Cristina

Una amiga común nos presenta, y a partir de ese momento mi vida cambiará.

Escribo este texto porque mi amo me ha ordenado que describa como nos conocimos, jamás había escrito nada así, de hecho me siento avergonzada cuando leo lo que he escrito, pero deseo que el se sienta satisfecho con el texto.

No tengo voluntad propia, desde que le conocí me di cuenta de que mi vida había carecido de sentido hasta ese momento, si, es duro escribir esto, naces, creces, crees que te enamoras, te casas con alguien con el que piensas en un futuro feliz…pero todo eso era una farsa, jamás había sido feliz hasta que el azar me acercó a él.

Iba de compras por una zona céntrica de Barcelona, distraída, pensando en los zapatos que había visto unos días antes, cuando de pronto oigo una voz que grita mi nombre, miro y veo a Carla muy sonriente agitando los brazos, me acerco a ella, contenta de verla, nos besamos y comentamos los últimos cotilleos de nuestras amigas comunes desde que no nos hemos visto, me pregunta como estoy de ánimos después de mi divorcio, desvío la atención de la pregunta preguntando por Albert, su marido, y me dice que ha quedado con él y un amigo suyo en una terraza de la Barceloneta para tomar el aperitivo, y me ruega que la acompañe, porque seguro que hablarán de fútbol, economía, dinero y esas cosas, sonriendo y guiñándome un ojo,-acepto, pero con la condición de que primero me acompañes a comprar unos zapatos que he visto.

Salimos de la zapatería, andando y charlando nos acercamos a la zona marítima, confundiéndonos con los innumerables turistas que paseaban por la zona, nos acercamos a unas terrazas que hay cerca del museo de Historia y veo sentado a Albert, que al vernos nos sonríe y se levanta para saludarnos. Después de besar a su mujer me da dos besos en las mejillas a modo de saludo, presentándome a Jordi, este se levantó, beso a Carla y luego a mi, pedimos las consumiciones al camarero y empezamos una charla intrascendente, pero había algo en él que me impedía dejar de mirarle, su conversación, la manera en que se expresaba, las miradas que dirigía a mi persona, su sonrisa. Sin darnos cuenta era ya la hora de comer, Albert y Carla, se excusaron, tenían una comida familiar, con lo que nos quedamos solos los dos.

-Has entrado alguna vez a este museo?

La verdad es que no había entrado nunca, y un poco avergonzada se lo confesé.

-Pues ya es hora.

Me cogió de la mano, compró las entradas y accedimos dentro. Estuvimos un buen rato, él me daba explicaciones de la historia de la ciudad, de sus orígenes, de los condes de Barcelona, de la corona catalano-aragonesa, de la derrota de 1714, de la decadencia y del resurgimiento a partir de la revolución industrial, a medida que pasaba el rato, me sentía más pequeña ante sus explicaciones, me sentía vulnerable ante ese torrente de explicaciones. Me miró a los ojos, y sin darme cuenta bajé la mirada, en el momento en que sus manos acariciaban mi mejilla, a penas me moví, cuando sentí sus labios en los míos, cuando noté como su lengua jugaba con la mía. Acerqué mi cuerpo al suyo, noté como sus manos se deslizaban por mi espalda, llegando hasta mis nalgas, que apretaba con fuerza, y yo, ahí, sin apenas moverme.

-Vamos, no tengo ganas de seguir aquí.

Salimos del edificio, y paro a un taxi, indicándole la dirección, mientras interiormente me preguntaba que hacía allí, con un tipo que acababa de conocer, como podía ser que me hubiese dejado besar y manosear así, y lo que era aún peor, como era posible que fuese a su casa. Durante el trayecto casi ni me atreví a mirarlo, era una sensación muy extraña, deseaba estar ahí, pero a la vez sentía temor, me sentía indefensa. Llegamos al destino y el vehículo paró, pagó al taxista y le dijo que esperase un momento, nos apeamos y justo antes de entrar al portal me miró y me dijo:

-Decide ahora mismo si deseas entrar, o por el contrario quieres que el taxi te lleve a casa.

No dije nada, con lo cual él despidió al taxista, sacó las llaves y entramos al portal, subimos al ascensor, los treinta segundos que permanecimos dentro, se me hicieron eternos. Salimos de la cabina y abrió la puerta. Entramos en el piso y me indicó que me sentase en el sofá.

-Te has fijado Cristina? durante todo el rato en que hemos estado en la terraza, no has parado de mirarme, aunque tu mirada se desviaba cuando mis ojos pretendían encontrar los tuyos, a demás has intentado calentarme abriendo tus piernas y mostrándome esas bragas negras que llevas puestas. Espero que no seas una de esas mujeres que se conforman con excitar a los hombres –en ese momento iba a protestar-

-Cállate…aunque imagino que tras ese aspecto de no haber roto nunca un plato hay una mujer de verdad

Jamás me había sentido tan humillada, me había tratado de calentorra, sin apenas conocernos, aunque ese trato vergonzante me excitaba. Me miró de arriba abajo, y fijando sus ojos en los míos me espetó:

-Ponte de pie, ya que tenías tantas ganas de mostrar tus bragas, me harás un pase privado. Quítate las faldas.

Sin pensarlo siquiera, desabroché el botón, y bajé la cremallera. La pieza de ropa cayó al suelo, me indicó que me quitase la blusa, cosa que hice lentamente, disfrutando de esos segundos, en los que yo tenía el poder de seducción

-Ahora quiero que andes por el comedor, moviéndote como lo haría una modelo de verdad, con los pies uno delante del otro, moviendo el culo, y girándote sobre ti misma, para que pueda observarte bien.

No podía creérmelo, estaba en casa de un tipo que había conocido unas horas antes, en ropa interior, obedeciendo cada uno de sus caprichos, y lo peor completamente excitada por la situación. Estuve paseando por el comedor durante unos minutos, sintiendo como sus ojos escrutaban cada centímetro de mi cuerpo, mientras mis bragas se humedecían solo con imaginar lo que estaba sucediendo.

-Acércate! El sonido de esas palabras era más una orden que una sugerencia, me acerqué situándome frente a él, su mano avanzó hasta mi entrepierna, metiendo los dedos por entre las bragas, una sacudida de placer recorrió mi espalda cuando sus dedos acariciaron mi sexo.

-Estás mojada, pareces una perra en celo, así que te calienta exhibirte ante un desconocido…ya me pareciste un poco puta cuando no vimos, desnúdate completamente.

Me quité mis braguitas, y desabroché el sujetador, segundos después estaba completamente a merced suya, se levantó y dio una vuelta a mi alrededor, me sentía como una mercancía, que estaba siendo valorada. Sin más tiró de mis pezones, totalmente excitados, hasta sentir dolor, luego, ya tras de mí, golpeó mis nalgas mientras me decía que abriese las piernas, no sabía que me pasaba, solo que hacía muchos días que no había follado y estaba muy caliente. Me preguntó si tenía el culo virgen, y avergonzada le dije que no, al momento que metía su dedo dentro de mi ano. Le supliqué que no siguiese, porque me dolía, sin decir nada lo sacó y cogiéndome de la cabeza me lo metió en la boca, el gusto a heces, y el hecho de que me lo metiese hasta dentro me provocó una arcada.

-Como se te ocurra manchar el suelo, haré que lo limpies con la lengua, chupa el dedo y lubrícalo, o prefieres que lo meta en tu sucio culo en seco?

Cerré los ojos, y empecé a ensalivar su dedo, poco a poco el asco dio lugar al placer, mientras imaginaba que su dedo era una polla, lo sacó i abriendo las piernas lo metió despacio dentro, estimulando mi culo, sintiendo como su dedo recorría arriba y abajo mi trasero, pronto empecé a sentir un placer que jamás experimentado, aún. Mi coño estaba completamente mojado, cuando sentí que su dedo pulgar entraba dentro de mi húmeda vagina.

-Resultas más puta de lo que pensé, a pesar de tu apariencia…así que te ofreces a cualquier tipo, eres más vulgar que la peor de las rameras que puedas encontrar en cualquier arcén…vístete, cuando requiera de tus servicios, te lo haré saber

Jamás, nadie me había tratado así, me trataba como lo haría con una puta, me sentía humillada, pero a la vez eso me excitaba, sin casi darme tiempo a vestirme me echó del apartamento, en el ascensor me arreglé lo mejor que pude, y sequé mis lágrimas, pronto me sentí reconfortada en medio de la gente anónima que transitaba por las calles, pero no podía sacarme de la cabeza lo que había hecho.

Pasaron tres semanas, la verdad es que cuando recordaba lo que pasó en casa de Jordi tenía la impresión que había sido un sueño, pero una tarde recibí su llamada.

-¿Cómo has conseguido mi número?

-Tú amiga Carla me lo ha dado, me parece que el otro día se fijó, y vio que podría haber algo entre los dos