Cosas que pasan 2
Me hizo gracia que aquel capullo se quedase sin follar, se lo tenía merecido. Lo que no me hizo tanta gracia fue cuando, al cabo de un buen rato, cuando casi ya estaba dormido, la puerta de mi dormitorio se abrió lentamente.
Cosas que pasan 2
David me sacó de mis pensamientos cuando me dijo:
- Bueno, ¿un FIFA?
- Claro. – le respondí mientras comenzaba a secarme.
David y yo nos secamos y nos vestimos, mientras cantábamos las canciones que salían por medio del altavoz y muy alegres. Salimos del baño riendo y nos dirigimos hasta su cuarto, donde finalmente comenzamos a jugar a la PlayStation.
Migue se incorporó poco después de nosotros a empezar y se unió a las pachangas en la consola. Pasamos el resto de la tarde jugando a la consola como si nada hubiese pasado, hablando con total normalidad y como siempre. El sol comenzó a ponerse y la oscuridad era visible a través de la ventana, por lo que, después de perder otra vez contra Miguel, me empecé a despedir.
- Bueno, yo me tengo que ir ya. – dije mientras me levantaba y me desperezaba.
- Te invitaría a dormir, pero mañana vamos a echar el día a la playa, que mi padre tiene ganas de estar un rato con nosotros. – me contestó David.
- No pasa nada, pero gracias de todas formas. – le agradecí, poniéndole una mano en el hombro. Me giré hacia Migue y le dije. – Adiós, champi.
- Adiós, chimpa. – me dijo mientras se reía.
Este puso los ojos en blanco mientras yo le pasaba la mano por la cabeza y lo despeinaba, ya que desde siempre era nuestra broma personal. Champi de champion, aunque a él le daba coraje porque parece que le llamaba “champiñón”. Por eso, al poco tiempo, él empezó a llamarme chimpa, de chimpancé, para seguirme el juego.
Bajé las escaleras y me acerqué hasta el salón, una amplia estancia que estaba rellenada con una gran mesa comedor adornada con flores y cuadros, un gran sofá con cheslón y una mesa bajera con varios pufs para apoyar los pies y un gran televisor de último modelo. Carmen estaba sentada en el sillón leyendo un libro mientras Irene veía una serie en la televisión, tirada en un puf.
- Carmen, me voy ya. – dije.
- Te abro la puerta, cariño. – me contestó, cerrando el libro y levantándose.
Avanzamos hasta la entrada de la casa y allí nos despedimos:
- Muchas gracias por todo. – le dije mientras le sonreía.
- ¡Ni las des! – me dio un abrazo y cuando nos separamos dijo. – Sabes que esta es tu casa, ¿no? Cualquier cosa que necesites, solo tienes que llamar.
- Te lo agradezco mucho. – contesté, agradecido de verdad. – Bueno, me voy antes de que se haga más oscuro.
- Claro, cielo. – sonrió. – Ten mucho cuidado.
Comencé a caminar hasta la puerta de la salida, que, con un ruido metálico, se entreabrió. La terminé de abrir y la crucé. Justo cuando iba a comenzar a andar, un Audi negro de faros blancos tocó el claxon. Pude ver dentro del coche a Juan, el padre de David, que bajó la ventanilla, se asomó y me preguntó:
- ¿Te acerco?
- Vale, muchas gracias. – dije algo nervioso.
Nunca había sabido calar al padre de David. Era un hombre serio, de pelo negro peinado siempre de lado, lo que le daba siempre un toque de seriedad. Su rostro era muy poco expresivo, pero no cabía duda de que era guapo, ya que tanto su nariz, como sus cejas, la forma de sus ojos, sus huesudas mejillas, su nariz, su boca estaban proporcionados. Sus ojos eran oscuros, como su pelo, y estaba impecablemente afeitado. Era alto y estaba en forma, ya que, como me dijo David un día, salía a correr todos los días por la mañana muy temprano. Trabajaba como economista en una empresa multinacional de la capital. Iba vestido con una camisa blanca con una corbata negra y unos pantalones de pinza negros también.
Aunque su aspecto era muy serio, incluso imponente, después era muy agradable cuando quería y lo cierto es que era muy cariñoso con sus hijos, aunque también muy exigente.
Me monté en el asiento del copiloto y guardé silencio. Juan sabía dónde vivía de haberme recogido algún día para ir a la escuela, por lo que no tenía que darle indicaciones.
- ¿Cómo han ido esas notas? – dijo después de un rato, rompiendo el hielo.
- Muy bien, todo notables y algún sobresaliente. – respondí nervioso.
- Ojalá se le pegara algo a mi hijo… - comentó, negando la cabeza. – Ya no sé qué hacer para que saque mejores notas.
- Bueno, las ha sacado todas… - empecé a decir.
- Es capaz de sacar muchas mejores notas, lo que pasa es que es un vago. – dijo seriamente.
Justo entonces llegamos hasta la acera de mi bloque de pisos. Juan estacionó el coche a la vez que yo le decía:
- Muchas gracias por traerme.
- De nada, jovencito. – me sonrió y me dio un pequeño toque en la rodilla.
Abrí la puerta del coche y salí de este, cerrando suavemente después. Dirigí la mirada hasta la puerta de mi portal, donde se encontraba Mario, que salía de allí. Me encaminé hasta la puerta, de donde él no se movía, mirándome con el semblante serio.
- ¿De dónde vienes? – me preguntó toscamente.
- De casa de un amigo. – le respondí, mirándome los zapatos.
- ¿Y quién era ese? – volvió a espetarme mientras señalaba al coche de Juan, que casi se perdía de vista.
- Su padre. – dije en voz baja.
Comenzó a asentir con la cabeza durante un par de segundos, se pasó la mano sobre su barba y puso su mano delante de mí con el índice señalándome.
- Te voy a decir una cosa. – dijo bruscamente.
Se metió una mano en el bolsillo derecho y sacó una cajetilla de tabaco y un mechero. Se llevó un cigarrillo en la boca y encendió el mechero para prender el cigarro.
- La próxima vez que no avises con tiempo de que no vienes a comer, te apago uno de estos – me puso el cigarro en la cara – en un brazo, por ejemplo. – Hizo una pausa en la que le pegó una calada. – Ya eres muy mayorcito para que se te olviden estas cositas ¿No crees?
Me sonrió fríamente antes de echarme todo el humo en la cara y comenzar a andar. El humo se me metió en los ojos y me empezaron a escocer, haciendo que se me escaparan las lágrimas. Me pasé la mano sobre los ojos y me sequé las lágrimas, casi temblando de rabia. Cogí las llaves de mi pantalón y abrí la puerta. Subí en el ascensor, pensando en mil cosas que pasaban por mi mente.
¿Por qué tenía que aguantar algo así? ¿Cómo había cambiado tanto Mario? O quizás siempre había sido así, pero no lo conocíamos de verdad… Salí del ascensor y me dirigí hasta la puerta de mi casa. Introduje la llave en la cerradura y la abrí.
- Hola, mamá. Ya estoy en casa. – dije.
- Hola, mi vida. ¿Cómo te lo has pasado? – me preguntó mientras se acercaba a mi para darme un abrazo.
Mi madre, Julia, era una mujer sencilla. Me tuvo cuando era muy joven, con tan solo 20 años. En aquel momento tenía 36 años, aunque los últimos años le habían pasado factura y parecía mayor. Tenía el pelo rizado de color castaño claro, recogido en una cola, aunque yo siempre le decía que le quedaba mejor suelto. Su rostro era amable, aunque últimamente era más hosco y cansado. Había heredado de ella los ojos verdes y las finas líneas de mis cejas, aunque su nariz era más perfilada que la mía y la cubrían algunas pecas. Tenía puesto unos vaqueros y una camiseta de color rojo pasión, que dejaban ver su delgadez, junto a unas sandalias del mismo color.
- Bien, bien… - le contesté mientras le devolvía el abrazo, pensando en que me debería de haber quedado allí.
- Escúchame, Sergio. – el tono de su voz cambió, mientras comenzaba a pellizcarse las uñas. – La próxima vez que no vengas a comer, intenta avisar un poco antes, ¿vale? Te hemos estado esperando para nada y a Mario no le ha hecho ninguna gracia… - me dijo con voz nerviosa.
- Sí, ya lo sé. Lo siento, no volverá a pasar. – le dije mientras me sentaba con ella en una de las sillas de la cocina.
Cenamos una tortilla francesa que mi madre hizo en un momento, hablando sobre lo que podríamos hacer durante los días que ella descansase: ir a la playa, visitar a los abuelos a la sierra, ir al parque de atracciones de la capital… La charla fue muy agradable y, cuando terminamos de cenar, recogimos los platos y los metimos en el lavavajillas. Mi madre se fue hasta el salón y yo me fui a mi cuarto.
Allí, me descalcé y me puse un pijama de tela fina para estar más cómodo. Encendí mi PlayStation y el pequeño monitor donde jugaba. Jugué durante unas cuantas horas al Fortnite con unos amigos (David entre ellos) hasta que ya era bien entrada la madrugada. Mi madre ya hacía rato que se había despedido de mí y me había dado las buenas noches.
Me acosté en mi cama y me puse a pensar en lo que había pasado esa tarde con David. Había sido mi primera experiencia homosexual, bueno, sexual a secas también. Se había sentido maravilloso que me pajearan, aunque también me había dado mucho morbo cogérsela a David. Me puse caliente y comencé a sobarme el paquete por encima, cuando el ruido de la puerta de la casa me hizo frenar en seco.
Mario acababa de llegar al piso y, por los ruidos de cosas cayéndose y los golpes contra la pared, bastante borracho. Presté atención a los sonidos que podía escuchar: la puerta de su dormitorio abriéndose, una charla con mi madre que acabó con un grito de Mario (“Siempre te duele la cabeza, joder”), un portazo y el sonido de algo pesado desplomándose sobre el sofá. Me hizo gracia que aquel capullo se quedase sin follar, se lo tenía merecido. Lo que no me hizo tanta gracia fue cuando, al cabo de un buen rato, cuando casi ya estaba dormido, la puerta de mi dormitorio se abrió lentamente.
Aunque no pude ver cómo se abría la puerta, ya que estaba bocabajo, escuché cómo la manija de esta se abría, el suave chirriar de los goznes y el susurro de la madera sobrepasando el suelo. Unos pasos se acercaron hasta mi cama. Me hice el dormido, aunque más tarde me di cuenta de que no lo debería haber hecho. Una fuerte mano me cogió el brazo izquierdo y me lo inmovilizó detrás de mi espalda, mientras que otra me tapó directamente la boca.
- Un solo ruido y te parto el brazo. – dijo Mario susurrando en mi oído. - ¿Estamos?
Me hizo presión el brazo a la vez que lo subía, haciéndome sentir que mi hombro se iba a romper. Abrí los ojos y asentí con la cabeza, muerto de miedo. Mario aflojó un poco la fuerza sobre mi brazo y me dijo:
- Ya que tu madre no está por la labor, vamos a ver si tú lo estás. – volvió a susurrarme en la oreja, haciéndome llegar su aliento, que apestaba a tabaco y a alcohol. – Si te oigo hacer el más mínimo sonido, comprobaremos la flexibilidad de tu hombro, ¿me sigues?
Volvió a apretarme el brazo y a hacerme rabiar de dolor hasta que volví a asentir. Estaba asustadísimo, sin saber qué me iba a hacer aquel cabrón. Me quitó la mano de la boca y me agarró del pelo, tirando para levantarme la cabeza.
- Ahora me la vas a chupar, pero sin ser muy escandaloso. – volvió a decirme al oído mientras yo apretaba los dientes de dolor. – Voy a soltarte el brazo, pero no dudes que si gritas o intentas algo, te meto una paliza.
Me soltó primero la mano de la cabeza, haciendo que cayese sobre la almohada, y después me soltó el brazo. No me atreví a hacer ninguna estupidez, ya que sabía perfectamente que Mario era capaz de cumplir sus amenazas. Me giré para ponerme bocarriba y me llevé mi mano derecha hasta mi dolorido brazo, mientras que Mario se quitaba los zapatos y los pantalones, dejándoles tirados en el suelo, quedándose con la camiseta y los calzoncillos puestos. Me miraba con los ojos llenos de lujuria y maldad, disfrutando de aquella situación.
- De rodillas. – me ordenó con un susurro.
Yo negué con la cabeza, mientras que las lágrimas empezaban a brotar de mis ojos. Mario se llevó la mano derecha hasta su rostro y cogió aire.
- De rodillas, no me hagas hacerte daño. – dijo, intentando calmarse.
- Por favor… - le supliqué. - No…
No me dejó terminar la frase y se abalanzó sobre mí, agarrándome del cuello y apretando su mano sobre este. Instintivamente, intenté quitarme sus manos del cuello con las mías, pero era algo inútil, por lo que mientras intentaba coger aire, dije:
- Va-vale.
- Así me gusta. – me sonrió maliciosamente mientras aflojaba su mano.
Empecé a toser, intentando recuperar el aliento, mientras me bajaba de la cama y ponía mis rodillas sobre el frío suelo. Quedé a la altura de la entrepierna de Mario, que se quitó la camiseta primero y los calzoncillos después, quedando completamente desnudo.
Su pene quedó en frente de mis ojos. Era sumamente grande, aun estando flácida. Estaba rodeada de una mata de vello negro que también poseía en sus colgantes huevos. Mario se la cogió y comenzó a masturbarse para que creciera de tamaño mientras yo estaba paralizado de miedo. Olía fuertemente a sudor y a pis y las tripas comenzaron a revolvérseme. Cuando ya estaba algo más grande, me dijo:
- Sigue tú.
Yo no contesté, no me moví, no hice nada. Estaba petrificado de terror. Mario volvió a llevarse la mano a la cara y respiró profundamente. Me agarró del pelo de nuevo y se agachó para decirme:
- Mira, niñato, me estás cabreando. La próxima vez que te lo tenga que repetir, te cruzo la cara.
Me soltó la cabeza la cabeza y empezó a contar:
- Uno, dos, tr…
Agarré rápidamente su pene con mi mano derecha mientras que de mis ojos caían las lágrimas silenciosamente. Sentí el calor que emanaba de su miembro y comencé a pajearlo. Mario arqueó la espalda, imagino que del gusto, y comenzó a respirar fuertemente. Poco a poco, de su pene empezaron a salir gotas de líquido preseminal, embadurnando todo su glande y manchándome la mano. Continué así durante unos minutos cuando dijo:
- Chúpamela.
Yo continué con lo que estaba haciendo y negué con la cabeza. Craso error. Mario dio un paso hacia atrás y, como había prometido, me cruzó la cara fuertemente. Sentí su mano derecha impactar en mi mejilla izquierda y mi oreja, tumbándome en el suelo. Instantáneamente sentí el dolor y el calor que desprendía la zona en la que me golpeó sumado a un pitido en el oído izquierdo. Estaba desorientado y me lagrimeaban los ojos, pero Mario me agarró de la camiseta y volvió a incorporarme.
- Chúpamela. – volvió a decirme.
No me atreví a contradecirle de nuevo y llevé mi mano hasta su pene, totalmente erecto. Acerqué mi cabeza hasta su pelvis a la vez que abría la boca y me la introduje hasta el final de su cabeza. Era solo una pequeña porción de su miembro, pero yo ya sentía fatiga y disgusto. Mario empezó a respirar ruidosamente de nuevo, mientras comenzaba a meter y sacar su pene en mi boca.
Yo aguantaba lo que podía mientras me de mis ojos no paraban de salir lágrimas y mi mejilla ardía. Estuvimos así un buen rato, hasta que Mario llevó sus dos manos por detrás de mi cabeza, por encima de mi nuca y comenzó a presionar mi cabeza sobre su pelvis, haciendo que la totalidad de su pene se introdujese en mi garganta, a la vez que emitía un sonoro gemido. Sentí algo caliente, espeso y amargo derramarse por el interior de mi esófago mientras hacía todo lo posible por intentar respirar, tosiendo como un loco. Mario no dejó de apretar hasta que hubo terminado, sin importarle que de la comisura de mis labios saliesen cantidades ingentes de saliva y de sus restos.
Me soltó la cabeza, mientras yo le empujaba con los brazos en sus muslos para echarme hacia atrás, estrellándome contra el somier de la cama. Seguí tosiendo, llenando el suelo de babas y esencia de Mario, intentando recuperar el aliento.
- Has tenido suerte. – empezó a decir mientras recogía su ropa y comenzaba a vestirse. – Tenía pensado follarte, pero me la has chupado muy bien.
Empezó a reírse sádicamente mientras me veía derrotado en el suelo, muerto de miedo. Cuando terminó de vestirse se puso de cuclillas a en frente de mí, quedando sus ojos a la altura de los míos.
- Si le dices una palabra de esto a alguien, estás muerto. Lo entiendes, ¿verdad? – me dijo seriamente, mientras yo asentía lentamente. – Y limpia todo esto.
Hasta aquí la segunda entrega. Espero, como siempre, que la hayan disfrutado. No duden en dejar un comentario para hacerme saber qué les está pareciendo. Saludos!