Creampie
El amor en los tiempos del porno. Relato no erótico ambientado en el mundillo del cine para adultos.
El trabajo soñado, le dicen, y él se limita a sonreír, o como mucho añade hay que valer . La talla él siempre la ha dado. 24x6x5, con el tiempo aprenderá a usarla como carta de presentación. El trabajo no es tan sencillo como pueda aparentar, pero entrar en él sí que fue fácil. Rellenar un cuestionario en Internet, añadir un par de fotos, y un mes después realizar una entrevista que podría superar un retrasado mental. Y ya está, actor porno a los dieciocho años y pocas semanas.
Empezó en una productora pequeña, más o menos amateur, tirándose a la mujer del dueño, bizca, fea, y medio analfabeta, pero con un gran olfato para los negocios. Ya que estamos en el mundillo liberal, vamos a grabarnos y sacamos unas perrillas, debieron decirse. De los vídeos caseros a una página web, del círculo cerrado de los clubes a los castings, y en poco tiempo el pasatiempo más viejo del mundo convertido en lucrativo negocio. Y ahí entró él, con una primera escena en la que se hacía pasar por pizzero: un clásico. Si lo buscas todavía lo puedes encontrar en Internet. Viéndolo ahora, se encuentra ridículo, como ridículo le parecía entonces que nadie diese importancia a que fontanero, cartero o reparador de televisores tuvieran siempre el mismo cuerpo y la misma polla. Como si el hábito hiciera al monje. No decía nada porque le encantaba. Follar. Le gustó desde la primera vez que lo hizo, no importa hace cuántos años, no importa con cuántas. Lo iba a hacer de todas formas, así que si sacaba un relativo dinero y adquiría una cierta fama, mejor que mejor. En esos primeros meses explotaron mucho el cliché de jovencito con madura y se hartó de follar a mujeres de la edad de su madre, como si eso no le fuese a afectar. Sobre todo a la dueña, que como tenía mano, se reservaba para ella las mejores herramientas. Con esfuerzo todavía recuerda algunos nombres, gente de paso sobre todo, necesitada del dinero rápido que se ofrecía. Luego vino lo de su delgadez, y ahí se cruzó una obesa que le daba asco, pero con la que debía hacer buena pareja, pues su caché engordó como el contador de visitas de los vídeos que protagonizaron juntos.
Un par de años y muchos polvos después, el salto al mundo profesional. Una productora seria, con historia, de cuando el porno se veía en los cines, cartera de actrices propia y una lista de títulos de éxito. Ahí llegó más hombre, más ancho, más musculado, quizás por la edad, quizás por el gimnasio en el que pasaba horas metido para forjarse un cuerpo con el que evitar a la gorda. Llegaron las recomendaciones, el rasurado genital y la circuncisión para dar mejor en cámara. Y entonces se volvió gilipollas; se pasaba el día masturbándose para contemplarse delante del espejo, estaba enamorado de su nuevo reflejo. Es peliagudo pasársela empalmado todo el tiempo, porque uno corre el riesgo de no dar la talla en el momento adecuado chico, y esto es tiempo, y en un negocio el tiempo es pasta, le decían. De repente la puerta del plató se le antojaba enorme, como si también le hubieran cortado el pellejito. Estuvo más fuera que dentro. El toque de atención le hizo recapacitar. Se vio engullido de nuevo por unos michelines sudorosos y rectificó. Él quería estar ahí, entre pseudo modelos venidas a menos y bailarinas de striptease con aspiraciones. Así que se puso las pilas, y unos cuantos meses después dejaba las idas y venidas en autobús nocturno, y se establecía definitivamente en Barcelona. Una escena al mes al principio, luego cada dos semanas, un par de rodajes a la semana finalmente, y hasta un par de pelis que se editaron en DVD, con guión y todo, aunque nunca hizo falta que tomara clases de arte dramático; de hecho cree que sólo le pidieron que su gesto denotara algo las primeras veces, cuando tenía que fingirse sorprendido por las insinuaciones fuera de lugar de la maruja en cuestión. Cuando le llamaron de Alemania supo que tenía futuro en esto.
Los Ángeles, otro mundo, el mismo mundillo. Más grande, más oferta, más demanda, mayor sueldo, más competencia. El resto es parecido: rodar, esperar, esperar, gimnasio, mamada fuera de plano para parecer siempre listo, mamada en plano para que te vean en todo tu esplendor, semen artificial, toallitas y esperar. Conversaciones sobre esteroides, dietas, lavativas, tal actor o cual actriz… El miedo perpetuo a las enfermedades de transmisión sexual y el placer no siempre permitido. Latinas, negras, chinas, latinas, más latinas y alguna que otra inocente Barbie rubia que lleva muy bien eso de que su padrastro la violara en la caravana aparcada en la que vivían. Y él. Lo mejor de cada casa. Puede decir que se ha hecho un nombre en la meca de la industria, aunque para ello haya tenido que renunciar al suyo. Francisco González está muy bien para dirigir un banco, o para ser periodista deportivo, pero en el porno… no pega. Franco le apodaron; así, a medio camino entre italiano y mexicano. Aceptó, que remedio. Se partió de risa cuando leyó aquel rumor según el cual el nombre que había elegido era un homenaje a cierto general. Si supieran, se decía, que precisamente historia era la asignatura que le volvía a quedar pendiente después de repetir 3º de BUP… Al final le aprobaron porque la dirección del centro no quería que se asociara su incipiente carrera con el de aquel colegio tan prestigioso donde sus padres le llevaron. Así pues, Franco.
Franco por aquí, Franco por allá, levanta la pierna Franco, o aguanta Franco. Y en inglés, que hay que joderse. Tal vez se enteraría mejor de lo que le dicen si hubiese prestado más atención a la señorita Alicia, en lugar de pasar la hora de clase mirándole las tetas. Total, tetas, es lo que más ve ahora. Diminutas, medianas, grandes y enormes, de todos los colores y sabores, siliconadas y alguna que otra natural. Tetas, culos y coños. Los ve pero no los mira. Es su manera de concentrarse, de mantenerse aislado, de dilatar el final, porque, aunque siempre hay una señorita muy amable que te devuelve a la posición sin ser la script, un parón es tiempo, y time is money . Ve sin mirar, y trata de recordar la letra de las canciones para mantener la concentración. Antes tarareaba, o incluso cantaba, porque a un director le pareció gracioso, hasta que una actriz se quejó porque se distraía e iba a ser incapaz de controlar el orgasmo, y como todo el mundo sabe que es muy contraproducente alcanzar un orgasmo inesperado, pues se acabó el cante. Actrices…
De la guarra de los orígenes a ahora, han debido ser centenares, tal vez mil. Pasando por la gorda, las necesitadas de dinero pero temerosas de su intimidad que se le abrían de piernas con un antifaz, a las estrellas nacionales. Húngaras, checas, francesas, brasileñas culonas, Yankees surtidas y variadas, cubanas de Miami y japonesas de San Francisco, colombianas… Es un mundo de mujeres y él ha dejado su muesca en todas. Quizás no es de los nombres que el público general conozca, pero tiene su propia página web con diversas series, la agenda llena de rodajes para los próximos meses, ferias eróticas alrededor del mundo donde presentar un juguete a su imagen y semejanza y miles de dólares en sus cuentas. ¿Y? Sí, se ha hecho un hueco, ha llegado donde nunca se propuso, se gana la vida más que holgadamente con un trabajo que todos envidian, seguramente porque ignoran los sacrificios, las posturas imposibles, los dolores de espalda, los rencores y los vetos, los carroñeros, la fama y la soledad… Mírala, la tiene debajo, hace un buen rato que mantiene su pierna levantada para que la cámara vea cómo la penetra incansablemente, tiene que acabar dentro y ni siquiera es capaz de recordar su nombre. Nina Sweet, o Sweet Nina, o una gilipollez por el estilo. El artístico. El real si que lo recuerda. Se llama Jana y es checa, de un pueblecito muy pequeño en el campo, el nombre no, imposible, no le viene. Se lo contó ella. Salieron un par de veces a cenar a un vietnamita. Charlaron y rieron, no follaron porque el trabajo cansa. Una tía legal, que ya es mucho. Le hubiese gustado proponerle nuevas citas, tal vez algo más, pero al día siguiente él tenía volar para un rodaje en Hamburgo, y luego París, y siempre procura hacer algún trabajito en casa de vez en cuando, para que el mercado nacional no se olvide de él… Imposible. No, y además él piensa en castellano y ella en su idioma, a ver como iban a entenderse en inglés… Fíjate que ella acaba de murmurar algo entre dientes, así, entre ellos, para que no lo capte la cámara, y él ha entendido córrete ya que no estoy tomando los anticonceptivos y quiero quedarme embarazada de ti… .