Cosita y cosota...

Relato número 21 y ultimo de mi próximo libro, de título: “Relatos calientes para dormir mejor”, una obra con la única finalidad de entretener. Al ser un compendio de relatos de todo tipo de historias, hoy toca conocer de un sueño y de un final infeliz...

Elisa, era una mujer muy especial, siempre lo había sido.

Ignacio, es un niño tan especial, que nunca dejaría de ser niño.

A Elisa, su marido Toni, la llamaba cariñosamente Eli, y en la intimidad, Cosita.

Desde muy joven, su gran ilusión sería tener muchos niños y jugar con ellos todo el día.

Se quedaba embobada contemplando los niños jugar en el parque, reír cuando los abuelos les decían cosas, o incluso disfrutaba viéndolos patalear cuando tenían una rabieta.

Le encantaba mirarlos durante horas.

Fue un tremendo mazazo, saber años más tarde, que jamás podría tener hijos, debido a una malformación de sus ovarios, quizás debido a su falta de maduración física y psíquica, al salir antes de lo esperado del vientre de su madre, o quizás un defecto de la hormona del crecimiento. Quién sabe...

Elisa, fue siempre una niña-adolescente en su mente, y una mujer bastante pequeña físicamente.

Quizás no llegó a madurar nunca totalmente en su mente. Quizás su mente, era como tenía que ser.

Físicamente, sin llegar a ser enana en el término estricto de la palabra, era pequeñita.

Jamás llegó a medir el metro y medio al que aspiraba, desde su más tierna infancia y juventud. Su madre, incluso moriría disgustada por todo aquello.

Siempre le faltaron esos doce malditos centímetros.

A pesar de todo, a Elisa le siguieron encantando los niños, y ya que los niños de su edad, siempre se rieron de ella dada su estatura, no les hacía caso alguno, siempre muy reservada, se dedicó desde adolescente al estudio de aquello que más le gustaba en la vida, que no era otra cosa que ser una Diplomada en Educación Infantil, muy a pesar de las continuas burlas de compañeros, durante aquellos años.

Siempre había deseado ser educadora infantil, y finalmente lo sería, para así, poder siempre trabajar en cualquier centro infantil, cualquier guardería, fuese como fuese.

Hizo todos los cursos complementarios posibles.

Realizó todas las prácticas que pudo, a pesar de aquellas críticas y risas burlonas de casi todo el mundo a sus espaldas.

Incluso realizó varios másteres relacionados con su profesión, uno de ellos relacionado con la Psicología Clínica Infantil.

Su currículo, también conocido aquí en España, como CV o curriculum vitae, era perfecto, pero sin ninguna experiencia laboral de verdad.

Habló decenas de veces con los encargados de todas las guarderías de su ciudad.

Hasta ahora, nadie quiso contratarla, seguramente, debido a su escasa estatura, injusto, tremendamente injusto, pero trágicamente real, como todos aquellos que tienen cierta “imperfección” fuera de los cánones de belleza occidental.

Somos todos unos perfectos demagogos, llenos de una doble moralidad y de una gran, a veces, dañina falsedad.

Pero Elisa, tenía una fuerza especial, quizás desde que aquel profesor, de nombre José Miguel, en una asignatura práctica de habilidades sociales y de coaching, le dijo que no hay nada imposible para nadie, que todo es cuestión de voluntad, disciplina y “entrenamiento”.

Tenía un dicho: No hay nada que se resista a un buen entrenamiento…

Desde entonces, y gracias a aquel profesor que siempre recordaría, ella soñó que alguna vez trabajaría en una guardería, o en alguna actividad social relacionada con niños.

Estaba segura de ello, sabía que al final lo conseguiría. La motivación que le había dado José Miguel, duraría varios años, pero el tiempo pasaba y su angustia vital empezó a acrecentarse.

Temporalmente, se animó un poco, al conocer a alguien con el paso de los años.

Les cuento…

A pesar de su escasa estatura, Elisa, era una mujer relativamente muy hermosa y profundamente sensual.

Muchos hombres la miraban con deseo y con lujuria, aunque ella no encontró en su interior, ninguna correspondencia sentimental hacia ningún hombre, en ningún momento de su vida.

Cuando cumplió los treinta años, tuvo un novio durante tres meses, y se casó con él.

Toni, era un poco más alto que ella, aunque pasaba escasamente de 1,52.

Era un gracioso comercial andaluz, que se ganaba bastante bien la vida, vendiendo aspiradoras casi tan grandes como él, gracias a su salero y gracia naturales.

La felicidad momentánea del matrimonio, no llegó a realizarse completamente, debido a las dos grandes frustraciones de Elisa.

Por un lado, estaba imposibilitada para ser madre.

Por otro lado, los años pasaban inexorablemente, y no encontraba una guardería para trabajar.

Por las noches, Toni, la llamaba tiernamente “Cosita”, mientras le hacía el amor y acariciaba todo su cuerpo, especialmente, sus grandes senos que destacaban sobre todas las cosas.

Del mismo modo, llamaba a su pene “cosita”, por su tamaño relativamente pequeño. Bueno, bastante pequeño.

Jugaba con las palabras y decía a Elisa:

-           “Cosita, coge mi cosita”.

La actividad sexual habitual en un matrimonio, Elisa jamás llegó a disfrutarla plenamente, debido entre otras cosas, a esa frustración por haber querido ser madre, y no poder conseguirlo nunca, además de que el tamaño de la cosita de Toni, jamás le había proporcionado ninguna, pero ninguna excitación ni deseo.

Por el contrario, Toni, disfrutaba de su esposa inconmensurablemente. Le encantaba todo en ella. Su olor, el sabor de su piel cuando la lamía. Estaba absolutamente enamorado de ella, y aunque ella no le correspondía de la misma manera, él confiaba en que cambiase. Le hacía de todo para que disfrutase. Masajes, besos, caricias. Lamía su sexo incansablemente, e incluso su ano. Metía su lengua, lamía sus fluidos. Todo excitaba cada vez más a este enamorado marido.

Le había comprado todo tipo de consoladores, para intentar que su vida sexual prosperase algo.

A él no le gustaba mucho al principio, pero incluso llegó a invitar decenas de veces, a un amigo de color para hacer un trío, a fin de intentar que su esposa se animase en la cama, con una polla bastante más grande que la suya. Le había resultado tremendamente excitante ver, por primera vez, como aquel enorme trozo de carne dura y oscura, había entrado en aquellos orificios, aparentemente tan pequeños, de aquel cuerpo tan desproporcionado, al lado de aquel gigante de color, que alcanzaba casi los dos metros. El primer día que vio salir, aquellos enormes chorros de semen nevado, de aquella mole de piedra negra, y caían inexorablemente, en el cuerpo menudo de su cosita, Toni, se excitó tanto que tuvo una eyaculación involuntaria, dentro de sus pantalones.

Siempre recordaría, Toni, aquella imagen, y con ello se contentaba. Aquellos ríos del viscoso y caliente néctar, caían por todos los lados de aquel cuerpecito. Cuando Tom, el negro, se fue, lamió y lamió todos aquellos ríos de semen, para disfrute de su mente morbosa. Aquel memorable día, podría haberse lamido y tragado, millones de litros. Tal era el momento de excitación.

Eran unas experiencias maravillosas para Toni. Elisa, jamás puso objeciones a los deseos de su marido, queriendo de algún modo paliar su falta de amor y deseo. Disfrutaba a su manera. Llegaba a tener orgasmos físicos, aunque jamás mentales. El morbo solo había caído del lado de Toni, en el reparto natural de aquella pareja tan especial.

Tanto amaba Toni a Elisa, su “Cosita”, que años después, con el paso del tiempo, gastó todos los ahorros de su vida, en abrir una guardería para hacer completamente feliz a su mujer.

Fue maravillosa esa época de preparación de detalles, compra de mobiliario, juguetes, cunas…

Aquel tiempo, para Elisa, fue casi de absoluta felicidad.

La guardería se llamaría “El paraíso infantil”, y se encontraba en los bajos de un altísimo edificio de veinte plantas, en pleno centro de la ciudad.

Como si se tratase de un diligente empresario, Toni aconsejó a su mujer, que para evitar un fracaso empresarial, debería contratar a una persona experimentada, que además hiciese de encargada, atendiendo a padres y madres.

Muy a su pesar, Toni, le dijo a Elisa, que ella se centrase en llevar las cuentas de la guardería y poco más.

A regañadientes, Elisa aceptó, aunque comprendía en su interior que, en caso contrario, sería un tremendo fracaso, que ella fuese la imagen de la propietaria de aquella encantadora guardería, dada su escasa altura, como era evidente en esta injusta sociedad materialista y poco empática.

Ella se mantendría prácticamente encerrada en su despacho, y vería a los niños casi desde lejos, o al menos, podría atenderlos cuando sus padres no estuviesen presentes, a fin de evitar el rechazo debido a su escasa estatura.

Además de la encargada, contrataron a dos auxiliares de jardín de infancia, y a una Psicóloga Infantil a tiempo parcial, que obligatoriamente, debería de estar en plantilla para obtener los permisos reglamentarios.

Cuanto Verónica, la psicóloga, se entrevistó con Elisa, automáticamente se cayeron muy bien, y empatizaron desde el primer segundo.

El despacho de Verónica, estaría al lado del de Elisa, comunicados por una puerta interior.

Elisa, vivía su triste vida, pasando cada día, sin ser completamente feliz,  disfrutando un poco, aunque sin plenitud, de aquella guardería que había creado de la nada, con tanta ilusión.

Sabía que nunca llegaría a ser completamente feliz, pero se conformaría. No podía hacer otra cosa.

No disfrutaba totalmente de su matrimonio, a pesar de que Toni, ponía todo el interés posible, pero con el tiempo se acostumbraría. Pensaba, bueno, con Tom, y su enorme polla, tenía alguna sensación agradable de vez en cuando.

Tampoco disfrutaba totalmente de su trabajo, a pesar de que estaba casi rodeada de niños, aunque lo asumía con notable resignación.

Todo cambiaría cuando vio por primera vez a Ignacio.

A Ignacio, todo el mundo le llamaba Nachete, y su madre, en la intimidad de su hogar, “Cosota”, por dos razones, primeramente debido a que su estatura desproporcionada, le daba una apariencia de niño grande, pero también, en segundo lugar, a un desproporcionado tamaño de su “cosita”.

¿Me entienden?

El tamaño físico de Nachete, tenía como contrapartida, una pequeña minusvalía sensorial, que le hacía tener una edad mental muy pequeña.

Nachete, en todo caso, era un niño especial, todo el mundo le quería con locura, sus padres, sus tíos, sus abuelos…

Marisol, la madre de Nachete, al tener a su segundo hijo, Jonás, tuvo que buscar trabajo para ayudar a la economía familiar.

Lo encontró y necesitó una guardería para sus dos hijos.

Prácticamente, se recorrió todas las guarderías de la ciudad, y siempre con el mismo resultado; Jonás sí, pero Nachete, no se adaptaría bien a los demás niños.

En la capital, sí había centros especiales, pero en aquella localidad, de mediana importancia, no los había.

Marisol, siempre recibía, similar o idéntica respuesta.

Siempre con pegas para quedarse con “Nachete”.

El tiempo pasaba y Marisol se impacientaba.

Cuando Marisol iba a tirar la toalla, encontró “El paraíso infantil”, y se quedó entusiasmada con las instalaciones.

No dijo nada a priori de Nachete, aunque presentía como siempre, lo peor.

Marisol, intuyó que esta vez sería diferente, y no prejuzgó a aquella amable encargada que la había atendido.

Al día siguiente, llevó a sus hijos, Jonás y Nachete, al primer día en la guardería, a lo que se denomina, habitualmente en el sector, el “día de prueba”, a ver qué tal se adaptan los niños al centro.

La cara de la encargada, al ver a Nachete, hablaba por ella.

Cuando le empezó a poner las habituales pegas sobre Nachete, un poco malhumorada, Marisol preguntó por las hojas de reclamaciones y ante eso, la encargada invitó a que Marisol hablase con la gerente en su despacho, para resolver la controversia, y de paso, quitarse “el muerto”, o dicho de otro modo, limpiarse las manos…

La sorpresa inicial, al deducir la pequeña estatura de Elisa, sentada en su sillón, se transformó en una agradable sensación de fraternidad y amabilidad, al ver el brillo de los ojos de Elisa, hablando de los niños.

Los niños entrarían en la guardería, aseguró Elisa.

La realidad se impuso en breves días.

Nachete, con ese cuerpo desproporcionado, no encajaba con el resto de los niños, además de los comentarios soeces de las auxiliares, cuando descubrieron el tamaño espectacular de la cosita de Nachete, al cambiarle los pañales.

Al final, Elisa, dispuso, en beneficio de la guardería. que Nachete, pasase todo el día con ella, en el despacho al que adaptó un rincón para el niño.

Elisa y Nachete, tenían prácticamente, la misma altura, y más de treinta y cinco años de diferencia.

A pesar de todo, Elisa, empezó a hacer el trabajo que siempre deseó, cuidar niños, aunque en este caso, solo cuidar de un niño muy grande.

Verónica, la psicóloga, además de recriminar a las auxiliares su forma de actuar, y sugerirles, amablemente, que no volviesen a comentar nada al respeto, puso objeciones a la presencia permanente de Nachete, en el despacho de Elisa, durante todo el día, sin que se relacionase con otros niños de su edad.

Como experta psicóloga y socióloga, empezaría a estudiar detenidamente el caso de Nachete, para evitar repercusiones negativas en su educación social, al menos.

Verónica, solo venía al centro por las mañanas, y al menos, durante ese periodo, veía que el trato que recibía Nachete, por parte de Elisa, era absolutamente profesional.

Incluso, algunas veces, sonreía cuando los veía a los dos tumbados en la colchoneta, haciendo puzles infantiles y manualidades diversas, para un niño de dos años de edad mental.

La primera vez que Nachete, quiso tocar los senos de Elisa, realmente no le importó, era un niño grande, pero con mentalidad de un niño de apenas unos pocos años.

Cuando, al final, en una siesta para dormirlo, tuvo que meterle el seno en la boca, pues Nachete, solo insistía en “dame teta”, “dame teta”, supo en su mente que no estaba haciendo lo adecuado, pero accedió a la infantil pretensión del niño.

Los siguientes meses transformaron a Elisa.

El descubrimiento de la cosita de Nachete, y lo que parecía una tremenda erección, cuando le daba ficticiamente de mamar todas las siestas, hicieron redescubrir en Elisa unas sensaciones totalmente nuevas y diferentes para ella.

Unas sensaciones, que llegarían a hacer adictivas una serie de prácticas orales y no orales, que Elisa, realizaba todas las siestas con Nachete.

Sabía que no debía de hacerlo, pero deseaba que llegase el día siguiente para volver a hacerlo.

Sí, queridos lectores, Elisa, estaba enferma y necesitaba ayuda.

Los fines de semana, eran interminables pensando en la llegada del lunes. Ni los tríos con Tom, la llenaban ya.

Cuando aquel martes, y excepcionalmente, por la tarde, Verónica, entró en el despacho, a recoger un expediente que había de preparar, para entregar en la Concejalía de Asuntos Sociales del Ayuntamiento, y escuchó aquellos extraños gemidos, supo de inmediato lo que estaba ocurriendo.

Intentó entrar en el despacho de Elisa, que estaba cerrado con llave interior, la llamó inútilmente, y le advirtió que llamaría de inmediato a la policía, que intuía lo que estaba haciendo, y eso no podía consentirlo.

-           Elisa,  por favor, abre de inmediato.

-           Elisa,  por favor, abre, la puerta.

Después de llamar a la policía, Verónica, salió de su despacho y entró en el despacho de Elisa, miró y comprobó que Nachete, estaba bien, salvo que estaba desnudo en la colchoneta de dormir la siesta.

Al menos, se tranquilizó.

Avisó a una de las auxiliares, para que cuidara de Nachete, y se dirigió a través del pasillo interior del edificio, hacia los ascensores.

Sabía que Elisa, subiría a la azotea, lo intuía. Lo sabía con absoluta certeza, y quería evitar a toda costa una desgracia…

Desde la terraza del edificio de veinte plantas, Elisa, tuvo que hacer un pequeño sobreesfuerzo, por subirse a la balaustrada superior.

Allí arriba, solo notaba el suave viento, que acariciaba su cara.

Observó la llegada del coche de policía, cerró los ojos…, se abalanzó hacia el vacío…

Realmente, Verónica, tuvo que hacer un esfuerzo enorme, para detener la caída de Elisa, gracias a que su fuerza en los brazos era enorme, a pesar de  ser una mujer muy femenina.

Verónica, tiene una gran constitución ósea, fruto de la herencia familiar de su padre.

Conseguiría Verónica, a duras penas, incluso haciéndose una terrible contractura y varias microrroturas musculares, evitar la caída al vacío de Elisa.

Lamentablemente, Elisa, tuvo una fractura craneal que la llevó directamente a un coma permanente, al recibir un tremendo impacto contra la pared, al ser sujetada por Verónica.

Todo fue una auténtica desgracia.

Varias semanas después, cuando Verónica, fue a visitar a Elisa, a la clínica privada, que el seguro de responsabilidad profesional le había proporcionado, una vez que había pasado su estado de gravedad, la emoción tan enorme que sintió, al recordar todo lo acontecido aquel fatídico día, no le permitió observar adecuadamente, con la intuición que ella acostumbraba a tener, como la mirada extraña de aquel auxiliar sanitario, dejaba entrever las tremendas vejaciones que realizaba.

Un frío y calculador enfermo mental, que todas las noches, con ojos inyectados de llamas lujuriosas de fuego, abusaba permanentemente de Elisa, sin que nadie se diese cuenta.

FIN.

Espero que lo hayan disfrutado.

Escríbanme. Contestaré a todos los que deseen contarme cualquier cosa, a través de mi correo electrónico. Me encanta compartir de todo, con todo tipo de personas, incluso detalles sobre vida en general, gustos y aficiones, sin que sea que ser necesariamente sobre sexo.

Les cuento que uno de mis próximos proyectos, hay varios más,  sin más pretensiones que el de hacer disfrutar a los lectores, es un libro que tengo en marcha de título provisional: “Historias reales de cornudos complacientes”. Quiero contarles diez historias reales noveladas con escenas de sexo morboso. Llevo actualmente redactadas en borrador,  ocho historias y aún puedo integrar dos historias más si alguno de ustedes, quiere que su experiencia como cornudo o cornuda quedé para la posteridad..., cambiando obviamente nombres y ciudades.

Hasta muy pronto.

PEPOTECR.