Crisis Matrimonial, 2
...con Aïcha todo fue diferente.
La primera fue Aïcha una estudiante de erasmus francesa hija de inmigrantes argelinos. Beurette, dicen ellos.
Era bastante zorrona, la verdad. No como las que me follo o nos follamos ahora. El culo se lo había desvirgado su segundo novio un día que no llevaban condones. Me hizo un daño horrible, decía. También bromeaba explicando que alguna noche su hermano se metía en la cama en silencio y se lo follaba despacio sin acabar de correrse. Pero nunca supimos si era verdad o no, porque si insistíamos mucho con las preguntas cambiaba de tema.
Elena escogió para quella primera vez una erasmus porque era menos arriesgado. Al cabo de un par de meses, decía, decíamos, se iría a su país y si te he visto no me acuerdo. La nuestra es una ciudad pequeña y no queríamos encontrarnos con nuestra “víctima” por la calle a cada momento si todo salía mal. Aïcha, además, era espectacular. Cumplía con ganas los tópicos de las árabes. Unos ojos bellísimos. Y unas tetas de infarto. Le gustaba que se las azotásemos cuando se empalaba poniéndose encima mía. Ella botaba con mi polla taladrando su ano y Elena le golpeaba las tetas o le estiraba de los pezones.
–Baise-moi. Defonce-moi.
Aïcha alternaba el francés y el castellano durante todo el polvo, pero cuando el orgasmo ya era inminente gritaba en dariya, en árabe dialectal, cosas que nunca llegamos a entender.
Elena me explicó que la ceremonia de seducción esa vez fue bastante fácil. Aïcha fue la menos presa de todas nuestras presas. Y seguro que desde el primer momento supo las reglas del juego que estaba jugando.
Durante las clases le daba protagonismo. Elena explicaba cosas sobre Francia o la inmigración. Y le preguntaba a Aïcha si estaba de acuerdo. Y ella explicaba otras, que su padre era harki, que había huido a Francia cuando la independencia de Argelia y ponía ejemplos que ilustraba lo que explicaba Elena. En aquel tiempo y en aquel país era algo exótico.
Un día que llovía, de los pocos en una ciudad como la nuestra donde casi nunca llueve, la llevamos a ver la parte árabe, el antiguo castillo medieval, las calles que debían haber sido la pequeña casbah de los árabes locales y los baños, claro. Fue precisamente al salir de los baños que la lluvia se volvió torrencial y nos mojamos hasta tal punto que Elena se atrevió a invitarla a casa.
–Así no te puedes ir, tonta. Ven a casa, te dejo ropa y cuando pare un poco la lluvia, te vas.
Aïcha se negó una vez, pero en seguida aceptó con aquel brillo de inteligencia en los ojos que desde entonces sabríamos que significaba.
Aquella primera vez ya nos la follamos. Abrimos un vino. Empezamos con las bromas, las segundas intenciones. Y mi mujer la besó. Un beso largo y cuidado. Con una mano la acariciaba la cara o los hombros y con la otra le desabrochaba la blusa que le acababa de dejar para volver a casa. A los cinco minutos me puse detrás de ella y empecé a jugar con sus pezones desnudos. Se los pellizcaba y ella gemía en los labios de mi mujer. Y yo, a pesar de los nervios, me iba envalentonando. Le metí la mano en las bragas y noté que tenía el coño chorreando. No hicieron falta más palabras.
Aïcha me puso el condón con la boca. Porque aquella primera vez me la follé por el coño. Primero yo encima, abríendole las piernas todo lo que daban de sí, para que su coño se me ofrecieses como un tesoro y una joya secreta, y dejándome caer con toda la fuerza de que era capaz, casi con rabia. Y luego yo debajo de ella, porque vimos que daba más juego si teníamos que compartir su cuerpo. Mientras yo la penetraba, Elena le magreaba las tetas o, ya la primera vez, desatada, le azotaba el culo, el culo grande y magnífico, carnoso que tenía Aïcha.
–Putain, salope. On va t’enculer et tu vas rien dire.
Y no, estuvimos más de una hora follándola, jugando con la novedad de su cuerpo, pero aquel primer día respetamos el culo de Aïcha. Cuando me iba a correr, me salí de ella, me quite el condón y le llené de leche las tetas, enrojecidas por tanto trasiego. Ella reía.
–Sí, báñame con tu leche.
Eso hice.
Aïcha fue siempre una chica y una presa atípica. Y cuando la recordamos, no podemos decir si ella jugaba con nosotros con ella. Creo que le gustaba sentirse puta. Y nosotros era la primera vez que escapábamos del sexo conyugal. Así que no solo decía que sí a todo, sino que incluso a veces nos adelantaba.
La primera mamada nos la hizo en el cine. Fuimos a ver una peli francesa en el único cine que proyectaba películas en versión original de toda la ciudad. Era una de Godard, pero no recuerdo cual., todas me parecen iguales. Cuando no llevábamos ni media hora de película, Aïcha nos dijo en una voz que estaba entre el susurro y el grito:
–Moi, je vais crever d’ennui.
Y ya más discreta, se puso de rodillas delante mío y comenzó todo. Me abrió la bragueta, me bajó el calzoncillo lo justo para sacarme la polla y me la empezó a masturbar mientras le daba besos y me la lamía para ponérmela dura.
No tardó demasiado, claro. Entonces fue alternando las manos con la boca, hasta que llegó un momento en el que juzgó que con la boca tenía suficiente y así lo hizo. Me puso las manos en los muslos y comenzó a mover la cabeza rítmicamente, follándose la boca y llevándome al séptimo cielo. Nuestro objetivo con Aïcha, como con todas las chicas, era follarle el culo, pero hay que reconocer que las mamadas que hacía eran casi una obra maestra. La boca, la garganta eran como un segundo coño, te succionaba como si te quisiese quitar la vida y movía la lengua alrededor del glande como si toda ella hubiese nacido para acariciártelo. Aquel día, imagino que para evitar el sonido de las arcadas y el follón que suponían las babas y los mocos, no se la metió completamente en la boca. Eso ya tuvo tiempo de hacerlo el centenar de veces que me debió comer la polla. Aquel día hizo una mamada discreta. Y si alguien del cine pudo darse cuenta, que lo dudo, se debió más a algún gemido que se me escapó a mi o a la poco discreta manera de mover las cadera que tuve cuando note que me iba a correr, un poco como aviso, casi todo de manera involuntaria, que no a cualquier maniobra o gesto de ella.
Aïcha, como siempre que se terciaba, me dejo vaciarme en su boca. Sin mover ni una ceja, recogió todo el semen que había brotado de mi polla, me guardó la polla dentro del pantalón y me subió con cuidado la cremallera. Sin levantarse del suelo, se desplazó hacia el asiento que ocupaba mi mujer, se metió bajo su falda, le bajó las bragas y, ahora sí de manera sonora, le escupió mi semen en el coño y le hizo el mejor cunilíngus que hasta la fecha le habían hecho, repartiendo mi semen por su coño con la lengua y metiéndole los dedos empapados de ella y de mí en el coño hasta que mi mujer se corrió apretando mi brazo con fuerza, dejándome marcadas sus uñas.
Creo que ese fue el mejor momento de Aïcha, su instante de gloria entre nosotros. Su a ver quien manda aquí que dejó claro el terreno en el que nos moveríamos los meses que duraría la partida.
Sin embargo, como ya he dicho, el motivo para intentar pervertir (lo de pervertir es un decir) a Aïcha no eran sus mamadas. Desde el primer día, mi objetivo, nuestro objetivo era su culo. No tardamos en proponérselo en medio uno de aquellos polvos grandiosos que disfrutábamos desde que la habíamos llevado a casa.
Lo recuerdo con la precisión que se recuerdan siempre los grandes momentos de nuestra vida. Aïcha en medio de nuestra cama de matrimonio, desnuda, morena brillante, sentada sobre sus talones, con las manos sobre los muslos. Y mi mujer que se le acerca, le chupa los pezones, le acaricia el coño peludo y susurra a media voz:
–Mon mari a besoin de t’enculer.
–Pa’d problème, contestó al tiempo que sonreía y se ponía en la posición del perrito y me llamaba.
–Je t’attends. Viens. Encule-moi.
Fuí brusco, lo sé. Y por aquellas ganas de humillar o de forzar que tengo de vez en cuando, sino por la precipitación del momento. Más que penetrar su culo, mi polla calló dentro de él, toda entera.
Me puse el lubricante que habíamos comprado para la ocasión hasta tener el glande completamente embadurnado, me situé de rodillas yo también detrás de ella. Con la mano izquierda aparté las nalgas para hacerme sitio, ya me entendéis, coloqué el glande en el agujero y de un empujón, de una vez la penetré. Fue como entrar en otra vida. Hasta entonces solo me había follado el culo de mi mujer. Y descubrí que follarme un culo joven, terso, suave, apretado era una cosa bien diferente. Aïcha nos confesó más tarde, como ya he explicado, que no era virgen, pero el morbo fue parecido al que habría disfrutado de haberla desvirgado. Y empecé con las penetraciones rápidas y profunda en seguida, sin miramientos y con una ansia que creo no haber tenido en nada que haya hecho en mi vida.
Le estoy follado el culo, le estoy follando el culo a la zorra de Aïcha, me decía. Me decía y hacía. Ella se masturbaba, se tocaba el clítoris y con una de las manos de tocaba los pezones. Gemía y se quejaba al mismo tiempo. Y mi mujer nos miraba, también torturándose el clítoris con las piernas exágeradamente abiertas y sentada en la butaca del rincón.
–Follátela. Pártele el culo, cariño.
Yo la follaba cada vez más rápido, más fuerte, sin ningún tipo de piedad o miramiento.
Nos corrimos los tres más o menos al mismo tiempo. Primero yo, claro, que no soportaba más el morbo de aquella primera vez. Después Aïcha, tocándose y diciendo algo de mi leche en su culo o algo así. Y al final mi mujer, cuando vio el culo abierto de su alumna y mi semen que empezaba a caer de dentro de él.
Era una tarde de miércoles. Después nos emborrachamos para celebrar aquella fiesta de los cuerpos. Y Aïcha se quedó a dormir en la habitación de invitados. Mi mujer la despertó comiéndole el coño. Yo preparé el desayuno y bajé a comprar churros y el periódico, que en aquella época todavía lo leíamos. Y entonces Aïcha nos explicó la historia de su segundo novio y de como le había follado el culo.
–Íbamos muy borrachos. Yo estaba caliente como una estufa. Y no llevábamos condones. Así que le dije que sí. Pero como también era su primera vez me hizo un daño horrible. Y por más que me lo pidió no, no lo volvimos a hacer por detrás. Cada vez que me lo pedía yo decía de chupársela. Y él, claro, acababa diciendo que sí.
–¿Y te lo han follado más chicos?
–Alguno, decía riendo.
Cuando no estábamos follando parecíamos una familia que se explica las cosas que le pasan durante el día. En aquella época todavía no andábamos desnudos por casa. Ella, Aïcha, iba ligera de ropa: las bragas y una camiseta. Le daba un aspecto más proletario que no sexual, porque hasta que mi mujer se decidió a comprarle como regalo bragas, las que ella llevaba eran un auténtico escándalo: feas y viejas. Por eso, el primer paso para follarla era hacer desaparecer aquello de la vista y ver aparecer su coño peludo pero cuidado, como un pequeño animal que latía anhelante.
Quizá fue por eso, por aquellos ratos, que Aïcha se acostumbró tanto a quedarse en casa. Es decir, que no hacía como la la mayoría de las otras, que después de folladas se van a sus pisos compartidos con más estudiantes o a casa de sus padres (que no deben ni siquiera sospechar de donde vienen). Nos la follábamos y se quedaba a dormir con nosotros, a veces, incluso, en la misma cama, abrazada a mi mujer. O se pasaba un rato.
Si cuando venía no estaba mi mujer, se quedaba igual. Entraba, iba hacia el salón y se ponía en cuatro.
–Vamos, viejo verde, fóllame el culito.
Y yo la obedecía, claro. Mi polla se acostumbró tanto a ese culo que entraba sin ningún tipo de dificultad. Se la comía un poco, le ponía un poco de lubricante y le metía la polla de una vez. Poco a poco o de golpe, según mi nivel de deseo. O ella misma se metía los dedos en en ano, se lo lubricaba, para que los primeros momentos de dolor fuesen más breves.
No hay nada más excitante que la imagen de una polla entrando en un ano. La piel de la polla que se queda rezagada o la comprobación con nuestros ojos de que efectivamente eso está pasando. Así que si mi capacidad de retención me lo permitía, me la follaba poco a poco al principio (después ya era otra historia), primero el glande, que metía o sacaba hasta contemplaba el agujero de su culo abierto, negro y hasta que el cuerpo me pedía más. Disfrutando de la reacción del esfínter de Aïcha y de la propia Aïcha a la parte más ancha de la polla, los pequeños gemidos de dolor y aceptación.
–No le digas a Elena que follamos cuando ella no está, le suplicaba yo.
Porque una de las cláusulas de nuestro pacto era que nunca nos acostaríamos con otro por separado. En general, lo respeto. Pero como ya creo haber dicho antes, con Aïcha todo fue diferente.