Crisis de los 40- 2°Parte (2)

¿Qué piensa Luis?

CAPÍTULO 2- LUIS

Había estacionado mi viejo Ford Focus frente al local donde se celebraba la despedida de Rosa. El asiento ligeramente reclinado y yo tumbado en él, luchando por no dormirme.

De la puerta del local salieron Marta y Clara junto a dos chicos musculados.

Me incorporé para poder verlos bien y me sentí pequeño.

Ellos caminaban distraídos, jugando a subirse a caballito y haciendo peleas de parejas.

Salí del coche dispuesto a seguirlos. Ellos se pararon delante de un coche de alta gama y entraron en el interior de este.

Di media vuelta y me introduje en mi coche para poder seguirlos. Arranqué el motor y metí la primera marcha para salir cuanto antes, para no perderlos de vista.

Unos minutos más tarde aún no habían arrancado. Volví a parar el motor y salí del vehículo acercándome a ellos.

Me sorprendió ver los cristales un poco empañados. Todo indicaba que en ese automóvil estaba sucediendo algo inusual.

Rodeé el coche buscando un lugar discreto para espiarlos y en el que, además, se pudiera ver a través de velado cristal. Conseguí mi cometido en un lateral trasero.

Al enfocar la imagen tras el vidrio, pude apreciar como las dos mujeres estaban desnudas en los asientos del piloto y copiloto. Ambos reclinados y echados para atrás, permitiendo un espacio más que suficiente para lo que estaban haciendo.

Clara estaba tumbada boca arriba recibiendo los envites de uno de los dos hombres. Eran golpes muy duros de cadera, profundos y largos. Su amante retiraba las caderas hasta el máximo y paraba unos segundos hasta que penetraba con violencia a mi exmujer.

Marta y su acompañante estaban en posiciones opuestas a las de Clara y su pareja. El hombre estaba tumbado y Marta le realizaba una majestuosa felación. Bajaba y subía la cabeza con un ritmo pausado y suave, pero muy profundo. Tan profundo que en varias ocasiones pude apreciar inicios de arcadas. El pene de su amante permanecía firme mientras Marta salivaba todo el tronco con maestría.

Las dos amigas parecían disfrutar del momento y se miraban mutuamente.

En uno de esos momentos, Clara miró hacia mí y me dijo:

  • Hasta tu novia te engaña, cornudito.

Me desperté sobresaltado. Las pesadillas había reaparecido desde que volvimos a tener noticias de Clara.

Ya hacía casi un año que no las tenía. Me costó mucho alejar los fantasmas de mi ex de mi cabeza.

Al principio estaba muy dolido por lo que Clara me hizo. Pero con el tiempo se trasformó en inseguridad. Las heridas de una infidelidad nunca cicatrizan, siempre están presentes. Da igual con cuantas mujeres intentes mantener una relación, de todas ellas desconfiaras. A todas les verás algún movimiento que te haga pensar que te están engañando. No puedes descansar, porque si lo haces, te traicionarán.

Eso, precisamente, es lo que me sucedía con Marta.

Marta se portó muy bien conmigo. Siempre atenta, sobretodo al principio de romper con Clara, y tras la muerte de mis padres. Un golpe tan duro que aún me emociono al pensar en ellos.

Mis padres lloraron mucho por nuestra ruptura.

Nunca les dije la verdad sobre nosotros. Tuve que mentirles para que no se preocuparan ni odiaran a Clara. La querían tanto que mi madre la llamó en varias ocasiones para intentar que nos reconciliáramos. Al final le recriminé su actitud y le dije que ya éramos mayorcitos para saber lo que queríamos.

Mi padre callaba. Siempre pensé que mi divorcio fue el principio de su enfermedad y posterior muerte. Mi madre, meses después de morir mi padre, no pudo aguantar la soledad y se marchitó como una flor.

En todos estos momentos duros Marta me apoyó y me acunó como si fuera su hijo. Siempre expectante a mis reacciones, siempre paciente con mis frustraciones.

Le debo mucho a Marta. Le debo el ayudarme a levantar cabeza en mi peor momento anímico y acompañarme en mi duelo interno.

No siempre fue fácil estar a mi lado. Un aura de melancolía me acompañaba como si fuera mi castigo. Una mochila de odio y rencor que Marta se afanó para sacármela de los hombros para hacer mi camino más ligero.

No es de extrañar que empezara a quererla. Me había dado un año de su vida sin reclamar nada a cambio. Hasta que lo hizo.

Aquella tarde en la que me pidió que le hiciera el amor sentí miedo.

Miedo por perder a la única persona que estaba a mi lado en esos duros momentos, y miedo por no saber darle lo que ella merecía.

Me arriesgué a quererla más y estropearlo todo. Me arriesgué a seguir el camino que ella me ofrecía. Y no perdí.

Marta me ha dado más de ella de lo que nunca nadie me podrá ofrecer. Cariño, amor, comprensión y sobretodo, respeto.

Por eso no me explicaba como era posible que la aparición de Clara me afectara tanto. Lo tenía todo de nuevo, era feliz.

A veces he pensado que un amor jamás se olvida. Aunque te haya destrozado el alma. Aunque haya sido la peor experiencia de tu vida. Todo lo que generó en tu mente, permanece para siempre, como si tu cerebro no quisiera desprenderse de la parte buena de ese amor. Por eso pienso que cuanto más sufres más has amado.

La tenía prácticamente olvidada y, con la boda de Rosa y Pablo, volví a recordarla.

A Marta le daba miedo el encuentro con ella. Era lógico que estés asustada cuando estás enrollada con el ex de la que fue tu mejor amiga.

Yo la tranquilicé, le dije que no pasaría nada, pero yo también estaba nervioso de encontrármela en la boda.

Aquél día, el de la boda, no era capaz de concentrarme. Las cosas se me caían de las manos, me tropezaba constantemente y mi mente iba a mil por hora.

Tenía que dejar de pensar en el encuentro. No tenía que tener miedo de la mujer que me engañó. Ya no. No me podía hacer más daño. Sus infidelidades me demostraron que no me quería y , por ello, no podía permitirme el lujo de pensar siquiera un momento en ella.

Era una infiel.

¡Una puta infiel!

Pero no podía olvidarla. Era como una canción peste, esa canción que odias pero una vez la escuchas, no la sacas de tu cabeza. Esa era Clara una mujer peste. Pero seguía en mi cabeza.

Era lo primero que pensaba al despertarme y el último pensamiento antes de dormirme.

¡Puta infiel!

Intenté desechar esos pensamientos durante el enlace. No era de recibo estar pensando que pasará con tu ex cuando tienes a una de las mujeres más sensuales a tu lado. Y es que Marta estaba espectacular, como siempre.

Esa mujer no dejaba de sorprenderme. Cuando fui a recogerla a su casa para ir a la iglesia ya estaba esperándome en el portal. Llevaba un vestido largo, palabra de honor (con los hombros al aire), muy ajustado. No se apreciaba sujetador por lo que sus hermosas tetas debían ir bien apretadas en el vestido. Ya lo dije anteriormente, pero el cuerpo de Marta estaba muy bien proporcionado y eso hacia lucir el vestido impecablemente. El vestido tenía una abertura que iba desde la cadera hasta el final de este. Su torneada pierna izquierda asomaba por la raja enfundada en una media negra muy elegante. Llevaba unos zapatos de tacón a juego con el bolso y, coronaba el look, un peinado en forma de trenza que se alojaba en el hombro derecho. El maquillaje justo le daba un aspecto formidable.

Entró en el coche y no pude reprimirme.

  • ¡Estás estupenda!

  • Gracias zalamero. Tú estás muy guapo también.

Me dio un beso en la mejilla y continuamos la marcha hasta la iglesia.

Al llegar allí ya estaba el novio, esperando a su futura mujer. Tradiciones que no entiendo ya que, mientras nosotros desesperamos en la puerta de la iglesia, ellas se jactan de hacernos sufrir llegando siempre un poco más tarde para que pensemos que no acudirán. Es ilógico pensar que te puedes arrepentir 10 minutos antes de acudir a la ceremonia. Imagino que alguna vez habrá pasado pero, si me hacen eso a mí, la busco y la arrastro de los pelos hasta el altar. Luego ya me divorciaría, si eso.

Saludamos a Pablo que estaba más pendiente del reloj que de saludar, y nos fuimos hacia donde estaba Paula y Sofía. Marta se adelantó y las saludo primero.

  • Hola chicas.

  • Hola Marta, hola Luis – dijo Sofía mirándome con desgana.

  • Hola Sofía, hola Paula – les di dos besos a cada una.

Marta se juntó con sus amigas para criticar a algún invitado mal vestido y yo me separé de ellas concentrándome en mirar la pantalla de mi teléfono. No había mucho más que hacer y, tras un rato aguantando los cacareos de las tres mujeres, me disculpé con ellas y fui en busca de algún bar cercano para tomarme un café y una copa de orujo de hiervas para distraerme un poco.

Una hora aproximadamente más tarde, Marta me mandó un mensaje para ver donde estaba. Le indiqué el nombre y la localización del bar y me dijo que venían hacia allí.

Yo llevaba ya un café, una copa de orujo y un gin-tonic, con lo que estaba en un estado de felicidad permanente. “Happy hour” que le llamo yo.

Al momento aparecieron las chicas con algún chico también. Entre ellas estaba Clara. Impresionantemente vestida.

Llevaba un vestido muy colorido y entallado, que terminaba en una falda tipo campana. Sólo podía fijarme en esos pechos que tenía. O llevaba relleno el sujetador o se los había operado, porque hace dos años no los tenía así. No eran grandes, ojo, era la medida correcta para llamar la atención sin que pareciera Pamela Anderson.

Subí la vista y la vi, como siempre, guapísima. No había cambiado de aspecto. Siempre fue muy guapa, desde que la conocí me llamaron la atención sus labios gruesos. Eran una invitación a besarla.

Clara me miró y me sonrió. Yo aparté la vista inmediatamente. Estaba abochornado. Esa mujer no merecía siquiera una mirada mía.

Cambié de objetivo y dirigí mi mirada a Marta. También me miraba, pero su cara no era de felicidad, sino de cabreo.

Procuré sentarme lejos de Clara para evitar que Marta se enfadara más y también porque no me apetecía hablar con ella.

Tras tomarnos una copa, otra más en mi caso, nos dirigimos al lugar donde se celebraba la cena. Era una hacienda enorme con grandes espacios ajardinados con fuentes y bancos para sentarse y descansar. Allí se celebraba el aperitivo. La cena se haría dentro del local donde las mesas ya estaban organizadas y los invitados sólo tenían que buscar su número de mesa para saber donde disfrutarían del banquete.

Durante el aperitivo volví a quedarme apartado. No era mi intención aislarme pero tampoco me apetecía permanecer en una conversación que no entendía.

La tarde empezaba a caer y las luces del jardín se encendieron, dándole al lugar un aspecto romántico. Me senté en un banco con mi vermut en la mano y me dispuse a hacer algo que me agrada mucho, observar a la gente.

Me pierdo mirando la forma de actuar de cada individuo y me gusta jugar a adivinar que plan tiene cada persona en una boda.

Veo gente que intenta emborracharse rápidamente, gente que solamente quiere comer y van detrás de los camareros como si fueran buitres, gente con ganas de ligar y luego estoy yo, que no se que hago en esa boda.

  • Veo que estás aburriéndote.

Era uno de los chicos que me presentaron en el bar. No lo había visto en mi vida. Era un hombre estilo Bertín Osborne. Cuarentón machito con canas que vuelven locas a las mujeres, con aires de seductor.

  • Si, bueno. No tengo mucha gente con la que conversar. Soy Luis, no recuerdo tu nombre, perdón.

  • Soy Fernando, pero llámame Fer. A mí me pasa lo mismo, no conozco a casi nadie.

El hombre me dio la mano y seguimos nuestra conversación.

  • Perdona que sea indiscreto pero, ¿a quién acompañas, Fer?

  • He venido con Clara. La conocí en la despedida de la novia y me invitó para acompañarla hoy.

  • ¿Con Clara?

  • Si, ¿la conoces?

  • Por supuesto. Es mi exmujer.

  • Lo siento Luis, no sabía…

  • ¡No te preocupes hombre! Hace ya dos años de eso. Además yo he venido con su amiga Marta.

  • ¡¿No me digas?! ¡Que papelón tío!

  • Es una larga historia que no te voy a contar hoy.

  • Entendido… cambio de tema. Es bonito el sitio, ¿no?

Estuve hablando de cosas intrascendentes con Fernando durante todo el aperitivo. No parecía mal tipo. Lo que me resultaba raro era que Clara le hubiera invitado a la boda cuando sólo se conocían de una semana. Seguramente se folló a Fer esa noche como a ella le gustaba, de manera dura y violenta.

Aún recuerdo esos últimos polvos en los que me pedía más fuerza, más golpes, más insultos. Yo no era así. A mi me gusta el sexo duro, pero no violento. Me gusta amar, con locura. Follar. Pero no violar.

Marta parecía haber cambiado sus gustos desde que cumplió los 40 y empezó a destruir lo nuestro.

Ya empezaba a pensar en Clara otra vez. Mi mente siempre recordando lo que no debía.

El aperitivo concluyó y los invitados fuimos a sentarnos en las mesas. Marta me acompañó a nuestro sitio y se preocupó de que tuviéramos los mejores sitios para ver de cara la mesa de los novios. Cosas de mujeres, desde luego, porque a mí me daba igual estar cara o culo a ellos.

A mi lado se sentó Fer, imagino que entendió que en mí tenía un aliado para no aburrirse solo. Al lado de Fer se sentó Clara y, el resto de comensales en los sitios libres.

Al principio la situación era un poco tensa. Sentados en la misma mesa estábamos mi exmujer, su ¿novio?, su ex mejor amiga y yo. También estaban las dos amigas restantes con las cuales no me llevaba muy bien ni antes del divorcio, ni mucho menos después. La única que nos apoyó fue Rosa y, al ser la novia, prácticamente no la veríamos. Bueno, yo sí porque estaba enfrente de ella gracias a Marta.

Pasados unos minutos, y gracias al vino, el ambiente se relajó. Fer no paraba de hablar, como buen conquistador, y el resto de mujeres y hombres le reían los comentarios.

Yo estaba en modo avión, parecía que escuchaba pero pasaba de todo. Por lo menos la comida estaba exquisita, de primero había un bacalao confitado con verduritas, de segundo carrillada con reducción de Pedro Ximénez y de postre un helado cremoso de frutos rojos. Lo mejor de la noche, sin duda.

La cena terminó, y los novios abrieron el baile con un Valls que habían estado un año entero practicando. Cosas del protocolo, creo. En mi boda se abrió el baile con nuestra canción, la cual desde que me separé, nunca he vuelto a escuchar.

La barra libre comenzó y los buitres buscaban su carroña. Yo no podía beber más, me había pasado un poco antes del banquete y quería estar fresco para volver a casa.

Hicimos un corrillo y empezamos a movernos con los ritmos que ponía el dj. Marta bailaba muy animada conmigo y realmente me estaba divirtiendo. Nos besamos varias veces pero yo trataba de evitarlo, no me parecía correcto estando Clara presente. Marta, un poco achispada, no terminaba de entenderlo y, en varias ocasiones, se colgó de mi cuello para ofrecerme sus labios. Yo intentaba hacerme el despistado pero algún beso tuve que darle para no enfadarla.

El alcohol hacía efecto en la gente. Todos bailaban y bebían, bebían y bailaban, bebían y bebían. En una de esas cambiaron la rutina de canciones y pusieron una balada. Suerte la mía, era la canción que abrió el baile de mi boda. Era nuestra canción.

La vista se me fue hacia Clara inmediatamente y ella me miraba de igual forma. Me levantó su copa a modo de saludo y sonrió. Yo estaba desconcertado y le avisé a Marta que salía a tomar el aire. Ella me volvió a besar y se cogió a la novia para bailar esa balada.

El aire fresco del jardín me despertó del hechizo. Lo mejor sería aguantar unas cuantas canciones más e intentar convencer a Marta para llevarla a su casa.

  • Hola Luis

Era Clara la que me hablaba desde atrás.

  • Hola Clara. Estás muy guapa.

  • Gracias. Era nuestra canción.

  • Ya lo se. Por eso he salido a tomar el aire.

  • ¿No quieres oírla?

  • No. Me trae muy malos recuerdos.

  • Alguno bueno también habrá.

  • Mira Clara, no me apetece hablar contigo.

  • Pero tendrás que hacerlo. Déjame que me disculpe por lo que hice. Ya han pasado dos años y quiero pedirte perdón.

  • Pide lo que quieras, de hecho, te perdono. ¡Ale ya está!

  • No, Luis, no me conformo con un “ale ya está.

Marta se acercó a mí y me abrazó.

  • Lo siento mucho Luis. No sabes lo que siento haberte hecho tanto daño.

  • No pasa nada, agua pasada no mueve molino.

Clara empezó a sollozar y yo trataba de consolarla. Levantó la cabeza para mirarme y yo le intente secar las lágrimas con mi dedo pulgar. Ella me apartó la mano y se acercó para besarme.

Cada vez más cerca, como a cámara lenta.

Cada vez más cerca, y yo no podía resistirme.

Cada vez más cerca, y mi voluntad flaqueaba.

Cada vez más cerca, y sentía su aliento golpeando mis labios.

Cada vez más cerca, y sus labios rozando los míos.

Cada vez más cerca, y…