Crónica De Cómo Se Rompe Un Corazón (Paso III)

«Me está follando, lo tengo dentro de mí», pienso. Luego voy sintiendo como mi culo se va acostumbrando a la forma de su verga, con todo y venas, y me emociono con su olor a hombre, a macho. Aunque cada vez se pone más agresivo con sus embestidas, no quiero que se detenga. Me hala la cabeza hacia atrás y me besa. Éste es un momento único que quiero preservar en mi memoria por siempre. Pero entonces se escuchan pasos y le pido a Fernando que pare. No lo hace. El sonido se incrementa. Alguien se acerca y la puerta yace completamente abierta. Tengo miedo de que puedan vernos. Le grito a Fernando, pero se niega a sacar su verga de mi culo. Ya es demasiado tarde, la señora Carmen nos ha visto.

“Amar a alguien es algo natural y es lo que busca todo el mundo. Amar a quien no se debe es doloroso e innecesario. Amar a quien nos ha hecho daño es la mayor locura de la que puede sufrir un hombre”.

El Autor

Paso III: Abrir tu Corazón

Sin duda Fernando sería la mejor opción para acabar con la cuestión de mi “inexperiencia sexual”. Solo necesitaba responder algunas interrogantes que tenía sobre él para alcanzar el siguiente paso. Debía encontrar la manera de recavar más datos sobre su vida y descifrar si de verdad era una persona segura.

Para no perder tiempo valioso en planes y estrategias, me puse a hacer las presentaciones que tenía pendiente, obligando a mi cerebro a concentrarse en eso y no en Fernando que yacía a unos metros de donde yo estaba. Después me ocuparía en indagar sobre él. Pasada la hora del mediodía ya había terminado todo. Ahora tenía hambre. Aunque en el contrato del alquiler de la habitación está estipulado que cada quien tiene derecho a prepararse su propia comida, la señora Carmen no se lo permite a casi nadie. Ella insiste en hacernos desde el desayuno, el almuerzo y hasta la cena. Y, por supuesto, ninguno de los residenciados nos quejamos.

¡Toc! ¡Toc!, suena la puerta de mi cuarto y se trata de la señora Carmen que ha venido a avisarme que la comida está servida. Le digo que la alcanzo en un momento, luego de que ordene mis libros.

Bajo y al llegar al arco del comedor observo a las tres personas sentadas a la mesa y lo que hacen: la señora, revolviendo la carne de los espaguetis que ha preparado; Nina (la otra residente), revisando su celular, como siempre; y Fernando, tratando de sacarle conversación a la muchacha que está a su lado, la cual curiosamente lo ignora. Chantal aún no ha regresado de clases y por eso solo almorzaremos nosotros cuatro. Me siento junto a la señora Carmen y quedo de frente a su hijo.

-¿Cómo están? –digo.

-Hola Daniel –me responde Nina, despegando por un segundo la vista de su móvil.

-Bien ¿y tu? –expone Fernando con su habitual sonrisa pícara.

-Bien –termino diciendo.

-Bueno vamos a comer. Buen provecho a todos –dice la señora, como dando el permiso para que empecemos a deleitarnos con su comida.

La conversación en la mesa fluye bien, como es habitual, a pesar de que tenemos nuevo integrante. Nina, que estudia medicina igual que yo -aunque con dos años de ventaja-, me comienza a hablar sobre un viaje a la playa que hará el fin de semana con su novio y unos amigos, y me pregunta si estoy interesado en ir. Amablemente le digo que no, pues debo asistir al cumpleaños de un amigo. Inmediatamente la señora Carmen le comienza a recitar unas cuantas advertencias sobre los peligros del mar, hasta que de pronto da un grito:

-¡Válgame Dios! Se me había olvidado… Daniel, este es mi hijo –me explica señalándolo-. Anoche olvidé presentártelo. Que descortesía la mía.

-No se preocupe –le pido a la señora-. Mucho gusto, soy Daniel Domínguez –digo, al tiempo en que le estrecho la mano al hombre que me han presentado.

-Aunque ya nos habíamos conocido, igual mucho gusto. Fernando Castelar –me responde, con una leve sonrisa en sus carnosos labios.

-¿Se habían conocido? ¿Cuándo? –inquiere la señora.

-Anoche –dice él-. Le pedí algo prestado para dormir.

-Ay que vergüenza. Te he dicho que no molestes a los residentes.

-No fue molestia –respondo yo.

-Igual. Hoy vas a tener que salir a comprar algo de ropa, ya que decidiste venirte de casa de tu hermana sin una maleta… Espero que le devuelvas a Daniel lo que te ha prestado.

-Lo haré, mamá. No te preocupes.

Durante el resto de la comida conversamos sobre cosas banales. Fernando no deja de mirarme y, a veces, hasta se atreve a hacer algún gesto sexual con la boca. Me pone nervioso que su mamá o Nina se den cuenta de lo que hace y por eso simulo no estar viéndolo. Terminamos de comer y cada uno lava su plato. Luego le pido a Nina que me acompañe al jardín trasero a estudiar, le explico que tengo unas dudas que quizás ella pueda resolver. Acepta. Nos sentamos en unas sillas de hierro que están bien apartadas de la casa, en un sitio que sirve para hacer parrilladas. Es mi lugar preferido de toda la residencia.

-Te pedí que vinieras porque necesito preguntarte algo, pero no tiene nada que ver con los estudios –le revelo.

-Ajá, y ¿De que va entonces?

-Pues… Es que… Tiene que ver con el hijo de la señora Carmen.

-Ya me lo suponía –dice entre risas-. Te ha gustado ¿eh?

Mi cara se pone roja tras el comentario de Nina y no logro negar lo que ella me ha dicho. Me conoce como una hermana mayor conoce a su hermano menor.

-Está guapo, no te culpo –manifiesta-. Aunque no es mi tipo.

-¿Desde cuando lo conoces?

-Desde que me mudé a aquí, hace casi dos años.

-Y ¿Qué hacía él entonces? ¿Trabajaba? ¿Estudiaba?

-Creo que trabajaba, pero no se en qué… Lo que recuerdo es que era un tipo muy conversador y se la pasaba coqueteando con todas las muchachas de la residencia, incluso conmigo.

-¿Se te llegó a insinuar?

-Sí, muchas veces. Pero como te digo, nunca me interesó en ése aspecto… Al corto tiempo se fue a Margarita con su hermana y no volvió más hasta ahora. Creo que estuvo implicado en problemas con drogas y por eso su mamá le pidió que se fuera. Temía que lo mataran o que lo encarcelaran. Yo estuve a punto de cambiarme de residencia a causa de eso.

-Guao, que historia.

-Si, por eso si estás pensando en llegar a tener algo con él piénsatelo otra vez. Aunque la verdad no creo que le gusten los hombres –es obvio que Nina ignora lo sucedido entre Fernando y yo para hacer este comentario.

-Seguro que no –concluyo, siguiéndole la corriente.

Tras un rato de plática decidimos irnos a nuestros cuartos cada uno. Me acuesto a repasar todo lo que Nina me ha dicho y sin pretenderlo me quedo dormido.

Abro los ojos y comprendo de forma instantánea que he dormido demasiado. Ya no entra luz por mi ventana y todo el cuarto está ahogado en oscuridad. Me siento en la cama y estiro mis brazos, espero unos segundos y luego me levanto para bañarme.

Al salir de la ducha soy precavido: me enrollo una toalla y me asomo antes de pasar a vestirme, no quiero volver a avergonzarme frente a Fernando. Como no hay nadie, prosigo. Justo cuando termino de ponerme un mono de algodón y una camiseta blanca, tocan a la puerta. Es Fernando.

-He venido a devolverte esto –me explica, mientras que en una de sus manos sostiene el short azul que le presté la noche anterior.

-Quédatelo, igual a mi no me sirve.

-No, como crees. Toma, es tuyo –insiste y lo pone en mis brazos.

-Que no importa. Tengo otros…

En medio de ése vaivén finalmente él decide conservar el short. Entonces se me queda mirando por unos segundos y después se me lanza encima. Entramos a la habitación besándonos y la puerta se queda abierta. Me tira sobre la cama y se quita la camisa que carga, se saca los pantalones y queda solo en boxers. Siento su lengua dentro de mí, en mi boca y siento como su mano se vuelve a escurrir por dentro de mis pantalones. Mi mente me dice que lo detenga, que lo detenga, pero no poseo la voluntad para hacer eso. Entonces pienso en que ésta es la mejor forma de perder la virginidad: siendo espontáneo. De pronto, uno de sus dedos alcanza mi ano y lo hace palpitar de emoción. Trata de introducirlo por el orificio, pero no puede, está muy estrecho. Entonces saca su mano y se dispone a desvestirme primero. Luego me pone a cuatro patas, se ensaliva el dedo medio de su mano derecha y comienza a meterlo a través de mi culo. Muerdo la almohada y no paro de gemir. Siento que puedo morir de placer. Estoy a punto de empezar a masturbarme cuando él me dice que no lo haga y busca un envase de crema corporal que tengo sobre mi mesa y con ella se embadurna su verga. Es grande, gruesa y hasta se le pueden sentir algunas venas. La toco y siento algo de miedo, no estoy seguro de que logre pasar a través de mi orificio, pero él me besa y me calma. Aunque la puerta sigue abierta ninguno de los dos prestamos atención al detalle. Entonces llega el momento. Se coloca detrás de mí y siento como su gran verga toma lugar entre mis nalgas. Poco a poco empieza a empujar y la punta de su glande va abriéndose espacio hasta que, luego de varios intentos, logra entrar enteramente en mi culo, desvirgándome. El dolor es inevitable, pero velozmente es reemplazado por el placer. Allí comienza su mete y saca, y percibo como su calor va apoderándose de los adentros de mi ano. «Me está follando, lo tengo dentro de mí», pienso. Luego voy sintiendo como mi culo se va acostumbrando a la forma de su verga, con todo y venas, y me emociono con su olor a hombre, a macho. Aunque cada vez se pone más agresivo con sus embestidas, no quiero que se detenga. Me hala la cabeza hacia atrás y me besa. Éste es un momento único que quiero preservar en mi memoria por siempre. Pero entonces se escuchan pasos y le pido a Fernando que pare. No lo hace. El sonido se incrementa. Alguien se acerca y la puerta yace completamente abierta. Tengo miedo de que puedan vernos. Le grito a Fernando, pero se niega a sacar su verga de mi culo. Ya es demasiado tarde, la señora Carmen nos ha visto.

-¿Daniel?... ¡Daniel! –la escucho decir.

Pero entonces Fernando se vuelve humo y se evapora, dejándome completamente solo en aquella cama. Finalmente abro los ojos y descubro que todo ha sido un mal sueño. Aún así alguien me sigue llamando.

-Daniel, ¿estás despierto? ¡Daniel!

Es la señora.

Me arrastro hasta la puerta y le abro.

-Daniel ¿hoy tampoco vas a cenar? Eso no te hace bien –me explica-. En la cocina te dejé unas empanadas. Baja y comételas ¿si?

-Está bien, señora Carmen –le contesto, aun somnoliento-. Ahorita bajo y como. Gracias.

-Ok. Yo me iré a acostar, estoy cansada… Hasta mañana.

-Hasta mañana.

Mientras me recomponía de haber dormido toda la tarde y de haber tenido el sueño más excitante y perturbador de mi vida, me dispuse a bajar a la cocina. Eran ya pasadas las nueve de la noche, no lograba entender como había dormido tanto. Todos estaban en sus cuartos ya. Entonces me siento al borde del mesón, sobre un alto taburete y empiezo a mordisquear las empanadas. Cuando menos lo pienso aparece Fernando parado en la puerta de la cocina.

-Pensé que nunca saldrías de tu cuarto –dice.

-Me quedé dormido hasta ahorita.

-Y le pasaste el seguro a la puerta. No querías que nadie interrumpiese tus sueños.

-Claro, no deseo que se repita lo de ayer –hablo con él sin molestarme en levantar la mirada del plato-…Y ¿Cómo sabes que tranqué la puerta con seguro?

-La estuve probando.

-Ah, pretendías entrar nuevamente a mi cuarto sin permiso.

-Solo para entregarte el short que me prestaste.

-Pues puedes conservarlo. A mi me queda grande.

-Ummm… Gracias entonces.

Al decir esto Fernando da un paso adelante y se coloca bajo el foco de la lámpara. Allí me doy cuenta de que anda sin camisa y descalzo, resguardado solo bajo un tenue calzoncillo blanco. Su cuerpo es increíble: tiene esos pectorales que son firmes sin necesidad de ejercicio, sin duda una bendición de buenos genes; su abdomen es plano aunque no definido; todo su torso se halla cubierto por un fino terciopelo de pelillos amarillentos; sus tetillas son rosadas, pequeñas y se hallan duras, quizás por causa del frío de la noche; y sus brazos se observan fuertes y un tanto musculosos. En su cara la barba le ha ido creciendo.

-¿Qué? ¿Tengo una cucaracha en el pecho? –bromea por todo el rato que me le he quedado mirando.

Me sonrojo. El se sienta a mi lado y me toma por una pierna, luego comienza a hablarme:

-Me gustas, Daniel. Me gustas mucho.

-Tú también me gustas, pero…

-¿Pero que?

-No se nada sobre ti.

-¿Cómo? A ver… ¿Qué quieres saber?

-¡Todo!

-Pero ¿Qué es todo?

-Creo que sería más fácil decirte lo que no quiero saber de ti –pienso y sin darme cuenta lo digo en voz alta; rápidamente corrijo:- Este… ¿Adonde estabas viviendo antes?

-Con Carla, mi hermana. Ella vive en Margarita y me tuve que ir con ella porque –se detiene un momento para pensar bien lo que me va a decir-… porque estuve metido en un problema.

-¿Un problema?

-Sí, este… Espero que no me juzgues por lo que te voy a contar.

-Tranquilo, eso no lo haría nunca.

En ese momento Fernando decide abrirse ante mí y comienza a contarme el drama de su vida.

Fue adicto a la cocaína, luego de probarla por primera vez a los 16 años. A los 17 ya había consumido heroína. Logró graduarse del bachillerato a regañadientes de sus padres, pero se negó rotundamente en entrar a la universidad. Al cumplir los 18 desapareció con un grupo de “amigos” por varios meses y al regresar a su casa se enteró que su papá tenía cáncer. Frente a ése suceso tuvo que enseriarse; consiguió un trabajo, dejó de consumir y se halló una buena novia. Al tiempo su padre murió. Entonces, sufrió una recaída en el vicio y fue pasando de un trabajo a otro y de una chica a otra. Hasta que un día se metió con la mujer equivocada: se acostó con la novia de un “distribuidor”. Allí entendió que debía desaparecer porque lo iban a matar. Se mudó con su hermana. En Margarita encontró un trabajo y  vivía bien, pero sentía la necesidad de volver a Caracas. Luego, un día, leyendo el periódico descubrió que el traficante que lo quería muerto había sido abaleado junto con toda su familia en su propia casa. Entonces Fernando vislumbró la oportunidad de volver a su hogar.

Al culminar la narración se queda dándole vueltas a un vaso entre sus manos, sin atreverse a mirarme a los ojos. Aunque toda su historia me podía parecer atroz, yo no tengo el poder de juzgarlo. No conozco los motivos que lo habían llevado a esos vicios. Entonces reacciono y recuerdo que en todos nuestros encuentros anteriores había sido yo el que se hallaba cohibido por él y me di cuenta que ahora la cuestión estaba a la inversa. Pero no sabía que hacer ni que decir en estos casos, así que me dejé llevar por los instintos. Lo agarré suavemente por el cuello y lo besé. Nuestras lenguas se cruzaron por unos segundos y luego se separaron. Resultó como si fuese nuestro primer beso, porque fue sincero, corto y pausado.

Al cabo de un par de minutos silenciosos él me preguntó:

-¿Y tu que? ¿Cómo ha sido tu vida hasta ahora?

Y mi respuesta fue un monologo de cerca de media hora de duración, durante el cual Fernando solo se dispuso a asentir con la cabeza de vez en cuando –para corroborarme que estaba prestándome atención- y a mirarme como un niño curioso. Le hablé de mi sobreprotectora madre, de mi recio padre, de mis divertidos hermanos y de la vida que había llevado en Mérida. Nunca le mencioné a Alejandro, aunque sí le hablé de un chico que se había interesado en mí. Le conté del miedo que sentía de estar junto a otra persona y del drama de ser gay.

Cuando íbamos por el segundo beso de la noche, el más ardiente, observé de reojo mi celular y noté la hora que era: ¡11:56! Debía irme a dormir. Así se lo hice saber a Fernando y nos despedimos con un último contacto de nuestras bocas.

Aunque Fernando había tenido un pasado turbio, ahora era un hombre diferente. Por eso estaba más que decidido a aferrarme a él. Quizás todo lo que me había contado había hecho que empezara a quererlo, no lo sé. Lo cierto es que ahora lo veía con otros ojos.