Crema Catalana (Remasterizado)

Este relato pertenece a el maestro de los años 80 Dick Pichering, publicaba en la revista erotica Macho. Para mi fue el que me introdujo en este mundo apasionado de los relatos. Gracias maestro por los buenos ratos que me hicistes pasar.

Las cosas comenzaron aquella tarde que fue a buscar a su marido a la consulta del doctor Alvarez –Knetch, el jefazo. Las acacias de la Castellana perdían ya sus últimas hojas, a espuertas, y se mezclaban con el barrillo de la acera del bulevar. Había llovido poco antes. Eran esas jornadas previas a las tradicionales celebraciones de Navidad en que todo el mundo parece muy contento y se siente eufórico como si algo estupendo estuviera a punto de pasar… aunque luego, al llegar las fiestas en sí, compruebe una vez más que resultan tediosas, cuando no patéticas. Sin embargo para las vísperas del año siguiente nadie ha escarmentado y ese algo especial vuelve a flotar en el ambiente.

Elena Maria, caminando hacia su destino, notaba el consabido gozo dentro de sí, estimulado por pequeños detalles cotidianos que acaso en otras circunstancias le hubieran exasperado, como el paso raudo de los autobuses de la E.M.T. Ahora, a esta temprana hora de la noche, medio vacios, se le antojaban casitas con ruedas, iluminados receptáculos de domesticidad; y la gente que en ellos viajaba, buena gente.

El doctor vivía y pasaba consulta en ese bloque de Maria de Molina, esquina a la Castellana. Entro en el portal con un puntito de pavor, pero no estaba  justificado, porque el eminente psiquiatra estuvo cordialísimo con ella.

-¡Caramba, al fin tengo el gusto de conocer a la mujer de mi ayudante predilecto!

  • Pero Orlando, ¡No me extraña que la tuvieras escondida, bribón, menudo bomboncito!

Salían con prisas dos chicas, una muy alta y la otra un poco más baja, seguramente eran las enfermeras, y el doctor como si tuviera una inspiración demoniaca empezó a desabrocharse la bata impacientemente, espetando al joven matrimonio:

-¿Hace una copa?

No tuvieron más remedio que decirle que “hacía”, a ver quien se resiste a una invitación del jefe. Se fue este a zancadas por el pasillo, gritando ¡Laura, Laura!, hasta que su voz quedo ahogada al otro lado de una puerta de vaivén.

-¿Qué te parece?, cuchicheo Orlando, ya a solas con ella en el hall.

  • ¡Puf, un huracán!, Rió ella.

  • Feo, gordo y viejo.

  • Calla, chica, que como te oiga me pone de patitas en la calle. Además solo tiene cincuenta y tres o cincuenta y cuatro años, y no es tan gordo…

-¿No?, ¡menuda panza!

-¡Calla mujer!

Volvió el doctor, muy de sport, y Elena Maria se sobresalto un poco al comprobar cómo la miraba. Más aún por el hecho de que venía acompañado por su mujer:

-Mira, Laura, esta es Elena Maria.

-¡Pero qué monísima eres chiquilla! Y la estampo dos besos cariñosísimos en las mejillas.

Elena no respondió: A ella, la señora aquella le parecía un putón.

Fueron a tomar la copa a la “House of Ming”, tan oscurita, con sus aburridos peces-lámpara. Elena, pidió un “scorpión”, mientras el doctor, que se había sentado junto a ella, solicito costillas de cerdo con salsa agridulce para picar. Era un pillín el tal doctor, caray. Su muslo lo rozaba descaradamente, y en cuanto depositaron el scorpión sobre la mesa, se apoderó de la larguísima pajita, cuchicheando a Elena:

-¿Me dejas que te lo chupe un poquito, no?

Y empezó  “a chupárselo”, sin esperar su autorización.

No hacía falta que cuchicheara, porque Laura y Orlando, aunque sentados enfrente, no podían oírles ni una palabra, con la música y las voces del bar. Tampoco en ese contexto las tenía todas consigo, la pobre chica, Veía a su marido hundido como en una hornacina, en tinieblas y muy juntito a él putón. A ver si se lo violaban.

Cuando paso el camarero con la bandeja circular llena de delikatessen chinas y la velita luciendo allá arriba como la Santa Compaña, el doctor selecciono para ella el rollo imperial más gordo y se lo aproximo a la boca:

-Venga, muerde, que está muy rico.

Pero antes de que pudiera obedecerle se lo había retirado y mojaba un extremo en las salsas:

-Espera, espera, que con la punta embadurnada entra mejor.

Y cuando ella trasegaba el último pedazo, el doctor dijo:

-¿Ves? Te ha cabido enterito.

La presión de su muslo, todo sinuoso, se hacía cada vez más descarada.

Luego se empeño en darle a probar con el dedo la salsa de las chuletas y ella no tuvo más remedio que succionárselo, notando con gran alarma un chisporroteo de placer en las profundidades de la entrepierna. El parecía intuirlo y dijo, cada vez más atrevido:

-Que bien chupas dedos, nena. Habrá que ver…

No termino la frase, pero no hacía falta, Elena sintió crecer su chisporroteo.

Se fueron pronto, y cuando ya se despedían en la puerta, y ella estaba deseándoles felices Navidades, el doctor pareció de nuevo tener una inspiración súbita y dijo:

-Laura, ¿por qué no invitamos a estos chicos a la cena de Inocentes? ¡Venga esta hecho!

Y les explicaron que tenían la costumbre de cenar en casa muy frecuentemente, con matrimonios amigos, pero que la noche más salada era la del 28 de Diciembre, día de los Santos Inocentes, también llamado por ellos y sus amiguetes “día de las salsas”, porque Laura las hacia tan ricas para aquella ocasión… Les esperaban “sin excusa, ni pretexto alguno”,  dijo el doctor, añadiendo a guisa de despedida cuando ya se alejaban:

-Veréis cómo os lo pasáis… y honestamente.

Le oyeron decir en la distancia.

Pero Elena no las tenía todas consigo en esto de la honestidad.  ¿No sería una sesión de swapping, o swinging, como se dice ahora? Y ella era una chica decente…, por lo menos a escala cerebral, porque, según tuvo que reconocerse  para sus adentros, su coñito sustentaba otras teorías. No es que le pusiera los cuernos a Orlando, ni que se dejase ligar, ni que se acostara con otros hombres…, pero tres veces, tres, la había pasado una cosa tremenda en las apreturas del metro, que tres manos masculinas, en diversas ocasiones, comenzaron a meterla mano y sobarla el coño… y que fue incapaz de huir o protestar. Las piernas se le quedaban flojas; el sexo todo chisporroteante, y permanecía allí como la mujer de Lot – vamos guardando las distancias me refiero a la inmovilidad- dejándose meter mano a mansalva. La segunda vez, se lo tocaron tan a fondo, que tuvo una corrida impresionante. Y la tercera vez le dio tiempo al tío de meterle la mano por debajo de la falda y infiltrarla hasta el tanga, una vez allí, infiltro a su vez un dedo por el borde de esta y se lo introdujo en el mismísimo coño, momento en el que experimento un orgasmo tan terrible que gimió y grito de todo en silencio para no ser oída. Menos mal que luego logro escaparse, porque el muy sinvergüenza, ya puesto, quería follarla, claro. Desde aquella ocasión, no había vuelto a viajar en Metro.

Y si en la cena de Inocentes aquélla, empezaba a magrearla… seguramente sería incapaz de resistirse. Intento sacar el tema del atrevimiento mostrado por el doctor en sus conversaciones con Orlando, pensando en exponerle después, sus temores, pero éste ni pareció enterarse de lo que contaba. O era un ingenuo…, o un malicioso y le gustaba el asunto swinging. La verdad es que su marido estaba con el coco tan comido por los libros de psiquiatría y psicología que todo lo explicaba racionalmente, citando a Freud, cuando no citaba a Jung o vaya usted a saber. Para el no existía la idea del pecado o la responsabilidad moral, ni seguramente el concepto mismo de moral… pero lo cierto es que no había hablado concretamente del tema “swinging”. A sus veintidós años, tras dos de casada, Elena Maria notaba aún una enorme cortedad para hablar con su marido de tales materias, quizá porque no tuvieron hijos, de momento, y les faltaba por rebasar este último escalón de su intimidad…

Y de pronto se sorprendió y horrorizo, con un pensamiento contrapuesto a los que había venido sustentando hasta ahora. Era buena cosa que no hubiera tenido hijos… por si la cena de los Inocentes degeneraba y algún señor o señores de aquellos la veía en pelotas: Seguro que ninguna de aquellas señoronas, no tenían nada que hacer al lado de su joven cuerpo, los hermosos y puntiagudos mofletes de su culo, las tetas gorditas y rotundas… o su coñito con aquellos rizos de pelo negro y fuerte como la crin que daba gloria verlos… Se estremeció.

Llego el día 28, y se vistió para la ocasión con un vestido negro de raso largo, con  un liguero escote que dejaba intuir su joven y terso pecho, y dejando la espalda, en parte desnuda, no uso ningún tipo de sujetador, pues tampoco le hacían falta, y si se puso una mini braguita de encaje, también negra. Estaba espectacular. Hasta su marido Orlando la piropeo.

Casi todos los hombres salieron a recibirles al vestíbulo de la casa de Alfonso, que así se llamaba el doctor y de mujeres tan solo Laura, la anfitriona. Debían de haber bebido ya bastante, y se les veía eufóricos y expectantes. Elena Maria se quedo bizca con el atuendo de Laura: llevaba está un cortísimo vestido de malla (más bien como de red de pescar), sin nada de bajo salvo una sucinta tanga, lo de la tanga se notaba porque el vestido, si así puede llamársele, le llegaba justamente a la altura del pubis. Lo de que no había más prendas, es porque un pezón gordote le asomaba por uno de los agujeros de la malla. Les beso efusivamente y se llevó a Orlando en volandas, para deslumbrar a las señoras, -dijo- dejando a Elena sola con todos los señores, “Alfonso te los presentara…” Y Desapareció con Orlando a remolque.

Había médicos (otros dos al parecer), un director de cine (feísimo el tío, pensó Elena), un farmacéutico y un ingeniero… Puede decirse que la rodearon como un cepo mientras Alfonso la iba presentando y eran de un efusivo… Lo de menos era que la besaran todos, sino cómo se demoraban o bien se agarraban a ella como lapas, y el cineasta la tomo por los mofletes, besándola en los labios descaradamente. Alfonso entonces dijo que él no iba a ser menos… Y le imito. Alguien le pregunto con voz meliflua si no quería ponerse fresquita como Laura. “Al fin y al cabo todos somos de confianza y la calefacción esta que bota.” Ella dijo que no, no, gracias, y otra voz sugirió: “O te puedes quedar en braguitas”, privilegio que la chica reusó también. Pero la verdad es que estaba aturdida y mareada, no la daban tiempo a reaccionar. Para complicar más las cosas, el chochito siempre inoportuno, le dio abajo tres toquecitos de placentera atención. Empezaba claramente a gustarle la velada, en contra de las recriminaciones del cerebro.

Al fin pasaron donde estaban las señoras… y al hacerla que la precediera, Alfonso la oprimió el culo descaradamente. Iba  horrorizada pensando en que se las iba a encontrar a todas en cueros vivos, pero tuvo suerte, de momento: la única que daba la nota era Laura despatarrada en el diván… precisamente junto a Orlando, al aire los muslos blancos, gordotes y celulíticos. No debía de ser una tentación para su apuesto y joven esposo… aunque nunca se sabe.

En seguida, la pareja anfitriona les precedió al comedor, donde aguardaba una mesa esplendorosa, con manteles de hilo y todo, y otra, perpendicular, con las bebidas y un magnifico buffet. Abundaban las salsas; para la mouse de pescado, para el plato de carne fría, para la ensalada… Laura reina de las salsas, Iba “presentándoselas”, como si dijéramos, a sus invitados.

-Y para postre –añadiría al final de la enumeración de salsas- os he hecho una crema catalana para chuparse los dedos… o lo que queráis.

Alfonso, le rió estrepitosamente la gracia, añadiendo:

-A ver, pipiolos. ¿Qué queréis beber? Los demás que se arreglen ellos, que saben muy bien donde está su droga.

Y Laura, muy impuesta en su papel de ama de casa, hizo una última puntualización:

-La comida os la servís vosotros a vuestro gusto. Nuestros amigos ya saben que esta noche damos permiso a la servidumbre… No queremos espías a sueldo en casa para estas ocasiones.

A Elena la habían situado en un extremo de la larga mesa, con el director de cine a un lado y el anfitrión al otro, y a Orlando le pusieron en el opuesto, entre las respectivas esposas. Les explicaron que les correspondían ambas presidencias, que para eso eran “los catecúmenos”. A Elena le pareció que aquellos hombres que la flanqueaban, y todos los demás, la miraban como si quisieran comérsela… y no le faltaba razón. Su cerebro desaprobaba todo esto, pero allá abajo el coñito runruneaba encantado.

La conversación fue muy verde, y ellos, muy atrevidos. Hablaban (bueno, Alfonso, porque el otro era monosilábico) de la influencia de la gastronomía en el erotismo como parte del “hedonismo integral” y al final de una disertación más bien erudita sobre el tema, Alfonso dejo turulata a Elena preguntando a su amigo a través de la mesa:

-¿Tú sabes lo rico que esta un coño con mahonesa? Bueno, claro que lo sabes, que tontería, y yo soy testigo.

Elena se puso roja como la clásica amapola, pero allá abajo “el chumis” la topaba dulcemente como un cabritillo juguetón.  El pareció adivinarlo, y siguió, impertérrito, volviéndose ahora hacia ella:

-¡Pues anda, que un buen plátano al mojo cilandro…! Que además es todo de Canarias…

Pero lo peor eran las miradas y, en seguida, las manos. Se apoyaban en sus muslos para hablarle, y cada vez está más arriba, hasta que la mano de Alfonso se introdujo una de las veces bajo la servilleta que cubría su regazo… y la dejo allí con el pretexto de no sé qué que la estaba contando. No se enteraba ella en absoluto de lo que decía, pero si del progreso de aquella mano, de los hábiles y ocultos dedos arribados a su ingle en un periquete y de aquel índice (parecía) lanzado a ser el primero en la exploración de su coñito… y que fue seguido casi inmediatamente por los demás miembros del “comando”. El chisporroteo de la posición ocupada se hizo permanente y muy placentero. No si ya lo decía ella. ¿Pediría ayuda a su marido? Le miro, y estaba absorto en el otro extremo de la mesa, hablando animadamente con Laura y muy juntito a ella. A lo mejor también la estaba metiendo mano, ¡cuán cierto es eso de que hoy día no se puede poner la ídem en el fuego por nadie…! Acepto la realidad, estaba sola ante el peligro.

Y ahora Alfonso volvió a sobresaltarla, interrumpiendo su pensamiento, para decirle ansiosamente:

-¡Abre más las piernas, mujer!

Lo hizo, con la gratitud que es dado suponer en su anhelante raja, que enseguida notó amables dedos penetrándole, aun desde encima de la tela.

Llevaba una falda ancha, y notó la mano del director de cine infiltrándose por debajo… y remangándosela  de paso. Pero nada parecía importarles. Lanzó una rápida mirada al resto de los comensales y todos parecían mucho más comedidos.

Subía imparable la mano del director. La sintió llegando al borde de la media, encontrando la suave carne del muslo, más arriba, extasiándose con el rizado liguero, trepando, trepando…

Pero los demás se estaban levantando ya, escanciándose nuevas bebidas y los más comilones, repitiendo, mientras los austeros se entregaban a los deleites de la tan promocionada crema catalana. También ellos hubieron de salir de su escafandra de lujuria

Grandes estancias unidas por una amplia puerta situada en el medio del muro de separación, frente al diván del primero, por lo que desde esa posición, se veían los aconteceres del comedor. No el resto de la habitación, que tenían junto a los balcones un magnifico tocadiscos, una pequeña librería y dos comodísimos sillones y la parte opuesta, comunicada con las alcobas por una puerta independiente, donde se encontraba la mesa del buffet, en la que aun permanecían los restos de la cena.

Alfonso puso música, afirmando que era “un caso clarísimo de ritmos lentos” y reclamando de Elena el honor del primer baile. Bueno, baile… o lo que fuese, porque la abrazó en el extremo inmediato del balcón y empezó a besarla en los labios sin tregua. Ella notaba ahora contra su cuerpo el inhiesto miembro de Alfonso, y este debía de tener buen calibre… Todo era una locura, todo se estaba descontrolando dentro de su cabeza, esta le pedía retirada, ir con su marido. Pero su levantisco chocho reclamaba penetración “please”. Alfonso le levanto la falda por detrás e introdujo la mano por el borde superior de la braga pasándola luego en descubierta por las frescas nalgas y la raja anal, tan calentita en cambio. De esta guisa la llevó el muy sádico, bailando hacia la puerta… con la clara intención de que la viera su marido. Así, de espaldas, con los muslos y el liguero al aire y la mano introducida descaradamente en el interior de la prenda intima.

Ella le freno.

-¿No quieres que te vea tu marido?

-No.

-¡A saber cómo estará tu marido! Bueno pues no te llevo hasta la puerta… pero con una condición.

-¿Cuál?

-Que me enseñes ese coñito ahora mismo.

Y el interfecto le dio un latigazo de gusto…

Regresaron junto a las butacas.

-Venga…

Vacilaba ella.

-Vamos, primero te levantas la falda hasta la cintura…

Lo hizo, y por lo bordes se le escapaban los negros rizos de su pelambrera. El empezó a acariciárselos y a gemir, luego le recorrió toda la raja por encima de la braguita, que acababa de ponérsele empapada…, pero sin olvidar la condiciones del trato.

-Ahora te bajas las braguitas.

Empezó a hacerlo, despacito.

-¡Venga!

Y allá que salió toda la enmarañada negrura de su coño.

-¡Quítatelas del todo!

Le obedeció, y quedaron, empapadas y olorosas, sobre la moqueta.

-¡Caray que rico lo tienes!

Empezó a estrujárselo con saña, la yema de su dedo le recorría su rajita de arriba abajo, humedeciéndose cada vez más. Gemían. Pero en esto que llegaba como un toro el director de cine, distraído quizás con las otras damas, o con el alcohol…, o que había esperado, acaso, este momento sublime para no tener que molestarse. Se unió a su amigo en la contemplación del hirsuto y excitado coñito, y le comento.

-¡Valla chocho!, ¿eh?

Pero en seguida hizo un esfuerzo por recuperar sus modales, si es que los tenia, y dijo con la voz< entre temblorosa y guasona:

-Mademoiselle, ¿me hace el honor de concederme este baile?

Alfonso tuvo que resignarse. Siempre lo habían compartido todo, incluyendo sus propias mujeres, así que…

Pero el cineasta mantuvo la falda subida hasta la cintura, y apretó el sublime coñito contra su pantalón, dentro de cuya pretina había crecido un bulto enorme, mientras sus manos se engarfiaban en las nalgas de la chica y sus diez dedos, gordísimos, se las arreglaban para hundirse en la grieta posterior. Empezó a moverla al ritmo de la lenta música, pero al mismo tiempo en un movimiento sensual, semicircular, como si la estuviera jodiendo ya. ¡Y la llevaba de esta guisa hacia la abierta puerta!

Elena fuera de sí, seguía sin embargo teniendo miedo de que la viera su marido y le freno de nuevo.

-¿Tienes miedo de que te vea tú maridito?

-Sí.

-pues vamos a la butaca y déjame que te lo chupe.

Eran “mutuos”, se las sabían todas y trabajaban “el género” de maravilla. Se dejo llevar de nuevo hacia la butaca. Al fin y al cabo, las piernas ya no le respondían. La despojaron del vestido entre los dos, pero dejándole el sujetador, las medias y el liguero.

-Siéntate y abre las piernas… No, no…, despatárrate más. Pon un muslo encima del brazo de la butaca. Saca el culo del asiento…

Quedo en postura grotesca, pero con todas sus grietas, vellos y humedades al aire, que es lo que se pretendía. Estaban ambos en cuclillas entre sus piernas, y Alfonso se puso a mamarle la raja del coñito, mientras el cineasta le lamia la del culo y gemían los tres como condenados. Elena saltaba, subía y bajaba como un ariete, se quejaba… hasta que dio un aullido e, imparablemente, se corrió.

Hubo una pausa. Mientras Alfonso iba hacia la mesa del buffet, aun vestido, el director de cine se desnudaba. En pelotas, era aún más feo y mucho más gordo que vestido, con cascadas de “michelines”, pero… ¡qué polla y que huevos! “lo único importante”, para la muchacha en aquel momento. La agarro, fascinada, y se la introdujo a duras penas en la boca, comenzando a succionar. Pero en este momento llegaba Alfonso con la famosa crema catalana, o con sus restos.

-¡Espera mujer, espera, suelta esa porquería…! Vale.

-Ponte a cuatro patas sobre la moqueta, el culo en pompa, las piernas bien abiertas…

Empezó a untarle crema catalana por todas sus partes pudendas, desde el ombligo hasta los riñones, sin olvidarse de las nalgas ni, por supuesto de las grietas maravillosas, que se llevaron la parte del león. Y cuando hubo terminado le dijo a su amigo:

-¡Hala a comer crema catalana!

Y se pusieron a lamer, hozar y rebañar hasta que la dejaron otra vez limpia como los chorros del oro, o casi, y al borde mismo del orgasmo.

El cineasta se puso de rodillas detrás de ella, que seguía con el culo en pompa, y le introdujo milagrosamente toda la mole de su verga. Elena se notaba rellena, pletórica de polla por dentro. Y empezó a joderla con un  fuerte mete y saca, que la hizo arrancar gemidos de dolor y placer a la vez.

Mientras, Alfonso se desnudaba, quedándose en pelotas vivas. Se sentó a lo yogi sobre la moqueta, ante la humillada cabeza de ella, y tomando está entre sus manos, hizo las oportunas correcciones de postura y distancia para metérsela certeramente por la boca. El calibre era también espectacular y Elena se ahogaba cada vez que intentaba profundizar un poco su ejercicio de succión… aunque seguía, sin embargo, pues ya no era dueña de sus actos ni de su razón. Hasta que entre gemidos, toses y arcadas de ella, y convulsiones de los tres, alcanzaron un triple orgasmo. Chorros de semen penetraron simultáneamente por la boca y la vagina como ráfagas de una metralleta que dispara leche condensada. Estaba pringosa, exhausta y ahora si preocupada, por el riesgo de quedar embarazada pues no se cuidaba y no tomaba la píldora y por haberle sido infiel a su esposo, aunque de él nada sabía.   Ellos dijeron que ahora comenzaba lo bueno, y que hasta entonces aquello no había sido más que un escarceo.

Le quitaron el sujetador, ¡a estas alturas!, y le miraron y sopesaron las tetas como si Elena fuera una yegua y ellos tratantes de ganado en una feria. Alfonso dijo a su amigo:

-¿Nos tomamos una ración de tetas con nata?

Y el otro contesto:

-Ya sabes que no soy muy goloso… aparte de la crema catalana que hace Laura y que estaba tan rica hace un rato.

La miro hacia el chocho, del que descendían chorros de su semen, y añadió irónico:

-Claro que la vajilla… hace mucho.

Tenía el enorme miembro a media asta, aunque todavía erecto, y por el de Alfonso “no había pasado un día”. Vamos, que estaba tan dispuesto a la acción como antes de correrse.

Alfonso volvió a reiterar que había llegado el momento de hacer las cosas en serio, y para eso nada como una cama, así que “andiamo –dijo- vamos a la mía”.

Para ello tenían que pasar ante la aún abierta puerta del salón. Durante sus efusiones se les había olvidado todos los demás, más ahora recordaron a Orlando.

-¿Sigues teniendo vergüenza de pasar ante esa puerta?

Ella negó con la cabeza. Ya no temía nada. Además la prolongada ausencia de su marido no dejaba lugar a dudas: Estaba sumido, evidentemente en plena orgia.

Les precedió camino de la alcoba. Ellos, con los ojos fijos en su culo, acaso próximo objetivo de sus anhelos, la seguían con sus cosas pringosas y bamboleantes.

No, ya no tenía vergüenza Elena. Se detuvo  ante la puerta y pudo contemplar a Orlando, aun en el mismo sitio de antes… pero algunas cosas habían cambiado; por ejemplo el hecho de que la anfitriona, en pelotas vivas, estaba sentada encima de él, siendo evidente que se la tenía metida. Elena se fijo en el vientre blanco y flácido de Laura., lleno de estrías de la maternidad, en su cocho casi pelado, en las deslavazadas tetorras, y pensó, sarcásticamente, que valla estomago el de Orlando. Mucho mejor gusto habían demostrado sus dos “novios”, ya lo creo que sí. Claro que si era para quedar bien con el jefe… En tal caso, la actitud de Orlando resultaba irreprochable… y la de ella también. Ahora mismito iba a seguirse ocupando de la carrera de su maridito –altas relaciones publicas, relaciones publicas horizontales, como queramos llamarlo-,  así que este no tendrá queja de ella. ¡Ah!, la otra vieja arpía, la mujer del director de cine, también en cueros, andaba agazapada en la alfombra, a los pies de Orlando, dispuesta sin duda a apoderarse de la polla de mi marido, tan pronto lo extrajese del hediondo coño de su amiga. Y una pareja se entregaba en el suelo, poco más allá, a un frenético “69”.

Alfonso dijo, innecesariamente, dirigiéndose a los respectivos y enzarzados cónyuges:

-Nos vamos a pasar la noche con ella a nuestra cama…,

Nadie le respondió. Las demás parejas, de composición no vaticinable, debían andar haciendo cerdadas por ignorados rincones de la casa.

Al llegar los dos hombres al buffet, todavía con los vestigios de todas las salsas, estuvieron deliberando sobre cuales se llevarían para adobar a “su niña” el resto de la noche. Miraban todos los puntos clave de ésta como si no quisiesen equivocarse en la elección del pringue ad hoc para aquel cuerpo especifico, y hasta la hicieron volverse y contemplaron su culo con expresión erudita. Estaban practicando sin duda el “hedonismo integral” a que se había referido Alfonso durante su disertación de la cena. Parecían dos grandes cocineros del sexo, enfrascados en la consideración del punto más exquisito para su guiso. Al final se llevaron nata para las “ tetas con nata”, mojo picón para el chocho –porque dijo Alfonso que haría muy bonito y anarquista entre las frondas negras y además parecería el mes-, una salsa marroncita y anónima para el culo y otras que Elena desconocía. Cuando ya se marchaban, el cineasta se dio la clásica palmada en la frente, la palmada universal del olvido, preguntándole:

-¿Qué salsa te gusta para mi culo, Elena?

Y se volvió de espaldas para ayudarla en su deliberación. Era un culo tenebroso, con unas feroces matas de pelo negro brotando del ojete…, pero la chica ya lanzada, se estremeció de placer y no de horror, total ya la había follado. Su raja ya le estaba mandando un S.O.S. chisporroteado, y apenas le sostenían las piernas. Estaba deseando ya encontrarse cómodamente tumbada en la camita… con aquellos dos bestias encima follandola sin parar. Así que no se rompió mucho la cabeza y dijo que la nata le encanta.

-¿Y para mi polla, Elena? –pregunto Alfonso.

Ella dijo que natita muy rica, también, y es que estaba ansiosa ya, de recibir en sus orificios al sustantivo –vulgo, troncho- y le importaban muy poco las salsas, meros epítetos. Al fin y al cabo, ella no era (aún) una “hedonista integral”. Con todo esto siguieron ya la ruta de la alcoba, Y Elena se dejo caer en el amplio lecho.

-¡Abre las piernas!

Y así sucesivamente. Estuvieron tres horas ininterrumpidas dale que dale, salsa que salsa, meto que saco, y fueron para Elena una cadena de orgasmos, a pesar de que una de las salsas la destrozo literalmente, al principio: era china, color dorado, con unas pequeñas semillitas dentro y, aunque fueron insólitamente parcos en la distribución, no hace falta aclarar que la untaron clítoris, vagina y ano. ¡Como picaba, la condenada! Empezó a retorcerse y a gritar, y ellos a calentarse con sus convulsiones, contemplando como abría las piernas para que el aire aliviase sus irritados labios inferiores… Y al final la experiencia le valió un par de polvos majestuosos, y perdono el escozor. Al terminar, Alfonso dijo pomposamente, que el autentico sexo no se concebía sin un poco de sadomasoquismo, y lo ratifico poco después dándola por el culo, fue su primera vez y le dolió bastante. Y eso que se lo había lubricado antes con salsa mayonesa. Cuando termino Alfonso llenándola el culo de semen, el cineasta no quiso tampoco perderse la experiencia y también la dio por el ano, hasta correrse dentro de ella. Cuando terminaron con ella, a eso de las seis de la mañana, dijeron que se iban a dormir a las butacas del salón, que ella necesitaría la cama para descansar… y a partir de ese momento empezaron a desfilar por la alcoba los demás componentes de la fiesta. Ya habían celebrado por ahí sus batallitas, pero no podían dejar que transcurriese la noche sin follar con “la catecúmena”. Ya no le preocupaba que se corrieran dentro o fuera total habían sido ya tantas que lo tenía encharcado. El ultimo polvo lo recibió Elena -¡y todavía se corrió, la muy burra!- a las once de la mañana. Para entonces tenía el chocho tumefacto y cerrado como el ojo de un boxeador tras un combate de boxeo, pero su jodedor el ingeniero también traía la polla capitidisminuida, y logro metérsela.

Sin descansar a las doce, fue a buscarla Orlando, la encontró tirada en la cama con signos evidentes de corridas en su coño, ano y cara, se notaban en su cuerpo signos de violencia por las cachetadas recibidas en sus glúteos y tetas, resaltando  con un color granate entre su piel blanca, chupetones  mezclados con las salsas…, Estaba sucia, y quién sabe si a lo mejor preñada. Se marcharon sin hacer ningún tipo de comentario ni reproche,  con pasos vacilantes, hacia su casa. Como vaticinara Alfonso se habían divertido mucho y “honestamente”. Sobre todo Elena.