conforme me besaba y me acariciaba. Su húmeda lengua recorría cada poro de la piel de mis hombros y de la parte alta de la espalda. Mis suspiros se mezclaban con el graznido de algunas gaviotas que sobrevolaban la orilla y con los soplidos leves del viento marítimo.
- Cariño....Ummmmm....Cariño, por favor.....- le dije a mi hijo
Fui incapaz de terminar de hablar y de pedirle que nos apartáramos un poco de la orilla: sus besos y sus caricias me estaban derritiendo y me dejé hacer. Sandro se fue agachando lentamente y deslizó la lengua por toda mi columna vertebral hasta llegar a mi cintura y al lugar en el que la espalda pierde su nombre. Allí se detuvo, respiró profundamente y pasó en repetidas ocasiones la lengua por la raja de mi culo. Las primeras veces se limitó simplemente a rozarla, pero en las siguientes se puso a lamerla y a chuparla con fuerza. Ante el empuje de mi hijo, me abrí un poco de piernas, hecho que aprovechó Sandro para meter su mano derecha entre ambos muslos y llegar hasta mi sexo. A la vez que se daba un festín con mi culo, mientras mordisqueaba mis nalgas, restregaba la mano sobre mi palpitante coño. Me lo presionaba, tocaba la raja de la vagina y los pringosos y mojados labios. Envuelta en placer, cerré los ojos y justo después noté cómo metía la cabeza entre mis piernas y cómo con la lengua jugueteaba con mi coño y con el orificio anal. Luego, trazó un par de círculos alrededor del ano, que me arrancaron varios gemidos.
- ¡Fóllame de una vez el culo, no me tortures más, por Dios- grité desesperada.
- ¡Dímelo de otra forma, las putas no hablan así! ¡Háblame como lo hacen las putas!- me ordenó.
- ¡Reviéntame el culo, cabrón! ¡Pártemelo entero! ¡Haz que mañana no puede ni sentarme por el dolor! ¡Quiero tu leche, deseo que me inundes de semen el ano hasta que no puede tragar más y rebose y chorree por las nalgas y los muslos!
Casi no me dejó terminar de hablar.
- ¡Ábrete más de piernas y ponte a cuatro patas, putita!- me pidió Sandro con sus manos puestas en mis caderas.
Le obedecí y me incliné, ofreciéndole todo mi culo bien abierto y en pompa. Noté rápidamente varios chorreones de saliva de mi vástago sobre mi ano para lubricarlo. Mi hijo los extendió con la mano por todo el agujero antes de acariciarlo con la bola de su glande. Durante varios segundos estuvo restregando la punta de su polla por mi culo y por los alrededores de mi orificio anal. Al fin se decidió a hincarme en el culo la polla y empecé a sentir cómo ésta me lo iba penetrando poco a poco para deleite mío. Cuando la dejó bien encajada dentro de mí, la mantuvo quieta unos instantes, mientras me agarraba por la cintura. Luego comenzó a bombear despacio, una y otra vez, sacando y metiendo su duro pene a través de mi ano, llegando siempre hasta el fondo. Cada entrada, cada penetración del falo me proporcionaba increíbles dosis de placer, que aumentaban conforme las embestidas de Sandro se iban haciendo más enérgicas y rápidas. Mientras mi hijo me seguía follando por detrás, observé cómo un tipo se acercaba caminando por la orilla. Se detuvo a unos diez metros de nosotros y empezó a mirarnos. No le dije nada a Sandro, pues no hacía ninguna falta: él también había advertido la presencia de aquel desconocido y no había cesado en su acción de follarme. Y yo tampoco quería que dejara de hacerlo: sólo deseaba que continuase hasta el final y me diese por el culo hasta que acabara corriéndose dentro. No me importó, por lo tanto, la presencia del individuo. Éste, al ver que Sandro y yo seguíamos a lo nuestro pese a su presencia, se fue acercando poco a poco, a la vez que llevaba su mano derecha a su polla y empezaba a magreársela. Era un hombre de mediana edad, con pinta de extranjero del norte, nórdico o algo así. Se paró a unos dos metros de mi cara y aceleró en las agitaciones a su polla. El tío estaba bastante bien dotado y pasaba la mano a toda velocidad a lo largo del macizo pene. Al mismo tiempo, Sandro volvió a dar otro acelerón por detrás y su miembro machacaba una y otra vez y sin piedad alguna mi culo. Me puse a gemir como una loca ante cada embestida de mi hijo y, cuando quise darme cuenta, el desconocido estaba justo delante de mi rostro, tan cerca que podía olerle el aroma que salía de la punta de su verga. En mi nariz y en mi frente aterrizaron varias gotas de líquido preseminal del individuo, escupidas por su glande ante los fuertes movimientos manuales del hombre. En una reacción espontánea, extendí mi brazo derecho, abrí la mano y le aparté la suya al desconocido para poder apoderarme de su falo. Lo envolví con la mano y retomé la paja que el tipo se estaba haciendo a mi costa. Cuanto más apretaba mi hijo por detrás, más fuerte le machacaba yo la verga al extranjero, cuyos gemidos empezaron a mezclarse con los míos. Las bolas peludas del hombre se bamboleaban al compás marcado por mi mano. La vehemencia con la que Sandro me taladraba el ano comenzaba a hacerse casi inaguantable para mí.
Sandro se impulsó varias veces más con las caderas, mi mano estrujó con toda su fuerza la polla del desconocido y un interminable chorro de espeso y caliente semen aterrizó de golpe en mi cara, impactando en los ojos y en la nariz. La leche empezó a resbalar hacia la boca y pronto probé el sabor de la deliciosa corrida de aquel tipo, que aún gritaba de placer, mientras expulsaba la últimas gotas de esperma. No me dio tiempo a tragarme toda la leche que llegaba a mi boca: Sandro dio un par de fuertes alaridos de placer e, inmediatamente, mi culo y mis entrañas comenzaron a ser inundadas por la abundante corrida que el pene de mi hijo segregaba. Dejó su polla enterrada en mí hasta que soltó la última gota. Luego la retiró, se acercó a mi cara y juntó su verga con la del “invitado” extranjero. Simultáneamente mi lengua fue limpiando aquellas dos majestuosas e imponentes pollas hasta que las dejé limpias de semen y relucientes.
El desconocido, plenamente satisfecho, se marchó de allí tal y como había venido, en silencio. Sandro, por su parte, recogió con sus dedos los últimos restos de esperma que había en mi rostro y me los acercó a la boca para que los lamiera. Los dos nos dimos cuneta del morbo que nos había generado la presencia allí del desconocido y ése sería sólo el principio de todo lo que vendría a partir de aquel día.
Ha pasado ya algo más de un año desde entonces y han ocurrido muchas cosas en este periodo. Sandro y yo seguimos siendo unos amantes salvajes, llenos de pasión y desenfreno. Tenemos sexo a diario y, a veces incluso en varias ocasiones al día. Al poco tiempo de comenzar a practicar sexo con mi hijo, mi rendimiento en el trabajo empezó a resentirse: las largas madrugadas follando como locos y de manera incansable me pasaban factura por las mañanas y terminé, finalmente, siendo despedida. Con la indemnización que me dieron por el despido y con algunos ahorros que tenía monté un sexshop en el centro de la ciudad que funciona de maravilla y tiene muchos clientes y ventas. Tan bien fluí el negocio que le pedí a Sandro que trabajase conmigo allí y no entrase en la Universidad para estudiar la carrera que tenía en mente. No le costó mucho aceptar mi propuesta y desde que terminó el Bachillerato es mi ayudante en el sexshop.
Sabía que follar a pelo con Sandro, sin usar preservativo, traería como consecuencia tarde o temprano un embarazo, pero no me importaba, pues deseaba tener un hijo de mi propio vástago. Y así sucedió: me quedé embarazada de Sandro y ahora tengo un pequeño bebé de un par de meses, del que Sandro es hermano y padre a la vez. Y no me extrañaría nada que aumentáramos la familia dentro de poco.
El hecho de haber vuelto a ser madre no ha apagado ni un ápice mi deseo sexual, todo lo contrario: lo noto todavía mayor que antes y creo que estoy convirtiendo en una verdadera ninfómana. Gracias al sexshop que regento con mi hijo, Sandro y yo podemos llevar a cabo mil y una fantasías sexuales y conocer las últimas novedades del mercado en juguetes, lencería y otro tipo de productos. Con bastante frecuencia engatusamos a algún que otro cliente, tanto a hombres como a mujeres, para hacerlos partícipes de nuestros juegos y fantasías, como intercambios de pareja, tríos y orgías.
Sin embargo, sigo pensando que las veces en las que Sandro y yo follamos a solas y en pleno desenfreno hasta altas horas de la madrugada continúan siendo las experiencias más fascinantes de todas.