Cosas que pasan 3

La señal de la mano de Mario aún están en mi mejilla, espero que mi madre lo deje cuando se entere...

Cosas que pasan 3

Dicho esto último, se dio media vuelta y salió sigilosamente de mi cuarto. Yo no me moví del sitio y escuché la puerta del dormitorio de mi madre abrirse y cerrarse. Me eché las manos a la cara y comencé a llorar desconsoladamente. Estuve un buen rato desahogándome en silencio, hasta que finalmente me incorporé. Me limpié la boca y la barbilla con la mano y me dirigí hasta el cuarto de baño. Encendí la luz y pude verme reflejado en el espejo.

Tenía el rostro marcado por el lado izquierdo, pudiéndose apreciar cada uno de los dedos de Mario y mi oreja estaba roja como un tomate. El blanco de mis ojos estaba sustituido por un color rojizo y los tenía algo hinchados de haber llorado. Me fijé en que tenía la camiseta mojada a la altura del cuello, por lo que me la quité y la eché al bombo de la ropa sucia. Me lavé la cara y cogí mi cepillo para lavarme los dientes y enjuagarme la boca con líquido bucal. Me senté en la tapa del wáter, pensando en lo que acababa de pasar.

Me sentía lleno de ira, de rabia, sucio, débil, pequeño e insignificante. No pude evitar que las lágrimas volvieran a caer por mi rostro mientras sollozaba sin parar. Estuve unos minutos allí, hasta que cogí el papel higiénico y me soné la nariz. Tiré los papeles a la papelera que había al lado del lavabo y me llevé el rollo de papel hasta mi habitación. Allí, con la ayuda del flash del móvil, limpié todos los desperdicios que había en el suelo y regresé al baño para tirar los papeles y dejar el rollo de papel.

Me tiré en la cama de nuevo y apoyé la cabeza sobre la almohada. No sé si sería por la terrible experiencia que acababa de vivir, porque tendría sueño, porque me había hartado de llorar, porque tenía miedo… No sé por qué, pero en cuanto mi cabeza rozó la almohada, caí dormido de inmediato. Esa noche tuve el sueño agitado, lleno de imágenes borrosas pero desagradables, de susurros en mi oído que me ponían la piel de gallina.

Cuando abrí los ojos de nuevo, el sol, que estaba ya muy alto, me cegó momentáneamente antes de llevarme la mano hasta los ojos. El sonido del piar de los pájaros entrando por la ventana era el único que llegaba a mis oídos, ya que la casa estaba totalmente en silencio. Me giré sobre mí mismo y cogí mi móvil. Los números del fondo de pantalla del teléfono indicaban que eran cas la una del mediodía, por lo que se me habían pegado bastante las sábanas. Un mensaje de WhatsApp de mi madre me llamó la atención:

“Cariño, Mario me he ido con Mario a pasar el día en un spa. Tienes macarrones en el frigo. Besos.”

Vaya, ahora resulta que Mario volvía a ser un romántico. Pensando sobre esa ironía, me fui hacia el cuarto de baño para beber algo de agua y hacer pis. Acerqué mi boca hacia el grifo y bebí un par de tragos de agua, sintiendo cómo el agua se resbalaba desde la comisura de mis labios hasta mi mejilla. Levanté la cabeza y me encontré mirándome fijamente a los ojos. Estaban algo enrojecidos y ‘achinados’ por acabarme de levantar. Había algo diferente en mi habitual rostro, y era la marca de la mano desdibujada de Mario, dibujada por pequeñas motas violáceas.

Me pasé la mano por la zona y me dolió un poco. Ahora encontraba el sentido del impulso romántico que le había dado a mi padrastro. Me supuse que sería para que mi madre no me viera así, aunque poco cambiaría la cosa en un solo día, pensé. Mi cara seguiría así cuando ella llegase por la noche y la verdad saldría a la luz. Con frecuencia imaginaba con ansia el día en el que mi madre echase de nuestras vidas a aquel monstruo, y cuando se enterase de todo, no le quedaría más remedio que hacerlo. Darse cuenta de qué tipo de persona era el hombre del que estaba enamorada y separarlo de nosotros.

Aquello me animó bastante, por lo que decidí ducharme mientras ponía algunas canciones alegres. Intenté alejar durante todo el día las imágenes de la noche anterior, distrayéndome con la consola y alguna película. Gracias a Dios, Netflix tiene una amplia variedad de formas para que las horas pasasen rápidamente, por lo que la noche no tardó en caer.

Estaba terminando un capítulo de Sex Education tirado en el sofá, cuando una llamada llegó a mi teléfono. “Aa Mamá” apareció en el centro de la pantalla de este. Deslicé el dedo sobre la pantalla y me pequé el móvil a la oreja.

-       Dime, mamá. – dije yo, con tono alegre.

-       Hola, - esa voz definitivamente no era la de mi madre. – soy Mario.

Me levanté del sofá de un brinco, poniéndome muy nervioso mientras contestaba:

-       ¿Qué quieres? – la voz casi no salía de mi boca.

-       Saber cómo estás. – me dijo con voz amable.

-       B-bien. – aquello era cada vez más extraño.

-       ¿Cómo tienes la cara? – preguntó usando el mismo tono de voz agradable, con una leve nota de nerviosismo.

No me engañaba. Quería asegurarse de que era seguro volver a casa, que no quedaba rastro de su agresión. Era un lobo disfrazado de cordero, intentado engatusarme para que todo le fuese bien. Aquello me llenó de rabia y todo el miedo desapareció. Estaba acorralado contra las cuerdas por dejarse llevar por sus instintos más primarios y ahora iba a cobrar cuentas por ello.

-       Pues, la verdad es que se puede apreciar cada uno de tus dedos en ella. – le dije sarcásticamente.

No contestó, por lo que seguí diciendo:

-       No creo que a mi madre le vaya a hacer mucha gracia. – hice una pausa, ya que seguía sin contestar. – Estás jodido.

Pasaron un par de segundos en los que me regodeé de la situación. Ahora el que tenía miedo era él y su mundo iba a derrumbarse por lo que había hecho. Pero fueron eso, dos segundos. Hasta que volvió a hablar:

-       Escúchame, niñato. – había abandonado la farsa y su voz volvía a ser fría y autoritaria. – Tu madre no se va a enterar de nada, porque cuando lleguemos a casa y te pregunte que qué te ha pasado en la cara, tú le vas a responder que te has peleado en la calle.

-       Ni lo sueñes. – le contesté, aunque el tono de mi voz decía todo lo contrario.

-       Y tanto. – se medio rio. – Porque si no, le diré a tu madre que anoche te acercaste al sofá, mientras yo estaba durmiendo, y te tiraste sobre mi bragueta. Que te abofeteé para separarte de mí y que no le conté nada para protegerte y que no se enterase que su hijo es un marica.

Ahora el que guardó silencio fui yo. Mi madre no se creería eso. ¿O sí? Mario tenía muchos defectos, pero tenía totalmente embaucada a mi madre con su labia. El cabrón podría ser actor de Hollywood y ganar un Oscar.

-       No te creerá. Sabe de sobra cómo eres en realidad. – le dije, temblando.

-       Ah, ¿sí? ¿Quieres que apostemos? – dijo, con voz prepotente. – Después del día de hoy, te puedo asegurar que tu palabra vale mucho menos que la mía.

-       No te creerá. – repetí, esta vez intentando ocultar que estaba comenzando a llorar de impotencia.

-       Sí que lo hará. Y, además, puedo añadir que ayer te vi salir del coche de un desconocido, inventarme que te dio un pico, que un día te pillé morreándote con el amiguito tuyo ese… David, eso es, con David.

Era su palabra contra la mía, pero sabía perfectamente que mi madre creería todas esas mentiras antes que a mí si Mario interpretaba bien su papel de víctima. Encima de que me violado la boca, el muy hijo de puta se iba a defender diciendo que no le había dicho nada a mi madre para protegerme.

-       Eres un cabrón. – dije, mientras las lágrimas salían de mis ojos a borbotones.

-       Puedo empezar a contarle cosas a tu madre ahora mismo o puedes decir que te has peleado en la calle, tú decides. – dijo, con voz amable. – Si decides bien, puedo hasta intervenir para que no te castigue, ya sabes lo poco que le gusta la violencia a tu madre…

Aquello era increíble, sonaba como si me estuviese haciendo un favor, hablándome de aquella manera que sonaba hasta comprensible. La sensación de no poder hacer nada para impedir que se saliese con la suya me carcomía por dentro.

-       Venga, ¿hay trato? – me preguntó.

-       Vale. – dije justo antes de colgar.

Lancé el móvil contra el suelo, lleno de rabia. Me tiré contra el sofá y me llevé un cojín a la cara. Grité con todas mis fuerzas mientras lloraba de impotencia. Aquello era totalmente injusto. Pasaron unos minutos hasta que me tranquilicé y pude recomponerme. Me senté en el sofá y me sequé las lágrimas. Paseé mi mirada hasta encontrar mi móvil, tirado en el suelo. Me levanté y lo recogí, rezando por no haberlo roto. El cristal de la pantalla estaba totalmente estallado y no conseguía encenderlo. Me mordí la lengua de culpa por dejarme llevar de aquella manera, ya que el móvil no tenía culpa de nada.

Apagué el televisor y me fui hacia mi cuarto. Me senté en mi cama y me puse a pensar en qué iba a contarle a mi madre. Habría pasado como una hora, cuando escuché abrirse la cerradura de la casa.

-       Hola, ya hemos llegado. – dijo mi madre alegremente.

-       ¡Hola! – contesté desde mi cuarto algo nervioso.

Oí los pasos de mi madre acercarse a mi habitación. Yo estaba sentado en la silla, haciendo como el que leía algo en el libro que tenía abierto en el escritorio. Mi madre me puso una mano en el hombro y me dio un pequeño apretón.

-       ¿Qué pasa, no me vas a dar un beso? – giró la silla y su rostro cambió por completo. - ¿Qué te ha pasado?

Llevó una mano a mi mejilla dolorida, arrancándome una mueca de dolor. Tenía el semblante entre preocupado y extrañado.

-       Pues… - vi a Mario mirándome fijamente desde la puerta de mi dormitorio. – He tenido una pelea con un chaval jugando al fútbol en la plaza. – mentí finalmente.

Su rostro se enfureció al momento, ya que estaba harta de decirme que no bajase a jugar a la plaza con los que se juntaban allí, que tenían muy malas pintas, que eran muy violentos…

-       Hasta que no te han pegado no te has quedado a gusto, ¿no? – me recriminó. – Te lo he dicho mil veces pero no me haces caso. – su mirada lucía decepcionada mientras que su cara cambiaba el gesto a indiferencia. – Esta semana te quedas en casa sin salir, a ver si así te enteras de una vez. – sentenció.

-       Pero mamá… - comencé a decir.

-       Bueno, Julia, son cosas de la edad. – intervino Mario, acercándose a mi madre. – No creo que sea para tanto. Bastante tiene ya con que le hayan dado ese tortazo.

Mi madre pensó en aquellas últimas palabras, pero no cambió de opinión.

-       No, es que si no, no escarmienta.

Se dio la vuelta y salió de la habitación sin decir más nada, dejándonos a Mario y a mí a solas.

-       Bien hecho. – dijo Mario, sonriéndome mientras me daba una palmadita en el hombro.

Si las miradas matasen, ese hombre estaría muerto en esos instantes, ya que mis ojos desprendían el odio más infinito posible. Se giró sobre sí mismo y siguió los pasos de mi madre.

No me quedaba otra que aguantar la situación, por lo que cerré la puerta, apagué la luz y me tiré en la cama para intentar dormirme mientras de mis ojos salían lágrimas de resignación.

Aquella semana transcurrió con normalidad salvo por el hecho de que tuve que cumplir el castigo a rajatabla y no pude salir de casa. Además, mi madre me quitó la consola por haber roto el teléfono y me hizo hacerme cargo de los gastos para repararlo, cogiendo el dinero de lo poco que tenía ahorrado. Prácticamente no salí de mi habitación, ya que estaba indignado por toda la situación.

Estaba aislado, ya que no tenía teléfono (se estaba reparando en la tienda de informática de abajo) y mi medio habitual para hablar con mis amigos era en la calle o por la consola. En aquella larga semana pude terminar de leer algún libro y comenzar otro para amenizar el paso de los días. Afortunadamente, Mario no osó a irrumpir en mi cuarto de madrugada de nuevo, cosa que temía que pudiera pasar.

El lunes siguiente llegó, despertándome el sonido del timbre. El reiterado sonar de este me dio a entender que estaba solo, por lo que me levanté pesadamente y me puse una camiseta y unos pantalones cortos, ya que estaba durmiendo en calzoncillos por el calor que estaba haciendo últimamente. Me dirigí hacia la puerta y la abrí.

David estaba plantado en frente de mi puerta, atándose los cordones de los zapatos. Levantó la vista y, cuando me vio, una sonrisa se le dibujó en el rostro. Le devolví la sonrisa un segundo antes de que diera un paso y me diera un abrazo. Su fragancia inundó mis sentidos y su calor me reconfortó bastante.

-       Tío, ¿dónde estabas metido? – me dijo, separándose de mí y entrando en casa. – Te he llamado mil veces y no respondías a los mensajes ni nada.

-       Pues castigado sin salir, sin Play y mi móvil roto. – resumí mientras cerraba la puerta e íbamos hasta mi cuarto.

-       Joder, ¿y eso? – me preguntó mientras se sentaba en el filo de mi cama. – Creía que no querías saber más de mí por lo que pasó en la ducha.

-       Nada que ver, tonto. Solo que he tenido movida con mi madre. – contesté, tirándome en la silla y poniéndome en frente suyo.

David puso cara de circunstancias y me examinó con la mirada para ver de qué iba el asunto. Iba vestido con unos vaqueros oscuros cortos y una camiseta blanca long size que conjuntaban con sus zapatos.

-       Tío, me lo puedes contar si quieres, lo sabes ¿no? – me dijo con tono de confianza.

David había sido mi confidente desde que lo conozco y siempre había sabido escucharme y guardar mis secretos, al igual que yo hacía con él. La diferencia era que mis problemas venían de una familia desmoronada y con problemas económicos y los suyos de que si Fulanita le había dicho que no quería salir con él y cosas por el estilo, por lo que lo más habitual era que yo me desahogase de todos los problemas que tenía en casa y que él me consolara o me animase. Pero aquello era diferente, me parecía que lo que había pasado con Mario era demasiado. Demasiado para que se enterase y demasiado tener que revivir aquello, por lo que opté con mentir.

-       Sí, sí, lo sé. Lo que pasa es que ha sido una tontería. – comencé a decir. – Le contesté de malas maneras y ya sabes lo susceptible que puede llegar a ser…

David arqueó una ceja y me miró con cara de susceptibilidad. Me conocía demasiado bien y no estaba colando.

-       ¿En serio? – me preguntó.

-       Sí. – no me lo creía ni yo.

-       Sergio, no pasa nada si no quieres contármelo, pero no me mientas, tío.

Agaché la cabeza, avergonzado. No estaba bien mentirle, pero es que era un suplicio contárselo. No sabía cómo iba a reaccionar, si se lo iba a tomar a la tremenda y querer hacer algo contra Mario (yo lo haría) o hablar con mi madre, o contárselo a sus padres…

-       Lo siento, tío, pero es que no puedo… - dije, evitando su mirada.

-       Venga anda, que seguro que lo podemos solucionar o hacer algo. – me dijo mientras me ponía la mano en el hombro.

Me armé de valor y levanté la cabeza para mirarlo a los ojos. Pero para poder contárselo…:

-       Vale, pero prométeme que no vas a decírselo a nadie. Ni a tus padres, ni a tu hermano, ni a mi madre. Y que no vas a hacer nada.

-       Tío, me estás asustando. – me dijo.

-       Prométemelo. – dije seriamente.

-       V-vale, te lo prometo.

Respiré profundamente y comencé a contárselo. Que Mario se coló en mi cuarto, que me inmovilizó, que me hizo hacerle una paja, que me dio un tortazo porque me negué a chupársela y que prácticamente me folló la boca. Él no me interrumpió en ningún momento, sino que se limitaba a morderse las uñas y mirarme con aprensión. Cuando terminé de contárselo, las lágrimas ya recorrían mis mejillas y la voz casi no salía de mi garganta.

-       Y me amenazó con decirle a mi madre que me tiré a su bragueta mientras él dormía y que me pegó para quitarme de encima, que me había pillado liándome contigo, que me dedicaba a pasear en el coche de desconocidos que me daban picos… Y tuve que decir que me había peleado en la calle.

Me llevé las manos a la cara, llorando desconsoladamente. David se levantó de la cama y se acercó a mí, quitándome las manos del rostro y dándome un fuerte abrazo. En aquel mismo instante, una carga enorme se me quitó de encima al poder soltar todo lo que llevaba dentro y me sentí a salvo y seguro entre los brazos de mi amigo. No hicieron falta palabras para que David expresara todo lo que quería decirme, aquel abrazo lo decía todo: no estás solo.

David se separó un poco de mí, me secó las lágrimas con sus dos manos y acto seguido volvió a acercarse a mí, esta vez para plantarme un beso en los labios. Aquello me pilló desprevenido, por lo que no pude reaccionar. Mi cara se quedó perpleja e inmóvil, por lo que David se separó de mí casi al instante y sentándose en la cama de nuevo.

-       Lo siento. – dijo inmediatamente.

-       ¿Qué? No… Es solo que no me lo esperaba. – contesté yo, ruborizándome.

-       ¿Entonces? – me preguntó nervioso.

No dije nada más, me levanté de la silla y me fui hacia él, cerrando los ojos y devolviéndole el beso. Nuestros labios se juntaron apasionadamente, mientras que nuestras lenguas exploraban tímidamente la boca del otro. En aquel momento, todo lo que le había contado a David desapareció de mi mente y me sentí feliz.

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