Crisis de los 40 (5)
¿Será capaz Luis de enderezar su vida?
CAPÍTULO 10- LUIS
Clara no se separaba de mi lado excepto para ir a trabajar. Su conducta era intachable. Cariñosa, siempre de buen humor y atendiendo a todos mis pedidos.
Eso sí, el sexo solamente cuando yo quería. Era la parte que más me costaba. Todavía dormíamos en habitaciones separadas y más de una noche la terminaba en el baño aliviando mis tensiones.
Clara ayudaba en la tarea de mantenerme siempre al borde de la locura sexual. Sus conjuntos de lencería trasparentes y su manera de provocarme era una constante en casa. Era llegar del trabajo, y mi mujer venía a recibirme con una cara de salida que me daban ganas de saltarme mis propias normas.
Como es normal, alguna vez picaba y cuando eso ocurría, el sexo era brutal. Fuerte y agresivo. Nada de preliminares ni juegos orales. Le pedía a Clara que me desnudara y ella, sabedora de que ese día tendría premio, se quitaba sólo las braguitas y se tumbaba esperando mi penetración.
Una tarde, después de jugar a futbol con unos amigos, regresé a casa y Clara ya estaba esperando su posible premio.
Después de jugar, mis amigos y yo, solemos tomarnos unas cervezas para analizar las mejores jugadas. Regresé a casa con una alegría que el resultado del encuentro no me había dado ya que perdimos 3-1. Fue cerrar la puerta y Clara ya me esperaba, con un babydoll rosa semitransparente, en el recibidor.
CLARA- Hola Luis. ¿Qué tal el partido?
YO- Hemos perdido 3-1.
CLARA- ¡Que pena! Ven siéntate en el sofá y acomódate.
Me tumbé como me pidió Clara y ella me descalzó y puso mis pies sobre sus piernas. Empezó un masaje muy suave sobre los dedos de los pies, que me estaba animando el cuerpo.
Poco a poco intensificó el masaje y empezó a frotarme todo el pie.
YO- ¡Que bien Clara! Estoy en la gloria.
CLARA- Me alegro. Me gusta relajarte.
YO- Sube hacia los muslos que también me duelen un poco.
CLARA- Como mande el señor.
Inmediatamente, Clara me quitó los pantalones, subió sus manos y empezó a restregarlas en mis muslos.
CLARA – Espera un momento. Voy a por una cosa.
Se marchó por el pasillo y regresó al instante con un bote de aceite corporal. Se puso un poco en las manos y empezó a aplicármelo por los muslos.
CLARA- Así mejor. Bien lubricado resbala todo perfectamente.
Esas frases cargadas de morbo me ponían a mil. Mi polla , que ya había empezado a ponerse alerta, terminó por despertar. Apuntaba hacía el techo queriendo romper el bóxer.
CLARA- ¡Pero bueno! ¡¿Esto qué es?!
Mientras decía esto, mi mujer dirigía sus manos hacía el bulto de mi entrepierna.
CLARA- ¡Woow! ¡Está muy dura! ¿Tienes una contractura ahí también?
YO- Creo que sí. ¿Puedes arreglarlo?
CLARA- Eso está hecho.
Y, acto seguido, me quitó la ropa interior y comenzó una paja lenta. Su mano prácticamente no tocaba mi polla. Era un leve roce sobre mi pene que, aprovechando la lubricación de sus manos, hacía que se endureciera aún más, si es que eso era posible.
CLARA- Si que está dañado, si.
La voz de Clara era melosa, casi pornográfica y su mirada lasciva dejaba adivinar que también estaba muy cachonda.
Preferí dar por terminado el juego manual y me incorporé para tumbar a Clara en el sofá. Apunté con mi polla a su coño y lo froté para lubricarlo un poco. La iba a penetrar cuando Clara me sorprendió.
CLARA- Métemela por el culo.
YO- ¿Estás segura?
CLARA- Si te he de complacer, tengo que dártelo todo. Sin distinciones.
Me quedé un poco parado. Clara y yo habíamos probado muchas veces la penetración anal, dada mi insistencia en profanar su puerta trasera. A ella nunca le ha gustado el asunto, pero hacia de tripas corazón, y intentaba. Ya sea por su poca predisposición, por mi poca paciencia o por nuestra poca experiencia, pero nunca llegamos hasta el final. Clara decía que le hacía daño y que no lo soportaba y a mí no me gustaba verla sufrir si de lo que se trataba era de disfrutar.
Cogí el bote de aceite de la mesita del salón y puse un poco en el agujero de Clara. Metí un dedo para extenderlo bien y comprobé que el esfínter reaccionaba cerrándose fuertemente.
YO- Relájate o te haré daño.
CLARA- Métela ya. No te preocupes.
Me puse otro poco de aceite en mi pene y apreté con él sobre su ano.
Estaba muy cerrado y me costaba mucho. Al principio metí el glande y paré un instante. Clara tenía la cara sobre un cojín y las manos apretándolo fuertemente.
YO- ¿Quieres que pare?
CLARA- No por favor. Empuja más. Castígame por lo que te hice.
Era la primera vez desde que me fue infiel que no pensaba en eso al follar, pero fue decirlo y la rabia se apoderó de mi. Apreté con saña, lo más fuerte que pude, hasta que no pude meterla más. Entonces me paré y descubrí como Clara estaba llorando de dolor.
CLARA- ¡Así me gusta! ¡Fóllame fuerte ahora!
No esperé a que lo dijera dos veces. Tiré mis caderas hacia atrás todo lo que pude pero sin sacar mi polla de su culo y empuje nuevamente sin cuidado ni remilgos. Y ya no paré de bombear.
Llevaba unos cuantos minutos empujando sin piedad y observé que Clara ya no agarraba el cojín. Una de sus manos estaba metida en su entrepierna, imagino que masajeándose el clítoris. La movía frenéticamente y soltaba un único grito. Sordo, casi imperceptible, pero continuo. Era un “uuuuuu” muy característico de las mujeres que están disfrutando, como nunca, del sexo.
No duró mucho más. Se corrió salvajemente mientras gritaba frases cortas y sin sentido aparente.
CLARA- ¡Dios! ¡Esto es increíble! No me lo creo. Ay, ay, ay. ¡Jodeeer!
Estaba pletórico. Era la primera vez que sodomizaba a mi mujer y, por lo visto, no sería la única. Sólo la sensación de estrechez del conducto hizo que me corriera dentro de ella.
No sentí nada después, sólo el placer de descargar mi calentura.
Me levanté del sofá y me fui a ducharme.
YO- Dúchate rápido y cenamos, que tengo hambre.
Media hora más tarde estábamos sentados en la mesa dispuestos para cenar. Clara se había duchado y cambiado de ropa a otra más cómoda, pero seguía estando muy sexy con unas braguitas de encaje y una camiseta interior que marcaban todas sus tetas.
Yo guardaba silencio. Era la tónica habitual por mi parte desde el día que volví a casa. No tenía ganas de hablar con Clara de mi día en la oficina, ni contarle las anécdotas del partido con mis amigos. Mi mujer no me generaba confianza.
Clara, por el contrario, siempre intentaba mantener conversación sobre cualquier tema. Pero a veces no obtenía respuesta de mi y dejaba de insistir.
Esa noche ella tenía muchas ganas de hablar. Estaba contenta e intentaba que yo estuviera a gusto en la mesa.
CLARA- Luis, sabes que ya me he borrado del gimnasio, pero me gustaría seguir haciendo deporte. He pensado decirle a Marta si me acompaña a salir a correr un par de días a la semana.
No me parecía mala idea, al fin y al cabo, no quería una monja de clausura en casa. Además, me gustaba el tipo que tenía Clara ahora y si no hacía ejercicio lo perdería todo.
YO- Me parece bien. Pero dile a Marta que quiero hablar con ella primero.
CLARA- Se lo diré. Gracias Luis.
CAPÍTULO 11- CLARA
La estrategia que urdí con Marta para que Luis volviera a mi no surgía el efecto deseado.
Mi amiga me había recomendado que, ahora más que nunca, me mantuviera en todo momento al lado de mi marido. Me borré del gimnasio y no volví a tener contacto con la gente de allí, excepto con Marta, claro está.
Durante el trabajo le llamaba siempre un par de veces para que entendiera que pensaba a todas horas en él. La verdad es que era un poco forzado, pero creía que merecería la pena. Desde allí me dirigía a casa llegando varias horas antes que Luis y, si tenía que quedarme para terminar algún proyecto, llamaba a mi marido y le avisaba que tardaría en llegar. Todo normal pues él no ponía objeciones a eso.
Como decía, pese a todos estos esfuerzos por mi parte, los avances eran muy lentos. Ya habían pasado dos meses desde que….. bueno, ya sabéis, y apenas si habíamos follado 5 o 6 veces.
Y digo FOLLADO, con mayúsculas. Porque delicadeza le poníamos poca. En un par de ocasiones había intentado hacerlo de manera más pausada. Sentirnos los cuerpos como lo hacíamos antes. Tocarnos mutuamente mientras nuestras bocas probaban el cuerpo del otro. Esa penetración delicada donde notas como tu alma gemela se funde contigo hasta que parece que pierdes el sentido. Esa lucha de enamorados donde nadie pierde, sino que los dos ganan.
Pero ahora no era así. Ya no gozaba con esa forma de amar. Necesitaba la rudeza de un buen polvo. Sentirme sucia y que mi cuerpo sudara mientras me castigaban.
Luis no era de ese estilo de hombres. El sexo con él es descomunal, no me malinterpretéis, pero nunca ha usado la fuerza conmigo.
Una práctica ahora habitual y que antes no hacíamos porque me dolía mucho, era el sexo anal.
Aquella primera vez en la que con la excusa del masaje, cogí el aceite corporal, ya tenía pensado que Luis me sodomizara. Estaba convencida de hacerlo. Necesitaba hacerlo, sentir dolor.
Cuando se lo pedí, vi que su cara reflejaba la preocupación por poder hacerme daño. Así que tuve que insistir varias veces para que empujara e, incluso, recordarle que me castigara por mi traición.
Se que estuvo mal lo que hice. No tenía derecho a martirizar otra vez a mi esposo por algo que era únicamente culpa mía. Pero lo necesitaba tanto. Necesitaba el dolor, necesitaba purgar mis culpas. Era mi penitencia, y estaba decidida a cumplirla.
Noté como Luis se cegaba inmediatamente y empezaba a penetrarme sin compasión. Un dolor muy intenso recorrió todo mi cuerpo hasta asentarse en mi ano. Era como si alguien hubiera metido una cerilla encendida en mi agujero y lo paseara por todo el conducto.
Eso era lo que quería, dolor. Y el dolor pronto se convirtió en placer. El placer mas grande que jamás podré experimentar.
Mientras Luis apretaba sus caderas con violencia, mi cuerpo reaccionaba con bipolaridad. Por un lado me caían lágrimas por un daño tremendo, y por otro, mi mano se instaló en mi clítoris para empezar a masturbarme.
Nada más rozar mi botoncito, una descarga eléctrica sacudió mi cuerpo mientras mi brazo se movía frenéticamente en forma circular. No era dueña de mis actos, todo pasaba como en un sueño. Como cuando ves tu cuerpo desde otro ángulo diferente al que debiera ser normal.
Y me corrí. Como nunca. Y mis piernas temblaron como si aplaudieran el momento. Y una paz se apoderó de mi.
Mi marido, el hombre más dulce que he conocido, me había follado como un verdadero macho.
Pero como todo en el mundo, la felicidad se acabó con una frase de Luis. Una frase sin sentimiento.
LUIS- Dúchate rápido y cenamos, que tengo hambre.
Fue en ese momento en el que decidí que tenía que despegarme un poco de Luis. Tenía que cambiar la estrategia, una vuelta de tuerca para que mi marido no se acomodara pensando que yo era sólo un cuerpo para follar y una sirvienta para guisar.
Tenía que hacer entender a Luis que yo tenía personalidad y que también necesitaba mi espacio, que no siempre estaría en casa esperándolo en lencería, dispuesta para cuando él quisiera penetrarme.
Con la cena preparada, nos sentamos a la mesa y yo no sabía como abordar el tema. Hablaba de mil cosas esperando la oportunidad para lanzarme a la piscina. Pero Luis no estaba muy receptivo esa noche y sólo contestaba con monosílabos. Así que me lancé.
Le comenté si le parecía bien que saliera a correr con Marta y a él le pareció buena idea.
Salir a correr con Marta me daría cierta libertad y a la vez volvería a hacer el deporte que tanto echaba de menos.
La única condición de Luis fue hablar con Marta.
Dos días más tarde, Marta llegó a casa para hablar con mi marido.
Debo confesar que estaba algo nerviosa por el encuentro. Tenía la sospecha de que Luis culpaba a Marta de que yo quisiera probar otro hombre.
Desde que mi amiga se separó muchos hombres pasaron por su cama y sus historias sobre estos encuentros, a veces, son muy divertidas. A Luis le he contado alguna de ellas. Lógicamente, no le he contado las que son de buen sexo y desenfreno. Las historias que conoce Luis son en las que el amante de turno de mi amiga no da la talla o termina rápidamente.
Nada más entrar Marta por la puerta pude notar la tensión del momento.
Marta es una mujer muy segura y directa. Sus consejos suelen ser acertados, tanto si te gustan, como si no lo hacen. Eso es lo que la convierte en mi mejor amiga de todo el grupo de amigas de universidad.
Marta entró en el salón y Luis ya estaba sentado esperándola. Se saludaron con dos besos fríos y, tras servirnos un café, nos sentamos a charlar.
LUIS- Bueno Marta. Me imagino que sabrás que Clara me ha dicho que quiere salir a correr contigo.
MARTA- Si, me lo dijo la semana pasada. Creo que es buena idea, así ella se puede distraer un poco mientras hace ejercicio.
LUIS- No me parece mal que quiera practicar deporte, pero tengo una petición que hacerte al respecto.
MARTA- Tú dirás.
LUIS- Quiero que me garantices que esos días vais a ir a hacer deporte. Y para demostrármelo, quedaremos todos los Miércoles en la cafetería Salas para que me cuentes como progresáis en el deporte. Entenderás que tenga dudas de la fidelidad de Clara.
MARTA- Entiendo tu malestar, pero creo que tu mujer ya ha recapacitado y se ha dado cuenta que eres tú con quien quiere estar. No obstante, como prueba de mi amistad con Clara, acepto tu condición.
LUIS- De acuerdo. Ahora, si os parece bien, os dejo a solas. Hace tiempo que no os veíais en persona y tendréis ganas de hablar.
Luis se marchó al despacho y nos dejó solas a las dos amigas.
YO- Muchas gracias Marta.
MARTA- ¿No crees que tu marido se está pasando con el control hacia ti?
YO- ¿Y qué quieres que haga? Es normal que desconfíe, le hice mucho daño.
MARTA- Eso ya lo imagino. Pero no eres su perro para atarte con correa.
YO- Tranquila, es por eso que quiero salir a correr contigo. Así se dará cuenta que vuelvo a ser la misma de antes y empezará a confiar en mi.
MARTA- Tu sabrás lo que haces.
La semana siguiente comencé a salir a correr con Marta. Era lo que necesitaba, ejercicio y buena compañía.
Las dos tardes por semana que pasaba con Marta eran un soplo de aire fresco, una salida de la rutina diaria. Me sentía yo de nuevo. Y las ganas de estar con Luis seguían intactas.
Hacíamos siempre el mismo recorrido y siempre nos encontrábamos con la misma gente. Entre los corredores, es habitual saludarse cuando te cruzas con ellos.
Un día, Marta se torció un tobillo al pisar un agujero que había en el suelo. Paramos de correr y comenzamos a caminar para que Marta descansara un poco y decidiera si seguíamos entrenando o nos marchábamos a casa. Íbamos hablando de nuestras cosas cuando nos alcanzaron dos hombres con los que nos cruzábamos habitualmente.
Los dos hombres pararon al ver cojear a mi amiga. Nos preguntaron cual era el problema y se presentaron. Se llamaban Javi y Carlos.
JAVI- ¿Va todo bien chicas?
YO- Si, gracias. Sólo es una torcedura de tobillo.
JAVI- Déjame ver, soy médico.
Javi se agachó y descalzó a Marta para tocarle el tobillo.
JAVI- Parece un esguince. No deberías seguir o será más grabe.
MARTA- Ya me lo imaginaba. Me duele bastante.
CARLOS- Os acompañamos para que no camines mucho. Por cierto yo soy Carlos y él Javi.
YO- Yo me llamo Clara y la inválida Marta.
Nos acompañaron hasta casa de Marta y tuvimos una conversación muy animada y divertida todo el rato. Eras dos chicos muy simpáticos y amables.
Javi, el médico, era un hombre alto y fuerte. Moreno con el pelo rizado y con un aire de hombre interesante.
Carlos, por lo que comentó, era comercial inmobiliario. Era un hombre de los que hoy llamamos “fofisano”. No estaba delgado, tampoco gordo, se notaba que se cuidaba y hacía ejercicio regularmente. Era castaño, con cara agradable y con unos ojazos verdes que eran lo más bonito de su cara. Pero lo que más llamaba la atención de él era su fuerte poder de atracción. Hay personas con un don natural para caer bien. Carlos, en concreto tenía un desparpajo para hablar que daban ganas de escucharle aunque la conversación no te interesara lo más mínimo.
Llegamos a casa de Marta y esta se vio obligada a invitarles a un café para agradecerles la atención que le habían dado. Yo me iba a marchar a casa pero Marta me pidió que no le dejara sola y que así llamábamos a Luis para que me recogiera ya que mi casa estaba bastante lejos de la de Marta. Accedí con la condición de que Marta no intentara nada con ninguno de los hombres para no verme en una situación que, en estos momentos, no quería, ni podía permitirme.
MARTA- ¡Que lástima! Ahora no podremos salir en una temporada a correr.
YO- No importa Marta. Tú sólo recupérate y cuando te encuentres bien, lo retomamos.
JAVI- ¿Y porqué no sales con nosotros?
YO- No. No te preocupes, me esperaré a que Marta esté bien.
CARLOS- ¡No seas tonta! Podemos quedar en el parque y hacer el circuito que hacéis vosotras siempre.
MARTA- No se si…..
CARLOS- ¡Va anímate! Así no pierdes la forma. Y cuando regrese Marta, podrás ganarle. Jajaja.
No sabía que hacer. Por un lado no quería estropear toda la confianza que había logrado con mi marido pero, por otro, era verdad que había conseguido una forma física estupenda y los días que salía a correr me encontraba más contenta.
Miré a Marta esperando su aprobación, pero su cara me hacía entender que no estaba de acuerdo con salir a correr con los chicos.
YO- ¡Está bien! ¿Porqué no? Así me distraigo un poco y os demuestro que una mujer os puede pegar una paliza en el deporte. Nosotras solemos salir Martes y Jueves.
CARLOS- ¡Fenomenal! Estoy seguro que me vas a hacer sacar el hígado por la boca. ¡Ten piedad de nosotros!
JAVI- Bueno pues nos vamos ya. Nos vemos el Jueves a las 6 en el parque para empezar el entrenamiento. ¡No falles Clara!.
YO- No, tranquilo allí estaré.
Carlos y Javi se fueron de casa de Marta y yo me quedé a esperar a Luis. Marta me miraba con cara enfadada y yo no entendía cual era el problema.
MARTA- ¡¿Pero, qué haces?! ¿Te has vuelto loca? Como se entere Luis que vas a salir a correr con dos hombres, se va a cabrear. Y además, yo tengo que verlo cada Miércoles para decirle como va todo. ¿Qué quieres, que le mienta?. Luis no se merece esto Clara, te esta dando otra oportunidad.
YO- ¡Para el carro chica! Sólo voy a salir a hacer deporte, nada más. ¿Te crees que no se lo que me juego? ¿Crees que no soy consciente de que, aunque nunca va a pasar nada malo, si se entera mi marido, no me va perdonar?. Claro que lo sé. Pero necesito salir y hacer algo diferente a trabajo- casa. Además, si tú estas lesionada no hace falta que quedes con Luis. Le diremos que esos días no iré a correr y ya está. Él suele llegar a las 8 a casa. A esa hora ya estoy duchada y preparando la cena.
MARTA- ¿Te estás oyendo? ¡Vas a volver a mentirle! ¿Esa es la manera que tienes de reconquistar a tu marido?
YO- ¿Y qué más te da a ti? Aaaaa… ¡ya lo se! ¡Estás celosa! Querías a los dos para ti. No te preocupes, que te los preparo para cuando vuelvas. Yo no tengo interés en ellos.
MARTA- ¡No te consiento que me taches de puta! He estado para ti siempre. Te he apoyado y aconsejado. Y te lo vuelvo a decir. ¡No le hagas daño a Luis, otra vez! ¡No se lo merece! ¡Y te arrepentirás!
YO- ¡No ve voy a arrepentir de nada porque no voy a hacer nada!
Y me marché de casa de mi amiga, con un sabor amargo, a esperar a Luis en el portal. Sabía que ella quería protegerme, pero yo tenía claro que no cometería otro error como el de meses atrás.
Luis me recogió en el portal y me preguntó como había ido el entrenamiento. Y le expliqué todo….
Bueno, todo lo referente al esguince de Marta y a que no saldríamos en una temporada ni haría falta que quedara a hablar con ella.
Lo de Carlos y Javi no se lo conté. Era la omisión de una parte de la historia que beneficiaba a Luis más que perjudicarle. No había por que preocuparle innecesariamente.
CONTINUARÁ...