Criminal: Desastres
Húndete en el furor de la realidad para encontrar una salida.
— ¡ALERTA!
Era el grito de alguno de los vigías del campamento, algo lo suficientemente importante lo volvía desesperado y vehemente.
Pero ya era demasiado tarde, Will golpeó su cadera contra la de Tom, resbalando deliciosamente su agujero contra el enhiesto falo de su amante y dejando en el aire un gemido lleno de placer que se mezclaba con el olor a sexo que inundaba sus sentidos.
Los aullidos en las afueras de la tienda subían de tono y ya se podían escuchar los primeros ruidos de movimiento en los alrededores. Cualquier persona podía interrumpir en la tienda del General, solicitando su presencia y llevándose una inusual sorpresa. Thomas pensó en aquello, pero lejos de intimidarlo lo excitaba aún más. Ahora ya estaba dentro del cuerpo de su amante, el mundo podía caerse pero ese momento les pertenecía a ambos…
Su ensueño no duró mucho, la realidad empezó a calarle más hondo de lo usual cuando Will se separó un poco de él, controlando lo más que podía su respiración. Un instante que pareció eterno transcurrió en la pequeña tienda del General y lo siguiente que sintió Thomas fue un ligero beso en la frente y una pequeña y tímida mano sobre su cabeza, revolviéndole un poco el cabello. Era Will, que quizá le estaba diciendo con ese gesto que todo estaba bien y que lo dejarían así por el momento.
Mas el General tuvo un mal presentimiento sobre aquello. La inquietud encontró un pequeño escondite en su mente y allí empezó a crecer.
Muy pocas veces Tom se había enfrentado a un desgano en sus deberes, y esa noche en particular la idea del servicio militar no le pareció tan honorable y satisfactoria como en otras ocasiones. Sintió como si su alma intentara dividirse entre las ganas de estar con la persona que más amaba y el deseo de servir a su madre patria. Y las circunstancias no ayudaban; después de todo, ¿qué más podía hacer? No tenía muchas opciones y el siguiente paso que debía dar le pareció tan difícil de concretar a pesar de haber sido tan obvio.
Al final, se alejó con mucho esfuerzo del cálido cuerpo de su compañero de luchas y batallas. Tom reprimió una lágrima al verle acostado allí, desnudo y con la miel en los labios. Willfrid entendía a la perfección la gravedad de la situación y no le dolía menos cortar uno de los momentos más plenos en su existencia. Ambos al separarse se prometieron en su fuero interno que las cosas cambiarían algún día… tal vez más temprano que tarde…
El General se vistió rápido, el Doctor tardo un poco más; después de todo, su presencia no era tan importante como la de Redford; o eso pensaba él, porque cuán equivocado estaba sobre la real situación de las cosas. Se despidieron sin verse, a ninguno le gustaba las despedidas. El inquietante presentimiento de Tom no desaparecería con las horas…
Redford intentó arrojarse a su habitualidad, pero cuando le dieron un rápido y pequeño informe sobre su actual situación supo que la realidad no era ni de lejos la habitual. Los centinelas habían avistado a soldados enemigos cruzando rápidamente con cargas explosivas por el frente del campamento. Los guardias habían disparado al aire con la esperanza de confundirlos, pero los enemigos parecían tener una voluntad de acero, propia del fanatismo.
La vieja fábrica, cuyas instalaciones habían sido totalmente franqueadas y evacuadas había sido tomada por el pequeño grupo de remanentes que rehusaban rendirse. El detalle de los explosivos hizo que la situación se volviese más complicada aún. Nadie sabía a ciencia cierta qué tenían planeado hacer con ellos.
La realidad era que el pequeño grupo de soldados alemanes no eran más que los refuerzos que se habían pedido la noche anterior, cuando el campo de concentración aún estaba en disputa. Estaba planeado que traerían consigo armas poderosas y delicadas, capaces de definir unos cuantos días de conflicto; mas no estaba previsto que los alemanes perdieran el control total de la antigua fábrica en Dachau…
Después de sortear unas cuantas dudas, el General decidió arrestar al grupo alemán, no había razón alguna para abrir fuego contra un conjunto que parecía minúsculo comparado con el tamaño de la tropa estadounidense. Se ofreció a sí mismo para la ejecución de la orden y encabezando una pequeña cuadrilla abandonó la seguridad de los flancos.
Ingenuo… aún estaba perturbado por la ambigüedad que presentó su carácter hace unos cuantos momentos. Cegado por la aparente victoria olvidó que no hay enemigos pequeños. Estaba entrando en las fauces del lobo y sus fieles soldados le hubiesen seguido hasta el fin del mundo...
Y todo sucedió en un segundo, el airé se rompió cuando hubo avanzado algunos pasos y violentos ruidos se propagaban en el vacío, el enemigo abrió fuego sin los habituales protocolos de ataque y el caos se adueño de todo y de todos en una fracción de tiempo.
El grito del General se escuchó por sobre todo, al final recordó la fortaleza de cuerpo y mente que debía manifestar su cargo y ordenó el inmediato ataque. Sus hombres, un tanto confundidos pero determinados acataron la orden en el rigor y la perfección que los caracterizaba. Inmediatamente se formaron escuadrones de ataque con el único objetivo de destruir a los soldados enemigos y evitar, a toda costa, cualquier intento de explosión.
En esto último el General pago caro su decisión infantil de querer arrestarlos. Ya que una primera explosión pudo escucharse a sus espaldas, alguna de las tiendas de campaña había sido alcanzada por los explosivos. El corazón le dio un vuelco al recordar al doctor que era el dueño de sus más íntimos pensamientos. Se recuperó enseguida, sabía que todos los soldados debían estar fuera de sus tiendas, cada uno enfocado en su actividad. Lo que el General pasó por alto era que la actividad del Doctor Lumley era precisamente la de sanar heridos de guerra en la enfermería…
Más disparos y no menos explosiones, el humo pintando el cielo y el olor a pólvora intoxicando el aire. La sangre teñida en la nieve acusaba la insensatez del General al buscar la tolerancia en medio de una guerra que siempre supo, se libraba contra la intransigencia y el fanatismo.
Pero el infierno duró poco, el fuego cesó de la misma manera en que empezó. Al final la pequeña cuadrilla de soldados alemanes pereció ante el sinnúmero de proyectiles estadounidenses. La 45ª División había tenido otro éxito. Aún así, las agitadas almas no cantaban victoria, el General les había prohibido hacerlo, siempre intentaba enseñarles que en una guerra nadie gana. Nadie puede decirse ganador cuando hay muerte y desolación por todas partes.
En el silencio todos ayudaron a recoger a los heridos y a unos cuantos muertos…
Una delgada silueta se acercó hacia el General, pero a Redford ya le resultaba familiar. Era el mismo soldado que esa mañana se había acercado a él con una lata y una sonrisa. Ahora, sin esto último se apareció agitado y habiéndose presentado empezó:
—Señor… ruegan su presencia en… la enfermería…
Y a Thomas este comentario logró descomponerlo. Empezó a temblar presintiendo la desgracia, pero puso todo su esfuerzo en la siguiente pregunta:
— ¿Cuál es el problema? —y quiso añadir: ¿le pasó algo a Will?, pero decidió cambiarlo— ¿Qué necesita el Doctor Lumley?
—Es justamente sobre él —respondió el soldado con voz casi apagada— Señor… será mejor que vaya en persona…
Y Thomas no quiso preguntar más, la inseguridad se adueño de él y ya empezaba a castigarse con los peores calificativos por no haber actuado como un verdadero General de División, por haber obrado bajo la flaqueza de sus sentimientos. Si tan solo hubiese sido imparcial a la hora de tomar decisiones no estaría lamentando pérdidas humanas…
Estando en la puerta dudó sobre lo que podría encontrarse al ingresar, y la escena que presenció habiéndolo hecho no ayudó en nada a mejorar su semblante. Habían vendas usadas por todos lados y el olor a alcohol manchado viciaba el ambiente. Algunos soldados que él conocía estaban siendo atendidos allí, pero no les hizo caso. Sus ojos se centraron en la cama que tenía por delante. Estuvo al borde del colapso al contemplar horrorizado el hombro ensangrentado del Doctor Lumley. Will parecía estar fuera de sí y balbuceaba en un tono apagado cosas como «hay peores enfermos que atender» o «Tom haría lo mismo».
El enfermero jefe, un tipo alto y robusto, hacía todo lo posible para controlarlo pero no fue hasta que Thomas se hizo notar que Willfrid se tranquilizó un poco. Ambos, presas del desconcierto, se miraron a los ojos y Thomas no pudo más con el dolor que le oprimía el pecho; con el sudor en la frente y algunos rasguños en las manos se acercó a la figura dolida de su querido Doctor. Le tomó de la mano y sin importarle su audiencia se la llevó a la frente, murmurando entre lágrimas un agónico y lastimero susurro: «Lo siento… Will… en verdad lo siento»
El Doctor sintió las húmedas gotas caer sobre su mano y se acrecentó con más razón el dolor que le agobiaba. Había escuchado la voz de mando del General al dar la orden de arresto. Sabía el error que se cometió, y por lo mismo quería sanar lo más rápido posible a los demás pacientes; así, el General tendría una razón menos para agobiarse. Pero en su afán de rescatar a los pocos heridos que yacían en el campo de batalla se llevó su parte en el conflicto. Una bala atravesó su hombro… pero no su voluntad. Sangrante y con paso lento siguió arrastrando a los heridos de batalla hasta que al fin sus fuerzas menguaron y el enfermero jefe le socorrió.
No quiso ser atendido, sabiendo la importancia que el General le daba a su división consideró más importante salvaguardar la vida de ésta antes que la suya propia. El enfermero jefe no pudo convencerlo, así que planteando una rápida solución mando a llamar al General. No se equivocaba, la “amistad” que conocía muy bien había entre ambos le sirvió para tranquilizar a Lumley y poder vendarlo al fin.
La carpa permanecía en silencio, los demás enfermeros ejecutaban sus cuidados procurando hacer el menor ruido posible. A Lumley le costó mucho lograr la compostura que deseaba, pero con tono decidido tomó la palabra mientras sus mejillas lucían brillosas y la faz se le notaba seria…
—Levántate…—ordenó escueto— un General de División no puede reprocharse sus errores en público…
Otro silencio, pero esta vez más corto… y al fin, como un fiel súbdito, Redford obedeció de inmediato. Soltó la mano de Willfrid y aún sintiendo el peso de sus emociones quiso evitar los ojos del Doctor, pero al no lograrlo (y esto solo duró un instante) pudo leer en su mirada todo el apoyo que necesitaba. Porque el Doctor no le miraba con la dureza que le exigía su cargo, sino con el amor y la ternura que le exigía su corazón.
Siempre bastó una mirada para que ambos recobrasen las fuerzas si éstas algún día menguaban...
Las palabras eran puros convencionalismos para los dos, Thomas lo sabía… así que se irguió al fin y tomó de nuevo su postura altiva. Ninguno se limpió las lágrimas, ambos se miraron por última vez y el General salió de la carpa sin un peso enorme y ante la mirada de un público cuya opinión era lo último en importarle. Es más, una pequeña revelación, paulatina y constante empezó a crecer en su interior y solo demoraría unas cuantas horas más para poder concretarse…
El Doctor por su lado, se dejó atender sin poner más reparos y en unos cuantos minutos estuvo completamente vendado. Aún le daba instrucciones al enfermero jefe sobre cómo suturar esto o aquello y la enfermería volvió a recobrar su trajín característico.
Por fin la noche podía terminar sin más novedades…
Los débiles rayos de sol hicieron su aparición cuando el General terminaba de redactar una carta de defunción. Estaba realmente agotado, y utilizando sus últimas fuerzas para ocupar su mente en asuntos más importantes, no pudo percatarse de que la sombra del Sargento Crowley se asomaba en la entrada de su carpa. El Sargento dudó un poco pero al fin se presentó ante el Genera Redford escondiendo una sonrisa de satisfacción.
Porque de Crowley no se podía esperar menos, y lo que se podía decir de él era mucho más. Quisiera enumerar uno a uno los actos corruptos que nadie le adjudicaba y que merecía, pero sé que menoscabar en la vida de un ser tan ambicioso como él no resulta para nada agradable. Ya que no eran pocas las cosas rastreras que hacía para ganarse el estima y “cariño” de sus superiores; uno a uno había destruido sus escrúpulos y en realidad eran pocos los que aún conservaba. El Sargento estaba sumido en la total ambición, así que no era sorpresa que su vanidad le hiciera desear con fervor el alto mando que Thomas Redford ejercía. Siempre desde el silencio claro está.
Había planeado muchas cosas, pero apenas decidido nada. Su ineptitud para lograr un plan eficiente le dejaba en la ambigüedad. Él lo sabía, y se escudaba pensando que nadie lograba comprenderlo en su totalidad. La megalomanía aprisionaba su mente y odiaba a Redford por ser tan perfecto y arrogante. Sin embargo el error de éste le había caído como anillo al dedo; y si bien era un tanto inútil para ser un villano decente, tenía la suficiente avaricia como para reconocer un resbalón en el General y por consiguiente una perfecta oportunidad para llevar a cabo sus viles intenciones.
Era precisamente por esto que estaba en la tienda del General Redford emulando una estúpida mueca de aflicción por el incidente ocurrido tan solo algunas horas antes. Aseguró un par de pasos más y por fin estuvo ante la mirada expectante de Thomas…
—Señor… —comenzó dudoso— sé que este no es el momento adecuado, pero nuestros hombres están algo inseguros sobre la actual situación…
—Nuestra actual situación es más que provechosa, hemos tomado el control del total del campo de batalla, no entiendo a que se refiere —respondió el General aún sin perder la total concentración sobre las decisiones que estaba punto de tomar.
—Me refiero —continuó Crowley— a la sorpresa de anoche, los soldados están inquietos y temen ser sorprendidos de nuevo…
—Mis soldados no se han mostrado cobardes durante todo el tiempo que he pasado al frente de esta división… sea más claro Sargento.
—Yo sé General… —y el atacante se puso nervioso— sé que su administración ha sido una de las más beneficiosas para esta honorable división. Pero dados los últimos acontecimientos y… —su tono de voz se apagó un poco— con el pequeño… traspiés de anoche…
— ¡Qué insinúa usted Crowley!… —Redford se exasperó ante la descarada indirecta— ¡sea claro, que lo último que toleraré en esta división sera una intención ambigua!
— ¡Válgame dios! —dijo Crowley falsamente escandalizado— creo que usted me malinterpreta…
Y la verdad es que no lo malinterpretaba. El Sargento se había encargado de sembrar la duda entre la tropa. Crowley era locuaz, así que mientras holgazaneaba con algún miembro de la División disfrazó sus “inocentes” comentarios con frases ambiguas y difusas sobre la reputación del capitán, su pasado y su perspectiva del futuro para la división. En fin, la falta de carácter y la ineficacia eran las cosas que Crowley intentaba adjudicarle en sus habladurías.
Pronto los comentarios que el Sargento engendró se volvieron chismes y éstos últimos recorrieron rápidamente las tiendas de campaña. En poco tiempo muchos ya tenían en que entretenerse a espaldas de su máximo superior. El más básico respeto, como sabemos, jamás puede censurar completamente los pensamientos de una mente calenturienta.
Le tomó algo de tiempo es verdad, pero al fin Crowley había logrado, de manera muy sutil, que la buena honra del General quedase ligeramente manchada.
Lo siguiente fue esperar a que el colectivo relacionara el incidente de la noche anterior con los rumores que se tejían contra Redford. Y de la misma forma esto no tardó mucho en suceder. Ahora ya había incertidumbre y con la repentina desaparición de Thomas hacia la enfermería las cosas no parecían aclararse mucho.
Crowley no lo sabía, pero no estaba destruyendo solamente al General, sino a toda la División…
El Sargento se tranquilizó todo lo que pudo y dio un último paso, el que había estado planeando desde hacía mucho tiempo. Eran sólo suposiciones, pero la impaciencia de Crowley no le permitió asegurarse antes de lanzarse a su presa.
Acortó el espacio que separaba a ambos y estando cerca de su víctima acercó sus labios al oído del General, vocalizando perfectamente cada palabra.
—Lo que en realidad quiero decir —susurró poniendo todas sus esperanzas en ese último golpe, jugándose su puesto y su carrera— es que el General no sabe que yo conozco su mayor secreto… ése que de salir a la luz crearía un escándalo tal que el mundo dejaría de verlo con los mismos ojos…
La garganta de Thomas se secó y no pudo pronunciar palabra alguna, la ira desapareció de su rostro, sus ojos se perdieron en el espacio y su mente se vio azotada por demasiadas preguntas. En vano intentó defenderse, todos sus sentidos estaban bloqueados…
Crowley se dio cuenta de que el General temblaba. ¡Cuánto había deseado verlo así, tan vulnerable e indefenso!, la victoria era suya. La insulsa jugada, ni bien planeada ni bien fundamentada le había salido bien y pasó de tener la envidia por delante a sentirse harto orgulloso de su “perspicacia”.
Ya estaba contento con su victoria, pero no se detuvo, la avaricia se lo hubiese reclamado de haber sido así. Quería más, necesitaba más. Venció uno de los últimos prejuicios que le quedaban y aunque la sola idea de tocar sexualmente a un hombre le parecía totalmente aborrecible, decidió ir más allá de sus propios límites con tal de seguir viendo la desazón que provocaba en el General.
Es por eso que posando una de sus manos sobre el pantalón de su presa empezó a acariciar el bulto que siempre se nota sobresalido entre su tela. Sonrió de inmediato al saberse con el control total de la situación… el General aún seguía en shock.
—Me refiero… —dijo con seductora calma al agacharse y bajar un poco los pantalones de Redford— que al General le gusta este tipo de “fraternización” con sus soldados…
El cuerpo de Thomas le abandonó hasta ese momento, sus sentidos le habían respondido hasta ese instante a Crowley y a su caricia. Una erección ya se notaba en su ropa interior y los poros de su piel parecían desconocer que no era Will quién los tocaba… pero las últimas palabras que el Sargento dijo fueron las que lo llevaron a enfrentar a su peor miedo…
El día se volvió oscuro para él, el sonido desapareció y no había tacto que pudiese sentir el horrible dolor que le embargaba. Vio un futuro desastroso y lleno de tinieblas, en la lobreguez solo pudo distinguir la figura sangrante de su amado Doctor. El corazón dejó de latir por un momento y entonces supo que debía proteger a Will antes de que Crowley lograra alcanzarlo…
Todo explotó en un segundo, llevándose consigo las últimas dudas que el General conservaba sobre su decisión final…