Cosas que decir

Siempre me han dicho que ha la larga encontramos a la persona que es para nosotros, dentro del recuento de mis historias de amores contrariados, la encuentro a ella, inmersa dentro de lo que he ido amando. Esta historia es más una divagación, un recuento de hechos.

Esta es la historia de una chica común que se enamora de otra chica común.

Llevaba dos meses con la misma rutina a la que me había condenado a causa de mi constante procrastinación, trataba de darle, tal vez, un equilibrio a mi vida, siempre había tenido malos hábitos; con la comida, con los tiempos, con las personas, y para ese entonces, me encontraba en aquella etapa en el que mandar a la chingada todo era una solución.

Nunca he sido una persona que se compromete, creo que hay un serio problema de raíz, pero para ser sincera no he querido indagar en el asunto y no se crean, no es por evitar mi realidad, o por no aceptar las cosas tal y como son, creo que esto tiene más que ver con la opinión de los demás. Me considero una persona simple, hoy en día con la constante búsqueda y aprobación de nuestra individualidad social aceptarse simple es un poco complicado, y a esto voy, no tengo color favorito, o comida, o lugar, cosa, animal, persona, me es muy difícil definir concretamente “un algo” dentro de estos conceptos, creo que las cosas se adaptan más a los momentos y circunstancias en los que suceden, tal vez hoy me guste más el amarrillo aquí, y en otro momento allá, y tal vez mañana. no me guste, el punto es que no entiendo ese afán constante en tener que estar de un lado o del otro. Creo que por eso no me “comprometo” entendiéndolo en el sentido en el que comúnmente se entiende el compromiso, creo que soy una persona de momentos, tal vez hedonista, no lo sé, solo sé que me gusta disfrutar de ello.

Volviendo al tema, aquel día, fue un día común, desperté, me levanté de la cama a regañadientes, hice el desayuno, y en efecto comí el desayuno, me duche y cambien para la escuela, fui a saludar a mi madre, le ayude un rato, me entretuvo más de la cuenta, llegue tarde a clase, trate de prestar atención, odie la clase; me considero mala para las matemáticas, pero en particular esta clase a logrado perturbar mi paz interior, y a congelado mi matricula en la universidad, al menos hasta aprobarla.

Es por mi bien dice mi asesor académico, sinceramente creo que es una decisión más administrativa, no se quieren complicar el trabajo; creo que no confían en mi ecepsicional promedio de setenta y tantos, lo acepto no soy buena en la escuela, nunca he sido buena, siempre me ha costado más trabajo que a los demás, creo que a la larga, he aceptado que hay gente con mayores capacidades que yo,  aunque eso no cambia en nada el hecho de que me encante mi carrera,  creo que a estas alturas (estoy a mitad de la carrera), no cambiaría la decisión de estudiar arquitectura, aunque a veces bromeo con que todavía estoy a tiempo de estudiar veterinaria, o mi familia suele decir que no estaría en esta situación si hubiese estudiado derecho, y mis amigos dicen que soy más de letras.  Esto me causa siempre mucha gracia, supongo que habla mucho de las percepciones individuales. Mi decisión se basa más en correspondencia a mis ideales y valores, creo que aun que fue una decisión disparatada en su momento, esta carrera logra mantener un equilibrio entre las dualidades de mi personalidad.

Después de la clase acostumbro ir a la biblioteca de la universidad y tengo una sesión de estudio de 8 horas, puede parecer extremo, pero después de pasar por la frustración de no poder cursar más materias en la universidad debido a que no se me permitía, decidí aprovechar el tiempo, y estudiar. No soy buena para la escuela, pero si para cultivarme en temas de mi interés, siempre me ha parecido muy atractivo el conocimiento, me he encerrado días enteros a leer sobre un tema u otro, me gusta la literatura, la biología, los instructivo, la agricultura y la botánica, me gusta saber sobre animales y sobre robótica, soy como suele decir un buen amigo mío, un costal lleno de conocimiento inútil, pero más que inútil, no adecuado en el momento adecuado.

Soy un ser de costumbre (pero que no se compromete) suelo ir y sentarme en la misma mesa, frente casualmente de la misma persona, me gusta ese lugar; hay poco ruido, tiene buena iluminación natural, poca afluencia de gente, la persona frente a mí no molesta, y lo mejor de todo es que está a seis pasos cortos de mi sección de libros favorita, literatura, así que cuando me harto de mi suelo dejarme llevar por un buen libro.

Aquel día ocurrió algo fuera de lo habitual, todo sucedió de golpe y muy rápido, no había dado siquiera tres pasos dentro del edificio, cuando un hola avasallador llega seguido de una mochila y un par de libros arrojados a mis manos, mientras que mi compañera gratamente silenciosa de estudios salía corriendo. En ese momento creo que me quede como idiota, más allá de compartir mesa no la conocía, tal vez, habría cruzado un par de palabras, las habituales palabras amables entre desconocidos “buen día” “disculpa, podría sentarme” “está ocupado”.

Hasta ese momento no la había mirado, no reconocía su rostro pues me había ensimismado en mis lecturas, pero me encontraba ahí estática, confundida y muy perturbada por ella; no sabía, si era por el dejo de preocupación que noté en su rostro, o porque al fin tenía una imagen tangible; del golpe nervioso del lápiz contra mesa, del correr de la silla acomodándose en su sitio, del sonido vibrante de los dulces de celofán,  del color de la uñas que cambiaba cada semana, de la voz melodiosa que tarareaba una canción bajito muy bajito, del dulce olor a pera en el ambiente, y es que me había acostumbrado a esto, tal como un niño se acostumbra al arrullo de una madre, ella y sus hábitos eran el sitio correcto, para estar, para concentrarme en mi ensimismamiento.

Y es que tarde bastante tiempo en caer en cuenta de esto, para ese entonces, no entendía nada, para ese entonces, sentí tantas cosas que no podía explicar, creo que todo era más visceral, mi estómago estaba hecho un mar de sensaciones, me sentía incomoda, extraña, y no sabía qué hacer, mi cabeza tratando de recobrar la compostura, me llevo a buscar un lugar donde esperar, sentarme para calmar un poco a mi ansia, porque era eso lo que sentí, ansia de recobrar la tranquilidad de mi monotonía.

Pero, no pasaron más de 30 minutos, para sacar todo el golpe de mi sistema y caer en cuentas que estaba exagerando todo, y tras divagar levemente al respecto, concluí, que, si no me hubiera aparecido por esa puerta, probablemente, le hubiera dado sus cosas al próximo conocido menos lejano que se le cruzase en su camino, y que, al fin de cuentas, tras dos meses de coincidencias, conmigo tenía la certeza de recobrar sus cosas.

Tardó en llegar cerca de tres horas y media, yo me encontraba en mi mesa usual, metida en mis asuntos. Tomo asiento y dio un suspiro largo y profundo, y estuvo ahí un rato, luego sentí el peso de su mira en mí, y dijo -gracias, ha sido un largo día- tomo sus cosas y se fue.  No lo miré, no quise hacerlo y seguí en lo mío, al menos hasta que me sacaron de la biblioteca porque ya iban a cerrar.

La noche era húmeda y el aire fresco, pero aún se sentía ese calor habitual de mi ciudad, me encantaba recorrer el camino a casa, estaba tan lleno de vida, mi momento favorito era pasar de largo por una pequeña plaza cobijada por una vieja iglesia y pequeños restaurantes locales, era un lugar muy vivo, se escuchaban las risas a lo lejos, y el vibrar de la guitarra de un músico que solo cantaba boleros viejos.  Esa noche me detuve y miré el paisaje desde el otro lado de la acera, y ahí sentada junto a monumento ilustre de mi patria, estaba ella. Y me quede ahí, mirándola.

Un abrazo repentino me saco de mi trance, y una voz que no había escuchado en meses me lleno de preguntas, Carla estaba frente a mi preguntándose como estaba, se miraba festiva y estaba  rodeada de un par de amigos que no reconocía, me hablo de sus proyectos, de la reciente obra independiente de teatro en el incursionaría las próximas semanas, de lo complejo y conflictivo de su personaje, de la pasión que corría por sus venas, del vacío del mes, de la renta que debía, y de la última pelea con su madre, siempre con esa peculiar alegría, con esa amplia sonrisa en el rostro, con esa risa un tanto nerviosa, las ojeras y el  olor a tabaco y cerveza.  Conocía esa alegría excesiva, y no pude evitar preocuparme, pero ya no era asunto mío, nunca lo fue. Insistió en que le llamara, en que fuera a sus próximos ensayos, en que no habría problema en quedarme donde ella, pero ambas sabíamos desde hace mucho, que aquello no volvería a pasar, que entre nosotras solo existían promesas al aire y verdades entre dichas de dos ex amantes cordiales, nos miramos con afecto, y nos despedimos con un cuídate. La vi irse con aquella inusual alegría que la caracteriza, y yo decidí cruzar la calle.

Me senté junto a ella, respiré profundo, y decidí presentarme -hola me llamo Ana-

-Hola Ana, siempre me he preguntado, ¿Qué haces para verte tan fresca? -

-Nada, supongo que pasar horas sentada con un libro-

-Mientes, paso horas sentada con un libro-

  • Pues tendrás que disculparme, no tengo una respuesta-

-Entiendo, supongo que tendré que descubrirlo… ¿Bebes café? -

-En realidad no, nunca me sienta bien-

-Que peculiar eres…bueno ¿Qué sueles beber cuando vas a un café? -

-Chocolate-

  • La verdad es que ya estoy muy fastidiada de estar esperando, llevo como hora y media aquí, así que ¿Quieres ir por un chocolate conmigo? -

-emm… sí

Las siguientes dos horas fueron encantadoras, la conocí, me dediqué a admirarla, me aprendí el sonido de su voz, y las expresiones de su rostro, sonreía demasiado, pero todo de ella parecía tan honesto y sincero, la miraba tan suelta y segura. Me cohibía un poco, yo era tímida y de pocas palabras, ella era tan dicharachera, hablaba con una desconocida, pero todo se sentía tan cálido.

Me contó que estaba estudiando farmacéutica, y tiene poco tiempo de empezar con la tesis, que su comida favorita era el sushi, que su perro se llamaba Kuri, y que era alérgica a los gatos, que amaba bailar y que en realidad los libros le aburrían, que no le gusta parís por el exceso de turismo, pero que había decidido pasar ahí las vacaciones por su novio, que para ello habían ahorrado demasiado, que le encantaba el olor de la iglesias después de las misas, y que creía que yo estudiaba letras o filosofía, que le parecía particularmente callada y que por favor dejará de jugar con mi pelotita anti estrés porque la tenía harta. Camino conmigo a casa, mientras la escuchaba discutir sobre el petróleo y los automóviles, era divertida.

  • ¿Aquí vives? -

-Sí-

-Es muy pintoresco, me gusta la palmera morada-

-Es obra de mi mejor amiga, es artista-

-ya veo, bueno Ana, me dio un gusto al fin conocerte-

-bueno-

-y, creo que eres un poco despistada…. Y eso es tierno-

  • ¿Por qué los crees? -

-Nunca preguntaste mi nombre, soy Frida-