Covid-19: El trastero

En el centro me esperaba mi novia, sentada en un sillón que estaba envuelto en una colorida toalla de playa. El mono de felpa había desaparecido y solo llevaba puesto un precioso conjunto de color azul claro, que hacía juego con su mascarilla y sus guantes.

Covid-19: El trastero

Autor: Mario

mariolorena40historias@gmail.com

Es cuanto menos curioso ver cómo me ha cambiado la vida en estas últimas semanas. Desde que llegó lo del coronavirus primero se acabó lo de ir a la universidad, luego el no poder tomar algo con la novia o con los amigos y después el no poder salir de casa prácticamente para nada.

Me llamo Antonio, soy estudiante de periodismo y he estado sin ver a Lucía, mi novia, más de mes y medio.

Es cierto que gracias al móvil podemos estar en contacto. Nos mandamos mensajes, hablamos por teléfono y también hacemos vídeollamadas. Algunas noches nos hemos tirado hasta las cuatro de la madrugada hablando y a veces, es cierto, poniéndonos cachondos recordando buenos polvos, enviándonos fotos calientes o imaginándonos historias morbosas y excitantes.

Al ver que la cosa podía ir para largo empezamos a pensar en qué podríamos hacer para vernos, aunque fuera solo un poco. Era como si fuésemos dos presos fantaseando sobre cómo fugarse de la cárcel.

El primer problema era la distancia. En coche estamos separados por unos veinte minutos. No es mucho, es cierto, pero ¿y si pillamos un control policial? Los dos somos estudiantes y estamos sin trabajo, por lo que no tenemos ningún salvoconducto laboral. Tampoco podemos estar mucho tiempo fuera de casa, sería más que sospechoso y nuestros padres nos harían preguntas. En fin, nos divertíamos proponiendo ideas locas y estúpidas, lo que demostraba las muchas ganas que teníamos de quedar.

Hasta que, hartos de la situación, decidimos que teníamos que vernos, aunque fueran solo unos minutos. Yo sería el que se desplazaría, el que asumiría el riesgo, pero si me pillaban pagaríamos la multa a medias.

El mero hecho de pensar en que iba a salir de casa saltándome el confinamiento me ponía muy nervioso, lo reconozco, pero tenía que arriesgarme. Ya no podía más.

Decidimos que ayer fuera el día. Dije a mis padres que iba al supermercado aunque en realidad me fui hacia la casa de mi novia.

El tramo que hay de autovía entre nuestros dos municipios lo pasamos hablando por teléfono, por supuesto con el manos libres. En seguida la conversación se puso muy caliente. Nos decíamos mutuamente las ganas que nos teníamos y lo que nos íbamos a hacer. Lucía me hablaba susurrando, con una voz súper sensual. Me iba contando lo que se imaginaba que íbamos a hacer y cómo estaba disfrutando de su consolador. Se corrió dos veces mientras mi paquete luchaba por reventar la cremallera del pantalón.

En la rotonda que daba acceso a su localidad me encontré con un control policial. El calentón se me bajó de golpe. Empezábamos bien, pensé. Pero por suerte lo estaban desmantelando en ese momento y pude pasar sin que me pararan.

¡Nos os podéis imaginar cómo se me aceleró el corazón!

Por si acaso, un par de días antes, aprovechando que fui al súper a hacer la compra, dejé en el maletero una serie de cosas sin subir a casa: leche, aceite de oliva, lejía, judías, garbanzos… y cómo no, un paquete de papel higiénico. La idea era decir a la policía que iba a llevar estos productos a casa de unos tíos mayores. Ahora, esta excusa no valdría para nada si me paraban al entrar a mi ciudad.

Cuando aparqué cerca de la casa de mi novia la mandé un mensaje. En seguida me contestó diciendo que ya bajaba. En vez de ir al portal me dirigí a la puerta del garaje y cogí unas llaves como si fuera a abrir la puerta peatonal. Desde el otro lado Lucía abrió la puerta. Mi corazón se puso a tope y creo que ya estaba empalmado de nuevo.

  • Vamos – me dijo sin más y comenzó a bajar por la rampa de acceso al aparcamiento – no hagas ruido.

Como sus padres son mayores, me advirtió de que no habrían besos y que los dos tendríamos que llevar mascarillas y guantes. No era un gran plan pero era mucho mejor que nada.

Lucía llevaba puesto un mono de tela de bata, blanco con lunares rojos, con una gran cremallera en la parte delantera, y unas zapatillas de andar por casa. No estaba acostumbrado a verla así y me chocó bastante. Aún así me sorprendí a mí mismo fijándome en la maravillosa forma de su culo y en su ágil manera de moverlo al andar.

Llegamos a la puerta de acceso a su portal. Abrió y nos dirigimos a otra puerta, la de los trasteros. Entramos y avanzamos por el pasillo hasta el final y giramos a la derecha.

  • Éste es – me dijo mientras entraba sin dar la luz – espera aquí un momento.

Solo un minuto después la oí decir: “entra y cierra la puerta”. Y empezó a oírse bajito una música relajante.

Guau… ¡me quedé impresionado!

El trastero era más grande de lo que me imaginaba y estaba iluminado solo con dos velas. Habían un par de estanterías llenas de cajas y objetos de distinto tipo, pero todo parecía muy limpio y ordenado. En el centro me esperaba mi novia, sentada en un sillón que estaba envuelto en una colorida toalla de playa. El mono de felpa había desaparecido y solo llevaba puesto un precioso conjunto de color azul claro, que hacía juego con su mascarilla y sus guantes.

  • ¿Te gusta mi conjunto? – me dijo con voz provocativa.

  • ¿Estás de broma? – la dije alucinado – ¡estás preciosa!

  • ¿Una copita? – me preguntó mientras señalaba hacia una esquina.

Completamente sorprendido vi una botella de cava metida en una cubitera llena de hielo. Llené las dos copas que habían y pasé una a mi chica.

  • Me ha encantado todo lo que has preparado – le dije alucinado mientras brindábamos - Es muchísimo mejor que todo lo que me había imaginado.

Nos bajamos las mascarillas y bebimos.

  • ¿No te vas a desnudar? – me preguntó antes de morderse el labio inferior de forma provocativa.

Rápidamente me quité toda la ropa quedando libre por fin mi miembro erecto.

  • Quiero probar una cosa – me dijo Lucía mientras daba un sorbo a su copa y se colocaba sentada en el borde del sillón.

Con una mano me cogió del culo y me acercó a ella y con la otra me agarró la polla para metérsela en la boca. Mmmm… ¡Qué rico, por favor! Notaba una mezcla extraña entre el calor de su boca y el frescor burbujeante del cava.

Fue una mamada espectacular. Empezó despacio, deleitándose con lo que estaba haciendo. A veces solo su lengua recorría el capullo y otras veces se la metía todo lo profundo que podía. O la saboreaba como si fuera un caramelo. Mmm… ¡Qué placer! Incluso un par de veces echó un poco de cava en la punta y rápidamente se la metió en la boca. ¡Cómo se lo estaba pasando!

Cuando noté que faltaba poco para correrme, la pedí que parara. Ella se recostó y abrió las piernas quedando todo su sexo expuesto. Me puse de rodillas y me lancé a juguetear con mi lengua entre sus labios y con su clítoris.

Lucía estaba muy húmeda, se notaba que había estado masturbándose solo unos minutos antes y que había disfrutado haciéndome la mamada. Enseguida empezó a gemir y a retorcerse de placer. Con una mano se puso a tocarse los pechos y con la otra agarró mi cabeza como pidiéndome que no parara.

Su respiración se iba acelerando cada vez más y sus gemidos se entrecortaban. Arqueaba la espalda, echaba la cabeza hacia atrás lo que podía… En ese momento paré, se quejó, me puse un preservativo y según estaba se la clavé hasta el fondo quedándome quieto sobre ella.

Sé lo que me había pedido, pero no pude evitar besarla y la di un pico.

Reaccionó a mis besos con pasión, sin pensárselo, y comenzamos a devorarnos la boca uno al otro, volviendo a entrecortarse su respiración. Y me puse a bombear lentamente, sacándola casi por completo para luego introducirla a fondo entre sus piernas totalmente abiertas.

Mi novia intentaba contener sus gemidos pero no podía disimular todo lo que estaba disfrutando. Cuando noté que empezaba a correrse aceleré mis embestidas hasta que los dos llegamos al orgasmo a la vez.

Ummmm… ¡cuántas ganas nos teníamos!

Nos pusimos cómodos en el sillón, abrazados y disfrutando de una nueva copa de cava.

Comenzamos a vestirnos cuando de repente se oyeron una puerta que se abría y unos pasos. La luz del pasillo se encendió.

Lucía quitó la música y quedamos los dos en silencio, expectantes y nerviosos.

  • ¿Puede ser tu padre? – susurré.

Por suerte, al poco tiempo se oyó de nuevo la puerta principal y la luz del pasillo volvió a apagarse, regresando el silencio y la oscuridad. Menos mal que no había venido unos minutos antes.

  • ¡Vámonos! – me dijo Lucía.

Me hubiera gustado haber repetido pero llevaba mucho tiempo fuera de casa y tenía que volver ya. Por suerte pude regresar sin ningún contratiempo. Subí la compra que tenía en el maletero y me fui directo a la ducha.

  • ¿Había mucha gente en el súper, hijo?

  • Sí, he tenido que esperar bastante para entrar.