Covid-19: El súper

El ir sin bragas me hacía tener una sensación extraña a la vez que agradable, pero sobre todo me sentía nerviosa y excitada. Tras cada paso que daba por el pasillo de frutería o el de preparado de carnes y embutidos mi corazón iba más rápido.

Covid-19: El súper

Autora: Lorena

mariolorena40historias@gmail.com

Me llamo Elena. Tengo 40 años y vivo con mis hijos de 12 y 10 años. Me quedé viuda hace casi tres años y desde entonces no he estado con ningún hombre salvo alguna pequeña excepción que prefiero no recordar y donde no pasó gran cosa. Cuando comenzó lo del Covid-19 hicieron un ERTE en mi empresa y me quedé sin trabajo.

A comienzos de año me apunté a una web de contactos y entre todos los hombres que me propusieron quedar me decidí por uno de ellos, por Javier. Desde el principio me sentí a gusto con él. Es una persona muy agradable y graciosa. Tiene una conversación interesante y un punto picarón que me gusta. Nos intercambiamos varias fotos para conocernos un poco más y hablamos varias veces por teléfono. Él me puso por las nubes y eso me subió bastante la autoestima. Es algo mayor que yo, delgado y con unas canas que le hacen muy atractivo.

Llevaba chateando con él casi un mes cuando nos conocimos. Pasamos un buen rato, la verdad. Charlamos, nos reímos y conectamos bastante. Hay que reconocer que los dos estábamos un poco cortados y solo nos animamos a besarnos en el momento de la despedida. Nos besamos en un portal, como dos adolescentes. Yo estaba que me derretía entre los nervios y el deseo, pero no pasó nada más.

Recuerdo que al llegar a casa llegué tan caliente que me tuve que meter en el cuarto de baño y disfrutar de mi succionador durante unos segundos. Con eso fue suficiente.

Pasaron los días y volvimos a planear volver a vernos. Javi quería quedar de nuevo en un bar una tarde pero yo prefería cenar y luego tomar algo por ahí, y sobre todo, tener la noche libre por lo que pudiera pasar.

Por fin encontré con quién dejar a mis hijos y cerramos una cita. Por desgracia, el día elegido fue el primer día de confinamiento.

La verdad es que fue duro no poder quedar con Javi. Creo que lo podíamos haber pasado bien. Me había hecho ilusiones y me afectó bastante.

Desde que comenzó todo este lío del coronavirus nos hemos visto varias veces en el supermercado de mi barrio. Él no vive muy lejos y tampoco le viene mal. Hacemos la compra juntos mientras charlamos y nos decimos las ganas que nos tenemos el uno del otro. Con las mascarillas apenas nos vemos las caras, pero algo es algo. Es un poco frustrante pero no se puede hacer otra cosa.

Ayer nos volvimos a ver.

La noche anterior estuvimos fantaseando mientras hacíamos una vídeollamada. Fue muy divertido y excitante. Nos imaginábamos en nuestra noche ideal, cada uno aportando una parte de la historia. Al final la cosa se calentó. Soñábamos con besos, caricias… sexo oral y un montón de posiciones mientras lo hacíamos una y otra vez. Por primera vez en mi vida me masturbé hasta el orgasmo viendo cómo otro hombre se tocaba al otro lado del teléfono. Antes de colgar me pidió que fuera a comprar con un vestido corto y con solo un tanga debajo.

Desde que me levanté estaba excitada. Lo hice más pronto de lo habitual, desayuné y me puse a cocinar. Dejé todo listo, preparé el desayuno de mis hijos y cuando se levantaron les dije que me iba a comprar.

Llevaba un vestido corto, como me pidió, pero no demasiado. Me puse una chaqueta, primero porque hacía algo de fresco y segundo porque me daba seguridad. No me parecía bien ir demasiado atrevida a hacer la compra. Puff, no sé qué me pasó por la cabeza pero decidí ir sin nada debajo.

Como siempre, dejé el coche en el aparcamiento subterráneo y al ir a coger el carrito me llegó un mensaje de Javi diciéndome que me esperaba junto al mostrador (en desuso) de comida para llevar.

El ir sin bragas me hacía tener una sensación extraña a la vez que agradable, pero sobre todo me sentía nerviosa y excitada. Tras cada paso que daba por el pasillo de frutería o el de preparado de carnes y embutidos mi corazón iba más rápido.

Llegué al rincón donde está el mostrador de comida para llevar pero Javier no estaba. Sentí un pequeño pinchazo en el pecho. Realmente estaba ansiosa por verle.

De repente, una voz me susurró al oído: “bonito vestido”. Buah, ¡vaya bote que dí! No le solté un guantazo no sé por qué.

  • Eres idiota ¿o qué? – le dije.

Javier se partía de risa al ver el susto que me había dado y como pudo me pidió disculpas. Debajo de nuestras mascarillas se adivinaba una gran sonrisa.

Él ya tenía su carrito lleno y me dijo que me acompañaba a hacer mi compra. Estuvimos recordando la noche anterior con cierto disimulo y sin usar ciertas palabras para que nadie pudiera saber de qué estábamos hablando. El tema de conversación y el sentir que no llevaba nada debajo hacían que mi entrepierna estuviera cada vez más húmeda.

Cuando terminamos me acompañó, como siempre, a mi coche y me ayudó a dejar las bolsas en el maletero. Pero esta vez me pidió que le acompañara a su coche. Y claro, lo hice.

Javier había aparcado en la esquina más lejana de la puerta del supermercado, pegado a una pared, donde apenas habían coches. Aunque había aparcado de culo y es un coche grande se pudo abrir el maletero sin problemas.

Apenas terminó de guardar la compra en el maletero se quitó la mascarilla y me dijo: “me encantaría poder besarte”.

Creo que antes de que acabara la frase ya me había lanzado hacia él para fundirnos en un beso lleno de deseo.

Me cogió de la cintura y me pegó a él. Mientras nuestras lenguas se revolvían una contra la otra sus manos fueron bajando hasta agarrarme el culo con fuerza. Podía sentir su erección sobre mi vientre y mis fluidos queriendo salir a deslizarse por mis piernas.

Paramos un momento con la respiración entrecortada. Miramos a nuestro alrededor. No había nadie cerca o que pudiera vernos. El coche nos tapaba del resto del aparcamiento y volvimos a besarnos.

Esta vez Javier me agarró del culo con una mano y la otra la subió desde la cintura hasta llegar a uno de mis pechos. Al sentir su mano rozando uno de mis pezones me dio un escalofrío tremendo. Estaba totalmente entregada y mi furtivo amante decidió ir al grano.

Después de sobarme un poco los pechos mientras seguíamos besándonos, bajó su mano por mi abdomen hasta acariciar mi entrepierna por encima del vestido.

Se separó un poco, miró hacia el aparcamiento y me dijo sin dejar de acariciarme: “¡no llevas nada debajo!”. Y sin decir nada volví a besarle.

Javi metió su mano por debajo del vestido hasta alcanzar mi coño, libre, depilado y totalmente empapado. Acarició un poco lo labios pero en seguida se centró en el clítoris. ¡Cuánto hacía que no me metían mano! ¡Qué pasada!

De nuevo paramos un momento. Miramos rápidamente alrededor y volvimos a besarnos. En ese momento sentí cómo los dedos que acariciaban mi clítoris se metieron dentro de mi. Un gemido de placer salió de mi boca sin poder evitarlo. Menos mal que nadie nos podía oír.

Mientras Javi me follaba con sus dedos yo no pude evitar acariciar su duro paquete por encima del pantalón. ¡Dios, qué bien lo hacía!

Dejé de besarle pero él no dejó de masturbándome. Miré de nuevo hacia el resto de coches, no había nadie cerca, pero los nervios no me hacían disfrutar del todo.

  • Para un momento – le dije con la voz entrecortada – voy a dejar el carrito. Cierra el maletero y espérame en el asiento de atrás.

Me coloqué la mascarilla, cogí el carrito y me puse a caminar con la sensación de que iba completamente desnuda, chorreando deseo entre mis piernas.

Al volver al coche me fijé en si se veía algo del interior. La verdad es que entre que estaba en una esquina y que tenía las lunas tintadas no se veía prácticamente nada. Eso me tranquilizó bastante, la verdad.

Al llegar al coche disimulé un poco antes de entrar. Miré hacia atrás por si había alguien próximo y al ver que no, abrí la puerta trasera.

Al entrar me quedé impresionada. Javier se había bajada los pantalones y se estaba sobando lentamente su polla totalmente empalmada.

  • Guau, esto no me lo esperaba – le dije entre sorprendida y excitada.

Sin dejar de mirar su miembro me senté junto a él hasta que comenzamos a besarnos de nuevo. En seguida volví a sentir la mano de Javi entre mis piernas. Y yo le imité. Nos estuvimos masturbando mutuamente un rato mientras nuestras lenguas y nuestros labios no se separaban ni un momento.

Javi paró, echó un vistazo y me pidió que me recostara. Me dejé caer un poco hasta que vi las intenciones de mi amante.

  • No, no – le dije – creo que tenemos que dejarlo.

Me dio un pico suavemente y me dijo: “disfruta, quién sabe si tendremos más oportunidades”.

Me sonó muy catastrofista, pero me levanté el vestido y me recosté un poco. Los asientos delanteros estaban totalmente movidos hacia delante, lo que hacía que hubiera suficiente espacio para movernos con cierta comodidad.

Javi metió su cabeza entre mis piernas y comenzó a comerme. Su lengua a veces se deslizaba por mis labios y otras se centraba insistentemente en mi clítoris. Al rato comencé a estremecerme y rápidamente llegó el orgasmo entre convulsiones y gemidos.

Me incorporé un poco, miré de reojo afuera y suspiré satisfecha.

Miré a Javier, miré mi reloj y le dije: “se está haciendo tarde”.

  • ¿Vas a dejarme así?

Aún no había recuperado el aliento del todo cuando volví a coger su miembro. Estaba muy dura y lubrificada. Y sin pensármelo me la metí en la boca. ¡Qué placer volver a tener una polla dura entre mis labios!

Disfruté lamiendo su miembro de arriba abajo, metiéndomelo en la boca y chupando la punta mientras notaba el placer que le estaba provocando a mi compañero de asiento trasero.

  • Tengo preservativos – me soltó.

Me incorporé, miré alrededor y le dije: “ponte uno”.

Unos segundos después me levanté un poco el vestido, me senté sobre él, agarré su polla y la apunté hacia mi. Cuando la sentí bien colocada me dejé caer hasta sentirme llena. Ahí me quedé por un instante mientras volvimos a besarnos.

Javi me acariciaba los pechos, me agarraba el culo y me devoraba con su boca. Yo poco a poco fui balanceándome hacia delante y hacia atrás, frotándome con su cuerpo, cada vez un poco más rápido.

Notaba como mi corazón se volvía a poner a mil por hora y como los gemidos intentaban salir de mi boca entre beso y beso.

  • ¡Cómo te mueves, por Dios! – me dijo – ¡voy a correrme!.

Aquello me encendió más si cabe. Aceleré fuerte mi frotamiento y cuando empecé a notar las convulsiones en el cuerpo de mi amante no pude evitar llegar a un nuevo orgasmo.

Increíble. Satisfecha. Ahí iba yo, camino de mi coche con la mascarilla puesta e intentando recomponer mi vestido a cada paso. ¡Quién me iba a decir a mi que el polvo que iba a echar después de casi tres años sin hacerlo iba a ser en el aparcamiento de un supermercado!