Cozumel

Haciendo un lado la tira del bikini y me encontré un diluvio manando de su rica vagina, caí de rodillas delante de ella, haciendo un lado el bikini con los dedos besé, lamí y chupé en esa fuente de alegría y placer, me levanté con los bigotes, labios y mentón escurriendo los dulces y deliciosos jugo

Entonces, se quitó ella misma, el bikini completo, volteamos para todos lados, pero era una zona solitaria, de verdad agreste, piedras, un arroyuelo de agua cristalina, matorrales verdes más altos que nosotros.

Así que, así que no vimos más que la belleza de la naturaleza. Me puse entonces a sus espaldas, la incliné hacia adelante y de a perrito se la metí, luego se enderezó y parados, me la cogí a los cuatro vientos, primero muy suavemente y luego frenéticamente, mientras acariciaba con una mano un seno y con otra el lateral de su nalga y muslo. Ella gemía, yo también, sin importarnos si alguien nos veía o no, hasta que juntos acabamos entre sus gritos y mis bramidos. Nos vestimos, como si de pronto fueran a llegar los ojos ausentes, subimos al coche y regresamos a la zona hotelera, felices de haberlo hecho al aire libre. Contribuyendo como antaño a la fertilidad de la bendita tierra.

Hace un buen de años, en mi primer matrimonio, éramos muy paseadores. Un buen día llegamos a la hermosa Isla de Cozumel a un hotel de 5 estrellas, al otro día, por carretera fuimos por carretera a la parte que da al mar abierto del Golfo de México, rodeando la Isla, encontramos una Punta de la que brota un chorro de agua, impulsado por el oleaje. Todo un espectáculo para los cinco sentidos: el sonar de las olas que se estrellan contra la Punta, el del agua que avanza entre las rocas, la explosión del chorro que sale, sube y revienta, produciendo una lluvia multicolor por los rayos del sol que se refractan en las gotas de agua que caen. El olor y sabor del agua salada que me recuerdan el olor y sabor de los jugos de amor de mi pareja. Nos acercamos hasta donde nos alcanzara el agua que cae, la sentimos sobre nuestra piel, la frotamos sobre la pareja; nos besamos apasionadamente y percibí en sus labios el olor y sabor de sus jugos sexuales.

De ese lado, la vegetación era un breñal espantoso, inclinado hacia el continente debido a los fuertes vientos que soplan del mar hacia la isla. De regreso, al otro lado había una vegetación exuberante y maravillosa. Antes de llegar a la zona hotelera, nos paramos en una parte agreste.

Ella llevaba un bikini negro y una blusa blanca suelta, nos internamos entre la maleza, al sentirnos solos, nos besamos con frenesí, metí ambas manos debajo del bra y toqué esos senos, que por más que me fueran conocidos, me despertaban sensaciones fuertemente eróticas. Comprendió ella que el bra nos estorbaba y lo dejó caer. Sin soltar mis cántaros de miel, le acaricié la entrepierna, podía percibir la humedad sobre el grueso chon del bikini, acaricié más, presionando un poco, metí los

dedos haciendo un lado la tira del bikini y me encontré un diluvio manando de su rica vagina, caí de rodillas delante de ella, haciendo un lado el bikini con los dedos besé, lamí y chupé en esa fuente de alegría y placer, me levanté con los bigotes, labios y mentón escurriendo los dulces y deliciosos jugos del amor, la besé apasionadamente.

Ella respondió con vehemencia, saboreando sus propios jugos en mi mentón, en mis labios, en mi boca y aun en mi bigote.  Entonces, traté de bajarle la parte del bikini que le quedaba, en principio ella se resistió, la solté y le hice un ademán, de "mira, no hay nadie". Guardando siempre un silencio precautorio.

Entonces, se lo quitó ella misma, volteamos para todos lados, pero era una zona de verdad solitaria y agreste, piedras, un arroyuelo de agua cristalina, matorrales verdes más altos que nosotros.

Así que, me puse a sus espaldas, la incliné hacia adelante y de a perrito se la metí, ella se enderezó y parados, me la cogí a los cuatro vientos, primero muy suavemente y luego frenéticamente, mientras con una mano un seno y con otra el lateral de su nalga y muslo. Ella gemía, yo también, sin importarnos si alguien nos veía o no, hasta que juntos acabamos entre sus gritos y mis bramidos. Nos vestimos, subimos al coche y regresamos a la zona hotelera, felices de haberlo hecho al aire libre. Contribuyendo como antaño a la fertilidad de la bendita tierra.