Costa Dorada
Era un pueblo de la Costa Daurada (Costa Dorada), una zona donde veranea la clase trabajadora del cinturón industrial de Barcelona, así que de glamour poco y pocos de esos guiris espectaculares que abundan en los sitios con más caché
Podréis leer este relato como si fuera independiente, ya que está escrito para ser leído de esa manera, aunque si os interesan las historias largas recomiendo leer antes Ciudad Dormitorio para seguir la historia cronológica de hechos en la vida de mis personajes semiautobiográficos.
Por otra parte desearía animar a todos a valorar y comentar no sólo mis relatos sino todos los que podáis ya que es la única gratificación que obtenemos los autores por nuestros humildes esfuerzos por provocar vuestra lívido y curiosidad. De antemano muchas gracias en mi nombre y en el de mis queridos colegas.
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Comenzaba el verano y los padres de Guille me ofrecieron una cama en su apartamento de la playa, uno bastante sencillo he de decir, ningún lujo excepto el de poder estar a pocos minutos andando de la playa cruzando un paso elevado de las vías del tren. Me dijeron que seguro que podría conseguir trabajo de camarero en algún chiringuito de los que abundan por allí y sacarme algunas pelas para mis cosas. Era un pueblo de la Costa Daurada (Costa Dorada) , una zona donde veranea la clase trabajadora del cinturón industrial de Barcelona, así que de glamour poco y pocos de esos guiris espectaculares que abundan en los sitios con más caché. Por otro lado, los empleadores tampoco eran demasiado exigentes y con que entendieses mínimamente el castellano y mantuvieras el equilibrio con las bandejas tenías todos los números de encontrar trabajo. Era un chiringuito en plena playa donde me contrataron.
Soy ligeramente tímido, pero educado y atento con las personas así que suelo caer bien a la gente y enseguida me gané el respeto de mi jefe y compañeros ya que mis mesas solían consumir más y sacaba mejores propinas. La jornada era larga, pero los interminables días de verano incluso me permitían acabar la jornada con algún bañito y tumbarme un ratito al sol. Me bronceo rápido y mi piel naturalmente morena adquirió en una semana un tono cobrizo espectacular, tipo surfista californiano al final del verano. Noté que algunas chicas, y algún que otro chico, me miraban con bastante más atención. Sobre todo cuando deseché el infantil bañador que me había comprado mi madre y lo substituí por un Speedo amarillo que resaltaba mi particular tono de piel. El sábado al volver al apartamento me encontré a Guille, su hermana Amelia, su tía y sus primas, así que esa noche los chicos nos vimos relegados a dormir en los sofás mientras las chicas ocupaban la habitación de las literas y la tía la de invitados. Por la mañana marché a trabajar antes que Guille despertara y al volver por la tarde ya había marchado ya que trabajaba el lunes y no quería quedarse atrapado en los interminables atascos de la autopista esos días. El sofá me destrozaba la espalda, por suerte los abuelos paternos de las primitas las invitaron a quedarse en su casa y pude volver a ocupar la habitación de las literas.
El lunes era mi día de descanso así que me lo pasé entre la playa, la pista de baloncesto y un par de visitas a casa para repostar . Por la tarde acudí a un cibercafé a chatear con mi amiga Ruth que se encontraba en Ibiza en casa de sus abuelos. Me explicó sus andanzas por la isla entregada al dolce far niente , le insulté por restregarme por la cara su holgazanería mientras “yo me mataba de sol a sol” dije exagerando. Le expliqué que la echaba en falta y que seguía sin poder hacer nada con Guille, malditas primitas.
La semana transcurrió sin sobresaltos excepto la anécdota de mi “admirador”. Había un padre de familia rellenito y peludo que se pasaba todos los días y me miraba sin mucho disimulo, tocaba mi espalda al hablarme en un gesto aparentemente cariñoso y en algún momento llegó a rozarme el culo como por accidente. Los siguientes días evité atenderle en la medida de lo posible y enviaba a mi compañero, un veinteañero rumano bastante poco agraciado aunque con un cuerpazo de gym. Al segundo día pasó a brindar las atenciones a Cosmin y se olvidó de mi presencia, cosa que agradecí.
El sábado volví con prisa a casa ya que esperaba la presencia de Guille, pero sobretodo deseaba que llegara la hora de irse a la cama, ya que compartiríamos la habitación. Justo antes de llegar me lo encontré de camino a la playa ya que suele ir siempre cundo el sol ya está bajo por su delicada piel. Así que desanduve el camino y le acompañé a darnos un bañito. El agua estaba ya un tanto fría para mi gusto y le dejé bañarse mientras yo me estiraba en la toalla. Echado boca abajo observaba a los transeúntes del paseo marítimo, unos metros más allá, cuando una fría lluvia me hace saltar. “¿Está fría?” me preguntó cínicamente. Recibió un puñado de arena por respuesta. Nos reímos un buen rato con bromas por el estilo antes de marchar a casa cuando el sol se ocultaba en el horizonte. Cenamos y al acabar dimos un paseo con toda la familia por la feria instalada en el paseo marítimo. No subí a ninguna atracción ya que suelo marearme y sólo me subo a las montañas rusas. Con la excusa de que al día siguiente había de trabajar me excusé con los demás. Intuyó mis intenciones y dijo que me acompañaba por que se aburría y quería ver algo que echaban por la tele.
Al llegar a casa me comporté con normalidad pese a que deseaba saltarle encima. Mientras me lavaba los dientes entró a orinar ya en pijama. Cuando salía tocó delicadamente mi cintura para apartarme, supuestamente. Pero en realidad se quedó allí a escasos centímetros detrás de mí, con sus manos en mis costados. Inconscientemente me eché hacia atrás hasta que nuestros cuerpos entraron en contacto. Inmediatamente su boca buscó mi oreja haciéndome estremecer. Descendió mordisqueando mi cuello e incliné mi cabeza en sentido contrario para darle pleno acceso, sentí su erección hirviendo en mi baja espalda. Me quitó el cepillo de dientes de la boca para poder sacarme la camiseta. Al agacharme para enjuagarme la boca restregó su pene justo en mi rajita. Me giré y le besé colgándome de su cuello mientras me sobaba el culo sobre el pantalón corto con ambas manos.
Ya en la habitación seguimos besándonos de pie con mis manos en sus hombros y las suyas en mi cintura. Me sorprendía a mi mismo de adoptar un papel prácticamente femenino en nuestra relación, pero sucedía de manera natural y a pesar de mi mismo tuve que reconocer que me gustaba a pesar de que tenía y tengo una actitud bastante masculina en todos los aspectos y que, como descubriría más tarde con otras personas, soy versátil tirando a ser más activo. Nos tumbamos en la litera de abajo y quitando sus pantalones me lancé a chuparle el rabo. Me entretuve bastante haciéndolo y estaba cada vez más excitado, la polla me dolía de tan dura. Me saco el pantalón y mi bóxer y se dedico a acariciar mi culito. No tardó mucho en pedirme que le pasara un condón y el lubricante. Reasumí la mamada mientras él lubricaba mi entrada metiendo ligeramente un dedo. Me pido que le pusiese yo mismo el preservativo y me tumbara de lado delante de él. Corrigió mi posición para quedar a la altura justa para penetrarme haciéndome flexionar la pierna izquierda que quedaba arriba dejando mi culito expuesto a su placer. Empujó pero me dolía así que le pedí que me dejara hacerlo a mí, como la vez anterior. Su brazo derecho rodeaba mi pecho mientras la mano izquierda presionaba mi cadera hacia si intentando que me la metiera más. Su boca mordiendo mi hombro y el contacto de todas las partes de nuestros cuerpos de una forma tan íntima compensaba de largo el leve dolor que me provocaba yo mismo al irme enterrando su pene. Se mantuvo quieto mientras yo me movía suave adelante y atrás, pero no pudo aguantar mucho.
Al darse cuenta que ya estaba bastante dilatado inició sus empujes arrancándome leves quejidos de dolor que acallaba con besos en mi boca. En cada empujón intentaba metérmela un poco más provocando que yo me escapara hacia adelante. Estaba decidido a clavármela toda así que eliminó la ruta de escape girando hasta dejarme boca abajo. A cada avance suyo me quejaba por el dolor, aunque en ningún momento protesté ni intenté salir de esa posición, me dejé montar mansamente. Mis lloriqueos conseguían pararle, pero en ningún momento renunciaba al terreno ganado se afianzaba, esperaba a que disminuyera el dolor y luego iniciaba el bombeo suave que me hacía gozar y preparaba el siguiente avance. Combinaba con maestría placer y dolor para evitar mi rechazo. Sus manos debajo de mis hombros me mantenían inmóvil y su lengua en la oreja aumentaba el placer y amortiguaba el sufrimiento. Repitió el proceso hasta que sus pelotas tocaron mi perineo y anunciaron que había conseguido el objetivo de empalarme a fondo. Con movimientos suaves me fui acostumbrando a la sensación de llenura que me producía. Cuando llegaba hasta el final siempre seguía haciéndome un poco de daño, sobre todo a causa del grosor de la base de su estaca. El dolor disminuyó, pero no me sentía del todo cómodo. Una nueva serie de besos y caricias me convencieron de continuar recibiéndole. Al notar mi aceptación se dedicó a su propio placer, mientras yo esperaba que acabara lo más pronto posible. Al cabo de un rato la sacó un momento para agregar lubricante, al volver a entrar la sensación mejoró y me gustó un poco e instintivamente separé las piernas para facilitarle el movimiento lo cual hizo que su polla se endureciera aún más dándome ya realmente placer. Finalmente arreciando los embates se corrió para mi decepción, justo cuando comenzaba a gustarme de verdad.
Momentos después escuchamos la verja de la calle abrirse avisando de la llegada de su familia. Con un par de besos en mi nuca y un cachetito suave en el culo me desmontó, para vestirse y salir a la sala a justificar su coartada. Me tumbé boca arriba y metiendo un par de dedos en mi dilatado culito me masturbé hasta correrme con un gusto mayor al que había tenido jamás. Me limpié el estomago de mi corrida y el culito del lubricante que aún le quedaba para quedarme dormido casi de inmediato.
Al día siguiente me costó un poco disimular en mi trabajo las sensaciones extrañas que tenía en mi trasero. Me sentía abierto y pensaba que todo mundo podía darse cuenta que me habían follado. Cosmin atendía al madurito sobón, pero podía sentir su mirada clavada en mí. Supongo que al tener experiencia en el tema sabía reconocer mis reacciones, lo cual no ayudaba a disminuir mi paranoia. De cualquier manera, a la hora punta no había demasiado tiempo para pensar y me sumergí en la feliz rutina.
Un rato antes de acabar mi turno me sorprendió presentándose en mi trabajo con un par de toallas. Pidió una clara (Cerveza con limón) y se sentó a esperarme para ir a darnos un baño. Le dije que yo no llevaba ese día mi bañador, pero me respondió que lo había cogido él. La verdad me gustó bastante el gesto y a duras penas conseguía disimular un poco la alegría que sentí al tenerlo allí. He de reconocer que soy un moñas y me encantan ese tipo de chorradas. En todo caso arruino parte de su efecto al fijarse bastante en el abultado culo de Cosmin mientras esperaba. Se lo recriminé luego cuando estábamos tumbados tomando el sol. Se rió y me dijo “¿estás celoso?”, me molestó sobre todo porque en mi fuero interno supe que tenía razón. Le insulté y permanecí un rato en silencio, lo que suelo hacer cuando estoy realmente furioso y lo estaba con él en parte pero sobre todo conmigo mismo por ser tan idiota de estarme colgando de él. “El tuyo es más bonito” soltó de pronto “es más redondito y lo levantas más al caminar, y aprieta muy rico cuando te la meto”. Me quedé atónito ante la parsimonia con que soltó la frase. Él sonreía divertido ante mi cara de sorpresa. Con el tiempo he aprendido que sus salidas de tono son bastante habituales y le divierten mucho y me hacen reír cuando las digiero, pero en ese momento me dejó helado, sobre todo porque era la primera vez que hablábamos de nuestros encuentros sexuales. Normalmente al acabar seguíamos con nuestras rutinas normales como si no hubiese pasado nada. Supongo que era a causa mía ya que el hecho de hacer de pasivo no le hacía ni puñetera gracia al subconsciente machista que me habían inculcado desde niño. Cuando conseguí volver a articular palabras le pedí que me llevara a casa esa tarde, ya que tenía que ver a mis padres ya que hacía 15 días que no iba.
Ya en el coche y de camino a Serraverda volvimos a hablar de trivialidades, pero me sentía incomodo, como un globo demasiado inflado intentando liberar la presión que me oprimía el pecho. Al llegar a nuestro bloque subí en su ascensor, ya que había dos uno para las plantas pares y otro a las impares, y justo al cerrar las puertas me lancé a besarle cogiéndole con mis manos de las mejillas. Se sorprendió pues no lo esperaba, pero de inmediato me correspondió rodeándome por la cintura. Así comenzó nuestra tradición de besarnos siempre que estamos solos en un ascensor. Sin separarnos llegamos hasta su planta donde disimulamos lo mejor que pudimos ante un vecino que estaba en el rellano esperando para bajar.
Nada más cerrar la puerta nos fundimos de nuevo en ese beso pasional que había interrumpido el ascensor. Sin separarnos fuimos avanzando hasta llegar a su habitación y nos tumbamos en su cama. Nos besábamos suave y sin prisas sabiendo que teníamos la casa para nosotros solos y que mis padres no sabían que habíamos llegado. Le cubrí la cara de besos de forma bastante tierna besitos cortos y sonoros como los que dan los niños pequeños incluyendo roce de narices al estilo esquimal. Seguíamos completamente vestidos y sin demasiadas prisas por dejar de estarlo por mi parte, lo único que deseaba en ese momento era besarle sin parar. Fue él quien interrumpió los besos mordiéndome en el cuello y comenzando a desnudarme. Las prendas saltaban una a una mientras los besos y caricias continuaban, era como una especie de juego, sonriendo me abalanzaba a besarle y le derribaba sobre la cama impidiendo que acabara de sacarse los pantalones. Su lengua se hundía en mi boca haciéndome perder el mundo de vista. Cuando ya estábamos desnudos del todo le tumbé boca arriba y colocando mis rodillas a los lados de sus caderas le besé de nuevo, pero esta vez de forma lenta y húmeda mordiendo ligeramente su labio inferior. Sus manos acariciaban cada parte de mi cuerpo haciéndome estremecer. Fui bajando mordiendo su costado pero en vez de detenerme en su cadera y llevarme su miembro a mi boca seguí descendiendo por su muslo hasta la rodilla donde las mordidas se transformaron en besos para evitar hacerle daño, llegando así hasta sus pies. De rodillas en el suelo los besé también con ternura, como al más preciado de los bienes. Levanté mi vista y pude darme cuenta que se encontraba en absoluto éxtasis con mis caricias, semi-recostado y apoyado en sus codos se mordía el labio mirándome.
Antes de volver a ascender cambié de pie y de acción refregando mi mejilla por la parte interior su pantorrilla, al llegar al muslo era mi lengua la que se deslizaba por su piel mientras Guille abría sus piernas para permitirme el acceso hasta sus pelotas, las cuales fui lamiendo alternadamente. Aspiraba su aroma particular, limpio aroma a huevo, mientras clavando mis codos en la cama acariciaba la parte posterior de su muslo derecho y con la otra mano sostenía su escroto. Deslicé luego mi lengua por la parte inferior de su pene provocándole estremecimientos de placer, repitiendo la operación hasta que dejó de hacer efecto y mirándole directamente a los ojos me la fui comiendo poco a poco llegando mucho más allá que las veces anteriores, casi hasta meterla por completo. Luego la saqué un poco para lamer su frenillo pero con su mano me indicó que deseaba que la volviera a entrar del todo, empujó sin forzar, simplemente indicando que lo quería e inmediatamente le obedecí sin pensármelo. Era lo que él deseaba y yo deseaba complacerle. Me conducía con firmeza y suavidad hasta el ritmo que deseaba en silencio y con solo unos suaves gestos entendía de inmediato sus requerimientos. De esa manera me llevó hasta dejarme erguido y de rodillas y él de pie a mi espalda. Al notar que la altura no era la adecuada para la penetración colocó un par de almohadas debajo de mis rodillas.
Lamiendo mis orejas y asiéndome por la cintura ubicó su capullo justo en mi entrada y se quedo quieto esperando que yo solo me clavara en su estaca. Sobando mi muslo con la mano libre indicaba cuando deseaba más profundidad. Cuando me notó ya bien dilatado y disfrutando de las emboladas que yo mismo me provocaba me empujó hasta quedar a cuatro patas. Me incomodaba estar así, tanto físicamente por la profundidad que conseguía, como psicológicamente al verme a mí mismo en la posición que tantas tías había visto en las revistas porno de mis amigos de la primera pubertad, y allí estaba yo en el papel de la rubia tetona de turno. Era una tontería evidentemente pero es una posición que aún a día de hoy me cuesta asumir en el rol pasivo y me encanta cuando hago de activo. De cualquier manera no me dio demasiado tiempo para pensármelo y reinicio el mete y saca haciéndome gemir adolorido. A mi pesar acabé disfrutando de la sensación de abandono que me producía su vaivén. Sensación que aumentó empujándome hasta que apoyé los codos en la cama quedando mi culo bastante más alto que mi cabeza a causa de las almohadas. Sus manos en mi cintura me hacían ir y volver adaptándome a su ritmo no demasiado alto pero si profundo. Mis manos se aferraban a las sabanas buscando un punto de apoyo mientras mordía mi propio brazo para evitar hacer demasiado escándalo pues se me escapaban gemidos bastante poco masculinos. Me figuraba que todo el edificio podría oírme y saber que me estaban sodomizando profundamente.
De pronto su polla me abandonó y me giró hasta dejarme en posición de pollo asado con las almohadas en los riñones para volver a meterla de inmediato. Absolutamente entregado cerraba los ojos disfrutando de la sensación de su pene en mi interior. Con sus manos ubicó mis brazos estirados hacia arriba y con las palmas de mis manos de cara al aire sosteniéndose con sus manos en mis bíceps en absoluto control de mi cuerpo. Fue aumentando así el ritmo hasta que con unas profundas y rápidas envestidas pude notar que se derramaba en el preservativo ya que sentía los espasmos y escuchaba sus gemidos agónicos al compás. Con mi mano izquierda le mantuve dentro a fondo mientras me pajeaba hasta correrme con tres estirones de mi abandonado rabo. Dada mi posición y la potencia de los primeros disparos, éstos acabaron cayendo por encima de mi cabeza. El resto me dejo perdido ya que solté bastante más de lo habitual evidenciando lo mucho que había gozado. Se salió de mí y deshaciéndose del condón regreso para besarme y jugar con mi semen en su dedo acabando de manchar el resto de mi pecho y abdomen con una sonrisa en su cara. “Estás todo guarro” me soltó sin vergüenza por haber contribuido a ello.
Intentamos ducharnos juntos pero fue inútil. A mí, acostumbrado a las frías duchas del campo de fútbol, casi me salta la piel con su agua tan caliente como “para desplumar pollos” como le hice saber. Así que cada uno se duchó por separado y al terminar salí desnudo del baño y me tumbé a su lado dándole unos cuantos besitos cariñosos agradeciéndole el placer que me había brindado. Se quedó dormido casi de inmediato y con una expresión de satisfacción absoluta en la cara. Me vestí y bajé a casa a enfrentarme con los interrogadores de la Gestapo en que se convertían mi madre y la entrometida de mi hermana con respecto a mi nuevo trabajo. Mientras mi padre deambulaba por allí con sus habituales dos copas de más.