Cristianos y Homofóbicos

Historia que narra la caída del pastor y sus tres hijos, homofóbicos recalcitrantes todos ellos, y su transformación en ardientes putitos hambrientos de pijas. Espero que les guste a mis lector@s, aunque aquí no haya transiciones de género.

CAPÍTULO 1: Herencia de lujuria

Mientras escuchaba su vinilo predilecto del viejo Genesis con Peter Gabriel, en su sofisticado equipo de audio, Mariano saboreaba la copa del exquisito jerez que había aprendido a disfrutar con los años. A sus 52, degustaba cada pequeño placer con la delicadeza de un gourmet. Los dedos de su mano izquierda jugueteaban con el colgante de su collar, que lucía un tenue brillo verduzco. Su cuerpo desnudo, obeso y velludo, demostraba ostentosamente la vida de sibarita que llevaba. Una leve vibración provino del colgante, lo que le trajo recuerdos que provocaron una sonrisa. Como si viese una película, recordó cuando 10 años antes le habían informado que un lejano tío suyo, desconocido hasta ese momento para él, le había dejado en herencia varias empresas y un suntuoso edificio de departamentos, antiguo y valioso, que proveía una importante renta mensual, proveniente del alquiler de los 11 departamentos que lo componían. En aquél momento, su ex esposa y él mismo festejaron como niños que reciben una anhelada sorpresa navideña. No es que hubiesen sido pobres, pero su ajustada posición de clase media trabajadora los hacía vivir al día. Recordó cómo, cuando tomó posesión del edificio, encontró en uno de los departamentos un antiguo cofre, donde estaba el colgante. La escena se repitió por millonésima vez en su cabeza. Se vio a sí mismo tomando el colgante, elevándolo para verlo en detalle. Vio el posterior destello de luz verde, y recordó cómo lo había dejado perplejo, atónito. Recordó también como después de unos minutos, una vez recuperada la conciencia, salió del departamento y buscó un bar gay, donde se dejó seducir por el primer hombre que se le acercó, con el que fue a un hotel alojamiento para pasar su primera noche de homosexual completamente asumido, y cómo en cuestión de días había tramitado su divorcio, después de 17 años de matrimonio, dejando a una sorprendida mujer y a sus dos hijos.

Sin dejar de sonreír por los recuerdos de su despertar homosexual, miró hacia la puerta entreabierta de la habitación, y se deleitó con la figura deliciosamente perfecta de Bruno, el chico del 2º “B”, que roncaba profusamente después de la maratónica sesión de sexo que habían tenido. Recordó la primera vez que vio al chico, cuando el muchacho había venido con la novia, varios años antes, a ver un departamento en alquiler, y cómo, en un momento en que la chica se apartó de ellos, puso frente a los ojos del sorprendido joven la piedra verde de su colgante, con su destello tan especial. Soltó una pequeña carcajada cuando recordó cómo el chico, un par de días después, se mudaba al departamento, pero ya sin la carga de la ex novia, convertido en uno de sus más lascivos amantes.

Se levantó del sillón, y fue hasta la cama, dejando su copa en la mesa de luz. Comenzó a recorrer aquél cuerpo perfecto con sus dedos y su lengua. Mariano disfrutaba al extremo de Bruno, y de las intensas sesiones de sexo que el chico le proporcionaba, y no hacía nada por disimularlo. De hecho, con ninguno de sus amantes lo hacía. Era común ver al poderoso hombre haciendo gala de su machito de turno, tanto en el hall del edificio como en las oficinas de alguna de sus empresas. Con el paso del tiempo, a medida que se fueron renovando los ocupantes de los departamentos, había ido conformando un interesante harem, con chicos maravillosamente hermosos, de físicos trabajados, pijas enormes y libidos extremadamente exacerbadas, que se turnaban para cogerlo a su voluntad. De las 11 viviendas, 5 estaban ocupadas por amantes, a los que no les cobraba el alquiler. Además, como propietario, usufructuaba el más grande de los departamentos, ubicado en el último piso del edificio, con un enorme balcón terraza donde más de una vez había tenido tórridas orgías con hombres de cuerpos perfectos. Y todo gracias a la piedra verde que su tío le había dejado. A él, el colgante lo había transformado en un gay extremadamente pasivo, pero a sus amantes los transformaba, para su satisfacción, de héteros desprevenidos a apolíneos putos versátiles, pero que con él se comportaban totalmente activos, algunas veces completamente afeminados, otras seductoramente masculinos. Incluso un par de veces alguno de los que había mantenido una marcada masculinidad luego de la transformación, con el correr del tiempo se iba afeminando, hasta ser una “loca plumosa”, como se los denominaba en la jerga de la comunidad. Mariano no tenía preferencias por una u otra cosa, ya que le gustaba alternar con unos y otros. Era común para él tener maratones de sexo con uno por la mañana, otro por la tarde y un tercero por la noche, con el que compartía la cama hasta el día siguiente. Tal vez, de entre todo su harem, Bruno fuese una debilidad, pero también era innegable que ese chico era el que mejor lo cogía.

Ya su calentura era extrema, lamiendo descontroladamente cada rincón de aquél cuerpo tallado, lo que había tenido también efecto en el chico, que pese a seguir dormido lucía una erección impresionante. Mariano sonrió, y se introdujo la fantástica pija en su boca, comenzando una mamada experta, lenta y delicada primero, incrementando paulatinamente la intensidad, haciendo que el chico se despertara casi a la vera del orgasmo, justo para disfrutar del momento en el que derramaba toda su leche en la boca del obeso para que la tragase. Cuando ya no quedaba ni una gota, sonriendo, Mariano se acostó a su lado, para seguir acariciándolo mientras el chico volvía a dormirse. Un rato después, el sueño venció también al maduro, que se durmió con una plácida sonrisa en sus labios.

Se despertó sobresaltado por el timbre de la puerta. Bruno seguía durmiendo, imperturbable. Se levantó, y yendo hacia la puerta se puso su bata de seda fucsia, ya que le gustaba impactar a la gente haciendo ostentación, incluso a veces exagerada, de su lado femenino, al que dejaba fluir constantemente. Al abrir, se encontró con la mujer del 5º “A”, que disimuló a la perfección la impresión que le causó ver al obeso cincuentón vestido de forma tan particular. Mariano la hizo pasar al departamento y la condujo hasta el cuarto que oficiaba de oficina, donde atendía las cuestiones del edificio, sin siquiera inmutarse por haber dejado la puerta de la habitación abierta, y que la pacata inquilina viese el cuerpo perfecto de Bruno, que dormía plácidamente. Una vez en la oficina, la mujer le comunicó que iba a dejar el departamento, pero que iba a mantener el contrato, ya que en su lugar vendría a vivir la familia de su medio hermano, un pastor evangélico viudo, con sus tres hijos. Mariano la miró con algo de incomodidad en sus ojos. La idea de tener una familia religiosa en el edificio no le resultaba muy interesante. Imaginaba constantes discusiones y embestidas contra su sexualidad (y la de sus amantes), así como incesantes quejas por la desinhibición de la que hacía gala permanentemente. Le transmitió estas inquietudes a la mujer, la que le aseguró que ya había avisado a la familia de la orientación de su locatario y de algunos de los vecinos, a lo que el pastor no había puesto objeciones. A Mariano esto no lo tranquilizaba en lo más mínimo, y sabía que los roces surgirían inevitablemente. La mujer seguía hablando, y él seguía imaginando situaciones desagradables, cuando sintió el colgante vibrando violentamente en su cuello, justo en el momento en que la mujer comentó que, de los tres hijos del pastor, los dos menores eran gemelos. Inmediatamente, ardientes imágenes de orgías con dos tiernos jovencitos exactamente iguales, para luego sumar a todos los miembros de la familia, inundaron su mente. No pudo evitar sonreír, imaginando una transformación paulatina de cada uno de sus miembros, para luego someterlos a maratones de sexo grupal que incluyeran ardientes incestos. La idea de ser penetrado analmente, a la vez, por dos gemelos completamente putos y afeminados llevó a Mariano a un estado de excitación extrema, por lo que tuvo que apurar la reunión con la mujer para volver rápidamente a la cama. Antes de entregarse nuevamente a Bruno, mandó un mensaje al grupo de whatsapp de sus amantes para que subieran a su departamento inmediatamente. Además de requerirlos para que lo cogieran reiteradas veces, tenían que planear cómo seducir y transformar a los futuros inquilinos.

Mariano se tendió sobre la cama, ofreciendo su cuerpo a un ansioso Bruno, que rápidamente comenzó a besarlo y chuparle las tetas, tal como al maduro le gustaba. Enseguida, llegó Andrés, del 2º “A”, y rápidamente se arrodilló sobre la cama, ofreciendo su fantástica pija a la boca del maduro, que sin dudar comenzó a lamerla hasta ponerla completamente dura. Ya para ese momento, Gabriel y Diego, de sendos departamentos del 1º piso, estaban a ambos lados del obeso hombre, con sus pijas siendo pajeadas por las hábiles manos del ávido Mariano. El último en llegar fue Nahuel, el más joven de todos y que ocupaba el 3º “B”, y la más reciente adquisición del harem del obeso propietario.

El chico había venido del interior, a estudiar a la ciudad, y cuando buscaba un lugar para vivir se topó con el voraz y obeso chupapijas, que se deslumbró con la rústica belleza del muchacho. La transformación fue increíblemente erótica. Mariano había aprendido, con el paso del tiempo, a manejar el colgante, y ahora era capaz de convertir a cualquier hombre en un hambriento puto, pero hacerlo paulatinamente, en etapas, como saboreando cada paso de la corrupción de las almas de sus víctimas. Con Nahuel, la transición fue exquisita. Cuando el chico vino a ver el departamento, Mariano inició su camino hacia la transformación, ayudado por la piedra verde, implantando en su cabeza la atracción por cuerpos masculinos. Se aseguró que el chico se mudara a su edificio ofreciéndole un precio bajísimo por el alquiler, que además podría reemplazar por tareas livianas de mantenimiento de las instalaciones. Nahuel no dejó pasar la oportunidad, y se mudó en apenas dos días. Sin saber por qué, ahora miraba lascivamente los culos de otros hombres, sin comprender cómo y qué le sucedía. Como parte de su estrategia, Mariano mandó a sus otros cuatro amantes a que visitaran al recién llegado, de a uno, jugando a seducirlo lentamente. Luego de cada visita el chico debía encerrarse en el baño, a pajearse furiosamente por los hermosos cuerpos de sus visitantes, desconociendo que esa necesidad le había sido impuesta por el propietario del edificio, que se deleitaba cuando se cruzaba en el hall con el chico, al verlo torturarse tratando de evitar mirarle el culo o el bulto a otros hombres. Así lo tuvo tres o cuatro días, hasta que lo visitó para someterlo a una nueva sesión con el medallón, donde eliminó su deseo por mujeres, reemplazándolo por un irresistible apetito por chuparle la pija a otros hombres. Luego mandó, uno a uno, a sus otros amantes que cumplieron la tarea de iniciarlo en el arte de mamar pijas. Finalmente, en la última etapa, terminó por transformarlo en un

delicioso

Adonis gay, capaz de penetrarlo mientras a su vez era cogido por alguno de los chicos,

convirtiéndolo en u

n perfecto ejemplo de versatilidad en la cama.

Esta vez, el maduro los organizó de forma de tener a Nahuel y Bruno cogiéndole el culo, uno acostado debajo de él y el otro arrodillado entre sus piernas. Ubicó su cabeza colgando del borde de la cama, de forma de permitir que Diego le cogiera la boca, hasta la garganta, mientras sus manos pajeaban a Gabriel y a Andrés, para que le acabaran sobre las tetas. Cuando todos alcanzaron el orgasmo, Mariano acabó también copiosamente, tal como había aprendido a hacerlo disfrutando de las pijas en su insaciable culo.

Un rato después, en el suntuoso living del departamento del maduro, los seis hombres, aún completamente desnudos, pergeñaban un plan para los futuros ocupantes del departamento 5º “A”. Identificarían primero al más débil, sobre el que Mariano avanzaría con el medallón, pero a pasos muy pequeños. La idea era que los otros miembros aceptaran el cambio gradual, hasta que esa primera víctima saliera del clóset. Luego irían uno a uno, transformando al resto. En su cabeza, el maduro tenía la fantasía de sumar a los gemelos a su harem. Si podía y realmente eran atractivos, quería transformarlos en dos putitos tan queer que resaltasen por lo afeminados aún cuando estuviesen con los demás chicos de su séquito. Al abrir los ojos, se dio cuenta que sus amantes lo miraban sonriendo, como percibiendo lo que había estado pensando. Cuando se miró su propia pija, se dio cuenta de que estaba completamente erecta, y por eso los otros se habían percatado de sus

fantasías

. “Parece que alguien quiere más pija”, dijo Bruno, riéndose junto a los demás chicos. Minutos después, estaban todos trenzados en una ardiente orgía, que se extendió hasta altas horas de la noche.

CAPÍTULO

2: Seduciendo al enemigo

Ariel Giménez, el hijo mayor del pastor, subió al ascensor que lo conduciría al 5º piso, donde se ubicaba su nueva vivienda: el departamento al que se habían mudado tres días antes, que su tía les había prestado hasta que ellos pudieran reacomodarse, tras la muerte de su madre. Cuando iba a cerrar la puerta, escuchó

a

alguien que venía por el pasillo

que

le pedía que esperara y, por cortesía, lo hizo. No pudo ocultar su desagrado al ver al obeso propietario del edificio, que no hacía nada por ocultar su homosexualidad, subir tras él al elevador. Su padre les había advertido a él y sus hermanos que tuvieran cuidado “porque esos putos son unos degenerados que van a querer hacerles algo, seguramente” y, la idea de compartir el viaje en ascensor a solas con ese hombre (“por llamarlo de alguna manera”, pensó socarronamente el joven), era irritante. La homofobia de la familia era flagrante, y poco hacían por disimularlo. Escudándose en su religión,

él y su familia

censuraban a cada momento y en cada gesto, el “estilo de vida” tanto del propietario como de algunos de los ocupantes del edificio que, según ellos, se mostraban tan

desviados

como el maduro.

¿Y? ¿Cómo lo llevan en la nueva casa?”, preguntó Mariano, fingiendo inocente interés en los nuevos habitantes, mientras admiraba el fantástico físico del muchacho. No debía tener más de 20 años, de cabello oscuro, tez bronceada, casi 1,80 de estatura, y un torso de triángulo perfecto. El maduro imaginó unos abdominales perfectamente marcados, aunque las conservadoras ropas que llevaba el muchacho no permitían ver absolutamente nada. El aburrido pantalón no mostraba siquiera las formas de sus nalgas. “Bien, pero no me interesa hablar con

ustedes

”, dijo, tajante, el muchacho. “¿Y quiénes serían ‘ustedes’?”, increpó Mariano, divertido por dentro por la situación en la que tenía al joven

que, intrigado por los llamativos destellos verdes,

no había podido quitar la vista del extraño medallón que colgaba del cuello del, para él, desagradable y amanerado obeso. “A los

putos

” dijo, haciendo una mueca de asco, el homofóbico Ariel,

ahora totalmente ensimismado en los destellos verdes

. Elevando el medallón con sus dedos, para permitir que la luz le diera más directamente y que la vista de Ariel se fijase aún más, Mariano afirmó: “sin embargo, que los putos te miremos y te halaguemos, en el fondo, te gusta. Te hace sentir

deseado

. Admirado. Saber que despertás deseos sexuales en otros hombres te resulta

excitante

. De hecho, en este preciso momento tu pija está completamente dura. Saber que un

oso maduro

gusta de tu cuerpo te hace sentir bien. Te

excita

. Que otros hombres te vean como un

objeto sexual

te pone muy caliente. Te imaginás

sometiéndolos

, dominándolos. Te sentís poderoso. Tu excitación es enorme. No podés evitarlo. Cuando ves un puto que te mira, te ponés

al palo

, imaginando cómo lo sometés a tu voluntad. A partir de ahora, cuando me veas a mí o a cualquiera de mis chicos, en lugar de desagrado, vas a sentir excitación. Tu pija se va a poner bien dura, y no vas a poder evitar pajearte pensando en cómo nos sometés.

A cada paja que te hagas, se te va a hacer mas fácil y te va a resultar más excitante que los putos te miren y te digan cosas. Con cada acabada vas a pensar más y más que sos irresistible para los putos, y eso te va a excitar más

¿Entendiste?” Mariano elegía cada palabra, y remarcaba aquellas que iban a condicionar la mente del joven. El ascensor se había detenido hacía tiempo, y el muchacho seguía con la vista clavada en aquél enigmático medallón, sus ojos vidriosos siendo bombardeados por los destellos verdes que le resultaban ineludibles.

Ariel esperó que el obeso propietario le respondiera. Había sido muy duro en lo que le dijo, pero quería dejar en claro que no le gustaban los putos. Si tenía que compartir viajes en ascensor y verlos por los pasillos, quería que esos putos no se le acercaran. Aunque, en realidad, lo calentaran al extremo. En su mente jugaba imaginando cómo le gustaría someterlos, siendo él tan macho y ellos tan

putos

. Seguramente ese tipo obeso estaría deseando arrodillarse y chuparle la pija. Si supiera lo dura que la tenía, sin dudas se arrojaría a sus pies. “No te preocupes, ni mis chicos ni yo te vamos a molestar, ni a hacer nada que vos

no quieras

”, le dijo jocosamente el propietario. Ariel bajó del ascensor en su piso, molesto por lo que el hombre le había dicho, y cerró la puerta del departamento violentamente, para luego correr al baño y hacerse una paja, que, aunque fuese plenamente consciente de que era pecado, era la única forma de bajar su excitación cuando veía uno de estos putos mirándolo fijamente. Cuando acabó, se quedó jadeando, mirándose al espejo, sorprendido e intrigado pensando en qué fue lo que lo motivó a hacerse una paja pensando en otro hombre. Algo en su cabeza intentaba gritar, prevenirlo de lo que estaba pasando, pero Ariel lo ignoró, pensando también que, si su padre se enteraba de lo que acababa de hacer, seguramente lo reprendería, ya que siempre les había dicho a él y a sus hermanos que la masturbación era una herramienta del diablo para corromperlos.

Al día siguiente, Ariel intentó salir para ir al templo a cumplir las tareas que su padre le tenía asignadas. Mientras bajaba en el ascensor fue interceptado por un muchacho del 3º, que abrió intempestivamente la puerta mientras el elevador pasaba por su piso. Al subirse, le extendió sonriendo la mano, y le dijo: “Hola. Soy Nahuel, del 3º “B”. Vos sos el nuevo, del 5º, ¿no?” Ariel asumió que, por lo rústico de ese muchacho y por la ausencia total de amaneramientos, el chico no sería otro de

esos

putos

, por lo que se relajó y estrechó su mano, amistosamente. Nahuel, sin soltarle la mano, le sonrió seductoramente y se acercó a él para susurrarle: “sos mucho más lindo de lo que me imaginaba. Espero que podamos ser…

amigos

.” Ariel se paralizó. ¿Cómo es que un tipo que parece bien macho termina siendo otro más de esos degenerados? Y ¿por qué todos se le regalan a él, como si a él le gustase eso? Se dio cuenta que el ascensor se había detenido en la Planta Baja, y Nahuel lo esperaba fuera del elevador con la puerta abierta, mirándolo fijamente mientras le sonreía. Ariel murmuró que debía volver al departamento porque se había olvidado unos documentos, y cerró rápidamente la puerta presionando el botón de su piso. Cuando entró a su departamento, corrió nuevamente al baño, donde debió pajearse vehementemente por la extrema calentura que su vecino le había causado, solo por saludarlo. Volvió a salir, para esta vez encontrar en el hall de la Planta Baja a Bruno conversando animadamente con Diego, que lo miraron fijamente, sonriéndole mientras le decían cosas indecentes. Ariel apuró el paso, y salió del edificio completamente ruborizado. Al llegar a la iglesia, y aunque fuese contra toda su formación y sus creencias, debió encerrarse en el baño para hacerse otra paja, recordando a esos dos putos que le dijeron todas esas obscenidades. Eso le creó un profundo trauma, causándole una marcada depresión, que le impidió trabajar correctamente durante todo el día, torturándose por lo impuro de sus actos.

En el departamento de Mariano, Bruno, Diego y Nahuel comentaban junto al maduro la evolución del hijo del pastor y se reían de cómo el muchacho se debatía entre sus convicciones y los nuevos pensamientos implantados por el medallón. Mariano les dijo que tenía pensado dejarlo uno o dos días más, propiciándole encuentros “casuales” con todos ellos, incluyendo a Gabriel y a Andrés, para luego avanzar otro paso en la transformación. Otro cruce en algún lugar del edificio entre el maduro y el chico serviría para despertar la atracción por otros hombres. Los cuatro se rieron imaginando la situación. Toda la conversación, y el hecho de que estaban completamente desnudos, los había excitado, por lo que terminaron en una nueva sesión de sexo, donde Mariano se entregó a su preferido Bruno, mientras Diego y Nahuel se enfrascaban en un tórrido 69.

Ariel entró al hall pasadas las 10 de la noche. Había estado haciendo tiempo para evitar encontrarse con alguien en los pasillos del edificio. Todo estaba oscuro y en silencio, así que fue discretamente, sin encender las luces para no llamar la atención, hasta el ascensor. Abrió la puerta y se metió en el cubículo, pero cuando giró para cerrar las puertas se encontró con Gabriel, que le sonreía seductoramente. Ariel se quedó helado. De todos los habitantes del edificio, éste era, sin dudas, el más afeminado. Estaba vestido como para facilitarle a cualquiera la tarea de cogerlo. Remera floja y corta, short de jean mínimo que dejaba afuera la mitad de sus nalgas, el elástico de una tanga de encaje asomando sobre la cintura del pantaloncito, sandalias con taco que elevaban y les daban forma a sus piernas y, si la luz no lo engañaba, hasta lápiz labial en la boca. El afeminado chico se metió al ascensor aprovechando el momento de parálisis de Ariel, y cerrando la puerta tras de sí, presionó el botón del 5º piso, aun cuando él viviera en el 1º. Quedaron enfrentados y Gabriel acortó la distancia, hasta quedar a centímetros de un aterrorizado Ariel, que no atinaba a reaccionar. Sonriendo, el afeminado chico dijo: “¿así que vos sos el nuevo inquilino del 5º “B”? No me habían dicho que eras

tan

sexy… Estás buenísimo. Me encantaría revolcarme con vos, hermoso. ¿Te gustaría tenerme en la cama?”, y girando para quedar de espaldas, arqueándose para exhibir sus redondas y perfectas nalgas, continuó: “¿te gustaría tener este culito todo para vos?” El ascensor se detuvo y Ariel, desesperado, se abalanzó sobre la puerta, abriéndola y corriendo hacia su departamento, sin mirar hacia atrás. Gabriel se quedó dentro del elevador, lanzándole obscenos piropos, elogiándole el culo y las piernas. El hijo del pastor entró rápidamente a su casa, y pasó por el living como una tromba, rumbo al baño, donde se encerró a calmar su atroz excitación con una furibunda paja. El padre bromeó con los hermanos menores, pensando que la urgencia era por alguna necesidad fisiológica mucho menos erótica. Si hubiese sabido de qué se trataba, seguramente su actitud hubiese sido diferente.

La misma escena de seductores avances

por parte de los habitantes del edificio

se repitió varias veces durante el día siguiente, con el muchacho teniendo que recurrir a incontables pajas para calmar las erecciones que le provocaban esos

putos degenerados

.

Cada vez que intentaba salir rumbo a la iglesia, se cruzaba con alguno de los putos y tenía que volver a su casa a pajearse.

En su cabeza, ya le resultaba normal

acabar

pensando en otros hombres, y poco a poco su imaginación había ido agregando detalles a sus fantasías masturbatorias. En cada paja imaginaba ahora el culito desnudo de ese Gabriel, o al musculoso Bruno arrodillado frente a su pija, o al apuesto Diego, entregado a sus caprichos. A cada eyaculación, sus fantasías se incrementaban en erotismo. Cuando esa noche se acostó a dormir, tuvo que pajearse nuevamente, tratando de no llamar la atención de sus hermanos, con quienes compartía la habitación, ya que las imágenes de los putos del edificio no abandonaban su cabeza.

C

APÍTULO

3: La caída del hijo mayor

Ariel se despertó temprano en la mañana, un poco por la luz que entraba por la ventana, y otro poco por la terrible erección que le resultaba casi dolorosa. Por suerte, sus hermanos aún dormían, por lo que pudo tranquilizarse al saber que ninguno había visto tan impía situación. Se metió al baño para ducharse y no pudo evitar pajearse nuevamente, imaginando ahora que penetraba salvajemente a Diego, quien gemía y gozaba abiertamente. Pese a que todo era fruto de su imaginación, sintió un poco de envidia al percibir que esos chicos no tenían tapujos en mostrar su sexualidad abiertamente. “Debe ser genial no tener que esconder nada”, pensó Ariel. Después de vestirse, salió del departamento para ir al templo a cumplir sus tareas diarias.

Al llegar a la Planta Baja, se encontró con Mariano que, sonriendo, le pidió que lo ayudase a mover una caja excesivamente pesada que estaba en el depósito del subsuelo. El joven dudó; por un lado, el pánico que le provocaba quedar a solas con aquel hombre obeso y degenerado, pero por otro lado sentía también la obligación de ser un buen cristiano y ayudar al maduro hombre. El compromiso moral pudo más y el muchacho, ocultando su temor, respondió sonrien

te

que con gusto ayudaría.

Bajaron la escalera hasta el depósito, Ariel por delante y Mariano detrás,

cosa que el obeso propietario

aprovechó para admirar desprejuiciadamente el culo del muchacho. Al entrar al depósito, el joven giró para preguntarle al maduro cuál era la caja a mover, y se quedó paralizado al ver frente a su rostro el intrigante medallón. Los destellos verdes eran extrañamente hermosos, y se le hacía imposible dejar de mirarlos, como si ya los conociera y los hubiese estado esperando. Se relajó instantáneamente, y pronto sus ojos estaban vidriosos, completamente fijos en la piedra, y su boca levemente entreabierta. “Has hecho grandes avances

en

estos días. Has aprendido a gozar tu sexualidad un poco más plenamente. Has disfrutado de los intentos de seducción de otros hombres, y te has masturbado pensando en ellos. No tiene nada de malo sentirse atraído hacia otros hombres. De hecho, siempre lo sentiste, aunque hasta ahora siempre te habías reprimido. Pero ya no más. Ahora vas a dejar que tus sentimientos afloren. Vas a admirar abiertamente los cuerpos de otros hombres. No importa si son gays o no, vas a apreciar los cuerpos masculinos. Tampoco importa si se trata de tu padre o tus hermanos. En definitiva, son hombres también, y por eso te atraen. Obviamente, por cada cuerpo que te resulte atractivo, vas a pajearte inevitablemente. No vas a dejar pasar oportunidad de pajearte pensando en los cuerpos de otros hombres. Vas a imaginarlos desnudos y vas a sucumbir a sus encantos. Te fascina la idea de sucumbir… de someterte. Te diste cuenta de que los gays, al hacerse cargo de sus sentimientos, son más poderosos que vos y que, por lo tanto, no tiene sentido que vos seas quien quiera someterlos. Son ellos los que pueden someterte a vos. Y a vos te gusta que te sometan. Disfrutás el ser sometido. Te imaginás arrodillado frente a ellos, recorriendo esos cuerpos hermosos, disfrutándolos.

Los cuerpos de hombre te van a resultar misteriosamente atractivos. No vas a tener preferencia. Altos, bajos, gordos, flacos, jóvenes o viejos, todos te van a gustar. Con todos vas a disfrutar de imaginarlos desnudos.

Y

vas a

disfrut

ar

aún más de imaginar sus pijas al descubierto. Vas a acabar cada vez que visualices sus pijas en tu cabeza. No vas a poder evitar los orgasmos pensando en sus pijas, duras, turgentes, rosadas. A cada paja que te hagas, el deseo por pijas se te va a fijar más profundamente. Hasta que no pienses en otra cosa que en pijas. A donde mires, verás pijas. Y las vas a desear. Con todo tu cuerpo y tu alma.

Con cada paja que te hagas, tu deseo por pijas se va a volver más y más intenso. No vas a pensar en otra cosa que no sea en pijas, y cuando las imagines en tu cabeza vas a tener que pajearte inmediatamente

¿Entendiste?” Mariano soltó el medallón, que volvió a su lugar, colgando de su cuello. Ariel se quedó con los ojos fijos en el infinito.

Esa es la caja que hay que mover. Por favor, ¿podrías ponerla sobre esa mesa?” Ariel asintió con la cabeza, aún confundido por un extraño sopor que lo envolvía. Una vez que lo hizo, subió rápidamente la escalera, despidiéndose del amable propietario, para retomar su camino al templo. Tal vez había sido demasiado duro al prejuzgar a ese hombre. Después de todo, él sólo se había hecho cargo de lo que sentía y no tenía temor de mostrárselo al mundo. Si tan sólo él mismo tuviese ese coraje.

Al cruzar el hall del edificio, se ruborizó al ver a Gabriel, con otro de sus diminutos shorts, que lo saludaba amistosamente. Si un ejemplo había de valentía era ese chico. Tan afeminado, tan amanerado, tan seguro de sí mismo. Era muy sexy y disfrutaba de mostrarse. Obviamente, era mucho más seguro que él mismo. Ariel le sonrió cálidamente, mientras su pija se ponía instantáneamente dura, imaginando tener a aquel chico tan sexy desnudo frente a él en una cama. ¿Cómo sería su pija? Inmediatamente, se quedó atónito. ¿Acaso había pensado en la pija de otro hombre? ¿De dónde había salido ese pensamiento? ¿Qué le estaba pasando?

El camino hasta la iglesia se le hizo difícil. Era arduo ver tantos hombres tan apuestos, tan sexys, tan apetecibles, caminando por la calle. Disimuladamente primero, y más descaradamente después, les miraba la parte debajo de la cintura, tanto por delante como por detrás. ¿Desde cuándo los hombres le parecían atractivos? “Algo raro está pasando”, pensó, “porque no puede ser que me excite así por otros hombres. A mí me gustan las mujeres… ¿o no?” Obviamente, al llegar al templo debió encerrarse en el baño, donde se clavó una ardiente paja pensando en el culito de su vecino afeminado, pero a medida que avanzaba con la masturbación, su mente iba visualizando la pija del chico. El resto del día fue complicado para él, rodeado por los distintos trabajadores que se ocupaban del mantenimiento de la iglesia. Esos cuerpos masculinos, transpirados, velludos, algunos trabajados, otros con panzas, pero todos, absolutamente todos, muy apetecibles, le impedían concentrarse en nada. Perdió la cuenta de cuántas veces debió pajearse. Cada paja era más erótica y ardiente que la anterior. Ya para la tarde, sólo podía imaginar sus pijas. ¿Qué tamaño tendrían? ¿De qué color? ¿Qué textura? ¿Qué sabor? Este último pensamiento lo volvió a paralizar. “No puede ser. No puedo estar pensando en el gusto de una pija. ¿Qué me está pasando?”, se torturaba mentalmente, angustiado al extremo, pero caliente más allá de toda posibilidad de tranquilizarse de alguna forma. Apenas cumplido el horario, salió con rumbo a su casa. Si tenía suerte tal vez se cruzaría con alguno de esos chicos tan sexys que vivían en el edificio.

Las pocas cuadras que separaban al templo de su nueva casa fueron casi un suplicio. Ariel miraba descaradamente los culos y los bultos de cada hombre con el que se cruzaba. Algunos, que se daban cuenta, lo insultaban,

pero

unos

cuántos

le guiñaban un ojo y le sonreían. Ariel les devolvía la sonrisa y con alguno que otro se animó a arrojarles un besito al aire. Cuando llegó al edificio, encontró en el hall a Diego conversando con Bruno, así que se apuró a saludarlos con un beso en la mejilla a cada uno, para luego seguir su camino hasta el ascensor. Ariel no se había dado cuenta, pero ambos chicos lo habían seguido y entraron al cubículo detrás de él, cerrando la puerta y presionando el botón del 5º piso. El joven hijo del pastor les sonrió, a lo que Bruno respondió también con una seductora sonrisa, a la vez que Diego le decía: “qué lindo estás hoy. ¿Te gustaría acostarte con nosotros dos? Te la haríamos pasar genial. ¿Te animás?” Ariel quedó mudo. Por un lado, el deseo de estar con esos dos chicos tan hermosos y descubrir sus

cuerpos y sus

pijas era increíblemente tentador. De esa forma podría por fin sacarse las dudas de si realmente le gustaban tanto las pijas. Por el otro, la rígida educación recibida durante toda su vida le gritaba que eso era una aberración. Finalmente, la parte represiva de su mente pudo más que su calentura, lo que sumado a las voces de alarma que percibía en su cabeza lo forzaron a responder con un “n-n-n-no… no puedo… por favor, no…” y salir corriendo del ascensor apenas llegado a su piso. Obviamente, entró directamente al baño, donde se desvistió por completo y se pajeó, no una, sino tres veces seguidas, mientras se miraba en el espejo y acariciaba

su

cuerpo desnudo. Esa noche fue casi una pesadilla para Ariel. Durante la cena, no podía dejar de admirar los cuerpos de su padre y sus hermanos. Se imaginaba siendo sometido por su padre, siendo forzado a chuparle la pija. Esos pensamientos lo torturaban y lo hacían sentir una enorme culpa, pero a la vez una terrible excitación. Por otro lado, los cuerpos de sus hermanos le despertaban lascivas fantasías donde él los cogía a ambos, y ellos recibían con entusiasmo y pasión la cogida que les daba. Cuando fueron a acostarse, Ariel no podía conciliar el sueño por la profunda excitación, claramente visible en la dolorosa erección que tenía, que se acentuaba al espiar a sus hermanos, cuyos cuerpos imaginaba bajo las sábanas. Cuando estuvo seguro que ambos dormían, se levantó sigilosamente y con extremo cuidado los destapó, admirando en silencio sus cuerpos delicados y gráciles, que soñaba con poseer. Uno de los chicos, incluso, dormía completamente desnudo, por lo que Ariel pudo disfrutar de la vista del hermoso y perfecto culo de su hermano menor, mientras se pajeaba en silencio de pie junto a la cama. Al acabar, en un rapto de lujuria inconsciente, desparramó su leche sobre la espalda del dormido gemelo, que n

o

se inmutó ni cuando volvió a cubrirlo con la sábana. Cargado con una enorme culpa, Ariel volvió a su cama, y finalmente pudo dormirse, agotado por la increíble cantidad de pajas que se había hecho durante el día.

Dos

días pasaron de esta forma, con Ariel cada vez más convencido de la atracción irresistible que sentía por los cuerpos de hombre. Sus pajas eran incesantes, y sus fantasías incluían todo tipo de cogidas, mamadas y disfrutes con otros hombres, entre los que se incluían sus vecinos, su padre, sus hermanos, el maduro propietario del edificio y cuanto hombre se cruzase por la calle. En su mente, sólo podía pensar en todo tipo de pijas, satisfaciéndolo de todas las formas posibles. En el edificio, cada vez que se cruzaba con uno de sus vecinos sexys, Ariel coqueteaba y lanzaba indirectas como buscando la forma de terminar en la cama con alguno, pero a último momento algo le impedía concretar nada, y terminaba huyendo, asustado y conflictuado. Por las noches, esperaba que los gemelos se durmieran, ignorantes de lo que ocurría, para pararse junto a sus camas y pajearse hasta acabarles sobre sus cuerpos.

El domingo Ariel se levantó con dificultad, dado el extremo cansancio que la incontable cantidad de pajas diarias le generaba. Su padre y sus hermanos ya habían desayunado y se preparaban para partir hacia el templo, para las reuniones del día, mientras Ariel apenas podía caminar hasta la mesa. Al verlo, el padre pensó que el joven estaría incubando una gripe o algo similar, y le dio permiso para permanecer en la casa, y ausentarse durante ese día de las actividades de la iglesia. El joven agradeció, y apenas quedó solo, volvió a su cama, donde comenzó a pajearse recordando el culo desnudo y perfecto de su hermano.

El timbre de la puerta lo sacó de su fantasía. Se puso un jean, que no disimulaba su erección, y fue hasta la puerta. Al abrir, encontró al maduro propietario, que le sonreía maliciosamente, mientras le recorría el torso desnudo con una lasciva mirada. Ariel lo invitó a pasar, mientras se imaginaba arrodillado frente a ese poderoso hombre, chupándole la pija o tal vez cogi

e

ndo él a

ese

obeso hombre. “Tu padre me dijo que estabas enfermo. Quise venir a ver si necesitabas algo”, dijo Mariano, mirando a los ojos al muchacho, mientras se acariciaba la pija por sobre el pantalón. El joven clavó su vista en el bulto del maduro oso, mientras en su mente se debatía entre echarlo del departamento o zambullirse a mamarle la pija. “Mirá. Mirá el medallón que tanto te gusta. Fijá la vista y dejate llevar”, ordenó Mariano, mientras extendía el colgante hasta ponerlo frente a los ojos del muchacho. Ariel obedeció y en segundos estaba completamente en trance. “Me alegro que hayas asumido que te gustan los hombres. Ya tu pasado heterosexual ha quedado atrás. Sabés que sos completamente puto y te encanta serlo. Chupar pijas, que te la chupen, coger culos velludos de hombres o que te cojan a vos, es lo que deseás permanentemente. Los cuerpos de hombres no sólo te resultan atractivos, sino irresistibles. Te gusta besar, tocar, acariciar, juguetear y coger con otros hombres. Sos completa y abiertamente puto. Sabés que a tu padre le molesta, pero no te importa. Es más, te excita pensar que a tu padre se le para viéndote tan puto. Te gusta provocarlo comportándote afeminadamente. Cuanto más afeminado te mostrás, más

se

irrita, y eso más te excita. Imaginás que un día no podrá resistirse y te co

g

erá, y eso te excita sobremanera. En cambio, a tus hermanos querés enfiestarlos. Que uno te coja mientras vos se la metés al otro. Te gusta jugar a seducirlos, provocarlos para que se sientan contrariados, sugerirles discretamente juegos lascivos para que no puedan evitar pajearse y sentirse culpables por eso. Te divierte verlos torturarse, tratando de evitar excitarse con vos. Cuando estés a solas con ellos, vas a pajearte sin disimulo, gimiendo y murmurando cómo te gusta que te penetren, para provocarlos. Pronto vamos a transformar a tus hermanos, que van a ser tan putos como vos, pero mucho más afeminados. Y vos vas a ayudarnos a iniciarlos en el camino de su incipiente homosexualidad. Cuando salgas de este trance, vas a ser un puto completamente asumido, y vas a pasar todos tus días en ardientes sesiones de sexo con cuanto hombre se te cruce.

Y esta misma noche, vas a ayudarme a iniciar a uno de tus hermanos

¿Entendiste?”

Ariel pestañeó reiteradamente. Se dio cuenta de que estaba en su habitación, vestido sólo con un jean, su torso desnudo, y completamente excitado. ¿Alguien había estado en el departamento? ¿Había sonado el timbre y él había abierto la puerta para que alguien entrase? El timbre volvió a sonar, ¿o era un déjà-vu? Ariel caminó hasta la puerta, y abrió sin siquiera preguntar quién llamaba. Frente a él, Gabriel, vestido sólo con una diminuta tanga de encaje, y Bruno, completamente desnudo y con su pija erecta, lo miraban, sonrientes. El joven devolvió la sonrisa y tomando a Gabriel de la mano, los hizo pasar a su dormitorio. Se arrodilló frente a Bruno, y comenzó a lamerle la pija, mientras Gabriel, también arrodillado a su lado, le acariciaba el torso desnudo. Cada tanto, Ariel interrumpía las lamidas a la pija para besar apasionadamente a Gabriel, para luego volver a lamer el durísimo e irresistible pedazo de carne que tenía frente a su rostro. En un momento, Gabriel le mostró cómo meterse la pija entera en la boca, y cómo mamarla. Ariel sonrió y repitió lo que el afeminado chico le acababa de mostrar. En menos de un minuto, el joven se había transformado en un experto chupapijas, disfrutando de la intensa mamada que le estaba haciendo a ese macho tan hermoso. Mientras chupaba, gimió al sentir la boca cálida de Gabriel mamándole su propia pija, y aprovechó para registrar todos los movimientos que el afeminado chico le practicaba con la boca, para repetirlos sobre la pija de Bruno. No demoró mucho en obtener la deseada leche, que tragó con pasión, mientras le acababa en la boca a Gabriel, que en lugar de tragar, retuvo todo para luego empujárselo a su boca en un ardiente beso húmedo. Unos minutos después, los tres ya completamente desnudos, se acomodaron en la cama, con Ariel listo y deseoso de ser penetrado por Bruno, que no lo hizo esperar, y comenzó a coger el hambriento culo del hijo del pastor, que a su vez penetró a un extasiado Gabriel. Una vez que los tres acabaron, Bruno le susurró al oído: “ahora vamos a llevarte a la casa de Mariano. Él está ansioso por sentir tu pija en su culo. Desde que te vio supo que eras completamente puto como nosotros, pero no te animabas a asumirte. Se va a poner muy contento de que hayas salido del clóset y de que quieras cogerlo. Vamos.” Ariel sonrió y, desnudo como estaba, acompañó a Bruno y Gabriel a la casa del atractivo oso maduro, terriblemente excitado con la idea de cogerse a ese seductor y amanerado panzón.

Al entrar al lujoso departamento del propietario, lo encontró en una orgía con Diego, Nahuel y Andrés. Los cuatro hombres se detuvieron y salieron a su encuentro, felicitándolo por asumir su orientación sexual, dándole la bienvenida a su declaración de homosexualidad con ardientes besos, caricias y jugueteos. Ariel explotaba de felicidad, y se pasó la tarde cogiendo con los seis hombres, tanto en el rol de activo como de pasivo, aprendiendo a cada segundo cómo complacer pijas, culos y bocas de otros hombres, tan putos como él mismo.

Eran casi las 10 de la noche cuando el pastor entró al edificio, acompañado por los gemelos. Al ver a Ariel en el hall, charlando animadamente con Gabriel, Diego y Andrés, se quedó helado. Su hijo vestía un short fucsia que Gabriel le había prestado, porque ya no lo usaba por considerarlo demasiado conservador, aunque para el pastor era escandaloso. Ariel hablaba y gesticulaba ampulosamente, moviendo las manos y las muñecas, soltando risitas y estirando palabras, en un tono marcadamente afeminado. El pastor lo tomó de un brazo, y prácticamente lo arrastró hasta el ascensor, seguido por los gemelos. Sin mediar palabra, lo llevó hasta el departamento, y una vez dentro comenzó un feroz interrogatorio, casi a los gritos, tratando de comprender qué le habían hecho a su hijo. “Ay, papá, nadie me hizo nada. Por fin asumí que me gustan los hombres, así que te vas a tener que acostumbrar que tenés un hijo muy puto”, le soltó Ariel, mientras se acomodaba delicadamente un rebelde mechón de pelo que le caía sobre el rostro. “Andate a tu cuarto. No quiero escucharte más. Mañana te quiero normal como antes, o si no te vas a buscar otro lugar donde vivir, ¿entendiste?” Ariel comenzó a sollozar y corrió a su cuarto, donde sus hermanos esperaban en silencio. Entró, echó llave a la puerta, y se arrojó en la cama, llorando desconsoladamente. Los gemelos se sentaron junto a él, tratando de contenerlo, sin sospechar que toda la escena era un ardid del flamante puto para iniciar la seducción de ambos.

C

APÍTULO

4: Un gemelo que se asume

Ariel se sentó en la cama, entremedio de sus hermanos, y los abrazó, dándoles un tierno beso en la mejilla a cada uno. Mientras fingía sollozar, rodeó a cada uno con un brazo, y comenzó a susurrarles lo feliz que se sentía de haberse asumido puto. Los gemelos intentaron debatir sus palabras, pero Ariel fue muy astuto y guio la conversación con sutileza, deslizando ocasionalmente algún que otro detalle erótico de lo que había vivido esa tarde, pero evitando incomodar a sus hermanos, mientras iba minando su resistencia a lo que escuchaban. A medida que avanzaba en el relato, el detalle de las escenas iba en aumento, hasta que toda la narración desbordaba lujuria. Ariel prestaba atención a los bultos de ambos chicos, que ya denotaban una marcada erección. Mientras les hablaba, los acariciaba suavemente. Cuando estuvo seguro de que ya los tenía, les dijo, suavemente: “chicos, ustedes también me resultan muy atractivos. Veo sus cuerpos y me cuesta contenerme. Quiero besarlos, acariciarlos… Me gustaría chuparles la pija. Son mis hermanos. Quiero enseñarles. Los cuidaría y los ayudaría a ser tan putitos como yo.”

Los dos chicos se apartaron, horrorizados. “¿Te volviste loco? ¿Primero decís que sos puto y ahora nos querés chupar la pija? Si te escucha papá te mata. ¿Te pasó algo? ¿Los vecinos te hicieron algo?”, preguntaron alternadamente ambos chicos. Ariel sonreía apaciblemente, mientras apoyaba cada una de sus manos en el muslo de cada uno de sus hermanos. “Los vecinos no me hicieron nada que yo

no quisiera

. La pasé genial con ellos, como les conté. Fue todo muy erótico y ardiente. Estoy seguro que cuando ustedes lo prueben, no van a querer otra cosa.” Caleb, el más combativo de los gemelos, se enfureció: “basta de decir esas cosas. No nos interesa. No somos como vos. Tampoco te vamos a rechazar, como papá, pero no nos sigas provocando. Terminala.” Ariel se deleitaba con l

a excitación

que les estaba

generando, claramente distinguible por los bultos marcados en los pantalones de ambos

. Más allá de lo que dijeran,

era obvio que estaban completamente excitados

. Claramente, la exacerbada libido de la adolescencia, sumada a la eterna represión de su sexualidad, los hacía víctimas fáciles para la excitación con cualquier relato medianamente erótico. Y Ariel se había esmerado en contar con lujo de detalles toda la orgiástica sesión de sexo que había experimentado esa tarde. Caleb se fue a su cama, cuidándose de desvestirse a escondidas de su hermano mayor. Isaías, el otro gemelo, se debatía entre resistir los embates de su hermano mayor o sucumbir a sus avances. Secretamente, siempre había fantaseado con tener sexo con otro hombre. Jamás hubiese imaginado que su hermano mayor era puto, y mucho menos tan afeminado y seductor. Calladamente, se desvistió a la vista de Ariel, disimulando la provocación que deseaba causarle. Su pija continuaba completamente erecta, fruto de los detalles de la tórrida tarde que su ahora asumido hermano le había relatado. El novel puto, a su vez, se deleitaba admirando cómo Isaías se desvestía lentamente, hasta que no pudo más y comenzó a sobarse descaradamente la pija, sin sacarle de encima los ojos a su hermano. Caleb apagó la luz del dormitorio, lo que le impidió a Ariel seguir saboreando aquel improvisado strip-tease del dubitativo chico, aunque no disminuyó la intensidad de la paja que ya se estaba haciendo. El transformado joven jadeaba y hacía todo lo posible por que se notara que se estaba pajeando furiosamente, cosa que era obvia para ambos gemelos. Caleb estaba completamente disgustado por la situación, mientras que Isaías se debatía entre disfrutarlo o confrontar a su hermano mayor. Ya acostado, el seducido gemelo había comenzado a pajearse bajo las sábanas, imaginando una tórrida escena de sexo con Ariel. El mayor, gimiendo descaradamente ahora, se acercaba al orgasmo, mientras comenzaba a susurrar frases altamente eróticas, para provocar aún más a su excitado hermanito. “Así… chupá… usá la lengua… haceme gozar, putito… chupame la pija mientras Brunito me coge… o dejame que te la chupe yo… me encanta ser puto… a vos también te gusta… vamos… aceptalo…”, decía Ariel, ya en voz alta, minando con cada palabra la resistencia de Isaías, que en poco tiempo acabó, intentando acallar un gemido que escapó de su boca cuando eyaculó, pero fracasando notablemente. Caleb, enfurecido, rompió su silencio: “¿Estás contento? Corrompiste a tu hermano menor. ¿Te sentís satisfecho? Hiciste que se masturbe escuchando tus asquerosidades. ¿Te hace feliz eso,

degenerado

?” Aun jadeando, Ariel respondió desafiante: “todavía no. Cuando se haga realidad, ahí voy a estar satisfecho, contento y feliz. Cuando los vea bien putos a ustedes dos, voy a estar satisfecho.” Isaías respiraba entrecortadamente, bajando lentamente de la nube de placer en la que el orgasmo por la paja con su hermano mayor lo había dejado.

Me das asco”, fue la lacónica respuesta de Caleb, que provocó un intenso placer en Ariel, que imaginó variadas formas de doblegar a su arisco hermano. Callado en su cama, Isaías disfrutaba su post-orgasmo fantaseando con hacer que su hermano mayor le chupe la pija, mientras alguno de sus vecinos gays le penetre el culo o le dé de mamar una pija dura.

Ariel esperó que ambos gemelos se hubiesen dormido, y cuando estuvo seguro, fue hasta la cama de Isaías, lo destapó cuidadosamente y dejó su cuerpo expuesto mientras lo recorría, en silencio, con la mirada. Se deleitó con la visión de los restos de semen aún húmedos sobre la piel de su hermanito, sabiendo que la paja que se había hecho lo tenía como protagonista a él. Sin dudas, el chico pronto habría de caer en sus garras. Imaginándolo como un completamente asumido puto, tan afeminado como Gabriel, se pajeó silenciosamente, para acabar en el abdomen de su hermano menor. Lo cubrió con la sábana y volvió a su cama, para dormirse plácidamente, feliz por su salida del clóset y creyendo haber iniciado la transformación de uno de sus hermanos menores, desconociendo que su hermano ya era puto, aunque nunca lo había asumido. Por un instante se preocupó por lo que sucedería al día siguiente, dada la amenaza del padre, aunque sabía que cualquiera de sus vecinitos hot seguramente le darían asilo, llegado el caso. Con ese pensamiento, finalmente pudo relajarse y se quedó dormido.

El pastor pasó una noche desapacible, sufriendo y preguntándose qué había pasado con su hijo. Sin dudas, lo relacionaba con los degenerados vecinos, que de alguna forma habrían corrompido el alma del muchacho. Durmió entrecortadamente, lamentándose a cada momento y tratando de encontrar alguna “solución”, como si de un problema se tratase. Desistió de dormir cuando por las rendijas de la persiana se vislumbraba la luz del día. Se preparó un desayuno liviano, y se sentó, pensativo, a la mesa de la cocina. Un rato después, Caleb se sumó al desayuno. El chico se mostraba muy pensativo y temeroso. Samuel, el pastor, intentó averiguar qué le pasaba. El muchacho sabía que, si le contaba lo sucedido la noche anterior con Ariel y su hermano gemelo, el hombre explotaría y sería el fin de su hermano mayor. Aunque le molestara el cambio de Ariel, sabía que debía protegerlo, así que decidió no contarle nada al irritable y rígido pastor.

En la habitación, el nuevo puto se había levantado silenciosamente y estaba arrodillado junto a la cama de Isaías, jugueteando con el pelo del chico, mientras lo veía dormir. Cuando abrió los ojos, el gemelo se quedó pasmado, viendo a su hermano mayor junto a su cama, mirándolo lascivamente. Antes que pudiera reaccionar, Ariel le susurró: “gracias por la paja de anoche. Me encantó que lo hicieras pensando en mí. Pronto vas a poder hacer mucho más que eso.” Y de algún rincón oscuro de su mente, surgieron frases que le resultaban verdades absolutas pero que unos pocos días atrás ni siquiera se le hubiesen ocurrido: “yo sufrí mucho por no asumirme. Siempre me gustaron los hombres. El sexo con hombres es fascinante. Terriblemente erótico y caliente. Cuando lo pruebes, no vas a poder parar. Y me va a encantar jugar con vos, y llevarte conmigo a las orgías que hacemos con los vecinitos.” Isaías lo miraba aterrorizado, pero por dentro la curiosidad lo carcomía. ¿Cómo nunca se había dado cuenta que su hermano era puto? ¿Por qué ahora sentía que podía dejar que le afloraran a él mismo estos sentimientos, sin preocuparse por la reacción de su represivo padre? Siempre se había planteado si él era puto,

ya que nunca se había sentido atraído por mujeres, pero más de una vez se descubrió a sí mismo admirando el cuerpo de otros hombres

. Pero ahora ¿quería corroborarlo? ¿Por qué lo excitaba la idea de coger con otros hombres, tan irresistiblemente?

Ariel se vistió, usando más ropa de esa que Gabriel le había regalado. Se miró al espejo que colgaba de la parte interna de la puerta del placard, y se admiró. Su atlético torso, cubierto por una musculosa de encaje negro, que traslucía íntegramente sus marcados pectorales y abdominales, se complementaba con un short mucho más chico que el que había lucido el día anterior. En su mente, no percibía nada extraño, sintiendo la necesidad de usar ropa que exhibiese su cuerpo. A los ojos de su homofóbico padre, seguramente sería una afrenta más grave, como si hoy él se quisiese mostrar aún más puto y degenerado, en términos del homofóbico pastor. Se acomodó un poco el pelo, y deleitándose con la visión de su hermano mientras se vestía, le dijo: “voy a desayunar a lo de Mariano. Después me voy a la peluquería con Gabriel. ¿Querés acompañarme?” Isaías lo miraba desconcertado. Su hermano mayor lo estaba invitando a desayunar al departamento de un hombre abiertamente homosexual, donde además seguramente estarían otros de sus vecinos también putos, y donde probablemente terminarían en una orgía o cosas peores. Y encima, después se iba a ir a la peluquería, como todo un maricón degenerado. Claramente, en su cabeza aún se debatía entre la homofobia inculcada por su padre y la homosexualidad que intuía parte de su personalidad, ya que, al mismo tiempo, anhelaba poder gritar que sí lo acompañaría, y darle un húmedo beso en esos labios tentadores. Mientras se debatía, salió de la habitación, buscando a su padre. Tal vez pudiese evitar esos pensamientos impuros escudándose en la figura ominosa del pastor. Después de buscarlo por toda la casa, se percató que tanto su padre como Caleb se habían marchado temprano, dejándolo solo con Ariel. Su hermano mayor aprovechó la situación, y abrazándolo suavemente le susurró al oído: “¿ves? Estamos solos. ¿Te vas a preparar el desayuno sólo para vos? Acompañame, nadie te va a hacer nada

que vos no quieras

”, remarcó Ariel, dándole a entender que sabía que estaba fantaseando con la orgía en el departamento del maduro. El chico dudó unos segundos, pero finalmente aceptó, siguiendo a su hermano hacia el departamento del último piso, donde el propietario los esperaba con todo listo.

Isaías entró al departamento del desagradable propietario caminando detrás de Ariel, como intentando ocultarse, pero se quedó helado al ver a su hermano arrojarse a los brazos del obeso hombre, y besarlo con extrema lujuria. Para peor, el degenerado maduro sólo vestía un mínimo slip de lycra en color violeta brillante, que resaltaba sus rollos y sus nalgas. En uno de los sillones, vio también a Gabriel, completamente desnudo, mientras le chupaba la pija a Bruno. Cuando lo vieron, todos interrumpieron lo que hacían y vinieron a saludarlo. Isaías se puso rojo de vergüenza, y apenas murmuraba los saludos. Finalmente, el propietario se acercó hasta él y, sonriendo, le dijo: “qué lindo que hayas venido, bonito. ¿Querés ponerte cómodo?” El chico se sonrojó aún más, y bajó la cabeza. Apenas pudo musitar una tímida respuesta: “sólo vine a desayunar. Me invitó mi hermano”, pero al buscarlo con la mirada, se horrorizó al verlo arrodillado al lado de Gabriel, mamando en forma compartida la pija de Bruno. “Creo que tu hermano ya se sirvió el desayuno”, dijo Mariano, y todos rieron a carcajadas, salvo Isaías que permanecía inmóvil. “Vení, sentate”, le dijo el obeso hombre, y tomándolo de un brazo, lo llevó hasta un sillón que quedaba exactamente enfrentado con aquel donde Bruno le daba de mamar pija a su hermano y al otro chico. Isaías trataba de desviar la mirada, pero cada vez se le hacía más difícil abstraerse del erótico cuadro donde Ariel estaba completamente entregado a chupar una enorme pija, con devoción absoluta. En su mente, comenzó a imaginar que era él quien chupaba, completamente desnudo, mientras su hermano lo acariciaba y jugueteaba con su culo. “Creo que tu hermanito es más puto que vos; tiene la pija re-parada”, murmuró Gabriel al oído de Ariel, que siguió chupando la de Bruno con absoluta concentración. Isaías no se había percatado de su inocultable erección, ni tampoco del hecho de que su mano frotaba inconscientemente su pija por sobre el pantalón. Parado detrás del sillón, y agachado para quedar a la altura de su oído, Mariano le susurraba cosas, que Isaías iba incorporando, aun cuando el medallón ni siquiera había comenzado a brillar.

Veo que vos ya sos tan gay como nosotros. No necesitás que mi medallón te enseñe nada. Te calienta ver dos hombres teniendo sexo. Estoy seguro que te hiciste muchas pajas imaginándote a vos mismo con otros hombres. No puedo culparte. Es muy erótico y excitante ver a otro hombre, y más a tu propio hermano, chupando una pija. Te pone muy caliente. No te reprimas. Pajeate. Disfrutá de esa imagen tan sexy. Sacá tu pija del pantalón y descargá tu calentura. No podés resistirte. Sabés que te gusta. Sabés que te calienta. Ver dos hombres teniendo sexo es lo que más te excita. Liberate. Pajeate. No te preocupes porque nosotros te veamos. A nosotros también nos calienta. Y también nos calienta verte pajeándote. Somos todos putos como vos.” La catarata de palabras se hundía en su cerebro. La rígida educación que le habían metido en su cabeza trataba de resistirse, pero su mano hizo caso omiso de eso y liberó su ardiente pija del pantalón, para comenzar con una paja lenta, cadenciosa, que disfrutaba más y más a cada segundo. Sin que Isaías lo percibiese, Gabriel había dejado solo Ariel, y se había sentado a su lado, en tanto su paja se había convertido ya en una ferviente sacudida. Con delicadeza, el afeminado chico le tomó la mano separándosela de la pija, y con un seductor movimiento comenzó a lamerle el enrojecido pedazo de carne. Isaías no reaccionaba, mirando a su hermano a un par de metros, arrodillado chupándole la pija a otro hombre, mientras a él mismo se la estaba chupando un chico muy sexy. “Te gusta el sexo con hombres. Te excita. Te calienta el cuerpo de otro hombre, desnudo junto al tuyo. Desnudate. Liberate. Entregate. Somos todos putos como vos, y queremos disfrutar de tu cuerpo tanto como vos querés disfrutar del nuestro.” Las barreras en la mente de Isaías se derrumbaban a ritmo acelerado. Sin dudar, se quitó la remera, mientras que Gabriel le terminó de quitar el pantalón y el bóxer. A su otro costado, se había sentado Diego, completamente desnudo, que le recorría con ávidas manos y lengua el cuerpo ya desnudo. El chico cerró los ojos y soltó un ahogado gemido. Inmediatamente sintió esa boca que le besaba los pectorales, mientras las manos expertas le recorrían el cuerpo, y la boca deliciosa de Gabriel le chupaba la pija. “La sensación de que te chupen la pija es maravillosa. Nunca imaginaste que sería tan buena. Y los que chupan parecen disfrutarla aún más. Te intriga. Querés saber qué se siente. Qué sabor tiene. Qué te provoca. Mirale la pija a Diego. Es muy tentadora. Querés tocarla. Sentirla. Disfrutarla. Querés ponerla bien dura. Y después pasarle la lengua. Besarla. Abrir tus labios y metértela toda en la boca. Chuparla. No te reprimas. Liberate. Gozá. Sos tan puto como nosotros. Dejate llevar. Metete la pija en la boca y asumite como el puto que sos. Tan puto como nosotros. Tan hambriento de pijas como nosotros.”

La boca de Isaías se llenó con la pija de Diego. Las sensaciones lo invadían. Lo atravesaban. Lo hacían estremecer. Se sentía bien. Era lo que quería hacer. Saborear esa pija. Gozarla. Hacerla disfrutar. Imitó los movimientos de la boca que le chupaba la pija a él. Enseguida, se movía rítmicamente, subiendo y bajando en aquel excelso pedazo de carne. Los susurros continuaban: “te fascina la pija. Las pijas. Todas. Querés chuparlas siempre. Querés disfrutarlas siempre. No podés resistirte a ninguna pija. Apenas las ves, tenés que zambullirte a chuparlas. Querés mamar pijas como buen puto que sos. Te gustan los hombres. Te gustan las pijas. Siempre supiste que eras puto. Tu culo también quiere pijas. Sentís cómo se va abriendo, esperando que algún pedazo de carne lo penetre y le dé bomba. Querés sentir una pija cogiéndote. Sabés que tu culo se hizo para que lo cojan. Relajate y disfrutá de una pija en tu culo. Los putos como vos y como nosotros aman una pija en sus culos. Y también aman coger culos. Y que otros hombres les chupen la pija. Ahora te van a coger, y vas a sentirte completamente puto. Después no vas a poder parar de coger con hombres. Relajate. Entregate. Gozá. Se completamente puto como nosotros.”

Isaías ya no sentía una boca chupándosela, así que se acomodó mejor, de rodillas sobre el sillón, con la cabeza hundida entre las piernas de Diego, para concentrarse en seguir chupándole la pija. De esa forma, su culo estaba expuesto, abierto, expectante. Apenas sintió el roce de una pija dura entre sus nalgas, gimió, y empujó hacia atrás, como implorando la penetración. Pronto sintió el calor del durísimo intruso, invadiéndolo. Le pareció la sensación más maravillosa que hubiese experimentado jamás. Supo en ese instante que siempre había sido puto. Pero ahora no se escondería más. Coger con otros hombres era lo que quería siempre. Abrió los ojos y se distendió, disfrutando de ambas pijas que lo cogían ardientemente. A su lado, vio al maduro cómo se pajeaba, hasta que Bruno se acercó por detrás y, con lujuriosa destreza, lo penetró, para cogerlo furiosamente mientras ambos veían cómo él perdía la virginidad a manos de dos hermosos putos. Ya él se sentía uno más. Gimió mientras trataba de mover su cadera al ritmo de la del chico que le cogía el culo. Pronto sintió la leche de ambos hombres, uno acabándole en la boca y el otro en su culo, ahora ávido de penetraciones. Se relajó, y se sentó con ambos chicos a su lado. Más allá, Mariano lo miraba sonriente, con cierto dejo de lujuria. Finalmente,

el obeso

rompió el silencio: “¿Ariel, vos sabías que tu hermanito menor era tan puto? ¿O lo tenía bien escondido? Esto cambia un poco los planes. Yo pensaba tener dos gemelos super-afeminados, pero lo cierto es que me encanta cómo es tu hermanito. Y si no era un homofóbico, que salga del clóset es suficiente para mí.”

Ariel, abrazado a Bruno, respondió en su tono de voz cada vez más afeminado: “para nada me lo esperaba. Me encanta, hermanito. Lo tenías bien escondido, ¿eh? Pero te felicito, finalmente te asumiste. Debe haber sido difícil para vos, ¿no? Todos estos años, sabiéndote puto, pero sin poder decir nada, con papá diciendo todas esas estupideces…”

Isaías lo miró, dudando en responder lo que realmente pensaba. Finalmente, tomó coraje, y le dijo: “sí, fue difícil. Lo que me resulta extraño es que siempre creí que vos estabas de su lado. Siempre hiciste comentarios homofóbicos y te burlaste de los gays. Y ahora estás más puto que yo, súper-afeminado, todo un putito. ¿Tengo que creer que siempre fue así, o…” y mirando fijo a Mariano, siguió “… o vos le hiciste algo, con ese medallón…”

El obeso maduro lo miró fijamente. Todo su mundo estaba a punto de derrumbarse. Claramente

Isaías

se había percatado de todo y, si el chico contaba algo, terminaría preso o algo peor. Trataba de pensar rápidamente qué decir. Isaías, con calma en la voz y en los gestos, siguió hablando: “no es que me moleste. Sólo quiero saber qué le hiciste. Estoy seguro que no era puto, y ahora... miralo. Me encanta cómo está, pero me intriga. ¿Tenés planeado hacerle lo mismo a mi padre y mi otro hermano? Si es así, quiero participar. Quiero verlos transformados en dos putos totales, y que todo lo que dijeron durante su vida, toda la humillación y el dolor que me hicieron sentir, se transforme en incentivo para desear pijas. Para ser bien putos. Quiero ver a mi gemelo hecha una loca plumosa. Quiero verlo implorando pijas, leche y machos. Quiero ver a mi padre arrodillado chupándosela a cualquier desconocido, seducido por una pija cualquiera. ¿Podés hacerlo?” Mariano lo miraba incrédulo. El chico le estaba pidiendo participar en la corrupción de su padre y su hermano, aunque la motivación le sonaba a venganza. “¿Acaso creés que hacerlos putos es un castigo? ¿Sería tu venganza por tantos años de sufrimiento? No me gusta que pienses así”, dijo el maduro. Isaías bajó la cabeza, y retrucó: “es cierto, perdón. Si pensara que ser puto es un castigo, sería como ellos. No, lo que quiero es que se liberen. Sé que, si se sacan de encima todos los prejuicios, serán mejores personas. Y creo que la única forma sería transformándolos en putos. Pero supongo que lo de hacer de mi hermano una loca plumosa, sería demasiado.” Mariano se sonrió, con malicia, y le contestó: “bueno, no sé si demasiado. Pero sí sería muy erótico. Verlo totalmente transformado en un chico completamente queer. ¿Sabés lo que significa queer?” Isaías se rio. Apuntando a Gabriel y Ariel, dijo: “¿así? Claro que se. No te olvides, lo reprimía, pero siempre fui puto. Me cansé de navegar por montones de páginas donde podía aprender y excitarme. Claro que después me pasaba días con cargo de conciencia y sentimiento de culpa, gracias a mi papá. ¿Entonces? ¿Cuál es el plan?”

Mariano estaba exultante. Sintió que tenía todas las de ganar, para terminar con la homofobia de esta familia. Ya había hecho sucumbir al hijo mayor, uno de los gemelos había salido del clóset a expensas suyas, y se ofrecía para ayudar en la transformación de su otro hermano y su padre.

Este es el plan: ahora vas a llamar a tu hermano. Le vas a decir que estás atrapado acá en mi departamento. Que Ariel te trajo y que te encerraste en el baño, porque queremos hacerte algo como le hicimos a tu hermano mayor. Pero decile que no le diga nada a tu papá. Voy a transformar a tu hermano gemelo rápidamente. Si todo sale bien, para ésta noche nos va a ayudar a transformar a tu papá”, dijo, excitado, Mariano.

Caleb atendió su celular. Del otro lado, sólo escuchaba susurros que no alcanzaba a distinguir. “¿Quién habla? ¿Quién es?

Miró nuevamente el número en la pantalla

¿Sos vos, Isaías? Hablá fuerte, no te escucho”, bramó, bastante molesto, Caleb. “Soy yo, Isaías. Estoy encerrado en el baño del departamento del viejo puto, en el último piso. Ariel me trajo engañado, y éstos tipos quieren hacerme lo mismo que le hicieron a él. Me dicen cosas obscenas y se ríen. Me pude escapar y encerrarme en el baño. Por favor, vení a rescatarme, pero no le digas a papá sino se va a enfurecer con Ariel. Creo que entre vos y yo podemos rescatarlo. Vení rápido.” Caleb dudó de lo que escuchaba. Sí, era la voz de su hermano, y claramente estaba aterrorizado. Pero también recordó que la noche anterior su gemelo se había masturbado con las cosas que le decía Ariel. ¿Y si mejor le avisaba a su padre? Es cierto que se enfurecería, pero tal vez podría convencerlo de llamar a la policía. Pero la policía ¿qué podría hacer? ¿Y si vamos a la casa del viejo puto y todo es una broma o un truco? Entonces tuvo una idea. Iría al departamento donde supuestamente tenían a su hermano, pero llevaría el arma que su papá guardaba en secreto. El pastor no lo sabía, pero Caleb la había encontrado un día, y sabía dónde estaba escondida. Inventó una excusa con su padre, y salió de la iglesia raudo hacia su casa, para conseguir el arma, y después ir al rescate de sus hermanos.

C

APÍTULO

5: Un gemelo corrompido

Caleb entró al edificio sigilosamente. Si nadie lo veía llegar a su casa,

podría

tomar la pistola e ir al último piso

sorprendiendo

al viejo y a cualquier otro de esos degenerados que tuviesen cautivos a sus hermanos, los rescataría y luego vería cómo deshacer lo que les hayan hecho. Temía que ya a su hermano gemelo hubiesen podido hacerle

algo,

aunque no sabía qué podía ser

. Entró a su casa, fue hasta el escritorio de su padre, y del último cajón extrajo el arma. Luego salió del departamento y subió por la escalera para tratar de no hacer ruido y sorprender a los captores de sus hermanos.

Esperó tres o cuatro escalones antes de llegar al palier del departamento del viejo puto. Quería tratar de sorprender a esos degenerados, ya que, con la sorpresa y el arma, seguramente podría doblegarlos fácilmente. Para su propia sorpresa, vio que la puerta del departamento estaba abierta, aprovechando la privacidad de ese palier privado que sólo el propietario del edificio disfrutaba. Desde esa posición en la escalera, podía escuchar las risas, murmullos de conversaciones, gemidos y gritos ahogados.

Juntó coraje, y subió como una exhalación, entrando al departamento como un comando entraría por asalto. Todos se quedaron inmóviles, en silencio, mirándolo. Pero para su sorpresa, ninguno parecía mostrar miedo, sino más bien se los veía curiosamente divertidos. Sonreían, casi como si entre ellos compartiesen un secreto que él desconocía. Mientras les apuntaba con el arma, alternadamente, vociferaba visiblemente exaltado: “¿Dónde tienen a mis hermanos, degenerados? ¿Qué les hicieron? ¿Dónde está su

jefe

? ¡Maricas! ¡Degenerados!” Finalmente, se miraron entre todos, y soltaron una estentórea carcajada. Eso irritó aún más a Caleb, que seguía gritando: “¡paren de reírse, maricones! ¡Contéstenme! ¿Quieren que empiece a disparar?”

Bruno fue el primero en parar de reírse un poco, por lo que pudo responderle. “Aquí no tenemos a nadie contra su voluntad. Si buscás a tus hermanos, te sugeriría mirar en el dormitorio de Mariano que, dicho sea de paso, no es nuestro

jefe

sino nuestro amante. Y muy bueno, por cierto. Seguramente tus hermanos la están pasando genial con él. Pasá, fijate vos mismo. Caleb los miró con odio, y caminó cuidadosamente hacia el dormitorio, que tenía la puerta entreabierta. Al acercarse, pudo oír los gemidos, los jadeos y los susurros. Abrió la puerta pateándola. Se quedó estupefacto. Isaías penetraba a Ariel, que gemía descontroladamente mientras tenía en su boca la pija del obeso degenerado, mientras su pija estaba en la boca del obsceno hombre. ¡Su hermano mayor estaba trenzado en un 69 mientras su gemelo le cogía el culo! “¿Qué carajo están haciendo? ¿Ariel? ¿Isaías? ¿Qué les pasó? ¿Qué les hicieron?”, gritó desesperado Caleb, con el rostro casi desencajado. En ese instante, se dio cuenta que detrás de él habían entrado al dormitorio los otros muchachos, y lo rodeaban, en silencio. “No se me acerquen, porque lo mato al viejo ese, ¿eh?”, amenazó Caleb, apuntando a Mariano, que había detenido su 69 con Ariel y lo miraba, sonriendo. Isaías salió del culo de su afeminado hermano mayor, y se acercó a Caleb, mientras sonreía con cierta malicia. “¿De verdad pensás que sos el único que conocía el escondite del arma de papá? ¿Sabías que papá guarda el arma descargada? ¿Sabés dónde guarda las balas? ¿Revisaste el arma para ver si estaba cargada? ¿Sabías que en la puerta de entrada

y en todos los pasillos

del edificio hay cámaras que se controlan desde este mismo departamento, y te vimos entrar y subir, y vimos todos tus movimientos, e incluso te dejamos la puerta abierta del departamento para hacértelo más fácil? Vení, hermanito, entregate y descubrí el verdadero placer.”

El rostro de Caleb se transfiguró. El horror afloró y su mirada mostraba pavor. Su mente se negaba a verificar el arma, como queriendo negar la realidad. Lentamente, dejó de apuntar y sus dedos, temblorosos, liberaron el cargador, que cayó velozmente hasta la palma de su mano izquierda. Estaba vacío. Caleb volvió a mirar a Isaías, y vio su sonrisa amenazante. Miró a la cama, donde el obeso había salido de debajo de su hermano Ariel, y se incorporaba, para caminar hacia él lentamente. Miró a su alrededor, girando lentamente la cabeza, y pudo ver la sonrisa macabra de todos y la forma en que lo observaban, como si fuese una presa a punto de ser devorada por el líder de la manada. Los muchachos cerraron el círculo a su alrededor, y mientras uno le tomaba el arma, otros le apoyaban las manos en sus hombros, forzándolo a arrodillarse, para quedar frente al obeso. Caleb dejó escapar unas lágrimas, producto del temor y la desesperación, hasta que la sorpresa fue sobrepasada por el asco de ver un pene erecto frente a su rostro. El más musculoso, que entendía se llamaba Bruno, se había parado frente a él. Por la posición de ambos, el enorme miembro le quedaba casi a la altura de su frente, un poco por encima de su nariz. Tan cerca estaba de él este degenerado. Caleb trató de girar la cabeza, pero dos manos se la sostenían del cuello, impidiéndoselo. Intentó cerrar los ojos, pero una voz susurró en su oído: “no lo intentes. Somos muchos, y no querés saber lo que te va a pasar si te negás a mirarla. ¿No te atrae? ¿No te intriga? ¿No te excita ver una

pija

frente a tu rostro?” A Caleb se le revolvía el estómago. Pero no podía hacer nada. Tenía que mirar fijamente ese pene que estos degenerados le obligaban a ver. Hasta que algo lo distrajo. Un destello de luz verde le llamó la atención. Una luz que venía de encima del miembro erecto del musculoso. Alzó levemente la vista y se encontró con el medallón del obeso, que colgando de los dedos de una mano anónima reflejaba intensos destellos que le penetraban la retina. Era una luz muy hermosa, que lo tranquilizaba, lo relajaba. No tenía que mirar la pija, así que la luz era buena, lo hacía sentirse mejor, se metía en sus ojos, y bailaba dentro de ellos. Era una sensación maravillosa. Tanto que lo invitaba a dejar de resistirse. Su rostro mostró las señales de relajación. Ya no quería luchar. Sólo quería disfrutar de esa luz hermosa; esos destellos que danzaban frente a sus ojos, y que iban tomando sugestivas formas. Formas que no se distinguían muy claramente, pero que parecían ser bastante… ¿eróticas? Formas extrañas… Formas que parecían cuerpos… Cuerpos que no podía distinguir… ¿Cuerpos de hombres? Cuerpos de hombres… de todas formas y tamaños, todos desnudos… todos con sus penes… no, sus

pijas

, erectas… Cuerpos hermosos con pijas erectas… Pijas que lo llamaban… lo provocaban… lo

invitaban

… Pijas que le decían, de alguna forma, que querían entrar en su boca… Pijas como la que tenía enfrente, del musculoso… Que quería invadirle la boca… Pijas duras y hermosas…

Caleb abrió sus labios inconscientemente. La punta de su lengua se extendió, hasta rozar el glande enrojecido de la pija de Bruno. Se movió hacia un lado y hacia otro. Sintió la rigidez de esa carne, y la tibia calidez que lo invitaba a metérsela en la boca. No se resistió. Sus labios envolvieron la cabeza, y su lengua hizo movimientos circulares dentro de la boca, como acariciando ese glande que irradiaba calor. Luego movió su cabeza lentamente hacia adelante, mientras la pija entraba más y más en su boca. De alguna forma, su garganta supo exactamente cómo evitar el reflejo de arcadas, y permitió el paso de aquel enorme y duro pedazo de carne, tan tentador… tan seductor. Cuando llegó a estrellar su nariz contra el varonil vello púbico de Bruno, inhaló profundamente. Su mente era un mar de sensaciones, todas nuevas, todas maravillosas. Instintivamente, movió su cabeza hacia atrás, hasta que sintió que el interior de sus labios había llegado a la base del glande,

evitando que saliera de

dentro de su boca dejándolo justo como si fuese uno de esos chupetines de bolita, quedando exactamente al alcance de su lengua

inquieta

. Repitió aquél movimiento circular, esta vez intencionalmente, buscando darle placer a esa fantástica pija. Luego volvió a avanzar hasta el vello, para volver a retroceder, hasta que el movimiento se hizo constante, fluido, y se transformó en el vaivén de la primera mamada de su vida. En sus ojos, las luces continuaban su erótica y seductora danza, transformadas ahora en hermosas y erectas pijas, de todos los tamaños y formas. En su oído, Mariano

había estado susurrando desde el principio,

sin cesar, pese a que Caleb no se

había percatado

de eso. “Te fascina esa pija en tu boca. Te fascina la pija. Las pijas. Todas. Querés pijas en tu boca. Querés que te den pijas todo el tiempo. Sentís como cada movimiento que tu lengua hace te va tornando más y más puto. Sentís como todo rasgo de heterosexualidad se va esfumando de tu mente y de tu cuerpo, y es reemplazado por una atracción irresistible por pijas. No podés pensar en otra cosa que no sea en pijas”, era lo que se iba registrando en el cerebro de Caleb, que cada vez chupaba con más dedicación, completamente dispuesto a darle placer al maravilloso pedazo de carne en su boca. Los destellos verdes habían ido cambiando y ahora parecían representar escenas de ardientes jóvenes siendo sodomi…

cogidos

por otros hombres. Sus culos deliciosamente rellenados de pijas que se movían incesantemente, dándoles inmenso placer, que todos recibían alegremente. Mariano seguía recitándole verdades que él nunca había pensado, pero que sin dudas eran absolutamente ciertas: “tu cuerpo necesita pijas. Tu cuerpo las desea, las reclama. Tu culo está completamente dilatado a la espera de una pija que lo coja. Tu culo necesita ser cogido permanentemente. Tu deseo incesante de pijas sólo es saciable con una pija en tu culo y otra en tu boca. Necesitás que acaben dentro tuyo. Necesitás seducir pijas permanentemente.”

Caleb sintió que su culo era explorado por unos dedos hábiles, que pronto dieron paso a una pija bien tiesa, que lo penetró sin miramientos. Cuando la sintió llegar al fondo, supo que eso era lo que quería permanentemente. La indescriptible sensación que le produjo el vaivén de la pija

a

dentro lo dejó en estado casi catatónico. No podía pensar. No quería nada que no fuese ser cogido. Por culo y boca. Las luces en sus ojos

le

mostraban ahora cómo él debía

moverse y

entregarse a cuanta pija se le cruzase por el camino. Mariano le seguía enseñando las verdades que regirían su vida a partir de ese momento: “sos un hombre que adora las pijas. Sabés que sos hombre y te identificás como hombre, pero te gusta tu lado femenino.

Sabés que tu lado femenino atrae más pijas que tu lado masculino.

Te encanta mostrar tu lado femenino permanentemente. Hablás de vos mismo en femenino. Te movés como mujer. Caminás como mujer. Hablás como mujer. Te vestís con la lencería más excitante, como una mujer. Te maquillás como mujer. Sabés que todo eso te ayuda a conseguir pijas. Las pijas son tu devoción. Nada se compara a recibir pijas. Querés seducirlas todo el tiempo. Sabés que son lo único que te satisface. Y sabés que nada seduce más pijas que un chico bien afeminado. Por eso estás permanentemente seduciendo con tu actitud. Cuanto más femenino te comportes, más pijas tendrás. No importa de quién sean. Si son de desconocidos, de amigos, de vecinos, de compañeros de trabajo, de tus hermanos o de tu papá, no tiene importancia. Lo importante es que te cojan. Por culo y boca. Todo el tiempo. ¿Entendiste?”

Las luces cesaron de destellar. La pija en su boca explotó, dándole ingentes cantidades de leche, que Caleb tragó con glotonería. En su culo, la otra pija lo llenó de cálido semen, que lo hizo gemir y estallar en un orgasmo descomunal. Su primer orgasmo anal. Se quedó allí por varios minutos, los ojos perdidos, como si dentro de su cabeza se estuvieran procesando millones de informaciones. Cuando salió de ese estado, se paró, moviéndose felinamente, y se arrojó sobre la cama, desde donde imploró a los demás chicos, incluyendo sus hermanos, que se

la

cogieran, usando el género femenino para referirse a sí misma.

Después de varias horas, e incontables cogidas recibidas, Caleb se vestía con ropas que el apuesto maduro con hermosa panza le había regalado. Un espectacular baby-doll de encaje negro, medias de red sostenidas por un delicado portaligas, una tanga mínima que poco hacía por cubrir su pija y sus huevos y unas delicadas sandalias de taco, complementaban un sugerente maquillaje, donde resaltaban sus carnosos labios rojo fuego. Volvió al dormitorio de Mariano, donde siguió siendo el centro de la orgía de la que participaban todos los chicos del edificio, incluyendo a sus hermanos, hasta ya entrada la noche. A cada pausa, sus gestos, movimientos y rasgos se veían más y más femeninos, y Caleb no sólo no intentaba ocultarlos, sino que se esforzaba por comportarse como una puta, aún sabiéndose un chico.

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APÍTULO

6: El pastor resiste

El pastor entró al edificio poco después de las 11 de la noche. Se había pasado el día atendiendo las quejas de múltiples feligreses, que reclamaban por la actitud abiertamente homosexual y degenerada de su hijo mayor, que hasta no hace mucho era su mano derecha.

Tenía que ver si Ariel había depuesto su actitud o si seguía tan puto como el día anterior.

Para peor, Isaías no había aparecido durante todo el día, y Caleb, quien lo había acompañado desde temprano en la iglesia, se había esfumado antes del mediodía. Esperaba encontrarlos en el departamento, para darles la reprimenda que se merecían. Pero no pudo pasar del hall de entrada al edificio. Allí, Ariel estaba abrazado a uno de los vecinos degenerados, vestido como uno de ellos, besuqueándose y manoseándose con el muchacho. A su lado, Isaías besaba descaradamente al obeso propietario, que lo tenía de la cintura como si fuese su propietario. Ante este cuadro, comenzó a gritar: “¡Isaías! ¿Vos también? ¿Qué te hicieron, hijo? ¿Qué le hicieron a mis hijos, basuras?”. Ariel interrumpió sus arrumacos con Diego, y respondió: “papá, ya te dije que no nos hicieron nada. A mí me ayudaron a entender qué era lo que me gustaba. A Isaías lo ayudaron a salir del clóset. ¿O no, hermanito?” El gemelo que servía de entretenimiento para Mariano, respondió alegremente: “claro, papá. Toda mi vida supe que era gay, y ellos me ayudaron a asumirlo. Al que sí le hicieron es a Caleb, que por fin entendió que es

toda

una

puta

”, soltando una carcajada mientras apuntaba hacia detrás del pastor, que no entendía el chiste. Al darse vuelta, encontró a un joven extremadamente afeminado, vestido con lencerías propias de una prostituta de burdel, con zapatos de taco y maquillado, que lo miraba sonriente. El pastor se quedó estupefacto. “¿Caleb? ¿Sos vos? ¿¡Qué carajo te hicieron, hijo!?”, bramó Samuel, indignado ante el aspecto completamente cambiado de su hijo, que hasta el momento en que se esfumó de la iglesia lucía absolutamente “normal”. El chico, con gestos y tono de voz propios de una mujer, respondió: “ay, papu, los chicos me mostraron lo divertido que es ser completamente puto. Y como yo

adoro

llevar todo al extremo, decidí vestirme así, y ¡asumirme definitivamente como la perra que soy!”

Samuel, el pastor, lo tomó del brazo y trató de ir hacia el ascensor, pero sus otros dos hijos le cerraron el camino, y Ariel lo increpó: “está muy mal eso, papá. Tenés que dejarnos ser. Nos gustan las pijas. Nos gustan los hombres. A vos no te tiene que importar eso. Tenés que dejarnos ser felices.” El pastor insistió con tratar de vencer la resistencia de ambos muchachos, pero no pudo. Fue entonces cuando el propietario se acercó hasta él y levantó el medallón hasta ponerlo frente a sus ojos. El pastor estaba rojo de ira, e intentó manotear el colgante, pero sus manos no le respondieron. Su vista estaba fija en los brillantes destellos que brotaban de la piedra. Sus ojos se tornaban vidriosos y su boca se entreabría, dejando caer un hilo de baba de la comisura de sus labios. El obeso dijo a los otros, casi riendo: “¡qué rápido el papito para caer en trance! Pronto va a estar pidiendo pija como el resto de nosotros”, lo que suscitó una amplia carcajada entre todos los demás. Samuel seguía con los ojos clavados en el medallón, pero su frente se había cubierto de sudor, y se notaba en sus músculos faciales una enorme tensión, como si estuviese a punto de estallar de ira, pero el medallón lo controlase

y se lo impidiese

. Mariano se extrañó ya que nunca una de sus víctimas había tenido tal reacción. ¿Sería posible que el pastor resistiese a tal punto

al medallón

? ¿Qué pasaría si lo hacía? El obeso propietario continuó: “tranquilo, pastor, relájese. Mire los destellos; vea qué hermosos son. Déjese llevar por ellos. Trate de ver sus formas. Trate de imaginar a qué se parecen.” Caleb sonreía, recordando las hermosas pijas que había visto en los destellos luminosos esa misma tarde. Pero Samuel, lejos de relajarse, se ponía más y más tenso. Mariano, preocupado, continuó: “vamos, pastor. Aceptalo. Te gusta lo que ves. Te gustan esas pijas frente a vos. Te gustan las pijas. Querés ser puto como nosotros. Siempre lo quisiste…”

Un grito desgarrador

escapó de la boca de

Samuel, interrumpi

endo las frases

de

l obeso, que se asustó al ver que el pastor se desmayaba en medio de una sesión

con el medallón, algo que jamás le había sucedido con ningún otro hombre

. Rápidamente, todos los muchachos ayudaron a evitar que el religioso cayera al piso y se golpeara, tomándolo de los brazos. Mariano ordenó que lo llevaran a su departamento, así que unos pocos fueron en el ascensor con el desmayado pastor y el resto fue subiendo rápidamente por las escaleras.

Se acomodaron en el living del obeso, sentando a Samuel en el amplio sofá. El preocupado propietario del medallón trataba de entender qué había sucedido y cómo podría remediarlo. El rostro del pastor, aún desmayado, mostraba la tensión a la que había sido sometido. En su frente se notaban algunas venas, completamente hinchadas. Mariano sabía que, de insistir con la programación tan extrema, posiblemente le generaría algún daño cerebral. Tenía que evitarlo, pero a su vez tenía que tratar de hacer que el pastor aceptara la nueva sexualidad de sus hijos, o todo su harem se vendría abajo, como un castillo de naipes. Recordó cómo había hecho la programación de Ariel, el mayor, y tuvo una idea. “Vamos a tener que hacerlo por etapas. Pequeños pasos que sean fácilmente aceptados, para que paulatinamente podamos avanzar en su transformación”, dijo, explicándole al resto. Isaías fue el encargado de reanimarlo, siendo el que permanecía con su masculinidad intacta, y no provocaría un shock al despertar del desmayo. Así lo hicieron, y Ariel y Caleb permanecieron fuera de su visión, para facilitar el asunto. Suavemente, el gemelo masculino fue reanimándolo, hasta que el pastor consiguió abrir los ojos. “¿¡Papá!? ¿Papá, estás bien? ¿Qué te pasó? ¿Te sentís bien?”, simulaba Isaías, mientras le acariciaba el rostro. “Hi-hi-hijo… ¿dónde están tus hermanos? ¿Qué les pasó? ¿Qué les hicieron?”, fueron las primeras palabras que emanaron de la boca de Samuel, antes de percatarse que no estaba en su casa, y que lo rodeaban todos los maricones del edificio. “¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando?”, gritó el pastor. “Tranquilo, papá. Estás entre amigos. Nadie quiere hacerte daño. Los chicos están bien. Acá Mariano estaba preocupado por vos, porque te desmayaste en el hall”, dijo arteramente Isaías, y con una mano llamó al obeso para que se acercase. El propietario dio dos pasos para quedar frente al pastor, que lo miraba desorbitado primero, pero que pronto comenzó a recordar e hilar pensamientos. Antes que pudiera terminar de reaccionar, Mariano colocó el medallón frente a sus ojos, y el pastor quedó nuevamente en trance. Esta vez, el obeso propietario fue sumamente cuidadoso en la elección de las palabras. “Tranquilo, pastor. Tus hijos están bien. Están acá con vos”, fue lo que dijo Mariano para tratar de calmar a Samuel. Aparentemente, dio resultado ya que su rostro se relajó. Continuó, entonces: “vos sos un pastor que quiere el bienestar de su gente. Pero antes que pastor, sos padre, y te interesa el bienestar de tus hijos. Te interesa que estén bien. Que sean felices.” A medida que hablaba, el obeso se percataba que, si partía de premisas que para el pastor eran ciertas, sería más fácil llegar a donde él quería llegar. Así que continuó por ese camino: “Te interesa la felicidad de tus hijos. Como buen padre, querés que se sientan felices. Ahora los ves felices. Te han confesado su secreto más profundo, que les pesaba en sus conciencias, y ahora se sienten más felices. No podés culparlos por eso. Por querer ser felices. Ahora, que te han confesado sus secretos, aun sabiendo que podía enojarte, se sienten felices. Y si ellos son felices, vos sos feliz. Porque como padre, te importa su felicidad.” El rostro del pastor lucía completamente relajado. Mariano sintió que estaba por la senda correcta. Tendría que subir un poco la apuesta, pero con mucho cuidado. Así que, intentó: “Tus hijos te han confesado su secreto más profundo, y se sienten felices. Te han confesado lo que los hace felices. Y eso te hace feliz a vos. Te han confesado que sienten atracción por otros hombres, y eso los hace felices. Y verlos felices te hace feliz a vos. Son felices al sentirse atraídos por otros hombres. Y verlos felices te hace feliz. Son felices con otros hombres. Y verlos felices te hace feliz. Son felices al ser homosexuales. Y verlos felices te hace feliz. Ser homosexuales los hace felices. Y verlos felices te hace feliz. Ser homosexuales los hace felices. Y que sean homosexuales te hace feliz. Ahora ya sabés que son homosexuales, y eso te hace feliz. No los vas a criticar, ni censurar, ni te va a molestar. Cada uno en su estilo, son homosexuales y son felices. No te importa lo que opinen los demás. Lo que importa es que ellos son felices siendo homosexuales. Y eso te hace feliz. Que sean homosexuales te hace feliz. Verlos felices te hace feliz.” La frente del pastor se había arrugado levemente, pero enseguida volvió al estado de relajación, así que Mariano decidió subir aún más la apuesta: “Si quieren ser masculinos o afeminados no te importa, porque lo que sean los hace felices. Si Caleb quiere vestirse con ropa de mujer porque lo hace feliz, entonces vos sos feliz. Ver a Caleb vestido con lencería de mujer te hace feliz. Ver a Caleb ser feliz comportándose como mujer, te hace feliz. Ver a Isaías feliz seduciendo a otros hombres, te hace feliz. Ver a Ariel feliz por estar vestido como un maricón amanerado, te hace feliz. Verlos completamente putos, te hace feliz. Porque ellos son felices y, como padre, lo único que te importa es verlos felices. Verlos felices al seducir a otros hombres, te hace feliz. Verlos felices en compañía de otros hombres, te hace feliz. Si llevan a algún compañero ocasional a tu casa, para tener intimidad con él y que los haga felices, entonces vos sos feliz. Si tener sexo con algún hombre los hace felices, entonces vos sos feliz. Sos feliz si tienen sexo con otros hombres, porque eso los hace felices. Sos feliz si tienen sexo con otros hombres. Y si jugar a seducirse entre ellos los hace felices, entonces vos sos feliz. Si seducirse entre ellos los hace felices, vos sos feliz. Sos feliz si se seducen entre ellos. Sos feliz si tienen sexo entre ellos, porque eso los hace felices. No vas a reprimirlos ni prohibirles que tengan sexo entre ellos, porque tener sexo entre ellos los hace felices. Al verlos felices, vos sos feliz. Nunca estuviste tan feliz como ahora, que los ves plenamente felices. Si son felices, vos sos feliz. Te gusta ser feliz. Te sentís bien siendo feliz. Te gusta que el mundo te vea feliz. Te gusta que el mundo te vea. Te gusta que el mundo te admire. Como pastor, como padre y como hombre. Sos un hombre muy atractivo y te gusta que el mundo te vea. Te hace feliz que el mundo te vea. Que vea que atractivo que sos. Vas a empezar a vestirte más acorde con un hombre de tu atractivo, porque eso te hace feliz y hace felices a tus hijos. Has dado un gran paso al reconocer y aceptar a tus hijos, para hacerlos felices. A partir de acá tenés que empezar a construir una nueva relación con ellos, basada en la felicidad de los cuatro. ¿Entendiste?”

Había llegado el momento de la verdad. Al apartar el medallón, se definiría si el pastor había iniciado, o no, su largo camino a la homosexualidad plena. Todos se quedaron en silencio, expectantes. Isaías volvió a ocupar el lugar de Mariano, y continuó hablando como si todo el episodio del obeso con el medallón no hubiese sucedido. “Papá… ¿estás bien? Mariano se preocupó porque te desmayaste en el hall. Nos tenés preocupados, papá. Sabemos que son muchas noticias muy fuertes en estos días, pero necesitábamos contártelo, papá. ¿Estás bien?”

Samuel pestañeó reiteradamente, como tratando de despertarse de un sueño profundo. Miró a Isaías, y le sonrió. Luego buscó con la mirada a Ariel y a Caleb, y al verlos, respiró aliviado. Había temido por ellos por algún motivo, pero ahora no podía recordar porqué. Caleb, vestido tan atrevidamente como le gustaba hacerlo, le tomó la mano y le dijo: “ay, qué susto que nos diste, papi. Me dejaste helada.” Samuel le sonrió, haciendo caso omiso al uso del femenino por parte de Caleb y, tartamudeando, dijo: “chicos, vamos a casa, que me quiero recostar. Despídanse de sus amigos y vamos, por favor.” Sonriendo aún, se puso de pie, y saludó al grupo, que lo miraba fascinado, agradeciéndoles por la atención. Miró fijo cuando Caleb se entregó a un beso ardiente con Bruno, mientras Isaías hacía lo propio con Mariano, pero no dijo nada, sino más bien se alegró por sus hijos, al verlos tan felices, habiendo salido del clóset.

Samuel salió del departamento acompañado de sus hijos. Al entrar al ascensor, el pastor vio a Isaías rodeando con ambos brazos a sus dos afeminados hermanos. Lejos de encontrarlo extraño o preocuparse por ello, la imagen

l

e resultó tiernamente romántica.

Cuando entraron a su departamento, Samuel sonrío al ver cómo Isaías besaba ardientemente a su gemelo Caleb. Se sentó en su sillón favorito mientras, en su cabeza, la imagen de sus tres hijos besándose apasionadamente se le hacía más natural segundo a segundo. Se quedó observándolos por un rato, mientras la excitación de los chicos iba en aumento. Cuando la pasión se transformó en lujuria, sugirió que fuesen a su habitación. Los chicos obedecieron disfrutando de la nueva personalidad de su padre, que les permitía sus eróticos juegos sensuales sin poner objeciones.

Una vez en su habitación, los chicos se trenzaron en una ardiente orgía, que se extendió hasta altas horas de la madrugada.

A la mañana siguiente, Samuel se levantó con un fuerte dolor de cabeza. No tenía muy en claro que había sucedido la noche anterior. Al llegar a la cocina encontró a sus hijos departiendo amablemente, mientras preparaban el desayuno. Caleb como siempre lucía su atrevida lencería, esta vez en color violeta, Ariel era el paradigma del chico afeminado e Isaías se mostraba como el macho dominante del trío, dando órdenes e instrucciones. Estaba vestido con ropa provocativa pero claramente masculina. "Vas a tener que acompañarme a comprar ropa", le dijo su padre a Isaías, sintiéndose plenamente identificado con la forma en que el gemelo masculino se vestía, aunque pensando que tal vez fuese un tanto excesiva para él mismo. "Quiero verme mejor y me gusta tu estilo", agregó, elogiando la vestimenta que llevaba. Cuando terminaron de desayunar, Samuel y el chico salieron rumbo al shopping, mientras que Ariel y Caleb aprovecharon para subir al departamento de Mariano, donde otra de las diarias orgías estaba a punto de comenzar.

Samuel llegó al templo cerca del mediodía, cargando gran cantidad de paquetes con su nueva vestimenta. Incluso lo que llevaba puesto era parte de su nuevo guardarropa. Una entallada camisa que marcaba su cuidado físico, que pese a los años lucía aun espectacularmente bien, se complementaba con un ajustado pantalón color natural y unos elegantes zapatos blancos qué le daban un toque diferente. Al verlo, los trabajadores de la iglesia se sorprendieron, ya que el pastor era un hombre que siempre había mantenido extrema sobriedad en la vestimenta, y ahora estaba visiblemente llamativo. A su lado, Isaías vestía ropas aún más ajustadas que resaltaban su maravilloso físico.

Después de unas horas de trabajo, Isaías, altamente distraído por los atractivos cuerpos de sus compañeros, le sugirió a su padre que deberían volver a su casa. Lo que ignoraba el pastor, era que esta estratagema había sido planeada por Mariano, para darle tiempo a la mente del religioso de adaptarse a cada paso de la transformación. Al llegar al edificio, Isaías llevó a su padre directamente al departamento de

l obeso

, con la excusa de pasar a saludar a sus amigos. Al entrar, la mente del pastor tuvo que hacer un esfuerzo enorme frente al lujurioso cuadro que veía.

Ariel y Caleb eran el centro de atención del resto de los chicos, que los cogían de todas las formas posibles. Contrariamente a lo que su padre pudiera pensar, ambos jóvenes disfrutaban visiblemente de las pijas que los penetraban. “Buscame un lugar para sentarme”, ordenó el pastor a Isaías, que lo ubicó en uno de los amplios sillones, de frente a la descomunal orgía donde sus afeminados hijos eran objeto de atención por parte de las pijas de todos los demás, y ante la atenta mirada de Mariano, que supervisaba toda la acción. El pastor observó impertérrito, al ver cómo Isaías abrazaba y besaba lujuriosamente al maduro propietario del departamento. En el rostro de Samuel se notaba el conflicto interno que esto le estaba generando. Las venas en su frente eran claramente visibles, sus facciones estaban completamente tensas, y no demoró mucho para que la situación hiciera explosión. Toda esa presión en su cabeza hizo qué profiriera un grito lacerante, hasta que perdió el conocimiento.

En ese instante, toda la actividad sexual se detuvo y Mariano preguntó a los hijos del pastor cómo había evolucionado el religioso con las instrucciones recibidas el día anterior. Unos minutos después, el obeso despertaba al pastor, al tiempo que balanceaba frente a sus ojos el enigmático colgante. Samuel no atinó a decir nada y su mirada se clavó en la piedra verde y sus destellos danzantes. "Estás muy feliz al ver tan felices a tus hijos por ser abiertamente homosexuales. Eso los hace felices y verlos felices te hace feliz a vos. Que tus hijos sean abiertamente homosexuales te hace feliz. La homosexualidad te hace feliz. Tener sexo con otros hombres, hace felices a tus hijos y ver a tus hijos felices te hace feliz a vos. Que tus hijos tengan sexo con otros hombres te hace feliz. Ver hombres teniendo sexo con otros hombres te hace feliz. Estar feliz te hace sentir bien. Estar feliz te hace sentir excitado. El sexo con otros hombres te hace sentir excitado. El sexo con hombres excita. Estar excitado te hace feliz. Sentirte excitado te provoca una erección. Tener erecciones te hace feliz. Masturbarte cuando tenés erecciones te hace feliz. Ver a otros hombres teniendo sexo con tus hijos te provoca erecciones y eso te hace feliz. Cuando tenés erecciones necesitás masturbarte para ser feliz. Ver hombres teniendo sexo entre ellos te hace masturbarte y ser feliz. Ver a tus hijos teniendo sexo entre ellos o con otros hombres te hace masturbarte y ser feliz. Sabés que tus hijos son felices cuando vienen a mi casa. Te hace feliz que tus hijos vengan a mi casa. Sabés que en mi casa participan de orgías con otros hombres y eso los hace felices. Ver a tus hijos en orgías con otros hombres te hace feliz. Ver a tus hijos en orgías con otros hombres te excita y eso te hace feliz. Cuando estás excitado, masturbarte te hace feliz. Cuando ves a tus hijos en una orgía con otros hombres, tenés que masturbarte para ser feliz. A partir de ahora, vas a venir todos los días a vernos teniendo sexo con tus hijos. Vas a masturbarte adelante nuestro todo el tiempo, para sentirte feliz. Ver hombres teniendo sexo te hace feliz. Cuando no estés acá, vas a buscar videos porno gay para masturbarte mirándolos, porque eso te hace feliz. Una última cosa: tu nueva vestimenta te hace sentir bien, y eso te hace feliz. Vestirte provocativamente te hace feliz. A partir de ahora, te vas a vestir más provocativamente cada día. Cuanto más se aprecie de tu físico, más feliz vas a ser. ¿Entendiste?”

Samuel pestañeó incontables veces, hasta que pudo volver a enfocarse en la acción alrededor suyo. Realmente le resultaba excitante ver a otros hombres teniendo sexo entre ellos, más cuando de sus propios hijos se trataba. Ver cómo Caleb era penetrado por dos hombres al mismo tiempo, mientras gemía con placer extremo, era realmente excitante. Tanto, que su propia pija estaba durísima. Sin pensarlo dos veces, el pastor extrajo su pija del pantalón y comenzó a masturbarse mientras miraba toda la situación. Al lado de Caleb, Ariel chupaba dos pijas alternadamente, mientras un musculoso grandote le cogía fervientemente el culo. Un poco más allá, Isaías penetraba salvajemente al obeso propietario del departamento, que parecía gozar al extremo. Samuel aumentó el ritmo, y su masturbación se hizo más intensa, hasta que no pudo aguantar más y acabó copiosamente. El interminable período desde la muerte de su esposa, durante el cual había estado reprimiendo sus sentimientos y sus deseos, lo había hecho acumular enormes cantidades de semen, que fueron expelidas como majestuosos chorros, que cayeron casi dos metros más allá de donde estaba sentado, salpicando a todos los demás, que quedaron pasmados ante tamaño espectáculo. Las risas no se hicieron esperar, seguidas por chiflidos y aplausos, para luego continuar cada uno con sus actividades amatorias.

Esa noche, en el living del departamento del pastor, los tres hijos estaban trenzados en una tórrida orgía, mientras su padre, instalado cómodamente en el sillón, se pajeaba mirándolos. Acabó por enésima vez cuando el mayor, Isaías, extrajo su pija del culo de la hambrienta Caleb y acabó en la cara del ansioso Ariel, que imploraba por la leche de su hermano. Agotado por la incontable cantidad de pajas, el pastor Samuel se quedó dormido, mientras sus hijos continuaban con los eróticos jugueteos.

C

APÍTULO

6: El pastor se entrega

Samuel abrió lentamente los ojos, intrigado por la delicada tibieza que calentaba sus párpados. El brillo del sol lo hizo percatarse de que se había quedado dormido en el sillón del living. Su memoria rápidamente disparó una sucesión de recuerdos, de cómo sus hijos cogían unos con otros ardientemente frente a sus ojos. Lo que hace apenas tres días le hubiese parecido un espanto, ahora lo hizo sonreír. Sus hijos eran felices. Tres felices putitos. Y bien promiscuos. Si ellos eran felices, cómo no serlo él también. Además, siendo que el sexo entre hombres es tan excitante, es lógico que los haga felices.

Se levantó del sillón para ir al baño a lavarse y prepararles el desayuno a los chicos, pero se percató que ya eran las 11 de la mañana, y el cuarto de sus hijos estaba vacío. Supo, sin dudarlo un segundo, que estarían seguramente en el piso de arriba, cogiendo con sus amigos del edificio. Inconscientemente, Samuel sonrió. Se dio una buena ducha, se vistió y, en lugar de ir al templo, subió a saludar a sus vecinos, y de paso a ver un rato a sus hijos. Con un poco de suerte, podría hacerse una o dos pajas antes de ir a la iglesia, pensó.

Al entrar al departamento, vio a Caleb acostada siendo penetrada por el culo por dos pijas a la vez, mientras trataba de acomodarse otras dos en la boca, al tiempo que el resto de los muchachos la alentaban con gritos y silbidos. Al ver a Samuel, el putísimo chico soltó las dos pijas de su boca y lo saludó cálidamente: “hola, papi, ¡qué suerte que viniste! Mirá qué popular que soy con los chicos”, exclamó, excitada, Caleb. Samuel la miró sonriente, y respondió jocosamente: “puta es lo que sos. Pero si te gusta, adelante, mi amor.” Eso arrancó los aplausos de todos los presentes, mientras Caleb se metía nuevamente ambas pijas en su boca. Sin siquiera sentarse, el pastor extrajo su pija del pantalón y comenzó una violenta paja, que fue interrumpida por hermosos destellos de luz verde que danzaron frente a sus ojos.

Tus hijos son completamente felices gracias a vos. Los apoyás y los dejás ser, libremente, y eso los hace felices. Son completamente putos, y eso los hace felices. Sos feliz porque son putos y son felices. Ser putos los hace felices. Vos querés ser plenamente feliz. Vos querés ser feliz, como ellos. Ellos son felices siendo putos. Vos querés ser un puto feliz, como ellos. Ser putos los hace felices. Ser puto te hace feliz. Sos feliz. Sos puto. El sexo con hombres los hace felices. Sos feliz. Te gusta el sexo con hombres. Te atraen los hombres. Te gustan las pijas. Coger con hombres te hace feliz. Ya no podés negarlo. Sos puto como tus hijos y eso te hace feliz. Su papi puto los hace felices. Ser su papi puto te hace feliz. Ser papi puto te hace feliz. Sos un papi puto. Te hace feliz cogerlos como el buen papi que sos. Te hace feliz que te cojan, porque sos buen papi. Te gusta que sean felices cogiendo con vos, como cogen entre ellos. Te gusta que sean felices viéndote en las orgías con sus amigos. Te hace feliz estar en las orgías. Sos feliz por ser un papi puto cogiendo con hombres en orgías. A partir de ahora, vas a venir todos los días a sumarte a nuestras orgías, y vas a ser plenamente feliz. Completamente puto y feliz. Y dentro tuyo vas a empezar a desear transmitirle esa felicidad a otros hombres que todavía no la hayan experimentado. Cada orgasmo que tengas con otros hombres va a aumentar más tu deseo de transmitir tu felicidad. De transmitir tu deseo de coger con hombres. De transmitir tu felicidad y tu homosexualidad. Hasta que se haga imposible de reprimir, y me pidas ayuda para transmitir tu felicidad y tu homosexualidad a los miembros de tu iglesia. Ahora, despertate y empezá a disfrutar de tu homosexualidad junto con tus hijos y sus amigos. Ya sos completamente puto y feliz. Despertate”, fue la última orden de Mariano.

El pastor parpadeó rápidamente, como si una

basurita

se hubiese metido en su ojo, mientras se pajeaba viendo a su hija Caleb ser cogida por dos pijas en su culo. Se sintió feliz, pero a la vez sintió un poco de envidia. Él también quería pijas. Miró a su alrededor y vio a uno de los chicos musculosos que lo miraba lascivamente, mientras se sobaba la pija. Caminó hasta él y se arrodilló, sacando su lengua y lamiendo el glande de ese espectacular adonis. Luego, en rápido movimiento, se metió esa pija en la boca y comenzó a mamarlo como si fuese algo que hubiese hecho toda la vida. Pronto, tenía otra pija bombeándole el culo, haciéndolo feliz, como a él le gustaba. Pasó el resto del día alternando posiciones, siendo cogido, cogiendo él a otros, mamando o siendo mamado. Incluso participando con sus hijos, en intensos y tórridos polvos que hacían que todos acabaran copiosamente.

Al caer la noche, Mariano lo tomó de la mano, y guió a Samuel hasta la lujosa habitación del propietario, donde se encerraron para pasar una noche de lujuria a solas los dos. En el living, los tres hijos del pastor pasaron las horas en la más ardiente de las orgías que hubiesen tenido hasta el momento.

EPÍLOGO

: La feliz congregación gay

Habían pasado 15 días desde que el pastor trajo a la iglesia al nuevo consejero espiritual, el Señor Mariano. Desde entonces, la totalidad de las mujeres abandonaron la congregación, y poco a poco los hombres fueron cambiando sus actitudes y costumbres. Incluso, el mensaje durante las reuniones, a las que ya no llamaban misas, había cambiado notablemente. La mayoría de los chicos de la juventud se mostraba ahora abiertamente afeminado, completamente homosexual, incluso en algunos casos ya declarándose en pareja con algún otro

hombre

miembro de la comunidad.

Eran apenas las 5 de la tarde, y en la oficina del pastor los últimos tres chicos del grupo juvenil

que todavía resistían,

estaban de rodillas, chupándole las pijas a varios de los miembros mayores, incluyendo al pastor, que guiaba sus acciones: “vamos lindos, chupen y disfruten. Ya son completamente putitos, como nosotros. Ya no pueden resistirse a una pija. Desean todo el tiempo ser cogidos por boca y culo. Vamos, chupen, traguen y sean completamente putos. Soy su papi, y se lo que les digo.” Los chicos hicieron caso de las palabras de Papi, y saborearon gustosamente la leche que invadió sus bocas por primera vez en sus vidas, seguros de que no sería la última. A su lado, Caleb los veía, sonriendo por saberse artífice principal en la transformación de esos jovencitos, ansiosa por salir a buscar nuevos miembros de la creciente congregación.