Criminal: Desenlaces

Arbeit Macht Frei

Y ese fue el beso que lo cambió todo, madre…

Porque no necesité pensar si era correcto o no lo que sentía. Y de hecho, de haber querido cuestionármelo, Friedrich no me hubiese dejado porque sus ágiles manos buscaban familiarizarse con mi cuerpo.

Te seré sincero, nunca me sentí tan nervioso como en aquella ocasión. No tengo palabras para describir todas las cosas que se me pasaban por la cabeza. No puedo expresar todo lo que sus labios me transmitían. Era como un batallón de hormigas dispuestas a pasearse por todo mi cuerpo. Temblaba de miedo como una hoja al viento, sentía temor de no agradarle tanto como él me agradaba a mí.

Pero Friedrich lo hacía todo tan fácil, no había tiempo para pensar en si Abbá me hubiese castigado por hacer algo como aquello. No tenía un segundo siquiera para preguntarme si al Gran Rabí le gustaría mi actitud. Las preguntas desaparecieron hasta este momento en el que me las planteo de nuevo.

Mas ahora ya no me importan temas tan triviales como aquellos, no cuando recuerdo lo que pasó después de que ese par de militares entraron en el granero y nos vieron a los dos semidesnudos y con el calor en el rostro.

Fue horrible, y no por el hecho de descubrirnos y mostrarnos una mueca de asco al hacerlo; sino por separarme de la única criatura que he querido con tanta intensidad.

Ellos intentaron llevarme por la fuerza, él intento luchar para que me suelten. Yo no sabía por qué me llevaban y en vano gritaba pidiendo explicaciones. Friedrich logró darles un par de golpes y uno de ellos le asestó un porrazo con la culata de su fusil en respuesta a su intento por liberarme.

Vi con horror como la sangre fluía de su nariz mientras su joven figura se recuperaba en el piso. Empezamos a alejarnos de Friedrich, pero lo que éste hizo como un último intento por salvarme fue lo que resolvió todas mis dudas acerca de la bizarra situación.

—¡El gran rabí les hará pagar por esto! —vociferó con el rostro ensangrentado.

Entonces ambos militares se detuvieron y, tras mirarse uno al otro con cierta incredulidad, el tipo que lo había golpeado procedió a enjaular en sus brazos a la persona más hermosa del mundo.

No chillé más, la brusquedad de las explicaciones en mi mente no me dejaron pensar con claridad. Me llevaban por querer a un dios diferente al de ellos. Friedrich lo sabía y aun así aceptó la tortuosa carga que suponía el etiquetarse como judío. Mi mente no pudo más y una única luz brilló en la oscuridad al poder contemplar su sonrisa hermosa manchada por la sangre mientras nos arrastraban hacia un camión cercano. Un segundo después mis ojos se habían cerrado. “

Los ojos del General se detuvieron al sentir una mano acariciándole el cabello. Su silla estaba al lado de la cama del Doctor, se había apegado lo más que podía a su figura antes de empezar su lectura.

—Buenos días señor— el débil tono con el que Will saludó denotaba que aun no descansaba lo suficiente.

—Buenas tardes doctor— corrigió Tom con una media sonrisa al coincidir sus ojos con los de Willfrid.

—Es cierto— advirtió Will aún cansado— será mejor que me levante…

—De eso ni hablar, que no tienes las energías suficientes como para saludar a tu General como es debido.

—Calla tonto —replicó Will divertido— que esos enfermos…

—No te necesitan, —le interrumpió el General— Jenkins (que era el nombre del enfermero jefe) lo tiene todo controlado.

»—Además —continuó con serenidad— los heridos ya no están tan graves como para preocuparse. El más herido ahora —y le picó suavemente el hombro— eres tú…

—Deberían degradarte en rango por obligar a tus hombres a ser irresponsables —reclamó Will reprimiendo una sonrisa.

Lo que el Doctor no sabía era que su inocente comentario logró que Redford regresara en el pasado justo hasta esa misma mañana. Cuando había decidido un futuro para ambos…

Thomas recordó con desdén cómo en la mañana sus  puños se habían aprisionado, conteniendo en ellos toda la impotencia del General. Los había estrellado contra el rostro de Crowley. Pero no era eso lo que le carcomía por dentro, sino la carcajada que el Sargento soltó estando en el piso y con el rostro sangriento.

—¡LÁRGUESE! —Le ordenó Tom fuera de sí— ¡Lárguese de mi vista!...

—»Y no quiero…—continuó intentando controlar la situación— volver a saber de una insinuación suya de nuevo… o me veré obligado a…

Otra carcajada lo interrumpió, y esta vez Crowley parecía perder la razón y el equilibrio.

—¿Te verás obligado a qué? —Crowley se burlaba del más básico respeto que debía llevarse siempre— no entiendes la situación… ¿verdad?

El Sargento se levanto y con los dientes aun manchados se relamía la sangre que le brotaba de un labio. Pero esto parecía agradarle en sobremanera, pues en ningún momento dejó de reír.

Un General derrotado…la faz de Thomas no podía mentir, cada palabra que Crowley soltaba no hacía más que descomponerlo. No quiso dar paso a más juegos y se resolvió a dar por terminada la insulsa conversación. No era prudente ni acertado dar más cabida para que el Sargento confirmara más dudas.

Redford le robó a su propia voluntad toda la fuerza que necesitaba para no mostrarse vencido y concluir de una vez por todas el teatro que se había armado.

—Creo haberle pedido que se retire —dijo inseguro de si su voz sonó lo suficientemente convincente.

El Sargento no respondió. En vez de eso se limitó a quitarse el polvo del uniforme y acto seguido (aún con esa estúpida risa en la cara) se dispuso a salir. Su labio ya mostraba signos de hinchazón, mas esto no le significó un impedimento para ultimar:

—No es la última vez que hablaremos de esto Redford, tenlo por seguro…

Thomas intento responder, pero antes de que una palabra lograra traspasar sus labios, y los pasos del Sargento el umbral de la puerta. Éste añadió jocoso:

—¡Ah!... lo olvidaba…—y reprimiendo una risa siguió— debería enseñarle a su cuerpo a mentir mejor…

Y era cierto, Thomas no se daba cuenta de que la tensión sexual que le dejó su encuentro con Lumley la noche anterior había encontrado una salida con las torpes caricias de Crowley. La erección en su pantalón daba fe innegable de aquello.

Al final, la ausencia del Sargento solamente logró que lo poco que el General reprimía saliera a flote y así, de pie, erguido y erecto se abandonó a la más mísera de las congojas.

No sollozaba, le daba demasiada vergüenza hacerlo. Se vio humillado y derrotado por alguien tan inepto como Crowley. Las gotas caían pero jamás se las limpió. Su mente se resolvió en un segundo, pero le dolió tanto aceptar la nueva realidad que estaba viviendo y la que le tocaría vivir en lo posterior.

Avanzó unos cuantos pasos, lo único que deseaba era estar al lado de Lumley e inconscientemente allá se dirigió. Un camino seco y salado se formaba desde la comisura de sus ojos hasta sus labios; salada era también la senda que hubo de recorrer hasta la enfermería. Sus pasos eran lentos e inseguros y más de uno se asombró al verle agobiado. La sonrisa torpe que siempre intentaba llevar en su rostro se reveló y sus ojos ya no vislumbraban un horizonte.

Lo sabía, desde aquel momento en el que se vio obligado a dejar a Willfrid desnudo en su cama hasta hace unos pocos segundos al escuchar las tétricas palabras de Crowley. Lo sabía, la duda paulatinamente se convirtió en axioma…

Cansado, abatido y horrorizado al fin aceptó que debía partir… irse…renunciar a la vida como la conocía… sus días como General de la 45ª División Estadounidense habían llegado a su fin…

La revelación trágica de su decisión le hizo tambalear un poco y sus pies perdían firmeza. Era por eso que se encaminaba hacia la enfermería como una pobre alma que busca un oasis en el desierto.

Una, dos… y luego muchas lágrimas se vertían sobre su espíritu afligido. El dolor le atravesaba el pecho y apresuró sus últimos pasos hacia su tan deseada meta.

Solo al verlo pudo sonreír con esa mueca desmañada tan propia y tan sincera de él. Una vez más no le importó el público y solo se dedicó a mirarle durante largo rato. La figura vendada y dormida que tenía ante sí era lo único que ahora tenía en este cruel y malagradecido mundo.

De hecho, ambos eran todo lo que tenían. La guerra se había llevado a más de un familiar y ahora lo único que les quedaba al regresar a su patria era el servicio militar. Redford sabía que esto era así y jamás se planteo que las cosas cambiasen. Pero ahora todo había terminado, el conflicto había cesado y la absolución que muchos esperaban solo les traería a ellos recuerdos que quisieran olvidar y distancias entre el uno y el otro que los dos quisieran acortar.

El General le sonrió aunque el Doctor no le viera, la decisión que había tomado los protegería a ambos y esto le hacía feliz más que cualquier cosa. Pero el dolor por despegarse de la institución a la que le juró la vida aún estaba fresco y tardaría varios días, sino semanas o incluso meses, en sanar.

Thomas no esperó la aprobación de Jenkins (que era el apellido del Enfermero Jefe) para poder ingresar y sentarse al lado de la persona que le había cambiado la vida. Le tomó la mano que no estaba vendada  y con el pulgar le acarició suavemente la palma. Willfrid dibujó una sonrisa inconsciente en su faz por la cosquilla en su mano y buscó reacomodarse. Fue allí donde el General vio caer desde la parte baja de la almohada un conjunto de papeles que inmediatamente reconoció. Will debió tomarlos mientras arreglaba el lecho que ambos compartieron la noche pasada.


—¿Tan mal me veo que te has quedado mudo? —preguntó Willfrid con gracia.

—N… no. —Thomas volvía de nuevo a la realidad— No es eso…

—¿Y entonces? —la mano del Doctor acarició una mejilla del General mientras le interpelaba con tranquilidad. Era extraño, mientras los dos estaban en la enfermería parecía no importarles la opinión ajena y hasta se podía decir que se sentían en una rara familiaridad en medio de las camas, los enfermeros y los pacientes.

Redford tomó la mano de Lumley con firmeza y se aseguró de tener el aire suficiente en los pulmones; lo que estaba a punto de decirle requeriría de todo su tacto y habilidad.

—Nos vamos —empezó Tom intentando balancear la seguridad y el cariño en su sentencia.

—»Cuando la noche sea más oscura y veas quela luz intenta aparecer vagamente en el horizonte ven a mi tienda… estaré listo y partiremos de aquí.

Y diciendo esto de corrido se calló. Escrudiñó en los ojos del Doctor para saber cuál era su reacción. Imaginaba que se opondría a dejar el servicio que los había unido, daba por seguro el hecho de que el Doctor amaba la filas militares, no tanto cómo él pero de todos modos las tendría en gran estima.

Pero Tom se llevó una sorpresa con la reacción de Will. El Doctor sólo asintió lentamente con la cabeza y tras un sereno «así se hará…» se quedó también en silencio, dejándole al General con la duda sobre lo siguiente a decir.

—¿Quieres irte? —inquirió Tom con temor a una respuesta.

—No —respondió Will con un suspiro.

—Vaya…  pero de todas formas pensaba que te opondrías —Thomas apartó la mirada con algo de tristeza.

—Pues es lo mejor para ambos… después de todo así lo has pensado…

Y el General sorprendido volvió rápidamente sus ojos.

—Te has tardado un poco en pedírmelo… eso es todo —continuó Will con tranquilidad.

—¿Sabías que te lo pediría? —Tom se mostraba un poco incrédulo.

—Aún antes de que se te cruce la idea por la cabeza... —respondió Lumley— y me ha costado lo mío hacerme a la idea de dejar este lugar, pero siempre supe que este día llegaría.

—Eres increíble.

Los dos se ofrecieron sendas sonrisas y el Doctor, con sumo cuidado, se hizo a un lado de la cama y acomodándose mejor le llamó con la mano: «Ven aquí…»

Una vez más sólo existían ellos en aquella tienda vieja y malograda. Un par de enfermeras observaron la escena por un momento, pero ambas sonrieron a la par y volvieron en silencio a sus actividades.

El enfermo le pasó una mano por la cintura al sano y, al sentirse de nuevo unidos, pudieron descansar tranquilamente, reconfortándose en la cercanía del otro y abandonando cualquier duda sobre el futuro…

Cuando los ojos del General se abrieron la tarde había desaparecido y solo la tenue luz de la lámpara los alumbraba. La noche llegó y con ella el momento de separarse por un par de horas de su Doctor.

Se levantó con calma, separando la mano de Will con cuidado. Esta vez sí recordó llevarse el pequeño diario que no terminaba de leer.

Abandonó la estancia tras contemplar la figura de su novio y con ávidos pasos se apresuró hacia su tienda. Empacó en su sencilla maleta lo indispensable y habiendo terminado se dio cuenta de que no tenía más cosas por hacer. Desde ese día dejaba de ser General y ya no tenía sentido adelantar el trabajo que tenía para el día siguiente porque cuando amaneciera nadie lo iba a encontrar impetuoso y dinámico como siempre…

Resolvió entonces dar el último paseo a las instalaciones de la División. Con su pequeña maleta a cuestas recorrió las largas filas de tiendas que se formaban en los alrededores. Sus pasos lo condujeron hasta el comedor (improvisado claro está, consistía en pedazos de troncos cortados en forma circular a modo de bancos).

Y allí, en medio de viejos pedazos de madera dejó que sus pensamientos se fundieran con las sombras. Recordó todas las alegrías que le había producido aquel lugar. Cuando en tiempo de relativa calma se habían gastado todo tipo de bromas, algunas incluso muy subidas de tono entre los soldados y que hacían dichosa la vida del ahora ex General.

Divisó un banco en especial y allí fue a sentarse. Era el asiento dónde almorzó por primera vez con el que ahora es su novio. Recordó cómo el verde de sus ojos lo había prendado y rememoró con dicha el día en el que hubo de declarar su amor. Lo había citado en ese mismo lugar y probablemente a la misma hora.

¡Ah, lo recordaba todo con tanta claridad!... y pensar que ahora debía irse sin siquiera despedirse de uno solo de aquellos a los cuales había dirigido con tanto esmero. Hasta Crowley se le pasó por la cabeza pero le apartó rápidamente para no permitir que sus recuerdos se apañen.

Crowley… sin duda era el culpable de todo esto. Pero Thomas no quiso guardarle rencor, al fin y al cabo el Sargento le obligaría a dar el paso que necesitaba dar. Porque bien sabido era que al finalizar esta guerra lo único que les iba a quedar en común a casi todos los soldados era la condecoración que tendrían como “Héroes de Guerra”. Todos serían movidos a diferentes lugares y las máximas autoridades serían las únicas que conservarían su estatus.

Aún así, Redford sabía que la imagen que ambos proyectasen en el futuro (de haber sido éste de la manera en que siempre estuvo planeado) no iba a servir si Crowley decidiera ensombrecer su reputación. Tal vez él podría aguantarlo pero no podía aceptar la idea de ver a su Doctor tachado o señalado por todo el mundo, y Redford jamás hubiese negado su cariño si alguien se atrevía a preguntárselo directamente. No había salida, su retiro era imprescindible.

Se levantó, dirigió su vista al cielo y se entretuvo mirando como el aire que exhalaba se perdía al retorcerse de forma caprichosa en la frialdad del clima. Metió sus manos en los bolsillos del pantalón para conservar un poco el calor y entonces se percató del pequeño bulto de papeles que estaban en su interior.

Thomas se sentó de inmediato.

Me has enseñado a ser fuerte, madre, y precisamente mi fortaleza me ha hecho sobrevivir hasta el día de hoy.

Desperté en medio del absoluto silencio. El piso era de piedra y estaba muy, pero muy frío, podía sentirlo con mis pies desnudos. En la oscuridad total, Friedrich notó que me había despertado y me abrazó con fuerza. Le correspondí en medio de la confusión y cuando mis ojos se acostumbraron un poco a la oscuridad, pude darme cuenta de que estábamos en una habitación cerrada con muchas personas a nuestro alrededor.

Lloré y pedí explicaciones, Friedrich solo me sobaba el brazo y me decía que él estaba conmigo, que no temiera. Pensé en ti y en Abbá y los busqué entre la gente que nos rodeaba. No los encontré y mi desesperación aumentaba. Si me habían llevado a mí era muy posible de que hayan pasado por casa antes de llegar al granero…

No sabía que iba a pasar con nosotros y lloré con más amargura por aquello. Él también estaba llorando pero se controlaba un poco con el afán de calmarme. Logramos dormirnos un poco pero el retumbar de las puertas fue el que nos despertó.

Ordenaron que la mitad de los que estábamos en la habitación saliéramos y al no hacerles caso empezaron a sacar gente a la fuerza. Los gritos, el llanto y el bullicio me dejaban sordo y ocultándonos en el rincón, me cubrió con su cuerpo intentando esconderme de todos.

Se llevaron al primer grupo y antes de que cerraran la puerta me llegó un impulso a la mente. No pensé en nada y me aventuré ciego buscando un escape mientras jalaba a Friedrich de la mano.

Ambos salimos después de abrir la puerta de golpe, avanzamos unos cuantos pasos y antes de que nos atraparan pudimos llegar a otra habitación, pero esta no tenía salida. Era un cuarto que sólo tenía un escritorio y un libro abierto. Golpeé el escritorio y arranqué las hojas del libro con frustración. Justo cuando se me vino a la mente la idea de llevarme algunas hojas los militares entraron al cuarto, así que sólo pude conservar unas cuantas. Empezaron a golpearnos y él me cubrió de nuevo con su cuerpo. Soportó toda la brutalidad de esos demonios y con horror pude escuchar cómo sus huesos se rompían… el tiempo se me hacía interminable y entre gritos pedí piedad por él. Nadie me hizo caso y mi salvador solo me abrazó con más fuerza mientras lo golpeaban.

Él jamás se apartó de mí, hasta que sus últimas fuerzas le abandonaron y quedó inconsciente me siguió protegiendo con su cuerpo. Al final me habían dado 13 azotes cuando retiraron su cuerpo ensangrentado del mío… creo que han estado demasiado cansados como para golpearme de igual forma.

Uno de ellos propuso llevarnos con la mitad que fue sacada a la fuerza de la habitación, pero al parecer ya no había espacio a donde quiera que se los hayan llevado porque nos devolvieron a nuestra oscura cárcel en medio del bullicio de la gente al abrirse la puerta.

Nos echaron rápidamente sobre el suelo frío. Me dolía el cuerpo, pero vi que Friedrich no se movía, el miedo me embargó, acerqué mi oído a su pecho y me tranquilicé un poco al escuchar que su corazón aún latía. Intenté hacer algo con sus piernas, curarlas de algún modo. La cabeza estuvo a punto de estallarme cuando me percaté de que no era una simple fractura lo que tenía en sus piernas, sino que en realidad gran parte del hueso estaba en pedazos. Ya no eran extremidades, sino solo un bulto de carne horriblemente golpeada.

Arranqué un retazo de mi camisa y desesperadamente intenté hacer un torniquete. Mis lágrimas no me dejaban ver bien los vanos intentos por curarlo. No sabía que más hacer, terminé de destruir mi ropa y empecé a limpiarle el sudor en la frente. La esperanza moría a cada segundo.

Alguien abrió de nuevo la puerta y la gente volvió a estremecerse. Eran los mismos tipos de antes y anunciaron que esta vez se llevarían a todos en la sala. Y así fue… uno a uno fueron pereciendo los que intentaban mostrar resistencia; y así, medio muertos y golpeados se los llevaban.

Quedé al último. Cuando llegó mi turno y vieron el moribundo cuerpo de Friedrich entre mis piernas se detuvieron y por un momento pensé que se iban a apiadar de nosotros. En vez de eso uno de ellos susurró algo sobre llevarnos a un sitio diferente… el otro fue más cruel y directo.

— Hay que hacerle las últimas pruebas al horno, volveremos por ellos más tarde. —al oír eso sentí como mi cuerpo entero se petrificaba.

Y antes de que abandonaran la habitación, un último motivo para que mi alma se perdiera entre la aflicción. Otro grupo de personas avanzaban custodiadas por militares, y entre ellos estaba… Abbá.

« ¡Abbá!... ¡Abbá! » fue lo que intenté gritar, pero me sorprendí de que mi cuerpo ya no reaccionase. Estaba demasiado cansado y lo único que emití fueron sórdidos quejidos que retumbaron en el eco de la oscura habitación.

Papá… él estaba siendo llevado al mismo lugar que los otros. Estaba pálido y sus ojos se perdían en algún lugar del suelo, su rostro carecía de vida y entonces supe que a todos los que iban allí les pasaría lo mismo que a nosotros… morirían de una forma cruel y despiadada.

Porque lo siguiente que oí fueron gritos de dolor y plegarias llenas de agobio y pesar. El olor a desechos humanos empezaba a viciar el ambiente. El repugnante olor a excremento invadió la sala y de a poco los gritos fueron ahogándose hasta el sepulcral silencio.

Y fue allí que te recordé, madre. Cuando todos los sollozos desaparecieron y la ausencia del sonido me obligaba a repasar cada cruel acontecimiento. Tú no estabas con Abbá, recuerdo haberte buscado en su grupo y nunca te encontré.

Mi última esperanza eres tú, porque tengo fé en que no te han atrapado…

Mi última esperanza eres tú, pero no para que me salves. He aceptado que la muerte me tome de la mano como a un viejo amigo. Moriré junto a la única persona que ha traspasado las barreras de lo lógico y lo moral.

Mi última esperanza eres tú, y solo quiero prometerte que cuando el fuego me abrace le tomaré de la mano y juntos nos convertiremos en uno. Cuando las ascuas me arranquen gritos, gritaré que lo quiero y que jamás alma alguna podrá borrar lo que siento.

Pero ahora, mientras estoy aquí, al borde de la locura, solo puedo acariciar su rostro y contarle historias inventadas y bobas. Le digo que nos iremos juntos después de que todo esto pase y que mi único deseo es envejecer con él. Lloro a ratos y a ratos me compongo, intento darle fuerzas cuando las muecas en su rostro me advierten el dolor que le tortura.

Y despertó… aunque fue sólo durante un par de segundos. Pero el ver sus ojos brillosos de nuevo hizo que el tiempo se detuviera. Intentó decir mi nombre, pero le frené para que no hiciera muchos esfuerzos. Me ignoró de todos modos al decir lo siguiente:

—E…eres —le costaba bastante, pero estaba decidido— lo mejor… que me ha… pasado

—Te quiero —logré decir mascullando.

—Te amo…

Y entonces estallé en lágrimas, no pude darle más fuerzas cuando era yo el que lo perdía. Incliné un poco más mi cabeza y nos dimos el último beso. Pero yo no considero aquel beso como el último, porque al despegar nuestros labios sentí toda la desolación de saber que ya no había nada más. Nunca podríamos pasar una noche juntos ni tomarnos de la mano por cualquier motivo. El último beso sólo trajo consigo dolor y desesperanza. Mis lágrimas se mezclaron con las de él y juntos cantamos nuestra última canción al juntar nuestros labios. El dueto se había acabado y al cerrarse el telón solo quedaba la muerte y la amargura.

—Gracias…—susurró acongojado—

—¿Por qué?

—Por…  darle un sentido… a mi vida…

Intentó limpiarme una gota rebelde de agua que se escabullía por mi mentón. Pero su mano se detuvo y sufrió un último ataque de dolor. Sus ojos se abrieron demasiado y me apretó la mano con fuerza, le abracé con todo lo que me quedaba de voluntad y pude sentir con horror cómo su respiración se agitaba para luego apagarse de repente. Su cuerpo dejó de moverse y la vida desapareció de su mano.

Este es nuestro final, ahora lo sé y estoy dispuesto a enfrentarme a la muerte con todo el arrojo que he aprendido de él. Se ha ido y aún así puedo sentirlo conmigo…

A pesar de su muerte creo El Gran Rabí me regaló un póstumo favor. Porque lo siguiente que vi al despegarme de él fue su rostro tranquilo e inmutable.

Ahora ya está en un lugar donde nadie lo puede lastimar. Ha sobrevivido hasta el día de hoy con valentía y en este momento debe estar esperándome allá en lo alto, dónde lo humano se convierte en divino…

Él se lo ha llevado, y ahora, mientras termino de escribir esto, su cuerpo descansa entre mis piernas. Ya no lloro, si el estuviese aquí no le hubiese gustado que lo hiciera…

El carbón que tengo se está acabando y el tiempo que me queda también. Vi  por primera vez a Friedrich hace un par de días y ahora es como si le hubiese conocido de toda la vida...

Mamá, termino esto con una última plegaria por todos nosotros: Shemá Israel, Adonai Eloheinu, Adonai Ejad.

Todo se vuelve oscuro, creo que la esperanza se ha consumido… pero prometo aferrarme a él y abrazarle cuando me falten fuerzas. Ha dado su vida entera por mí sin esperar nada a cambio…

La puerta suena de nuevo… creo que ya vien…

—Vienen —le susurró el General al cielo entre lágrimas. No había nada más escrito. Las palabras se extinguieron en esa última línea.

Redford se quedó allí, inmóvil, sin saber hacia dónde ir. La noche le engullía con sus fauces y el frío quería carcomerle los huesos. Las mejillas le brillaban y la luz de la luna bañaba las pequeñas gotas de plata que caían de sus ojos.

Pensó en buscar a la dama en cuestión, pero ya sabía de antemano que era prácticamente imposible. Llevarle una noticia así, de estar viva, le pareció una idea totalmente asoladora. ¿No era mejor dejarlo así?, de todos modos, se prometió averiguar en un futuro el verdadero paradero de la última sobreviviente de aquella trágica familia.

—Veo que ya la has leído entera…—una voz familiar interrumpió su hilo.

Aún estaba vendado, pero esto no frenaba su voluntad en ningún aspecto.

—Aún no es la hora —advirtió su compañero con tristeza.

—No he dormido señor… —admitió— y se que usted tampoco.

El ex General acortó su distancia impaciente por abrazarle. Y le hubiese gustado prometerle un millón de cosas, pero recordó que las promesas no existían para ellos. Sólo había hechos concretos en una relación de semejante nivel.

Y le abrazó, convencido de haber hecho su mejor elección. Fue correspondido rápidamente con un beso cálido que hacía de menos todo el frío que les rodeaba.

—¿Y tu maleta?— preguntó extrañado al verle sólo con el vendaje puesto.

—Tenemos que regresar a la enfermería primero…

Thomas no reclamó, tal vez el equipaje de su novio pesaría más de lo normal y un hombro vendado no era de gran ayuda.

Se acercaron a la enfermería y cuando el Doctor pasó a su interior, rápidamente se encendieron todas las lámparas de la tienda.

Al ex General estuvo a punto de darle un infarto. Había personas por todos lados, en su mayoría miembros del equipo médico vestidos con su impecable uniforme; algunos soldados (entre los cuales destacaba uno que le había permitido leer una carta y conocer una cruel historia) permanecían erguidos y ataviados con el traje que se destinaba para los actos conmemorativos.

Thomas no entendía nada, y estuvo a punto de poner a su novio tras de él para protegerlo pensando que era algún tipo de emboscada. Sin embargo se llevó una grata sorpresa al observar como todos, al unísono, se llevaban una mano a la frente, formando el conocido ademán militar.

Todos, enfermeras y militares, doctores y pacientes se irguieron con respeto ante su figura y Thomas, aún confundido, no pudo más que corresponderles con el mismo ademán en un acto reflejo.

Willfrid, quien permanecía sonriente se acercó a él y le explicó suavemente que todos estaban allí por voluntad propia y que querían despedirle.

El enfermero Jenkins dio un paso al frente y empezó a hablar por todos. Parecía haber planeado cada palabra que iba a decir.

—El sargento Crowley ha tenido la intención de advertir a toda la tropa sobre este suceso.— empezó— Para muchos ha sido una sorpresa en mayor y menor medida. Y la gran mayoría estará al amanecer en su tienda para pedirle explicaciones. No ha podido elegir usted un momento más adecuado para alejarse de este lugar.

»—Muchos lo han tachado de inmoral y pecaminoso… pero si usted me lo permite —y el enfermero jefe dudó por un momento— quisiera decirle que es usted el mejor General que ha tenido esta División durante mis 22 años de servicio… y que —señalando a la congregación— todos los presentes le tenemos en gran estima…

»—Señor —continuó Jenkins, esta vez más solemne— a nombre de toda la tropa quería agradecerle por todo lo que ha hecho usted por nosotros. Sinceramente no creo que haya existido alguien con mayor capacidad que usted para servir a los demás…

Thomas no contestó, sabía que una palabra hubiese bastado para romper en llanto y querer abrazar a todos. Es por esto que sólo asintió con la cabeza y deshizo el ademán protocolario con su mano. El unísono le imitó y todos bajaron sus manos, permaneciendo aún firmes y observando como la figura del General Thomas Redford salía de su presencia con paso firme y humilde a la vez. Una vez afuera nuestro querido personaje fue incapaz de reprimir un par de lágrimas que cayeron mezcladas con felicidad y asombro desde la comisura de sus ojos.

Willfrid, quien rápidamente se dispuso a tomar su maleta, fue el próximo blanco de Jenkins cuando todos se relajaron y empezaron a conversar entre ellos.

—Redford no lo aceptará si se lo doy yo personalmente —dijo al acercarle a las manos una bolsita llena de dinero— es de parte de todos nosotros. Sé que usted es más sensato y que aceptará nuestra ayuda.

—No sabe todo lo que apreciamos este gesto Doctor Jenkins —dijo Willfrid entregándole simbólicamente su cargo al enfermero.

—Vaya usted tranquilo…  y por cierto —continuó— me encargaré personalmente de utilizar los pocos contactos que tengo en el Cuartel General para que sus cesantías no queden en el olvido, estaremos en contacto siempre que usted me escriba…

—Así lo haré…y… antes de que me olvide… —sacó un papel de su bolsillo y se lo entregó— cuelgue esto en la tienda del General por favor… “cuando la noche sea más oscura y vea que la luz intenta aparecer vagamente en el horizonte” —ultimó el Doctor con nostalgia…

Y diciendo esto salió de la tienda sin más preámbulos. Afuera se encontró con un caballero alto y de tez blanca que llevaba el equipaje de ambos. Sus ojos claros se encontraron con los suyos y sin decir nada y hablándose solamente con la mirada empezaron a caminar despacio, lejos de todo y de todos…

En el interior de la enfermería Jenkins sonrió satisfecho al leer el contenido del papel.

Un minuto después las figuras del Señor Thomas Redford y Willfrid Lumley se alejaban cuando la noche alcanzó su punto más oscuro. Envueltos en grandes capas y sin algún rastro del uniforme de militar se perdieron entre las sombras. Parecían un par de lobos viejos y gastados que alejados de su manada buscarían formar una nueva…


Y así es como termina esta historia, al final la suntuosidad de un cargo importante jamás cegó el alma de Redford; entre sus cualidades no estaba la suspicacia o el don para expresarse, tampoco era poseedor de una mente lacónica. Era más bien, digo yo, perfectamente imperfecto. Una voluntad como la suya, dispuesta a buscar el bien común, siempre hubiese terminado bien de todos modos. Solo necesitaba un pequeño empujón, el que le había dado el Sargento Crowley.

¡Ah! olvido contarles lo que pasó con tan singular personaje. Taylor Crowley jamás comprendió el bien que le hizo al ex General mostrándole su ridícula y verdadera personalidad. Sus intentos por arruinar a Redford no hicieron más que darle a éste el último motivo que necesitaba para tomar su decisión final.

Crowley encabezó el grupo que pacíficamente buscaba una explicación (bueno, juzgando sus intenciones yo más bien diría que solo les faltaba antorchas y consignas para que fuesen una turba enloquecida) cuando el sol se atrevió a asomarse al día siguiente.

No hay palabras que expliquen la cara de asombro del Sargento al toparse con una curiosa nota en la puerta de la tienda. La letra con la que estaba escrita, rayando casi en lo ininteligible (característica propia de los doctores) decía lo siguiente:

“Agradecemos a todos vosotros, quienes de una u otra forma nos han dado una razón para seguir sonriendo durante tantos años… Los extrañaremos, siempre…

Con afectos:

Familia Redford Lumley”

Una lástima que la vida no le haya pagado bien al Sargento por su último acto de bondad (aunque no deseado e inclusive indirecto, pero acto de bondad al fin y al cabo) pues murió ahogado en su propio vómito después del banquete que ofreció. La intemperancia fue su carta al trono y su pasaporte al abismo. Quién iba a creer que la gula se igualaría a su anarquismo aquella noche cuando comió y bebió demasiado, al amanecer ya solo era un bulto frió y maloliente de carne y huesos. Con poca tristeza he de decir que jamás vio su nombre enmarcado como el de los demás generales, pues el banquete se ofreció días antes de la ceremonia de “doble promoción” a General.

Una pérdida es una pérdida después de todo y el cuartel general perdió a su más “correcto, justo y cabal caballero” como lo catalogaban en su carta de promoción. Se había decidido promocionarlo mas por el hecho de “acusar piadosamente” la “conducta inmoral” de nuestro querido protagonista que por algún asunto meritorio o de capacidad para el cargo. En fin, aún muerto se decidió nombrarlo Héroe de Guerra o algo por el estilo.

A Redford, por su lado, el cuartel general decidió dejarlo en su bien querido olvido y anonimato. Pagaron su correspondiente cesantía sin que Jenkins hubiese utilizado todos sus contactos para el efecto y el escándalo que supuso tal unión con el Doctor Lumley pronto quedó en el olvido como todo buen y jugoso chisme.

La tristeza que les deparó a ambos los primeros días al sentirse como un pez fuera del agua, o en este caso como soldado fuera del campamento, no duró mucho. El Señor Redford junto a su proclamado esposo consiguieron tomar (y comprar posteriormente) un granero que ambos conocían bien poco. Pero que a los dos les dio ilusión poseer y remodelarlo para que sea su nueva morada.

“Carpe Diem” hubiese dicho Rofacale, yo mejor digo que todo un pasado les ayudó a forjar un futuro. Al final, ambos se sentían como un par de adolescentes que deciden fugarse de sus casas para irse con la persona que más quieren sin necesidad de preocuparse por el después. Y aunque el después les preparó muchas dificultades, nuestra pareja los sobrellevó como siempre lo hicieron en el campamento, con paciencia y… porqué no, con amor.

Tal vez ocurrió cuando los últimos cabellos de Redford se tiñeron de blanco; tal vez después… El caso es que el abuelo Jenkins, en una tarde tranquila de otoño, se atrevió a contar la historia con lujo de detalles a unos nietos maduros (entre los cuales estaba mi padre, un veinteañero curioso y jovial en aquellos tiempos). Muy pocos le creyeron, de hecho, cuando terminé de escuchar a mi padre, el día en que le sorprendí con la noticia de que tenía novio, ni yo mismo terminaba de creerla.

Le he añadido unas cuantas pizcas de imaginación a las escenas (las que a mi bisabuelo le fueron imposibles de presenciar claro está) y al final me he decidido a contarla. Después de todo ¿quién puede considerarse lo suficientemente sensato como para hacer caso omiso a las seductoras ideas que la imaginación nos ofrece?

Yo me declaro culpable si es que es el caso. Porque hoy, cuando termino de escribir esto, me decido a quedarme con esta versión de los hechos.

La otra versión… bueno, la otra ya la hemos leído muy bien en nuestros libros de Historia…