Cosas que pasan en los dormitorios de Hogwarts

Dos de los mejores amigos, compañeros de clase y de dormitorio descubren sus sentimientos mutuos mientras se forman como magos en el colegio más famoso de Europa.

Matthew azotó la puerta con tal fuerza que me despertó. Lo había estado esperando, solo, pues Frank, nuestro otro compañero de dormitorio había partido para el Instituto Durmstrang de Bulgaria por una semana junto con otros estudiantes para unas jornadas de cooperación mágica, pero después de hacerlo por casi una hora el sutil pero monótono sonido de la arena del reloj cayendo terminó venciendo la resistencia de mis párpados. Cuando terminamos de cenar, se le acercó Hannah, sin saludarme y con una expresión muy seria diciéndole que lo esperaba en la Lechucería para hablar. Matthew quiso negarse argumentando que el día había sido muy pesado y que en verdad estaba exhausto, pero era inútil decirle que no a alguien como Hannah. Sin siquiera darme las buenas noches, ambos se fueron y yo subí a mi cuarto, a esperar a mi amigo hasta que Hipnos me doblegara, como terminó sucediendo.

Fue pasada la media noche que finalmente entró a la habitación, y por la rabia con que había cerrado la puerta y la expresión de enojo desfigurándole su cara supe que no le había ido nada bien. Hannah últimamente era muy dura con él, su relación estaba mal y ella no paraba de culparlo, a mi me molestaba pues a veces pensaba que quería dejarlo muy lastimado antes de cortar con la relación. Antes ella era muy amiga mía y de otros estudiantes de Ravenclaw, pero después de los problemas que atravesaban, yo ya no esperaba recibir de su parte un saludo, una palabra amable, una muestra de afecto que no se sintiera forzada. Nunca sucedió. Jamás escuché de su boca otro halago, aún cuando yo había sido uno de los mejores amigos y compañero de clase… ¡Ni pensarlo! Siempre se portó fría y seca, especialmente conmigo. Sólo sus nuevos y queridos amigos de Slytherin eran los que de vez en cuando le arrancaban una sonrisa con sus comentarios sarcásticos hacia los demás, pero ahora que sólo los Ravenclaws y los Hufflepuff veiamos las clases compartidas, entonces sí que se volvió de piedra, haciendo que la vida fuera un tormento para mi mejor amigo, pues la quería mucho.

Matthew volvió muy alterado de haber hablado con Hannah. Se sentó al borde de su cama, se llevó las manos al rostro y comenzó a llorar. No era la primera vez que ella lo convocaba a esas conversaciones tan intensas y él regresaba en mal estado, a mi parecer lo trataba con especial saña y hasta he llegado a pensar que lo amenazaba con suicidarse y cosas así, pero sí era la primera vez en que lo veía llorando después de ello. Esto me preocupó mucho y de inmediato me senté a su lado.

– ¿Qué te pasa? – le pregunté – ¿Qué te dijo Hannah?

– Nada – respondió empujándome ligeramente el brazo

– ¿Nada? Entonces, ¿por qué lloras? – insistí con las interrogantes y ahora con caricias –. ¿Te volvió a hacer sentir mal, verdad? Anda, dime ya qué te hizo. ¡¿Acaso terminaron?!

– No, no terminamos – aseguró volviéndome a quitar la mano de su nuca

– ¿Entonces?

– ¡Entonces nada! – me gritó –. ¡Ya déjate de preguntas! – exigió –. ¡Ya déjame en paz, imbécil! – me ordenó y me empujó de su cama

Matthew nunca se había portado así conmigo. A pesar de que precisamente por sus problemas con Hannah, se había tornado un tanto gris y amargo, jamás me había gritado y mucho menos insultado o empujado. Yo lo tenía en un pedestal pues siempre era muy tierno y amable conmigo, cuando no entendía algo en Adivinación era a él al que le pedía ayuda y también era cómplice de mis travesuras y aventuras, y las huídas hacia Hogsmeade, con Potter y los Gryffindors. El que reaccionara de aquella manera tan violenta cuando yo sólo trataba de calmarlo, me dolió y mucho, lo miré con otros ojos, decepcionado. Al menos un momento. Él lo notó. ¡Y también le lastimó!, pero la rabia que en ese instante lo invadía y su orgullo no le permitió ofrecerme una disculpa. Se limitó a darme la espalda y a esconderse debajo de las sábanas. Yo también hice lo mismo, sin embargo no me pude dormir.

Matthew y yo éramos más que simples compañeros, eramos los mejores amigos, como hermanos, desde aquel primer día en que compartimos nuestra habitación de la Torre Ravenclaw en el primer año en Hogwarts. Y no me refiero a esos hermanos que sólo lo son de sangre sino a esos que en verdad así lo sienten, que así lo eligen. Y después de una vida tan solitaria como había sido la mía, él fue la luz que me iluminó, que me daba esperanzas para seguir adelante. A partir de ese momento fuimos muy unidos, tanto, que -muy a mi pesar- me fui enamorando de él.

Sí, de quererlo como a un hermano pasé a desearlo como hombre a pesar de tener ambos solamente dieciseís años, ser él mi amigo y ambos varones. En ese entonces no sabía que a ese cosquilleo en el estómago cuando lo ves venir, a ese poder mirarlo por horas y horas sin percibir que transcurre el tiempo o a ese necesitar tocarlo aunque sea con la punta de los dedos se le llama amor. En ese entonces no lo sabía, pero sí que lo sentía. Sabía que cada vez su amor me pegaba con más fuerza. No supe cómo, cuándo, ni por qué llegué hasta ese punto en el que sólo en él pensaba. En mi mente lo único que estaba claro era que nadie en el mundo me importaba más que él, y fue por eso que no soporté verlo llorando y que haciendo caso omiso de aquellas palabras que con seguridad significaron lo contrario me atreví a acostarme a su lado para ahora sí tranquilizarlo.

Tratando de hacer el menor ruido posible, abandoné mi cama y luego de atravesar el cuarto me subí a la suya y por la espalda lo abracé. Pegué mi cuerpo al suyo e insistí en saber qué le ocurría, en por qué estaba tan alterado.

– ¿Por qué sigues llorando, Matt? – inquirí palmeteándole el pecho como solía hacerlo cuando a veces nos dormíamos juntos en la siesta–. ¿Ya me vas a decir lo que te pasa? ¿Ya me vas a contar por qué estás así, qué te hizo Hannah?

– Hannigan, suéltame – se limitó a pedir, llamándome por mi apellido, como lo hacía cuando estaba molesto conmigo

– Pero… ¿Por qué no quieres que esté contigo? – le pregunté desconociendo lo que representaba para él aquella cercanía –. Yo sólo quiero saber qué es lo que tienes para así poder ayudarte. ¿Por qué no me lo dices, eh? ¿Por qué no me lo cuentas? ¿Ya no confías en mí?

– Patrick, suéltame – repitió –. ¡Por favor! – levantando la voz

– ¡Ya no seas así, Matt! – le reclamé ignorando sus ruegos y, en el delirio de sentir el calor de su cuerpo, sumándole a su malestar un par de ronroneos en el cuello –. ¿Yo qué te he hecho ah? Dime, ¿qué tienes? – continué en mi afán de interrogarlo –. ¿Por qué

– ¡Que me sueltes, maldita sea! – protestó poniéndome de espaldas contra el colchón y él encima mío en un solo movimiento –. ¡Que me sueltes, maldito Hannigan! – gruñó haciéndome sangrar la nariz de un puñetazo.

Definitivamente yo era parte de su problema, me llamaba Hannigan cuando se molestaba conmigo como forma de lastimarme al no llamarme por mi nombre. En aquel momento no entendí por qué me tenía tanta rabia, que tenía que ver yó con sus problemas con su novia. Hoy sí lo sé, pero entonces ni eso ni nada comprendía. Yo sólo sentía el dolor, y no el del golpe sino el de que hubiera sido él el agresor. De inmediato comencé a llorar, y mis lágrimas me ganaron varias trompadas más. Mi mejor amigo, mi hermano parecía ser otro. En sus ojos vislumbré un coraje inmenso que por unos segundos me aterró, incluso me aliviaba que no tuviera su varita cerca pues podía haberme lastimado seriamente, sus ojos me decían eso. Una profunda rabia que me hacía desconocerlo y que a la vez, a pesar de todo, me daba ganas de abrazarlo. De cuidarlo y confortarlo, pues sabía que esa rabia le dolía tanto o más que a mi.

– ¿Por qué me pegas, Matt? – lo cuestioné entre sollozos, no reclamándole sino pidiéndole que me dijera de una vez por todas qué tenía, por qué estaba tan mal –. ¿Yo sólo quiero saber lo que te ocurre, yo nada más quiero ayudarte?

– ¡Y dale con lo mismo! "Yo sólo quiero saber lo que te ocurre", "yo nada más quiero ayudarte" – me imitó en tono de burla –. ¡Pendejo! – me propinó otro golpe más –. ¿En verdad quieres saber lo que me pasa? – inquirió al tiempo que sus ojos volvían a humedecerse –. ¿En verdad quieres saber lo que me tiene así? ¿En verdad lo quieres? ¿Eh?

– ¡Sí, nada me importa más que eso coño! – le grité

– Imbécil – susurró volteándome boca abajo –. Si de verdad quieres saber lo que me ocurre – me sopló al oído luego de subirse encima mío –, si de verdad quieres saber lo que me tiene así – apuntó restregando su sorpresivamente abultada entrepierna contra mis nalgas –, entonces te lo haré sentir – amenazó rompiéndome de un tirón los boxers que llevaba.

– No, Matthew, por favor – fue lo único que atiné a decirle antes de que él también se desabrochara los pantalones que llevaba y, olvidándose de todo, del cariño y de las experiencias que compartimos, de nuestro pedazo de vida juntos, sin piedad alguna y como si fuera yo el causante de aquel tremendo odio que por dentro tanto le quemaba, me enterrara su rencor de un solo intento.

No fue el acto en sí lo que me destrozó. Aún cuando Matt ya se cargaba una verga considerable, no fue el sentirla desgarrándome lo que me lastimó sino el que hubiera sucedido así: a la fuerza. Si aquella primera embestida hubiera venido después de horas de besos y caricias, después de yo así desearlo, de así necesitarlo, y pedírselo… las cosas habrían sido diferentes. Quise pensar que al escuchar mis sollozos, al ver mis intentos por zafarme él se detendría y me dejaría irme, , ¡pero no! A esa la primera puñalada, le siguieron otra, otra y muchas más, no le podía ver la cara pero sentía su saña al tomarme del cabello y hundirme la cara en la almohada, al separar mis piernas con las suyas y esforzarse por llegar mas adentro aunque ya no había mas sitio adonde llegar, en la fuerza de sus embestidas, en la forma lasciva en que me tocaba las nalgas, las piernas, cómo me mordía el cuello y la espalda hasta hacer gritar de dolor.

– ¡Toma, mal nacido! – escupió metiéndomela hasta el fondo sin yo entender por qué la saña –. ¡Toma, maldito Hannigan, sufre por aparecerte en mi vida para ponerme todo de cabeza, para confundirme y no dejarme siquiera saber quién soy y que es lo que quiero! – chilló y yo todo comprendí - ¿Querías sentirme ¿no?, ahora mira lo que soy y vamos a ver si me sigues amando - Ya no quedaban dudas.

Lo que esa frase contenía y explicaba reavivó en mí el sentimiento que segundos antes él mismo pisoteara al llenarme con su enhiesto miembro el culo, al hacerme perder mi completa castidad de una forma tan desconsiderada y brutal, aún así no paró hasta vaciar su blanca, caliente y espesa ira en mi interior. Hasta que una vez satisfecho de mi cuerpo, de haberme humillado y lastimado, una vez habiéndose mezclado lo abundante de su semen con lo rojo de mi sangre se bajó de mi espalda y regresó a llorar, ahora en posición fetal, ya no de pena o de coraje sino de remordimiento, del que le producía haberse vengado con el menos indicado, o mejor dicho con el más, de haberme castigado a mi, por ser aquel de quien él se había enamorado, aquel por el cual su relación con Hannah estaba como estaba.

Yo no podía culparlo por lo que había hecho, muchas veces yo también había deseado lastimarlo, destruirlo por hacerme sentir esto por él, y por poner tantas cosas en juego en mi vida, en mis planes, en mi concepción de mí mismo, sin embargo fueron tantas cosas las que pasaron, el hecho de haber tenido mi primer contacto sexual con alguien, además de ser con mi mejor amigo, con el que tantas veces fantaseé, además que me hubiera violado causándome tanto dolor, y sobre todo la confirmación de que no estaba enamorado solo, la disipación de esas nieblas de la duda que me atormentaban por las noches, me dejaron como en un estado de shock, sin decir nada me levanté, me sentía mareado y adolorido, fui al baño, dejando en el retrete todo lo de él que quedó dentro de mi, mezclado con una sustancia sanguinolenta que me recordaba el dolor de mi ano recién profanado, me lavé la cara me vi un rato en el espejo y al salir me acosté en mi cama, me arropé hasta el cuello de espaldas a él, no quería pensar mas nada.

No dormí y sé que él tampoco lo hizo, pero no dijimos nada hasta el día siguiente, cuando era hora de ir a clases, yo me levanté primero me bañé, me vestí bajé al Gran Comedor, él llegó como quince minutos después, se sentó en el lado opuesto de la mesa, casi frente a mi, sé que me estaba mirando pero nunca enfoque los ojos hacia él, no sabía como mirarlo, me dolía infinitamente esta situación, todos nuestros amigos lo notaron y comenzaron a hacer preguntas, gracias a dios fue en el almuerzo cuando su lechuza me trajo una nota suya, decía que se había percatado del terrible error que había cometido y que me rogaba que lo perdonara, y al final, casi en un post-data, me confesó su amor. No me dijo textualmente que me amaba, pero me describió todo lo que exactamente yo sentía por él y eso me bastó. Él estaba dos puestos mas allá de mi, volteé, nos miramos a los ojos por un rato, esbocé una sonrisa, él hizo lo mismo y seguimos comiendo, él sabía que lo había perdonado.

Ese día no nos vimos más pues ambos teníamos actividades diferentes, él entrenaba Quiddith y yo practicaba en el Orfeón, yo llegué primero a la Torre, subí directamente a la habitación, aún cuando todo estaba arreglado y claro dentro de lo que cabe, aún no habíamos estado juntos después de eso, no me quité la ropa, sólo la toga, me desabroché los botones de la camisa y me aflojé la corbata, encendí una rama de sándalo y me recosté de la cama, él llegó diez minutos después, me saludó y se sentó a mi lado en mi cama, recosté mi cabeza en su hombro y comenzó a acariciarme los cabellos, me contó sobre todos sus problemas con Hannah, sobre los celos que ella me tenía y sobre como lo presionaba diciéndole que si no se apartaba de mi era un homosexual, le decía que yo sólo quería aprovecharme de él y cosas así, me dijo que antes de subir habló con ella y terminaron, ella le dijo un montón de cosas que ya a él no le importaban, pues él había descubierto quién era, a quién amaba sin contemplaciones, y nada ni nadie podría interferir en eso. Esa noche lo hicimos de nuevo, ya sin violencia y sin golpes, sólo dedicados al placer, esta vez yo lo penetré y practicamos un montón de cosas, al terminar nos quedamos desnudos, dormidos y abrazados bajo las sábanas, ambos fundidos en un momento que deseábamos no terminara jamás, siendo ahora amantes, pero sobre todo, los mejores amigos del mundo.