Crónica De Cómo Se Rompe Un Corazón (Paso IV)

Hoy me convertiría en hombre, hoy dejaría atrás el niño que solía ser. Con Fernando a mi lado no había nada que me atemorizara.

“Amar a alguien es algo natural y es lo que busca todo el mundo. Amar a quien no se debe es doloroso e innecesario. Amar a quien nos ha hecho daño es la mayor locura de la que puede sufrir un hombre”.

El Autor

Paso IV: Revelar tus sentimientos

¡Por fin era viernes! Otra agotadora semana había llegado a su final.

En los últimos días yo había estado muy ajetreado con cuestiones de la universidad, pero igual siempre me sobraba algo de tiempo para aprovecharlo hablando con Fernando. Su voz me adormecía y generaba un cosquilleo por toda mi piel. Era un hombre dulce. Incluso, aunque nos besábamos y nos acurrucábamos en mi cama casi todas las noches, no se atrevía a proponerme en hacer algo más. Pero yo entendía que si quería mantenerlo a mi lado por más tiempo, debía darle una “probadita” de mi cuerpo. Era el momento de olvidarme de mis miedos y experimentar la famosa dicha del sexo. «Al llegar a casa le diré a Fernando que estoy listo», pienso.

La luna ya ilumina el sendero de autos por donde avanza el taxi que me transporta, y mi mente yace lejana, en la fantasía de una noche de placer. Ha sido un día largo y tedioso. Ahora me toca descansar.

Al estar distraído entre mis pensamientos no me doy cuenta de la ruta que toma el taxista. Pero al cabo de unos minutos noto que la vía que ha decidido ocupar no es la que le he indicado.

-¿Qué pasa? ¿Adonde me lleva? –pregunto, tratando de no mostrar miedo.

-Tranquilo… Es que a ésta hora hay mucho tráfico. Me he metido por aquí para escaparnos de algunas colas y llegar así más rápido.

A pesar de que el sujeto moreno con pinta de marroquí habla con mucha naturalidad y calma, no logra tranquilizar mis nervios. Inmediatamente recuerdo la voz de mi mamá: «Mucho cuidado, Daniel. Caracas es una ciudad peligrosa. Está llena de gente mala». Entonces le pido al sujeto que pare y me deje bajar. Me ignora y sigue conduciendo. El temor se apodera de mí y le grito al tipo para que se detenga. Finalmente lo hace en una zona solitaria y oscura.

-Bájate pues –me dice-. Dame todo lo que traes y bájate.

-¿Qué? –cuestiono, incrédulo ante la situación.

-¡Que me des todo nojoda! –afirma sacando un arma del costado de su asiento.

Le entrego mi celular, mis zapatos, todo el dinero que llevo, mi bolso y hasta el reloj que me regaló Alejandro. Ahí me proporciona un golpe en la cabeza con la pistola y me empuja fuera del auto. Caigo sobre la acera y tardo un rato en recomponerme. Me levanto y me toco el hilillo de sangre que me baja de la frente. Entonces, descalzo y aturdido, me dirijo a un edificio que está a pocos metros de distancia y pido ayuda al portero. Le solicito un teléfono. Él me lo facilita. Luego, marco el único número que se me viene a la mente.

- Aló –contesta Alejandro.

-Ale… Ne, necesito que me ayudes en algo –le expongo con un tono entrecortado.

- ¿Daniel? ¿Que pasó?

-Me acaban de robar y no tenía a más nadie a quien llamar… ¿Podrías venir a buscarme?

- ¡¿Te robaron?! ¡Dios! Pero, ¿estás bien?

-Si, si. Solo quiero que vengas por mí.

- Ok. Dame la dirección y voy ya por ti.

Tras preguntarle la información que Alejandro requería para ir a buscarme al portero del edificio, colgué el teléfono y me senté a esperar. Las manos me temblaban y el hombre al notarlo me ofreció un vaso con agua para calmarme. No podía creer que algo así me acababa de pasar.

Justo cuando mi cuerpo comenzaba a relajarse aparece una camioneta negra en la entrada del edificio. Es Alejandro que ha venido por mí. Le doy las gracias al portero y me voy.

Alejandro se alarma con la herida de mi frente, pero le pido que no le preste atención.

-Debemos llevarte a una clínica –dice.

-No, cuando llegue a la casa me lavaré bien. Ya casi no me duele ni me sangra.

-Pero igual… Debiste aceptar que te llevara a tu casa cuando te lo ofrecí en la universidad.

-No puedo depender siempre de otras personas. Esto simplemente iba a pasar.

-Pero se pudo evitar.

-Ya olvidémoslo ¿si? –le sugiero, mientras me acomodo en el asiento del auto y cierro los ojos-. Avísame cuando lleguemos.

Oigo a Alejandro llamarme e instantáneamente sé, al desplegar mis parpados, que no me ha llevado a casa. Estamos a las afueras de su apartamento. Me explica que en mi residencia nadie salió a la puerta. Y como mis llaves se quedaron dentro del bolso que le dí al taxista, no tenía forma de entrar.

Aunque me niego por un momento a dormir en su casa, no me queda más remedio. Entro al lugar con actitud tímida sin saber porqué. Él me provee una toalla y me da permiso para que pase a bañarme. Lo hago. Me quito la sangre de la cara con cuidado y salgo. Afuera me espera Alejandro parado junto a la nevera, con unos cubos de hielo envueltos en un pañuelo. Está sin camisa, mostrándome todos y cada uno de sus abdominales, sus pectorales y sus fuertes brazos.

-Toma. Ponte hielo en la cabeza –me aconseja.

-Gracias.

Su cuerpo me hipnotiza, es perfecto. No dejo de observarlo.

-Si te incomoda que esté así, sin camisa, voy y me pongo una –dice, al darse cuenta que lo he estado mirando.

-No, no –le expongo rápidamente, sintiendo como mi cara se va enrojeciendo-. Es tu casa, puedes andar como quieras. Préstame algo viejo para dormir y me retiro.

Entonces me da un short vinotinto y me invita a cenar. Al parecer mientras me bañaba salió a comprar pizza. Insisto en no hablar más sobre el robo y comenzamos una conversación sobre la universidad, de los trabajos que tenemos pendientes. Al terminar dejamos los platos en el fregadero.

Como el apartamento de Alejandro tiene solo 2 habitaciones, comprendo que la que está detrás de la cocina será la mía. Pero él me detiene y me informa que allí no hay donde dormir. Me muestra el cuarto vacío, donde no hay más que una pila de libros y carpetas en un rincón.

-La cama que había ahí se la llevó mi papá al apartamento de la playa. Como nadie la usaba aquí… –me explica.

-¿Entonces?... ¿Dónde dormiré yo?

-Pues… Conmigo. No hay otro lugar. No tengo sofás ni colchonetas.

La idea de dormir con él me ponía nervioso, pero no había más opción. Su cama era grande y tomé el lado izquierdo. Él se sentó al otro costado. Rezaba por quedarme dormido rápido, no quería que pasara nada entre nosotros. Luego de darle una hojeada a un libro, se paró y salió del cuarto. Poco a poco fui cerrando los ojos y de un momento a otro caí rendido.

Siento que alguien me toca la frente, me acaricia, y lucho por abrir los ojos. A pesar de la cantidad de sueño que tengo, logro despertar.

-¿Qué quieres? –le digo a Alejandro.

-Discúlpame, no quise despertarte. Estaba revisándote la herida.

-Pues hazlo en otro momento. Trato de dormir.

-¿Sabes que te quiero, verdad? –manifiesta, con un cambio abrupto de tono.

-¿Qué?

-Te quiero Daniel. Y quiero que estemos juntos. Perdóname si hice algo para ofenderte antes, pero necesito que estés conmigo.

-¿De que hablas? Acuéstate –trato de hacerme el indiferente.

-Tú eres todo lo que un hombre puede pedir… Eres inteligente, lindo y me gusta andar contigo.

-Ya. No enumeres mis cualidades, solo duérmete y déjame dormir –suelto en tono áspero y Alejandro se retira.

A la mañana noto que ha dormido en el suelo de la sala. Lo levanto y le pido algo de dinero prestado para irme a mi casa. Me señala el mesón, donde hay un montón de billetes arrugados. Se va a la cama y yo me hallo avergonzado por la forma en que lo traté anoche. Me recuesto con él y le pido disculpas. Siento su cuerpo caliente. Entonces se voltea y me roba un beso. Yo le doy otro y me despido.

-Feliz cumpleaños –le susurro al oído y me marcho a casa.

Al llegar a la residencia noto que el auto de la señora Carmen no está y ruego a dios porque haya alguien que me abra. Toco el timbre y espero. Nadie sale. Toco de nuevo. Sale Fernando.

-¿Has dormido afuera? –pregunta inquietado.

-Sí –respondo, mientras me adentro en la casa-. Anoche me robaron cuando venía camino de la universidad y tuve que pedirle ayuda a un amigo. Me quedé en su residencia.

-¿Un amigo? –inquiere, con un tono parecido al que se usa cuando se está celoso.

-Sí, estudia conmigo.

-Ummm… Y ¿Tu estas bien? ¿No te hicieron nada los que te robaron?

-Era un taxista y sí, estoy bien. Aunque me golpeó en la frente, sangré un poco, pero ya estoy recuperado de eso.

-¿Seguro? Déjame ver cómo fue el golpe.

-No te preocupes, estoy bien.

-Estuve… Estuve algo angustiado por ti. Ni siquiera me has dado tu teléfono para llamarte.

-No hubiese servido de nada. Me lo robaron –expreso en tono de naturalidad-. Y ¿Aquí no hay nadie o que? Todo está en silencio.

-Mi mamá se fue ayer a Margarita, a casa de mi hermana. Nina está para la playa y la otra muchacha supongo que se fue con su familia.

-Ya recuerdo. La señora Carmen me había dicho que viajaría este fin de semana… Entonces estamos solos.

-Completamente.

-¡Perfecto! –exclamo con aire de euforia.

-¿Perfecto porque?

-Porque estamos solos… Lo he pensado y siento que estoy listo.

-¿Listo para…? –no concluye su frase.

-Para tener sexo –la concluyo yo.

-¿Estás seguro?

-Sí

-¿Cuándo quieres hacerlo?

-Esta noche.

Hoy me convertiría en hombre, hoy dejaría atrás el niño que solía ser. Con Fernando a mi lado no había nada que me atemorizara.

-Anoche, durante el atraco, solo pensaba en ti. Quería escapar de ésa situación para volver a verte –le revelo.

-Yo casi no dormí, esperándote. Me hacía falta tu olor, tu sabor, tu piel.

-Te amo –le digo y nos comenzamos a besar.

Nunca pensé en llegar a ser uno de esos gays cursis, pero cuando la persona indicada llega a ti, quieres demostrarle todo lo que sientes por ella. Y la verdad es que amo a Fernando, lo amo. Sin él perdería el rumbo de la vida.