Cristina y yo

Un amor profundo y delicioso entre un joven y una señora preciosa...

Crisitna y yo ( I )

Ahora es difícil imaginarme la vida sin ella; sin sus ojos, sus atenciones, sus caricias, sus palabras sabias, su cariño y su sexo. Recuerdo con tanta claridad la primera vez que tuvimos un momento erótico. Fue tan rápido e incomodo, pero tan lindo a la vez. Parecíamos dos jovenzuelos impulsados por la miel del amor arriesgándonos a todo por simple deseo.

Aprovechamos veinte minutos como ladrones en la soledad de la oficina colectiva sin quitarnos del todo la ropa, sino apenas desnudando lo vital para el goce corpral. Le robamos a la vida uno de los momentos mas emotivos y felices de nuestra historia. Fue una locura, sin duda alguna. Si alguien hubiera entrado en ese instante la carrera de Cristina como jefe de división en la compañía en la que llevaba casi 26 años laborando, hubiera tambaleado. Y la mía, la de un recién graduado de apenas ocho meses de experiencia, se hubiera terminado.

Ella sentada en su escritorio con su falda rosada larga a modo de pollera replegada a la cintura liposa de mujer en los 46. Yo de pie frente a ella para tener acceso a su cuerpo. Su calzón blanco apenas ladeado un tanto dejaba entrever una porción de su vulva, permitiendo que mi mano acariciran sus carnosidades y el suave pelaje a la vez que nuestras bocas se consumian en un profundo y desesperado beso. La camisa de mangas largas desbrochada solo hasta el tercer botón para que sus pequeños senos pudieran ser expuestos, con sus sostenes blancos y clásicos levantadaos y tensionados sobre su pecho rojizo para que parte de sus tetas y los pezones amplios  pudieran ser ofrecidos a mi boca hambrienta que tuvo el privilegio de chuparlos. Ella apenas si alcanzó a meter mano en mi pantalón y con incomodidad alcanzó torpemente a acaricarme el bulto que en mi calzón hacía mi pene enhiesto y endurecido.

Era viernes de pago, y casi todo el mundo excepto unas cuatro personas entre las que estábamos Cris y yo no habíamos ido al banco a cobrar. Eso nos dio tranquilidad de no ser sorprendidos con las masas en la mano. Así que con ansiedad la acaricié, la besé y le deboré ese par de senos blancos y bellos

Sudados, asustandos y con ganas de continuar, debimos detener nuestro momento apasionante cuando oimos voces de compañeros que se acercaban. Mi pene erecto palpitaba con fuerza en mis calzones mientras ella emitía susurros y gemidos precioso cada vez que sus pezones eran mordisqueados con ternura. Fue el comienzo de todo.

En la noche la llamé a su casa y contestó Carolina, su hija de 17 años. Me pasó a su madre que me saludó como si nada; como señal de que no era posible hablar con mucha privacidad. Mantuvimos una conversa fría hasta que ella cambió su tono de voz indicando que podíamos hablar con libertad. -Te gustò? -Si, gracias mi amor….lo disrfuté mucho...eres linda.. -Gracias…y tu estuviste espléndido…estoy loca por volverlo a hacer…..y lleguar hasta el final . Ese “al final”, era una clara indicación de que esa mujer estaba ansiosa de sexo y eso me emocionó

-podríamos mañana sábado después del trabajo?, le dije con voz entrecortada. -en eso pensaba….creo que puedo…un par de horas…te parece? -si amor de mi vida…no aguanto mas mis deseos…te amo tanto.. -Yo también te amo precioso -tengo que colgar…nos vemos mañana

Fue la noche mas ansiosa de mi vida. Tuve que ir al baño y rememorando los instantes y las sensaciones que habían ocurrido esa tarde en la oficina, me masturbé deliciosamente. Mi cerebro reprodujo con creciente claridad, la imagen de sus senos y las sensaciones suaves, cálidas y húmedas de sus labios vaginales y el pelaje púbico. Sus besos suaves se sintieron otra vez en mi boca y la esplosión de mi palo no se hizo esperar. Los chorritos blancos cayeron en el agua del inodoro totalmente dedicados a Crsitina.

A la mañana siguiente escogí mi mejor pinta y me perfumé mas de lo acostumbrado para estar con mi señora amada. Hasta tuve el cuidado de elegir el calzón mas reciente, el blanco que bien me hormaba y que tenía una pantera negra justo en la zona del bulto.

Si mi madre supiera que amo a una mujer apenas dos años menor que ella me ahorcaría, pensé mientras desayunaba ansioso por ver a mi Cristina.

Cuando llegué a la oficina que comparto con otros tres compañeros y Cristina, ella aún no había llegado, pero al cabo de cinco minutos entró con su bolso blanco, una blusa sin mangas de lineas coloridas que le dan un aire jovial, y un pantalón de jean bien ajustado. Parecía una mujer en los veinte. Estaba preciosa y fresca. Me fascinaba también verla así: informal.

Cruzamos miradas cómplices y lujuriosas. Me saludo con un simple besito en la mejilla como a los demas inundando el aire con ese perfume tan suyo. Sus curvas escasas, su pancita y sus pequeños senos se dibujaban bien con esa blusa bonita y alegre. La concha que sería toda mia lucía gordita y bien ajustada en ese pantalón. Mi pene se erectó y quise que las horas pasaran volando. Que fueran ya la 1:00 pm, para estar con ella. Me controlé y permanecí en mi cubículo y mi computador evacuando el trabajo pendiente sin mucha concentración.

Ella de vez en cuando pasaba frente a mi puesto y cada vez que podía guiñaba su ojo o colocaba su mano en extraño ademán, extendida y con los dedos juntos, dabjo de su mentón y me lanzaba un beso pícaro y sensual que acrecentaba mi ansiedad.

Pasaron las horas lentamente hasta que el reloj dio la una de la tarde. Esperamos a que todos se marcharan simulando querer terminar el trabajo. Cuando Cris y yo quedamos solos fuimos a almorzar algo liegro en el restaurante acostumbrado. Caminamos unas cuadras hasta llegar a un parque infantil. Allí nos sentamos un par de minutos y con creciente gracia me dijo

-bueno…heme aquí…toda tuya hasta las tres y media -si mi amor….gracias..estas preciosa -gracias…anda…vamos a “Los Amantes”, te parece?. Me propuso sin titubeos ese motel a las afueras de la ciudad en la via al aeroepuerto. -si…donde quieras

Cruzamos la calle y tomamos un taxi. Ella se puso sus gafas oscuros y amplias. Cuando le dije al taxista a donde queríamos ir, el nos miró con extrañeza a traves del retrovisor. No esparaba que se tratara de dos amantes, sino de una madre con su hijo mayor o de una tía con su sobrino favorito quienes subían a su taxi de vidrios oscuros.

El motel tenía acceso directo de  garajes a las piezas que arriendan por horas. Nos bajamos del taxi y nos adentramos en la alcoba. Era bonita. Amplia, con aire acondicionado central, un tapete azul claro cubría el piso, la cama ancha llena de almohadones tenía sábanas blancas perfumadas. El baño elegante era todo de vidrio y no había privacidad alguna, salvo en el inodoro. Había dos grandes espejos; uno en el techo justo encima de la cama y otro dispuesto en una pared lateral a la cama. Había un televisor, un sofá de dos puestos, unos cuadros de desnudos al carboncillo y una pequeña nevera con varias clases de bebidas y basabocas. Había un reloj que marcaba la una y 32 minutos. La verdad era linda la habitación y estaba a la altura de la ocasión. Allí tendríamos dos horas para vivir nuestra primera entrega de amor total.

II

Ninguno de los dos sabíamos que decirnos, pero si eramos muy concientes de que nuestros cuerpos hervían a fuego lento por poseerse el uno al otro. Yo me senté en el sofá y ella que no dejaba de admirar cada detalle de la habitación.Se notaba que poco o nada de experineica tenía sobre esconderse por amor en moteles. Era, de todas formas, una mujer que había estado casada por 14 años y llevaba 4 de separación con una vida sexual muy escasa o nula desde entonces.

Se sentó, sonriente a mi izquiera. Nos miramos y le ofrecí cerveza. Me levanté, fui al pequeño refrigerador y tomé un par de Heineken bien frías. La abrecé asíendola a mi lado como dos novios cuando miran televisión. Me dio de su cerveza con su mano como si me estuviera ofreciendo un biberón. Yo tomé e hice el mismo gesto para con ella. Eso nos hizo reir y disminuir la tensión reinante. Terminamos nuestras cervezas. Posó su mano de señora mayor, blanca y tierna sobre mi mejilla para obligarme a girar mi rostro y quedar frente con el de ella. Estaba tan linda con esa sonrisa adulta y segura. Sus ojos negros adornados con sus cejas tupidas cuidadosamente delineadas acentuaban su aire bonachón. Su mano estaba helada por haber sostenido la gélida botella de cerveza. Acerqué mi rostro al de ella y muy lentamente como si se tratara de dos tortugas, fuimos fabricando un beso. Sentí ese aroma tan suyo trasferirse a mi interior, sus labios carnosos pintados de un rosado tenue como chica quinceañera, se sentían suaves. Disfruté de ese beso como si fuera el último. Su lengua lentamente ingresó en mi boca enredándose con la mia. El beso tomó otro color y otra dimensión. Se volvió mas erótico. Nuestros cuerpos empezaron a ebullir. Cristina me hacía ver esferas multicolores a través de ese beso profundo y dulce que lejos estaba del que desesperadamente le habiamos arrebatado ayer al momento de soledad.

Mi mano neceaba ya un poco su cuello, su garganta y se posó suavemente sobre sus senos acariciando y pellizcando un poco por encima de su blusa. Tomamos un respiro y pude deslizar mis labios por las curvas de su cuello. Se lo besé con contundencia y estimulé alrededor de su oreja. Eso la estremeció y la hizo emitir el primer gemido que me endureció mas mi polla atrabaja aún en el calzón. Volví a su boca y las manos de Cristina que habían yacido quietas empezaron a desbrochar mi camisa para acariciar mi pelaje pectoral que tanto le fascinaba. Desnudé mi torso y la camisa fue a dar en la alfombra. Se aferró a mi cuerpo y su boca ansiosa me besó el cuello y luego las tetillas. Lo hacia con es dulzura fina y sabia de mujer madura enamorada. Sus manos no paraban de acariarme y sus ojos se embelesaban con mi cuerpo joven y terso. Su boca me regaló tantas caricias húmedas y calientes en mi pecho que sentí una energía recorrerme.

El uno al lado del otro no facilitaba la tarea, asi que Cristina decidió tumbarse de rodillas en la alfombra, descalza y resuelta, mientras yo seguí sentado en el sofá. Quedamos cómodamente frente a frente. Nos abrazamos y otro beso, corto y apasionado sellaría la siguiente etapa.

Le desbroché su blusa colorida con lentitud, mientras ella con morbo notable admiraba mi pecho y abdomen desnudos y echaba un vistazo al bulto evidente y vulgar que delataba a leguas mi máxima erección, aùn por encima del calzón y el pantalón. Sus manos acariciaban mis muslos como queriendo ya llegar a mi verga, pero ella sabía tener paciencia. Le deshice el último botón y luego ella misma con ademán erótico se quitó la blusa regalándome la visión hermosa de su cuerpo blanco semi desnudo. El sostén clásico blanco le hormaba perfecto. Su barriga, pese a estar rodeada de un anillo escaso de exceso de grasa típico de mujer sedentaria, conservaba su esbeltez, pues desde niña Cristina fue siempre delgada.

Nos abrazamos y sentí el calor de su piel desnuda transmitirse a  la mia. Ella, como obsesionada, me besó el pecho con un atisbo mas resuelto, procaz y notoriamente sexual. Su lengua fue devorando el caminito de vellos desde mi pecho hasta el ombligo. Luego volvía para descender cada vez un poco mas hasta toparse con la costura de mi pantalón y la hebilla del cinturón. Con desición y tomando las iniciativas como sucedió desde el principio, Cristina zafó parsimoniosamente la hebilla y el botón de mi pantalón. Bajó mágicamente la corredera y me regaló una mirada pícara como niña que sabe que está a punto de hacer una travesura.

-“si mi hija Carolina me viera en estas…..”, Alcanzó a decir mas para sí que para comunicarme algo.

Con un ademán de sus cejas me ordenó levantar mi trasero. Lo hice y aprovechó para halar y bajarme el pantalón. Sus ojos negros y exorbitados brillaron cuando el paquete basto dibujado en la tela delicada de mi calzón blanco salió a flote. Parecía como si fuera la primera vez que viera una verga aprisionada así. Tomó aire y terminó después de una pausa de retirarme el pantalón. Sus manos cálidas y nerviosas se adueñaron mi mis peludos muslos. Otra vez inicio su obsesiva lamida en mis tetillas y en el pecho. Resbaló otra vez su lengua por mi abdomen y cuando llegó al ombligo siguió derecho. Esta vez no hubo hebilla que la detuviera. Sus labios ansiosos y su nariz ávida de aromas sexuales se posaron justo en el bulto de mi verga. Restregó su boca, su nariz, su mentón, sus rojizas mejillas y hasta su frente contra la loma procaz con obsesivo desespero. De repente se detuvo y su nariz inhaló el vaho varonil de mi sexo. Luego dijo:

-“ahh..hacia rato me estaba perdiendo de esto…que rico…..huele  a hombre..”

Dio un beso justo allí evidenciando su deseo de mamar falo. Era curioso porque en la numerosas masturbaciones que había dedicado a mi Cristina siempre había evocado imágenes en las que recreaba su rostro orgásmico, sus senos blancos, sus nalgas preciosas o bien detallaba su vulva peluda siendo penetrada por mi. Pero curiosamente nunca me había imaginado a Cristina chupandome el palo.

Sus manos se posaron lateralmente en la costura del calzón. Quería desnudarme totalmente. Yo alcé nuevamente mi trasero para permitírselo. Me sonrió y cerró sus ojos en tono jocoso. Me bajó el calzoncillo lentamente con parsimonioso recorrido por mis piernas y cuando finalmente lo tuvo en su mano, lo restregó por su nariz inhalando el aroma combinado de secreciones varoniles. No abrió los ojos hasta que ceremoniosamente retiró el calzoncillo de su naríz. Sonrió con picardía y lentamente abrió bellos ojos negros. La expresión en ellos fue de hazaña y lujuria absoluta.

Contempló mi verga sin mediar gesto o palabra. Una sonrisa tenue quedó dibujada en su rostro. Yo deje mi pene posando para su exhibición sin tocarlo siquiera. Allí, estaba mi verga parada apuntando al techo, palpitando con su cabeza chata y rojiza, gruesa e inundada de venosidades que daban cierto aspecto agreste y con el par de huevos medio recogidos por el frio reinante . A ella le fascinó. Sus manos hasta ahora quietas sobre mis muslos empezaron a trabajar. Una acariciaba mi pelvis y la moña de vello púbico y con la otra hizo una abrazadera con sus dedos tomando la base del cilindro. La calibró con emoción y por fin inició una tenue masturbación mientras su rostro muy lentamtente se acercó hasta que la punta del glande se topó con su boca cerrada. Me dio un besito y luego la timidez y el recato se perderían para siempre.

Se dedico a disfrutar como si se tratara de la última verga del mundo. Sus ojos cerrados indicaban ensoñación. Sus labios recogidos en forma de círculo en gesto de beso, se restregaron sobre la cabecita roja una y otra vez. Luego continuó hasta abajo donde se unen la verga y las bolas para subir a la cúspide nuevamente. Por fin sacó su serpentina y juguetona lengua y una sensación placentera de calor y humedad femenina se adueñó de mi palo. Su lengua lamió a lo largo del garrote como si de un bombón se tratara. Cristina estaba sumida en un mundo de estrellitas lamiendo cada vez con mas seguridad y entrema mi verga. Yo me recreaba mirando su rostro gozoso y parte de su espalda desnuda y blanca en el espejo frontal.

Con firmeza Cris resolvió después de tanto lamer, saborear la cabeza hinchada. La metió en su boquita electrizando mi cuerpo. Se dedicó entonces a jugar con mi glande dentro de su boca jugosa, caliente y suave dándome lengüetazos suaves y firmes. Con la mano no paró nunca de pajearme aumentando mi goce. Se tomó confianza y la dueña de mi corazón engulló tres cuartas partes de mi falo inundándome de sensaciones profundamente eróticas. Empezón entonces a sacudir su cabeza rítmicamente consolidándo así una verdadera mamada. Su cabello negro y suelto se sacudía mientras ella engullía y sacaba un poco mi trozo de su boca. Mi cuerpo empezó a ebullir y la piel se me convirtió en un telar de sesnaciones indescriptibles que me pusieron a ver pajaritos rosados y azules a mi alrededor. Una onda de corriente palpitante recorría todo mi cuerpo mientras mis ojos se embelesaban viendo a esa bella mujer tragarse con morbo mas de la mitad de verga. Todo era increible, pero estaba pasando.

Tomó un respiro, soltó la verga que palpitaba sacudiendose con fuerza viril como si fuera estallar y sin dejar de mirarla rojiza y mojada de su propia saliva, echó sus brazos hacia detrás de su espalda y en dos segundos sus brazieres cayeron a la alfombra. Por fin pude mirar totalmente desnudos esos senos que ayer habia devorado incomodamente. Eran puntudos, paraditos y no tan pequeños como los imaginaba. Tal vez me había engañado por haberlos visto ayer aplastados por la presión del sostén medio levantado, pero tenía algo de carnosidad indudablemente. Lo mas precioso era el color rosado pàlido de sus pezones perfectamente redondos y amplios. Que tetas tan bellas.

Aprovehcé la pausa y tomándola por la costura del jean la besé en la boca mientras mis manos desbrocharon su jean ajustado. Le bajé la bragueta y con algo de esfuerzo le fui bajando el pantalón hasta poco mas debajo de sus poderosos muslos. Ella, que había permanecido desde el principio arrodillada se tumbó totalmente sentada en la alfombra para que yo pudiera halarle el pantalón. Lo hice y éste también fue a dar al suelo. Por unos segundos tuve la visión de su vulva carnosa ante mis ojos bajo la tela casi transaparente del panty de encajes que tenía puesto. Sus piernas blancas, gruesas y tersas se estiraron para levantarse frente a mi. Se sentó en el sofá junto a mi y con guiño y un gesto de sus manos me pidio que levantara.

Me puse de pié frente a ella con mi asta de carne parada. La acerqué a su rostro y ella la volvió a engullir hasta la mitad. Con sus manos masturbaba el resto. Lo hizo con dedicación y disciplina hasta que mi cuerpo no aguantó mas y mis eyaculaciones se hicieron irreversibles. Se lo hice saber y ella alcanzó a sugerirme con un extraño ademan que me girara un poco a la derecha al tiempo que sin dejar de masturbarme ella apartó un tanto su rostro de la dirección del eje de la verga. Mi verga estalló en su mano pringando de leche el sofá y algo de sus piernas. Cristina contempló todo con sus ojos desorbitados como si se tratara de un acto de magia. Vio cómo los proyectiles de semen describian parábolas cada vez mas débiles una tras otra  No retiró sus ojos hasta que la última gota espesa de semen no resbalara como hilillo en dirección vertical hacia sus piernas. Pero ambos sabíamos que faltaba mucho por hacer. El rejo marcaba las dos y y diesiocho minutos, aún faltaba bstante tiempo para el amor.

CONTINUARA