Crónica De Cómo Se Rompe Un Corazón (Paso I)

Este es un relato sin sexo que narra el comienzo de una relación tormentosa entre dos hombres. Los que buscan algo morboso no lo vayan a leer!

“Amar a alguien es algo natural y es lo que busca todo el mundo. Amar a quien no se debe es doloroso e innecesario. Amar a quien nos ha hecho daño es la mayor locura de la que puede sufrir un hombre”.

El Autor

Paso I: Sentirte atraído por la persona equivocada

La lluvia era mi única compañera aquella noche sin luna, cuando me dirigía empapado y agotado, tras un largo día en la universidad, hacia mi residencia en Los Caobos.

Mi madre me había insistido para que estudiara en Mérida, nuestra ciudad, pero como siempre decidí llevarle la contraria y me vine a Caracas. En parte porque aquí estála UCV que tiene uno de los mejores programas para estudiar medicina y en parte porque quería conocer la capital y sentirme libre al fin, sin el yugo de tener que aparentar ser perfecto ante la sociedad que me vio nacer. Toda mi familia se reveló atemorizada con mi decisión, por ser yo un chico de “apariencia débil” y “carácter sensible” en una ciudad carnívora, famosa por su violencia. Pero no tenían más opción que apoyarme y desearme buena suerte, pues resultaría injusto que pretendieran gobernar mi destino y administrar mi futuro, manipulando mis disposiciones. Así llegué a aquí: con una maleta que se desbordaba de sueños e ilusiones, con la inocencia de quien es niño aunque su cuerpo demuestre lo contrario y con varios besos sin estrenar en busca de una boca que los mereciese.

Ésa tarde tuve clase hasta casi las siete. Gaby, mi amiga, extrañamente no se ofreció a llevarme en su carro como otras veces. Entonces, en solitario, emprendí mi marcha hacia la parada de buses, pues aunque regularmente uso taxis, hoy el dinero no me ha dado para más. Me subo en uno y me voy a casa.

Tras el transcurso de unos kilómetros pido mi parada, bajo del transporte, se oye un ronquido motor, el bus acelera y quedo completamente solo en aquella calle de luz diminuta. De inmediato comienzo a sentir unas pequeñas gotas que caen sobre mi frente y pienso en que más nada puede salir mal. Me apuro para que la lluvia no tenga oportunidad de mojarme tanto, pero mi esfuerzo parece en vano. En unos cortos instantes el clima arrecia y me veo bañado de pies a cabeza. Puesto que mis libros están resguardados bajo la gruesa tela del bolso que llevo, me despreocupo y apaciguo la marcha, dejando escapar una corta risa que me alivia la tensión de la cara. Me resulta gracioso e increíble todo lo que he tenido que sobrellevar para conseguir llegar hasta la residencia. Pero aún me falta. Sigo caminando y solo pienso en alcanzar mi cuarto, bañarme, cenar y ponerme a estudiar para mañana. Mi vida es bastante simple en estos momentos y aunque mis amigos ya saben que me gustan los hombres, aún no me animo a buscar novio ni nada de eso. De pronto, mientras subo acera arriba, escucho unos pasos del otro lado de la angosta calle que me sacan de mis cavilaciones. A pesar de que no distingo nada, sí percibo que alguien me sigue. Al cabo de un par de segundos la lluvia parece disminuir y por fin mis ojos captan una silueta masculina. Mi cerebro se alarma, aumento el paso y cuando menos creo me topo con un murillo que me derriba, dejándome tirado en el suelo vulnerable para quien me persigue. Solo espero que me quite el celular y se vaya. «Que no me haga nada, que no me haga nada, que no me haga nada».

Pero para mi sorpresa el sujeto se acerca y me ayuda a levantarme.

-¿Cómo te caíste?... ¿Te aporreaste la cabeza? –me pregunta.

-No, estoy bien. Me tropecé con este estúpido muro, pero ya estoy bien.

-Tienes que ver por donde caminas… Esos golpes no son buenos.

-Si, siempre lo hago. Lo que pasa es que venía…

-¿Asustado? –inquiere, terminando mi frase.

-Un poco, si. La verdad si.

-Pues tranquilízate que no te voy a robar -Aunque la dijera en broma, aquella frase me calmó un tanto-. Estaba esperando que alguien de la casa pasara para aprovechar y entrar. Me he quedado sin llaves y mi mamá no me escucha, debe estar encerrada en su cuarto viendo televisión.

-¿Vive aquí usted? Nunca le había visto.

-No vivo aquí exactamente, vengo de vez en cuando. Pero veo que tú eres andino, puedes tutearme si quieres.

-Ok. ¿Y su mamá es…? Perdón, ¿Tú mamá quien es?

-Carmen, la dueña de la casa.

Estaba sorprendido. Aunque apenas llevaba viviendo allí 8 meses, la señora Carmen jamás me había hablado de un hijo suyo. Pero me convencí por completo de que su relato era cierto cuando la luz de la entrada de la casa le dio en el rostro. Era la misma cara del jovencito simpático que estaba retratado en una pequeña foto que yacía sobre la nevera: los ojos aceitunados, las facciones europeas, los labios carnosos, y a pesar de que el cabello lo tenía oculto dentro de la capucha del suéter negro que cargaba, sabía que lo tenía amarillento, al igual que su barba. Era fornido, pero se notaba que no iba al gimnasio. Debía medir cerca del 1.85 de estatura y aparentaba rondar los 25 años. Destilaba agua, igual que yo.

Al entrar fue directo a la cocina. Parecía estar muy hambriento. Yo me fui al cuarto, necesitaba bañarme. Como mi ropa estaba empapada tenía que llevarla al lavadero, debía sacarle el agua de lluvia y la tierra de la caída. Entonces me puse una toalla amarrada a la cintura y salí. En la cocina ya estaba la señora Carmen, al parecer, discutiendo con el sujeto. Cuando me vio aparecer a mitad del pasillo cambió el enojo de su cara por una expresión de ansiedad.

-¡Daniel!… Hola –me dijo nerviosa.

-Hola, señora Carmen ¿Cómo le va?

-Bien, bien.

-Que bueno… Este, voy a lavar esto –le expliqué mientras señalaba con la cabeza el rollo de ropa que cargaba en mis brazos.

-Vaya tranquilo. Sabe que esta casa es como la suya propia.

-Gracias.

Mientras ella y yo hablábamos me di cuenta de que el tipo no dejaba de verme, al tiempo en que se empinaba una cerveza que acababa de sacar de la nevera. Me observaba, detallando mi cuerpo. No sé si es que siente atracción por muchachos como yo o si simplemente, en su interior, se burlaba de mi apariencia. No soy feo –sin ánimos de parecer engreído-, de hecho, aunque soy delgado estoy muy bien tonificado gracias a la natación que practico y a que Gaby tiene un mini gimnasio en su casa que suelo usar; llevo lentes de empastado azul que contrastan con lo blanco de mi piel, pero del resto creo que mi cara está bien, incluso hasta llevo en mi ceja derecha un piercing pequeño que mis amigos me convencieron de ponerme. Como sea, seguí mi camino y sentí como su par de ojos se clavaban en mí. Era una situación extraña en la que nunca había estado.

Lavé todo, lo tendí y pasé a mi cuarto a bañarme. ¡Por fin estaba en mi ducha de agua caliente! Me enjaboné dos veces, con el noble deseo de quitarme la mala suerte que me había acompañado durante todo el día. Exterminé mis ansias de masturbarme con la imagen del hombre que me veía absorto en la cocina porque no me alcanzaba el tiempo, tenía mucho para estudiar. Me sequé y salí. Como se trata de mi propio cuarto, del cual mis papás pagan una renta, y al que se supone que solo tengo acceso yo, me he tomado la libertad de salir del baño sin una toalla. ¿Y cual es mi mayor sorpresa del día? Pues que el sujeto al que le di entrada, el supuesto hijo de la arrendataria, yace semiacostado sobre mi cama, boca arriba, apoyado en sus codos. Mi primer instinto es gritar por el susto, pero lo suprimo y regreso velozmente al baño por un paño. Cuando estoy en el cuarto de nuevo, el tipo se halla en la misma posición que antes solo que ahora también tiene una sonrisa insoportable esbozada en la cara. Lo miro y siento una mezcla de vergüenza, rabia e indignación.

-¡¿Qué haces en mi cuarto?! –le grito.

-Ya va, cálmate. Solo vine para que me prestaras algo de ropa. La mía está húmeda.

-¿No podías tocar primero?

-Lo hice, pero como te estabas bañando no me escuchaste y la puerta no tenía seguro, entonces decidí entrar y ver si tenías algo que me sirviera –Aunque hablaba en tono conciliador sabía que en sus adentros disfrutaba el haberme avergonzado.

-Tú eres la persona más especial de este mundo –le digo en tono sarcástico-: Entras a mi cuarto sin permiso y de paso te pones a registrar mis cosas.

-Chamo pero no es para tanto. Solo revisé la primera gaveta de tu cajón y no encontré nada.

-Pues que bueno.

-No entiendo. ¿Qué te molesta más? ¿Qué haya revisado tus cosas o que te haya visto desnudo? Somos hombres, tenemos lo mismo –Y mientras exponía esto se apretaba fuertemente el pene por sobre el pantalón-. No hay porque armar todo este alboroto

Me fastidia su actitud. Seguro percibe el hecho de que me parece un hombre atractivo y, aunque él no fuese gay, lo usa para descontrolarme y quizás también para… ¿excitarme? Al parecer su táctica funciona. Verlo sobre mi cama, con esa mirada tan pícara, con esos labios tan rojos y gruesos, apretando su paquete ¡su tremendo paquete!, todo eso va haciendo que mi pene se despierte. Justo cuando la erección comienza a dibujarse en el paño que llevo puesto, le exijo al sujeto que se vaya.

-Pero ¿por qué? Si estamos hablando tan cómodamente –dice, de forma irónica.

-Vete, por favor. Tengo que vestirme para ponerme a estudiar –le explico mientras tomo un cojincillo de la cama para tapar mi pene erecto.

-Está bien. Pero igual sigo necesitando que me prestes algo para pasar la noche. Sé que voy varias tallas más adelante que tú, pero cualquier cosa vieja que tengas me servirá. Eres el único al que puedo pedírselo en ésta casa. Como sabrás las demás personas alquiladas que tiene mi mamá son mujeres y a ellas no puedo pedirles nada.

La expresión de súplica de su rostro me produjo un raro cosquilleo en el paladar y luego un adormecimiento de la boca. No se a que se debía aquello, pero acepté en prestarle algo de ropa, si es que llegaba a encontrar algo que le sirviera. Sé lo incomodo que resulta estar mojado por largo rato. Le dije que se esperara y me metí de cabeza en el gavetero. Busqué y busqué hasta que hallé un viejo short azul de tela suave que me había regalado una prima durante un cumpleaños y que nunca usé por ser muy grande para mí.

-Toma. Es lo único que tengo que te podría servir.

-Bien. Es mejor de lo que esperaba. Ya me lo pruebo.

Al decir esto imaginé que iría hasta su habitación para probarse el short, pero no, decidió desvestirse en mi propio cuarto, delante de mí.

El tiempo pareció lentificarse. Primero se soltó el cinturón que llevaba y luego desabotonó el pantalón, la cremallera se fue abajo poco a poco y yo trataba de cerrar mi boca y de disimular las ganas que tenía de irle a ayudar en su labor. Entonces comenzó a tirar del Jean negro hasta que le cayó en los tobillos, dejando ver unas piernas monumentales, tal y como me gustan: ni gruesas ni delgadas, término medio; con abultadas pantorrillas y con unos minúsculos vellos rubios recubriéndolas todas. Con unos rápidos movimientos se deshizo del pantalón y con una sonrisa que parecía decirme: «Ah, te gusta lo que ves», me pidió el short y se lo puso por sobre el boxer rojo sangre que cargaba.

-Va. Me queda de maravillas. Mañana te lo devuelvo, cuando traiga mis cosas. Gracias hermano, me salvaste de dormir en pelotas en el sofá.

Por un momento aquel comentario me hizo desvariar. Imaginar que había arruinado la oportunidad de verlo desnudo en la sala. Hubiese sido la excusa perfecta para durar la noche entera pasando hacia la cocina por agua.

-De nada. Que pases una buena noche –le respondí.

-Seguro será así. Espero que te haya gustado lo que viste tanto como a mí me ha gustado lo que vi… Ah por cierto soy Fernando.

Al decir esto se esfumó hacia el pasillo, dejándome desconcertado. ¿Qué había pasado? ¿Yo le gustaba acaso? ¿Quería follar conmigo? ¿Había hecho todo aquello a propósito para despertar mi interés en él? Eran muchas interrogantes para mi cabeza, así que me vestí y me obligué a estudiar. Aunque en mi mente solo una cosa se había grabado, su nombre: Fernando.

Nunca una noche se hizo tan larga ni un amanecer tan lejano, pero con paciencia esperaría a la mañana.