Crónica de nosotros dos
Una historia de amor como otra cualquiera, eso sí, entre dos gays.
Crónica de nosotros dos
Llevaba dos años de relación con Esther y, claro, había llegado el momento de conocer a sus padres. Antes de ir a casa de mis futuros suegros lo habíamos preparado todo. Era normal el estar nervioso y todo debía salir a las mil maravillas. Conozco todo lo relacionado con la vida de Esther, lo más intimo como cuales fueron sus sentimientos al perder a su abuela (con la que se crió), hasta cosas tan triviales como cual fue el primer concierto al que fue. Ella también me conocía a la perfección, se podía decir que formábamos un solo ser, sin secretos, sin ningún vericueto o nada que ocultar el uno con respecto al otro. Pero la nuestra fue una relación virtual.
Soy gay, me di cuenta de mi condición algo tarde, a los diecinueve años. Siempre sentí una extraña fascinación por los chicos, mis compañeros de escuela, gimnasio o trabajo. Como todos los chicos, he recibido una educación heterosexual y en mi residían todos los prejuicios relacionados con los homosexuales, gente amanerada, perversa y casquivana, a ojos míos y de la sociedad.
Mi vida no ha sido sencilla. Es curioso pensar qué soy una persona como otra cualquiera, exceptuando el ámbito sexual, algo que, por otra parte, es privado y no tendría que trascender más allá de mi alcoba. Pero lo triste y cierto es que trasciende y que, hoy por hoy, la homosexualidad sigue siendo algo muy mal visto por gente muy corta de miras. No resulta extraño, por tanto, que nunca haya manifestado a nadie mis tendencias.
Mis padres se extrañaban, pensaban que su hijo era raro, no se explicaban que un muchacho de quince años no ándase ya tonteando con las chicas. Les extrañaba verme siempre solo o en compañía de amigos, nunca amigas. No piensan que soy homosexual, sólo piensan que soy raro. Mi hermana Clara es la única persona de mi entorno que sabe de mi condición. Ella me apoya incondicionalmente en todo y entiende que no me atreva a decir nada. La sociedad es muy hipócrita y de puertas para afuera ve bien todo lo relacionado con la libertad, en cualquier ámbito, incluyendo el sexual, de la gente. Otra cosa son los comentarios, muy duros, o los chistes de mal gusto acerca de los homosexuales.
Los amigos, otra cosa triste pero cierta, lo son para tomar copas, hablar del trabajo, de tías (que falso hay que ser a veces) y para poca cosa más. No es fácil confesar a tus padres (que se suponen que te apoyaran hagas lo que hagas con tu vida) algo así. Es, aún, más difícil comentarlo a un amigo y más cuando crees que este no lo es de verdad. Ellos creen que soy el típico hombre cercano ya a la treintena que, por timidez o bien por cualquier otro motivo, no ha sido capaz de enamorar a una chica.
Como he dicho mi vida no ha sido fácil. Al principio negaba a mi corazón el latir por los chicos, el excitarse viéndolos a ellos y no a ellas. La sociedad te instruye, te educa, en la heterosexualidad rechazando cualquier otra opción y tachándola de desviación. Ante eso también tuve que luchar. Ante el sentirme un bicho raro, un degenerado, una aberración, en definitiva, un maricón. Fue muy duro el tener qué odiarme por sentir. Pero más tarde descubrí que el amor no entiende de sexualidad, y qué ha entrado en mi vida y el acostarme con un hombre no me hace desgraciado, todo lo contrario, el amor entre gente del mismo sexo es aún más puro ya que esta dispuesto a derrumbar muros mucho mayores como son los creados por el odio a lo opuesto.
Antes de conocer a Miguel, mi vida se había reducido con el tiempo al trabajo, a salir el viernes por la fiesta a ver que podía conseguir en los bares de ambiente y los sábados a fingir, con mis supuestos amigos, el ser quién no soy.
En un concierto de Mónica Naranjo conocí a Miguel, es un par de años mayor que yo. Al igual que yo soy muy blanco y pecoso, él es de tez morena. Cuando hacemos el amor debe ser como el día y la noche en ese momento, único durante el día, en que ambos aparecen, mientras uno se retira y el otro se muestra. Con Miguel he aprendido que el amor no es exclusivo de los heterosexuales, he aprendido a amarme, a no sentirme un bicho raro, un perro verde. Aprendí que las cosas que me gustaba imaginar en mi adolescencia (y que jamas pense que llegaría a realizar) eran fantasías muy eróticas y luego realidades deliciosas. Tras hacer el amor y ser penetrado por él me gustaba quedarme abrazado a su lado, pegando nuestros cuerpos desnudos, el mío tan blanco, el suyo tan oscuro.
Pero el día del concierto fue cuando le vi por primera vez, no paso nada más, solo algún cruce de miradas nada casual, pero nada más. A los pocos días nos encontramos en la biblioteca. Al salir del trabajo solía ir allí para poder buscar buenos libros y abstraerme de la realidad. Es curioso que en una gran urbe dos personas, sin nada en común aparentemente, se encuentren con cierta frecuencia. Supongo que el destino juega un papel importante en nuestras vidas, aunque no queramos verlo. Los dos queríamos alquilar un libro de Mario Benedetti llamado "La Tregua", aquello y el hecho de habernos visto días antes fue el detonante para iniciar una conversación que continuamos en un bar. Ambos resultamos ser enamorados de la literatura americana, de gente como Benedetti, Allende o García Márquez. Hablamos de música, de locales y, una cosa llevó a la otra, terminamos en mi apartamento. No suelo hacer eso, no doy el tipo de gay promiscuo que se lleva a su casa a un tío al que acaba de conocer, pero Miguel tenía algo diferente, y me hacia sentir diferente. Puedo decir que cuando le conocí yo era de una manera, tras él, yo fui mejor.
Nuestra primera noche podría resumirla diciendo que bebimos e hicimos el amor. No es un eufemismo. Como he dicho, Miguel me demostró que el amor, la ternura, entre dos personas del mismo sexo es viable. También podría hablar de su pene y mi lengua recorriéndolo, pero creo que seria tirar por la borda lo que quiero contar. O de cómo él me penetró una y otra vez y lo mucho que disfrute con aquello. Pero no lo veo necesario, es cierto que "jugamos" con consoladores, con bolas chinas anales que tengo en mi casa y que hicimos todo lo dos hombres, muy atraídos y siento algo que va más allá del físico, pueden hacer.
Con Miguel sentí un flechazo, un amor a primera vista y pronto descubrí que el mío, era un sentimiento reciproco, compartido. No tardamos mucho en irnos a vivir juntos. Tampoco se demoro mucho la presentación de Miguel con mi hermana. Clara veía bien a Miguel, me decía que siempre que yo fuera feliz le parecería bien todo lo que hiciera. Tarde casi treinta años en encontrar mi lugar en el mundo, luche contra los prejuicios de la gente y contra una educación que te impone un pensamiento racista en contra de los homosexuales.
Un día mi hermana, Clara, me dijo que tenia que ayudar a una amiga suya, Esther. Me contó que sus padres eran mayores y que ella, lesbiana, no se había atrevido a presentarles a Sandra, su novia. Esther había contado a sus padres que tenia un novio (yo jamas hablé a mis padres de mis parejas, nunca les mentí pero tampoco les conté lo que pasaba en mi cama o mi corazón). Por lo visto estos señores eran muy religiosos y Esther los adoraba tanto que no quería darles ningún disgusto. Así que Clara me embaucó para hacerme pasar por el novio de Esther.
Ella me había facilitado un esquema con todo lo que les había contado a sus padres de nosotros, con sus gustos, con todo lo relacionado con ella, y con lo que se había inventado sobre mí y mi vida.
A pesar de que nunca he estado a menos de metro y medio de una mujer, no fue difícil engañar a aquella gente. Nuestros mayores, y más nuestros padres, a cierta edad están dispuestos a creer lo que fuera con tal de no llevarse un disgusto. Así qué se puede resumir el tema diciendo qué no fui merecedor del goya al actor revelación de aquel año, pero, aún así, la cosa cuajo.
A Miguel aquello no le hacia gracia, no le gustaba que la gente fingiera ser quien no era. Siempre decía que si tomamos una determinación en la vida, una forma de ser, es por algo y qué nuestras decisiones, en especial las más difíciles de tomar son las que más a ultranza hay que defender. El se había enfrentado a sus padres, a la gente de su pequeño pueblo gaditano y todo por no avergonzarse de ser como era. Él reprochaba a Esther el engañar a sus padres y a mi el no haber "salido del armario" ni ante mis padres ni ante nadie.
Yo lo veía de otra manera. Mi vida y mi intimidad me pertenecen solo a mi, por lo tanto que necesidad habría de decir a mis padres lo que hago con mi sexualidad, probablemente ellos no lo entiendan, pero los padres no suelen entender a sus hijos en mil cosas. No me avergüenzo de mi tendencia, pero tampoco creo que sea algo que exhibir ante la gente.
Miguel y yo fuimos al concierto que R.E.M. dio en Madrid, me refiero a la gira de "Monster" que aquel año llevo al grupo a varias ciudades españolas (estoy hablando de hace más de 10 años). El concierto no resulto ser de los mejores de la banda de Michael Stipe, pero es bonito compartir cosas con los seres queridos, en especial con Miguel.
También hicimos viajes (yo nunca había salido de España) e hicimos vida de pareja y, por lo tanto, mil cosas que jamas había hecho ni había pensando que fuera a hacer debido a mi soledad.
Hoy en día creo que mi físico es una muestra exterior de cómo soy por dentro, es decir, como he dicho, soy muy blanco, algo pecoso, alto, muy delgado. Soy una persona que parece querer disculparse a todas horas, que lamenta ocupar un espacio físico en el mundo. Mi forma de vestir también me hacia invisible ante la gente. Solía vestir camisas blancas, pantalones grises, en fin, soy una persona apocada a la que Miguel cambio para bien.
Creo que hay muchas similitudes entre la historia de Laura Avellaneda y Martín Santomé con la nuestra. Un oficinista que lleva una vida sin demasiados alicientes hasta que un día conoce a alguien que le muestra que la vida puede dar algo más de sí.
Un día, al regresar a casa del trabajo, eché en falta a Miguel, él salía de su trabajo antes qué yo del mío y me solía esperar en nuestro hogar. No le di mucha importancia, la verdad, ¿quien espera que algo malo le pase después de un año de bonanza en todos los sentidos?. A las pocas horas me llamo Sergio, un amigo de ambos. Resulta que al volver del trabajo Miguel había sido víctima de una paliza a manos de unos quinceañeros, que lo machacaron mientras le increpaban y llamaban maricón de mierda. Fui lo más rápido que pude al hospital y allí, en recepción, me indicaron la habitación donde estaba ingresado mi novio (inconscientemente había dejado de ser mi pareja para ser considerado por mí como mi novio). Hablé con el doctor que me dijo que no era tan grave como podía parecen en un primer momento, que podía, incluso, entrar para hablar cinco minutos con Miguel pero que no seria muy agradable ya que su físico había quedado deformado a causa de los golpes.
Al entrar a la habitación me impresionó ver a Miguel, estaba irreconocible. Lo primero que me pregunto fue si él seguía siendo bello. Le conteste que a mis ojos nunca habría nadie más hermoso que él en aquel momento.
Le abracé, besé y consolé, le dije que saldría de esta y que pronto estaría en casa, conmigo, y que seria yo el que ahora cuidase de él, de su bienestar como él había hecho conmigo. Cuando el médico me dijo que tenia que abandonar la sala, me despedí dándole a Miguel el beso más puro y hermoso que dos personas enamoradas puedan darse.
Al amanecer Miguel había muerto. Sufrió una hemorragia interna y no volví a verlo con mi vida, nuestro ultimo momento fue aquel beso.
Al entierro acudimos unos cuantos amigos, mi hermana y yo. En total no éramos más de diez personas. Siempre pensé, hasta aquel momento, que el día de mi funeral es cuando se vería si había sido o no querido en vida y qué eso dependería del numero de personas que acudieran. Aquel día comprobé que los sentimientos no se miden en numero.
Fue duro volver a casa, al día a día sin él. Hoy vivo siendo el más gris de los mortales que pueblan la vida. No tengo, pienso, demasiado que agradecer a la vida. Me dio amor, es verdad, pero me lo arrebato al año justo de haber empezado. Me despierto, voy al trabajo y vuelvo a casa. Como poco y mal, ¿qué importa? He vuelto a ser invisible, solo me queda el recuerdo de algo que me atormenta y que añoro y que jamas podré volver a vivir. Viví y goce, nada podrá sustituir aquello. Nunca más seremos dos, ni me sentiré como el día rozando a la noche, es una vida invisible a la que todos, al fin y al cabo, terminamos acostumbrándonos.