Criss

Una conversación en un chat puede llevar a las aventuras eróticas más excitantes.

Criss

El ambiente era húmedo aquella tarde y yo temía que se pusiera a llover, pero no podía ponerme a cubierto. Estaba en un andén de la estación y el tren esperaba llegaría en cinco minutos. De repente una voz monótona de mujer anunció la llegada de tu TALGO procedente de Madrid y un momento después podía verlo acercarse. En algún vagón de ese tren ibas tú, tras hacer trasbordo en Madrid. Cuando bajaron los primeros pasajeros empecé a buscarte entre la gente, a mi lado pasaban familias con niños, hombres y mujeres solos, quinceañeros que buscaban a sus novias entre la multitud… pero por más que miraba no alcanzaba a verte. Ni siquiera estaba seguro de poderte reconocer por esa foto que tengo en mi ordenador. De pronto oí una voz que me llamaba con tono de duda, me giré y apareciste tras de mí.

¿Criss?

Hola Edu –respondiste. Tu voz sonaba aún mejor en persona. Era la primera vez que nos veíamos y no sabía que decir. Me acerqué, nos dimos dos besos y empezamos a andar. Dejamos la maleta en mi coche y luego te propuse ir a cenar, pues ya era tarde. Media hora después estábamos cenando en un restaurante. Después de un rato hablando yo no podía dejar de mirarte, me di cuenta de que eras guapa, quizás no la clase de chica que uno miraría por la calle, pero esa sonrisa tenía algo especial y tus ojos hablaban. Empezaba a sentir la misma química que cuando hablábamos por el messenger. No podía apartar de ti la mirada y me parecía que a ti te ocurría lo mismo, pero no estaba seguro. Cuando volvieras a tu casa nos separarían muchos kilómetros y si ocurría algo entre nosotros podría resultar duro después. Ese pensamiento me rondaba la cabeza, pero cuanto más te miraba más atraído me sentía hacia ti, conforme se pasaba la timidez de los primeros momentos nos íbamos aproximando más y había más contacto entre nosotros hasta que, casi sin saber como, me vi acercando la cara a la tuya y dándote un beso casi furtivo en los labios. Por un segundo tuve miedo de haberlo estropeado todo, pero tú acompañaste mi beso con tus labios al tiempo que acariciabas mi mejilla. Cuando separamos las bocas ninguno de los dos parecía dar crédito a lo que había pasado. Estuvimos callados algún rato y luego me dijiste que estabas cansada y necesitabas dormir un rato, así que te acompañé a mi casa. Mi familia estaba de vacaciones, así que la tenía para mí sólo por algunos días. Cuando te despertaste me sentía muy nervioso por lo que había pasado un rato antes, pero los nervios se pasaron cuando te vi. Me saludaste con una amplia sonrisa, te acercaste a mí y nos volvimos a besar. Esta vez sin miedo, saboreando cada momento de ese beso, sintiendo el sabor y el tacto de nuestros labios. Abracé tu cintura y me dejé llevar.

¿Qué hacemos ahora? - Dije al acabar.

¿Por qué no vamos a tomar algo? - Un rato después estábamos sentados en un bar de copas y no tardamos en volver a besarnos. Te habías puesto un vestido corto que dejaba ver tus bonitas piras y yo llevaba una camisa gris y un pantalón blanco ancho. El sofá donde nos habíamos sentado estaba apartado de las miradas, así que los besos se fueron haciendo cada vez más largos, más apasionados. Nuestras lenguas exploraban cada centímetro de nuestras bocas y las caricias se hacían más intensas y atrevidas. Tú me acariciabas el pecho, llegando a meter la mano por mi camisa y yo recorrí tus piernas con mis dedos, ascendí por tu cintura y tus caderas y acaricié tu espalda bajo el vestido. Cuando volvimos a mi casa, nada más cerrar la puerta nos abrazamos, nos besamos y nos tiramos en el sofá. Nos besamos otra vez, entrelazamos nuestras piernas, llenamos nuestra piel de caricias y nos cubrimos de besos nuestros labios y nuestros cuellos.

Me sacaste la camisa y te desabroché la cremallera del vestido, cuando te lo quité aparecieron ante mí tus bonitos pechos cubiertos por un sujetador blanco que dejaba ver lo suficiente para que no pudiera evitar lanzarme sobre ellos y besarlos como si nunca más fuera a poder hacerlo. Los besé deleitándome con su sabor, hundiendo mi nariz entre ellos para sentir el olor de tu piel a la vez que pasaba mi lengua por el borde del sujetador sin atreverme a quitártelo. -No tengas miedo –me dijiste, y me llevaste las manos al cierre que había en tu espalda. Lo desabroché y te saqué el sujetador sin perder detalle de ese momento y tus pechos quedaron a la vista. Los besé mientras te ayudaba a quitarte del todo el vestido. Después continué besándote por tu vientre, tu abdomen, hasta llegar a la goma de tus braguitas.

  • Espera -me dijiste cuando me disponía a bajártelas. -¿Por qué no vamos a la cama? Nos levantamos, nos dimos la mano y fuimos al dormitorio. Sin mediar palabra te echaste sobre las sábanas aún destapadas desde esa tarde y yo cuidado deslicé los dedos por el borde de la única prenda que llevabas.

  • Espera, deja que te los quite –volviste a decir, y te incorporaste para desabrochar mi pantalón y dejarlo caer. –Ahora estamos iguales. –

Entonces volví a introducir más dedos entre tus braguitas y te las quité intentando disimular mis prisas, me quité el bóxer y me tumbé junto a ti. Luego siguieron los besos, las caricias, nos abrazábamos, jugueteábamos, a veces parecíamos dos adolescentes aprendiendo a amarse en su primera vez, otras nos comportábamos como los dos adultos que éramos disfrutando de un momento que habíamos esperado durante meses sin darnos cuenta. Nuestros cuerpos se confundían, nuestras pieles se rozaban, nuestras lenguas chocaban introduciéndose en nuestras bocas para aspirar el aliento del otro, acariciábamos nuestros torsos, nuestras piernas, nuestros sexos….

No sé cuanto tiempo estuvimos así, pero tuvimos tiempo de conocer bien cada parte de nuestros cuerpos antes de que quedaras sentada sobre mí y con un movimiento me ayudaras a que mi miembro penetrara al fin en tu cuerpo, primero despacio, luego más deprisa, hasta terminar por desaparecer dentro de ti. Diste un gemido de placer y comenzaste a moverte. Yo me incorporé y te abracé con una mano a la vez que acariciaba tus pechos con la otra, bajando de vez en cuando para recorrer tus caderas, tus nalgas, tus muslos y tu sexo. Pronto fuimos como uno sólo, moviéndonos a la vez y hablándonos al oído desnudando también nuestros sentimientos y nuestras sensaciones.

En ese momento dejé completamente de pensar y me dediqué sólo a sentir hasta peder la noción de las cosas, sólo tengo un recuerdo vago de lo que ocurrió y un montón de sensaciones que nunca olvidaré. Siguieron los besos, las caricias, suspiros, abrazos, jadeos, más besos gritos de placer y más besos y caricias. Paramos y nos dedicamos a las caricias y los besos para volver a unir nuestros miembros varias veces a lo largo de esa noche hasta que por fin caímos rendidos en la cama. Esa noche no pude dormir. La pasé despierto, apoyado en un brazo, mirando como dormías. Cuando al fin te venció el sueño no pude evitar acariciar tu cuerpo deslizando mi mano entre tus senos recorriendo tu vientre, hasta posarla en el calor y la suavidad del vello de tu vulva. Así me quedé observando las curvas de tus pechos subiendo y bajando acompañando a tu respiración y preguntándome qué ocurriría ahora que las cosas habían cambiado entre tú y yo. Temiendo la distancia.

Hoy vuelvo a estar en el mismo andén de la estación esperando el mismo tren y otra vez te veré al bajar de uno de sus vagones. Hemos decidido darnos una oportunidad y algo me dice que todo saldrá bien.