Crisis de los 40 (6)

Las reuniones con Marta.

CAPÍTULO 12- LUIS

Las semanas pasaban y yo no terminaba de encontrar mi sitio con Clara.

En casa la cosa iba bien, sin sobresaltos. Conversaciones cordiales sin palabras fuera de lugar. Pero me empecé a dar cuenta que mi única obsesión era controlar a Clara. No podía pensar en otra cosa que tratar de encontrar otra prueba para mandarla a paseo.

Desde que decidí volver a vivir con Clara y pensar si le daba otra oportunidad, estaba continuamente pendiente de cada movimiento de mi mujer. Si bien es cierto que normalmente ella solía ser bastante puntual volviendo a casa desde el trabajo y que sólo salía a correr con Marta y los Viernes que cenaba con las chicas.

Alguna vez Clara me había dicho que tardaría en volver a casa ya que tenía trabajo atrasado. Todos esos días yo la esperaba a la puerta para verla salir. Me escondía en algún lugar desde donde tenía buena visibilidad y controlaba la puerta de su trabajo. Ella salía una hora, o dos, más tarde. Sola y sin indicios de tener algo más en la oficina que no fuera trabajo.

Las cenas de los Viernes llegaba muy pronto a casa y siempre me mandaba fotos de las 5 amigas juntas para que comprobara que estaban en el restaurante.

El tema de las salidas a correr con su amiga también estaba cubierto. Durante varias semanas estuve espiando a las dos amigas para que no me la jugaran, y he de confesar que me llevé una grata sorpresa. Clara y Marta salían a correr siempre por la misma zona y después estaban 15 minutos estirando los músculos mientras hablaban, para luego marcharse cada una por su lado.

No obstante yo quedaba cada Miércoles con Marta para que me informara de como iban los entrenamientos.

Al principio las conversaciones duraban poco más de un café. Un café en el que Marta me comentaba alguna novedad de las salidas a correr y poco más.

Pero cada vez las conversaciones se tornaban más personales. No es que habláramos de nuestros pensamientos e inquietudes, pero si comentábamos como nos había ido en el trabajo y lo que hacíamos durante la semana.

Marta me sorprendió gratamente.

Yo nunca había tenido mucha relación con las amigas de mi mujer. Alguna vez habían venido a casa a cenar o a tomar algo, pero no pasaba de ser una quedada de compromiso y, si podía, me escapaba para quedar con algún amigo y no tener que estar con ellas demasiado tiempo. No es que no me gustaran. Respetaba la intimidad de Clara y ella la mía cuando quedaba con algún amigo.

Por eso, cuando pude entablar una conversación más fluida con Marta, me dí cuenta que era una mujer bastante sensata y que decía las cosas sin dar rodeos.

A parte, Marta era una mujer bastante atractiva. No era un cañón de tetas grandes o caderas prominentes, no. Lo que llamaba la atención en ella era el conjunto. Un cuerpo bastante cuidado, y unas piernas muy bien trabajadas que daban a entender que se machacaba en el gimnasio para mantenerse en forma.

Lo que si tenía era muchísima clase al vestir. Siempre iba espectacular. Marta solía venir a las citas con trajes de chaqueta y falda o pantalón. Pero parecían hechos a medida, no sobraba ni faltaba nada. Eran trajes elegantes y sobrios, aunque también bastante sensuales. Era una mujer que sabía sacarle partido a su cuerpo.

La primera vez que quedamos a tomar café, la velada fue muy tensa.

La culpa de la infidelidad de Clara era única y exclusivamente de mi mujer, pero el estar viendo como tu amiga se folla a todo hombre que se le acerque, influía un poco en la decisión que tomó.

El interrogatorio que le hice a Marta fue un tercer grado. Seco y duro, y ella contestó de la misma manera a mis preguntas. Casi con monosílabos.

El café duró apenas 10 minutos y nos despedimos fríamente, hasta el siguiente Miércoles.

El segundo día de nuestras reuniones fue muy diferente.

Yo estaba esperando a Marta sentado en la misma mesa que la semana anterior y apareció 15 minutos más tarde de la hora prevista. Se notaba algo molesta, no se si conmigo o por otro motivo. Andaba entre las mesas pisando con fuerza las baldosas, como si pretendiera mostrar más enfado haciendo esto. Se sentó frente a mi y comenzó a hablar.

MARTA- Siento el retra…

No la dejé continuar.

YO- No importa. ¿Qué ha hecho Clara estos días corriendo?

MARTA- Bueno, ¡basta ya!

Marta alzó la voz hasta casi parecer un grito. Las mesas más cercanas la miraron pensando que estábamos discutiendo.

MARTA- Mira Luis, pienso que eres muy valiente al intentar perdonar a Clara. Y eso te honra, no creo que seas un mal tipo. Pero el hacerte el macho alfa y dominador con ella, no va a hacer que la infidelidad se borre. Ese error de Clara no se borrará jamás. Además, por mucho que quieras controlarla, si ella quisiera volverlo a hacer, ¿no crees que encontraría la manera?. Dale un poco de confianza.

YO- ¿Y tú que sabes lo que yo quiero?

MARTA- No me toques las narices que hoy vengo muy cabreada del trabajo. No estoy para tonterías. Si quieres perdonarla tendrás que darle un voto de confianza. Y ver como actúa ella.

Esa mujer me estaba dando donde más me dolía. Todo mi afán por controlar a mi mujer eran mis inseguridades. Mis miedos a que rompiera mi corazón definitivamente.

Estaba en shock y pensé que coño estaba haciendo con mi vida. Si quería pruebas para mi divorcio sólo tendría que esperar a que estas llegaran solas a mí, y si quería olvidar la infidelidad solamente tenía que confiar en mi mujer.

De repente, un nudo en mi garganta me impedía respirar y mis ojos se llenaron de lágrimas.

YO- Lo siento Marta. Es verdad lo que dices, pero no puedo evitarlo. No confío en Clara, ni en ti tampoco. Lo siento.

MARTA- Ya lo imaginaba Luis. Crees que yo le he metido a tu mujer en la cabeza que mi vida es fantástica. Pero no es así. Ni mi vida es fantástica, ni yo he intervenido de ninguna manera en que tu mujer te engañara.

YO- Yo creía que tú la incitabas. Al estar recién divorciada, imagino que estarás disfrutando de la soltería. Y eso es lo que quería Clara, salir de la rutina.

MARTA- Clara me comentó que necesitaba un cambio, que su vida era monótona. Y yo, Luis, no me lo creía. Os he visto muchas veces juntos y no sois como mi ex y yo. Entre vosotros hay amor. Cuando quedamos con esos chicos, siempre le dije a Clara que era para distraerla, y que lo mejor de la noche vendría cuando llegara a casa y se encontrara contigo.

YO- Gracias por decirle eso, pero no te hizo mucho caso.

MARTA- Ya me di cuenta que no. Te pido disculpas por eso. Si yo llego a saber lo que iba a pasar, jamás hubiéramos quedado esa noche.

YO- Ahora poco se puede hacer.

MARTA- La situación es complicada, pero puedes hacer dos cosas: seguir controlando cada movimiento de Clara hasta que cada paso de ella te haga ver un engaño, o le dejas un poco de margen para que ella vea que empiezas a confiar. A mi, personalmente me gustaría que eligieras la segunda.

YO- Tienes razón, si tiene que pasar otra vez, pasará, aunque esté encima de ella a toda hora.

MARTA- Pues ya está zanjado el tema. Y con esto creo que podemos dar por terminadas nuestras reuniones, ¿no?.

YO- A mi me gustaría seguir quedando los Miércoles. Creo que eres una persona que te dice las cosas claras, y me gustaría que me siguieras guiando para poder llevar esta situación. Y ¿quién mejor que tú, que conoces los secretos más íntimos de mi mujer?.

Marta dudó un momento evaluando mi propuesta.

MARTA- No me esperaba este ofrecimiento, la verdad. Pero acepto. Nos daremos unas semanas de plazo para ver como funciona todo y luego ya decidiremos.

YO- Me parece perfecto. Gracias.

Y las semanas de prueba se hicieron meses.

Y las citas de los Miércoles se ampliaron a varias llamadas y mensajes semanales.

Las conversaciones con Marta eran sencillamente deliciosas. Hablábamos de nuestras vidas como si fuéramos dos amigos.

Marta me explicaba cosas de su trabajo. Era inspectora de la agencia tributaria y tenía mil anécdotas divertidas y turbias para contar.

Yo le contaba como íbamos Clara y yo. Nuestra relación había mejorado desde que decidí darle espacio para que hiciera su vida sin sentirse presionada por mi. Ella solamente salía como lo hacía cuando yo la controlaba. Trabajaba e iba a correr con Marta, y los Viernes de cena y prontito a casa. En el sexo si había notado cambios. Ya nunca teníamos un sexo pausado y suave, ahora todo era penetraciones fuertes y secas. Clara se había aficionado al sexo anal, cosa que a mi me encantaba. Incluso en alguna ocasión me había exigido que le pegara algún cachete en el culo y en las tetas. A mi no me entusiasmaba la idea de pegar a mi mujer, pero alguna vez la complací viendo como se corría de manera muy notable y salvaje. Había cambiado, eso estaba claro. Yo lo achacaba al sentimiento de culpabilidad e imaginé que, tarde o temprano, terminaría pasándole.

Como decía, las conversaciones con Marta eran bastante personales y ambos nos sentíamos a gusto. Yo lo estaba, al menos, y quiero pensar que Marta también porque no falto a una sola cita en todo el tiempo que nos reunimos.

Pasaba el tiempo y Marta cada vez ganaba protagonismo en mi vida. Los Miércoles era un día muy esperado por mi y contaba las horas para poder ir al bar a charlar con ella.

Estas ultimas semanas, Clara y Marta no fueron a correr debido a un esguince que se había hecho Marta. Ellas me dijeron que posponían el running hasta que Marta estuviera recuperada pero, tras insistirle mucho a Clara, conseguí que saliera sola dándole así algo más de libertad.

Durante este tiempo tampoco dejé de quedar con la amiga de mi mujer para tomar nuestro tradicional café de los Miércoles. Se había convertido en una costumbre y yo disfrutaba mucho de la compañía de Marta.

Un Martes, estaba en el trabajo peleándome con mis jefes sobre como gestionar los cobros a unos proveedores, cuando recibí una llamada. No la pude atender en ese momento. Media hora más tarde llamé a la persona que me inquirió.

YO- Hola guapísima, ¿qué te cuentas?.

MARTA- Luis, tengo algo urgente que decirte.

CAPÍTULO 13 -MARTA

Desde el primer día que conocí a Clara supe que seríamos amigas. Lo que no imaginé nunca es que llegáramos a ser inseparables.

Fue un día que entré en la cafetería del campus y observé, con decepción, que todas las mesas estaban ocupadas. Yo solamente quería tomarme una infusión tranquilamente mientras esperaba a que se hiciera la hora de mi próxima clase. Después de estar un rato deambulando por el local sin éxito, una chica muy mona me preguntó si estaba buscando sitio. Me senté junto a ella y empezamos a hablar.

La complicidad entre las dos fue espontanea. Una complementaba a la otra y siempre sabíamos que queríamos expresar con solo mirarnos.

En esa época yo era una fiestera de cuidado e intentaba arrastrar conmigo a Clara para salir las dos juntas. Ella ya estaba saliendo con Luis y no le gustaba dejarlo solo. Siempre estaban pegados como lapas.

Desde esa época, siempre me ha caído mal Luis. No se si serían celos o que veía que mi amiga se estaba amargando la juventud.

Luis tampoco ayudaba en ese sentimiento hacia él. Era una persona con un humor muy raro. Siempre estaba bromeando y a mi me resultaba irritante ese humor insulso.

Cuando se casaron yo fui la testigo en su boda y me hubiera gustado que no se hubieran casado, o por lo menos que lo hubieran retrasado un poco. Mi amiga se casó joven y yo tenía la sensación que se perdía muchas cosas que tenía que vivir. Como así fue.

Ya habían pasado 15 años desde aquel día y, salvo contadas excepciones, apenas había cruzado palabra alguna con Luis. Ya no era el graciosillo de cuando era adolescente, y su carácter parecía mas maduro, pero mis prejuicios continuaron hacia él. Hasta el día que se puso a llorar en el bar.

Yo estaba de acuerdo en que Clara saliera y se alejara un poco de su marido para que éste se diera cuenta de la mujer que tenía.

Lo que no esperaba era la reacción de Luis al dejarle las cosas cristalinas sobre su mujer. En ese momento me di cuenta que Luis era la victima. En ningún momento pensé en él como la persona engañada. Aunque no aceptaba lo que había hecho mi amiga, siempre pensé que Luis se lo merecía. Que sólo por el odio que le tenía, mi amiga tenía que ser más que él.

Esa manera de pensar no era propia de mí. Yo presumía de ser una persona justa, pero en esta ocasión me equivoqué.

En esa cafetería, sentado con mi casi archienemigo, me di cuenta de lo cruel que era con esa persona. La única culpa de Luis era amar a Clara. Él siempre se mostró como era y así enamoró a mi amiga. Ahora estaba llorando frente a mí, pidiéndome perdón y ayuda para poder rehacer su vida. A mí, a la persona que creía que le había servido en bandeja a su mujer a otro hombre. A mí, que cada viernes arrastraba a Clara a una cena de amigas sólo para tener la satisfacción de saber que ese día su mujer estaba en mis manos. A mí, que había odiado a ese hombre casi más que a mi exmarido.

Me sorprendió cuando me ofreció seguir quedando cada Miércoles para intentar solucionar las cosas con su mujer, y me pareció el acto más noble que alguien puede tener. Dejó atrás sus prejuicios para perdonar a su mujer. Y acepté sin saber que este gesto tan inocente me podría traer consecuencias tan grabes.

Las citas de los Miércoles eran estupendas. Me animaba mucho saber que un hombre confiaba en mi y no pensaba en acostarse conmigo. Luis me hizo cambiar mi forma de verle poco a poco.

Él, que hacía unos meses me parecía un hombre soez e insulso, pasó a convertirse en un gran conversador. Era una persona que hablaba con sentido y también sabía escuchar. Nunca había conocido un hombre con el que pudiera hablar de mis asuntos y que me escuchara sin esperar un polvo a cambio.

Y pasó lo que no tenía que pasar. Me enamoré del marido de mi amiga. Me enamoré como una adolescente.

Ni yo quería hacerlo ni era lo correcto, pero en el corazón no se manda. Por más que intentaba quitármelo de la cabeza, siempre volvía a mí. Lo tenía presente a todas horas, hasta en mis masturbaciones. Y me sentía muy culpable. Cada Miércoles juraba que era la última cita con Luis, y al siguiente decía lo mismo.

Cuando me hice el esguince pensé que Luis no querría quedar para hablar, pero ni él dijo nada, ni yo tampoco. Seguimos quedando, para mi disfrute personal.

Durante el tiempo que estuve sin poder salir a correr, seguí controlando a Clara. Ella y yo estábamos medio peleadas desde que me insinuó que quería tirarme a los dos chicos del parque, pero era lo mínimo que podía hacer por ella para que no la liara más. Aunque no dudaba que amaba a Luis, nunca pensé que se le hubiera borrado de la cabeza la idea de acostarse con otros. No se si era impresión mía por gustarme Luis o si Clara realmente estaría dispuesta a hacerlo, pero cuando decidió salir sola con los dos hombres, algo me olió a quemado, a cuerno quemado para ser más exactos.

Habían pasado varias semanas desde que Clara salió sola a correr y, lo que en un principio era una salida de tres, se convirtió en una salida de dos, Clara y Carlos.

Se les veía muy compenetrados y sus gestos de complicidad rayaban lo insolente. Clara estaba volviendo a equivocarse. No entendía porque lo hacia si en casa tenía un hombre genial que estaba luchando por amarla.

Como cada Martes, esperé en la calle a que Claudia saliera de casa para seguirla al parque y ver como actuaba. Pero ese día no salió, sino que fue Carlos el que entró en su portal.

Yo, antes que la cosa fuera a mayores, me dirigí al portal de su casa y llamé al timbre.

CLARA- ¿Si?

YO- Clara, soy Marta. Ábreme.

CLARA- Estoy enferma y no me apetece ver a nadie hoy.

YO- Acabo de ver a Carlos entrar, ábreme por favor, no hagas nada de lo que te puedas arrepentir después.

CLARA- No se que dices, pero no tengo ganas de discutir tonterías.

Y me colgó el telefonillo del portal.

No sabia que hacer, Clara lo iba a estropear todo y ahora no habría tercera oportunidad.

Además, Luis tampoco merecía esto. Él había luchado por la relación. Tenía que saberlo.

Llamé a Luis pero no contestó. Dude si mandarle un mensaje, pero preferí decírselo de viva voz. Así podría suavizar el golpe.

Clara la había vuelto a cagar y yo no podía impedirlo ni consolar a Luis. Estaba desconsolada.

Llevaba ya un rato sentada en un banco en frente de casa de Clara y Luis cuando recibí la llamada de Luis.

LUIS- Hola guapísima, ¿qué te cuentas?.

YO- Luis, tengo algo urgente que decirte.

LUIS- Pues tú dirás.

YO- No, así no. Ven corriendo a tu casa. Te espero allí.

Estaba nerviosísima. No sabía como reaccionaría Luis al decirle la noticia. Pero estaba decidida a contarle la verdad.

Media hora después vi a Luis intentando aparcar el coche y me dirigí a donde él estaba. Subí a la parte del copiloto y abordé el tema.

YO- No voy a dar rodeos. Clara está en casa y no está sola.

LUIS- ¿Qué quieres decir con eso?

YO-Está con un hombre.

LUIS- No puede ser cierto. ¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho ella?

YO- Lo he visto entrar al portal.

LUIS- ¿Es alguien conocido? No, es el de la otra vez, ¿verdad?

YO- No, en verdad Clara no sale sola a correr. Cuando me hice el esguince conocimos a dos hombres que me ayudaron. Le ofrecieron salir a correr con ellos. Últimamente sólo sale con uno de los dos, es el que está en tu casa. Lo siento.

LUIS- ¡No puede ser!

Luis salió del coche sin apagarlo y se dirigió a su casa corriendo.

Yo apagué el motor y me quedé sola, llorando. Sufriendo por ver como mi mejor amiga volvía a engañar a su marido.

Sufriendo al ver como mi amado era nuevamente engañado por la puta de su mujer.

Y seguía sin entender como un hombre tan bueno y noble como Luis podía ser humillado de semejante manera por una mujer sin escrúpulos, capaz de destrozar su matrimonio por un poco de sexo.

CONTINUARÁ...