Crema de cacao
Oda al mejor lubricante, en versión dulce y comestible.
No podría decir desde cuando me gusta la crema de cacao. Desde niña, claro, pero me refiero a que no tengo un recuerdo muy especial sobre cuándo o dónde la tomaba. En mi memoria aún puedo rescatar la alegría de encontrar unas onzas de chocolate en el bocadillo del colegio. Y en cambio nada de especial asocia mi infancia al chocolate con avellanas para untar. Es realmente extraño. O quizá se trata simplemente de que cuanto más mayor me hago, más la disfruto.
Tu también, cabrón. No te hagas el sueco. En bocata no. No eres de los de sandwich. Pero como te gusta lamérmela en el coño. A todas horas. Que ya no sé qué hacer con tanto vaso decorado. Ya sabes que me encanta que me embadurnes. Es quitarle la tapa al bote y sentir como se me empalman los pezones. Con la lengua, me gusta que lo hagas con la lengua. Que le des un lametón y la traslades suavemente a mi clítoris. Una vez. Otra vez. Otra. Y después juguemos al chico hambriento que morirá si no apura hasta la última migaja de comida disponible.
Pero no siempre estás en casa. Y de vez en cuando no puedo resistirme. Hundo dos dedos lentamente en la humedad pringosa del chocolate. Cómo se derrite cuando los acerco a mi vagina caliente. Tengo que concentrarme mucho para no correrme en las primeras friegas. Si lo consigo, coloco una silla delante del espejo y, totalmente desnuda, repaso cada pliegue de mi cuerpo entre el ombligo y el culo mientras me excito cada vez más con mis propias caras de placer. Alterno la boca y el coño, chupo y penetro, acaricio y aprieto y me corro.
Perdona este mensaje tan largo, es que te echo mucho de menos. En los tres días que llevas de viaje he tenido que bajar dos veces al súper a por reservas. Creo que se me va a quedar el coño marrón para siempre. Y he descubierto que al vibrador azul le sienta bien el cambio de color. Vuelve pronto.
Tu dulce.