Cris: La primera vez que me exhibo

Soy Cristina, Cris. He empezado a exhibirme. Esta es mi primera vez, y como victima perfecta he elegido a mi propio abuelo.

CRIS: LA PRIMERA VEZ QUE ME EXHIBO.

Hola, ¿cómo están?, bueno, quiero contarles una cosita que sucedió hace un par de semanas, cuyo final aún no conozco ni yo misma. Antes de nada me presentaré, me llamo Cristina, o Cris, vivo en un pequeño pueblo de Madrid, con mis padres y mi abuelo. Estudio 4º de la ESO, y mi cuerpo se ha desarrollado antes que el de mis compañeras, por eso soy algo más alta que ellas, mido algo más de 1’65, soy delgada, ya he dejado de ser plana, tengo un par de tetitas prominentes pero a las que les quedan mucho por crecer, pero sin duda soy la que más tengo de mi clase. Y un buen culete, como no.

A mi edad ya me he enrollado con algún que otro chico, no he pasado de comerle la boca y que él me la coma a mí, o de tocar su polla completamente dura por encima del pantalón mientras el chico en cuestión me toca las tetas. Pero nunca he llegado a mayores, aún conservo mi virginidad intacta. Lo que si descubrí hace poco es esta página de relatos, con la que me he hecho algún que otro dedillo. Me dan mucho morbo los relatos de exhibicionismo, tanto es así que algunos me han llegado a obsesionar.

Como les dije, vivo con mis padres en un pequeño piso, que se nos hizo algo más pequeño cuando mi abuelito se vino a vivir con nosotros hace algunos años después de que falleciera mi abuela. Mis padres trabajan mucho, no somos ricos ni nada por el estilo, y por eso mi abuelo ha cuidado de mí la mayor parte del tiempo desde que está con nosotros. Lo que les quiero contar sucedió una tarde después de salir de clase. La última clase era muy aburrida y comencé a divagar. Pronto vinieron a mi mente algunos de los relatos que suelo leer por las noches a escondidas con mi portátil sobre la cama. Como ya les he dicho, algunos de ellos me obsesionan tanto que no puedo sacarlos de mi cabeza. Uno de ellos, que seguramente habrán leído, es el de una chica que en una ocasión que se quedó sola en casa se desnudó ante los ojos de un desconocido que la observaba a través de su ventana. A mi esa situación me provoca una enorme calentura, de hecho, me he masturbado varias veces con ese relato. Yo sola, en medio de la clase, me estaba poniendo a mil, y comencé a imaginar lo que sería exhibirme en alguna situación parecida. Por suerte la clase acabo y salí para irme a casa.

Cuando llegue al patio, me despedí de mis amigas porque mi abuelo y mi madre me habían venido a buscar. Mientras avanzaba hacia ellos se me fue bajando el calentón y procuraba aparentar normalidad. El día estaba muy nublado, parecía que iba a llover, y hacía mucho bochorno, por lo que salí sin el jersey puesto. Es decir, llevaba mi falta de colegio de color azul a cuadros, que me llegaba hasta un poco por encima de las rodillas, las medias azules que llegaba hasta por debajo de la rodilla y el polo blanco del uniforme, el jersey azul lo tenía en la mano. Salude a mi madre y a mi abuelo dándoles un beso en la mejilla a los dos. Después de preguntarme por las clases y demás, mi madre nos dijo que ella tenía que hacer unos cuantos recados y que procuraría estar en casa para antes de la cena, que además mi padre hoy trabajaría hasta tarde, por lo que le tocaba a mi abuelo cuidar de mí. Yo, aunque me considero mayor, cosa que nos ocurre a todos los adolescentes, no me importa pasar la tarde con mi abuelo en casa, es algo a lo que estoy acostumbrada, y total, los días de diario no salgo con mis amigas ni nada por el estilo. Mi madre nos recordó a mi abuelo y a mí que pasáramos por la zapatería de Doña Luisa para comprarme unas zapatillas de deporte nuevas, que las antiguas estaban algo viejas. Mi abuelo y yo dijimos que sin problemas. Nos despedimos de mi madre comentando que ojala no lloviera porque nos íbamos a mojar todos.

La zapatería a la que nos dirigíamos está muy cerca de nuestro piso y nos pusimos en camino cuando comenzó a llover mucho. Nos mojamos bastante intentando resguardarnos en algún portal, pero fue imposible. Estábamos cerca de la zapatería de la señora Luisa y mi abuelo y yo decidimos echar una última carrera. Por suerte, la señora nos vio desde la puerta y la tenía abierta cuando llegamos. ¡Pero cómo os habéis puesto, qué manera de llover!, nos dijo cuando entramos. La zapatería era de estas antiguas de barrio, un anexo de la casa de doña Luisa, ya sin mucha clientela porque casi todo el mundo compra su ropa o calzado en el centro comercial que abrieron hace poco. La mayor parte del tiempo la señora Luisa está sola en su tienda, aunque recibe la visita de alguna que otra amiga. Mi abuelo y mi abuela son de esos amigos por eso, supongo, seguimos comprando allí. La señora siempre ha sido muy simpática conmigo, sobre todo desde que murió mi abuelita. La zapatería es un pequeño rectángulo, tiene una ventana grande tapada con una cortina tras la cual está el escaparate, enfrente está el pequeño mostrador con una caja registradora muy antigua, a un lado hay dos sillas y de frente un espejo grande, en el suelo una alfombra. Es la zona donde la gente se prueba sus zapatos y se mira en el espejo. Al lado del mostrador hay un pasillo que me supongo lleva al almacén y a la casa de la señora Luisa.

Como nos vio muy mojados nos dijo que iba a buscar una toalla para que nos secáramos un poco. Salió por el pasillo y mi abuelo y yo nos miramos. Vaya dos, me dijo mi abuelo. La verdad es que estábamos empapados hasta arriba. Mi abuelo se quedo mirando mi polo blanco, que a causa del agua se me había pegado al cuerpo un poco, lo suficiente para que se me transparentara el sujetador blanco que llevaba puesto ese día. Me hice la despistada mirando la tienda y procurando no gotear mucho en el suelo, pero no dejaba de notar la mirada fija de mi abuelo en mis tetas, las que solo podía intuir, porque estaban tapadas por el sujetador blanco y la camiseta del uniforme. El calentón volvió de repente, no sé porque, pero me gustaba sentirme mirada por mi abuelo de esa forma. Me voy a quitar la mochila, dije. Si, anda, me respondió mi abuelo, déjala en el suelo por ahí, me indicó. Me quite mi mochila, que pesaba bastante y me di la vuelta para dejarla sobre el suelo, apoyada en la pared lejos de las gotas de agua que mi abuelo y yo habíamos traído a la tienda. Al dejarla en el suelo, lo hice doblando la espalda, sin doblar mis rodillas, dejando mi culo en pompa, para disfrute de mi abuelo. Fue algo no premeditado, sin pensarlo, fruto de mi calentura en aumento. Al agacharme la falda se me levanto un poco, dejando a la vista algo de la parte trasera de mis muslos de niña. Mire de reojo hacía atrás para comprobar el resultado, y ahí estaba mi abuelo mirándome el culo y las piernas sin inmutarse. Me retrase unos segundos haciendo que colocaba bien la mochila, para que mi abuelo tuviera algo más de emoción. Finalmente me incorporé y llegó la señora Luisa con dos toallas pequeñas.

Os servirán para secaros el pelo al menos, nos dijo la amable mujer. Le dimos las gracias y nos secamos un poco el pelo, mientras comentábamos entre risas cómo estaba lloviendo. Seguía notando alguna mirada fugaz de mi abuelo hacía mis pechos, y eso hizo que me calentara aún más, y no dejaba de pensar una y otra vez que podría experimentar con él, a ver qué pasaba. Le devolvimos las toallas a la mujer y le dimos las gracias. Le comentamos que queríamos unas zapatillas de deporte para mí. La mujer me preguntó por mis gustos, pero le dije que me era indiferente, que eran para hacer gimnasia en el cole. La mujer se dirigió detrás del mostrador y sacó un par de cajas, me indicó que me sentara en las sillas para poder probármelas mejor. Dudé un momento porque no quería mojar ni ensuciar la alfombra con mis zapatos después de la lluvia. Se lo comente a mi abuelito que me dijo que mejor me los quitará a pesar de que doña Luisa dijera que no le importaba. Me quite los zapatos y pise la alfombra con solo las medias cortas del uniforme del colegio. Me senté en una de las sillas y al hacerlo deje que mi falda se subiera más de lo habitual intencionadamente. Así, con la faldita del colegio a mitad de mis muslos, tenía a mi abuelito frente a mí, que ahora se cortaba un poco más a la hora de mirar, pero le pille alguna vez que otra llevando sus ojos hasta mis piernas. La señora Luisa me dejo las cajas en el suelo y yo cogí un par para probármelo.

Me doble para atarme la zapatilla, y procure mover un poco más mi falda, acortando la zona que tapaba, es decir, dejando mis muslos más a la vista aún. Lo hacía de tal forma que pareciera infantil, pues seguía siendo una niña a los ojos de doña Luisa y de mi abuelo, aunque esto último lo estaba empezando a dudar. La zapatilla me quedaba algo pequeña, y aunque me levante para andar un poco no me estaba bien. Me volvía sentar, dejando de nuevo a la vista parte de mis muslos, y mire a mi abuelo y a la señora, que estaban frente a mí. No me vale, les dije. Doña Luisa cogió la caja para ver el número, pero mi abuelo solo tenía ojos para mis piernas. Levantó la mirada y se encontró con la mía, pareció por un segundo que se ruborizó, como si le hubiera pillado haciendo algo malo, pero yo me hice la distraída, como si nada. Me quité la zapatilla y doña Luisa me indicó que me probara el otro para mientras ella entraba al almacén para encontrar un número más. La señora nos dejo, y yo cogí otra zapatilla para probármela, pero ahora en vez de atármela doblando mi espalda hacía abajo, decidí levantar mi pie y apoyarlo sobre la silla para atármela. Cuando apoye el pie, la parte derecha de mi faldita bajo del todo, y como tenía las piernas separadas un poquito, acabé por dejar al descubierto un pequeño triangulito de la tela de mis braguitas. Ese día llevaba unas bragas blancas con caras de osos de colores, unas braguitas de niña, de las que tengo muchas. Comencé a atarme la zapatilla sabiendo que mi abuelo tendría la vista clavada en mis bragas. Levante un poco la mirada y lo comprobé, así era, mi propio abuelo estaba disfrutando con su nieta. Y yo me estaba poniendo cada vez más caliente.

Me entretuve en atarme la zapatilla, par que los ojos de mi abuelito pudieran recorrer sin interrupciones toda la zona que dejaba a la vista, la gomita marcada en mi ingle, la zona de mi coño por donde mi braguita se colaba haciendo notar muy levemente mi rajita. Mi abuelo me miraba y yo quería que me mirase. Termine de atarme el calzado y me levante para moverme un poco más. Estás no me hacían daño, pero tampoco me quedaban del todo bien. Decidí sentarme de nuevo, levantar mi pie, dejar a la vista mis bragas de nuevo y quitarme la zapatilla lentamente, para que mi abuelo siguiera disfrutando de la vista que le ofrecía el coñito de su nietecita. Cuando deje la zapatilla en el suelo, ya solo enseñando parte de mis muslos, mire a mi abuelo, que ahora tenía las manos por delante, sujetando mi jersey del colegio, justamente en su entrepierna. Pensé que quería tapar una posible erección, algo que me puso a mil. Doña Luisa volvió y me entregó un nuevo par de otro número, el cual me quedaba bien. Decidimos comprar ese, y después de un poco de charla con la señora nos fuimos para casa aprovechando que no llovía.

Llegamos a casa y deje la mochila y las zapatillas en la mesa del comedor. Mi casa tiene un salón, la cocina a un lado, tres habitaciones, la de mis padres, la de mi abuelo, la mía, y un cuarto de baño. Es una casa muy pequeña. Mi abuelo me preguntó si tenía deberes, le dije que unos pocos. Pero que antes quería ducharme, como hago todos los días cuando llego a casa. Mi abuelo preparó un pequeño tendal que tenemos para colocarlo entre el salón y la entrada, justo al lado de un radiador para que se secara nuestra ropa mojada, sobre todo la mía, pues a excepción de los calcetines, tengo que volver a ponérmela mañana para ir al cole. Voy a cambiarme de ropa, me dijo mi abuelo, venga date prisa para hacer los deberes antes de que venga tu madre. Vale abuelito, le dije yo. Cogí mis zapatillas, las saque de la caja, que lleve a la basura en la cocina. Me tome mi tiempo, porque quería seguir jugando con mi abuelo y, aunque ahora estaba improvisando, mi calentón seguía estando presente. Lleve las zapatillas a mi habitación y me crucé con mi abuelo, que salía con su ropa para ponerla en el tendal. Dame el uniforme hija, que lo pongo a secar, me dijo. Ahora abuelito, le conteste mientras se sucedían muchas imágenes e ideas guarras en mi mente. Deje las zapatillas y volví al salón. Abuelo, dejo el ticket de las zapatillas en la mesa, le dije. Vale hija, me contesto. Me acerqué a él mientras colocaba su pantalón y la camisa sobre el tendal. Puse mi mano sobre su hombro. Anda, dame el uniforme niña, me dijo. Sin moverme de su lado, comencé a quitarme el polo del uniforme. Me lo quité por la cabeza mientras dejaba al aire mis tetitas cubiertas por la fina tela del sujetador blanco. Cuando termine de quitármelo me entretuve en ponerlo bien para que lo tendiera. Pero mi abuelo no estaba pendiente del polo, sino de mis tetas.

La mirada de mi abuelito estaba clavada en mis pechos, en mi sujetador, donde se intuían los pezones, al menos se marcaban sobre la tela, supongo que a causa de mi calentón. Le entregué el polo a mi abuelo que intentó desviar la mirada de mis pechos sin mucho éxito. Lo cogió como pudo y lo extendió sobre el tendal. Le notaba algo nervioso y decidí seguir adelante con mi exhibición, pues creo que ya la podemos llamar así, una exhibición en toda regla. Me lleve la mano al botón de mi falda del cole, situado a un lateral, lo desabroche y comencé a bajar la cremallera dejando al aire la tela de mis braguitas. Deje que la falda cayera por si sola hasta mis pies, dejando ya a la vista al completo mis bragas, mis braguitas blancas con las caritas de osos de diferentes colores. Me agache para recoger la falda y entregarla a mi abuelo, al que ahora notaba mucho más nervioso. Me quede a su lado mientras extendía la falda, solamente cubierta por mi sujetador, donde se marcaban aún más mis pezones, y mis infantiles braguitas. Terminó y me dijo que me duchara enseguida mientras él me hacía la merienda. Note a mi abuelo nervioso, sin saber muy bien dónde ponerse al tener a su nieta en braguitas y sujetador. Pasé hacía el salón paseándome un poco para que el espectáculo durase algo más. Cogí el mando de la tele y la encendí para ver que echaban. Me quede de pie, mirando la tele, a plena vista de mi abuelo, que desde la puerta de la cocina, me miraba fijamente. No le miraba directamente, pero me imaginaba que su mirada recorría mi cuerpo de abajo arriba. Desde mis pies enfundados aún en las medias del uniforme, subiendo lentamente por mis piernas y mis muslos hasta detenerse en mi culete, redondo y marcado por las braguitas. Me imagino que posaría su mirada en las prietas nalgas remarcadas por la goma de mis bragas, haciendo resaltar mis dos buenos cachetes del culo. Como estaba de espaldas a él, supongo que no subiría más, que dejaría que su vista se perdiera en mi culo.

Deje el mando de la tele en el sofá y me gire, pillé a mi abuelo, que levantó la mirada tan rápido como pudo, aunque le noté como se le encendían las mejillas un poco. Me acerque hasta la cocina, donde estaba él. ¿Qué te hago de merienda, hija?, me dijo intentando alejar su pensamiento del cuerpo adolescente de su nieta, o al menos eso quería pensar yo. Lo que sea abuelito, le dije mientras me acercaba a él, le abrazaba por la espalda, apoyando mis tetas sobre su espalda y le daba un beso en la mejilla. Voy a ducharme abuelito, ¿vale?, no cierro por si tienes que entrar a lo que sea, le dije al tiempo que me separaba de él. Antes de salir de la cocina me respondió, vale, vale. Me dirigí al cuarto de baño, encendí la luz y deje la puerta totalmente abierta. Abrí el grifo de la ducha para que el agua se fuera calentando. No tardé nada en quitarme las medias, las bragas y el sujetador para dejarlo todo tirado por el suelo. Me miré unos segundos en el espejo. Cómo deseaba que mi abuelo entrase para que me pudiera ver totalmente desnuda. Pero no fue así, esperé unos segundos más, pero nada. Así que decidí meterme en la ducha. Comencé a enjabonarme todo el cuerpo, y después pase a lavarme el pelo. Tenía la cabeza llena de champú, con los ojos cerrados y bajo el agua, cuando escuche la voz de mi abuelo desde la puerta. Te recojo esto para meterlo en la lavadora, ¿vale hija?, me grito por encima del ruido. Vale, le grite yo como respuesta. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, supongo que mirándome. La mampara de la ducha es de esas en las que se puede ver que hay alguien dentro pero viéndolo todo borroso, no se pueden apreciar bien las formas del cuerpo de la persona que se está duchando, por eso no creo que me viera con claridad. Me aclaré bien el cuerpo y la cabeza, y mire en dirección a la puerta, que ahora estaba algo más cerrada. Metí la cara debajo del chorro de agua y cerré los ojos, entonces me llego de sopetón un pensamiento sucio, uno más. Me imagine que mi abuelo había recogido la ropa y ya en la cocina, antes de meterla en la lavadora, se había parada a extender las bragas delante de él, para después llevárselas a la cara y aspirar el dulce olor del tesorito que escondía su nieta. Instintivamente me lleve una mano hasta mi coño, y me empecé a masturbar. Estaba disfrutando de lo lindo, pero temí que si me corría se me bajará todo el calentón y me avergonzará por la tarde que le estaba dando a mi abuelo. Así que paré y salí de la ducha.

Salí, me sequé el cuerpo y el pelo y me enfunde en mi albornoz de color rosa. Me llegaba hasta un poquito por debajo de las rodillas, pero procure no atarlo con mucha fuerza, sobre todo dejando una buena vista de mi escote por la parte de arriba. Antes de volver al salón, pase por mi cuarto para coger unos calcetines. Me fui hasta el salón, y luego a la cocina, donde estaba mi abuelo colocando unos platos. Encima me había dejado un pequeño bocadillo. Mi abuelo me miró directamente nada más entrar. Que a gusto me he quedado, abuelo, le dije como rompiendo el hielo. Pues merienda y haz los deberes, anda, me dijo él. Cogí mi bocadillo y me fui al sofá, mi abuelo me siguió y se sentó a mi lado. Le di un mordisco y lo deje en la mesa para ponerme los calcetines. Seguí la misma táctica que en la zapatería, levante el pie hasta apoyarlo en el sofá, dejando que el albornoz cayera descubriendo una buena parte de mi muslo, pero sin dejar a la vista mi coño. Noté como mi abuelo desviaba la mirada para dirigirla a mis piernas. El abuelito quería ver el espectáculo completo, dado que no había podido verme bien dentro de la ducha. Y yo, con lo cachonda que estaba, se lo iba a dar. Me puse el otro calcetín bajo la atenta mirada de mi abuelo, cuyos ojos iban de la abertura cercana a mi entrepierna hasta el marcado escote que había dejado en la parte de arriba. Cuando termine, cogí de nuevo el bocadillo y me espatarre en el sofá para merendar bien. Las piernas las tenía estiradas todo lo que podía, pero no coloqué bien el albornoz, dejando mis muslos completamente a la vista. Miraba la tele pero no perdía detalle de la posición de mi abuelo, el cual, no dejaba de llevar su mirada de mis piernas hasta la tele y al revés. Llegó incluso a cruzar una pierna sobre otra, yo esperaba que fuera para que no se notara que se le estaba poniendo dura.

Cuando terminé de merendar, me dirigí a la mesa para hacer los deberes. Me senté de tal forma que mi abuelo tuviera una buena vista de mis piernas, con una visión más directa hacía mi entrepierna. Saqué los cuadernos y comencé a escribir. Aunque los hice bien, y me hacía la distraída, poco a poco empecé a separar mis piernas. El albornoz estaba caído a cada lado de los muslos, por lo que según abría mis piernas, iba dejando a la vista mi coño adolescente. El problema es que la sombra de la mesa no dejaba una vista del todo perfecta, pero eso era lo de menos, en cuanto comenzaron a abrirse mis piernas, mi abuelito perdió su mirada entre ellas. Sin levantar la cabeza, le miré, estaba mirándome fijamente, incluso noté que enfocaba su vista para verme bien el chocho. Como tenía una pierna sobre la otra, no notaba nada en él, pero tenía una mano encima de lo que me imaginé, era su polla, espero que durísima a causa de la alegría que le estaba proporcionando. Así estuve unos minutos más, hasta que sentí abrir la puerta. Era mi madre. Rápidamente, me coloque el albornoz y mi abuelo desvió la vista hasta la tele. Con mi madre en casa la cosa se calmó un poco, aunque yo seguí cachonda. Acabe los deberes, y me senté en el sofá a ver la tele un rato. Mi abuelo y mi madre danzaban por la casa haciendo cosas. Mi madre me pidió que le enseñara las zapatillas que había comprado. Se las lleve para que las viera. Estaba recogiendo mi uniforme del tendal, ya estaba seco, y la dejó sobre el sofá mientras veía mis nuevas zapatillas. Me las devolvió. Venga, vístete que voy a preparar la cena para los tres que hoy tu padre llega tarde, me ordenó. Cogí las zapatillas y la mochila y me fui para mi habitación. Mi madre se fue para la cocina. A mitad del pasillo me grito, ¡Cris, coge el uniforme que te lo dejas aquí!. No me lo pensé ni un segundo. Abuelito, tráemelo tu porfa, le grite yo. Era el momento oportuno, con mi madre enfrascada en la cocina, podía terminar el espectáculo privado para mi abuelo. Llegué a la habitación y deprisa deje la mochila en el suelo y las zapatillas también. Llego mi abuelo con mi faldita y mi polo en la mano.

Ponlo en el armario porfa, que yo voy a ponerme el pijama, le dije a mi abuelo. Se dirigió hacía el armario para dejar el uniforme. Yo aproveche y me quite el albornoz dejándolo sobre la cama, en la cual tenía el pijama. Cuando mi abuelito se dio la vuelta se encontró con el cuerpo desnudo de su nietecita. Estaba de espaldas a él, mientras sujetaba el pantalón de mi pijama, entreteniéndome unos segundos, digamos de cortesía, para que mi abuelo pudiera apreciar ahora mi cuerpo completamente desnudo. Pensaba en su mirada, recorriendo mis piernas hasta posarse en mi culo, esta vez sin ninguna braguita que lo tapara, deleitándose con la redondez de mis nalgas, firmes y levantadas como no podía ser de otro modo. Deje el pijama sobre la cama de nuevo. Abuelito, no cierre que tengo que coger unas bragas, le dije al tiempo que me giraba hacía él, que con el espectáculo ni siquiera había cerrado el armario. Me encamine hacia él, ahora ya de frente, ofreciéndole mi delantera para su disfrute. La mirada perdida y la boca un poco abierta de mi abuelo me pusieron muy cachonda. Ya nada tapaba mi joven cuerpo, las tetas en proceso de crecimiento estaban coronadas por una par de duros pezones que apuntaban directamente a mi abuelo. Sus ojos bajaron de mis pechos hasta mi coño, en el cual había crecido ya una pequeña mata de pelo, pero que no impedía apreciar con cierta claridad mi labios vaginales, en los cuales, si hubiera sentido el más mínimo roce seguro que me habría corrido de inmediato. Estaba pegada a mi abuelo, que no se aparto de mí, no sabía qué hacer, no decía nada ni se movía. Tuve que apartarle para poder coger unas bragas. Él se fue hacia la puerta. Espera, abuelo que voy contigo, le dije porque no quería que se fuera, no ahora. Mientras él estaba en la puerta, con su mirada clavada en mi culete, me agache para coger unas braguitas del cajón de abajo, dejando una nueva perspectiva trasera de mi coño. Me retrasé hurgando entre todas las bragas que tenía, quería que la imagen de mi coño se quedara grabada en la mente de mi abuelito. Cogí finalmente unas bragas blancas con lazitos en las gomitas. Cerré el armario, y me gire de nuevo, otra vez sentí los ojos de mi abuelo en mi coño y en mis tetas. Di unos pasos y comencé a ponerme las bragas. Simule que perdía le equilibrio y me apoye en el hombro de mi abuelo para terminar de ponerme las braguitas, que tuviera mi cuerpo desnudo lo más cerca posible los últimos segundos. Oculto ya mi coñito, la mirada de mi abuelito subió hasta mis tetas. Le di la espalda para acercarme a la cama, dejando que viera cómo de prietas quedaban mis nalgas con estas nuevas braguitas de estar por casa. Me puse el pantalón del pijama, cogí el jersey y me di la vuelta para ponérmelo delante de él. Que tuviera una última visión de mis tetitas. Me puse el jersey y se termino el espectáculo.

Vamos abuelito, le dije. Eche una mirada fugaz a su entrepierna, por lo menos más disimuladas que las suyas hacia mi cuerpecito, y vi como se le marcaba en el pantalón una erección. Fue una milésima de segundo pero la imagen de la polla, dura y erecta, marcándose en el pantalón de mi abuelo, causada por la visión perfecta de mi desnudo cuerpo que estaba pasando de niña a mujer, se me quedo grabada para futuras masturbaciones, la primera de ellas esa misma noche. Salimos y nos fuimos al salón. Después de eso cenamos y poco después yo me fui a la cama. No paso nada más. Ya acostada, con todos durmiendo, no dude en masturbarme tranquilamente con todo lo que había vivido ese día tan intenso. Cuando me corrí alcancé el éxtasis, llevándome mis dedos pringosos hasta mis labios para saborear el néctar de mi coño. En los días posteriores no ha pasado nada, hasta esta noche en que he terminado de escribir y de subir el relato. He tardado un poquito porque dejaba de escribir para poder leer algún relato mientras acariciaba mi coño por encima de mis braguitas. Ahora mismo tengo más planes, incluso he hecho una lista de las personas delante de las cuales quiero quedarme desnuda, pero no sé cuándo podré afrontarlos, lo que si les puedo asegurar es que se lo contaré con pelos y señales. Un beso a todos.