Crónica De Cómo Se Rompe Un Corazón (Paso II)
Mi vida había pasado de ser simple a muy complicada en un día. Por un lado tenía a Alejandro: el chico perfecto para tener de novio. Y por otra parte estaba Fernando: el hombre ideal para follar y perder mi virginidad. Debía decidirme por uno y debía hacerlo rápido. Ambos me gustaban, ambos eran buenos con sus bocas, pero sería injusto tenerlos a los dos al mismo tiempo.
“Amar a alguien es algo natural y es lo que busca todo el mundo. Amar a quien no se debe es doloroso e innecesario. Amar a quien nos ha hecho daño es la mayor locura de la que puede sufrir un hombre”.
El Autor
Paso II: Cambiar a “un mal conocido” por “un bueno por conocer”
Nunca una noche se hizo tan larga ni un amanecer tan lejano, pero apenas la luz del sol apareció en mi ventana fui directo a arreglarme para salir hacia la facultad. Anhelaba intensamente toparme con Fernando en mi camino a la cocina o en la sala –donde se suponía que pasaría la noche-, para hablar con él e intentar recolectar información que me ayudase a entender lo que había pasado el día anterior, o solo para mirarlo otra vez. Pero resulta que no estaba en ninguno de los dos lugares. El sofá se hallaba intacto, como si nadie hubiese dormido sobre el; y en la cocina solo estaban la señora Carmen, preparando su café, y Chantal: otra de las residentes de la casa. Aquello era extraño ¿Acaso se había ido? ¿A donde? ¿Cuándo? ¿Por qué? Antes de darles respuestas a mis incógnitas debía siquiera comer algo, pues anoche, con todo lo sucedido, había olvidado cenar y mi estomago clamaba por comida.
-Buenos días –dije, y las dos mujeres en la cocina me devolvieron el saludo.
-Ahí en la mesa hay arepas si quieres –me ofreció la señora Carmen.
-Ok. Gracias… Me comeré una –le contesté.
-Toma las que quieras, muchacho. Debes de tener hambre porque anoche no vi que cenaras.
-No, tenía mucho que estudiar y se me pasó por alto comer –le expliqué con una risa nerviosa.
-¡Por Dios muchacho! Tienes que alimentarte, estás estudiando y necesitas andar nutrido.
A veces la señora Carmen se comportaba como mi mamá, estaba al pendiente de todas mis cosas, si comía, si estudiaba, si salía. Pero era prudente, mantenía distancia y no cometía la osadía de querer controlarme, como en muchas ocasiones lo hacen las madres. Lo que se atrevía a decirme lo hacía en tono de sugerencia, recomendación o advertencia; al fin y al cabo yo era un muchacho de 19 años en una ciudad prácticamente desconocida y ella era una mujer jubilada con experiencia en la vida que podía servirme de guía.
Me preparé dos arepas y un vaso de jugo de naranja. De verdad nunca había tenido tanta hambre. Pero justo cuando me disponía a dar la primera mordida a mi desayuno el teléfono sonó y la señora Carmen corrió a atenderlo. Chantal se despidió y partió a sus clases. Entonces todo quedó sumergido en el silencio de la mañana, llegándose a percibir solo el cantar de los pájaros a través del ventanal, el estertor del aire acondicionado de la habitación de la señora y la voz de ésta desde la sala. Era imposible tratar de no escucharla:
-Estaba por llamarte.
…
-Sí, llegó anoche. ¿No pudiste aguantarlo más tiempo allá?
...
-¡Pero es que es tu hermano!...
…
-¿Cuánto te robó?
...
-Bueno ahora salgo y te hago el depósito.
…
-Si, si. No te preocupes.
…
-Ahorita está dormido en mi cama, cuando se despierte hablaré bien con él.
…
-Sí, está bien.
…
-Bueno, chao.
No conseguía la forma de asimilar todo lo que mis oídos habían captado. Sin duda hablaban de Fernando, pero lo que no entendía era ¿Por qué su mamá lo quería mantener lejos? y ¿Qué lo había motivado a robar? Al parecer éste hombre solo traía incertidumbres y preguntas a mi vida, pero ya por lo menos sabía que su madre le había dado alojo en su cama, quizás para que no durmiera incómodo en el sofá. Me apresuré a terminar de comer y a lavar el plato para partir rumbo a la facultad.
Al salir de la casa me despedí de la señora.
La clase de anatomía ya había comenzado cuando llegué al salón y todos se encontraban ubicados en sus puestos, escuchando la explicación del profesor. Gaby, que se hallaba en un rincón junto a Clara y Jorge, me hizo señas para que me uniera a ellos. Lo hice. Al poco tiempo el profesor inició su ronda de preguntas. Tomó la lista de estudiantes y le echó una hojeada. Estaba asustado, no quería que me preguntara a mí porque no había logrado estudiar como corresponde. Afortunadamente no fue mi nombre al que llamó, dijo: «Ruiz… Ruiz, Alejandro».
El apuesto muchacho se puso de pie y esperó a la pregunta del profesor, luego de que éste se la dijera se dispuso a responder. Se notaba algo nervioso, pero lo manejó de forma apropiada. Yo le conocía bien a Alejandro y sabía que la presión y las miradas de otros no eran cosas que lograran desconcentrarlo. Desde que habíamos empezado la carrera trató de hacerse mi amigo y, tras conseguirlo, buscó algo más. Me llevó al cine, me regaló un reloj que yo quería y al tiempo me pidió que me quedase en su apartamento una noche. Vivía solo en un piso. Aunque le había aclarado que no me sentía listo para tener sexo con alguien ni, mucho menos, para estar de pareja con un hombre, él me expresó que eso no era lo que buscaba conmigo… todavía. Aún así, al llegar a su residencia nos comenzamos a besar, él me tomó en brazos y me llevó hasta su cama. Era fuerte pues iba seguido al gimnasio –cada que las clases se lo permitían-, y llevaba una cresta como peinado, parecida a la mía, pero más alta. Me colocó sobre sus almohadas y me comenzó a desabotonar el pantalón. Yo protesté. Me tranquilizó con un suave beso y luego me lo terminó de bajar hasta las rodillas. Lo mismo hizo con el boxer que llevaba. Al estar mi pene erecto al descubierto se quedó mirándolo unos segundos y, tras quitarse su camisa, se dispuso a acariciarlo con la mano. Lo metió finalmente en su boca y sentí algo que jamás había imaginado sentir. Un cosquilleo me adormeció las piernas, haciéndome incapaz de pararme. Entonces él dio inicio a un ritmo más frenético, chupándolo de arriba hacia abajo sin pausa. A ratos daba un descanso y se entretenía tratando de meter su lengua por el pequeño orificio de mi glande. No tardé en sentir la calentura en mis testículos. Me preguntó si me gustaba lo que hacía y entre gemidos le respondí que sí. Era increíble el placer que me proporcionaba. Yo lo sostenía por la cabeza y él no paraba de succionar mi pene. Al poco tiempo percibí como su labor había dado resultados y como la leche de mis huevos buscaba salida. «Me-me vengo» alcancé a decir y entonces él irguió su espalda y el chorro de mi semen se desbordó sobre su pecho.
Ése fue mi primer sexo oral y lo disfruté mucho. Pero la “relación” entre nosotros se vio afectada cuando Alejandro planeó después que yo le devolviera el “favor”. Nunca había sido el novio de nadie, nunca había tenido un acercamiento sexual con nadie y ahora él pretendía que de un día a otro me desinhibiera, me olvidara de todo y me entregara sin más. Había pasado 19 años en solitario y debía acostumbrarme ahora a estar con alguien y a compartir mi cuerpo con ésa persona. No sé si es inmadurez, pero lo cierto es que hasta dejamos de hablarnos más allá del respectivo “hola” y “chao”. Sin embargo, debo admitir que todavía me gusta y que quisiera que mi primera vez, mi primera penetración, fuese con él.
En medio del interminable monologo de Alejandro, sobre la disposición y forma de un hueso del cual no recuerdo el nombre, me di cuenta que uno de los cristales de mis lentes se había agrietado ligeramente, producto seguro de la caída que había sufrido la noche anterior. A pesar de que los llevaba dentro del bolsillo derecho de mi pantalón -pues habitualmente los uso solo para leer y escribir-, consiguieron salir lastimados. En ése momento, cuando repasaba el accidente, se me hizo imposible no pensar en Fernando; en cómo había conseguido verme desnudo, filtrándose en mi habitación, y en como generaba una sensación en mí que nunca había sentido por nadie, ni siquiera por Alejandro. No podía sacármelo de la cabeza, mi mente no dejaba de repetir su nombre. Creo que hasta había soñado con él, solo que ahora no recordaba el sueño.
Entre pensamientos se fueron pasando los minutos y de un momento a otro Alejandro se calló y el profesor se marchó. La clase había terminado.
No teníamos pautada ninguna otra actividad académica para ése día y, por lo tanto, disfrutaríamos de una tarde libre. Mis amigos se pusieron de acuerdo para salir un rato, pero yo debía terminar unas presentaciones en la computadora para el seminario de histología de la próxima semana. Ésta vez Gaby si se ofreció en llevarme a casa, junto a Clara y Jorge. Durante el trayecto pensé en contarles lo que me había pasado con Fernando, ya que ellos tres son mis mejores amigos, pero luego decidí que no lo haría hasta tener la situación más clara. «Quizás mañana», pensé.
Llegamos a la residencia y deduje que la señora Carmen no estaba, pues su auto no se hallaba en el garaje. Me despedí de mis compañeros y quedé en enviarles las presentaciones por e-mail. Entré a la casa y todo estaba muy oscuro, alguien había cerrado todas las ventanas y había bajado las cortinas. Coloco el bolso sobre uno de los muebles de la sala e inmediatamente siento a alguien que me rodea con los brazos y me pega de la pared. Lo primero que pienso es que un ladrón se metió a la casa y quiero gritar por ayuda, pero entonces me doy cuenta, a medida que mis ojos se acostumbran a la falta de luz, de que quien me sostiene estrechado contra él es Fernando. Los brazos me los ha inmovilizado colocándolos por encima de mi cabeza, pegados de la pared. Su respiración se mezcla con la mía y sus latidos son tan rápidos como los que el susto ha generado en mí. Justo cuando hago el intento por zafarme me estampa un beso en la boca. Yo giro mi cara y le grito:
-¡¿Qué haces?! ¡Suéltame!
Él hace caso omiso de lo que le he dicho y comienza a acariciar mi cuello con la punta de su nariz.
-¡Joder! Como hueles de bien –exclama.
Continúa subiendo, con sus labios rozando mi piel, hasta llegar a mi oreja. Entonces le da un pequeño mordisco que causa una especie de temblor y escalofrío en todo mi cuerpo, y regresa a mi boca. Su aliento es cálido, con un dulce sabor a chicle y su lengua logra dominar a la mía fácilmente. Yo ya casi no tengo fuerzas para oponerme. Cuando nota mi situación, me suelta los brazos y me toma por la cintura. Entonces me va besando con mayor intensidad mientras que su mano se escurre por la parte de atrás de mi pantalón. Completamente subordinado a él solo reacciono cuando su dedo empieza a abrirse paso entre mis nalgas, buscando el orificio de mi ano.
-Para, por favor. Para. –le digo, en tono de súplica.
-¿Por qué? No hay nadie en casa, estamos solos ¿Acaso no te gusta lo que hago?...
-Si, pero…
-Desde que te vi anoche sabía que esto terminaría así –manifiesta, al tanto que sigue besando mi cuello e intentando hallar mi ano entre el boxer que cargo y el pantalón.
-Apenas te conozco… No se nada de ti… ¡Para! –le grito y me lo quito de encima con un empujón.
-¿Qué pasa? Sé que te gusto y tu, pues… me gustas a mí.
-Es que no estoy listo para esto aún.
-Pero ¿Por qué?
Tras la pregunta todo queda en silencio y luego él vuelve a hablar.
-¿Acaso eres virgen?
-¡Pues si! –le respondo, medio obstinado por su tono de burla.
-Oh… Discúlpame entonces –me dice con cara de seriedad.
-Trataré.
-Es que no se que es lo que me pasa contigo.
-¿Por qué?
-Porque yo nunca había querido estar con un hombre, nunca un hombre me había causado excitación. Pero tú… Tú me estás volviendo loco. Y perdona si soy muy sincero, pero muero por follarte.
Que aquel hombre me dijera eso me hizo sentir supremo, con el orgullo y el autoestima aumentados. En el fondo yo también quería que él me follara, pero estaba la cuestión de que apenas llevaba conociéndolo un día.
-Necesito algo de tiempo –le expliqué.
-Puedo ser paciente –contestó él.
Entonces ambos tomamos rumbos separados en la casa: yo hacia mi cuarto, él a abrir las ventanas y a levantar las cortinas.
Me acosté sobre mi cama a desvariar sobre lo que acababa de vivir. Había tenido la oportunidad de tener sexo muy caliente con alguien que me gustaba un montón y la desaproveché. El miedo a entregarme a otra persona me consumía… Pero debía superarlo. De pronto mi celular sonó y lo atendí. Era Alejandro ¿Alejandro?
Alejandro: Aló ¿Daniel?
Daniel: Si, soy yo.
Alejandro: Ah que bueno… Este, te llamaba porque quería hablar contigo.
Daniel: Bueno habla entonces –me dirigía a él con un tono cortante debido a que estaba molesto porque me había sacado de mis pensamientos sobre Fernando.
Alejandro: Sé que llevamos varias semanas sin casi hablarnos, pero…
Daniel: ¿Pero que?
Alejandro: Pero quería saber si vendrías a acompañarme a celebrar mi cumpleaños el sábado.
Guao. Había olvidado por completo la fecha en la que él me había dicho que cumplía años. Creo que con aquella llamada buscaba reestablecer nuestra amistad, pero yo no estaba seguro de querer que eso sucediera.
-Bueno, tengo varios trabajos pendientes y estaba esperando el fin de semana para hacerlos…
Alejandro: Eres el único al que quiero junto a mí ése día.
Admito que sus palabras eran tiernas, pero no estaba seguro de corresponderlas. De igual forma decidí aceptar su invitación.
Daniel: Está bien. Ahí estaré.
Alejandro: ¿Irás?
Daniel: Sí, es tu cumpleaños ¿no? Debemos celebrarlo por todo lo alto –dije, en un tono que parecía contener algo sexual aunque, en realidad, no lo planeé así.
Alejandro: Ok… Nos vemos en clase entonces.
Daniel: Sí, hasta mañana.
Mi vida había pasado de ser simple a muy complicada en un día. Por un lado tenía a Alejandro: el chico perfecto para tener de novio. Y por otra parte estaba Fernando: el hombre ideal para follar y perder mi virginidad. Debía decidirme por uno y debía hacerlo rápido. Ambos me gustaban, ambos eran buenos con sus bocas, pero sería injusto tenerlos a los dos al mismo tiempo. Mi mente daba vueltas. Mis pensamientos me mareaban. Entonces un solo nombre se quedó resonando en mi cerebro: «Fernando». Sin duda creo que ésa sería mi mejor opción.